Por
Marat
Creo
no ser sospechoso de simpatía hacia el independentismo catalán. He
mostrado mi rechazo hacia su carácter reaccionario y burgués en
varios artículos, por algunos de los cuáles he recibido
determinadas caricias tanto de trabucaires nacionalistas como de
comunitaristas identitarios mal disfrazados de comunistas. Nada que
reprocharles. Como ellos, yo tampoco hago prisioneros.
Pero
hay algo que me daba miedo: el despertar de verdad, no el de ese que
aún no había mostrado toda su oreja, del nacionalismo español más
bárbaro, cafre, vengativo y odioso por su sed de sangre.
La
declaración virtual de independencia del 1 de Octubre, y el irse a
cenar y de finde inmediatamente posterior de los indepes, sin
siquiera detenerse a quitar la rojigualda del Palau de la
Generalitat, junto con la patética huida de Puigdemont y todo lo que
vino después, creó desconcierto, vergüenza mal disimulada y
sensación de derrota, reforzada por la obediencia funcionarial al
155.
El
desfonde del procés e incluso su descrédito ante la opera bufa que
éste había representado hacía aconsejable un perfil bajo del
Estado para reconducir la situación. La huida insolidaria del
President de la Generalitat con la mayoría de los Consellers que se
había quedado en España y que sí se presentaron ante la jueza de
la Audiencia Nacional este jueves 2 de Noviembre reforzaba, en mi
opinión, esta tesis.
En
una red social anuncié ayer a primeras horas de la tarde mis temores
a que no fuera así. Lo expresé en dos ideas:
-
“La inteligencia de la ley está en que sus acciones reparen más de lo que dañen”.
-
“En manos de la juez está no dar un espaldarazo al independentismo. Encarcelar a los miembros del exGovern sería echar gasolina al fuego”.
La
decisión de la jueza Lamela de atender a lo requerimientos del
fiscal Maza del “todos a la cárcel", enviando a la de Estremera a 7
Consellers y un vicepresidente de la Generalitat demostró lo
acertado de mis temores.
El
fiscal José Manuel Maza ya había demostrado ser un personaje
parcial a favor de los corruptos y con tendencias a una parcialidad
absoluta, dentro una visión de la ley guiada por su ideología y las
deudas políticas con quienes le han nombrado. No, desde luego, por
un sentido del equilibrio.
La
jueza Carmen Lamela, una individua bisoña en un papel que le venía
grande, ha demostrado que ni es inteligente ni tiene sentido de la
ponderación, ni capacidad para ser otra cosa que el brazo ejecutor
del españolismo más rancio y vengativo.
Hay
una lógica de lo jurídico que no tiene porqué coincidir con la
lógica de lo político, pero quien olvida el momento en el que
actúa, el equilibrio necesario en sus decisiones judiciales, hace
que éstas dañen más de lo que reparan. Ha dado alas y, peor aún,
razones a la sinrazón del independentismo.
Lo
peor no es que el independentismo pueda ganar de nuevo las
elecciones, ya que tiene muy difícil lograr sus objetivos, tal y
como lo han demostrado hechos previos. Pero ahora logrará hacer real
el papel de víctimas a sus promotores e incluso ha redimido a
Puigemont del ridículo de su huida, al demostrar que había algo de
fundamento en su desconfianza hacia la justicia española.
Lo
peor es que el ensañamiento en el choque de cabestros nacionalistas de uno
y otro lado del Ebro se enconará aún más, acercándonos a
situaciones de previsible violencia entre comunidades y entre
catalanes, que hasta el momento no se había producido.
Lo peor es que, si ambas burguesías logran enrolar a sectores importantes de las clases trabajadoras en sus aventuras patrióticas, serán estos segmentos de las clases trabajadoras quienes paguen aún más caro lo que ya significa el choque entre nacionalismos: el fin de la voz propia que haga oír sus necesidades y realidades, mayores recortes sociales, que ya se anuncian, y una represión que será mucho menos clemente con ellos, como ya ha sucedido a tantos sindicalistas que aún esperan condenas por sus participaciones en las luchas obreras y en las huelgas.
Lo peor es que, si ambas burguesías logran enrolar a sectores importantes de las clases trabajadoras en sus aventuras patrióticas, serán estos segmentos de las clases trabajadoras quienes paguen aún más caro lo que ya significa el choque entre nacionalismos: el fin de la voz propia que haga oír sus necesidades y realidades, mayores recortes sociales, que ya se anuncian, y una represión que será mucho menos clemente con ellos, como ya ha sucedido a tantos sindicalistas que aún esperan condenas por sus participaciones en las luchas obreras y en las huelgas.
Siempre
he pensado que debe de haber un círculo del infierno de Dante
especialmente dedicado a periodistas y gentes de las leyes. Espero
que el que reciba a determinados jueces y fiscales conlleve el peor
de los tormentos para ellos.
PD:
Espero que ningún nacionalista intente usar este texto en su favor
porque mi asco y mi desprecio de internacionalista hacia ellos
sigue intacto.