Fotografía Greg Butterfield |
Greg Butterfiled. Slavyangrad.es
Mirando
a través de la mirilla de un arma antitanque experimenté un momento
de profunda comprensión de lo que está en juego en la lucha
antifascista en Ucrania. Ocurrió cuando visitaba la base de Prizrak,
la milicia antifascista Brigada Prizrak, en las afueras de Kirovsk,
en la parte noroeste de la República Popular de Lugansk
independiente.
Allí
estaba rodeado de soldados voluntarios, no solo de Donbass y de
Rusia, sino de India, España, Italia, Noruega y varios países más,
tanto hombres como mujeres. Jóvenes comunistas y antifascistas,
internacionalistas viviendo en las condiciones más duras que se
puedan imaginar, con sus dormitorios cavados en la tierra, a merced
de lluvias torrenciales o granizo, rodeados de metralla, restos de
bombas y vehículos quemados en batallas pasadas.
Varios
días antes, las fuerzas ucranianas habían atacado una parada de
autobús cercana tratando de avanzar. El ataque fue repelido. Ahora,
los soldados de Prizrak cavaban trincheras para prevenir otro ataque
de fuerzas enemigas mejor equipadas.
A
través de la mirilla tuve una mejor visión de la base ucraniana
justo al otro lado de la tierra de nadie, visible al ojo humano desde
nuestra posición. Además de tiendas de campaña y vehículos y
personas en movimiento, pude ver dos banderas. Una era la bandera
ucraniana. La otra, la bandera roja y negra del fascista Praviy
Sektor.
Era
8 de mayo.
El
segundo momento que me abrió los ojos llegó al día siguiente, el 9
de mayo. Celebrada como el Día de la Victoria en toda la antigua
Unión Soviética, marca la derrota final de la Alemania nazi ante el
Ejército Rojo y las fuerzas partisanas en 1945, a costa de 27
millones de vidas soviéticas.
En
Lugansk, capital de la República, participé en el desfile del Día
de la Victoria junto a los comunistas y el Komsomol de Lugansk. Al
salir de las oficinas del Partido Comunista en el centro de la
ciudad, vi a decenas de miles de personas que se dirigían, por la
calle principal, al lugar de reunión: jóvenes, mayores, veteranos,
trabajadores, padres con niños, adolescentes. Prácticamente todos
portaban imágenes de sus antepasados que habían luchado o muerto en
la Gran Guerra Patria, como se denomina la lucha antifascista
soviética de la Segunda Guerra Mundial. Muchos portaban también la
Bandera de la Victoria, la bandera con la hoz y el martillo de la
división del Ejército Rojo que entró en Berlín e izó la bandera
roja en el Reichstag.
Cuando
me integraba entre la multitud, pensé lo difícil que sería
explicar esta experiencia en mi país. He participado en numerosas
manifestaciones, incluyendo algunas de gran tamaño, probablemente de
mayor tamaño que esta, pero ese sentimiento de unidad y
determinación fue algo que no había sentido antes.
Recordé
que este no era solo un día importante de la Historia, la tragedia y
el triunfo compartido contra todo pronóstico hace siete décadas.
Recordé que hace solo dos años, los fascistas volvían a estar a
las puertas de la ciudad otra vez: las bombas destruían edificios de
apartamentos, colegios y hospitales. Una mujer fue hecha pedazos en
plena calle, frente al edificio del Gobierno ocupado por los
antifascistas. Los tanques circulaban por las calles y los tiroteos
se escuchaban en las calles.
Camino
a Lugansk, habíamos parado ante un memorial junto a la carretera: un
tanque destrozado a apenas dos kilómetros de la ciudad. En la
primavera de 2014, el personal del tanque se ofreció voluntario para
mantener la línea frente a las tropas ucranianas en su avance, dando
así tiempo a la resistencia antifascista para preparar la defensa de
la ciudad. Los cuatro murieron, quemados vivos en el tanque.
En
los pocos minutos que nosotros, los visitantes extranjeros, paramos
para fotografiar el memorial, al menos media docena de vehículos de
población local pararon también. Las familias llevaban flores y
lazos que depositaban frente al tanque, ofrendas de agradecimiento y
recuerdo que se acumulaban ante las docenas anteriores.
Pasé
el Día de la Victoria junto a Lisa Chalenko, de dos años. Solo era
un bebé cuando Lugansk se encontraba sitiada. Sus padres recuerdan
ese tiempo demasiado bien. Miles de padres y madres, niños,
adolescentes o abuelos de Lugansk lo recuerdan también. Para ellos,
y para muchos en las Repúblicas de Donbass, en Odessa, en Ucrania,
la lucha contra el fascismo no es historia. Es su vida actual.
9 de Mayo. Fotografía: Greg Butterfield |
Y
mientras aquí, en el corazón del imperialismo, en las tripas de
Wall Street, es difícil encontrar a alguien que haya oído hablar de
la guerra en Donbass y muchos autoproclamados izquierdistas o
progresistas prefieren ignorar, o incluso condenar, la resistencia de
Donetsk y Lugansk, allí todos comprenden que la junta ucraniana, las
bandas fascistas y las constantes infracciones del alto el fuego no
podrían continuar un solo día más sin el apoyo de Estados Unidos.
Ya
es hora de que el movimiento contra la guerra se ponga serio y
comience a apoyar esta lucha y que haga ver a la clase trabajadora y
a los movimientos juveniles y progresistas esta realidad.
Porque
esta guerra, esta lucha, está aquí para quedarse.
Ruinas
de la guerra
Todas
y cada una de las personas con las que hablé en mis ocho días de
visita a Donbass estuvieron de acuerdo en ello, ya fueran soldados,
activistas políticos, estudiantes, padres, periodistas o taxistas.
Visité
la ciudad de Donetsk, capital de la República Popular de Donetsk,
unos días antes de llegar a Lugansk para el Foro Internacional
Antifascista en Krasnodon el 7 de mayo. En mi estanca allí, tuve la
oportunidad de ver en primera persona lo que significa el apoyo
estadounidense a la junta de Kiev.
Donetsk
es una bonita ciudad soviética, llena de cultura y amplios
bulevares, parques y universidades construidas para que la clase
obrera, en esta región formada principalmente por mineros y
trabajadores del metal, pudiera disfrutar de ellas. Antes de la
guerra, esta era la región más obrera de Ucrania, con una población
que, pese a dos décadas y media de ruina capitalista, aún mantenía
aspiraciones socialistas.
Los
líderes de la República Popular de Donetsk han trabajado duro para
reconstruir y establecer cierta normalidad para la población de la
ciudad al margen de la guerra y del bloqueo económico. Pero a un
trayecto de pocos minutos en coche, ya se está otra vez en la
primera línea del frente de la guerra.
Junto
a Janus Putkonen, director de la Agencia
Internacional de Noticias de Donetsk, llegué a las afueras de
Donetsk. Me mostró la autopista y las vías del tren que antes
conectaban Donetsk y Lugansk, ahora cortadas por las fuerzas de
ocupación ucranianas. El sonido de las armas se oía de cerca.
Condujimos
hasta Oktyabrsky, un barrio de las afueras de Donetsk. Mercados,
apartamentos, un teatro, todo quemado o demolido. Filas y filas de
pequeñas casas y comercios destruidos por los bombardeos ucranianos:
tejados colapsados, partes enteras de los edificios arrancados, un
cementerio bombardeado.
Y
a lo lejos, los destruidos restos del aeropuerto de Donetsk.
Quienes
siguen viviendo aquí, principalmente en grandes bloques de pisos,
han tapado con madera las ventanas rotas en lugar de sustituirlas,
porque todos comprenden que la destrucción volverá.
El
sonido de los bombardeos continúa por la noche. Las cosas estaban
relativamente tranquilas durante mi visita, la primera semana de
mayo, por un informal alto el fuego durante la semana de Pascua. Pero
los bombardeos de Donetsk y otras ciudades se han reanudado e
intensificado esta última semana.
La
guerra no ha acabado ni hay un final a la vista. ¿Por qué? Desde
luego, los residentes de Donetsk y Lugansk están hartos de la guerra
y del bloqueo. Pero no están dispuestos a rendirse ante Kiev. Saben
que si lo hicieran el resultado sería un genocidio, el programa de
los batallones fascistas que soportan a la junta neoliberal y de los
neo-nazis del Gobierno como el presidente del parlamento Andriy
Parubiy.
Las
tropas ucranianas cuentan con más armas, más soldados, más
vehículos. Pero los soldados reclutados para sus filas están
desmoralizados. Solo los batallones neo-nazis, que reciben
entrenamiento militar de Estados Unidos, están motivados para
luchar.
Los
ejércitos populares de Donetsk y de Lugansk, formados principalmente
de residentes locales, están motivados para defender su tierra y a
sus familias. Pese a que muchos soldados ya han sido desmovilizados,
decenas de miles pueden volver a tomar las armas en cuestión de 72
horas si fuera necesario.
La
única posibilidad de Ucrania de ganar la guerra, dice Putkonen, es
con bombardeos de la OTAN como ya hiciera contra Yugoslavia. Pero
esto supondría bombardeos aéreos en la misma frontera de la
Federación Rusa.
Ninguna
de las partes puede rendirse, insiste Putkonen. Si el Gobierno ruso
retirara su promesa de ayudar a las repúblicas de Donbass, saben que
serían los siguientes en la lista de Washington. Si Estados Unidos y
la OTAN dan marcha atrás, sería el inicio de un efecto dominó de
resistencia en la región.
Solo
hay una solución aceptable y en ella jugamos una parte importante.
Es el derrocamiento del régimen neoliberal, de inspiración neo-nazi
y oligárquico de Kiev apoyando la creación de un potente movimiento
contra la guerra en Estados Unidos para impedir que el Pentágono y
la OTAN intervengan.
Los
niños de Lugansk, los ancianos que viven en sótanos cerca de la
línea del frente y los trabajadores de las repúblicas de Donbass ya
están haciendo su parte. Y esperan que nosotros hagamos la nuestra.