Por Marat
Cuando a uno no le pagan por
escribir, a tanto la pieza o por palabras y tampoco escribe al dictado de la
“línea editorial”, lo hace cuando puede o cuando cree que tiene algo que decir
y es capaz de ponerse ante el ordenador y decir lo que quiere expresar. Éste es
el caso, como siempre.
Antes de que la estampida del desconfinamiento
produzca la amnesia colectiva, quienes se hayan detenido en los contenidos que
las formas de entretenimiento del vacío mental que se han difundido para
rellenar el tiempo de reclusión –en mi opinión necesaria frente a la pandemia-
en cantidades y calidades obscenas, quizá hayan reparado en que hay tiempos de
mentira, tiempos que nos educan en terrores futuros y tiempos del deseo necesario.
En el mismo orden en que acabo de
señalarlos los nombro como quimera, distopía y utopía.
1.-Quimera
En la segunda acepción, que es la
que me interesa, del diccionario de la real academia de la lengua española se
define a este término como “aquello que se propone a la imaginación
como posible o verdadero, no siéndolo”. En plata, mentira.
Hablemos de quimera en tiempos de
coronavirus durante el desconfinamiento.
Quimera es que necesites pedir
una ayuda al SEPE (Servicio Público de Ayuda Estatal) y no dispongas de ninguno
de los sistemas de certificación electrónica -certificado digital, DNI
electrónico, CL@VEPIN (para un solo uso, por lo que hay que pedir una nueva
clave para cada uso nuevo) y CL@VE permanente-. La odisea que te espera para
conseguirlo está a la altura de la de Ulises. Tanto que acabas teniendo que
recurrir a tutoriales en vídeo para ver cómo conseguir ese sistema de
certificación electrónica. Todo ello para descubrir que no puedes pedir cita
online con el SEPE o encuentres que tu situación para solicitar un subsidio no
está dentro de los supuestos de los que
te informa la web de este servicio.
No soy un conspiranoico, lo
primero porque aún me funciona la cabeza moderadamente bien, lo segundo porque
no entiendo los procesos históricos como explicados por una sucesión de
conspiraciones sino marcados por la lucha de clases dentro de un formación
económica y social dada y lo tercero, y no menos importante, porque no soy un
reaccionario, pues se es un reaccionario cuando se recurre a la conspiración
para “explicar” cómo funciona la economía bajo el capitalismo y está claro que
para un capitalista, que se rige por la máxima de la rentabilidad, el gasto
social no es rentable. Conviene no olvidar que los Estados son Estados
capitalistas gobierne quien gobierne. Y en el caso español actual también.
Cuando no hay modo posible de
hacer gestiones personales por razones higiénico-sanitarias justificadas,
tampoco telefónicas “por saturación” del servicio y la posibilidad de llevarlas
a cabo mediante el medio online, es harto dificultosa, por las trabas
laberínticas ya descritas, no hace falta ser muy inteligente para saber que se
está jugando a ganar tiempo (para disponer de la
liquidez necesaria para los distintos tipos de parados afectados o no por el COVID-19) y a generar
desestimiento entre una parte de los candidatos a demandantes. Esperar que el servicio del SEPE piense en las necesidades y angustias
personales de quienes se ven sin un euro para pagar su alquiler, la comida o
las necesidades más elementales es pura quimera. Es decir que, al menos de
momento, aquello de no dejar a nade en el camino es una mentira bastante
indecente. Las colas de las bolsas vacías ante las asociaciones civiles laicas
o religiosas no tienen otra explicación.
Quimera es que aparezcan nuevas
compañías eléctricas en televisión comparándose con Luther King, Gandhi o quien
se supone que se plantó delante de un tanque en Tiananmén, diciendo que “por
algo se empieza”. Cuando uno se preocupa
en saber quién está detrás de esta operadora energética de la “tarifa justa” y
de la “energía 100% verde” se entera de que la gestora de fondos de capital
riesgo española Axon controla el 27% de sus acciones y de que sus principales impulsores y caras
públicas son gente sin aparente gran procedencia empresarial, aunque bien
conectados con Forbes España, el IESE, el Deutsche Bank o inversores en energías
renovables como Special Credit
Situations Group o han estado presentes en la dirección financiera de Novacaixagalicia, la consultoría
de McKinsey & Co. o el Boston Consulting Group.
Esta compañía energética que se
propone absorber otras menores para hacerse un sitio en la minipecera de los
depredadores energéticos tiene un estilo 15M de “capitalismo colaborativo”
interesante por su capacidad de absorber un discurso buenrollista, pensamiento
Alicia, delicioso.
Si algo debe agradecerse a
tiburones tipo Endesa o Iberdrola es que les importe entre cero y nada parecer
éticos, “colaborativos” partidarios del “bien común” (el de sus grandes
accionistas sí), justos y ecológicamente sostenibles. Se la pela y uno no deja
de saberlo, si quiere.
Que Holaluz se vista de ONG,
mucho más tarde de que hubiéramos empezado a sospechar de las ONGs, tiene
delito. Comprarles el relato no tiene justificación salvo que se sea gilipollas
profundo. En todo caso, conviene mirar qué tiburón les cobrará menos por
encender la luz del fluorescente de sus cocinas.
Quimera es que haya partidos, medios
de comunicación y grupos de presión empresariales (de estos a cascoporro) que
intenten torcer el brazo al gobierno, lo están logrando, para que las medidas
más eficaces de contención social del coronavirus –el confinamiento es la
principal- sean anuladas antes de que estemos seguros de que no habrá un
rebrote en los hospitales ni los medios de control sean capaces otra vez de
hacerles frente, una vez demostrado su casi agotamiento ahora.
Quimera es que los pijoburgueses
del barrio Salamanca, de Pozuelo Aravaca o Chamartín vendan como defensa de la
libertad lo que es su deseo de reapertura de sus negocios poniendo en riesgo la
vida de sus trabajadores o que señalen como estado de emergencia solapado lo
que es un intento de viajar a sus chalets con piscina propagando el virus allá
donde vayan.
Quimera es que haya “personajes”
que, con la coartada del COVID-19 intentan
que confundamos ese invento llamado por los progres postcapitalismo (¿Qué pretenden
hablando de un sistema inexistente si no es alternativo al capitalismo? Yo lo
tengo claro) con el fin de la etapa neoliberal o del predominio del capitalismo
financiero, sin el que no puede sobrevivir el productivo, cuando no hay
postcapitalismo sin acabar con las relaciones sociales de producción
capitalista basadas en una plusvalía nacida del trabajo excedente sin el
que el sistema no puede reproducirse porque carecería de beneficio. Podría
explayarme con la admiración que el personaje al que me refiero profesa a una vedette esotérica, que dice que es comunista, como Žižek, para el que la explotación
laboral es algo así como la existencia de gamusinos o con su apoyo al peronismo
argentino pero tampoco me apetece hacer sangre cuando toca hablar de cuestiones
mucho más importantes que alguien como Atilio Borón.
Quienes juegan esta partida no
son radicalmente opuestos a los fascistas criminales de VOX ni los prefascistas del PP que acusan de
comunistas a los de Unidas Podemos, ofendiendo con tal acusación a los
comunistas que nada tenemos que ver con quienes emplean bálsamos por vitales
que sean, para quienes están en el nivel de la supervivencia, cuando sabemos que
tras la pandemia aplicarán nuevas recetas de dolor y recortes sociales a los
trabajadores para favorecer la recuperación del beneficio empresarial, en lugar
de organizar a la clase trabajadora para lo que se nos viene encima. Ambos
mienten. Unos para defender la democracia burguesa, cumpliendo su viejo papel
de justificadores, aparentemente críticos, del capital. Otros para actuar como
criminales a sueldo del capital, poniendo por delante el trapo de una bandera
patria que jamás protegerá a las clases subalternas de los intereses de clase de
los patriotas sean estos españoles, catalanes o vascos.
2.-Distopía
Según la Real Academia de la
Lengua Española distopía es la “representación
ficticia de una sociedad futura de características negativas causantes de la
alienación humana”.
Distopia es que haya millones de españoles e inmigrantes cuyos hijos dependan de la caridad para comer, distopía son las enormes colas de nuevos pobres, distopía es que haya seres humanos que tienen que jugarse cada día una gran multa para continuar con sus actividades en una economía sumergida de la que no pudieron salir porque, de otro modo, no pueden sobrevivir.
Distopía es la ingente cantidad
de trabajadores que están descubriendo las maravillas del teletrabajo. Basta ya
de limitar las críticas al mismo al tener hijos en casa. No es lo peor la
conciliación trabajo-familia cuando ésta es imposible. Lo peor del teletrabajo
viene de horas que superan a lo establecido, de la invasión de la privacidad
por parte de la empresa cuando, supuestamente, no es horario de trabajo, del
control de la producción en remoto, de los efectos físicos y psicológicos del
trabajo en el hogar, de la imposibilidad de separar espacios/tiempos de trabajo
y vitales, de la alienación que viene de la soledad y, por supuesto, de la
próxima pérdida de derechos laborales y contractuales que significara el paso
de ser un trabajador a un autónomo del búscate la vida, págate tú la cotización
y te llamaré a ti o a la plataforma que te subcontrate, cuando lo
necesite.
Distopía
es que millones de trabajadores hayamos pasado del agotamiento de las
prestaciones de desempleo contributivas que cotizaban para nuestras pensiones
futuras a unas prestaciones no contributivas que no sabemos si recibiremos y que
nos conducen a unas futuras jubilaciones miserables (no contributivas),
que son las que se reciben como limosna, y que no cubrirán nuestras necesidades
más básicas de supervivencia.
¿Han estado ustedes viendo
películas en las televisiones no de pago últimamente? De las de pago no les
pregunto porque probablemente, el contenido distópico sea el principal de su
programación.
¿Se han preguntado alguna vez qué
función cumplen estos contenidos, sea en formato de film o de series? Yo sí y
más aún también me he preguntado por el porqué de que se hayan multiplicado en estos meses de pandemia.
Los contenidos audiovisuales
que hablan de sociedades totalitarias y
policiacas, de destrucciones de la tierra, de pandemia, de apocalipsis, de animales extraños que nos heredarán, luego
de acabar con el género humano, del día después de…, más allá del mero
entretenimiento, tienen el objetivo de ir generando la aceptación ante cualquier decisión del poder económico y político que nos conduzca a la
sumisión de la voluntad o a la acatar la pérdida de libertades ante
peligros inminentes.
Esos son los contenidos que
ayudan a justificar a los chivatos policías de los balcones, que explican las
comparecencias de militares, guardias civiles y policías durante las primeras semanas en ruedas de prensa que nos explicaban el día a día del coronavirus, que han intentado colocarnos, y en parte lo han logrado,
aplicaciones en los móviles dedicados a nuestro seguimiento.
En una pandemia como la que hemos
vivido no se pueden mantener todas las libertades. Hay liberales que son
criminales si no son conscientes de la necesidad de su limitación pero no vale
todo. No vale mantener la Ley Mordaza, cuando quien la aplica se manifestó en
su contra ni vale tampoco que se permita la total liberalidad de la policía
para actuar. Es evidente que no es lo mismo impedir un botellón o una
manifestación que no contempla la distancia social que el que una madre
salga a pasear con su hijo autista en los peores momentos de la pandemia.
No había carta de navegación pero a una policía que no es democrática (JUSAPOL
es un claro ejemplo de ello) hay que leerle la cartilla antes de dejarla salir
a la calle. A ver si es que es preferible que se pasen por exceso antes que por
defecto. Sería bueno saberlo.
3.-Utopía
La RAE da dos definiciones de
utopía:
1. f. Plan, proyecto, doctrina o sistema deseables que parecen de muy
difícil realización.
2. f. Representación imaginativa de una sociedad futura de
características favorecedoras del bien humano.
No suenan mal, al menos a mí,
salvo en lo de “que parecen de muy
difícil realización”
Decían Marx y Engels
“Las ideas de la clase dominante son las ideas dominantes en cada
época; o , dicho en otros términos, la clase que ejerce el poder material
dominante en la sociedad es, al mismo tiempo, su poder espiritual dominante. La
clase que tiene a su disposición los medios para la producción material dispone
con ello, al mismo tiempo, de los medios para la producción espiritual, lo que
hace que se le sometan, al propio tiempo, por término medio, las ideas de
quienes carecen de los medios necesarios para producir espiritualmente. Las
ideas dominantes no son otra cosa que la expresión ideal de las relaciones
materiales dominantes, las mismas relaciones materiales dominantes concebidas
como ideas; por tanto, las relaciones que hacen de una determinada clase la
clase dominante son también las que confieren el papel dominante a sus ideas.”
(“La ideología alemana”. Marx y Engels)
Para algunos una especie de
catecismo comunista, justamente lo que los dos revolucionaros se
negaron a aceptar como título en lugar del “Manifiesto Comunista”, que tiende a simplificar
en exceso un pensamiento mucho más sutil, más rico, más lleno de matices. Casi
todos los comunistas reducimos a un párrafo un pensamiento mucho más profundo, limitándonos a aquello de “La ideología
dominante es la de la clase dominante”.
Hay quienes entendieron el funcionamiento
del capitalismo como un acto de fe. Quizá algún día sean capaces de explicarnos
el porqué y el cómo de las crisis capitalistas.
Quienes nos consideramos
comunistas vemos necesario dar la batalla de las ideas para desnudar la
naturaleza de un sistema que no conspira contra sí mismo (sería estúpido no
comprender hasta qué punto la crisis económica derivada del COVID-19 exige recuperar el beneficio empresarial) pero que es incapaz de dar respuestas
a la humanidad, ahora más que nunca.
La utopía es la esperanza para los
cristianos que buscan un mundo mejor también aquí. A su lado, no más lejos, los
comunistas podemos compartir la fraternidad y la denuncia ante la desigualdad
que sufren los desheredados de nuestra clase.
Un comunista mira la utopía como
una posibilidad. El marxismo nunca fue determinista. Nunca planteó el derrumbe como el cómodo atajo que evitaría a los explotados luchar por emanciparse.
El ser humano puede llegar a
liberarse de su necesidad o encaminarse a la barbarie. Es necesario explicar el
riesgo de la locura y el porqué. El capitalismo mata pero no basta decirlo.
Toca desnudarlo.
La crisis del capitalismo viene
de lejos. Desde la mal llamada crisis del petróleo no ha hecho más que
sucederse por etapas, cada vez más rápidas, encaminándose hacia su senilidad.
La COVID-19 no ha creado una
nueva crisis. La ha acentuado. Pero creer que el paro actual, la ausencia de
recursos económicos, es lo peor que le ha ocurrido a la clase trabajadora es no
entender casi nada. Lo que viene ahora es la salida del capital a esta nueva
fase de la crisis que ahora le ahoga. Su recuperación, nuestra miseria. En unos
meses veremos su actuación.
Utopía es entender que el
comunismo no es solo una sociedad futura sino un movimiento que lo acerca.
“Nosotros llamamos comunismo al movimiento real que anula y supera al
estado de cosas actual" (“La
ideología alemana”. Marx y Engels)
Ésta es la esencia de la utopía
comunista. Avanzar, pegados a las necesidades inmediatas y cotidianas de
nuestra clase hacia la sociedad a la que aspiramos. Defender cada milímetro a
conquistar sin engañarla, dejándola claro que mañana puede perderlo dentro del
capitalismo, intentar elevar su conciencia como clase antagónica y plantear con
claridad que de ésta salimos más fuertes solo si comprendemos que dentro del
capital no hay esperanza. Y que solo la
podemos construir de forma colectiva, solidaria y organizada.