Adrián
Piva. Herramienta
Introducción
Entre
los tantos debates que se han suscitado en el campo de la teoría
marxista hay dos que parecen poner en cuestión sus propios
fundamentos. El primero, más reciente, es el debate en torno al
carácter histórico (capitalista) o transhistórico (aplicable a
todas la épocas y sociedades) de la categoría “trabajo”.[1]
En este debate, sin embargo, muchas veces aparecen mezclados
problemas que, si bien se encuentran entrelazados, deben
distinguirse: a) la cuestión del carácter histórico de la dualidad
trabajo concreto/trabajo abstracto y, por lo tanto, del alcance
temporal y espacial de su aplicación; b) el problema del lugar del
trabajo en diferentes sociedades y épocas históricas; c) el
problema del trabajo como objeto, es decir, en qué medida la
designación de un conjunto de actividades como trabajo es extensible
a sociedades diferentes de la capitalista. El segundo debate es el
referido a la validez de la denominada “determinación de lo
económico en última instancia”. Es decir: a) ¿es un
principio metodológico válido, aun para la sociedad capitalista,
aquel según el cual las contradicciones situadas en el nivel de las
relaciones sociales de producción –las que entablan los hombres
para producir y reproducir sus condiciones materiales de existencia
(producción y distribución de los valores de uso mediante los que
satisfacen sus necesidades)– son determinantes de la estructura y
dinámica de la sociedad en su conjunto?; y b) incluso siendo cierto
para la sociedad capitalista, ¿es un principio válido para
cualquier sociedad y época histórica? Si bien se trata de dos
debates diferentes, se encuentran entrelazados por la centralidad
explicativa de la producción material en la teoría marxista.[2]
Aquí intentaremos unas breves reflexiones sobre la relación entre
ambos problemas.
La
generalización de la producción mercantil
Marx
comienza El capital con una afirmación muy conocida: “La
riqueza de las sociedades en las que domina el modo de producción
capitalista se presenta como un enorme cúmulo de mercancías, y la
mercancía individual como la forma elemental de esa riqueza”
(Marx, 1998: 43). Es decir, en todas las épocas históricas los
hombres y las mujeres han debido producir valores de uso (riqueza
material) con el fin de satisfacer sus necesidades, pero sólo en las
sociedades capitalistas la gran mayoría de los valores de uso son,
al mismo tiempo, portadores de valor y, por lo tanto, mercancías.
Sin duda, el intercambio mercantil ha existido desde mucho antes que
el capitalismo surgiera y se desarrollara, pero siempre había
ocupado un lugar secundario, subordinado. La mayor parte de la
producción no se orientaba al intercambio sino al consumo de los
propios productores, al pago en especie de los distintos tipos de
tributos, etc. Es una particularidad del capitalismo que la
producción sea generalizadamente producción de mercancías, de
valores de uso para el intercambio. ¿Cuál es la explicación de
este hecho? La relación social capitalista tiene su origen en la
separación del productor directo respecto de los medios de
producción. La desposesión de los productores de los medios de
producción los obliga, como único recurso de satisfacer sus
necesidades, a vender su fuerza de trabajo. Esto significa que una
cualidad suya, su capacidad de trabajar, se transforma en mercancía,
en una cosa respecto de la cual se comportan como propietarios y que
(si los trabajadores quieren sobrevivir) deben vender. Frente a
ellos, los medios de producción de los que fueron separados aparecen
como capital, propiedad de los capitalistas, quienes pueden –si
esperan obtener una ganancia– comprar la fuerza de trabajo a los
trabajadores. En la medida en que la propia capacidad de trabajar de
los obreros se convierte en mercancía y que, por lo tanto, tiene un
valor representado por una cantidad de dinero (el salario), todos los
demás valores de uso se convierten también en mercancías. Ello se
debe a que la transformación del trabajador en trabajador asalariado
es, al mismo tiempo, la creación de un mercado y, por consiguiente,
la generalización de la producción como producción de mercancías.
Si debía existir mercado para que el capitalismo surgiera es el
surgimiento del capitalismo el que lo extiende hasta ocupar toda la
sociedad.
Este
proceso que acabamos de describir tiene dos consecuencias importantes
para los problemas que nos proponemos abordar. En primer lugar, con
la extensión de las relaciones mercantiles el trabajo se convierte
en el principal articulador de la sociedad. En segundo lugar, la
obtención de plusvalor (que el capitalista ve como su ganancia) se
transforma en el principal fin de la producción dominada por los
capitalistas. Veamos cada una de estas consecuencias por separado.
El
trabajo como articulador de las sociedades capitalistas
La
sociedad capitalista es, en primer lugar, una sociedad de producción
de mercancías. Pero, considerada desde esta perspectiva, lo que la
caracteriza es que los productos del trabajo se enfrentan como
productos de trabajos privados independientes. El trabajo se
desarrolla como actividad privada en cada una de las unidades
productivas aisladas (las empresas capitalistas) y sólo en el
intercambio de sus productos se pone de manifiesto que ese trabajo
gastado de manera privada es una parte del trabajo socialmente
necesario. Es decir, las conexiones sociales entre unidades privadas
aisladas se establecen en el intercambio.[3] Una vez vendidas las
mercancías, los trabajos de los distintos grupos de obreros de las
diferentes empresas capitalistas de cada una de las ramas de
producción son una parte del trabajo social total. Considerados como
partes del trabajo de toda la sociedad esos trabajos no se
diferencian. Son simple gasto de músculos, nervios, cerebro, trabajo
humano indiferenciado sin importar qué valor de uso produce y, por
lo tanto, sin importar la forma en que se gasta: trabajo abstracto.
Cuando intercambiamos, entonces, comparamos e igualamos nuestros
trabajos (lo hacemos aunque no lo sabemos) y es sólo por ese acto de
igualación en el intercambio que nuestros trabajos se convierten en
trabajo de la sociedad.
De
modo que gastamos cotidianamente nuestro trabajo de manera privada,
aislados unos grupos de trabajadores de los otros. Mientras hacemos
eso desarrollamos tareas determinadas: somos albañiles, taxistas,
médicos, metalúrgicos. Realizamos trabajos concretos que arrojan
como resultado cosas (bienes y servicios) que satisfacen necesidades:
valores de uso. Pero sólo nos conectamos socialmente unos con otros
a través de la igualación de nuestros trabajos en el mercado. Allí
las mercancías solo cuentan como cosas de valor, como condensaciones
de cantidades de trabajo abstracto y sólo en virtud de ello nuestros
trabajos privados son parte del trabajo social. La sociedad, por lo
tanto, sólo se articula por medio de la comparación de los trabajos
en el mercado.
Pero
los capitalistas no compran nuestra fuerza de trabajo para producir
cosas que satisfagan necesidades; producir valores de uso es
solamente un medio para producir valor. De ese modo, nuestra
capacidad de producir cosas útiles se encuentra subordinada a la
producción de valor, en realidad, de plusvalor.
El
plusvalor como fin de la producción y la transformación de la
sociedad en medio de valorización del capital
1)
Los capitalistas compran fuerza de trabajo para obtener ganancia y la
ganancia no es otra cosa que el plusvalor producido por los
trabajadores. La fuerza de trabajo, como cualquier otra mercancía,
tiene valor y valor de uso. Su valor está regulado por el tiempo de
trabajo socialmente necesario para la producción de una canasta de
bienes que el trabajador y su familia necesitan consumir para
reproducirse. Pero el valor de uso de la fuerza de trabajo es el
trabajo. Por lo tanto, el capitalista compra la capacidad de trabajar
del trabajador y la consume todo el tiempo que puede. Cada hora de
trabajo el obrero crea valor nuevo y más allá del punto en que crea
un valor que repone el de su salario crea plusvalor, ganancia para el
capitalista.
De
esto se sigue una relación antagónica entre capital y trabajo
asalariado. Los dos factores que determinan la magnitud del plusvalor
son el salario y la jornada laboral. Cuanto menor el salario (dada
una jornada laboral), menor el tiempo que los obreros destinan a la
creación de un valor igual a su salario, y por lo tanto, mayor el
tiempo que destinan a la creación de plusvalor, y viceversa. El
salario tiene un mínimo, determinado por lo necesario para que el
trabajador y su familia no enfermen y mueran,[4] y un máximo en ya
que debe existir plusvalor, si no, el capitalista no compraría
fuerza de trabajo. Dentro de ese mínimo y ese máximo la
determinación del salario es resultado de la lucha. Respecto de la
jornada laboral ocurre algo parecido. Cuanto más larga la jornada
laboral (dado un salario), mayor el plusvalor, y viceversa. La
jornada de trabajo también tiene un máximo, aquel punto en que el
obrero si sigue trabajando empieza a destruir prematuramente su
cuerpo y, con él, su capacidad de trabajar[5], y un mínimo porque
debe existir plusvalor. Dentro de ese mínimo y ese máximo también
decide la lucha. Se establece así una contradicción entre capital y
trabajo asalariado que explica la dinámica conflictiva y, junto con
lo que exponemos en lo que sigue, la tendencia a crisis recurrentes
de las sociedades capitalistas.
2)
Por otra parte, la búsqueda del plusvalor se desarrolla bajo la
presión de la competencia. Los trabajadores compiten en el mercado
por vender su fuerza de trabajo so pena de caer en la indigencia, en
el extremo de morir de hambre. Pero los capitalistas son impulsados a
producir y realizar (por medio de la venta de las mercancías
producidas) la mayor cantidad de plusvalor so pena de morir como
capitales: de quebrar o ser absorbidos por capitales de mayor tamaño.
De esta manera, la búsqueda de plusvalor como fin de la producción
se convierte en un motor que impulsa la expansión continua del
capital. Esta expansión, sin embargo, encuentra límites: la
exacerbación de la competencia por el plusvalor conduce a la
exacerbación de los antagonismos sociales y al crecimiento
desproporcionado de la producción, y entonces, a las crisis.
Esta
expansión, sin embargo, tiene como resultado que las relaciones
capitalistas invaden y subordinan crecientemente todas las relaciones
sociales, transformando al poder político, a la educación y la
cultura, al tiempo libre, etc., cada vez más, en medios para la
valorización del capital. Nuestros motivos individuales se
entrelazan sin cesar con la necesidad de mantener o mejorar nuestros
empleos, de conservar o incrementar nuestros niveles de consumo. De
tal modo que nuestro tiempo de vida, incluso el tiempo libre, se
transforman crecientemente en tiempo para la producción y
realización del plusvalor.
Este
rol de “lo económico” en la vida social es claramente una
particularidad del capitalismo. Y conduce a que las contradicciones
situadas en el nivel de la producción, la contradicción entre
trabajo asalariado y capital, sea cada vez más determinante de la
dinámica y la estructura de la sociedad en su conjunto.
Universalidad
y particularidad históricas de la categoría trabajo y de la
determinación de la producción material en la vida social
De
lo expuesto en las secciones precedentes surge que, en la sociedad
capitalista: a) con la producción de mercancías se desarrolla junto
la dualidad trabajo concreto/trabajo abstracto; b) el trabajo, como
trabajo humano igual, como trabajo abstracto, ocupa crecientemente el
lugar de articulador de la sociedad; c) el conjunto de la sociedad se
transforma cada vez más en medio de valorización del capital; d)
las contradicciones situadas en el nivel de la producción material,
contradicción entre capital y trabajo asalariado, son cada vez más
determinantes de la estructura y dinámica de la sociedad.
Pero,
¿cuánto hay de general y cuánto de particular en estas
determinaciones de las sociedades capitalistas? Más específicamente:
¿es la producción material determinante de la dinámica y de la
estructura de todas las sociedades a lo largo de la historia? Por lo
tanto ¿es el trabajo, más precisamente las diversas formas sociales
en que se desarrolla, el fundamento sobre el que se construyen las
diversas sociedades? Y de ser afirmativas las respuestas, ¿qué
sentido y alcance tendrían esas afirmaciones?
Decíamos
al principio que sólo en la sociedad capitalista se generaliza la
producción de mercancías. Por consiguiente, sólo en el capitalismo
las relaciones sociales entre las personas se establecen centralmente
a través de la igualación de los trabajos privados en el mercado.
En las sociedades precapitalistas el mercado, cuando existe, tiene un
lugar subordinado. Esto significa que las relaciones tienden a ser
relaciones de dominación personal (en el sentido limitado de que no
son relaciones mediadas por el intercambio de cosas, como en el
mercado). Ello tiene importantes consecuencias.
En
primer lugar, las interrelaciones entre las personas en las
sociedades precapitalistas tendían a ser menos densas. Por ejemplo,
las interrelaciones entre quienes vivimos en un territorio tan amplio
como el argentino son mucho más fuertes que en cualquier sociedad
precapitalista. Si se producen problemas en la rama que produce
insumos energéticos esto afectará el conjunto de los precios,
salarios, niveles de empleo, etc., en todo el territorio. Pero
también ocurre esto a nivel mundial, en la medida que el comercio
mundial se desarrolla. En 1997 la sobreproducción de semiconductores
en el sudeste asiático se transformó en una crisis que afectó con
más o menos fuerza a todas las latitudes. La evidencia en 2008 de un
exceso de la expansión del crédito hipotecario y, por lo tanto, de
la producción de viviendas en EEUU generó una crisis que se
expandió a Europa y afectó el crecimiento mundial. En las
sociedades precapitalistas las relaciones tendían a ser más
locales, con menos interrelaciones entre regiones y, cuando existían,
eran mucho más débiles. Podemos decir, hasta cierto punto, que en
sentido estricto, como hoy la representamos, la sociedad no existía.
La vida de las personas resultaba centralmente afectada por las
relaciones que entablaban en sus comunidades locales.
Pero,
en segundo lugar, el predominio de relaciones personales, no mediadas
por el intercambio de cosas, implicaba que factores como el
prestigio, el honor, la religión, ocupaban realmente un lugar
central en la estructuración de las diferencias sociales y en el
mantenimiento de las relaciones de dominación, en contraposición al
rol que tiene el trabajo en las sociedades capitalistas.
Aún
más, en líneas generales, la apropiación del excedente de
producción de las clases explotadas (la parte del producto que
excedía sus necesidades de consumo) no era el fin último sino el
medio para sostener la dominación. Sostener el dominio, según la
sociedad de que se tratara, implicaba ser capaz de alimentar y vestir
un séquito militar, mantener una estructura de funcionarios a su
servicio, otorgar concesiones materiales a subordinados, redistribuir
el producto entre la masa de la población, etc. Como fuera, la
relación entre producción material y dominación era inversa a la
existente en las sociedades capitalistas. En las sociedades actuales
la dominación es un medio para la producción y realización del
excedente (plus valor), en las sociedades precapitalistas la
apropiación del excedente era un medio para sostener la dominación.
¿Significa
esto que la noción de trabajo humano igual no cumple ninguna función
en esas sociedades? ¿O que debemos desechar la explicación de la
evolución y estructura de esas sociedades mediante el estudio de las
contradicciones propias del nivel de la producción material? Dicho
de otro modo ¿la teoría marxista sólo es válida para estudiar el
capitalismo? Creemos que estas conclusiones deben matizarse.
En
primer término, todas las sociedades en todas las épocas históricas
debieron resolver el problema de cómo asignar al menos una parte
significativa del tiempo de vida de sus miembros a la producción de
los valores de uso sin los cuales no era posible la reproducción de
esas sociedades. Ello no significa de ningún modo que igualaran sus
trabajos como lo hacemos en las sociedades capitalistas a través del
intercambio. La asignación de esos tiempos podía realizarse a
través de criterios muy diversos (religiosos, tradicionales, etc.).
Pero cuando estudiamos esas sociedades la discusión sobre como
asignaban parte del tiempo de las personas a las tareas de producción
material requiere la utilización de una categoría general de
trabajo, sin importar como lo gastaban y en consideración sólo a su
duración temporal. Eso no es arbitrario, es porque una categoría de
ese tipo jugaba un papel en la vida social lo supieran o no esas
personas. Pero eso no debe confundirse con que el trabajo articulara
la sociedad como lo hace a través del intercambio en las sociedades
capitalistas.
En
segundo término, la noción misma de excedente requiere de la
categoría de “trabajo en general”. El estudio de la
producción en sociedades precapitalistas no puede prescindir ni del
papel del trabajo en la producción de los valores de uso necesarios
para la vida de quienes producían ni en la producción de los
valores de uso que se apropiaba la clase dominante, el excedente de
producción. Aquí efectivamente el trabajo se manifiesta como
condición general de existencia de dominados y dominadores, en
cualquier época. Ello no significa que el trabajo sea una esencia
humana (que trabajar menos o no trabajar signifique ser menos humano
o no ser humano) ni que el trabajo cumpliera en todas las épocas un
papel en la identificación de las personas, en las maneras en que se
veían a sí mismas y veían a las demás, etc.
En
tercer término, si la producción de excedente en las sociedades
precapitalistas era un medio para sostener la dominación y no un fin
en sí mismo, al mismo tiempo, la disponibilidad de excedente era su
condición de posibilidad. La mayor o menor disponibilidad de
excedente económico era central para los dominadores, constituía la
posibilidad y el límite de esa dominación y, por ello, las
relaciones entre explotadores y explotados son determinantes en todas
las sociedades donde la explotación existe. En este sentido limitado
es que las contradicciones de la producción material y las formas
sociales en que el trabajo se desarrolla son en última instancia
determinantes de la estructura y dinámica de las sociedades
precapitalistas. Pero nuevamente, ello no significa que las
diferencias sociales, la identidad de las personas y los fines
últimos de sus acciones se encontraran entrelazados con la
producción en general, y con la producción de excedente en
particular, como lo están con la producción y realización del
plusvalor en las sociedades capitalistas.
Es
necesario distinguir, por lo tanto, dos niveles de análisis. Por un
lado, en las sociedades capitalistas las personas igualamos realmente
nuestros trabajos a través del intercambio, el trabajo abstracto
existe entonces como una abstracción real, como valor condensado en
la mercancía. En la medida, a su vez, en que la producción de valor
es central en la articulación de nuestras relaciones, hay un
predominio efectivo de los motivos “económicos” de nuestras
acciones. Pero, por otro lado, una categoría general de trabajo,
como categoría de estudio, como categoría mental, es necesaria para
analizar todas las sociedades y, debido a la importancia de la
producción de excedente para el sostenimiento de las sociedades
precapitalistas, es una categoría fundamental para su estudio. De
ello se sigue la importancia de las contradicciones de la producción
material a la hora de entender las posibilidades y límites de toda
dominación. Sin embargo, el lugar ocupado por la producción y el
trabajo es totalmente diferente al que ocupan en el capitalismo y,
aún más, sólo una vez que el capitalismo ha surgido y se ha
desarrollado es posible pensar en el trabajo y la producción “en
general” como categorías analíticas, justamente por jugar un
papel que no han tenido nunca antes. Su rol en el estudio de esas
sociedades no debe significar la atribución de cualidades que sólo
corresponden a nuestras sociedades actuales.
Bibliografía
Blanke,
B. / Jürgens, U. / Kastendiek, H., “On the Current Marxist
Discussion on the Analysis of Form and Function of the Bourgeois
State”. En: Holloway, John / Picciotto, Sol (eds.), State and
Capital: A Marxist Debate. Londres: Edward Arnold, 1978.
Holloway,
John, Agrietar el capitalismo. El hacer contra el trabajo. Buenos
Aires: Herramienta, 2011.
Marx,
Karl, El capital. Tomo I. México: Siglo XXI, 1998.
Postone,
Moishe, Tiempo, trabajo y dominación social. Madrid-Barcelona:
Marcial Pons, 2006.
NOTAS:
[1].
En los últimos años pueden citarse como trabajos de referencia los
de Postone (2006) y Holloway (2011).
[2].
El rechazo a la determinación última de la producción material y
la acusación de “economicismo” han sido las principales críticas
dirigidas al marxismo desde el inicio de la difusión de la obra de
Marx. Los debates más recientes en torno al uso transhistórico de
la categoría trabajo han puesto en cuestión la existencia de un
principio de determinación universal dentro del propio marxismo.
[3].
Como veíamos arriba, la misma fuerza de trabajo es una cosa
propiedad privada del obrero y su carácter socialmente útil sólo
se valida cuando el capitalista la compra. Cuando los demás valores
de uso no se venden y, por lo tanto, no se validan como socialmente
necesarios, en la medida que son perecederos se echan a perder.
Cuando el obrero no logra vender su fuerza de trabajo, cuando se la
considera socialmente inútil, es el propio obrero el que es
amenazado con perecer (Blanke, Jurgens y Kastendiek, 1978).
[4].
Esta es una regla general; sin embargo, durante las crisis y por
cortos lapsos de tiempo puede ocurrir que una parte considerable de
la clase obrera, incluso la mayor parte, reciba salarios de hambre o
que permanentemente grupos minoritarios de los trabajadores reciban
salarios inferiores al mínimo de subsistencia.
[5].
Ocurre con el máximo de la jornada laboral algo parecido a lo que
ocurre con el mínimo del salario (ver nota 4).