Miguel
Urbano Rodrigues. O Diario
La
evolución de la crisis griega manifiesta rasgos del poder del
imperialismo que tal vez en ninguna situación anterior fueron
evidentes de una forma tan flagrante. Syriza, fuerza socialdemócrata,
no cuestiona para nada el capitalismo. Pero la enorme distancia entre
sus promesas electorales y las imposiciones de la troika le obligaron
a intentar obtener algún margen de negociación. Acontece que, en
nuestros días, es suficiente que un político en el poder ose
contestar, incluso tímidamente, la dictadura del capital para ser
tratado como enemigo del sistema. El imperialismo no negocia, exige
la rendición incondicional. La alternativa de los pueblos sólo
existe en la perspectiva del socialismo.
La
evolución de la crisis griega encierra lecciones muy importantes
para las fuerzas progresistas que en decenas de países luchan en
contextos muy diferentes contra el imperialismo.
La
principal de esas lecciones confirmó la imposibilidad de eso que
desde la socialdemocracia se llama “la reforma humanizada del
capitalismo”.
La
victoria de Syriza en las elecciones griegas sembró ilusiones. Los
discursos de Tsipras durante la campaña, llenos de promesas,
contribuyeron a que los partidos socialdemócratas, en Europa y en
América Latina, definiesen a Syriza como un partido de “izquierda
radical”, con una clara vocación de realizar grandes
transformaciones en la sociedad helénica. El gobierno de Syriza-Anel
recibió incluso el apoyo de algunos partidos comunistas europeos.
No
obstante, después de iniciar las negociaciones con las instituciones
europeas (nueva designación para la troika) quedó claro que Tsipras
coincidía con la mayoría de las exigencias de Bruselas.
Durante
una visita de dos semanas que realicé a Grecia comprendí que su
gobierno se proponía dar continuidad a la política de sumisión al
imperialismo desarrollado por la coalición de Nueva Democracia y
Pasok, introduciendo simplemente algunos cambios cosméticos.
Las
continuas cesiones a las propuestas de los socios de Bruselas no
impidieron que estos aplazasen sucesivamente el acuerdo que
permitiría al gobierno de Atenas recibir 7.200 millones de euros (el
último tramo del segundo plan de “ayuda”), evitando el default
inminente.
Días
antes del final del plazo para el pago al FMI de 1.500 millones de
euros, Tsipras, en una jugada rocambolesca, anunció la convocatoria
de un referendo. El pueblo tenía que responder si aceptaba o
rechazaba la última propuesta presentada por el Eurogrupo. ¡Y en un
discurso dramático en el Parlamento pidió a los electores que
votasen NO!
El
electorado respondió a su llamada. El NO recibió el 61% de los
votos emitidos. El gobierno lo interpretó como una aprobación del
Memorando de Syriza. El referendo, rechazado por el Partido
Comunista, fue una maniobra teatral de Tsipras. Es significativo que
al día siguiente del referendo, Syriza, Pasok y Potami publicasen,
en un claro consenso de la política de clase del gobierno, un
comunicado conjunto.
Al
retomar las negociaciones en Bruselas, el primer-ministro griego
traicionó la confianza de los electores, pidió un nuevo rescate de
53.000 millones de euros y presentó al Eurogrupo propuestas peores
que las últimas que había rechazado.
Rechazaran
la austeridad, pero días después propusieron una austeridad
reforzada.
Al
contrario de lo que muchos esperaban, la firma del Acuerdo tropezó
con la tenaz oposición de Alemania, Holanda, Finlandia y de otros
países. No es sólo el contenido de las propuestas de Atenas lo que
se cuestiona. El gobierno de Tsipras se rindió completamente,
confirmando las previsiones del KKE (ver odiario.info de 30/06/15).
El
pantanoso punto muerto en que se encuentran las negociaciones de
Bruselas es el resultado de las contradicciones que dividen a los
miembros del Eurogrupo, concretamente a Alemania y Francia. El
gobierno de Merkel pretende excluir a Grecia del euro.
Chile,
Venezuela, Grecia
La
consideración de que el capitalismo no encuentra soluciones para la
crisis estructural que está atravesando, contribuyó a un aumento de
la agresividad imperialista (Gascão, odiario , 3/7/15)
Esa
opción es evidente en la estrategia de los EE UU, dispuestos a
recurrir a la violencia contra los pueblos cuyos gobiernos no se
sometan incondicionalmente a su proyecto de dominación planetaria.
El
bloqueo a Cuba, las guerras de agresión contra Irak, Afganistán y
Libia, la ayuda militar y política a las organizaciones terroristas
sirias, el apoyo a las agresiones del estado fascista de Israel y las
amenazas a Irán expresan con mucha claridad esa política.
Nunca
la solidaridad de las grandes potencias imperialistas en defensa del
Orden del Capital fue tan evidente.
La
evolución de la crisis griega confiere actualidad a las lecciones de
Chile. La respuesta a la opción socialista de la Unidad Popular de
Allende en el poder, en la que participaba un partido socialista en
ese momento marxista y el partido comunista, fue un sangriento golpe
militar.
Transcurridos
más de 40 años y tras la desaparición de la URSS, el mundo,
hegemonizado por el capitalismo, es muy diferente.
Hoy
es suficiente con que un político en el poder ose contestar, aunque
sea tímidamente, a la dictadura del capital para ser tratado como
enemigo del sistema.
En
Honduras, Manuel Zelaya, el presidente constitucional, fue separado
del poder por un golpe militar organizado en la embajada de los EE
UU. En Paraguay, se depuso a un presidente que defendía unas tímidas
reformas que eran del desagrado de Washington.
En
Ecuador, Obama desearía substituir a Rafael Correa, un reformista
neokeynesiano, por un oligarca neoliberal sumiso a la Casa Blanca.
Los EE UU, además, apoyaron tentativas golpistas contra el
presidente Correa.
En
Venezuela, Bush y Obama montaron y financiaron, sin éxito, sucesivas
conspiraciones para destituir a Hugo Chávez, a pesar de que las
estructuras del capitalismo permanecen casi intactas en ese país.
Fallecido Chávez, una campaña mediática demoledora satanizó al
inofensivo “Socialismo del Siglo XXI” y el presidente Obama
afirmó haber identificado en el gobierno de Maduro una intolerable
“amenaza a la seguridad de los EE UU”.
Y
en Bolivia, los tímidos matices socializantes del gobierno de Evo
Morales incomodaron tanto a Washington que el embajador
norteamericano en ese país organizó una conspiración fallida cuyo
desenlace final terminó con su expulsión de La Paz.
La
alternativa es la revolución
En
la actual confusión ideológica, estimulada por un sistema mediático
manipulador, la sumisión total de Grecia a los sacerdotes del
capital vino a confirmar –insisto– la imposibilidad de la
transformación profunda de las sociedades capitalistas en el ámbito
del sistema, es decir, por la vía institucional.
Ahora
bien, se han disipado las ilusiones sembradas por Syriza y los
demagogos populistas Tsipras y Varoufakis?
No.
En Europa, fuerzas políticas progresistas y algunos partidos
comunistas, cocretamente los del Partido de la Izquierda Europea, a
pesar de tener el socialismo como objetivo final, actúan en el
sistema como si algún día fuese posible llegar al gobierno por la
vía electoral.
Obviamente,
en el actual contexto europeo, la conquista del poder a través de
una revolución es una imposibilidad a corto plazo, ya que si bien es
cierto que en algunos países de la Unión Europea existen
condiciones objetivas para rupturas revolucionarias, faltan las
condiciones subjetivas.
Pero
no por eso, dejan de ser realistas los programas, a veces muy
ambiciosos, concebidos para una transición en el marco de una
revolución democrática y nacional.
En
condiciones mucho más favorables de las actualmente vigentes, la
revolución democrática y nacional portuguesa, inspirada en los
valores de Abril, fue brutalmente interrumpida por un golpe militar
promovido por la burguesía con el apoyo del imperialismo.
Además,
hoy, desaparecida la Unión Soviética, las grandes potencias de la
Unión Europea recurrirían a la violencia, si fuese necesario,
contra cualquier país miembro que osase cuestionar el orden
capitalista en el ámbito de una revolución democrática y nacional.
Entonces,
¿qué hacer?
Las
revoluciones no están programadas para una fecha.
Casi
siempre estallaron en situaciones inesperadas, en contra de la propia
lógica de la Historia. Eso fue lo que pasó con las revoluciones
francesa de 1789, rusas de 1917, china y cubana.
El
Partido Comunista Griego nos muestra el ejemplo de una organización
revolucionaria que a pesar de que es consciente de que no va a
conquistar el poder en su país próximamente, aliado con otras
fuerzas progresistas, lucha con firmeza y coraje a favor de la
destrucción del sistema capitalista en su país. Se puede estar en
desacuerdo puntualmente con algunos aspectos de su estrategia y de su
discurso, pero por su coherencia y tenacidad en el combate inspiran
en todo el mundo respeto y admiración entre los comunistas.
Las
revoluciones –repito– no tienen fecha en el calendario.
Es
mi convicción inquebrantable que el capitalismo no tiene soluciones
para su crisis estructural. Entró en una lenta agonía que puede
durar muchos años.
El
polo hegemónico del sistema, los EE UU, mantiene con sus aliados una
enorme capacidad para desencadenar guerras imperialistas. Son actos a
la desesperada. Son guerras monstruosas que tropiezan con una
resistencia creciente de los pueblos víctimas de ese terrorismo de
estado.
La
simultaneidad y la convergencia de esas luchas y de la lucha de masas
en muchos países pueden ser decisivas para la desintegración del
sistema, minado por contradicciones internas, y pueden provocar su
derrota final. En ese combate veo como insustituible la participación
de los partidos comunistas revolucionarios.
La
alternativa será la construcción del socialismo después de una
fase de transición dolorosa, prolongada y diferente en cada país.
Una
certeza: la vía institucional para el socialismo es una
imposibilidad histórica.
NOTA DEL EDITOR DE ESTE BLOG: Puede que también le interesen:
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