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"Pelea en la taberna". Pintura de José Arrue |
Por
Marat
El
cadáver aún caliente del PP se lo disputan las hienas de Ciudadanos
y los buitres de Vox, mientras el muñeco de las sonrisas, Pablo
Casado, yace inerte hecho un guiñapo. Se inicia la descomposición
del PP, siguiendo la estela de la extinta UCD. La desbandada,
que comenzó antes de las elecciones, se hizo chorro en la campaña,
será torrente incontenible a partir de mañana en dirección hacia
ambos depredadores.
Hablar
de refundación del PP es ilusorio espejismo. Casado, el títere del
derrotado sin comparecer electoralmente, Aznar, ha sido pulverizado y
quienes fueron defenestrados por aquel ya están más fuera que
dentro, muchos de ellos ocupados en los viejos asuntos mercantiles de
la derecha clásica. Una hipotética renovación no parece que pueda
venir de jóvenes o no tan jóvenes cuadros políticos porque los
bandazos desde el aznarismo de campanario y rapiña fueron
sustituidos primero por el sablista pragmático de Rajoy luego por
una vuelta a las esencias de la dehesa de un Casado empeñado en
disputarle a Abascal el espacio de la extrema derecha eterna de dios
y cierra España. Tanto bandazo ha terminado por emborrachar a la
parroquia, una parte de la cual ha salido en espantada hacia el
nuevo PP que hoy representa Ciudadanos y hacia el original de ese
viaje a las esencias ultras que es Vox. No les queda credibilidad
para más maniobras, ni se vislumbra en el horizonte la existencia de
un equipo capaz de renovar la dirección de un buque a la deriva que
hace aguas por sus dos costados.
Sin
embargo, la mejora electoral de los de Rivera y la irrupción con
fuerza de los requetés de Abascal en el circo estatal parlamentario,
no debe nublar el hecho de que Ciudadanos, en su intento acariciado
con la punta de los dedos pero no rematado de sorpasso al PP, ha
limitado por el centro su posibilidad de expansión, al escorarse
hacia una derecha patriótica, ruda y esencialista y desbaratar su
performance, siempre mal ejecutada, de moderación y de que el
“éxito” esperado de la extrema derecha estaba claramente inflado
desde las tabernas físicas y las virtuales de las redes, así como
desde la Brunete mediática y la interesada colaboración de la
progresía que, al grito de que viene el lobo, utilizó la amenaza
ultra, que antes estaba pastoreada dentro del redil del PP, logrando
captar el momento anímico de buena parte de la ciudadanía, asustada
ante una deriva, más inducida que espontánea, confrontacional entre
patriotismos de aldea que pudieran acabar con el ideal moderado de
convivencia.
Sabe
Sánchez y su equipo de asesores que España, educada en el
conservador axioma de que en el centro está la virtud, es ese país
que tras 40 años de miedo y sumisión a la dictadura se despertó un
día “demócrata” y mesurada en sus posiciones políticas, no
queriendo dejar memoria ni de su pasado “falangista” ni de la
resistencia antifranquista de un socialdemocratizado y claudicante
eurocomunismo. Eso explica tanto el inicial éxito de un partido
creado desde el poder político por los posibilistas del franquismo
que fue la UCD como de un resucitado, a pachas entre Berlín y
Washington, con la colaboración de un sector de los fontaneros del
Estado postfranquista, PSOE. Y Sánchez y los suyos se han aprestado
a representar el papel que en si día encarnó Felipe González como
gran modernizador centrista y “centrado” ante una España ovejuna
y obediente a la que ni mil políticas de desposesión de los
derechos sociales harían cambiar su resignado amén al virgencita
que me quede como estoy.
Patético
ha sido el espectáculo en estos años de un Podemos y compañía que
pasaron de citar, sin nombrarle porque les avergüenza, a Marx en su
alusión al asalto a los cielos de la carta del revolucionario alemán
a Kugelmann en referencia a la Comuna de París y de “romper el
candado constitucional” a blandir como catecismo del Padre Ripalda
un ejemplar Constitución como garante de derechos sociales. Años
antes el telepredicador Anguita exhibía el mismo texto al estilo del
catecismo del padre Astete, clamando porque se cumpliesen los
derechos al trabajo, la vivienda, la sanidad, las pensiones o la
educación y mintiendo a sabiendas de que dichos derechos son
meramente enunciativos, papel mojado en suma en un código cuyo
modelo económico consagra el capitalismo y cuyo añadido por
Zapatero artículo 135 elevaba a categoría superema el concepto de estabilidad
presupuestaria y la preeminencia del pago de la deuda pública frente
a cualquier otro gasto del Estado en los presupuestos generales;
artículo que no será derogado por el futuro gobierno de centro
progresista que formará el PSOE, con el apoyo de Podemos y otros
socios de conveniencia.
La
fuerte caída electoral de Podemos y socios, compensada por su más
que probable papel clave en el apoyo a la formación del segundo
gobierno Sánchez, salva a Iglesias de su defenestración política,
hace de él tabla de salvación y lastre a su vez de un partido sin
cohesión y con crisis permanente. En cualquier caso, habrá ajustes
de cuentas menores, probablemente con Echenique, el Richelieu
disminuido, como cabeza turco.
Les
espera un largo purgatorio, apoyando a un gobierno que, tras los
aguinaldos por segmentos sociales de los Consejos de Ministros de los
viernes pasados, no será un paréntesis de estabilidad social sino
el nuevo brazo ejecutor de recortes sociales, más reformas laborales
y de pensiones, mayores privatizaciones de servicios, en cuanto a las
grandes corporaciones empresariales, el FMI y el capital europeo de
Bruselas se lo dicten en esta nueva fase de la crisis capitalista
mundial que ya asoma en el horizonte. Pero el cinismo de los
electores, que hacen como que creen que el voto encumbra gobiernos
con poder real y autónomo del auténtico poder, el del capital, lo
aguanta todo. Y la falacia del voto como acto soberano con efecto
real sobre la política también. Como no hay dos sin tres, tras las
políticas reaccionarias de Felipe González, las reformas laborales
y de pensiones de Zapatero, Sánchez continuará por la misma senda
porque hoy es el caballo de refresco del capitalismo, que necesita
cierta estabilidad política, ante el hundimiento del PP y la
fragmentación de la derecha, mientras ésta analiza cómo se
recompone y bajo que siglas lo hará predominantemente.
Mientras
tanto, la no necesidad de Sánchez de recurrir al apoyo parlamentario
de los independentistas de Puigdemont favorecerá la desinflamación de las tensiones en Cataluña y de
ésta con el resto del Estado español.
Está
por ver si la entrada en escena de la extrema derecha se consolida o
o si, por el contrario, es un breve paréntesis que se limite a cubrir
el tiempo de costuras en la recomposición de la derecha. Mi
hipótesis es que ha venido para quedarse. El triunfo de los
pragmáticos de ERC y la pérdida de papel en el sostenimiento del
gobierno PSOE del independentismo unilateral le quitará una de las patas de su
triunfo actual. Pero no le faltarán medios económicos, tiempo y
cuadros afluyentes de diversas procedencias para fortalecerse. Cuando
vuelvan mal dadas en la economía, la rabia social que ya no canaliza
Podemos y que no puede organizar ni dar dirección política una
opción de clase porque ya no hay comunistas, si tienen la habilidad
para abandonar la línea liberal de la extrema derecha austriaca o
brasileña que hoy les inspira, y optan por la social de Marine Le Pen, ahí sí que estaremos ante un auténtico problema porque, entonces
lo que hoy es ultraderecha puede pasar a ser fascismo organizado y
escuadrista realmente peligroso. Al fin y al cabo, extendiéndose la
mancha parda por toda Europa nada puede vacunarnos contra ella, a
menos que seamos tan cínicos y estúpidos como para creer que al
fascismo lo derrotan las papeletas electorales y no una organización
de la clase, consciente y con proyecto, lo que hoy no existe ni
parece que vaya a asomar por el horizonte en muchos años.
Vendrán
tiempos peores y nos harán más necios.