Por
Marat
Hablo
de desaparición porque muerta ya está. Solo que, como los zombies,
no lo sabe.
Aclararé
porqué creo que es una necesidad perentoria la desaparición
política de lo que tantos se empeñan en llamar la izquierda y que
prefiero llamar progre-liberales, porque eso es lo que son en la
práctica.
Son progre-liberales porque autodefiniéndose como izquierda (desde la radical de Syriza, hasta la transversal que ya no se reconoce en el concepto, o al menos no hasta hace dos años, como Podemos, pasando por el PSOE, que dice ser de centro-izquierda o por IU, que se autodenominaba hace tiempo como izquierda transformadora), allá donde han gobernado esas corrientes políticas lo han hecho traicionando sus programas (Syriza y el PSOE), aceptando la lógica de la austeridad del gasto, la privatización de la gestión de servicios municipales (el caso del Ayuntamiento de Córdoba no escapa a esta pauta) y la pérdida de soberanía de la institución en la aplicación del gasto (caso de Ahora Madrid en el Ayuntamiento de la capital de España). Conjugan una retórica progresista, o más o menos de izquierdas, con una gestión que no es transformadora en sentido progresivo sino en mayor o menor grado liberal o, en el mejor de los casos social-liberal (sometimiento a la lógica del capital conjugado con un clientelismo por cuotas o colectivos sociales, que no por clases).
Y
aquí no vale el consabido “esos no son de izquierdas. La izquierda
es otra cosa”.
Lo que aún se empeñan en llamar muchos izquierda es
plural y conforma un mundo complejo en el que están desde progresistas,
hasta quienes confunden República con izquierda, cuando el
republicanismo es ideológicamente polimorfo, pasando por ideas de
izquierda difusa, socialistas y socialdemócratas, algunas corrientes
libertarias que se sitúan dentro de dicho espectro o quienes
confunden ideología comunista e izquierda. No voy a volver sobre
este último punto, ya que lo he explicado en artículos anteriores.
En cualquier caso, ésta es una simplificación porque estamos ante
una categoría no solo política sino también, y muy especialmente,
sociológica, dentro de la cuál influyen aspectos de tipo cultural e
incluso otros sujetos a las tradiciones políticas de cada país.
La tendencia a negar que sea izquierda lo que en la
práctica es ésta bajo la aceptación tácita o expresa de las
condiciones de juego del parlamentarismo burgués es algo tramposo porque elude la aceptación de la autocrítica sobre la
práctica política y tiende siempre a descargar en el resto de las
corrientes, salvo en la propia, la carga de la prueba.
La
izquierda es lo que es, lo que quienes se definen tal creen ser y lo
que la práctica política hace de ella y de ellos mismos. Aquí la
normativa no vale. “Es en la práctica donde el hombre tiene que
demostrar la verdad, es decir, la realidad y el poderío, la
terrenalidad de su pensamiento. El litigio sobre la realidad o
irrealidad de un pensamiento que se aísla de la práctica, es un
problema puramente escolástico.” (Karl Marx. II Tesis sobre
Feuerbach). Y en la práctica, la izquierda ha sido, en el mejor de
los casos, honestamente socialdemócrata y, casi siempre, cómplice
legitimadora del sistema capitalista. En el pasado con una posición
monjilmente bienintencionada pero con una cierta perspectiva de
clase. Hoy ya directamente negadora de la idea de clase, afirmadora
de un ciudadanismo de derechos políticos y sociales demandados al
Estado, como si éste fuese un aparato neutro dentro de una sociedad
de dominación capitalista, a pesar de la ocultación, dividida en intereses opuestos. En cualquier
caso, reivindicaciones hoy absolutamente desligadas de una
perspectiva de clase en el marco del escenario de la producción
capitalista en el que se produce la explotación, siempre
asociada a las relaciones sociales de producción asalariadas.
Para
la izquierda más consciente lo que los comunistas que, repito, no
somos izquierda, llamamos explotación es salario digno -es decir,
legitimación de la explotación nacida del plustrabajo, que se
convierte en plusvalía-, justificando a sus ojos el trabajo
asalariado, ligado siempre a la explotación. Lo que para los
comunistas es sobreexplotación -horas trabajadas no pagadas ni
declaradas por el patrón, incremento de la carga de trabajo y de la
intensidad del ritmo de producción, etc.- es lo que ellos llaman
simplemente explotación.
Para una parte de ese sector más consciente de
la izquierda, lo opuesto a la desposesión de las conquistas sociales
no es una sociedad socialista -quizá sí como liturgia nostálgica,
no como proyecto real- sino la “democracia”, sin adjetivos (al
menos en el pasado, cuando en su fuero interno su aspiración era el
modelo nórdico la apellidaban democracia socialmente avanzada, pura socialdemocracia). Pero la democracia sin más
connotaciones es lo que hay, democracia burguesa, mera representación de simulacro democrático en la esfera
exclusivamente política. Y eso con limitaciones notables.
Para
la menos consciente de lo que se llama la izquierda, y que en gran
medida coincide con la práctica política de sus organizaciones, la
perspectiva de clase es inexistente en sus postulados. La apelación
a una política autónoma desde la clase trabajadora y para la clase
trabajadora ha sido sustituida por la inclusiva ciudadanía o los
términos pueblo o gente. Los dos primeros representan un
concepto muy similar, que se triangula con la práctica totalidad de
la nación, a partir de la Revolución Francesa. El
discurso de la izquierda tiende a negar, dentro del todo
ciudadano/gente/pueblo, la existencia de clases sociales con
intereses antagónicos entre sí.
Pero
si ambas izquierdas, la más cercana a las tradiciones de la
socialdemocracia histórica, o con algunos rastros, casi del todo
apagados, de conciencia de clase, y la ciudadanista, ya sin pudor
interclasista e integradora en el sistema, son una evidencia de su
papel en el marco de la democracia capitalista, su infección por la
cultura política liberal post68 ha producido su plena degeneración.
Entre buena parte de esos sectores menos conscientes y entre un sector creciente de los más concienciados sobre la clase, dentro de quienes se revindican de izquierda, ha calado de manera profunda, sin que atisbemos a adivinar en dónde acabará su descomposición en permanente metamorfosis, el relato posmoderno de las múltiples identidades que se fracturan en otras menores, chocando progresivamente unas con otras en antagonismos crecientemente acelerados. Dentro del feminismo, puede haber escaramuzas, más aparentes que reales entre el feminismo de la corriente hegemónica, la del “genero”, con el llamado “feminismo de clase”; la identidad etno-religiosa puede chocar con la feminista, la feminista con la transexual, como está empezando a suceder en determinados foros y ambientes, un sector de la homosexual masculina con “las locas”, determinados sectores del ciudadanismo con el nacionalismo crecientemente identititarista; entre los ecologistas, los decrecentistas frente a los partidarios de la economía sostenible; los veganos considerarán impuros a los vegetarianos, y así hasta la extenuación de un proceso hacia más identidades que personas que se identifican con ellas. Es el todos contra todos.
Entre buena parte de esos sectores menos conscientes y entre un sector creciente de los más concienciados sobre la clase, dentro de quienes se revindican de izquierda, ha calado de manera profunda, sin que atisbemos a adivinar en dónde acabará su descomposición en permanente metamorfosis, el relato posmoderno de las múltiples identidades que se fracturan en otras menores, chocando progresivamente unas con otras en antagonismos crecientemente acelerados. Dentro del feminismo, puede haber escaramuzas, más aparentes que reales entre el feminismo de la corriente hegemónica, la del “genero”, con el llamado “feminismo de clase”; la identidad etno-religiosa puede chocar con la feminista, la feminista con la transexual, como está empezando a suceder en determinados foros y ambientes, un sector de la homosexual masculina con “las locas”, determinados sectores del ciudadanismo con el nacionalismo crecientemente identititarista; entre los ecologistas, los decrecentistas frente a los partidarios de la economía sostenible; los veganos considerarán impuros a los vegetarianos, y así hasta la extenuación de un proceso hacia más identidades que personas que se identifican con ellas. Es el todos contra todos.
Esta
izquierda, que ya se ha reconvertido literalmente en progre-liberal,
desprecia a la clase trabajadora, de la que solo se acuerda para
hacerle guiños elípticos en períodos electorales, mientras sus
mediocres pseudointelctuales posmodernos la insultan y acusan de
reaccionaria, al descubrir que no es como la habían fantaseado, sin
asumir que son unos y otros quienes la han traicionado y no la
representan.
El
proceso acelerado de descomposición del cadáver de la izquierda,
que da lugar a una ruptura metabólica en formas múltiples de
degradación ideológica, se origina en la ruptura política respecto
a la base social y material en la que se asienta. Al alejarse de la
producción, la izquierda negó la lucha de clases, nacida de la
realidad del trabajo asalariado que muestra la contradicción entre
el carácter colectivo del trabajo y la apropiación individual del
beneficio por el capital.
Frente
al eje vertebrador de la clase como elemento que aglutina a la
mayoría social de los asalariados, e incluso de otras formas
contractuales derivadas de la desregulación laboral de la fase
capitalista actual, como las del falso autónomo o el autónomo
dependiente, lo que se ha producido es una involución ideológica,
patrocinada y fomentada por la izquierda (a partir de aquí progres),
que se fragmenta en miles de identidades, cada vez más
individualizadas y contradictorias entre sí, sin que existan
elementos trasversales, por mucho que se predican, que les aglutinen
en una suerte de frente común. Es el paradigma de la
individualización liberal.
Si
estos argumentos no bastaran para explicar la muerte y desaparición
de la izquierda, el asalto progre a la razón, la renuncia de la
herencia de la Ilustración, al análisis materialista de la realidad
social y a la ciencia amplian el escenario de su degradación. Es lo que podríamos bautizar con el nombre
del progre
Pachamama.
Se
ha vuelto un reaccionario. Desconfía abiertamente del pensamiento y
el progreso científicos. Se apunta a cualquier cursillo de algún
charlatán disfrazado de chamán sobre crecimiento espiritual; le van
los cuencos
tibetanos; ha descubierto que en la pobreza de la India (siempre
la de otros) hay “gran sabiduría” difundida por algún santón
de nombre impronunciable, que hasta el año pasado trabajaba en un
call-center; está dispuesto a difundir cualquier delirante
conspiración de la mafia farmacéutica, siguiendo devotamente a la
monja antivacunas; hace saludos al sol en “Cusco”, tras visitar
las “Lineas de Nasca”, y busca ávidamente cualquier hierbajo por
las tiendas de parafarmacia, aunque a veces lo encuentra en el chino
del barrio, tipo la chia. Hace unos pocos años eran las bayas de
goji; le encanta la filosofía new age; es un iniciado en el
esoterismo y el ocultismo y cree firmemente que el cáncer hay que
tratarlo con medicina homeopática. Se ha montado su propia religión
mistérica “pret a porter”, a partir de un empacho de sándalo y
setas alucinógenas, que le han dejado más pallá que pacá. Entre
el reiki, la sofronización, la aromaterapia y las flores de bach
pasa la mayor parte de su tiempo libre; algo muy pacífico y
compatible con ser jefe de Recursos Humanos en una empresa en la que
se abusa de los becarios y raramente se alcanza el tercer contrato
temporal; desconfía radicalmente de la civilización y cree en el
mito del buen salvaje; sí un día jugó a revolucionario en los
fines de semana, porque durante los días laborales tampoco era cosa
de ser un héroe y jugársela en el trabajo, actualmente tiene
montado un huerto urbano por parcelas de jardineras en la terraza de
su casa.
La
última estupidez de estos progres Pachamama, versión pijos a lo
Silicon Valley, el modelo de empresa “diáfana”, “colaborativa”
y “humana”, es el “agua
cruda”, un agua que no se trata ni analiza, y que se vende a 6
€ el litro, con lo que podrían pillarse un bonito cólera de
diseño. Gente guay de la Era de Acuario.
El
progresismo practica el doble juego de epatar por la chorrada y la
bufonada y sorprender, al incauto y desclasado, con una política
directamente de derechas.
Entre
las primeras señalaré las relativas a dos medidas tomadas
recientemente:
-
“Suiza prohíbe cocinar langostas vivas en agua hirviendo” . Se propone en su lugar que sean “aturdidas” por un golpe o bien electrocutadas en su cerebro. No parece que el electroshock sea una medida que respete los derechos humanos de la langosta, aunque sí cabe que pueda curarles alguna depresión severa. Por mi parte, soy más partidario del aturdimiento mediante un disco de Los Pekos.
-
“Carmena paga 52.000 euros para un informe de impacto de género sobre el soterramiento de la M-30”. Dejando de lado que, como soy un machista heteropatriarcal, desconozco el término “impacto de género”, me pregunto cómo vincular dicho impacto “de género” y el soterramiento. Y no dudo que ha de haberlo porque, como ha dicho la mente clarividente de la concejal podemita Rita Maestre, "el soterramiento de M-30 tiene por supuesto impacto de género", aunque no ha concretado cuál. Me pregunto si buscará una relación entre hacer deporte en Madrid Río (con la peatonal y de recreo construida sobre parte de la M-30 soterrada) y ver cuál es el porcentaje de empoderamiento femenino que ello aporta o si, directamente, es una traslación de la metáfora sexual de la penetración representada por las escenas cinematográficas de trenes entrando en túneles que alguna mente aberrada puede ahora imaginar con los coches que circulan dentro de la M-30. En cualquier caso, puede que en realidad lo que esté mostrando son posibles corruptelas de financiar a amiguetes del 15-M, como parece sugerir la ampliación de la noticia. Esto ya lo han hecho con anterioridad en un Ayuntamiento tan grande como Alcalá de Henares, uno de los municipios de mayor población de la región de Madrid. De cualquier modo, y tras los recortes sociales que aceptaron de Montoro, tirar el dinero en tal gilipollez, cuando son tan evidentes las necesidades sociales que hay en Madrid en barrios populares y que no son atendidas por este equipo de progres, es del tamaño de la app para encontrar las bolsas de excrementos de perros en los barrios
Entre
las segundas, las que no se diferencian significativamente de la
política que aplicarían los representantes políticos del capital,
cabe mencionar otras dos recientes:
-
La propuesta por Ahora Madrid, y apoyada por el PSOE, de Carlos Granados, uno de los fundadores de la Asociación Francisco de Vitoria, la más ultraconservadora de la judicatura, como director de la Oficina Municipal Antifraude de Madrid. Pero, como fue Fiscal General del Estado con Felipe González, está garantizado su progresismo.
-
Los líos entre IU y Podemos por la exigencia del primero de mayor visibilidad dentro de la coalición, una vez que el segundo pierde fuelle. Añadamos cómo Carmena ha resuelto la crisis de Sánchez Mato, tras destituirle como concejal de Hacienda y darle el premio de consolación de la concejalía de un segundo distrito (Latina), además del que ya tenía (Vicálvaro). La suma demuestra que resuelven sus querellas internas en claves de intercambio de cromos, sillones y chalaneos que permitan a esta alianza de arribistas sin escrúpulos vivir del erario público, con las mismas malas artes de lo que ellos antes llamaban la “vieja política”. El debate político sobre proyectos no existe porque, además de no tenerlos, son intelectualmente mediocres.
A
estas alturas debiera quedar
claro que los progres son la quintacolumna contra la clase
trabajadora y sus conquistas sociales, a
los que han desdeñado
mientras se ocupaban de salvar
koalas, decidir qué cabalgata podría irritar más al carca del
barrio que, en algunos casos, es
un pobre desgraciado también explotado,
en lugar de organizar a los trabajadores contra el capital, soltar
alguna sandez en redes sociales y
esperar que el parlamentarismo burgués cayera rendido a sus pies y
les entregará al Ibex 35 (el capitalismo para ellos no es más que
unas cuantas marcas grandes y no las relaciones patrón-trabajador)
atado de pies y manos, como si fuera las murallas de Jericó.
El
progre de hoy es el que ha actuado de escudero
de un independentismo burgués catalán que, envuelto en su bandera,
ha intentado dividir a la clase trabajadora. El progre de hoy,
amparado en la ilusión de crear una crisis institucional en el
sistema político de la burguesía española, ha recibido el golpe de
lleno sobre su propia mollera y de sus organizaciones, tanto en
Cataluña como en España. En estos momentos, anda
dando vueltas intentando ver cómo se quita la patata de encima.
Desde España, pasando la responsabilidad de
cabalgar las contradicciones de período aquél del derecho a decidir
tan criticado desde dentro y
desde los aledaños del partido morado a
sus socios de En Común, Podemos
ha decidido hacer un mutis por el foro.
Del
mismo modo, muchas de esas organizaciones autodenominadas
“comunistas” consideraron una obligación “revolucionaria”
sustituir la lucha entre
capital y trabajo por la lucha entre burguesías centrales y
periféricas, esperando convertir un choque de trenes entre conceptos
de democracia burguesa enfrentados en una oportunidad para una
desestabilización del orden burgués y han acabado por comprobar que
ni tocaron un pelo del poder económico y social del capital ni
hicieron otra cosa que reforzar su hegemonía política.
A
estas alturas que nos
autoreivindiquemos quienes avisamos de las consecuencias que tendría
el juego de estos sucursalistas del
enfrentamiento interburgués
carece de sentido. Aquellos que quisieron conocerlo pudieron hacerlo. Como
cuando el 15-M o Podemos eran
invictus, progres y falsos
“commies” y mantenían su dictadura del “proGretariado” contra
quienes sosteníamos la eterna bandera comunista de ni guerra entre
pueblos ni paz entre clases, en esta ocasión también era
duro dar la cara y recibir los insultos de la troupe .
Éramos, según esos grandes pensadores de la revolución del nunca
jamás, nazbols, careciendo de todo conocimiento teórico y real
acerca de lo que significaba tal palabra, e “izquierda tricornio”.
Uno de esos partidarios de la
tiranía de lo que entonces era “políticamente correcto” dentro
de la fauna “izquierdista”, en el sentido que Lenin le dio al
término, ha terminado por admitir dónde ha acabado su
ensoñación, sin autocrítica alguna, por supuesto.
Aún
así, ha sido mucho más valiente, dado que no representa a nadie (es decir a
miles de seguidores twitter: nadie y nada en
el mundo real) que la fauna
progre que se dice de izquierdas y que incluso, en algunos casos,
secuestra el término comunista.
No
obstante, algún día habrá que analizar cómo la preeminencia del
discurso emocional de las patrias ha conducido a que dentro de
nuestra clase, y de sectores que se dicen comunistas, penetre la idea
irracional, primitiva y
nacionalista contra nuestra
clase. A día de hoy creo
que, como mínimo, hay que combatir contra dos: ésta
y ésta.
De la segunda diré que entiendo que en la lucha contra el fascismo
era necesario desplegar toda energía humana capaz de aplastarlo pero
también que emplearla dejó sus consecuencias posteriores y que
traicionar la idea comunista de la lucha de clases entonces sigue
significando algo hoy.
De
la mezcla de una y otra vías, nace
una corriente nacionalista, aquí falangista, allí defensora de
Pedro El Grande, que hoy
se encuentra con una idea de gloria representada en un caso por Blas
de Lezo y en el otro por Yuri Gagarin. Pero a las realidades de ambos países, lo que les ha
marcado en los siglos que hoy explican su devenir,
tuvieron más que ver con los maestros de la República española y
con los editores de la revista Iskra, con la primera CNT y con los
bolcheviques, a pesar de todas las diferencias ideológicas
entre ellos, que con visiones
exaltadas de una idea de pueblo que no era otra cosa que la
idealización de las élites
económicas y políticas que
las viejas y nuevas clases
usaron
en su momento en su provecho.
Quienes hoy aún seguís reivindicándooos de izquierda,
progres sin posibilidad de ser otra cosa, porque decís
que podéis cambiar algo que merezca la pena (un día discutimos qué
merece la pena), asumís que el cambio es que la Iglesia
Católica pague el IBI pero nunca la paga cuando gobiernan
los vuestros
(salen
en procesión), defendéis
el derecho a la palabra y os
parece que irrumpe cuando os ofende. En realidad, no tenéis nada que ofrecer a los trabajadores desde vuestros gobiernos de la nada.
Nada que la clase trabajadora
recibiera como homenaje o regalo vuestro. Nada que agradeceros y que
no hubiera que lograr sin amenaza de huelga o con ella. Como en el caso de cualquier gobierno burgués.
Lo
que hoy queda de vuestro paso por los parlamentos, los ayuntamientos
y alguna consejería autonómica, es un vacío superior al que dejó
Felipe González, padre de los tahúres y engañabobos desclasados. Votar bajo el régimen burgués es casi siempre error. Venís de la estupidez de un Presidente idiota y
oportunista, que solo actuaba con encuestas por delante, llamado Zapatero. Sois la
consecuencia ideológica del “algo
tiene que haber mejor que Aznar”. Pero Aznar solo era un sádico acomplejado. La opción estúpida de un capital
que pasaba al ataque sin la sutileza que hoy nos prestan los Macron y
los Rivera que ahora tocan. Finalmente, podemitas y progres de IU
sois tan inútiles a la idea de “progreso” que ya ha diseñado la
burguesía que os habéis quemado sin jugárosla políticamente. Al menos Tsipras tuvo el valor de atreverse a ser un traidor a los trabajadores. Vuestro asalto a los cielos solo es el de la rana que se queda en el charco sin intentar siquiera el brinco que simula acercarse a un gobierno que os atemoriza. Ese gobierno es sucio, es el que vende a los explotados pero, al menos, significa dar la cara. Os habéis rendido al capital antes que os insinuara siquiera la idea de compraros.
Estamos
ante el más formidable ataque a las pensiones de todo el período de
estabilidad democrática de la burguesía, Unos
600 hombres
y mujeres serán la cifra de muertos en accidentes laborales cuando
se contabilicen los datos de diciembre de 2017, sin que a casi
nadie le importe, porque ni tienen sindicatos que merezcan el nombre
ni lobbys mediáticos que se escandalicen por sus muertes y,
por supuesto, culpar al capitalismo es más duro profesionalmente que
culpar a asesinos individuales.
Puedes perder el puesto de
trabajo si lo haces. No es
moderno. Del mismo modo que no lo es que sepamos que 8
de cada 10 alemanes temen ser pobres por no poder pagar el alto
precio del alquiler de sus viviendas. No faltará el idiota que
crea que lo mejor es comprarla, aunque quizá no pueda pagarla y
acabe perdiendo el derecho a techo. Mientras tanto vemos en España
como el gas o la electricidad se comen las subidas miserables de las
pensiones o de los salarios mínimos interprofesionales o cómo cada
vez más empresas invitan a sus trabajadoras a congelar sus óvulos e
incluso ofrecen ayudas para retrasar su maternidad.
No
dejan de ser datos cogidos al azar entre los cientos que podrían ser
presentados pero que a los progres e izquierdas organizadas parece importarles nada, si no es con el
fin de lograr unos una interpelación parlamentaria o una entrada,
los extraparlamentarios, en
alguna web aún más desnortada ideológicamente que ellos.
Es
hora de enterrar los cadáveres. A la clase trabajadora no le le han
sido de utilidad ninguno de
ellos, ni los progres, ni los que supuestamente están a la izquierda
de tal izquierda.
La
respuesta de la clase trabajadora no vendrá de quienes la usan para medrar como forma de empleo ni de quienes creen que la respuesta
frente al momento político que le afecta sea seguir
organizando procesiones, como
tampoco antifascismos que degeneran en violencia de tribu urbana y
que carecen de vínculo alguno con la clase, allí donde se produce
la explotación y hay que pelear en la empresa cada día.
Organizar
a la clase trabajadora no lo harán ni de Podemos o sus próximos ex socios, IU,
ni los que sacralizaban la mani/concentración cuanto mas marginal mejor. La naftalina
y la pose no hacen
clase.
Organizar
a la clase trabajadora es otra cosa. Es ser con ella. Escucharla
antes de tener la osadía de soltarle la soflama rancia. Ser parte de
ella: vivir su propia historia en carne propia. No ser un liberado
profesional con sueldo generoso. Entender su propio lenguaje para no
decirle tonterías que no entiende ni tiene porqué entender
porque es jerga fosilizada. Tampoco idealizarla porque no es cierto
que la clase nunca se equivoque. Lo hace y mucho. Pero para que sus miembros más conscientes puedan estar siempre pegados a
ella es clave que sepan traducirse mutuamente. Es el militante más comprometido
el que debe ser capaz de extraer de la clase la explicación de lo que ésta pudiera llegar a entender por, su liberación. Es ahí donde debe producirse el diálogo entre clase y comunistas como parte de la misma.
Hoy
no existe la vanguardia comunista. Si existiera, el militante que os
habla no habría necesitado 8 páginas para aclararse a sí mismo y
compartir con otros militantes y con una parte de los sectores
conscientes de su clase su búsqueda de conclusiones que algunos
trabajadores, incluso escasamente conscientes, obtienen de forma más
directa.
La labor de un comunista es captar, como savia del
árbol, la esencia de la realidad, pero también la percepción de cada
trabajador sobre lo que es para él el trabajo, cómo lo vive, qué deposita en él y sobre cómo se evade de esa realidad, de las
miserias, de las cotidianeidades, de las pequeñas y grandes
esperanzas de nuestra clase y, pegados a ella, darle vida a su
proyección humana más allá de lo inmediato para entender, con
ella, qué significa, de verdad, la emancipación del ser humano del
reino de la necesidad, nacido de la realidad de la explotación, que
el trabajador no “siente” como tal.
A
partir de ahí, existe todo
un mundo de compromisos diarios, en el curro, en el
centro de salud como “pacientes” (nos llaman usuarios, con
mentalidad privatizadora), en la escuela/instituto/universidad (donde
toque como padres, donde sea como alumnos, siempre que podamos juntos
en ambas cosas), en el barrio, cuando peleamos por una cancha
deportiva para nuestros hijos o por un parque para andar nosotros, en
el centro de tercera edad, porque no hemos muerto y estamos muy vivos
y con ganas de decir que las cosas no son así, en...Y tratando de
organizar a nuestra clase porque lo que importa no es la victoria
inmediata, ni la que pudieran cedernos, sino que los trabajadores
sepamos que, si tomamos el poder en los centros de trabajo y en los
barrios, el universo es nuestro