Alejandro
Teitelbaum. Alainet
Resumen
Si
bien subsisten actualmente formas de esclavitud similares a las que
existieron en la antigüedad y que afectan, según estimaciones, a
unas 20 millones de personas (hombres, mujeres y niños) en todo el
mundo, existen formas contemporáneas de esclavitud que involucran a
la mayor parte de la humanidad y cuyas bases de sustentación son la
propiedad privada de los instrumentos y medios de producción, la
organización “científica” del trabajo o “management”,
la utilización de las neurociencias y de la cibernética al servicio
de la tasa de ganancia, las ideologías y culturas dominantes
mediatizadas por los oligopolios de la comunicación y la adicción
de la gente a los dispositivos –teléfonos móviles multiusos y
otros - llamados “inteligentes”.
I.
En esta nota no nos referiremos a la esclavitud con las
características con que predominó en la antigüedad, pero que
todavía subsiste, legalmente, como por ejemplo en Mauritania y en la
India, o de hecho en otros lugares y afecta, según estimaciones, a
unas 20 millones de personas –hombres, mujeres y niños- en todo el
mundo, sino que nos referiremos a la esclavitud contemporánea,
inherente a la etapa actual del sistema capitalista y que involucra a
la mayor parte de la humanidad.
Y
abriremos un paréntesis – en el párrafo IV - acerca del papel
desempeñado por algunas utilizaciones de la neurociencia, como el
neuromarketing y la neuroeconomía en la consolidación de la
esclavitud contemporánea.
II.
La primera manifestación en gran escala de la esclavitud
contemporánea fue el taylorismo u “organización científica
del trabajo”.
El
taylorismo y su aplicación en la práctica, el fordismo, se basa en
la idea de hacer del trabajador un mecanismo más en la cadena de
montaje: el obrero, en lugar de desplazarse para realizar su tarea se
queda en su sitio y la tarea llega a él en la cadena de montaje. La
velocidad de ésta última le impone inexorablemente al trabajador el
ritmo de trabajo.
El
primero en aplicarlo en la práctica fue Henry Ford, a principios del
siglo XX, para la fabricación del famoso Ford T. Este trabajo
embrutecedor agotaba a los obreros, muchos de los cuales optaban por
dejarlo. Ante una tasa de rotación del personal sumamente elevada
Ford encontró la solución: aumentar verticalmente los salarios a 5
dólares por día, cosa que pudo hacer sin disminuir los beneficios
dado el enorme aumento de la productividad y el pronunciado descenso
del costo de producción que resultó de la introducción del trabajo
en cadena. Los nuevos salarios en las fábricas de Ford permitieron a
sus trabajadores convertirse en consumidores, inclusive de los autos
fabricados por ellos.
Los
trabajadores, que no se sentían para nada interesados por un trabajo
repetitivo que no dejaba lugar a iniciativa alguna de su parte,
recuperaban fuera del trabajo su condición humana (o creían
recuperarla) como consumidores, gracias a los salarios relativamente
altos que percibían. Esta situación se generalizó en los países
más industrializados sobre todo después de la Segunda Guerra
Mundial y de manera muy circunscripta y temporaria en algunos países
periféricos. Es lo que se llamó “el Estado de bienestar”.
“El Estado de bienestar no es, como se oye decir con frecuencia,
un Estado que llena las brechas del sistema capitalista o que
cicatriza a fuerza de prestaciones sociales las heridas que inflinge
el sistema. El Estado de bienestar se fija como imperativo mantener
una tasa de crecimiento, cualquiera sea, siempre que sea positiva y
de distribuir compensaciones de manera de asegurar siempre un
contrapeso a la relación salarial”[1] .
El
“Estado de bienestar” influyó profundamente en la
conciencia de los trabajadores. Lars Svendsen escribe: [los
trabajadores] “…terminaron por aceptar la relación salarial y
la división del trabajo resultante. Contrariamente a lo que esperaba
el marxismo revolucionario, dejaron de cuestionar el paradigma
capitalista, contentándose con la ambición más modesta de mejorar
su condición en el interior del sistema. Eso significaba también
que su esperanza de libertad y de realización personal radicaba en
su papel de consumidores. Su objetivo principal pasaba a ser el
aumento de sus salarios para poder consumir más”[2]. Algo
similar sostuvieron los fundadores de la Escuela de Frankfort.
Marcuse escribió en el Prefacio de El hombre unidimensional (1954)
que “es tanto más difícil transpasar esta forma de vida en
cuanto la satisfacción aumenta en función de la masa de
mercancías”. Ello (la satisfacción instintiva), según
Marcuse, “ayuda al sistema a perpetuarse”.
III.
El Estado de bienestar se terminó más o menos abruptamente con la
caída de la tasa de ganancia capitalista y la consiguiente caída de
los salarios reales. Para dar un nuevo impulso a la economía
capitalista y revertir la tendencia decreciente de la tasa de
beneficios, comenzó a generalizarse la aplicación de la nueva
tecnología (robótica, electrónica, informática) a la industria y
a los servicios[3].
De
modo que la nueva tecnología, la organización “científica”
del trabajo y el consiguiente aumento de la intensidad del trabajo,
aun manteniéndose el mismo horario de trabajo, incrementa el
beneficio capitalista como plusvalía relativa (menos trabajo
necesario y más trabajo excedente). Y si la jornada laboral aumenta
también aumenta el beneficio capitalista (plusvalía absoluta como
la que el capitalista obtiene durante la jornada normal de trabajo)
aunque se mantenga la misma proporción entre trabajo necesario y
trabajo excedente. Véase Marx, El Capital, Libro I, sección
5, Cap. XIV (Plusvalía absoluta y plusvalía relativa).
La
introducción de las nuevas tecnologías requería otra forma de
participación de los trabajadores en la producción, que ya no podía
reducirse a la de meros autómatas. Había que modificar-perfeccionar
el sistema de explotación, pues las nuevas técnicas, entre ellas la
informática, requerían distintos niveles de formación y de
conocimientos, lo que condujo a que comenzaran a difuminarse las
fronteras entre el trabajo manual e intelectual. Es así como nace el
“management” en sus distintas variantes, todas tendentes
esencialmente a que los asalariados se sientan partícipes –junto
con los patrones– en un esfuerzo común para el bienestar de todos.
Esto no implica la desaparición del fordismo, que sigue vigente para
las tareas que no requieren calificación y subsiste esencialmente en
la nueva concepción de la empresa: el control del personal –una de
las piedras angulares de la explotación capitalista– que se
realiza físicamente en la cadena fordista de producción, continúa
–acentuado– en la era postfordista por otros medios. “Gracias
a las tecnologías informáticas –escribe Lars Svendsen– la
dirección puede vigilar lo que sus empleados hacen en el curso de la
jornada y cual es su rendimiento” [4]. El nuevo “management”
apunta a la psicología del personal. Los directores de personal (o
Directores de Recursos Humanos) peroran acerca de la “creatividad”
y del “espíritu de equipo”, de la “realización
personal por el trabajo”, de que el trabajo puede –y debe–
resultar entretenido, (“work is fun”) etc. y se publican
manuales sobre los mismos temas. Hasta se contratan “funsultants”
o “funcilitators” para que introduzcan en la mente de los
trabajadores la idea de que el trabajo es entretenido, de que es como
un juego (“gamification” –del inglés “game”–
del trabajo) [5].
Si
se les pregunta a los asalariados si están satisfechos en su trabajo
muchos responderán que sí, que si no trabajaran su vida carecería
de sentido. Y esto vale incluso para quienes realizan las tareas más
simples. En la cadena fordista la empresa se apodera del cuerpo del
trabajador, con el nuevo “management” se apodera de su
espíritu. Escribe Svendsen: “Las motivaciones y los objetivos
del empleado y de la organización se presume que están en perfecta
armonía: El nuevo “management” penetra el alma de cada empleado.
En lugar de imponerle una disciplina desde el exterior, lo motiva
desde el interior”.
Hans
Magnus Enzensberger, poeta y ensayista alemán, escribió en el
decenio de 1960: “La explotación material debe esconderse tras
la explotación no material y obtener por nuevos medios el consenso
de los individuos. La acumulación del poder político sirve como
pantalla de la acumulación de las riquezas. Ya no sólo se apodera
de la capacidad de trabajo, sino de la capacidad de juzgar y de
pronunciarse. No se suprime la explotación, sino la conciencia de la
misma”[6].
IV.
Los mecanismos de manipulación mental son objeto de trabajos
académicos y de seminarios internacionales. En la Universidad de
Stanford, California, funciona un Laboratorio de Tecnología
Persuasiva que dirige B. J Fogg, quien ha escrito un libro cuyo
título lo dice todo: Tecnología Persuasiva: utilizar las
computadoras para cambiar lo que pensamos y lo que hacemos
(tecnologías interactivas [Persuasive Technology: Using Computers
to Change What We Think and Do (Interactive Technologies)].
También se llama a esta disciplina captología. Del 6 al 8 de junio
de 2012 se celebró en Linköping (Suecia) el “VII Congreso
internacional sobre tecnología persuasiva”. En la convocatoria al
Congreso se explicaba que “La tecnología persuasiva es un campo
científico interdisciplinario que estudia el diseño de tecnologías
y servicios interactivos para cambiar la actitud y el comportamiento
de las personas. En él confluyen ámbitos como la retórica clásica,
la psicología social y la computación ubicua [7]
y sus especialistas suelen dedicarse al diseño de aplicaciones en
dominios como el sanitario, empresarial, de seguridad y educativo. El
congreso contará con la información más actual sobre cómo diseñar
aplicaciones móviles y basadas en Internet, como por ejemplo juegos
móviles y sitios dedicados a las redes sociales, para influir en
comportamientos, pensamientos y sentimientos”.
También
las grandes empresas recurren desde hace un tiempo y financian
estudios de “neuroeconomía” y de “neuromarketing”.
Con dichos estudios se trata de identificar, apoyándose en algunos
aspectos de los trabajos de destacados neurobiólogos como
Jean-Pierre Changeux (El hombre neuronal, El hombre de verdad)
y Antonio Damasio (El error de Descartes, Spinoza tenía razón)
los mecanismos mentales de la toma de decisiones, entre ellos el
papel de la emoción, que analiza Damasio en El error de Descartes.
La finalidad es elaborar formas de manipulación mental, por ejemplo
a través de la publicidad[8] , para condicionar a la gente de manera
que compre determinados productos o servicios. Se trata de crear en
los seres humanos reflejos condicionados como hacía Pavlov con sus
perros de laboratorio. El neuromarketing ocupa un lugar importante en
las escuelas profesionales de marketing. Véase, por ejemplo
Recherche Marketing & Etudes Internet_ Pub et sciences
cognitives comment l’émotion dirige notre cerveau.mht y Du bon
dosage de l'émotion - Stratégies.mht . Ya no se trata de vender
un auto o un yogurt, sino de vender una emoción, un modo de vida.
Por cierto que estos métodos de captación de clientela forman parte
del marketing político. El tema de la toma de decisiones en economía
tiene alta jerarquía académica: en 2002 recibió el premio Nóbel
de Economía un psicólogo, Kahneman, por sus estudios sobre el tema
y en 2007 lo recibieron tres economistas Hurwicz, Myerson y Maskin
por sus trabajos acerca de la toma de decisiones (véase la nota 7),
entre otras cosas, por qué una persona compra una cosa y no otra. En
el mundo empresario se aplican también algunos aspectos de las
neurociencias para perfeccionar la conducción de los negocios
(liderazgo y toma de decisiones) y, como ya hemos señalado, para la
gestión del personal.
V.
La mayor parte del beneficio resultante del aumento de la
productividad engrosa la renta capitalista y una mínima parte se
incorpora al salario, aunque no siempre. Es así como una constante
del sistema capitalista es la profundización de la desigualdad en la
distribución del producto.
Y
del mismo modo, el tiempo social liberado por el aumento de la
productividad se distribuye desigualmente: el tiempo que dedican al
trabajo los asalariados no disminuye, ni aproximadamente, en la misma
proporción en que aumenta la productividad. A comienzos del siglo
XIX (hace 200 años) escribió Hegel: “El hombre disminuye el
trabajo para el conjunto, no para los individuos, para los cuales, al
contrario, lo acrecienta, porque cuanto más el trabajo se hace
mecánico, menos valor tiene y más el hombre debe trabajar”…”La
disminución del valor del trabajo es proporcional al aumento de la
productividad del trabajo”…”las fábricas y las manufacturas
basan su existencia en la miseria de una clase” (G.F. Hegel,
Realphilosophie, 1805-6).
Cabe
agregar que pese a que la productividad ha aumentado enormemente en
los últimos decenios, como consecuencia del progreso técnico y del
aumento de la intensidad en el trabajo y de la jornada laboral, los
salarios reales no han seguido –ni aproximadamente– el mismo
ritmo de crecimiento. Esto vale también para los cuadros
profesionales, cuyos salarios se mantienen congelados y sus
condiciones de trabajo no cesan de deteriorarse.
El
profesor Pietro Basso en su libro Temps modernes, horaires
antiques. La durée du travail au tournant des millénaires
(Lausanne, Suisse, Editions Page deux, 2005) dice que el aumento de
la productividad del trabajo, que debería estar acompañada
lógicamente de una reducción del tiempo de trabajo (diario, semanal
y anual) y de la reducción de la intensidad del mismo lo que
efectivamente ocurrió de manera general hasta culminar en el decenio
de 1920 cuando las luchas de los trabajadores, ayudadas por el temor
de los capitalistas al ejemplo de la Revolución de Octubre en Rusia,
lograron la jornada hebdomadaria de 48 horas. Pero con el fordismo
aumentó la intensidad del trabajo, como muestra agudamente Chaplin
en el film Tiempos Modernos. Desde entonces la jornada de trabajo se
mantuvo estable, aunque disminuyó la jornada anual como resultado de
las vacaciones más prolongadas y en algunos países disminuyó
también la jornada semanal.
Pero en los últimos años, pese a que
continuó aumentando la productividad, esa tendencia a la reducción
de la jornada laboral se invirtió y también aumentó la intensidad
del trabajo con el “toyotismo” (“just in time”:
producción de lo necesario en función de la demanda de cada momento
evitando la acumulación de stocks de mercancías) y con la
flexibilidad laboral. Esta tendencia al aumento de la jornada laboral
se acentúa a causa de la necesidad que tiene mucha gente de trabajar
más tiempo (en el mismo empleo o en un trabajo adicional) a fin de
ganar lo mínimo necesario para sobrevivir.
Con
el “management” se procura que el trabajador de “cuello
blanco”, que es –o tiende a ser– mayoritario en las países más
industrializados, centre su vida como persona en el seno de la
empresa y llene su tiempo “libre” fuera de ella –orientado
por la moda y la publicidad– como consumidor de objetos necesarios
e innecesarios [9] y de distinto tipo de entretenimientos alienantes,
como espectador de deportes mercantilizados, de series televisivas,
como adicto a juegos electrónicos (verdadero flagelo contemporáneo),
etc., en la medida que se lo permiten sus ingresos reales y los
créditos que pueda obtener (y que, en tiempos de crisis, no puede
rembolsar).
Dicho
de otra manera, el sistema capitalista en su estado actual trata de
superar sus contradicciones insolubles inherentes a la apropiación
por los dueños de los instrumentos y medios de producción y de
cambio de buena parte del trabajo humano social (plusvalía)
apoderándose de la mayor parte del creciente tiempo libre social
(distribución desigual del tiempo libre social ganado con el aumento
de la productividad) para “poner plustrabajo”, como
escribe Marx en los Elementos fundamentales para la crítica de la
economía política (Grundrisse) y apoderándose también del
escaso tiempo libre particular que les queda a quienes trabajan,
mercantilizándolo como objeto de consumo.
De
modo que puede decirse que la esclavitud asalariada propia del
capitalismo, que pudo entenderse limitada sólo a la jornada laboral,
ahora se extiende a TODO EL TIEMPO de la vida de los asalariados. De
alguna manera, ha desaparecido la diferencia entre la esclavitud como
sistema prevaleciente en la antigüedad (el esclavo al servicio del
amo de manera permanente) y la esclavitud asalariada moderna.
VI.
Con la sociedad industrial y la economía de mercado el producto del
trabajo dejó de ser la “obra” de una persona para
satisfacer inmediatamente sus necesidades y pasó a ser el medio de
producir –a las órdenes de un patrón– bienes y servicios
destinados al mercado, a cambio de recibir un salario que le permite
adquirir los bienes y servicios necesarios para sobrevivir que se
encuentran en ese mismo mercado.
Gorz
[10] afirma que el trabajo, cualquiera sea el sistema
económico-social, siempre es alienante pues requiere una
organización generadora de burocracias jerarquizadas y el trabajador
debe someterse a esa organización. Y se remite a las experiencias de
los países del socialismo real.
Pero
lo que está claro y es indiscutible es que solo se puede superar la
contradicción inherente al capitalismo entre el aumento de la
productividad y la profundización de las desigualdades sociales
suprimiendo la propiedad privada de los instrumentos y medios de
producción y de cambio y así, la apropiación privada de la
plusvalía. Eliminando de la jornada de trabajo el trabajo excedente
o plustrabajo que constituye el beneficio del capitalista, por un
lado, y no agregando plustrabajo (salvo el destinado a la
reproducción del capital social) en el tiempo libre así ganado, por
el otro. Incrementando de ese modo el tiempo libre para todos, tal
como previó Marx en los Grundrisse (1857). Es decir, que aun
admitiendo que el trabajo es siempre alienante (aunque puede
sostenerse que no lo es para la minoría que realiza su vocación en
el trabajo, que puede convertirse en una mayoría en un sistema
socialista) la abolición del capitalismo debe implicar un aumento
inmediato del tiempo libre social, su redistribución igualitaria y
su reapropiación por cada ser humano para su realización personal.
En
este último caso cabe hacer la diferencia entre el trabajo impuesto
como obligación social (que puede ser alienante aun en un sistema
socialista [11]) y la ocupación libremente elegida para el tiempo
libre (“disposable time”, como escribió Marx en los
Grundrisse). Tiempo realmente libre que, como hemos señalado
antes, ha cesado totalmente de existir en el capitalismo
contemporáneo. De modo que la cuestión que plantearon los
fundadores de la Escuela de Frankfort que Svendsen sintetiza en la
frase “Contrariamente a lo que esperaba el marxismo
revolucionario, [los
trabajadores] dejaron de cuestionar el paradigma
capitalista, contentándose con la ambición más modesta de mejorar
su condición en el interior del sistema” conserva plena
actualidad.
En
el Primer Manuscrito (El trabajo enajenado), párrafo XXIII,
escribe Marx:
“…Ciertamente
el trabajo produce maravillas para los ricos, pero produce
privaciones para el trabajador. Produce palacios, pero para el
trabajador chozas. Produce belleza, pero deformidades para el
trabajador. Sustituye el trabajo por máquinas, pero arroja una parte
de los trabajadores a un trabajo bárbaro, y convierte en máquinas a
la otra parte. Produce espíritu, pero origina estupidez y cretinismo
para el trabajador.
La
relación inmediata del trabajo y su producto es la relación del
trabajador y el objeto de su producción. La relación del acaudalado
con el objeto de la producción y con la producción misma es sólo
una consecuencia de esta primera relación y la confirma.
Consideraremos más tarde este otro aspecto.
Cuando
preguntamos, por tanto, cuál es la relación esencial del trabajo,
preguntamos por la relación entre el trabajador y la producción.
Hasta
ahora hemos considerado el extrañamiento, la enajenación del
trabajador, sólo en un aspecto, concretamente en su relación con el
producto de su trabajo. Pero el extrañamiento no se muestra sólo en
el resultado, sino en el acto de la producción, dentro de la
actividad productiva misma. ¿Cómo podría el trabajador enfrentarse
con el producto de su actividad como con algo extraño si en el acto
mismo de la producción no se hiciese ya ajeno a sí mismo? El
producto no es más que el resumen de la actividad, de la producción.
Por tanto, si el producto del trabajo es la enajenación, la
producción misma ha de ser la enajenación activa, la enajenación
de la actividad; la actividad de la enajenación. En el extrañamiento
del producto del trabajo no hace más que resumirse el extrañamiento,
la enajenación en la actividad del trabajo mismo.
¿En
qué consiste, entonces, la enajenación del trabajo?
Primeramente
en que el trabajo es externo al trabajador, es decir, no pertenece a
su ser; en que en su trabajo, el trabajador no se afirma, sino que se
niega; no se siente feliz, sino desgraciado; no desarrolla una libre
energía física y espiritual, sino que mortifica su cuerpo y arruina
su espíritu. Por eso el trabajador sólo se siente en sí fuera del
trabajo, y en el trabajo fuera de sí. Está en lo suyo cuando no
trabaja y cuando trabaja no está en lo suyo. Su trabajo no es, así,
voluntario, sino forzado, trabajo forzado. Por eso no es la
satisfacción de una necesidad, sino solamente un medio para
satisfacer las necesidades fuera del trabajo. Su carácter extraño
se evidencia claramente en el hecho de que tan pronto como no existe
una coacción física o de cualquier otro tipo se huye del trabajo
como de la peste. El trabajo externo, el trabajo en que el hombre se
enajena, es un trabajo de autosacrificio, de ascetismo. En último
término, para el trabajador se muestra la exterioridad del trabajo
en que éste no es suyo, sino de otro, que no le pertenece; en que
cuando está en él no se pertenece a si mismo, sino a otro.
Así
como en la religión la actividad propia de la fantasía humana, de
la mente y del corazón humanos, actúa sobre el individuo
independientemente de él, es decir, como una actividad extraña,
divina o diabólica, así también la actividad del trabajador no es
su propia actividad. Pertenece a otro, es la pérdida de sí mismo.
[12]. Pero el ser humano no sólo está alienado como productor sino
también como consumidor (incitación al consumismo mediante la
“tecnología persuasiva” y el neuromarketing)[13] y asimismo está
alienado a las ideologías dominantes, que lo llevan a aceptar el
orden capitalista vigente como un hecho natural e inmutable”.
A
ello contribuye de manera importante la concentración oligopólica
de los medios de comunicación de masas (incluida la comunicación
electrónica) y de los productos de entretenimiento de masas (series
televisivas, música popular, parques de diversiones, juegos de
vídeo, filmes, etc.) está en su apogeo. Grandes empresas tienen el
control mundial casi total de esos productos, mediante los cuales
dictan a los seres humanos cómo deben pensar, qué deben consumir,
cómo deben utilizar su tiempo libre, cuáles deben ser sus
aspiraciones, etc. Son el instrumento destinado a mantener y
consolidar la hegemonía de la ideología y la cultura del sistema
capitalista y formidables instrumentos para la neutralización del
espíritu crítico, la domesticación y la degradación intelectual,
ética y estética del ser humano. Uniformizan a escala planetaria
los reflejos y comportamientos del ser humano, destruyendo la
originalidad y riqueza de la cultura de cada pueblo. Son los vectores
de la ideología del sistema dominante, que filtran la información y
que tiñen la información ya filtrada de esa misma ideología en
función de sus intereses particulares [14].
NOTAS:
[1]
Dominique Meda, Le travail, une valeur en voie de disparition. Ed.
Aubier, Paris, 1995, pág. 135.
[2]
Lars Svendsen, Le travail. Gagner sa vie, à quel prix? Editions
Autrement, Paris, setiembre 2013, pág. 140.
[3]
“…En toda la historia del capitalismo, desde la gran
revolución industrial de fin del siglo XVIII hasta nuestros días,
el sistema económico se ha desarrollado por movimientos sucesivos de
inversiones y de innovaciones tecnológicas. Esos movimientos parecen
principalmente vinculados a las dificultades inherentes al proceso de
acumulación del capital: este, en un momento dado, se traba y todo
se cuestiona: la regulación, los salarios, la productividad. La
innovación tecnológica es una manera de salir de la crisis, pero no
viene sola: ella afecta directamente, a veces el nivel del empleo,
siempre la organización del trabajo y el control ejercido por los
trabajadores sobre su oficio y sobre sus instrumentos de trabajo y
por sus organizaciones sobre el nivel de los salarios, sobre la
disciplina en el trabajo y la seguridad laboral…”. Alfred
Dubuc, Quelle nouvelle révolution industrielle? en: Le plein emploi
à l’aube de la nouvelle révolution industrielle. Publicación de
la Escuela de Relaciones Industriales de la Universidad de Montreal,
1982. https: //papyrus.bib.umontreal.ca/jspui/handle/1866/1772
[4]
Un estudio detallado de la organización del trabajo en las empresas
que han incorporado la robótica se puede encontrar en Benjamín
Coriat, L’atelier et le robot. Essai sur le fordisme et la
production de masse à l’age de l’électronique. Ediciones
Christian Bourgois, Francia. 1990. Sobre el mismo tema: de Michel
Freyssenet, Trabajo, automatización y modelos productivos. Grupo
Editorial Lumen, Argentina 2002.
[5]
Véase, en el sitio http://www.changeisfun.com/about/leslie.html,
la ejemplar biografía y bibliografía de Leslie Yerkes, presidenta
de Catalyst. Su biografía comienza así: “La
especialidad de Leslie está ayudando a las organizaciones a
convertir los retos en oportunidades. Su filosofía es simple: La
gente es básicamente buena, bien intencionada, valiente y capaz de
aprender, y el trabajo de Leslie consiste en proporcionar un marco en
el que la gente puede recurrir a sus propios recursos internos para
encontrar soluciones creativas”.
[6]
Hans Magnus Enzensberger, Culture ou mise en condition? Collection
10/18, Paris 1973, págs. 18-19.
[7]
Computación ubicua o “inteligencia ambiental” es la
integración de la informática en el entorno de las personas, de
forma que los ordenadores no se perciban como objetos diferenciados.
La
persona interactúa de manera natural con los dispositivos
informáticos y sistemas computacionales que a su vez interactúan
entre sí y puede realizar cualquier tarea diaria a través de dichos
dispositivos (encender las luces, poner en marcha la calefacción, el
horno de la cocina o el televisor, encender y apagar la computadora
en el lugar de trabajo, etc. desde cerca o a distancia).
Estos
dispositivos pueden tener una utilidad práctica (como el que impide
poner en marcha el automóvil si el conductor no ha ajustado su
cinturón de seguridad, lo que induce un comportamiento positivo)
pero por un lado tienden a convertir al ser humano en un robot más
que va perdiendo su capacidad de decisión y por el otro permiten
controlar a distancia todas las actividades, aún las más
rutinarias, de las personas.
[8]
Patrick Le Lay, en 2004, siendo Presidente Director General de la
emisora de televisión francesa TF1, decía : « Hay muchas
maneras de hablar de la televisión. Pero en la perspectiva de los
negocios hay que ser realistas: la base del trabajo de TF1 es ayudar
por ejemplo a Coca Cola a vender su producto. Para que un mensaje
publicitario sea percibido es necesario que el cerebro del espectador
esté disponible. Nuestras emisiones tienen por vocación hacerlo
disponible…lo que vendemos a Coca Cola es tiempo del cerebro humano
disponible”. (09/07/2004 17:24:00 - L'Expansion.com).
[9]
Es el llamado efecto de demostración o de imitación, que en el
plano económico fue formulado por James Stemble Duesenberry quien se
refiere a la tendencia de los miembros de un grupo social a imitar
los comportamientos de consumo de la capa de mayores ingresos de ese
mismo grupo o de la capa inmediatamente superior para tratar de
identificarse con estos últimos (Duesenberry, James, Income,
Saving and the Theory of Consumption Behaviour. Harvard
University Press, 1949). La moda y las marcas promueven ese efecto.
En un plano más general, se llama también efecto de demostración o
de imitación al hecho de que las clases populares (por lo menos una
buena parte de ellas) tienden a imitar los modos de pensar y los
comportamientos de las élites dirigentes. Incluso, en no pocos
casos, tratan de copiar los comportamientos delictuosos de las élites
(todos roban yo también), con la creencia de que, como aquéllas,
beneficiarán de impunidad.
[10]
André Gorz, Métamorphoses du travail. Critique de la raison
économique, Gallimard, Paris, 2004. Edición en castellano:
Metamorfosis del trabajo. Búsqueda del sentido. Crítica de la razón
económica. Editorial Sistema. Madrid 1995.
[11]
Aunque puede sostenerse que en un sistema socialista el trabajo cesa
de ser alienante cuando es realizado como resultado de un proyecto
decidido en común con un objetivo de interés general.
[12]
Marx, Manuscritos económicos-filosóficos de 1844.
[13]
Marx se refiere a lo que ahora llamamos consumismo en el Tercer
Manuscrito (Propiedad privada y comunismo) punto 4: “La
propiedad privada nos ha hecho tan estúpidos y unilaterales que un
objeto sólo es nuestro cuando lo tenemos, cuando existe para
nosotros como capital o cuando es inmediatamente poseído, comido,
bebido, vestido, habitado, en resumen, utilizado por nosotros. Aunque
la propiedad privada concibe, a su vez, todas esas realizaciones
inmediatas de la posesión sólo como medios de vida y la vida a la
que sirven como medios es la vida de la propiedad, el trabajo y la
capitalización. En lugar de todos los sentidos físicos y
espirituales ha aparecido así la simple enajenación de todos estos
sentidos, el sentido del tener. El ser humano tenía que ser reducido
a esta absoluta pobreza para que pudiera alumbrar su riqueza interior
(sobre la categoría del tener, véase Hess, en los Einnundzwanzig
Bogen)”.
[14]
Todos estos mecanismos-más o menos refinados – de explotación del
trabajo humano se interrumpen abruptamente cuando la empresa recurre
directamente al chantaje, poniendo a los trabajadores ante la
disyuntiva de aceptar el empeoramiento de las condiciones de trabajo
en materia de salarios y/o horarios o el cierre o la deslocalización
de la empresa y la consiguiente pérdida del empleo. O cuando la
empresa directamente despide a parte del personal. Para facilitar la
tarea en este sentido a la patronal, algunos Gobiernos proceden a
reformar negativamente la legislación laboral, entre otras cosas
autorizando las negociaciones por empresa, en lugar de la negociación
por rama y así desunir y debilitar el frente de los trabajadores.
Este es el proyecto que tiene en estado avanzado el Gobierno
“socialista” francés