Iniciada bajo un pretexto humanitario enteramente fabricado, la guerra contra Libia no ha terminado todavía. Después del derrocamiento de la Yamahiriya, de la muerte bajo las bombas de la OTAN de 120 000 libios (según las cifras de la Cruz Roja Internacional) a los que supuestamente había que proteger, después del linchamiento de Muammar el-Kadhafi y del ulterior éxodo de 2 tercios de la población libia, es evidente que “el trabajo” sólo está comenzando.
«Desde el fondo del mar nos preguntan dónde están nuestros sentimientos humanos», escribe Pier Luigi Bersani.
Bersani tendría que preguntarse primeramente dónde estaban sus propios sentimientos humanos y además su propio concepto de la ética y de la política el 18 de marzo de 2011, cuando, en vísperas de la guerra de Estados Unidos y la OTAN contra Libia, él mismo, desde su posición de secretario del PD (Partito democratico), gritaba «¡Enhorabuena!» afirmando que «el Artículo 11 de la Constitución (italiana) repudia la guerra, no el uso de la fuerza por razones justas».
Enrico Letta, quien –como Bersani– lanza hoy un llamado al sentimiento humanitario, debería acordarse del 25 de marzo de 2011, cuando, como vicesecretario del PD, declaraba: «guerreristas son quienes están en contra de la intervención internacional en Libia y no nosotros que somos constructores de la paz».
Esta «izquierda» disimulaba las verdaderas razones –económicas, políticas y estratégicas– de la guerra al afirmar, el 22 de marzo de 2011, por boca de Massimo d’Alema (ya todo un experto en «guerra humanitaria» en Yugoslavia) que «en Libia ya existía la guerra, emprendida por Kadhafi en contra del pueblo insurgente, una masacre que había que detener».
Siguiendo fundamentalmente esa misma línea, el 24 de febrero de 2011 –día del inicio de la guerra–, el secretario del PRC (Partito della Rifondazione Somunista) Paolo Ferrero acusaba a Berlusconi de haber demorado «días en condenar la violencia de Kadhafi» y afirmaba que había que «desmantelar lo más rápidamente posible el régimen libio».
Ese mismo día, jóvenes «comunistas» del PRC, junto a «demócratas» del PD, tomaban por asalto la embajada de Trípoli en Roma, quemaban la bandera de la Yamahiriya libia e izaban la del rey Idris, la misma que hoy ondea sobre la ciudad libia de Sirta ocupada por los yihadista, como pudimos ver hace 3 días en el noticiario del primer canal de Italia.
Esta «izquierda» iba incluso por delante de la derecha en cuanto a empujar hacia la guerra al gobierno de Berlusconi, inicialmente reacio –por razones de interés– pero que inmediatamente después pisoteó cínicamente el Tratado de No Agresión y participó en el ataque permitiendo el uso de las bases y de las fuerzas aeronavales de Italia.
En 7 meses la aviación de Estados Unidos y la OTAN efectuó 10 000 misiones de ataque, utilizando más de 40 000 bombas y misiles contra los libios mientras que se infiltraban en Libia unidades de fuerzas especiales, que incluían miles de comandos qataríes. Simultáneamente se proporcionaba financiamiento y armas a grupos islamistas anteriormente definidos como terroristas. No está de más recordar que entre esos grupos se hallaban los que más tarde, después de ser enviados a Siria para derrocar el gobierno de Damasco, fundaron el actual Emirato Islámico e invadieron Irak. Así se provocó la desintegración del Estado libio y también el éxodo –y por consiguiente la hecatombe que actualmente ocurre en el Mediterráneo– de los inmigrantes africanos que habían encontrado trabajo en Libia.
También se propició así la guerra interna entre sectores tribales y religiosos que ahora luchan en Libia por el control de los campos petrolíferos y de las ciudades costeras, hoy principalmente en manos de los grupos vinculados al Emirato Islámico.
Y ahora, después de reiterar nuevamente que «abatir a Kadhafi era una causa sacrosanta», el ministro de Relaciones Exteriores del gobierno de Matteo Renzi, Paolo Gentiloni, toca la alarma porque «Italia está amenazada por la situación en Libia, a sólo 200 millas». Gentiloni anuncia por lo tanto que se dirigirá al parlamento sobre la posible participación italiana en una intervención militar internacional «enmarcada por la ONU». En otras palabras, nos anuncia una segunda guerra en Libia presentándola como una misión de «preservación de la paz», tal y como Obama le había pedido en junio de 2013 al entonces primer ministro Letta, con el respaldo de la ministra de Defensa italiana Pinotti y la aprobación de Berlusconi.
Así que otra vez estamos en la encrucijada.
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