Por Marat
Se trata de una expresión poco conocida.
Dicho en términos sencillos, los grupos de afinidad son ámbitos de confianza en los que se comparte pensamiento y acción de forma no jerárquica y basada en la mutua solidaridad interna al colectivo, la flexibilidad y la descentralización organizativa.
Aunque en su origen, el concepto proviene del mundo libertario -Murray Bookchin – hay antecedentes durante el período de formación del movimiento obrero europeo en Marx y Engels. Los procesos de toma de contacto con militantes obreros y revolucionarios de ambos, que van desde los inicios de la Liga de los Justos hasta la Asociación Internacional de Trabajadores (I Internacional) pasando por la Liga de los Comunistas tienen que ver mucho con la idea de los grupos de afinidad.
Desde las circunstancia de persecución del movimiento obrero y de los primeros comunistas, que obligaron a estos a organizarse en base a la confianza, hasta las necesidades de adaptarse a las circunstancias que les había tocado vivir, pasando por los sistemas de corresponsalías en el contacto dentro de Europa, todo marcó la necesidad de una nueva forma de organización basada en los grupos de afinidad.
La realidad es que estos pueden surgir de una filosofía respecto a las formas más adecuadas de organización de los militantes, que no activistas (estos son vedettes de sus propios narcisismos) o de la adecuación a la realidad que les ha tocado vivir a los colectivos resistentes de la clase trabajadora.
Soy partidario de la segunda posibilidad porque creo que nada enseña entre las posibilidades cuando éstas son más estrechas y los riesgos consecuentes respecto al éxito o el fracaso más arriesgados.
La experiencia política debiera habernos enseñado a los comunistas que lo que en un momento concreto es válido, cuando la coyuntura cambia, puede dejar de serlo, especialmente si la correlación entre miembros del Comité Central y la base militante es 1/1 es posible que el fracaso no se deba solo al mensaje político sino también a la forma organizativa.
Digo esto siendo muy consciente de que la retórica en defensa del comunismo, que no su proyecto, más necesario que nunca, es arcaico y caduco, pero creo que también es necesario que la forma tenga algo que ver con el fondo.
Soy consciente de que lo que aporto ahora como reflexión es la vuelta a un origen de lo que un día empezó muy bien y luego acabó muy mal.
Pero también lo soy de que proseguir por el viejo camino de la rigidez, la incapacidad de afrontar las dudas y los desafíos por el temor a salirse del recto camino de la ortodoxia, las camarillas y los hechos consumados solo conducen al desprestigio de una idea que a estas alturas de la historia ya no debiera pertenecer a los comunistas sino a la inmensa mayoría de la sociedad.
Mi experiencia con lo que yo creí grupos de afinidad no ha sido buena. Menos lo fue aún la de las organizaciones clásicas comunistas.
Soy consciente de que un grupo de afinidad, si no parte de la igualdad entre todos sus miembros, de la limpieza en las actitudes y los comportamientos políticos, de la no preexistencia de colectivo, más o menos organizados, previos a la conformación de los grupos de afinidad, de la absoluta transparencia en los debates, sin capillitas previas, y de la no conversión de los carismas en poderes fácticos, está condenada al fracaso.
Pero también sé que la parte de la humanidad potencialmente más comprometida con la transformación revolucionaria de la sociedad ya no está dispuesta a que le tomen más el pelo.
Así que, o bien experimentamos, a ver si esta vez nos sale mejor, o nos conformamos con volver a votar al que creemos menos hijo de puta que demostrará que es tan hijo de puta, o más, que los anteriores.