Juan
J. Paz y Miño Cepeda.
alainet.net
NOTA
DEL EDITOR DE ESTE BLOG:
El
texto que les presento más adelante tiene cierto carácter profético
porque anunciaba días atrás el posible triunfo de Macri en
Argentina que ayer domingo se produjo y los efectos devastadores, en
forma de caída de fichas de dominó, que puede tener sobre los
gobiernos progresistas latinoamericanos.
Con
todo, no ahonda en las raíces de ese inicio del camino
involucionista en América Latina.
Más
allá de la combinación de los tres elementos en los que se apoya la
reacción conservadora
-
Élites empresariales
-
Poder de la prensa capitalista y de derechas
-
Presión del imperialismo para desestabilizar la región,
coaligada
con la crisis económica de los países emergentes, lo cierto es que
existen otras razones que no aparecen en este texto y que, o bien se
soslayan intencionadamente, o en su ausencia, el autor expresa
implícitamente cuál es su posición política real, que sospecho no
va más allá de la socialdemocracia progresista.
Lo
cierto es que más allá de la retórica populista del peronismo
argentino, el kirchnerismo no ha supuesto otra coa que el intento de
revitalización de las depauperadas y artificialmente creadas clases
medias argentinas y jamás supuso un auténtico proyecto de hegemonía
de los intereses de la clase trabajadora. Al final, gran parte de esa base social, cuando vienen duras, se vuelven hacia los gobiernos más abiertamente del capital, en espera de que éste les saque las castañas del fuego, cosa que pronto veremos que no hará. Progresista frente a los
gobiernos anteriores, autolimitado voluntariamente en su función
histórica, algo no muy distinto al modelo de Correa, destinado a
crear una clase media nacional en Ecuador y a realizar una
“revolución ciudadana”, que nada tenía de socialista y sí
mucho de pequeñoburguesa democrática. Un avance también en su
contexto pero un avance con frenos y marcha atrás en su evolución
en los últimos años.
El
caso brasileño, una de las piezas del dominó más débiles, aunaba
los pasados años del despegue económico, el intento de construir un
capitalismo nacional y un inicial en sus bases populares, mediante la
implementación de políticas correctoras de la desigualdad, una
constante de los gobiernos progresistas de este período que ahora
amenaza con interrumpirse radicalmente.
Dejo
en último lugar el caso de Venezuela y de Bolivia, países con
políticas ciertamente contradictorias:
-
Por un lado, la retórica socialista ha sido más intensa, se han dado pasos más claros hacia ciertas formas de poder popular y se han realizado reformas igualitaristas inimaginables sólo 20 años atrás
-
Pero, a la vez, se ha pactado con algunos sectores de las oligarquías locales, se han llevado a cabo políticas destinadas a crear burguesías locales y y no se ha tocado la base del poder: la propiedad privada de los medios de producción.
Estos
países, cuyo asiento inicial en los sectores populares y en las
clases trabajadoras y campesinas ha sido mucho más profundo que en
los anteriores, han tenido una responsabilidad suplementaria.
Confundieron la ocupación del gobierno, por mucho que se asentase en
el caso de Venezuela en una defensa del proyecto cuasi insurreccional
en algún momento, con la toma del poder (siempre económico/político
e institucional en general) y hoy están mucho más debilitados que
hace sólo unos años, especialmente en el caso venezolano.
Sería
muy prolijo ir mucho más allá en la explicación del regreso a la
involución derechista y neoliberal que puede producirse en toda
América Latina y, desde luego, un acto de soberbia ignorante por mi
parte, pobre observador europeo de un proceso que fue contradictorio
(en el conjunto de la Latinoamérica progresista nunca existió un
auténtico proyecto común, más allá de una voluntad de resistir al
imperialismo y de algunos proyectos progresistas como el ALBA), y
esperanzador, por lo que supuso de intento de dejar de ser el patio
trasero USA y de levantar los derechos de los oprimidos, pero que
ahora se gota y está seriamente amenazado tanto desde los embates
exteriores como desde sus insuficiencias internas.
En
cualquier caso, les dejo con un texto, aunque claramente insuficiente
en mi opinión, no por ello menos premonitorio:
ARGENTINA:
EL PELIGRO DE LA RESTAURACIÓN CONSERVADORA EN AMÉRICA LATINA
Juan
J. Paz y Miño Cepeda.
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Las
elecciones del 25 de octubre (2015) en Argentina, que otorgaron a
Daniel Scioli el 36.86% de los votos y a Mauricio Macri un 34.33%,
solo dieron un triunfo mínimo al candidato del “Frente para la
Victoria”, lo cual ha despertado la alarma en América Latina, ante
la posibilidad de que en la segunda vuelta electoral (balotaje que se
realizará el 22 de noviembre), Macri, candidato del derechista
“Cambiemos” alcance la presidencia y con ello concluyan 12 años
de “kirchnerismo”, con los gobiernos de Néstor Kirchner
(2003-2007) y Cristina Fernández (2007-2015).
Como
lo han señalado diversos analistas argentinos, la candidatura de
Scioli no parece que era la mejor y el propio gobierno acumuló
resistencias ciudadanas, como fruto de una serie de límites
políticos; pero en lo de fondo, existe un real peligro por el avance
de la derecha neoliberal camuflada de modernidad y rostro
conciliador, apoyada por el imperialismo. Atilio Borón, uno de los
intelectuales argentinos más prestigiosos entre la izquierda
latinoamericana, ha sido muy claro en ubicar el riesgo tras el
balotaje, la incapacidad por discernir entre lo que significan Scioli
y Macri para el futuro de los gobiernos progresistas en América
Latina, así como el juego al imperialismo que representa plantear el
voto en blanco, por lo cual Borón realiza un fuerte cuestionamiento
a ese sector de izquierdas que prefiere refugiarse en su supuesta
radicalidad.
Argentina,
entonces, se convierte en un país crucial para el futuro de la
región. Y, sin duda, hasta el momento, deja en claro algunas
circunstancias dignas de considerar.
Los gobiernos progresistas y de nueva izquierda en América Latina se enfrentan a tres fuerzas poderosas: las élites empresariales dispuestas a frenar todo intento “estatista” y que buscan revivir el paraíso del mercado libre absoluto bajo hegemonía de las empresas privadas como agentes supuestamente centrales y naturales de la economía; los medios de comunicación privados más influyentes, que libran a diario una sistemática campaña ideológica y cultural para minar el respaldo ciudadano a los gobiernos progresistas; y el imperialismo, que alienta la restauración conservadora desde la perspectiva de una geoestrategia mundial destinada a impedir la continuidad de gobiernos capaces de generar una vía exitosa de cuestionamiento global al capitalismo.
Esas
tres fuerzas siempre han estado presentes y su accionar se potencia
en la actualidad ante los síntomas de la desaceleración y crisis
económica en América Latina, porque se vuelve fácil acusar de ella
al “modelo” que siguen los gobiernos progresistas y de nueva
izquierda.
Como
ocurre en otros países, en Ecuador la derecha neoliberal no ha
perdido un minuto para acusar a las políticas del gobierno del
Presidente Rafael Correa como las causantes de la desaceleración
económica, que ha obligado a revisar el presupuesto estatal para el
año 2016, sobre la base de recortes a la inversión pública, la
acumulación de la deuda externa, un déficit fiscal de todos modos
manejable y la implementación de un sistema de alianza
público-privada, que procurará atraer las inversiones del sector
privado a proyectos de interés estatal.
Lo
que esa derecha neoliberal procura ocultar es un cúmulo de hechos
históricamente muy significativos: la “crisis” económica
ecuatoriana ni de lejos se parece a la que vivió el país a raíz de
la crisis de la deuda externa, que arrancó en 1982. A partir de ese
momento, durante cinco lustros se construyó un modelo
empresarial-neoliberal en el cual las “soluciones” a la
prolongada crisis económica se sujetaron a un recetario nacido en el
Fondo Monetario Internacional (FMI) y que provocó el deterioro
sistemático de las condiciones de vida y de trabajo de la población
nacional, así como el literal colapso de los servicios públicos.
Los
paquetes de medidas económicas tomadas desde los ochentas por los
sucesivos gobiernos ecuatorianos, que caminaron al compás de lo que
ocurría en el resto de América Latina, solo beneficiaron a las
capas empresariales, los sectores adinerados y particularmente al
capital financiero. Como ocurriría con el “corralito” argentino
(2001), Ecuador se anticipó en marzo de 1999 (gobernaba Jamil
Mahuad, 1998-2000) a decretar un feriado bancario y la congelación
de depósitos, hasta llegar a la dolarización decretada en 2000, que
fue la culminación del proceso de restauración del poder
plutocrático y de una economía plutocrática en el país.
El
desastre social, institucional y gubernamental en Ecuador (entre 1996
y 2006 hubo 7 gobiernos, 1 efímera dictadura y los únicos 3
presidentes elegidos por votación popular fueron derrocados),
comparable a otros países latinoamericanos y, sin duda, con
Argentina (5 gobiernos en un par de semanas a fines de 2001), da
cuenta del camino que seguía la región de la mano del idilio
neoliberal. En Argentina, como en Ecuador se levantaría una misma y
coincidente consigna: “¡Que se vayan todos!”
Esa
nefasta herencia comenzó a cambiar desde 1999, con la llegada al
poder en Venezuela del Presidente Hugo Chávez (1999-2013) y, después
de él, con la sucesión de los gobiernos progresistas y de nueva
izquierda en Argentina, Bolivia, Brasil, Chile, Ecuador, El Salvador,
Nicaragua, Paraguay y Uruguay.
Los
gobernantes del nuevo ciclo histórico-político en la región y
particularmente en Bolivia, Ecuador y Venezuela, que pasaron a la
vanguardia en las nuevas orientaciones, liquidaron al neoliberalismo,
reinstitucionalizaron al Estado, afirmaron los principios de la
soberanía y la dignidad nacionales e impulsaron un “modelo”
económico basado en el activo papel económico estatal, amplios
servicios sociales (educación, salud y medicina, seguridad social,
vivienda), la promoción de los derechos laborales y colectivos, y la
redistribución de la riqueza.
De
esa manera, la “crisis” económica latinoamericana de la
actualidad en los países con gobiernos progresistas y de nueva
izquierda no tiene ningún parecido al pasado reciente, aunque las
derechas neoliberales se esfuercen por hacerla aparecer como un
desastre del cual ellas toman distancia. Porque incluso bajo las
condiciones críticas, la sociedad goza de servicios públicos e
inversiones estatales que garantizan la atención y el cubrimiento de
necesidades básicas. En Ecuador, los recortes presupuestarios y el
reenfoque público-privado no ha afectado a las políticas sociales
ni a las inversiones en estos sectores, además de que están en
marcha proyectos de ley que incrementarán los impuestos a las
herencias y plusvalías a las capas adineradas.
A
pesar de los logros sociales en la región, las elecciones en
Argentina no dejan de inquietar a todos los países con gobiernos
progresistas, porque las derechas neoliberales se han mostrado
hábiles para esconder su pasado y aparecer con nuevo rostro. En la
campaña argentina el maquillaje ha hecho uso de la conciliación, el
discurso de la armonía social, la frescura de los ideales y el
revestimiento de las palabras sobre el enfoque económico. Pero tanto
en Argentina como en Ecuador, las propuestas de la derecha neoliberal
en materia económico apuntan a lo mismo: el viejo esquema del
mercado libre y la empresa privada absoluta. Por el momento bien
podrían mantenerse los logros sociales; pero precisamente son éstos
los que carecen de garantía en el mediano o en el largo plazo, si es
que realmente triunfa la restauración conservadora.
Pero
tampoco cabe dejar a un lado las responsabilidades históricas que
tienen las izquierdas opositoras, que se asumen como verdaderas y
hasta “marxistas”. En Ecuador, en las elecciones nacionales de
2013 (hasta hoy el referente más inmediato, porque las de 2014
fueron seccionales), todas ellas, unidas a ciertos movimientos
sociales en la “Unidad Plurinacional de las Izquierdas”,
obtuvieron solo el 3% de votos, algo igual a lo que ha ocurrido con
el “Frente de Izquierda y de los Trabajadores” (FIT) que en las
recientes elecciones de Argentina obtuvo el 3.23%. Cabe preguntarse
si es un sector históricamente
útil e importante para la conducción
de las transformaciones que anhelan los pueblos.
Suficientes
experiencias históricas tiene América Latina con respecto a las
restauraciones conservadoras en el pasado. Argentina lo vivió en
otros momentos, como ocurrió con el propio peronismo, cuando fue
perseguido y hasta proscrito. Hoy, la restauración conservadora
tiene razones para obrar con mayor violencia y hasta venganza, porque
las derechas neoliberales no perdonarán un solo milímetro de lo
hecho por los gobiernos progresistas y de nueva izquierda en América
Latina.