EL INTERÉS SE DISPARA MÁS DE UN 90% DESDE ABRIL
María Igartua. Cotizalia
El 23 de mayo fue la primera vez en casi un año en el que los corredores de bolsa sufrieron un cuadro momentáneo de pánico, que se tradujo en un desplome del 7% del Nikkei. En ese momento se dieron cuenta de que no todo es vino y rosas en un mercado manipulado por bancos centrales, y menos si esto ocurre en los tres mayores del mundo: Estados Unidos, Europa y Japón.
La luz de alarma se encendió con la mayor caída de la bolsa de Japón desde eltsunami de 2011. Sin embargo, basta con echar un vistazo rápido al gráfico de la rentabilidad del bono nipón con vencimiento en diez años para constatar que el gobierno de Shinzo Abe está operando con una bomba de relojería que, si estalla, convertiría a la quiebra de Lehman Brothers en un juego de niños en comparación con el descalabro que podría exportar el país nipón.
Desde que el banco central del país anunció el 4 de abril el objetivo de duplicar la masa monetaria hasta alcanzar una inflación del 2% con inyecciones masivas de capital, básicamente con la compra de bonos, el interés de la referencia genérica japonesa, lejos de caer por debajo del 0,4% en el que se encontraba, se ha disparado un 93%, hasta el 0,85%, y ha llegado a tocar el 1%. Una curva que plasmada en el gráfico da vértigo.
Mientras que en el primer trimestre del año ya se han evidenciado los primeros efectos del Abenomics –como se conoce popularmente al plan impulsado por el primer ministro, basado en una agresiva política monetaria- y Japón ha publicado un incremento anualizado del producto interior bruto (PIB) del 3,5%, gracias al repunte de las exportaciones en un entorno de debilidad de la divisa –cae de los 78 yenes por dólar a finales de septiembre a los 102 yenes-, el mercado de deuda empieza a descontar la inflación que supondrá este crecimiento.
La deuda pública viva de Japón alcanza el 240% del PIB
“De momento, los bonos están donde se encontraban hace un año, pero la alarma ha saltado por la volatilidad que acompaña esta caída (el repunte de la rentabilidad es directamente proporcional al descenso del precio), con sesiones en las que se ha llegado a suspender momentáneamente la cotización por la vorágine de ventas, a pesar de la liquidez que suministra el Banco de Japón (BoJ) a las entidades financieras para que efectúen compras y de las adquisiciones directas del propio regulador”, asegura Francesc Ragolta, responsable de relación con clientes de Gesiuris."Si Japón incurriera en impago, el tsunami mundial sería de órdago, mucho mayor que el que provocó Lehman"
Esto ocurre porque la deuda pública viva del Gobierno japonés alcanza el 240% del PIB y el gasto en intereses, basado en los tipos registrados hasta ahora, es de alrededor del 20% del gasto del ejecutivo nipón. Así, si la rentabilidad del bono llegara al 2%, el gasto financiero se incrementaría sustancialmente y el Estado debería endeudarse más aún o reorientar las partidas de gasto, algo casi impensable en una sociedad con una pirámide de población tan invertida como la japonesa.
A esto hay que sumar que los bancos domésticos son los mayores tenedores de deuda del tesoro y las caídas en los precios de estos bonos les están consumiendo capital que tienen que dotar para afrontar posibles pérdidas, lo que está añadiendo más volatilidad al mercado.
Llegados a este punto, los riesgos son enormes. Teniendo en cuenta la descomunal cantidad de deuda pública viva, “o crece la economía con una inflación controlada, que es la mejor de las formas de reducir el saldo de deuda -explica Ragolta-, o el Gobierno japonés se va a encontrar con unos niveles de deuda inasumibles que pueden llevarle al impago”, asegura.
El 2% de interés del bono es la delgada línea roja del impago
En este sentido, el experto considera que mientras los tipos no excedan en demasía la zona del 2%, aunque la posibilidad es alta, la situación puede aguantar bajo control, pero si cruza esa barrera al alza, la situación pasaría a ser crítica, y no sólo para Japón.
“Si en algún momento en el futuro Japón incurriera en impago, el tsunami financiero mundial sería de órdago, mucho mayor que el que provocó la caída de Lehman Brothers”, advierte Ragolta, que asegura que para que se produzca un default no hace falta que no se venda un solo bono, sino que con no cubrir las subastas y verse el Tesoro nipón obligado a elevar tipos para alimentar la demanda, la factura del Gobierno subiría exponencialmente “y estamos hablando de un total de deuda pública viva de 8,5 billones de euros aproximadamente”, afirma.
Por otro lado, si la inflación aumentara de forma abrupta, los bonos emitidos en los últimos años no cubrirían la pérdida de poder adquisitivo que supondría este encarecimiento de los precios, con lo que la caída sería inevitable.