marcos roitman rosenmann. la jornada
Los triunfos electorales de la
izquierda son el sello de identidad de los nuevos procesos revolucionarios en
América Latina. El único proyecto socialista cuya legitimidad se asienta en la
vía insurreccional es Cuba. Cumple medio siglo de existencia y su andadura ha
estado sometida a procesos desestabilizadores. Nacida en el contexto de la guerra fría, sufre aún sus
consecuencias. Un bloqueo económico, político y comercial, decretado en 1962
por la administración Kennedy, continúa, obstinadamente, siendo el buque
insignia de la política exterior de Estados Unidos hacia la isla. El objetivo:
aislar, ahogar y hundir la revolución. Los hechos demuestran que ha fracasado.
Pero sus consecuencias han sido devastadoras. Igualmente, se trató de poner fin
a la revolución enviando mercenarios. La invasión de bahía de Cochinos, en
1961, acabó en derrota. En medio, el sabotaje, el boicot internacional, los
intentos de asesinato a dirigentes y una feroz campaña de mentiras. Campaña
anticomunista, en la cual participan gobiernos, organismos internacionales,
partidos políticos, comunicadores sociales, ideólogos, ensayistas y
periodistas. La lista es larga. Se ataca por todos los flancos. Pero ahí sigue.
Digna y gozando de buena salud. Desde luego no todo es color de rosa. Existen
contradicciones. La revolución cubana está llena de errores, pero también de aciertos.
Es lo que tiene construir un proyecto sin recetario. Los cubanos saben
perfectamente cuales han sido sus virtudes y sus defectos. No hace falta darles
consejos desde la barrera sobre qué hacer, cómo caminar y hacia dónde ir. Son
mayores de edad y soberanos. Concluida la guerra
fría, se le auguró su fin. De ello ha pasado un cuarto de siglo y sigue.
¿Algo tendrá para los cubanos, que la hace perdurar en el tiempo?
En el siglo XXI han
surgido otros procesos políticos cuyo horizonte se enmarca en la revolución
democrática, socialista y anticapitalista. Comparten haber nacido en los
extramuros de la política institucional y ser resultado de una profunda crisis
de representatividad de los partidos políticos tradicionales, sumidos en la
corrupción y el descrédito. Son los casos de Venezuela, Ecuador y Bolivia.
Si hacemos
historia, en Venezuela Carlos Andrés Pérez, adalid de la socialdemocracia
venezolana y latinoamericana, acabó imputado por malversación de fondos. Para
evitar el bochorno carcelario acabó exiliándose en Estados Unidos. En Bolivia,
el ex presidente Gonzalo Sánchez de Lozada siguió el mismo camino, junto con
algunos ministros. Hoy radica en Estados Unidos. En Ecuador sucedió otro tanto.
Democracia cristiana y socialdemocracia entraron en crisis. Entre 1996 y 2007,
triunfo de Rafael Correa, presidentes corruptos, exiliados y golpistas, como
Abdalá Bucaram, Jamil Mahuad, Lucio Gutiérrez, Alfredo Palacios o Gustavo
Noboa.
Los tres países
nadan contracorriente, en medio de una marea neoliberal de capitalismo
depredador y excluyente. Son la excepción que confirma la regla. Han ganado
elecciones, sabotaje, intentos de golpes de Estado, sufrido la ira de las
trasnacionales y el capital financiero y el acoso de los medios de comunicación
social de medio mundo. Una campaña destinada a desprestigiar, caricaturizar a
sus dirigentes y desconocer los logros sociales de sus revoluciones. Sólo
tienen ojos, oídos y voz para manipular y distorsionar, y señalar el carácter
populista de sus medidas. Son ejemplo de cómo desestabilizar países.
Sin embargo, su
estabilidad está sujeta al mantenimiento del apoyo popular y las políticas
sociales redistributivas, así como a la inversión pública en salud, educación o
vivienda. También del grado de organización y movilización política. Sin dichas
condiciones los proyectos se verán sometidos a un lento y progresivo desgaste,
siendo víctimas de una futura derrota electoral. En ello confía la oposición de
derechas para desmantelarlos y acariciar nuevamente el poder político.
Seguramente nadie
pude garantizar el destino de los tres gobiernos, menos si su legitimidad está
ligada a la confianza ciudadana, el cumplimiento de sus programas y ganar
elecciones de forma recurrente. Por ahora han logrado vencer los obstáculos y
las resistencias. Pero las derechas se rearman, aprenden, adquieren experiencia
en la retaguardia. Pero también disputan la vanguardia. No esperan
pacientemente su turno. Salen a la calle, organizan y utilizan estrategias
antes patrimonio de la izquierda. Movilizan y construyen plataformas en todos
los espacios de la sociedad civil. Asociaciones juveniles, de género, étnicas,
culturales, gremiales, ecologistas, antiabortistas, religiosas o empresariales.
Se vuelven protagónicas. No se conforman con negociar en la trastienda. Allí
obtenían los réditos políticos. Concertaban con las dirigencias políticas y las élites del resto de partidos los cambios y las concesiones a derecha e
izquierda.
Pactos de caballeros.
Los gobiernos de
izquierda venezolano, ecuatoriano y boliviano no han caído en esta dinámica. No
han traicionado sus programas, lo cual no descarta estas prácticas políticas ancestrales.
Pero dichas costumbres no deben hipotecar el futuro en la
nocturnidad de pactos espurios. Es por ello que su fuerza se convierte en su
gran debilidad. En cualquier momento las mayorías sociales pueden cambiar de opinión.
Sobre todos si son acosadas, hostigadas y llevadas al agotamiento de la
paciencia política. Es decir, desabastecimiento, boicot, mercado negro,
etcétera. Eso tiene ganar elecciones, que también se pueden perder. Sin
embargo, no es lo mismo una derrota cuando está en juego un proyecto
democrático, socialista y de justicia social. Las derivas son múltiples. Entre
ellas, la involución política y pérdida de derechos ciudadanos, étnicos,
económicos y culturales. Volver al pasado no es opción, pero sí una posibilidad
para la derecha.
La involución y la
reversibilidad son factor de riesgo que debe contemplarse si queremos que los
actuales procesos de liberación anticapitalista, soberanía y democracia no sean
un espejismo que se disuelva como un azucarillo en el agua. La pregunta es
pertinente: ¿se podrán seguir ganando elecciones indefinidamente?