1.-El fin de un modelo sindical y la ausencia de otro nuevo que lo sustituya:
Las constituciones surgidas tras la II Guerra Mundial trataron de aplacar las contradicciones de clase más virulentas en las sociedades a las que dieron forma jurídico-legal. La experiencia de los viejos Estados liberales había sido demasiado dura para la burguesía –revolución soviética, revueltas en Centroeuropa, sindicalismo revolucionario de matriz libertaria en España,...el efecto de la crisis del 29 en Norteamérica, extendida luego a Europa, junto con los grandes choques sociales entre fascismo y comunismo- como para no buscar fórmulas “conciliadoras” de la paz social en el Viejo Continente. En mayor o menor medida, estos diseños constitucionales de tipo “welfarista” se extendieron, aunque con características propias, por el continente americano. En USA Harry S. Truman completaría las políticas sociales de su antecesor en el cargo de Presidente, Franklin Delano Roosevelt, padre de la “new deal” y primer converso de las doctrinas económicas keynesianas. En América Latina, las políticas de implantación del Estado del Bienestar serán mucho más contradictorias, dada la desigualdad de realidades de desarrollo económico continental. Pero los populismos -“getulismo” (Getulio Vargas) en Brasil, peronismo en Argentina y “aprismo” (APRA) en Perú- marcarían algunas de las líneas que las políticas sociales siguieron en el subcontinente latinoamericano desde los años 40 hasta bien avanzados los 80 del pasado siglo. Experiencias democráticas de progreso y justicia social de gobiernos de izquierda, como las de Jacobo Arbenz en Guatemala o el primer gobierno de Victor Paz Estenssoro en Bolivia, fracasarían bien por la acción de golpes “anticomunistas” apoyados por la CIA, en el primer caso, bien por presiones internacionales USA, que los harían girar a la derecha, en el segundo.
El sistema de Estados del Bienestar exigía la contrapartida de un funcionamiento de los órganos ajenos al sistema político liberal como partes de un mismo “corpus”, una suerte de organicismo social y económico de la “solidaridad interclases”. Se establecía la colaboración entre clases sociales diferentes y antagónicas en sus intereses, a partir de una doctrina superadora de dichos conflictos. Este modelo corporativo lo hemos encontrado en los fascismos y en el mundo actual en los colegios profesionales.
En lo sindical, el modelo que cabe definir como neocorporatista, significaba la entronización del pacto social roussoniano como forma macroestatal de representación de la diferencia de intereses entre sectores y clases sociales y su conciliación a través de otros “segundos parlamentos” paralelos al legislativo. Las constituciones del Estado del Bienestar debían ser legitimadas desde la participación de grupos de intereses que dieran estabilidad al orden social, económico y político. Y los sindicatos, en sus concertaciones con el Estado y las organizaciones patronales han sido piedra angular de ese modelo hasta bien avanzada la crisis sistémica del capitalismo que eclosiona en octubre de 2007 en USA con las hipotecas subprime.
Este sindicalismo “responsable”, de pacto, concertación y cogestión, de representación antes que de conflicto y reivindicación es el modelo que hasta hoy ha venido siendo hegemónico en el UE. La CES (Confederación Europea de Sindicatos) ha marcado el camino a seguir para todas sus delegaciones nacionales.
Como tal, funcionó, aunque dando signos de debilidad, hasta que se pusieron en marcha los recortes sociales, conocidos como ajustes duros en las principales economías del mundo.
La eclosión de la crisis financiera tuvo su provisional plan de choque a través del “salvataje” de las grandes corporaciones. Exhaustos los Estados por el brutal esfuerzo financiero realizado por sus políticas de rescate, los antaño desahuciados (bancos, tiburones financieros y otras entidades) invertirían ahora su relación con los Estados, en forma de prestamistas de los mismos ante los riesgos de quiebra fiscal, tras las billonarias operaciones de inyección de dinero al sistema.
Hipotecados los Estados, estos debían buscar las partidas presupuestarias que debían ser sometidas a recortes y lo hallaron en su estructura de gasto social. Suele olvidarse que la pretendida insostenibilidad del modelo de Estado Social no nace sólo de la deuda soberana de los países con sus acreedores y que la voladura definitiva del Estado del Bienestar deriva en gran medida de las políticas neoliberales de los años 80 con el thatcherismo y el reaganismo como máximos exponentes. Aquella etapa significó el inicio del desmonte del “welfarismo” pero también de la más salvaje transferencia de las rentas del trabajo al capital. Mientras los impuestos a las rentas bajas y medias han estado creciendo de modo galopante en los últimos 40 años, los correspondientes a las rentas altas han descendido o se han mantenido prácticamente inalterados. Lo mismo cabe decir de las aportaciones a la Seguridad Social. Es una mentira burda que muchos pocos hagan más que pocos muchos, sobre todo cuando la diferencia entre capital y trabajo se ha multiplicado varias veces en este período.
Llegado este punto y establecida la situación ruinosa de los Estados de capitalismo avanzado, la debilidad de su gobernanza en el orden económico mundial era tal que la salida a tan calamitosa situación no podía ser otra que la de vender al mejor postor privado el Estado Social, sobre todo una vez mostrada, en la primera reunión del G-20 en 2009, la ausencia de voluntad política para “refundar el capitalismo”. ¿Alguien se acuerda ya de las promesas de acabar con los paraísos fiscales? El Estado capitalista ha evidenciado, una vez más, su propia naturaleza.
¿Qué podía ofrecer entonces el sindicalismo de gestión y concertación? ¿La defensa de un Estado del Bienestar que liberales y socialdemócratas están vendiendo al mejor postor? ¿Para qué mantener entonces el simulacro de pacto con un sindicalismo hipertrofiado pensaron, sin duda, los Estados y los capitalistas? Hoy el derribo de ese sindicalismo viene de sus otrora interlocutores.
La socialdemocracia y su correlato sindical se han quedado sin ubicación política y social. Lo que los gobiernos y las oposiciones socialdemócratas han aceptado como inevitable, el fin del Estado del Bienestar, sindicalmente está significando la expulsión de los centros de decisión del poder de las burocracias obreras, aunque demandando de ellas comprensión y sentido de la responsabilidad. Tras la práctica de tierra quemada ya no hay terreno al que retroceder.
La convocatoria de Huelga General del 29-S, plagada de razones más profundas que en cualquier otro momento de la llamada democracia, ha sido sustentada desde el sindicalismo mayoritario en el “Así no”, acompañado por la llamada a la “rectificación”. Este planteamiento indica la absoluta y radical incomprensión por parte del sindicalismo oficial y de concertación respecto al cambio de escenario en el que ha quedado fuera de juego. Ya no es necesario el pacto social, más que como sometimiento al patrón y al Estado, que ahora giran hacia el liberalismo puro y duro. No hay nada que ofrecerle y nada de él que interese que no sea su definitiva claudicación y, de paso, su descrédito. Se debilitó sólo cuando se mantuvo en silencio durante los años 2008 y 2009 con limitadas excepciones. Es cierto que durante una parte de ese tiempo no se había iniciado la aplicación de las políticas de austeridad por los Estados pero ya se anunciaban por parte de los expertos al servicio de los aparatos de poder económico mundial y los despidos se producían por millones.
Han pasado casi dos semanas tras la Huelga General en España, convocada por quienes no querían dañar a una socialdemocracia en retirada. Su silencio evidencia la desorientación sobre los pasos para dar continuidad a la energía plasmada en la misma. El temor a que las intenciones expresadas hace casi dos años por el señor Herrero, vicepresidente de la CEOE, de sustituir convenios colectivos por “acuerdos” individuales empresario-empleado y a que los primeros atentados contra la representación de los trabajadores que “se cuelan” en la nueva Ley de Reforma Laboral se hagan realidad hace que las tentaciones de volver a las mesas de negociación sean muy poderosas.
La ausencia de voluntad negociadora real del Gobierno, más allá de imponer su “trágala” ha creado una mezcla de perplejidad y parálisis en el sindicalismo mayoritario que teme tanto dañar al antiguo “gobierno amigo”, hoy punta de lanza de la reacción liberal, como la posibilidad de que el cielo se desplome sobre su cabeza.
Frente a ese sindicalismo, ¿qué tenemos? Poco y mucho a la vez. Poco porque le define mucho más lo que no es –burocrático, de pacto, resistente a iniciar las huelgas y continuarlas, después- que lo que realmente es –asambleario, de combate, participativo, de base,... El sindicalismo alternativo tiene buenos mimbres pero estos son todavía escasos, tanto por su carácter minoritario como por cierto temor a tomar la iniciativa real, no sólo simbólica, en las luchas; al menos allí donde tiene cierta fuerza.
En su reto más inmediato está convencer a los trabajadores de que el viejo sindicalismo de servicios, al modo utilitarista de las asociaciones de consumidores y de afiliación preventiva (ante la eventualidad de necesitar una protección), ya no es válido, que toca recuperar la necesidad de pelear como único horizonte útil, que es obligado volver el sentido sindical de clase contra clase, que la huelga paga y que el sindicato, por encima de cualquier consideración de sigla, es el medio más cercano y tangible de autodefensa que tienen los trabajadores.
Y después de eso hace falta definir un nuevo modelo sindical, de relación con los trabajadores, de forma de conflicto y negociación con la empresa, de contrapoder obrero dentro de la misma, de concreción de cuándo toca combatir y cuándo, cómo y qué se negocia y qué no.
2.-La limitación de las luchas nacionales contra las políticas de ajuste duro:
Grecia ha marcado el ritmo más elevado de las huelgas generales y las movilizaciones sindicales contra los planes de austeridad del gobierno del PASOK. La primera huelga general se inició en febrero de este año. Entre ese mes y el de septiembre Grecia ha vivido 8 huelgas generales.
Francia, que sufre unos recortes de derechos sociales menos severos ha conocido en lo que va de año cinco grandes huelgas y el 12 de octubre realizará la sexta.
Por su parte, Italia ha realizado dos huelgas generales, mientras España ha llevado a cabo recientemente la primera de todo este período de crisis capitalista. Gran Bretaña conocerá un incremento de las huelgas obreras desde este mismo mes de octubre. En Alemania, la poderosa DGB y su sindicato más nutrido, IG Metall, frenan la aparición de luchas obreras, basándose en el “argumento” de un pacto con la patronal y el Estado para la conservación de los empleos, reduciendo la aportación salarial de las empresas, aportación compensada por el Estado.
Sea cual sea el nivel alcanzado por las protestas en los diferentes países de la UE, si un aprendizaje debe empezar a quedarnos claro de las mismas es el riesgo de su agotamiento si no son capaces de obtener victorias frente a los gobiernos y el capital.
En Francia se notan ya algunos signos de cansancio entre los trabajadores por el largo sostenimiento de las luchas y la moderada CFDT apunta ya sus primeros indicios de renuncias (1). Incluso la CGT parece sopesar el efecto de la convocatoria de una huelga indefinida en los transportes en cuanto al apoyo que logre en la sociedad francesa. En Grecia, el largo sostenimiento de las luchas ha mostrado altos y bajos en su seguimiento.
Hasta el momento no hemos vivido un solo triunfo suficientemente reforzador de la confianza en la victoria de las resistencias contra los planes de ajuste duro de los gobiernos europeos. Este es un elemento decisivo para el éxito de las que están por venir. Cada conquista, o terreno no perdido en este caso, apuntala futuras victorias al nutrirlas de energía y combatividad. Debiera ser el momento de replantear la utilidad de la estrategia seguida hasta ahora.
La estrategia del capital para la salida de su crisis sistémica es coordinada, tanto a nivel mundial (FMI, BM, cumbres del G-20,...), como a nivel europeo (BCE, Comisión Europea, Tratados de Maastrich, de Lisboa,...). Las grandes líneas maestras de austeridad, privatización de las pocas empresas públicas que quedan y voladura del Estado del Bienestar se diseñan desde esos órganos de poder europeos. Los gobiernos actúan como delegaciones, con mayor o menor autonomía, pero vicariamente siguiendo los dictados de dichas políticas centrales.
Encerrar las luchas dentro de los límites nacionales es una trampa. Los acontecimientos demuestran que las políticas regresivas de los Estados son consecuencia de su actuación coordinada (2), bajo la dirección estratégica de una Alemania cuyo peso en la UE es decisivo.
Los límites locales de las reivindicaciones son insuficientes para parar estrategias combinadas de los Estados y dirigidas desde la UE. Sólo si se conjuga una larga lucha sostenida contra el capitalismo con la superación de las luchas nacionales, dándoles una dimensión europea (EuroHuelgas), forjando una unidad de hierro de los trabajadores de todo el continente, puede hacerse frente, con fuerza proporcionada, a la ofensiva del sistema y de sus servidores gubernamentales.
A ello se oponen no sólo los riesgos de repliegue nacionalista, a cuya influencia se intenta someter a los trabajadores para derrotarles, sino una visión estrecha de las direcciones del sindicalismo mayoritario europeo, que se autolimita en el alcance de la unidad estratégica de las luchas europeas, y la agenda particular de las agresiones de cada Estado a sus trabajadores. Dinámicas estatales y aplicaciones concretas de los planes de la UE en cada país tienden a desdibujar la corriente de fondo de esa estrategia capitalista, haciendo que aparezcan, por encima de la línea del horizonte común del capitalismo europeo, las particularidades nacionales. Pero poner en primer plano lo local y nacional de las respuestas sindicales, creando tantos diagnósticos y estrategias como peculiaridades de cada capitalismo nacional existen, es un error que sólo puede conducir al desastre.
Si no comprendemos la necesidad de la unidad internacionalista y de clase, y lo común que tienen esas estrategias del capital contra las clases populares, si hacemos de lo particular ley y no vemos la tendencia general, seremos derrotados y laminados por los próximos 50 años, al menos.
3.-La insuficiente conciencia de los trabajadores de la necesidad de lucha:
Más de 50 años –algo más de 30 en España- de reformismo, políticas de pacto social, desideologización de los trabajadores, machaque sobre las conciencias del capitalismo como única realidad existente y viable y aburguesamiento de los asalariados ha tenido su efecto.
El fracaso hace más de 20 años de los experimentos del llamado “socialismo real” ha dejado un poso de pesimismo que hace pensar a un importante número de trabajadores que el capitalismo ha cerrado el ciclo histórico, instalándose en un presente perenne y aparentemente atemporal.
La tesis de Fukuyama en “The End of History and the Last Man” (El fin de la Historia y el último hombre) se ha convertido en espejismo fáctico. El triunfo definitivo del liberalismo sobre la lucha ideológica a través de la Historia se acepta como verdad objetiva e indiscutible, cuando no es más que un trampantojo ideológico más. La victoria de la economía sobre la política y el sentido histórico parece ahora mucho más sólida.
Al principio de la crisis financiera del capitalismo, los estrategas del FMI y los principales expertos económicos temieron revueltas sociales de incalculable efecto, producto de las graves terapias de choque, aplicadas fundamentalmente sobre las rentas bajas y medias a las que debería someterse la economía. No ha sucedido así. Los combates de clase más poderosos llevados a cabo hasta ahora, los de los trabajadores griegos, no se han acercado siquiera a lo que el sistema considera un motivo para que se enciendan las alarmas de riesgo de su estabilidad.
El largo proceso de acomodamiento a una pseudoclase media, desde el consumo, de amplios sectores de los asalariados, que se desgajaron política y culturalmente de la conciencia de clase trabajadora y la progresiva pauperización de nuevos trabajadores (mileuristas, jóvenes y mujeres con contratos temporales, inmigrantes, estratos de clase empobrecidos, nuevos asalariados sometidos a penosas condiciones de trabajo,...), que no se han visto representados en las luchas sindicales, durante los últimos 40 años del pasado siglo, fundamentalmente salariales, han generado este efecto.
Y sin embargo el capitalismo como sistema ha fracasado (incapacidad para responder a su máximo presupuesto teórico, el de la extensión de la riqueza universal, progresivo aceleramiento de los ciclos contractivos de la economía, de los que sólo se sale a través de una nueva contracción, crisis energética, riesgo de destrucción del Planeta por efecto de un modelo de consumo insostenible,...) pero ha ganado la batalla ideológica porque se acepta resignadamente que éste es el único escenario posible –probablemente ya mucho menos deseable, al menos para sus víctimas- pero sí posible.
Y sin embargo, el imparable avance de la ultraderecha en toda Europa hace pensar que ese liberalismo no se siente tan seguro como aparenta y se repliega ante posiciones más duras y de combate. Prevé la extensión de unos conflictos que aún no han llamado con fuerza a su puerta.
¿Significa eso que hay un determinismo histórico por encima del papel que asuman los distintos actores del drama que lleva inevitablemente al hundimiento de este sistema? Nada más lejos de la realidad. La conversión del materialismo histórico y de su correlato, el materialismo dialéctico, en religión “laica” (que hace de los cambios históricos una necesidad ineluctable y predestinada) ha quitado al potencial emancipador del marxismo su más poderosa espoleta: el “phatos”, la pasión.
No hay lucha, ni conciencia racional, que no tengan su parte de voluntad, de deseo. La proyección de un futuro utópico, primero como escenario de fantasía anhelado, luego como ansia colectiva posible, es el componente necesario de la transformación social. No se conquista lo que no se desea.
Para crear esa pasión la labor cultural y de concienciación de los trabajadores, la conciencia de clase, sindical y de revuelta son condicionantes insoslayables. Es fundamental hacer palpable que el destino de las vidas de los trabajadores no puede seguir unido al del capital porque eso supone hacerlo en el papel de derrotada comparsa, que ya no debe esperar las migajas que caigan del mantel de sus patrones, sino que ha de saber que las últimas que aún posea le serán arrebatadas, sin que una eventual salida de la crisis les vaya a devolver al “paraíso” del que han sido expulsados. La corriente de fondo va en dirección opuesta.
Actuar sobre el mundo de los valores, recuperar una ética y una moral alternativas, supone poner en el centro de las luchas sociales ese punto de pasión hacia la lucha sindical y política y hacia la búsqueda de otro mundo posible.
4.-La necesidad de un giro a la izquierda del conjunto del movimiento obrero:
Vista desde cierta perspectiva, la conducción sindical de las huelgas de trabajadores en Europa parece tener dos únicos objetivos:
- La prolongación de las protestas
- Hasta lograr derribar las leyes y políticas de ajuste duro
Pero cuesta encontrar en ellas una estrategia de largo plazo sobre cómo conducirlas, de qué modo manejar sus ritmos, tiempos e intensidades y cuáles tienen que ser las grandes líneas políticas de estas huelgas, así como los objetivos que transciendan la mera resistencia contra el desmonte del Estado del Bienestar.
Digámoslo claro: el “welfare state” será desmontado para siempre por la clase capitalista, que rapiñará sus servicios en forma de nuevo nicho de mercado de oferta exclusiva para quien pueda pagarlos, y por los gobiernos plegados a sus exigencias. Ya nada volverá a ser como antes de esta crisis sistémica. Volvemos al siglo XIX y reivindicar la vuelta a lo que hoy está siendo destruido es jugar en el campo defensivo que nos marcan a los trabajadores nuestros enemigos de clase: la burguesía y sus sirvientes naturales –liberales- o sobrevenidos- socialdemócratas- Es necesario un nuevo proyecto que repolitice el mundo sindical para llevarlo a posiciones más nítidas de defensa de los intereses de clase de los trabajadores. El horizonte socialista se convierte en probable, aunque no en inevitable necesidad histórica porque depende de la voluntad política colectiva de quienes más deben perseguir –la clase trabajadora y sus organizaciones sindicales y políticas- y sentir como propia esa perspectiva emancipatoria.
Eso no significa en modo alguno abandonar la defensa, con unas y dientes, de los derechos y conquistas que nos están siendo arrebatados. El primer objetivo de un sindicato, y lo que le hace ser lo que es, está en la promoción de las condiciones de trabajo y de vida de los asalariados y en la ampliación o mantenimiento, en tiempos de hegemonía del capital, de sus derechos. Pero aferrarse, como proyecto sindical, a la defensa de un modelo de Estado y de pacto social, como situación a mantener, cuando está volando en pedazos, es sembrar el camino del sindicalismo de derrotas.
Ello conlleva la necesidad de que el conjunto del movimiento sindical europeo, incluido el español, y mundial giren a la izquierda.
La CES y sus sindicatos adheridos, así como su casa matriz, la CSI (Confederación Sindical Internacional) son, antes que un motor, un gran freno a la elevación del tono, radicalidad y proyecto del sindicalismo mayoritario.
Reproducen en cada país, a escala europea y mundial la burocratización y el modelo, ya periclitado de sindicalismo de concertación. Y mientras este termina de fracasar ciegan cualquier otra salida a una estrategia sindical realmente combativa y con proyecto alternativo.
Es necesario incrementar el potencial de lucha y coordinación del sindicalismo de izquierda, muscular su capacidad de confrontación social y mantener el contacto con las bases sociales de los sindicatos oficiales porque estos aún suponen la inmensa mayoría de la afiliación sindical en Europa y en el mundo y en ellos se encuentran trabajadores conscientes y luchadores, que no comparten la visión ni los planes de sus sindicatos. Construir la unidad del movimiento obrero desde abajo, con un proyecto radicalmente anticapitalista pero pegado a la realidad del terreno es fundamental para abordar las luchas que vienen con una cierta perspectiva de victoria.
Si ese giro no se produce, si la dirección del movimiento sindical europeo y mundial continúa bajo la dirección de quienes se aferran al modelo neocorporatista que ya ha sido dinamitado desde el poder político y económico es, además de cómplice, un camino sin salida.
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