12 de diciembre de 2011

CRISIS MUNDIAL, ALGUNOS ESCENARIOS

Guillermo Almeyra. La Jornada


La crisis capitalista –cuyo curso se parece a los dientes de un serrucho– abarca todo el planeta y todos los grandes centros de la economía (Estados Unidos, Europa, Japón, China), pero no lo hace con la misma magnitud ni tiene simultaneidad, ya que, por ejemplo, China reduce su ritmo de crecimiento pero éste sigue siendo muy alto; Europa se precipita en la depresión y Estados Unidos, en cambio –como Japón–, está estancado y con grandes problemas, pero se sostiene fundamentalmente gracias al apoyo chino, que mantiene el valor de los bonos del tesoro estadounidenses que, si Pekín no los comprase, se derrumbarían.
Ahora está estallando la Europa “unida” que aparecía ante todos como un territorio de gobiernos e incluso de estados, pero que no era en realidad sino una unión –una banda– de banqueros, financieros y especuladores trabajando a espaldas de los pueblos del viejo continente e imponía e impone su política a las autoridades electas, muchas de las cuales están formadas por miembros de esa camarilla.


Décadas de esfuerzos de los trabajadores se hacen humo, junto con los ahorros y buena parte de los salarios reales y con las esperanzas ilusorias en un futuro de progreso y abundancia. El Banco Central Europeo (BCE) presta dinero con el uno por ciento de interés para quien quiera invertir. Pero, ¿quién va a hacerlo en países donde el consumo general se reduce drásticamente, al igual que el gasto público, debido a los nuevos impuestos, la restricción de subsidios, los despidos, los cortes en educación, asistencia social, protección del territorio, las rebajas de los salarios reales? En realidad, el BCE le da dinero a los bancos, pero éstos de lo único que se preocupan es de tratar de recuperar el máximo del dinero prestado aunque, actuando de ese modo, desangren a los países y coloquen a los gobiernos en situación de extrema debilidad política ante las inevitables protestas populares. Brasil ofrece ayudar a la Unión Europea, pero esa ayuda, además de insuficiente si no hay un cambio en la gestión capitalista de la crisis, equivaldrá a quemar dinero para calmar a los dioses. En cuanto a China, que compró bonos españoles e italianos, no puede salvar al mismo tiempo a Estados Unidos y a la Unión Europea (UE), aunque su apoyo a ésta le pudiera servir en lo inmediato para ampliar su mercado si esa entidad la reconoce como economía de mercado. Tampoco es posible seguir como hasta ahora porque nadie cumplió con las normas elementales impuestas en Maastricht, de un déficit de 3 por ciento y un endeudamiento máximo del 60 por ciento del producto interno bruto (PIB). Quedan, pues, dos opciones fundamentales: correr hacia adelante para tratar de salir de la crisis o retroceder en pánico, pero lo más ordenadamente posible, para salvar lo salvable.

En una maratónica sesión, la UE eligió por ahora la primera, y elaborará un nuevo tratado en marzo que impondrá disciplina fiscal y sanciones al país que no cumpla con las reglas. El déficit estructural permitido se limitará a 0.5 por ciento del PIB, el Banco Central Europeo administrará un fondo de emergencia de 500 mil millones de euros, a los que se sumarán otros 150 mil millones del Fondo Monetario Internacional, y las sanciones se aplicarán, salvo en el caso en que dos tercios de los países miembros se opongan a ellas.

Tras la cesión parcial de la soberanía al crear el euro, se llega ahora al control de las economías y las políticas económicas y fiscales por una entidad burocrático-financiera internacional, lo cual acaba de hecho con las soberanías nacionales. Inglaterra se agarra de esto para no participar en el nuevo tratado, con el pretexto de no perder su independencia (en realidad, para dar rienda libre a los capitales especulativos y mantener su papel de torpedo estadounidense dirigido contra la Unión Europea). Ésta estará constituida ahora por 17 países, a los cuales se sumarían quienes quisiesen (los países bálticos, más Rumania y Polonia ya lo hicieron). El resultado es una Europa de primera y otra de segunda, con una semilla francoalemana y una pulpa con diversos grados de deterioro.

¿Qué presagia esta aventura? Presenciaremos el aumento de los nacionalismos de derecha y extrema derecha. También el crecimiento paralelo de la violencia de los enfrentamientos sociales ante la evidencia de que los gobiernos capitalistas están tratando de salvar a los bancos y al capital a costa de todo lo demás. Habrá igualmente crisis políticas en cada país (Sarkozy tiene los días contados, y en Italia y España resurgirá a medio plazo una izquierda anticapitalista) y aumentos de los localismos y regionalismos como expresión deformada de la defensa de la democracia eliminada centralmente y también de la defensa de los intereses de los sectores capitalistas medios y pequeños, productivos y locales, sacrificados al gran capital. La xenofobia estará igualmente al orden del día en buena parte de Europa, y Rusia se sentirá más débil y cercada, por lo que endurecerá la dictadura de Putin y su enfrentamiento geopolítico con Estados Unidos. Tendremos así algo parecido a una mezcla entre los explosivos años 30 y el comienzo de la guerra fría después de la Segunda Guerra Mundial, con la incógnita de cuál será el efecto real de la crisis europea sobre la economía y la estabilidad social en China.

11 de diciembre de 2011

NOTAS DE UN TIEMPO OSCURO

Javier Alfaya. LE MONDE Diplomatique diciembre 2011 CONTRA LA ABOLICIÓN DE LA MEMORIA.

Si la historia de la II República (1931 – 1939) y la guerra civil (1936-1939) han sido muy estudiadas, no sucede lo mismo acerca de posguerra. Entre 1939 y 1975, una parte del pueblo español vivió bajo distintas formas del terror que todavía hoy condicionan su existencia en diversos aspectos, lo que merecería ser mejor explorado. Hay un acuerdo acerca de lo terrible que fue, de los miles de muertos que la represión causó, pero los trabajos históricos importantes sobre esa época siguen siendo escasos. Algunos testimonios sin embargo destacan por su interés y mantienen viva la memoria de aquella gran abominación.

Los libros que reflejan en términos concretos y no generales la represión franquista durante la posguerra (1939-1975) llegan con cuentagotas a las librerías. Cierto es que, en los años 1960 y 1980, algunos autores abordan ese periodo con sumo talento. Podemos citar, por ejemplo, a mujeres como Juana Doña y Tomasa Cuevas que escribieron impresionantes testimonios vividos directamente. Y hubo –y hay- historiadores como Ricard Vinyes, Julián Casanova, Marta Núñez Díaz –Balzart y Francisco Espinosa –por citar algunos, plenamente reconocidos- que supieron tratar aquella tragedia en su verdadera dimensión.
Es una lastima que un libro reciente como las memorias de Marcos Ana (1) –el poeta que cumplió más de veinte años en la cárcel por razones políticas-, de elevada calidad, haya tenido escasa repercusión. Las editoriales con más capacidad de difusión parecen remisas a dar a conocer textos distintos a los que no se puede achacar que violan los principios de lo políticamente correcto. Por eso es importante encontrarse con obras cuyo tema central son esos años de posguerra de los que, en 1986. Joseph Fontana, en el prólogo de su excelente libro titulado: España bajo el franquismo (2), decía: “Esta claro (...) que las consecuencias retardatarias del franquismo no ejercieron solamente sobre la economía, sino sobre todos los terrenos de la vida española, incluyendo el de la propia cultura”. Una frase que no hubiera estado nada mal que los dirigentes de los partidos de izquierda (socialista, comunista o poscomunista) hubieran tenido en cuenta para poner en marcha la campaña pedagógica que necesitaba un país que había vivido tres decenios y medio en la oscuridad. Algo que nunca se hizo y cuyas consecuencias están a la vista.
En este caso, el libro del que vamos a hablar es también una autobiografía: la historia de un hombre que tiene ahora 87 años. Se titula Cuando los pasos se alejan (3) y ha sido publicada por una pequeña editorial: Ediciones La Bahía (de paso digamos que los libros más interesantes que se están publicando actualmente llevan el sello de pequeñas y combativas editoriales de escasos medios pero con mucha vocación e inteligencia).
El autor del libro que comentamos, Eduardo Rincón, nació en Santander en 1924. A los quince años, conoció, como detenido, las cárceles franquistas. La policía –la siniestra brigada político-social- apareció un día de 1939 en su casa para detener a un hermano suyo republicano, y como éste no se encontraba se llevaron a Eduardo. Fue la primera prisión que conoció. Allí encontró a un muchacho que sólo tenía dos años más que él, se llamaba José Hierro y se convertiría en una especie de hermano mayor suyo, y después en un extraordinario poeta (4).
Antes de seguir adelante hay que decir que Eduardo Rincón es actualmente uno de los compositores más notables de música clásica en nuestro país. Sus obras se dan con frecuencia en España y fuera de ella. En ese caso, el de la música clásica, se ha hecho justicia a una obra de primer orden, que estuvo durante mucho tiempo bajo llaves de un baúl y fue compuesta en gran parte en la prisión. Por fortuna, hace unos veinte años, la obra musical de Rincón empezó a conocerse. Y Rincón es hoy un compositor apreciado. Sus obras, repetimos, empiezan a interpretarse dentro y fuera de España. Le ha llegado el éxito con un aire de justicia tardía pero que no lo es tanto porque ha servido para dar a conocer su talento singular.
Rincón ha tenido una vida rica en dramáticos episodios. Su militancia en el Partido Comunista de España (PCE) le llevó entre otras cosas, a desempeñar un importante papel en las huelgas de los mineros de Asturias en 1962, uno de los episodios más importantes del doloroso y heroico renacer del movimiento obrero en España. La detención a los quince años fue solamente un prólogo –estuvo encerrado en otras cinco cárceles en total, la última vez en 1968. Conoció como pocos la persecución, la tortura, el exilio y el desempleo. Pero la experiencia de los terribles años de la dictadura también hicieron nacer el él el orgullo de haber sido un luchador antifranquista. Ahora, Rincón acaba de publicar un libro extraordinario, su autorretrato, que se abre con un iluminador prólogo del poeta Juan Antonio González Fuentes.

Cuando los pasos se alejan es una obra fascinante. Escrita en una prosa precisa y cuidadosamente elaborada, reconstruye la tremenda verdad de una época que abarcó el final de la guerra civil hasta los años preagónicos del franquismo. Crítico de su partido, cuya miseria y grandeza conoció muy bien, Rincón nos trae el recuerdo de un tiempo que marcó con fuego la vida española para generaciones y generaciones, un régimen que nació de una violencia salvaje y se extinguió manchado de sangre una vez más. Escéptico pero no necio, Eduardo Rincón sabe dar emoción al recuerdo de sus años de militancia en los que tuvo el privilegio de conocer a hombres y mujeres excepcionales, la inmensa mayoría de cuyos nombres ha borrado el silencio culpable de la Transición.
En el libro hay retratos de gente que nunca pidió nada en compensación de su sacrificio por la libertad y la democracia, gente que, en los años que se empezaron a construir las libertades, se mantuvo callada y vivió la amargura de que nadie le mostrara ni siquiera una mínima consideración. Me refiero a la responsabilidad que tienen quienes se hicieron años y señores de la democracia. El propio Rincón fue uno de esos olvidados y es más que posible que fuera su pasión por la música la que le ha permitido no desaparecer en el anonimato como tantos hombres y tantas mujeres de su generación.
Cuando los pasos se alejan es también un libro repleto de pasión y de una medida carga emocional. En algunos momentos es una singular dureza, como sucede cuando el autor describe la vida carcelaria o cuando rememora los hechos de los que fue testigo, en particular los momentos previos a las ejecuciones. Esas ejecuciones cuya visión no le ahorró la bestialidad franquista cuando era un niño. Cuando los pasos se alejan no es una elegía sino un canto de esperanza. Reconstruye el ambiente de unos años terribles que llevaron a nuestro país a la más descarada y cruel crisis de su existencia. Merece una atención especial y que sea una necesaria referencia para saber que ocurrió en España entre 1939 y 1975.
Hay en él un momento especialmente emotivo y es el recuerdo de uno de los hombres más extraordinarios, victima de la represión franquista: Manuel de la Escalera, de familia santanderina como Rincón, nacido el 6 de agosto de 1985 en San Luis de Potosí, México, fallecido el 22 de abril de 1994 en Santander, unos meses antes de cumplir los noventa y nueve años. Escalera pasó veintidós años en las cárceles de Franco y dejó una obra literaria de primer orden que no ha interesado, al menos hasta ahora, a ningún editor español. Fue también un soberbio traductor de John Berger, Catherine Mansfield, William Sayoran y Somerset Maugham. La única de sus obras que vio la luz fue publicada por una editorial de prestigio pero del otro lado del Atlántico, la mexicana Era. Se trata de sus memorias de condenado a muerte en la prisión de Alcalá de Henares, un libro estremecedor, titulado: Muerte después de Reyes (5). El único homenaje que se le hizo a ese hombre excepcional fue “post mortem”, se celebró el 9 de junio de 1994 en los locales de la Sociedad General de Autores y Editores (SGAE) en Madrid y su convocatoria fue firmada entre otros por Jesús Aguirre, Marcos Ana, Manolo Arroyo, Juan Antonio Bardem, Antonio Buero Vallejo, Rafael Conte, Manolo Gutiérrez Aragón, y Lauro Olmo. Todos los firmantes de la convocatoria de aquel homenaje tuvimos la inmensa suerte de haber conocido a un hombre como él, que vivió el anonimato durante su larga vida y que lo dio todo por el socialismo y la libertad.
Las palabras que Rincón dedica a Manolo de Escalera se encuentran entre las más emotivas de Cuando los pasos se alejan. Afortunadamente, Rincón está vivo y al contrario que Escalera ya no es un desconocido. Pero la lectura de su autobiografía tiene también otra dimensión. Es un libro cuyo protagonista es la memoria de unos hechos que han marcado la historia de este país. Una dictadura que duró casi cuarenta años hay que repetirlo una y otra vez. Hace unos meses un airado y polémico artículo de Gregorio Peces-Barba, publicado en el diario El País, planteaba, sin citar su origen, el efecto devastador que está teniendo la forma más reciente de la desmemoria, la que se ocupa del descrédito de la política (6).

“Abolir el pasado es una forma de destruir el presente y abrir el camino para los disparates de antaño”.

Todos hemos visto con simpatía un movimiento como el llamado 15-M. Pero en un momento de crisis, que no es solo económica y social sino que atañe también a la ética y al conocimiento de la historia, condenar a quienes hacen la política es una tendencia demasiado fácil. Significa, que aunque no se quiera hacerlo deliberadamente, borrar un pasado, o sea, conscientemente o no, destruir una parte vital de nuestra historia. Quienes, no solo en España sino en todo Europa, lucharon contra el fascismo, lo hicieron por razones políticas.
Por desgracia, es fácil criticar a los políticos que no han estado a la altura de sus obligaciones pero convertir en bandera el “No a la política” es un inmenso error que, a quienes tenemos memoria, nos hace recordar una parte esencial de la retórica de una extrema derecha que llevó al mundo –y no solo al occidental- a la más devastadora de sus guerras... Aquello de no ser “ni de derecha ni de izquierda”, que se oyó con frecuencia durante el 15-M, es una cantinela que inevitablemente hace recordar la propia de los movimientos fascistas. Es así y no de otra manera. Abolir el pasado –también esto es necesario repetirlo una y otra vez-, es una forma de destruir el presente, de hacerlo añicos y abrir el camino para los disparates de antaño.
Libros como Cuando los pasos se alejan deberían servir para hacer reflexionar. Durante demasiados años hemos vivido en un silencio casi total que arrastró tras de si lo que las nuevas generaciones deberían haber aprendido acerca de la miseria franquista y su utilización incansable del terror.
No ha sido así porque se creyó que hacerlo desencadenaría de nuevo la fiera acechante. El paso de los años ha demostrado que la abolición de la memoria ha sido un tremendo error porque quienes detestan la idea de libertad han sabido manipular el pasado, taparlo y luego convertirlo en un instrumento de lucha contra la democracia. La democracia, dijo en su día alguien que la supo defender, tiene muchos defectos pero es la única garantía de poder vivir con dignidad, sin miedo a que si suena en casa el timbre al amanecer es el lechero y no la policía política.

(1) Marcos Ana, Decidme como es un árbol, Umbriel, Barcelona 2007.
(2) Editorial Crítica y Departamento de Historia Contemporánea, Universidad de Valencia, 1986.
(3) Eduardo Rincón, Cuando los pasos se alejan, (prólogo del poeta Juan Antonio González Fuentes), ediciones de la Bahía, Santander, 2011, 220 páginas, 20euros.
(4) José Hierro (1922-2002), autor entre otros libros, de Cuanto sé de mi (1957) y Libro de las alucinaciones (1964).
(5) Manuel de la Escalera Amblard, Muerte después de Reyes Era, México, 1966.
(6) Gregorio Peces-Barba, “Los indignados y la democrácia”. El País, Madrid, 13 de septiembre de 2011.