Por Marat
Las caceroladas y las manifestaciones en los barrios
burgueses contra el Estado de Alarma son un síntoma de descontento social entre
los sectores de las clases medias reales (pequeños y medianos propietarios) y
autopercibidas (de segmentos minoritarios de la aristocracia asalariada) que
señalan el efecto del largo período de confinamiento en la economía nacional,
que se ha deteriorado, tanto en sectores básicos y de grandes empresas de la
producción como en los pequeños negocios (fundamentalmente de servicios) y, con
ello, las de los hogares y, en consecuencia, en el consumo, que se ha limitado
a fundamentalmente a las necesidades básicas y a otras secundarias, ligadas fundamentalmente
al entretenimiento en casa.
El acierto de los fascistas y de la derecha reaccionaria del
PP ha sido la de haber sabido conectar con el miedo al futuro de esos sectores de
las clases medias reales y autopercibida, como consecuencia de la destrucción
del tejido productivo que ha traído la combinación del agotamiento del período
de recuperación tras la última crisis del capitalismo y de la paralización de
gran parte de la actividad económica como consecuencia de las medidas
sanitarias para parar la COVID-19.
No es un fenómeno español. En mayor o menor medida que en
nuestro país ha sucedido en la práctica totalidad del mundo, por lo que la
nueva fase de la crisis capitalista es, de nuevo, también global. Éste es un
factor que debe esgrimirse desde una posición de clase: el capitalismo acelera
su crisis general y no hay salidas nacionales a la misma.
Tampoco es un fenómeno local la respuesta fascista contra
el confinamiento. En Italia, en Alemania, en los estados USA no controlados por
Trump en los que se da alguna forma de este tipo de medidas, las protestas
organizadas por la extrema derecha se suceden, siempre en nombre de la libertad
y con banderas patrias. La libertad es la del mantener abiertos los negocios por
encima de los riesgos de los trabajadores que hay en ellos. Y la bandera patria
es siempre el manto de la mentira protectora con el que el capital quiere cubrir
lo que antes era contradicción de intereses trabajo-capital bajo la forma nueva
de “más mata el hambre”, planteado
por quien no lo padece y está lejos de padecerlo. La burguesía siempre ha vendido desde la revolución francesa lo que
son sus intereses de clase como interés general de todas las clases.
Conviene entender la relación subalterna de las clases medias,
justo las que auparon el fascismo en el pasado y lo están elevando en el presente, con la
clase rectora del sistema capitalista, la gran burguesía. La clase media
propietaria de medios de producción, e incluso los segmentos sociales de la
aristocracia asalariada, están ligadas al capitalismo como sistema y a las grandes
corporaciones de las que son empresas proveedoras y subcontratadas y de las que
obtienen sus elevados salarios un sector de los directivos no claves en la toma de decisiones empresariales.
Establecida esta cuestión hay una relación compleja entre pequeña
y mediana burguesías y gran capital.
La pequeña y mediana burguesías han comprendido que su futuro
está comprometido y que necesitan de la recuperación del consumo, por lo que es
imprescindible para ellos la vuelta a las terrazas y al negocio de las
tiendas.
El gran capital, el que mueve el porcentaje del PIB que, de
verdad, será afectado por la crisis, turismo, automoción, construcción y banca,
crea a través de sus medios de “comunicación” económicos y generalistas el
estado de opinión social, el llamado “estado del malestar” que, curiosamente,
remite a ciertas anticipaciones del 15-M. De ahí que en la prensa más conservadora
se haga un paralelismo entre los objetivos de VOX de creación de “ambiente de
protesta social” con la aparición de los indignados y la posterior eclosión de
Podemos. Para la clase media se proyectó en su día una articulación política progre y ahora otra
fascista. En cualquier caso, ambas tuvieron un discurso explícito no de clase, sino de “gente”
y nacionalista.
Afortunadamente los fascistas están llegando tarde varios
países. En Italia y en España es más que evidente. Las curvas de la pandemia acabarán por
aplanarse
En Estados Unidos no hay sanidad pública, porque el
Obacamare nunca fue público, que absorba el brutal número de contagiados, vemos como el fascismo exige violentamiente el fin de las cuarentenas. En Brasil, con un Presidente tan eloqucido como las cifras de la enfermedad, se produce un tipo de respuesta desde el Estado muy similar al que se da en Estados Unidos. La elección de recuperación
de la tasa de beneficio empresarial en lugar de vida puede que se convierta en
caos económico.
El acuerdo de Alemania y Francia para intentar que la UE apruebe un superbazooka financiero de ayudas más “generosas” que en la anterior fase de la crisis capitalista para los países afectados por la pandemia (fundamentalmente
pensando en el sur) tiene mucho que ver con la necesidad de Francia de salir
adelante porque está agotada económicamente y con la situacion de Alemania porque, si se
hunde el sur, es el fin de la UE y, con ello, Alemania tendría que comerse su
producción al no poder colocarla fuera de sus fronteras.
Si esa opción falla, muy posiblemente lo hará, dado que las inversiones se acabarán destinando mucho más a las necesidades de financiación de las grandes empresas capitalistas de la UE que a supervivencia de las clases trabajadoras que mantengan el consumo, lo que queda es el odio organizado políticamente. Es
decir, la salida fascista.
Con todo, el verdadero riesgo del fascismo es que, el deterioro de la situación económica favorezca la captación por la ultraderecha de una parte de los sectores menos conscientes de la clase trabajaddora que, ante la desesperación por su depauperación económica, vean en el fascismo una forma de expresar su rabia social.
Con todo, el verdadero riesgo del fascismo es que, el deterioro de la situación económica favorezca la captación por la ultraderecha de una parte de los sectores menos conscientes de la clase trabajaddora que, ante la desesperación por su depauperación económica, vean en el fascismo una forma de expresar su rabia social.
En las situaciones de desesperación social en las que brota el fascismo el antifascismo no puede ser la clásica respuesta
antifacha del enfrentamiento físico. Hay que desnudar sus argumentos, visibles si
se quiere ver de qué hemos estado hablando, dejar claro a la pequeña burguesía
que puede condenarse a desaparecer, deglutida por el gran capital, o sumarse a
la cola, y sin pretensiones de dirigir lo que no le corresponde, y ser parte de
la solución.
Es necesario impulsar un tipo de lucha que conecte con las
necesidades inmediatas, vitales y sentidas de nuestra clase porque, de no ir
por ahí la respuesta, la que dará el fascismo será la que canalice la
frustración y le malestar sociales hacia el odio y la demanda de un caudillismo
que el capital acabará por emplear, cuando se le acaben todas las demás
opciones para imponer por la fuerza la recuperación de sus ganancia a costa de
nuestra miseria. No hay muchas vueltas que dar a los argumentos. Basta con
hacer memoria de ellos y señalarlos.
Es necesario romper con el sectarismo propio del cuanto peor
mejor y de que el peor enemigo es siempre aquel del que intentamos
diferenciarnos para ser nosotros mismos y es necesario también asumir que el actual gobierno de los
progres en España ha defendido la protección de la vida antes que el beneficio del capital, frente a todo el capital organizado, el fascismo
evidente y el “conservador” y su Brunete mediática sin carta de navegación, que ningún país tenía ante una pandemia desconocida. Nada más y
nada menos. Y hasta ahí porque luego de ciertas medidas sociales de choque y de una
austeridad y unos recortes más atenuados, vendrán otros más brutales y, si
no han conseguido sacarles del gobierno las fuerzas de la reacción, harán la
misma política contra los trabajadores que haría la derecha más ultraliberal porque, al igual que a Zapatero no le
tembló el pulso a la hora de aplicar nuevas legislaciones laborales y de pensiones absolutamente antisociales, tampoco les pasará a
ellos.
Hay que decirles a los trabajadores que si no se organizan para
defender lo conquistado ayer y para exigir lo que corresponde a las nuevas
necesidades con las que se van encontrar, lo que les queda es a qué
capataz del sistema elegir y cuánta represión de clase van a estar dispuestos a
asumir.
Es el momento de explicarle a los trabajadores que frente a los intereses del capital para recuperar sus beneficios amenazos por el confinamiento, en una sociedad socialista la opción determinante sería siempre la de proteger la vida
de la gente de nuestra clase, que es la más expuesta ante cualquier pandemia:
- En el socialismo la vida no estaría amenazada por la demanda de beneficio
- En el socialismo, la protección de la vida sería el más sagrado principio a defender.
- En el socialismo el ser humano no se enfrentaría a la necesidad de trabajar durante una pandemia, jugándose la vida para poder comer.
- En el socialismo, el principal problema al que se enfrentaría la humanidad sería cómo acabar con una enfermedad extendida.
- En el socialismo, los trabajadores que hubieran de trabajar, para satisfacer las necesidades básicas de la población en caso de pandemia, estarían adecuadamente protegidos y el coste de protegerlos no sería el problema sino el de la capacidad científica para responder ante la amenaza.