7 de noviembre de 2013

[VIDEO] OCTUBRE DE SERGUÉI EISENSTEIN. EN EL 96 ANIVERSARIO DE LA REVOLUCIÓN DE OCTUBRE

Boltxe Kolektiboa. La Haine

El mejor homenaje que se puede rendir a Octubre es la mayor fidelidad posible, adaptada a los años que vivimos en el siglo XXI y al lugar donde luchamos

La insurrección se puso en marcha en la noche del 6 al 7 de noviembre (24 y 25 de octubre según el calendario juliano). La Guardia Roja bolchevique tomó el control de los puentes, de las estaciones, del banco central y de la central postal y telefónica justo antes de lanzar un asalto final al Palacio de Invierno. 

La revolución rusa, el hecho más influyente y decisivo del siglo XX, no fue la toma de un palacio de invierno. Sino un proceso social que duró años, con una cadena de crisis y sucesos, pero que muchos años antes de que ocurrieran, específicamente en 1903, algunos ya tenían bastante claro de por dónde tendría que ir el curso de los acontecimientos. (Borroka Garaia)

La revolución proletaria rusa de 1917, que cumple el 7 de noviembre un nuevo aniversario, sigue siendo más que le pese a más de uno y una el hecho más influyente y decisivo del siglo XX y pese a la caída de la URSS por diferentes razones, muchas de ellas de carácter interno, el socialismo y el comunismo sigue infundiendo temor a las clases explotadoras, al imperialismo y a los diferentes reformismos y revisionismos.

Pensamos que el mejor homenaje que se puede rendir a Octubre es la mayor fidelidad posible, adaptada a los años que vivimos en el siglo XXI y al lugar donde luchamos. Continuar con las ideas liberadoras de Marx, Engels, Lenin y cientos de mujeres y hombres que aportaron ilusión y lucha a la causa del socialismo.
En ese sentido, lo mejor es ofrecer el texto del periodista y comunista norteamericano John Reed “Diez días que estremecieron al mundo” y la película que sobre la revolución se realizó en su tiempo, sin duda lo mejor y más fiel a los hechos ocurridos.



4 de noviembre de 2013

CONTRA LA QUINCALLA IDEOLÓGICA

Por Marat

Vengo desde hace mucho denunciando el discurso de la disidencia controlada, de la falsa indignación middle class, del reformismo que pretende vender la burra de que los únicos problemas a los que se enfrentan quienes son castigados con la cura de caballo de las políticas antisociales y de austeridad son la banca, el Estado, los “políticos” en general (donde muchos quincalleros meten a todos los partidos sin distinción), la corrupción y el expolio de lo público.

Si así fuera, bastaría con fomentar los buenos sentimientos cívicos y solidarios entre la “ciudadanía” y lograr que esa buena y filantrópica intención fuera mayoritaria para conseguir que la realidad que ahora vivimos revirtiera y el mundo fuera más humano, equitativo y bello.

Pero las cosas son un poco más complicadas.

La realidad es otra muy distinta a la que cacarea esa patulea.

Los bancos son sólo una parte del sistema económico, en el cuál han cambiado las relaciones laborales en el conjunto de las empresas hasta retroceder en derechos de la clase trabajadora hasta mucho antes de la crisis actual.

Los derechos a una jubilación digna van camino de ser eliminados bajo la excusa de una insostenibilidad del sistema público de pensiones por la inversión de la pirámide de población, cuando es un 27% de paro, la economía sumergida y los intereses de las corporaciones especializadas en planes de pensiones privados sus destructores enemigos.

No son los ciudadanos en genérico los que están perdiendo derechos sociales. Por universales que hayan sido la sanidad, la educación y el derecho al sistema público de pensiones, lo cierto es que no fueron concebidas para las clases medias patrimoniales y empresariales sino para los asalariados con el fin de crear una forma de salario indirecto que permitiese evitar los cracks sistémicos de la economía (al ayudar a que aquellos permitiesen ahorrar en las necesidades básicas para permitir el consumo de masas), como sucedió en la crisis del 29 del pasado siglo. Y son esas clases trabajadoras las más afectadas, con la voladura de lo público, sobre todo en un contexto de bajada continuada de los salarios.    

Los Estados-nación han perdido su capacidad de intervención sobre las economías nacionales y mundiales desde que se inició su desregulación mundial:

  •      En los años 70 con el fin de la paridad del dólar, que permitía la convertibilidad entre las monedas, con una paridad fija frente al dólar. Ello facilitaba cierta estabilidad en el sistema monetario mundial.
  •      En los 80 con la llegada de Thatcher y Reagan a los gobiernos, que se encargarían de poner en práctica las recetas ultraliberales de Friedman y Hayek, desregulando el sistema financiero mundial, las relaciones laborales, a la vez que reducían la intervención estatal en la economía, el gasto público y la presión fiscal.
  •      En los 90 con la desregulación del comercio mundial, a través de un GATT, que pasaría luego a llamarse OMC. A ello debe unirse la autonomía de los bancos centrales nacionales y del BCE respecto a las instituciones políticas de los Estados y de las supranacionales de la UE. Y no debemos olvidar que el Tratado de Maastrich consagró un déficit no superior al 3% y una inflación inferior al 2%
  •      La cuarta y última desregulación se produjo, ya sin necesidad de que los Estados aprobasen los cambios, con la autonomía de lo financiero sobre su función de financiar la economía productiva (industrial, de servicios,…) y convertirse el mercado financiero mundial en un fin en sí mismo, con el único objetivo de beneficiar a los grandes especuladores mundiales a través de un proceso muy complejo de ingeniería financiera, que no entienden ni sus propios diseñadores.

Si la desregulación de la economía mundial y su autonomía sobre los Estados-nación es tal, de poco sirve culpar a los gobiernos de hoy respecto a las estrategias de ayer, sobre todo si tenemos en cuenta que los Estados se han convertido en presos del capital financiero que, después de rescatarlos para evitar una quiebra mundial todo el sistema capitalista, tienen que acudir a la deuda privada de los bancos para proveerse de fondos económicos mes a mes.

No estoy diciendo que los Estados-nación y sus gobiernos carezcan de responsabilidades en el actual estado de las cosas. Lo que afirmo es que una vez producidas las desregulaciones una y dos, hace ya casi 30 años, poca oposición podían ya presentar Estados y gobiernos frente al poder económico mundial. Por encima del hecho de que los Estados representan intereses económicos de clase y bajo el capitalismo, lo son todos, en mayor o menor medida del propio sistema económico y de las burguesías dominantes, lo cierto es que no se entiende que los Estados y los gobiernos atenten contra sus legitimidades y arriesguen explosiones sociales peligrosas para la estabilidad del sistema político si no es porque están sometidos al juego del “Estado-gobierno prisioneros”.

Desde los propios Estados, el único modo de enfrentarse al riesgo de una cadena de Estados fallidos, que ya vemos producirse en los eslabones más débiles del sistema imperialista mundial, a través de conflictos interétnicos e interreligosos, sería una coordinación de aquellos a nivel mundial para imponer una cierta recuperación de la regulación de sus economías nacionales y mundiales. Pero como hemos visto ya, en las sucesivas reuniones de los G-20 y de los G-8 eso no ha dado fruto alguno. Sería ingenuo concluir que sólo por falta de voluntad pues ello atenta contra sus estabilidades fiscal y política, a corto, medio o largo plazo. Los Estados son ya enormemente débiles para combatir la desregulación económica mundial, por encima de la voluntad real que tengan, que sin duda no es mucha. Para cambiar las reglas del juego tendrían que ejercer una violencia tal sobre los principios del libre cambio mundial, los “derechos” de propiedad y de especulación que podría hacer saltar por los aires al propio capitalismo como sistema o arrostrar un retroceso hacia los nacionalismos proteccionistas o autárquicos cuyo resultado es impredecible. Y ni los Estados son partidarios de un modelo socialista, ni siquiera de capitalismo de Estado, ni la inmensa mayoría de la indignación y la disidencia controlada tampoco. Se conforman con la vuelta a los años dorados de las mal llamadas clases medias (aquellas que no son propietarias de medios de producción)

Atacar hoy al Estado y con mucho más entusiasmo a los políticos y los partidos, sin distinción alguna -ahora la indignación ya mete en la “genialidad” aquella de “la misma mierda es” a la socialdemocracia de IU. Quien con ellos se acostó, IU, recibe en la boca toda su meada- y hacer silencio cómplice con el mundo empresarial es abonar el camino a lo que algunos llaman populismo en Europa y que es mero fascismo: hace unos años los Jörg Haider en Austria, Pim Fortuyn en los Países Bajos, los hermanos Kaczynski en Polonia o Jean Marie Le Pen en Francia. Hoy los Beppe Grillo en Italia, los Marie Le Pen en Francia, los Nikolaos Michaloliakos en Grecia, los Nigel Farage en UK, las Siv Jensen en Noruega, los Jimmie Åkesson en Suecia, los Timo Soini en Finlandia o los Gábor Vona en Hungría, los Eduard Limónov en Rusia o los freaki-fascistas 2.0 del Partido X. Y mientras tanto las izquierdas descabezadas, en estado de estupor “ciudadanista”, parálisis mental perpetua y negación y rechazo hacia su vieja identidad de clase y de lucha de clases.

La desviación de la ira social hacia objetivos que no afecten a la naturaleza real del sistema capitalista produce desclasados idiotas y fascistas y en esas andamos.

La crítica al sistema político sin un cuestionamiento absoluto al sistema económico en lo referido a la transferencia de rentas del trabajo a las del capital, a las relaciones sociales de producción y con el escaqueo de ponerse etiquetas de antineoliberal o de anticapitalista sin definir sin vaguedades ni demagogia cuál es el sistema económico que se propugna es, además de una falacia, quincalla engañabobos. Ya está bien de basura ideológica como la llamada “economía del bien común”, de ese telepredicador  a tanto por conferencia llamado Christian Felber, aupado por empresarios y fundaciones globalistas, que se postula como alternativa al “capitalismo de mercado” (¿hay algún capitalismo que no sea de mercado?) y a la “economía planificada” (¡cuánta pirueta ideológica, estilo Attac, para no hablar de socialismo). El problema de los Felber y de los papagayos del “bien común” se llama socialismo y harán lo posible para que el deseo del mismo no prospere. Por eso nos hablan, cuál candorosas beatas, de valores en los que esa “economía” se basa tales como “confianza, honestidad, responsabilidad, cooperación, solidaridad, generosidad y compasión”. Pero ¿es que en casi 200 años de opresión de unas clases sobre otras y de lucha de clases no hemos aprendido a reconocer a los Felber y a sus mercancías averiadas para consumo de borregos y desclasados?

Por favor, que esa porquería ya nos la vendieron en su día los sindicatos católicos –y no hablo de la evolución de la HOAC- sino de aquellos que crearon en su día hijos de traficantes de esclavos como el segundo Marqués de Comillas, que ideó organizaciones que integraban patronos y trabajadores, como barrera frente a la combatividad de la CNT y la UGT de la época.

Es llamativo que uno de los mayores especuladores capitalistas del mundo como George Soros, que ha arruinado a países enteros, sea un impulsor de la economía del Bien Común, esa expresión de marketing, con capacidad de apelar a emociones blandas y fáciles antes que a la racionalidad que cuestiona el orden capitalista. La máxima de siente a un pobre en su mesa, para que no le robe su hacienda, se hace verdad con esta mierda ideológica.

Sirva de referencia el hecho de que esta “teoría” (ideología en el sentido más peyorativo de la palabra) del Bien Común es una evolución del principio de la Responsabilidad Social Corporativa (RSC) que, de nuevo, es una evolución laica de la “caridad filantrópica” del empresario bienintencionado que, con una mano te da unas migajas de la mucha plusvalía, si señores, plusvalía, que con la otra expropia a los trabajadores. Las comunidades indígenas en Latinoamérica recuerdan muy bien el cambio modernizado de espejitos en la “cooperación” de Repsol con ellas por petróleo del mismo modo que los explotados en cochambrosos talleres de Asia conocen la práctica "respetuosa" de El Corte Inglés respecto a sus condiciones de trabajo Pero eso sí, las grandes corporaciones que aplican su “bien común” de la Responsabilidad Social Corporativa hacen bellísimas memorias anuales de sus bienintencionadas RSC.

Señores del bien común. La filfa que ustedes venden es tan vieja como el falso socialismo inglés, conocido como socialismo fabiano, el pensamiento humanista de Stuart Mill y una parte de la escuela utilitarista, o el llamado socialismo utópico del siglo XIX. Pura conciliación de clases, con sopa boba y fundaciones hoy para que los oprimidos y humillados no acabemos expropiarles sus empresas y ponerlas a funcionar en régimen de propiedad colectiva autogestionada, mientras a ustedes les ponemos a trabajar de verdad, como nosotros, con un salario de mierda.

Digan lo que digan, proclamen lo que proclamen los bucaneros del bien común, el modelo que pretenden, solapadamente, es la sustitución del llamado Estado del Bienestar, en fase de misa de difuntos, por la acción narcotizante de las damas de la caridad.

Hablar de corrupción sin plantearse cortar los hilos de la misma, encarcelando a los corruptores y persiguiendo la actividad delictiva y corruptora de las empresas es hacer fascio-liberalismo algo que, como demuestran los nuevos fascismos europeos, es perfectamente compatible: liberales en lo económico, fascistas en lo político. Ya se acabaron los tiempos del fascismo paternalista de los años 20 y 30 del pasado siglo, sencillamente porque ya no necesitan robar parte de las masas sociales a los bolcheviques, dado que estos últimos han traicionado su legado.

Hoy no hay apenas corrupción en las instituciones sin venta de lo público, contrataciones de servicios con la administración a dedo o con falsos concursos y pelotazos empresariales increíbles. No digo que fuera del capitalismo no pueda haber corrupción pero afirmo que el capitalismo no puede existir sin ella. Desconfíen de aquellos países que en el manipulado ranking de Transparencia Internacional están más abajo que España. Simplemente en muchos de ellos han legalizado esa corrupción a través de leyes que dan carta de naturaleza jurídica a los lobbys.   

Por último, no puedo dejar pasar el hacer mención a los necios que jalean todo lo que medios pseudoprogres (en realidad empresas más dañinas que el grupo Prisa porque éste ya ha sido desenmascarado) les ponen delante de la vista. Me refiero a medios como La Sexta, El Diario o Público que, amparándose en una falsa indignación teledirigida promueven indecentes subproductos de la peor estofa ideológica como el Partido X, creado para mantener viva la llama del descompuesto cadáver del 15M y antipartido, antipolíticos y antitrasnformación social de las auténticas relaciones de poder, las económicas,  o a sujetos de tan nefasto efecto político como el “economista indignado”, el señor Gay de Liébana, que nos endosa como ciencia su ideología liberal y reaccionaria, mientras que la embobada “cla progre” se traga toda su inmundicia como si fueran pasteles de La Mallorquina y le aplaude como un torero en una tarde inspirada en Las Ventas.

Una vez que se ha vendido bisutería como gemas preciosas y se ha abonado el terreno para que la semilla caiga en tierra fértil, la cosecha está asegurada.

Lo que el señor Gay de Liébana vende es bajada de impuestos (ya sabemos que sin ellos no hay Estado social que valga. Otra cuestión muy distinta es en qué se empleen esos impuestos o de qué rentas deben provenir fundamentalmente), ataque al Estado, al decir que el dinero debe estar sobre todo en manos de empresarios y “ciudadanos” (otra vez la indecente palabra que camufla las clases sociales que hay en su interior), propuestas de reducir más el Estado y priorizar el mercado (más desregulación y más recortes). Y si no me creen,  lean la reseña sobre el libro Una alternativa liberal para salir de la crisis: más mercado y menos Estado” del anarcocapitalista de la Escuela Austriaca de Economía, Juan Ramón Rallo, que aparece en el último recuadro y vean quién es el autor. Si se toman ustedes el esfuerzo en investigar por sí mismos vean quiénes son los otros “personajes” que hacen reseñas sobre tal exabrupto ideológico, que no económico.

Este sujeto, Gay de Liébana, pedía un rescate para España y un gobierno técnico no hace mucho. 

Claro como, en su “opinión”, todos los políticos son corruptos e inútiles, es bueno que la política esté en manos de empresarios, que justamente son los técnicos que él propone. Y los analfabetos políticos le aplauden hasta con las orejas.


Por hoy ya es bastante.