Evidentemente Pablo Iglesias no alcanza, para
mí -es algo subjetivo-, ni de lejos, el grado de dignidad final del periodista Pereira, envuelto en una toma de posición política que
nunca quiso ante la dictadura fascista de Salazar en la novela del desaparecido Antonio Tabucchi.
No digo que Pereira fuera mi héroe antifascista. No era un valiente en el sentido clásico de la tragedia griega sino más bien un Hamlet shakespiriano
que hubo de decantarse en circunstancias no deseadas por él.
Era católico –yo no- y le gustaban Mauriac y
Bernanos. Yo los respeto en su valor humanista. Pero no ignoro la toma de
conciencia política, incompleta, que muestra en la novela de Tabucchi aquel
profesor. Tampoco soy el más indicado para pedir heroísmos que no sea capaz de
mantener.
Con él y su compromiso moral me pasa como con
Tolstoi, acusador de la crueldad de los poderosos, denunciante del hambre de
los oprimidos y, sin embargo, hombre con unos escrúpulos que no comparto
respecto a la violencia revolucionaria cuando se cierran todos los demás
caminos para la justa protesta ¿Quién no detesta cualquier forma de violencia?
Pero ¿acaso dejó de ser cierta su inevitabilidad o su condición de “partera de
la historia” en los momentos decisivos de la humanidad y de las luchas de
clases?
Pero Pereira avanzó e Iglesias es un cangrejo ermitaño
Pereira es un hombre de derechas que cree ser un apolítico, dedicado a su vida y al recuerdo amoroso de una esposa a la que la muerte ha arrebatado. El compromiso no va con él. Hasta que conoce a un joven periodista, Monteiro Rossi, un antifascista que acabará escribiendo de más en medio de la dictadura portuguesa del primer tercio del siglo XX.
El asesinato del muchacho a manos de la PIDE hará comprender al viejo Pereira que el mundo del poder es infinitamente más cruel y horrendo de lo que había aceptado hasta entonces.
Comprende que hay otro mundo de libertades posibles y, tras denunciar el asesinato político, sin pringar en exceso a la dictadura, se exiliará. Pereira es un hombre lleno de contradicciones, como tantos de nosotros, y miedos que recorre un camino insuficiente hacia la emancipación del horror del ser humano y hacia el compromiso con lo justo y decente. Pero se mueve en el sentido de la historia, aunque insuficientemente.
Pablo Iglesias ha sido un tipo que, como Pereira, tuvo una relación con los medios del capital pero recorrió el camino en sentido inverso.
En algún momento, el encumbrado plagiador de la metáfora marxiana del asalto a los cielos debió creerse ungido por los dioses para tal misión. Acabó convertido en una caricatura de sí mismo, presa de sus ansias parlamentarias y de los vaivenes de los creadores de opinión y sus demoscópicos juegos al servicio del capital que pone y quita ídeolos de barro.
Pablo Iglesias también camina hoy pero no hacia ningún proyecto liberador del Prometeo encadenado sino hacia el del rincón menguante que la historia con minúsculas le ha asignado.
Pablo Iglesias también sostiene cosas, tantas
y tan cambiantes que uno se pierde en el intento de hacer itinerario de las
mismas. La sibila Casandra volvería a carecer de crédito en sus vaticinios,
ahora sobre este personaje, porque es imposible imaginar tantos bandazos y
virajes en tan corto espacio de tiempo.
Desde las elecciones europeas de 2014 –parece que
han pasado varios años, ¿verdad?- a las actuales, tratar de conocer qué sostiene
Pablo Iglesias como idea central de su relato y propuesta política es una
aventura de locos ¿No creen?
Ya no hay casta para él (el ser social determina
la conciencia), ni nacionalizaciones de sectores estratégicos, ni renta básica
universal, ni tentación de romper el “candado constitucional”, ni proyecto
constituyente que valga -¿le han oído hablar mucho de ello últimamente?-, ni
derecho de autodeterminación de los pueblos del Estado español que no pase por
casi lo mismo que exigen PSOE y PP-que opinen todos los españoles; esto es,
todo el Parlamento- Va y viene respecto a sus alianzas con el PSOE y niega las
posibilidades de pacto sugeridas por su escudero Errejón-, según convenga a las
encuestas preelectorales en las que su formación cotiza a la baja-. Se retrató
ante el muro de las lamentaciones del sionismo criminal con kipa y todo. Fue a
USA a presentar credenciales y lo hizo también ante el embajador norteamericano
en España y es un admirador de Tsipras por eso de que convoca elecciones de nuevo.
Por la boca muere el pez. Vincula inconscientemente la convocatoria de nuevas
elecciones en Grecia –como acto democrático, aunque Tsipras violase el mandato
del referéndum – al hecho de que pueda ganarlas: "Ojalá Zapatero hubiera
hecho lo mismo, quizá no tendríamos hoy a Mariano en la Moncloa" ¿A este
chico nunca le han dicho que lo que importa no es el oportunismo ni el hecho de
que ganes unas elecciones, por ausencia de alternativas parlamentarias, sino
que tengas un proyecto y que éste no traicione a quienes confiaron en ti? Quizá
a estos ilusos habría que explicarles que el mundo no cambia por delegación
sino por un esfuerzo colectivo obra de quienes están llamados a revolucionarlo,
sin “dioses, reyes, ni tribunos”.
En Grecia la “ilusión democrática” vino de la
clase media y de algunos sectores de la trabajadora , porque en Syriza había
más izquierda que en Podemos. Pablito acaba de afirmar que a Podemos no le
pasará lo que a Syriza, después de cerrar filas con ella (a cada segmento de
votantes les cuenta una cosa) porque su partido está con la UE y con el euro,
como si Tsipras no hubiera ya recorrido toda la marcha fúnebre necesaria para
que se produzca la tercera vuelta de tuerca. Por eso hay escisión allí. En
Podemos hay poca clase trabajadora, mucha
desclasada -y mucho universitario “selecto” que se cree con derecho a todo por
eso de la meritocracia-, que se cree media porque tuvo, y una parte de ella aún
tiene, unos accesos al consumo que gran parte de los trabajadores españoles no
tienen. Llegará antes la implosión del soufflé hasta que haga toma de tierra,
tras su involución ideológica, que la ruptura interna podemita, inevitable
cuando ya no haya carrera política profesional para tanta aspiración personal.
Pero tú Pablo, ¿qué sostienes?
Nada, porque si hasta tú mismo, para hacerte pasar
por lo que no eres, afirmas que “a los
valientes nos tiemblan las piernas” para responder al arrebato de valor y
honestidad de tu compañera Teresa Rodríguez, a la que le horroriza, que a tu
menguante califato le puedan temblar, es que no sostienes nada sino que
renuncias a todo. Y eso sin haberte ni siquiera acercado al gobierno, que no al
poder, porque el poder está en otro lado, más que en unas encuestas levantadas
por los que de verdad cortan el bacalao: el capital.
Tonto útil –pero listillo en tus aspiraciones personales de trepa sin escrúpulos ni decencia- para entretenimiento político, aligeramiento de presión social y vuelta del sistema político –no digamos económico- a la casilla de partida.
Hala, sí, ya puedes mostrarte generoso con los
cadáveres políticos que un día te alimentaron y a los que has despreciado con
un odio cordial (cor/cordis= de corazón). Os merecéis mutuamente. Te los vas
a comer por territorios, con tal de que a algunos les asegures puestos de
salida y al señorito con el que hiciste la escena del sofá, y del que dices que
quieres en tus candidaturas también.
Pablo, ya no te veo como la pobre imitación del embaucador cuentacuentos Felipe González de 1982 sino como al boxeador
sonado que fue aquél en 1996.
Lo que a partir de ahora te queda es actuar de subalterno y monosabio al servicio del diestro en las plazas de tercera, si te dejan los del PACMA.