NOTA DEL EDITOR DE ESTE BLOG:
Quien se haya tomado algún interés en conocer mi pensamiento sabrá que, dentro del marxismo, e incluso fuera de él, no soy un sectario que
escoja el contenido de los textos ajenos que reproduce en base a su proximidad
ideológica, sino a partir de los objetivos que comparto con otros muchos: derribar el capitalismo y
contribuir a edificar una sociedad socialista. Ello dentro del hecho de que soy
marxista y leninista pero no marxista-leninista porque creo que Lenin fue un
gran científico político y un gigante en la construcción del partido revolucionario
de y para la clase trabajadora pero, pienso, que él nunca hubiera deseado ver
convertido su pensamiento en dogma ni en religión.
No es la primera vez que publico un artículo de Doménico
Losurdo ni será la última, a pesar de que se la haya tildado de estalinista, no
siéndolo en absoluto yo. Sospecho que él tampoco lo es, a pesar de que algunos
consideren que una de sus obras, “Stalin. Historia y crítica de una
leyenda negra” es una apología del hombre “de acero”. “El viejo topo”,
poco sospechoso de estalinista, publicó su obra.
Ayer publiqué una obra de Alex Callinicos, un trotskista que
me parece sugerente en algunos aspectos. Le he leído lo suficiente para decidir
que comparto con él determinados puntos de vista respecto a la revolución social. Considero a Trotsky, a pesar de sus contradicciones, un
legado del pensamiento revolucionario marxista. De sus herederos, como su
mujer, Natalia Sedova, no tengo precisamente las mejores opiniones, después de
haberlos conocido suficientemente, pero distingo a mis camaradas, de unos y
otros signos, más allá de su tendencia, a menudo tan sectaria, por su capacidad
de aportar algo valioso a la lucha por el socialismo.
Vivimos tiempos extraordinariamente difíciles para la clase
trabajadora como para que los comunistas tengamos derecho alguno a despreciar
los puntos de vista válidos en función de quiénes los emiten. En Venezuela
lo han comprendido unos y otros, apoyando su revolución, que no vino de ninguna
de ambas corrientes, a pesar de todas las contradicciones y aspectos
criticables del proceso revolucionario que allí se lleva a cabo. En
Grecia, frente al fascismo, como respuesta del capital, debiieran comprenderlo
igualmente. Y en tantos lugares del planeta me pregunto porqué no es posible,
además de por un cainismo entre comunistas, estimulado por cúpulas sobre el odio al otro perteneciente al mismo tronco, que nos impide avanzar, en un contexto en el
que cualquier idea comunista ha sufrido una derrota a manos del capitalismo y en el que la clase trabajadora sufre las consecuencias de esa derrota.
Como escribió el gran Pablo Neruda, "Nosotros, los
de entonces, ya no somos los mismos"
Es hora, no ya del marchar separados y golpear juntos sino
de ocupar, unidos, la misma trinchera de combate bajo la bandera del
socialismo.
Sin más, les dejo con el interesante artículo de Domenico
Losurdo.
INDUSTRIA DE LA MENTIRA Y GUERRA IMPERIALISTA
Domenico
Losurdo. Red
Voltaire
Solía decir Joseph Goebbels que es más fácil que la gente se
trague una mentira enorme que una pequeña. Es un principio que la CIA ha venido
aplicando durante los últimos años con el invento de masacres falsas que
justifican guerras. El filósofo Domenico Losurdo analiza la facilidad
sorprendente con que nos dejamos engañar.
En la historia de la industria de la mentira como parte
integrante del aparato militaro-industrial del imperialismo, el año 1989 marcó
un verdadero viraje. Nicolae Ceaucescu se mantiene en el poder en Rumania.
¿Cómo derrocarlo? Los medios de prensa occidentales comienzan a divulgar
masivamente informaciones e imágenes del «genocidio» perpetrado en
Timisoara por la policía del propio Ceaucescu.
Los cadáveres mutilados
¿Qué había pasado en realidad? Basándose en el análisis de
Guy Debord sobre la «sociedad del espectáculo», un ilustre filósofo
italiano, Giorgio Agamben, sintetizó magistralmente este caso:
"Por vez primera en la historia de la humanidad,
cadáveres que habían sido enterrados hacía poco tiempo o que se hallaban aún en
las mesas de las morgues fueron desenterrados apresuradamente y mutilados para
simular ante las cámaras de televisión el genocidio destinado a legitimar
un nuevo régimen. Lo que el mundo entero tenía ante sus ojos como la realidad
real en las pantallas de televisión, era la absoluta anti-verdad y, aunque la
falsificación era a veces evidente, fue de todas maneras autentificada como
real por el sistema mediático mundial, para que quedara claro que lo real no era
a partir de entonces otra cosa que un momento del movimiento necesario de lo
falso. Verdad y falsedad se hacían así imposibles de distinguir una de la otra
y el espectáculo se legitimaba solamente mediante el espectáculo
Timisoara es, en ese sentido, el Auschwitz de la sociedad
del espectáculo. Incluso se ha dicho que si después de Auschwitz
es imposible escribir y pensar como antes, después de Timisoara
ya no será posible mirar una pantalla de televisión de la misma
manera." [1]
El año 1989 es el año en que el paso de la sociedad
del espectáculo al espectáculo como técnica de guerra comenzó a
manifestarse a escala planetaria.
Varias semanas antes del golpe de Estado, o sea antes de la
«revolución de Cinecittà» en Rumania [2],
se producía en Praga –el 17 de noviembre de 1989– el triunfo de la «revolución
de terciopelo» con una consigna inspirada en Gandhi: «Amor y verdad».
En realidad, la difusión de la información falsa según la cual la
policía había «matado brutalmente» a un estudiante desempeñaba un
importante papel. Eso es lo que nos revela, 20 años más tarde y con
satisfacción, «un periodista y líder de la disidencia, Jan Urban»,
protagonista de aquella manipulación: su «mentira» tuvo en aquel
momento el mérito de suscitar la indignación de las masas y el derrumbe del
régimen, ya debilitado [3].
Algo similar ocurrió en China. El 8 de abril de 1989,
Hu Yaobang, secretario del Partido Comunista Chino (PCCh) hasta el mes de
enero de 1987, sufre un infarto en medio de una reunión del Buró Político y
muere una semana después. La multitud de la Plaza de Tiananmen vincula su
deceso al enconado conflicto político que se había manifestado en el marco de
aquella reunión [4].
El fallecido se convierte de cierta forma en víctima del sistema cuyo
derrocamiento se desea.
En los 3 casos, el invento del crimen y su denuncia buscan
suscitar la ola de indignación necesaria para favorecer el movimiento de
protesta. Esa estrategia encuentra éxito en Checoslovaquia y Rumania –países
donde el régimen socialista había surgido al calor del avance del Ejército
Rojo– pero fracasa en la República Popular China, fruto de una gran revolución
nacional y social. Y el fracaso mismo se convierte en punto de partida de una
nueva guerra mediática más masiva aún, desencadenada por una superpotencia que
no tolera la existencia de rivales reales o potenciales. Esa guerra mediática
aún se mantiene en vigor. Pero lo cierto es que el momento que define el
viraje histórico es, en primer lugar, Timisoara, «el Auschwitz de la
sociedad del espectáculo».
«Dar publicidad a los bebés» y al cormorán
Dos años después, en 1991, se producía la primera guerra del
Golfo. Un periodista estadounidense tuvo el coraje de revelar cómo se
desarrolló «la victoria del Pentágono sobre los medios», o sea la «colosal
derrota de los medios implementada por el gobierno de Estados Unidos» [5].
En 1991, la situación no era nada fácil para el Pentágono
–ni para la Casa Blanca. Había que convencer de que la guerra era
necesaria a una población que aún conservaba en mente el recuerdo de Vietnam.
¿Qué hacer? Diversos subterfugios van a reducir drásticamente las posibilidades
de que los periodistas hablen directamente con los soldados o de que envíen
crónicas directamente desde el frente. En la medida de lo posible,
todo debe ser sometido a un filtro: la fetidez de la muerte y,
sobre todo, la sangre, los sufrimientos y lágrimas de la población civil
no deben irrumpir en las casas de los ciudadanos de Estados Unidos
–ni de los habitantes del resto del mundo– contrariamente a lo sucedido en
tiempos de la guerra de Vietnam.
Pero el problema central y más difícil de resolver es otro:
¿Cómo demonizar el Irak de Sadam Husein, que años antes había ganado méritos –a
los ojos de los propios Estados Unidos– al agredir el Irán nacido de la
Revolución islámica y antiestadounidense de 1979 y con tendencia al
proselitismo en el Medio Oriente? El proceso de demonización no habría sido
difícil si la víctima [de Sadam Husein –Kuwait–] hubiese sido [un país]
angelical. Pero la operación no iba a ser nada fácil. Y no sólo
debido a la implacable represión reinante en Kuwait contra toda forma de
oposición. Había cosas mucho peores: los peores trabajos eran para los
inmigrantes, víctimas de una «esclavitud de hecho» que tenía por demás
visos de sadismo. Los casos de «serbios defenestrados, quemados, cegados o
asesinados a golpes» no suscitan la menor emoción [6].
¡Pero se logró! Generosa o fabulosamente pagada,
una agencia publicitaria lo resuelve todo… denunciando que los soldados
iraquíes les cortan las «orejas» a los kuwaitíes que se resisten. Pero
el punto culminante de esta campaña estaba por venir: los invasores habían
irrumpido en un hospital «sacando 312 recién nacidos de sus incubadoras y
dejándolos morir de frío sobre el suelo del hospital de Kuwait» [7]. Repetida hasta el cansancio por el
presidente Bush padre, reafirmada por el Congreso, avalada por la prensa más
autorizada e incluso por Amnistía Internacional, esa información tan horrible,
y también detallada, no podía dejar de provocar una enorme ola de
indignación: Sadam Husein era el nuevo Hitler, hacerle la guerra no sólo era
necesario sino además urgente y quienes se oponían o no parecían convencidos
tenían que ser considerados como cómplices más o menos conscientes del nuevo
Hitler. Por supuesto, esa información era una mentira cuidadosamente
fabricada y divulgada. Precisamente por eso la agencia publicitaria se había
ganado su dinero.
La reconstrucción de ese caso aparece en un capítulo
del libro ya mencionado aquí, con un título apropiado: «Dar publicidad
a los recién nacidos» [8].
La verdad es que los recién nacidos no fueron los únicos que recibieron
publicidad. Al inicio de las operaciones de guerra se difundió en el mundo
entero la foto de un cormorán que se ahogaba en el petróleo proveniente de los
pozos que Irak había volado. ¿Verdad o manipulación? ¿Fue Sadam quien
provocó la catástrofe ecológica? ¿Hay cormoranes en esa región del mundo y
en esa temporada del año? La ola de indignación, autentica y cuidadosamente
manipulada, arrasaba con las últimas muestras racionales de resistencia.
Fabricación de falsedades, terrorismo de la
indignación y desencadenamiento de la guerra
Viajemos en el tiempo hasta la disolución, o más bien el
desmembramiento de Yugoslavia. Contra Serbia, que había sido históricamente el
protagonista del proceso de unificación de ese país multiétnico, se
desencadenaban una tras otra –en los meses anteriores a los verdaderos
bombardeos– sucesivas olas de bombardeo mediático. En agosto de 1998, dos
periodistas, un estadounidense y un alemán, «reportaban la existencia
de fosas comunes con 500 cadáveres de albaneses entre los cuales había 430
niños, en los alrededores de Orahovac, donde se habían producidos intensos
combates. Otros diarios occidentales retomaron la noticia y le dieron gran
difusión. Pero todo era falso, como demuestra una misión de observación de la
Unión Europea». [9]
Pero eso no pone en crisis la fábrica de falsedades.
A inicios del año 1999, los medios occidentales comenzaban a hostigar a la
opinión pública internacional con fotos de cadáveres amontonados en el fondo de
una fosa y a veces decapitados y mutilados. Las explicaciones y artículos que
acompañaban aquellas imágenes proclamaban que eran civiles albaneses desarmados
masacrados por los serbios. Pero:
«La masacre de Racak es aterradora, con mutilaciones y
cabezas cortadas. Una escena ideal para suscitar la indignación de la opinión
pública internacional. Pero algo parece extraño en las características
de esa matanza. Habitualmente, los serbios matan sin realizar mutilaciones
[…] Como nos muestra la guerra de Bosnia, las denuncias de barbaries cometidas
con los cuerpos, huellas de tortura, decapitaciones, son un arma de propaganda
frecuentemente utilizada […] Quizás no sean los serbios sino los
guerrilleros albaneses quienes mutilaron los cuerpos.» [10].
O quizás los cadáveres de las víctimas de uno de los
innumerables enfrentamientos fueron objeto de un tratamiento ulterior, para dar
la impresión de ejecuciones a sangre fría y de un desencadenamiento de furia
bestial, atribuido de inmediato al país que la OTAN quería bombardear [11].
El montaje de Racak no era más que el punto culminante
de una campaña de desinformación obstinada e implacable. Unos años
antes, el bombazo del mercado de Sarajevo había permitido a la OTAN presentarse
como la instancia moral suprema, que no podía tolerar que las «atrocidades»
serbias quedasen impunes. Hoy en día podemos leer, incluso en el diario
italiano Corriere della Sera que «fue una bomba de origen
bastante dudoso lo que provocó la masacre de Sarajevo, desencadenando la
intervención de la OTAN» [12].
Con ese precedente, Racak nos parece ahora una especie de reedición
de Timisoara, reedición que se prolongó por varios años. Sin embargo,
incluso antes de ese caso, ya se habían registrado otros éxitos. El ilustre
filósofo que había denunciado en 1990 «el Auschwitz de la sociedad del
espectáculo» que había tenido lugar en Timisoara, se unía 5 años más tarde
al coro dominante criticando de manera maniquea «el súbito deslizamiento de
las clases dirigentes ex comunistas hacia el racismo más extremo
(como en Serbia, con el programa de “purificación étnica”)» [13].
Después de haber analizado con agudeza la trágica ausencia
de diferenciación entre «verdad y falsedad» en el marco de la sociedad
del espectáculo, Agamben acababa por confirmarla involuntariamente al acoger
expeditivamente la versión (o sea la propaganda de guerra) difundida por
el «sistema mediático mundial», que él mismo había designado
anteriormente como fuente principal de la manipulación. Después de haber
denunciado la reducción de lo «verdadero» a «un momento del necesario
movimiento de lo falso», reducción implementada por la sociedad del
espectáculo, Agamben se limitaba a conceder una aparencia de profundidad
filosófica a ese «verdadero» reducido precisamente a «un momento del
necesario movimiento de lo falso».
Por otro lado, un elemento de la guerra contra Yugoslavia
nos remite, más que a Timisoara, a la primera guerra del Golfo: el papel de
los public relations.
«Milosevic es un hombre esquivo, no le gusta la
publicidad, no le gusta mostrarse ni hacer discursos públicos. Parece
que en el momento de los primeros anuncios de la descomposición de
Yugoslavia, Ruder&Finn, la compañía de relaciones públicas que
trabajaba para Kuwait en 1991, fue a verlo para proponerle sus servicios. Y la
pusieron de patitas en la calle. En cambio, Ruder&Finn fue
contratada por Croacia, por los musulmanes de Bosnia y los albaneses de Kosovo
a cambio de 17 millones de euros al año, para proteger y promocionar la imagen
de los tres grupos. ¡E hizo un excelente trabajo! James Harf, director
de Ruder&Finn Global Public Affairs, afirmaba […] en una
entrevista: “Logramos hacer coincidir, en la opinión pública, a serbios y
nazis […] Somos profesionales. Tenemos un trabajo que hacer y lo hacemos. No
nos pagan por dedicarnos a la moral”» [14].
Veamos ahora la segunda guerra del Golfo. En los primeros
días de febrero de 2003, el secretario de Estado estadounidense, Colin Powell,
mostraba al Consejo de Seguridad de la ONU las imágenes de los laboratorios
móviles de producción de armas químicas y biológicas que supuestamente poseía
Irak. Algún tiempo después, el primer ministro británico Tony Blair
reforzaba la dosis: Sadam Husein no sólo tenía esas armas sino que ya
había elaborado planes para utilizarlas y podía activarlas «en 45 minutos».
Y de nuevo venía el espectáculo que, más que el preludio de la guerra,
constituía en sí el primer acto de guerra, con la advertencia contra un enemigo
que el género humano tenía que liquidar a toda costa.
Pero el arsenal de mentiras usadas o por usar iba mucho más
allá. En su empeño por «desacreditar al líder iraquí a los ojos de su propio
pueblo», la CIA se proponía «divulgar en Bagdad un documento
filmado donde se revelaba que Sadam era gay. El video debía mostrar al
dictador iraquí en plena relación sexual con un muchacho. Tenía que dar la
impresión de haber sido filmado con una cámara oculta, como si fuera una
grabación clandestina». También se estudiaba «la posibilidad de
interrumpir las transmisiones de la televisión iraquí con una edición
extraordinaria –falsa– del noticiero de televisión en la que se anunciaría que
Sadam había dimitido y que todo el poder había pasado a manos de su hijo, el
temido y odiado Uday» [15].
El Mal tenía que ser denunciado y estigmatizado mientras que
el Bien debía aparecer en todo su esplendor. En diciembre de 1992, los Marines estadounidenses
desembarcaban en el litoral de Mogadiscio. Para decirlo con más exactitud,
desembarcaban allí 2 veces, pero la repetición de la operación no se debía
a dificultades militares ni de logística. Había que demostrarle al mundo que,
además e incluso antes de ser una formación militar de élite, los Marines estadounidenses
eran una organización benéfica y caritativa que traía esperanza y sonrisas al
pueblo somalí víctima de la miseria y el hambre. La repetición del
desembarco-espectáculo tenía como objetivo corregir detalles erróneos y
defectos. Un periodista que fue testigo del hecho explicaba:
«Todo lo que está pasando en Somalia y lo que va a
producirse en las próximas semanas es
un show militaro-diplomático […] Realmente, una nueva época en la
historia de la política y de la guerra comenzó en aquella extraña noche de
Mogadiscio […] La “Operación Esperanza” fue la primera operación militar que
no sólo se filmó en vivo para las cámaras de televisión sino que además se
pensó, se construyó y se organizó como un show de televisión» [16].
Mogadiscio era la contraparte de Timisoara. Unos años
después de haber puesto en escena la representación del Mal (el comunismo
que al fin se desplomaba) se montaba la representación del Bien (el
Imperio estadounidense que surgía del triunfo obtenido en la guerra fría). Los
elementos que conforman la guerra-espectáculo y que determinan su éxito están
ahora claros.
NOTAS:
[1] Mezzi senza fine. Note sulla politica, por
Giorgio Agamben, Bollati Boringhieri, Turín, 1996, p. 67, y citado en Le
langage de l’Empire. Lexique de l’idéologie états-unienne, por Domenico
Losurdo, Delga, París, 2013, p. 313.
[2] La fine delle democrazie popolari. L’Europa
orientale dopo la rivoluzione del 1989, por François Fejto, Mondadori,
Milan, 1994, p. 263.
[3] «A rumor that set off the Velvet Revolution», por Dan
Bilefsky, inInternational Herald Tribune del 18 del noviembre de
2009, pp. 1 e 4., citado en Losurdo 2013, p. 313.
[4] La Chine, por Jean-Luc Domenach y Philippe
Richer, Seuil, París. 1995, p.
550.
[5] Second Front. Censorship and
Propaganda in the Gulf War, por John R. Macarthur, Hill and Wang, Nueva
York, 1992, p. 208 et 22.
[6] Macarthur 1992, p. 44-45.
[7] Macarthur 1992, p. 54.
[9] «La via verso la guerra», por Roberto Morozzo Della
Rocca, in suplemento del n. 1 (Quaderni Speciali) de Limes. Rivista
Italiana di Geopolitica, 1999, pp. 11-26.
[10] Morozzo della Rocca, 1999, p. 24, y citado
en Losurdo 2013, p. 314.
[11] Racak. De l’utilité des massacres, tomo
II, por Fréderic Saillot, L’Harmattan, París, 2010, p. 11-18.
[12] «Le vittime e il potere atroce delle immagini», por
Franco Venturini, inCorriere della Sera del 22 de agosto de 2013,
pp. 1 et 11.
[13] Agamben 1995, p. 134-35.
[14] «Milosevic visto da vicino», por Jean Toschi Marazzani
Visconti, Suplemento del n. 1 (Quaderni Speciali) de Limes.
Rivista Italiana di Geopolitica, 1999, pp. 27- 34.
[15] «La Cia girò un video gay per far cadere Saddam», por
Enrico Franceschini, en La Repubblica, 28 de mayo de 2010, p.
23.
[16] «Quello sbarco da farsa sotto i riflettori TV», por
Vittorio Zucconi, enLa Repubblica del 10 de diciembre de 1992.