Por Marat
Vengo desde hace mucho denunciando el discurso de
la disidencia controlada, de la falsa indignación middle class, del reformismo
que pretende vender la burra de que los únicos problemas a los que se enfrentan
quienes son castigados con la cura de caballo de las políticas antisociales y
de austeridad son la banca, el Estado, los “políticos” en general (donde muchos
quincalleros meten a todos los partidos sin distinción), la corrupción y el
expolio de lo público.
Si así fuera, bastaría con fomentar los buenos
sentimientos cívicos y solidarios entre la “ciudadanía” y lograr que esa buena
y filantrópica intención fuera mayoritaria para conseguir que la realidad que
ahora vivimos revirtiera y el mundo fuera más humano, equitativo y bello.
Pero las cosas son un poco más complicadas.
La realidad es otra muy distinta a la que cacarea
esa patulea.
Los bancos son sólo una parte del sistema
económico, en el cuál han cambiado las relaciones laborales en el conjunto de
las empresas hasta retroceder en derechos de la clase trabajadora hasta mucho
antes de la crisis actual.
Los derechos a una jubilación digna van camino de
ser eliminados bajo la excusa de una insostenibilidad del sistema público de
pensiones por la inversión de la pirámide de población, cuando es un 27% de
paro, la economía sumergida y los intereses de las corporaciones especializadas
en planes de pensiones privados sus destructores enemigos.
No son los ciudadanos en genérico los que están
perdiendo derechos sociales. Por universales que hayan sido la sanidad, la
educación y el derecho al sistema público de pensiones, lo cierto es que no
fueron concebidas para las clases medias patrimoniales y empresariales sino
para los asalariados con el fin de crear una forma de salario indirecto que
permitiese evitar los cracks sistémicos de la economía (al ayudar a que
aquellos permitiesen ahorrar en las necesidades básicas para permitir el
consumo de masas), como sucedió en la crisis del 29 del pasado siglo. Y son
esas clases trabajadoras las más afectadas, con la voladura de lo público,
sobre todo en un contexto de bajada continuada de los salarios.
Los Estados-nación han perdido su capacidad de
intervención sobre las economías nacionales y mundiales desde que se inició su
desregulación mundial:
- En los años 70 con el fin de la paridad del dólar, que permitía la convertibilidad entre las monedas, con una paridad fija frente al dólar. Ello facilitaba cierta estabilidad en el sistema monetario mundial.
- En los 80 con la llegada de Thatcher y Reagan a los gobiernos, que se encargarían de poner en práctica las recetas ultraliberales de Friedman y Hayek, desregulando el sistema financiero mundial, las relaciones laborales, a la vez que reducían la intervención estatal en la economía, el gasto público y la presión fiscal.
- En los 90 con la desregulación del comercio mundial, a través de un GATT, que pasaría luego a llamarse OMC. A ello debe unirse la autonomía de los bancos centrales nacionales y del BCE respecto a las instituciones políticas de los Estados y de las supranacionales de la UE. Y no debemos olvidar que el Tratado de Maastrich consagró un déficit no superior al 3% y una inflación inferior al 2%
- La cuarta y última desregulación se produjo, ya sin necesidad de que los Estados aprobasen los cambios, con la autonomía de lo financiero sobre su función de financiar la economía productiva (industrial, de servicios,…) y convertirse el mercado financiero mundial en un fin en sí mismo, con el único objetivo de beneficiar a los grandes especuladores mundiales a través de un proceso muy complejo de ingeniería financiera, que no entienden ni sus propios diseñadores.
Si la desregulación de la economía mundial y su
autonomía sobre los Estados-nación es tal, de poco sirve culpar a los gobiernos
de hoy respecto a las estrategias de ayer, sobre todo si tenemos en cuenta que
los Estados se han convertido en presos del capital financiero que, después de
rescatarlos para evitar una quiebra mundial todo el sistema capitalista, tienen
que acudir a la deuda privada de los bancos para proveerse de fondos económicos
mes a mes.
No estoy diciendo que los Estados-nación y sus
gobiernos carezcan de responsabilidades en el actual estado de las cosas. Lo
que afirmo es que una vez producidas las desregulaciones una y dos, hace ya
casi 30 años, poca oposición podían ya presentar Estados y gobiernos frente al
poder económico mundial. Por encima del hecho de que los Estados representan
intereses económicos de clase y bajo el capitalismo, lo son todos, en mayor o
menor medida del propio sistema económico y de las burguesías dominantes, lo
cierto es que no se entiende que los Estados y los gobiernos atenten contra sus
legitimidades y arriesguen explosiones sociales peligrosas para la estabilidad
del sistema político si no es porque están sometidos al juego del “Estado-gobierno
prisioneros”.
Desde los propios Estados, el único modo de
enfrentarse al riesgo de una cadena de Estados fallidos, que ya vemos
producirse en los eslabones más débiles del sistema imperialista mundial, a
través de conflictos interétnicos e interreligosos, sería una coordinación de
aquellos a nivel mundial para imponer una cierta recuperación de la regulación
de sus economías nacionales y mundiales. Pero como hemos visto ya, en las
sucesivas reuniones de los G-20 y de los G-8 eso no ha dado fruto alguno. Sería
ingenuo concluir que sólo por falta de voluntad pues ello atenta contra sus
estabilidades fiscal y política, a corto, medio o largo plazo. Los Estados son
ya enormemente débiles para combatir la desregulación económica mundial, por
encima de la voluntad real que tengan, que sin duda no es mucha. Para cambiar
las reglas del juego tendrían que ejercer una violencia tal sobre los
principios del libre cambio mundial, los “derechos” de propiedad y de
especulación que podría hacer saltar por los aires al propio capitalismo como
sistema o arrostrar un retroceso hacia los nacionalismos proteccionistas o
autárquicos cuyo resultado es impredecible. Y ni los Estados son partidarios de
un modelo socialista, ni siquiera de capitalismo de Estado, ni la inmensa
mayoría de la indignación y la disidencia controlada tampoco. Se conforman con
la vuelta a los años dorados de las mal llamadas clases medias (aquellas que no
son propietarias de medios de producción)
Atacar hoy al Estado y con mucho más entusiasmo a
los políticos y los partidos, sin distinción alguna -ahora la indignación ya
mete en la “genialidad” aquella de “la misma mierda es” a la socialdemocracia
de IU. Quien con ellos se acostó, IU, recibe en la boca toda su meada- y hacer
silencio cómplice con el mundo empresarial es abonar el camino a lo que algunos
llaman populismo en Europa y que es mero fascismo: hace unos años los Jörg
Haider en Austria, Pim Fortuyn en los Países Bajos, los hermanos Kaczynski en
Polonia o Jean Marie Le Pen en Francia. Hoy los Beppe Grillo en Italia, los
Marie Le Pen en Francia, los Nikolaos
Michaloliakos en Grecia, los Nigel Farage en UK, las Siv Jensen en
Noruega, los Jimmie Åkesson en Suecia, los Timo Soini en Finlandia o los Gábor
Vona en Hungría, los Eduard Limónov en
Rusia o los freaki-fascistas 2.0 del Partido X. Y mientras tanto las izquierdas
descabezadas, en estado de estupor “ciudadanista”, parálisis mental perpetua y
negación y rechazo hacia su vieja identidad de clase y de lucha de clases.
La desviación de la ira social hacia objetivos que
no afecten a la naturaleza real del sistema capitalista produce desclasados
idiotas y fascistas y en esas andamos.
La crítica al sistema político sin un
cuestionamiento absoluto al sistema económico en lo referido a la transferencia
de rentas del trabajo a las del capital, a las relaciones sociales de
producción y con el escaqueo de ponerse etiquetas de antineoliberal o de
anticapitalista sin definir sin vaguedades ni demagogia cuál es el sistema
económico que se propugna es, además de una falacia, quincalla engañabobos. Ya
está bien de basura ideológica como la llamada “economía del bien común”, de
ese telepredicador
a tanto por conferencia llamado
Christian Felber, aupado por empresarios y fundaciones globalistas, que se
postula como alternativa al “capitalismo de mercado” (¿hay algún capitalismo
que no sea de mercado?) y a la “economía planificada” (¡cuánta pirueta
ideológica, estilo Attac, para no hablar de socialismo). El problema de los
Felber y de los papagayos del “bien común” se llama socialismo y harán lo
posible para que el deseo del mismo no prospere. Por eso nos hablan, cuál
candorosas beatas, de valores en los que esa “economía” se basa tales como “confianza,
honestidad, responsabilidad, cooperación, solidaridad, generosidad y
compasión”. Pero ¿es que en casi 200 años de opresión de unas clases sobre
otras y de lucha de clases no hemos aprendido a reconocer a los Felber y a sus
mercancías averiadas para consumo de borregos y desclasados?
Por favor, que esa porquería ya nos la vendieron
en su día los sindicatos católicos –y no hablo de la evolución de la HOAC- sino
de aquellos que crearon en su día hijos de traficantes de esclavos como el segundo
Marqués de Comillas, que ideó organizaciones que integraban patronos y
trabajadores, como barrera frente a la combatividad de la CNT y la UGT de la
época.
Es llamativo que uno de los mayores especuladores
capitalistas del mundo como George Soros, que ha arruinado a países enteros, sea
un impulsor de la economía del Bien Común, esa expresión de marketing, con
capacidad de apelar a emociones blandas y fáciles antes que a la
racionalidad que cuestiona el orden capitalista. La máxima de siente a un pobre
en su mesa, para que no le robe su hacienda, se hace verdad con esta mierda
ideológica.
Sirva de referencia el hecho de que esta “teoría”
(ideología en el sentido más peyorativo de la palabra) del Bien Común es una
evolución del principio de la Responsabilidad Social Corporativa (RSC) que, de
nuevo, es una evolución laica de la “caridad filantrópica” del empresario
bienintencionado que, con una mano te da unas migajas de la mucha plusvalía, si
señores, plusvalía, que con la otra expropia a los trabajadores. Las
comunidades indígenas en Latinoamérica recuerdan muy bien el cambio modernizado
de espejitos en la “cooperación” de Repsol con ellas por petróleo del mismo modo que los explotados en cochambrosos talleres de Asia conocen la práctica "respetuosa" de El Corte Inglés respecto a sus condiciones de trabajo Pero eso sí, las grandes
corporaciones que aplican su “bien común” de la Responsabilidad Social
Corporativa hacen bellísimas memorias anuales de sus bienintencionadas
RSC.
Señores del bien común. La filfa que ustedes
venden es tan vieja como el falso socialismo inglés, conocido como socialismo fabiano, el pensamiento humanista de Stuart Mill y una parte de la escuela
utilitarista, o el llamado socialismo utópico del siglo XIX. Pura conciliación
de clases, con sopa boba y fundaciones hoy para que los oprimidos y humillados
no acabemos expropiarles sus empresas y ponerlas a funcionar en régimen de
propiedad colectiva autogestionada, mientras a ustedes les ponemos a trabajar de verdad, como nosotros, con
un salario de mierda.
Digan lo que digan, proclamen lo que proclamen los
bucaneros del bien común, el modelo que pretenden, solapadamente, es la
sustitución del llamado Estado del Bienestar, en fase de misa de difuntos, por la
acción narcotizante de las damas de la caridad.
Hablar de corrupción sin plantearse cortar los
hilos de la misma, encarcelando a los corruptores y persiguiendo la actividad
delictiva y corruptora de las empresas es hacer fascio-liberalismo algo que,
como demuestran los nuevos fascismos europeos, es perfectamente compatible:
liberales en lo económico, fascistas en lo político. Ya se acabaron los tiempos
del fascismo paternalista de los años 20 y 30 del pasado siglo, sencillamente
porque ya no necesitan robar parte de las masas sociales a los bolcheviques,
dado que estos últimos han traicionado su legado.
Hoy no hay apenas corrupción en las instituciones
sin venta de lo público, contrataciones de servicios con la administración a
dedo o con falsos concursos y pelotazos empresariales increíbles. No digo que
fuera del capitalismo no pueda haber corrupción pero afirmo que el capitalismo
no puede existir sin ella. Desconfíen de aquellos países que en el manipulado
ranking de Transparencia Internacional están más abajo que España. Simplemente
en muchos de ellos han legalizado esa corrupción a través de leyes que dan
carta de naturaleza jurídica a los lobbys.
Por último, no puedo dejar pasar el hacer mención
a los necios que jalean todo lo que medios pseudoprogres (en realidad empresas
más dañinas que el grupo Prisa porque éste ya ha sido desenmascarado) les ponen
delante de la vista. Me refiero a medios como La Sexta, El Diario o Público que,
amparándose en una falsa indignación teledirigida promueven indecentes
subproductos de la peor estofa ideológica como el Partido X, creado para
mantener viva la llama del descompuesto cadáver del 15M y antipartido, antipolíticos
y antitrasnformación social de las auténticas relaciones de poder, las
económicas, o a sujetos de tan nefasto
efecto político como el “economista indignado”, el señor Gay de Liébana, que
nos endosa como ciencia su ideología liberal y reaccionaria, mientras que la
embobada “cla progre” se traga toda su inmundicia como si fueran pasteles de La
Mallorquina y le aplaude como un torero en una tarde inspirada en Las Ventas.
Una vez que se ha vendido bisutería como gemas preciosas y se ha abonado el terreno para que la semilla caiga en tierra fértil, la cosecha está asegurada.
Lo que el señor Gay de Liébana vende es bajada de
impuestos (ya sabemos que sin ellos no hay Estado social que valga. Otra
cuestión muy distinta es en qué se empleen esos impuestos o de qué rentas deben
provenir fundamentalmente), ataque al Estado, al decir que el dinero debe estar
sobre todo en manos de empresarios y “ciudadanos” (otra vez la indecente
palabra que camufla las clases sociales que hay en su interior), propuestas de
reducir más el Estado y priorizar el mercado (más desregulación y más
recortes). Y si no me creen, lean la
reseña sobre el libro “Una
alternativa liberal para salir de la crisis: más mercado y menos Estado”
del anarcocapitalista de la Escuela Austriaca de Economía, Juan Ramón Rallo, que aparece en
el último recuadro y vean quién es el autor. Si se toman ustedes el esfuerzo en
investigar por sí mismos vean quiénes son los otros “personajes” que hacen
reseñas sobre tal exabrupto ideológico, que no económico.
Este sujeto, Gay de Liébana, pedía un rescate para
España y un gobierno técnico no hace mucho.
Claro como, en su “opinión”, todos los políticos
son corruptos e inútiles, es bueno que la política esté en manos de
empresarios, que justamente son los técnicos que él propone. Y los analfabetos
políticos le aplauden hasta con las orejas.
Por hoy ya es bastante.