Juan
Francisco Martín Seco. El viejo topo
Solo
los necios o los muy sectarios pueden dudar del deterioro que en
materia social y económica ha sufrido nuestro país en los últimos
ocho años. El hecho de que en estos momentos estemos creciendo por
encima de la mayoría de los países de la Eurozona no debe restar un
ápice a la evidencia de las grietas que persisten en nuestro tejido
económico y social.
Las
elevadas cifras de paro dilapidan nuestro potencial de crecimiento y
condenan a parte de la población a la indigencia. Aun cuando en los
dos últimos años se esté creando empleo, este es de tan baja
calidad y tan precario que ha originado un fenómeno nuevo, la
compatibilidad entre poseer un puesto de trabajo y la permanencia en
el umbral de la pobreza. Los salarios en el sector privado,
especialmente en el caso de las nuevas colocaciones, han descendido
sustancialmente. Los empleados públicos han visto reducido por
término medio cerca de un 10% su poder adquisitivo, llegando en
algunos casos al 15%. El mercado de trabajo se ha desregulado
considerablemente, arrebatando a los trabajadores multitud de
garantías y derechos. Los servicios públicos (sanidad, educación,
etc.) se han deteriorado. Por primera vez desde hace muchos años,
las pensiones han perdido poder adquisitivo y, lo que es aun más
grave, se ha aprobado una ley que desliga la evolución de estas
prestaciones en el futuro de los incrementos en el coste de la vida.
La deuda pública (es decir, la hipoteca que pesa sobre todos los
españoles) ha pasado de representar el 36% del PIB a exceder el 100%
de esta magnitud.
El
catálogo podría continuar, pero creo que lo dicho constituye una
muestra suficiente para dar la razón a todos aquellos que denuncian
la desigualdad, la pobreza y la precariedad originadas, y los
sufrimientos y calamidades que se le ha hecho padecer a una gran
parte de la sociedad española. Lo que resulta más dudoso es
determinar el origen de todos estos males. Para los partidos de la
oposición la cosa está muy clara, se debe a la perversidad de Rajoy
y sus seguidores que durante cuatro años han practicado políticas
regresivas e inicuas. No seré yo el que exima de responsabilidad al
Gobierno del PP, pero lo peor que podemos hacer al enfocar cualquier
tema es equivocarnos, aunque sea parcialmente, en la determinación
de la causa, o quedarnos en la superficie sin profundizar en el fondo
de la cuestión, y en este caso la explicación de la maldad de la
derecha me parece pobre e incompleta.
Ojalá
todo el problema derivase de la ofuscación de este Gobierno; la
solución, entonces, estaría en nuestras manos, consistiría
exclusivamente en echarlo, antes o después, del poder. Pero la
realidad es tozuda y hay múltiples señales de que la cosa no es tan
sencilla. Los recortes y las reformas comenzaron con otro gobierno, y
teóricamente de izquierdas, el de Rodríguez Zapatero. Mientras
gobernaba, surgió el movimiento 15-M. Fue él quien realmente redujo
el sueldo de los funcionarios. A diferencia de suprimir la paga
extraordinaria, tal como hizo después el PP, que solo tenía
vigencia para un año, la rebaja que aplicó Zapatero se consolidaba
para años sucesivos, como así ha ocurrido. También fue el Gobierno
de Rodríguez Zapatero el que planteó una reforma laboral, si bien
posteriormente Rajoy la endureció. El PSOE privó por primera vez a
las pensiones de la actualización por el índice del coste de la
vida, aunque es verdad que el PP eliminó este derecho para el
futuro. Por último, Rodríguez Zapatero arrastró al PP a modificar
la Constitución para anteponer el pago de la deuda al pago de las
pensiones, del seguro de desempleo y al mantenimiento de la sanidad y
de la educación.
El
PP participó entonces de la misma simpleza que ahora demuestra el
PSOE. La culpa era de Rodríguez Zapatero, y todo se solucionaría
cuando cambiase el Gobierno. El Gobierno cambió y Rajoy se vio
obligado a incumplir todas las promesas que había hecho en la
oposición, y a continuar, incluso endureciendo, la política del
gobierno anterior. Desde hace bastantes años, es una gran necedad
centrar la solución de los problemas sociales y económicos
exclusivamente en el cambio de gobierno. Por eso en Europa cambian
todos los gobiernos, pero se sigue aplicando la misma política. Por
eso Hollande, socialista, realiza en Francia, contra viento y marea,
una reforma laboral similar a la que aprobó Rajoy en España. Por
ello Syriza no ha tenido más remedio que tragarse todo lo dicho
anteriormente, y está aplicando una política totalmente contraria a
la que había prometido. Por la misma razón, Portugal tiene que
tener sumo cuidado porque está al borde de que su deuda pase a la
categoría de bono basura en la única agencia de calificación que
aún no le ha dado esta puntuación, con lo que se vería en la
obligación de pedir de nuevo el rescate.
La
explicación se encuentra en que desde la configuración de la Unión
Monetaria nuestra soberanía está limitada y, en buena parte, la
política no depende del gobierno de turno sino de otras instancias,
de Berlín, Frankfurt y Bruselas. Al no contar ni con una moneda ni
con un banco central propios, quedamos al albur de los mercados y del
Banco Central Europeo. Este organismo no solo dicta la política
monetaria sino también la fiscal y la laboral, y sus mandatos son de
obligado cumplimiento. Y eso en todos los países; tanto en los
rescatados, como en los que por el momento no lo están, porque la
línea divisoria entre ambos grupos es muy tenue y el tránsito de
una categoría a otra es muy fácil, dependiendo únicamente de la
voluntad del BCE, como comprobaron Italia y España cuando estuvieron
al borde del rescate porque su prima de riesgo superaba los 600
puntos básicos.
La
corrección de cualquier desequilibrio en la Unión Monetaria
significa sangre, sudor y lagrimas para el país que lo sufre porque,
al no poderse corregir en el plano monetario, el cortocircuito se
trasladará a la economía real, en forma de paro, reducción de
salarios y recortes fiscales. He aquí la perversidad de la moneda
única. Por esta razón, entre otras, algunos nos posicionamos
radicalmente en contra de la Unión Monetaria. Era evidente que a
partir de la desaparición de la peseta el coste de corregir la menor
perturbación que se originase correría a cargo de los trabajadores.
Lo que no se entiende muy bien es que aquellos, bien personas u
organizaciones, que defendieron con ahínco la creación del euro,
ahora se hagan los sorprendidos y se rasguen las vestiduras por las
consecuencias.
La
experiencia ha confirmado las expectativas más pesimistas. Los
nefastos Gobiernos de Aznar y el primero de Zapatero permitieron que
nuestro déficit exterior se desbocase, llegando a alcanzar en 2008
el 10% del PIB. Este desequilibrio continuado y progresivo -que
originó la acumulación de una ingente deuda exterior de carácter
privado- no se hubiera producido, al menos en esas magnitudes, de no
haber estado España en la Unión Monetaria, y, en todo caso, (en la
medida en que se produjese) se habría corregido con la devaluación
monetaria, tal como sucedió en los primeros años noventa. La
carencia de moneda propia y de un banco central que la respalde dejo
a nuestra economía en manos de los mercados financieros y del BCE.
Todo ajuste se traduce en descenso de los costes laborales y en
recortes presupuestarios.
No
tengo nada en contra de que los partidos de la oposición critiquen y
censuren al Gobierno de Rajoy, con tal de que no se olviden de las
trabas y rémoras que se derivan de nuestra participación en la
moneda única. Su afán por atacar al PP y su respaldo a la Unión
Monetaria pueden conducirles a esconder la trampa que representa la
pertenencia a la Eurozona. Causa sorpresa el constatar que todos sus
planteamientos se realizan ignorando esta realidad y partiendo de
cero, como si fuésemos absolutamente soberanos. Cabe por tanto
preguntarse si esta postura se debe a la ignorancia o a una
hipocresía deliberada orientada a prometer (o exigir a otros)
medidas que saben de sobra que son irrealizables, al menos mientras
pertenezcamos a ese club tan selecto y exclusivo.
NOTA
DEL EDITOR DE ESTE BLOG:
Parece
mentira que un auténtico socialdemócrata, no esas excrecencias
llamadas Podemos y PSOE que se hacen llamar tal, como Juan Francisco
Martín Seco sea el que tenga que desenmascarar el cinismo de los
partidos de “oposición”, y de tanto vociferante demagogo e
ignorante, en el caso de los cheerleaders votantes de esos partidos,
de culpar sólo al PP de una realidad que es inamovible gobierne
quien gobierne, acepando las condiciones que la UE y el euro les
imponen, y negándose a cuestionar esta permanencia.
No
obstante, la socialdemocracia, incluso la auténtica, históricamente
ha cumplido un papel de barrera protectora del capitalismo y este el
caso también del discurso del autor del texto que les he presentado anteriormente.
Escamotea
Juan Francisco Martín Seco un hecho. La UE y el euro sólo son
mecanismos institucional, el primero y monetario, el segundo, de la
estructura de dominación capitalista. Salir de la UE y del euro son
condiciones indispensables pero insuficientes para salir de la
políticas antisociales y antiobreras. Sin lucha por derribar el
sistema capitalista para poner en pie otro socialista, las políticas
de austeridad continuarán, por mucho que no haya UE y volvamos a la
peseta o a cualquier otra moneda. Imaginar que un capitalismo
nacional sería más llevadero es lo mismo que pensar que en los
países no pertenecientes a la UE
no hay explotación ni recortes sociales. Pensar que un capitalismo
en crisis no
iba
a combatir la caída de su tasa de ganancia intensificando la
sobreexplotación y acumulación
de capital por desposesión a los trabajadores de sus conquistas
sociales y de privatización de los sectores públicos es
estúpido o cínico.
Que se lo pregunten a quienes viven en países nórdicos noUE, como
Noruega, que están viendo como empiezan a desmontarse sus Estados
del Bienestar, algo que a ustedes no les cuentan los maravillosos
medios de desinformación que ustedes leen, como tampoco los
autodenominados “alternativos”. Y es que aún no perteneciendo
Noruega a la UE, sí que pertenece al Espacio Económico Europeo
(EEE), a través de la Asociación Europea de Libre Comercio (AELC).
Ambos obligan a este país a aplicar un 20% de los actos jurídicos
de la UE. Pero incluso si no pertenecieran a ambos organismos, la
internacionalización del capitalismo impide que países que no
rompan con este sistema de dominación de clase salgan de la trampa
mundial de las recetas que imponen otras instituciones capitalistas
como el FMI o el Banco Mundial. O se rompe en cada país con el
capitalismo o todos los pasos que se den para desconectarse de sus
instituciones internacionales, como la UE y el euro, aunque
necesarios y obligados para acabar con el propio capitalismo, son
insuficientes.-¡Ojo!,
no vayan a ser cínicos ustedes mismos. Estoy diciendo que hay que
desconectar con ellos- Y
eso sin intensificación de la lucha de clases, movilización
de masas y toma del poder por la fuerza no es posible. Con urnas,
ilusión, sonrisas y agitación de manitas sólo vamos al carajo y a
la perpetuación de la explotación capitalista pero con otras caras
políticas...más duras por cínicas.