Fuente: dprezat. Flickr. París: Rue de Rivoli |
Por
Marat
Estos
días los medios de comunicación españoles cuentan, con calculada
medida (no sea que se extienda fuera de Francia, como ha sucedido en
Bélgica), la revuelta francesa de los “chalecos amarillos”
(“gilets jaunes”). Llama la atención que lo que sucede en
Francia, aquí al lado, tenga un tratamiento limitado y tan escaso en
explicaciones, más allá de las relativas al efecto de la subida de
los carburantes sobre los usuarios y a un intencionado intento de
vincularlo al lepenismo.
Sin
embargo, apenas he leído contextualizaciones que traten de buscar
explicaciones más allá de que Macron sea un presidente liberal,
elitista y poco dado a escuchar la voz de la calle y al diálogo y de
la ya mencionada subida de los carburantes sobre las clases populares
francesas.
Desde
el estallido de la crisis capitalista a nivel mundial, Francia ha
conocido tres presidentes -Sarkozy, Hollande y Macron- cada uno
promotor de políticas más reaccionarias, antipopulares y liberales
que el siguiente. Durante estos años los tres presidentes han sido
elementos de gran importancia en el mantenimiento del eje
germano-francés, que ha sido decisivo en la implantación de las
políticas de austeridad y recortes sociales contra las clases
trabajadoras en toda la UE y que ha tenido su plasmación en el
conjunto de las economías nacionales de la Unión.
En
Francia, como en España o Grecia, hubo huelgas generales contra
estas políticas pero ello no era obnstáculo para que en Francia y
en España, como en Italia, Alemania, los Países Bajos o los
nórdicos la izquierda y el sindicalismo mayoritario hayan formado
parte del entramado de relaciones que hace años definí como “la
corporación”. Es decir, ni la izquierda ni el sindicalismo
mayoritario han estado en los últimos 50 años al menos dispuestos a
romper los límites del juego político que el Estado capitalista
había marcado. En el caso del sindicalismo mayoritario en esos
países se ha venido caracterizando desde hace mucho tiempo como un
sindicalismo de concertación, o incluso de cogestión de las
relaciones sociales de producción capitalistas y no de combate
contra el capital. La única excepción de la que puede hablarse en
Europa dentro del sindicalismo mayoritario la representa el PAME
griego.
Mientras
tanto, no ya los partidos autodenominados socialistas o
socialdemócratas sino la gran mayoría de sectores de la izquierda
excomunista, que incluso tiene el descaro de seguir llamándose
comunista, y de la llamada “izquierda alternativa”, fueron
abandonando la práctica de clase -el discurso, lo ejerzan o no,
importa muy poco si la práctica lo niega- para irse integrando en
los cien mil identitarismos posmodernos, negadores de la clase como
eje del principal antagonismo, el de capital-trabajo.
En
ese vacío es donde surge en las luchas de carácter social el
espontaneismo, el rechazo a ser representados en las luchas por
organizaciones clásicas, el aparente apoliticismo, que más que
apoliticismo es prepolítica y apartidismo, la transversalidad
ideológica de movimientos cuya chispa prende a partir de
circunstancias, cuestiones y revindicaciones concretas.
Hay
quienes han sentido la tentación de establecer comparaciones entre
el movimiento de los “chalecos amarillos” y el de los indignados
españoles del 15M. Fuera de los elementos de transversalidad
ideológica, aparente apoliticismo y surgimiento en las redes
sociales nada en lo que se parezcan.
Si
el 15M fue principalmente un movimiento nacido de la generación
joven de unas clases medias urbanas, fundamentalmente de las grandes
ciudades, que veían el fantasma de su proletarización y descenso
social, como luego se vio en la composición de sus figuras más
relevantes y que hicieron carrera en la política, el movimiento de
los chalecos amarillos es ante todo un movimiento de las clases
trabajadoras y pequeños autónomos de los barrios dormitorio
populares alejados de las grandes ciudades y sus centros y de la
Francia agrícola. Personas que utilizan sus vehículos particulares
para desplazarse a sus lugares de trabajo porque la red de transporte
pública francesa es muy insuficiente para sustituir el uso de medios
privados.
Si
el 15M nació con un programa en el que en primer lugar destacaban
los elementos de tipo político (aquello de la democracia
participativa), al que luego se le añadieron los de tipo económico,
básicamente referentes a la economía financiera (la banca), a la
que se incorporaron ciertos utopismos de la llamada economía
colaborativa, que ya sabemos hoy lo que es, el movimiento de los
chalecos amarillos ha arrancado con una agresión claramente
económica y muy concreta la brutal subida de los carburantes, a la
que se ha sumado la llamada ecotasa del gobierno de Macron.
De
hecho, Macron se envuelve en la bandera ecologista de parar mediante
estas medidas impopulares el cambio climático.
Pero los chalecos amarillos ya no se detienen en la cuestión de la subida de los carburantes. Incorporan todo un temario de propuestas de tipo socioeconómico marcadamente igualitario, como la reversión de los recortes, la mejora de las pensiones, el apoyo a las familias más desfavorecidas, aumento del salario mínimo, fomento del empleo no precario, restablecimiento del impuesto a las grandes fortunas, recuperación de los servicios públicos, jubilación a los 60 años,...Es evidente que se trata de demandas reformistas pero no existen energías revolucionarias que vayan por delante de aquellas y se trata de exigencias que conectan con las necesidades inmediatas de la clase trabajadora francesa, al igual que la de la clase trabajadora de otros países de la UE.
Pero los chalecos amarillos ya no se detienen en la cuestión de la subida de los carburantes. Incorporan todo un temario de propuestas de tipo socioeconómico marcadamente igualitario, como la reversión de los recortes, la mejora de las pensiones, el apoyo a las familias más desfavorecidas, aumento del salario mínimo, fomento del empleo no precario, restablecimiento del impuesto a las grandes fortunas, recuperación de los servicios públicos, jubilación a los 60 años,...Es evidente que se trata de demandas reformistas pero no existen energías revolucionarias que vayan por delante de aquellas y se trata de exigencias que conectan con las necesidades inmediatas de la clase trabajadora francesa, al igual que la de la clase trabajadora de otros países de la UE.
Entramos
con esta cuestión de carácter aparentemente solo medioambiental en
una temática de la que prácticamente nadie, a derecha e izquierda
-¡cuanto se parecen ambas!-, parece interesado en hablar. Que la
transición energética de unas energías muy contaminantes y no
renovables a otras pretendidamente limpias (ya veremos cuánto lo son
y su impacto ecológico en el futuro) y renovables va a golpear
fundamentalmente sobre las espaldas de la clase trabajadora, que la
llamada sostenibilidad es la gran coartada para sacar de las calzadas
a millones de trabajadores que no pueden permitirse comprar un
vehículo nuevo (ecológico o no) y del mayor pelotazo económico que
pegará el capitalismo en toda su historia. Hasta ahora no estamos
viendo prácticamente medidas económicas gubernamentales, ni a
derecha ni a izquierda, que ayuden a la clase trabajadora a hacer más
llevadera esa transición energética pero no faltan las ayudas de
esos mismos gobiernos a sectores como el del automóvil, ya sea en
sus versiones eléctrica o de hidrógeno. Para la clases medias-altas
y ricas la transición ecológica será, en cambio, algo muy
soportable y que les ayudará a sentirse ambientalmente responsables
y mejores personas.
El
mayor efecto que ha tenido el 15M ha sido el del empleo de centenares
de personas en la política, ya sea como representantes, asesores o
técnicos. La lucha de los “chalecos amarillos” apunta
directamente contra esta nueva forma de austeridad que dejará fuera
del acceso al vehículo a quienes lo necesitan para trabajar o para
desplazarse a sus trabajos por falta de alternativas de transporte
público adecuadas y que tendrá el correlato de un gigantesco
negocio para la gran industria. Para quienes tengan que desplazarse
una media de 50 o 100 kms al día, y les aseguro que son muchos más
de los que puedan pensar, la bicicleta o el patinete eléctrico no
serán una alternativa. Hoy son más bien una moda urbanita.
He
visto en estos días a personas que se dicen de izquierda, algunos de
las cuáles se autodefinen comunistas, condenar a este movimiento
porque dicen que está infiltrado por el partido de Marine Le Pen,
algunos incluso se atreven a decir que está dirigido. La ignorancia
siempre ha sido mala cosa. Es madre de la estupidez, la falsedad y el
comportamiento reaccionario; ese al que algunos dicen combatir para
acabar por caer en aquello que condenan.
Éste
es un movimiento, como todo el que tiene débil organización,
estructuras líquidas y es politicamente diverso -con trabajadores y
pequeños autónomos de izquierda, de derecha y mediopensionista, que
es lo que casi todo el mundo es en este mundo ideológicamente tan
confuso-, y con liderazgos muy débiles, cambiantes y, desde luego,
no unánimemente reconocido desde dentro.
No
debe sorprender, por tanto, que haya en su interior elementos
lepenistas. Lo que sí debiera sorprender es que la izquierda
francesa y los sindicatos mayoritarios, lo acogieran con
desconfianza, cuando no abruptas descalificaciones, sobre todo cuando
muy mayoritariamente está compuesto por trabajadores. Claro que si
llevas decenas de años practicando el discurso de clase media y
mirando hacia ella para buscar el voto, quizá no conozcas nada de
los intereses y necesidades inmediatas de la clase a la que en el
pasado decías representar. Cierto que a última hora los
Melenchones, las Segolenes Royales y hasta los muy social-liberales
Hollandes se van sumando oportunistamente a un tibio apoyo de lo que
antes condenaron, no sea que acaben en un hoyo electoral mayor del
que ahora están.
De
la miopía de la izquierda y buena parte de los izquierdistas y
comunistas españoles me sorprendo menos. Los conozco mejor. Su
discurso es más o menos éste: hay gente de Le Pen, le han entregado
la dirección del movimiento (lo que es tan estúpido como pensar que
este partido ultraderechista está dispuesto a arriesgar su
ilegalización, dado el cariz que van tomando los acontecimientos del
incendio social en Francia, sobre todo cuando Marine Le Pen intenta
dar un barniz de respetabilidad y moderación a su partido de extrema
derecha). Lo que no se les ocurre a estas mentes clarividentes es que
si abandonas y rechazas a un movimiento que nace de un aa demanda
popular y hasta de clase, el vacío de influencia que tú dejas puede
ser rellenado parcialmente por otro. Es de primera cartilla de
marxismo.
Éste
es el tipo de gente que confunde sus posiciones partidarias con las
de todo un movimiento, lo que es propio de quienes se instalan en las
redes sociales, sin un mínimo de formación política, imparten
clases de su ignorancia y no participan de los movimientos populares
porque recelan de ellos y temen el rechazo de los mismos, en lugar de
ganarse su respeto por sus posicionesy su compromiso.
Que
haya quien se atreva a decir que los chalecos amarillos se oponen a
las ecotasas y a los impuestos para sostener el Estado del Bienestar,
cuando los impuestos indirectos (iva, impuestos sobre los
combustibles,...) históricamente han sido una medida reaccionaria y
desigualitaria, y han sido precisamente los gobiernos franceses de la
crisis los que han ido desmontándolo, es muestra de una profunda
estupidez y de un revolucionarismo tan de cortos vuelos que aquí lo
podrían comprar el PP o Ciudadanos y que en Francia lo aplaudiría
rabiosamente Macron. Precisamente el mismo Macron que eliminó el
impuesto a las grandes fortunas, que ahora planea bajar los impuestos
a las grandes empresas y que él mismo afirma con orgullo que es el
presidente de los ricos ¿Hay mayor afrenta a la clase trabajadora
que alguien que hace esto trate de arruinarles mediante ecotasas y
subidas brutales de los carburantes? Me temo que alguno de esos
giliprogres si se declara el estado de emergencia en Francia y
comienza una represión mucho más brutal que la que hemos visto
estos días, acabará aplaudiéndola. Al fin y al cabo, algunos de ellos condenan la violencia
ejercida por una parte de los manifestantes, como si los grandes
cambios sociales se hicieran con batucadas, ponerse una nariz de
payaso y hacer sentadas en las que te forran a hostias. Lo de que la
medida del Estado francés sea una auténtica acción violenta y
declaración de guerra contra la clase trabajadora...eso ya. Ellos lo
cambiarían en las urnas ¡Ja!
A
donde llegue el movimiento será cosa tanto del propio movimiento,
como de la correlación de fuerzas en esa lucha, como de la traición
de la izquierda francesa. No soy optimista al respecto, soy
consciente de que es un movimiento inmaduro, centrado en lo
inmediato, pero estoy convencido de que de las experiencias de las
luchas, de sus avances y sus derrotas la clase aprende mucho más que
de esperar sentada a que la inexistente vanguardia se cree un día
con tanto cretino que la compone y venga con las tablas de la ley a
salvarla.
De
todas las aportaciones de las luchas de la clase trabajadora, que hoy
no pueden ser más que autónomas y parciales, porque esa vanguardia
se niega a nacer y prefiere oscilar entre las tentaciones
parlamentarias y la nostalgia de Don Pepe, una de las más positivas
sería la liquidación política de la izquierda por extenuación y
zafiedad. Solo con una nueva generación de militantes, que no
activistas, puede surgir el necesario instrumento del que hoy carece.