Rolando
Astarita. rolandoastarita.blog
En
varias notas del blog he planteado que exacerbar las pasiones y las
rivalidades nacionales no tiene absolutamente nada de progresista, ni
de izquierda. Lo he afirmado en oposición a los que piensan que
agitando el nacionalismo –incluso inventando relaciones
“coloniales” o de “explotación nacional”-
pueden desatar una revolución que desemboque, más o menos
espontáneamente, en el socialismo. Sostengo también que la
formación de una multitud de pequeños Estados nacionales, divididos
por el particularismo y la exacerbación nacionalista, puede tener
resultados negativos para los trabajadores.
En
este respecto, el caso de Yugoslavia es ilustrativo. Tengamos
presente que ya en los 1980 se manifestaban en ese país fuertes
tensiones étnicas y nacionalistas, en el marco de una economía en
deterioro. Con la caída de la URSS el proceso se aceleró. En 1991
Eslovenia y Croacia se independizaron. Y en 1992 Bosnia-Herzegovina y
Macedonia también declararon la independencia. El presidente serbio
Milosevic trató de impedirlo, y dio comienzo una guerra que se
prolongaría hasta 1995. La guerra volvió a estallar en Kosovo, en
1999. A lo largo de esos años hubo desplazamientos forzosos, que
afectaron a un millón de personas; violaciones masivas de mujeres; y
alrededor de 250.000 muertos. Por supuesto, no hubo ni por asomo algo
que se asemejara a una revolución socialista.
Pero
además, las secuelas de las guerras nacionales se prolongan hasta el
presente. Dejando de lado el aspecto económico del asunto –no hubo
un particular desarrollo de las fuerzas productivas debido a la
formación de seis Estados nacionales independientes- desde el punto
de vista de la unidad de la clase obrera por encima de las nuevas
fronteras nacionales, no se ha mejorado un milímetro. A fin de
brindar elementos para el análisis de esta última cuestión, en lo
que sigue resumo y transcribo pasajes de un texto, que me parece muy
ilustrativo, de Ermac Osmic, “La
morfología del nacionalismo en los países de la ex Yugoslavia”,
del 21/11/16
(http://www.globalethicsnetwork.org/profiles/blogs/the-morphology-of-nationalism-in-former-yugoslavian-countries).
Osmic
comienza recordando que a partir del fin de la Segunda Guerra Mundial
se formó la República Federal Socialista de Yugoslavia, la cual
reunió seis repúblicas autónomas, Croacia, Eslovenia, Serbia,
Bosnia-Herzegovina, Macedonia y Montenegro. El Partido Comunista,
dirigido por Josip Tito, las mantenía unidas, y Yugoslavia era
considerada una nación supra étnica. De todas formas, las
identidades étnicas y nacionales buscaban validarse bajo ese
sistema, a través de protestas, manifestaciones e incluso el
involucramiento en la actividad política. El régimen respondía con
represión. Dice Osmic: “Por debajo de la superficie las
identidades étnicas tradicionales estaban muy activas todavía,
manteniendo vivas la noción de su afiliación nacional “real”,
lo que culminó en las guerras de Yugoslavia de los 1990”.
En
los 1990 Yugoslavia dejó de existir y las antiguas repúblicas
autónomas se convirtieron en Estados independientes (más el status
especial de Kosovo). Sin embargo, dice Osmic, al día de hoy muchas
personas, incluidos jóvenes, todavía se refieren a sí mismas como
yugoslavos. “Para ellos el nacionalismo es la causa del baño de
sangre durante los noventa, así como del mecanismo político que
mantiene a políticos corruptos en todas las ex repúblicas en el
poder”.
Agrega:
“La difusión del miedo étnico es la piedra basal de casi todos
los partidos políticos que ocupan lugares en las ramas ejecutiva,
legislativa y judicial de los seis países. Se trata del aparato más
regresivo que quedó después de la guerra, el cual sirve para
mantener el status quo vivo y en buen estado”.
“Yo
soy de Bosnia-Herzegovina donde hay un dicho que reza: “Está todo
bien en tanto no haya disparos”. Este dicho sintetiza de una forma
devastadoramente precisa el estado de pensamiento en que viven muchos
de mis conciudadanos. Vivimos bajo el constante temor de que “los
otros” están ahí para agarrarnos; y que la única forma de
defendernos es a través de la unidad étnica. Muchos partidos
progresistas han hecho lo posible para que superemos el miedo de
romper el status quo; de todas maneras, las memorias de ciudades
destrozadas, genocidio, miembros de familia perdidos, miedo, terror y
devastación son todavía muy fuertes para simplemente borrarlos o
incluso pasarlos por alto”.
“Las
personas anhelan el cambio, pero el aferrarse al nacionalismo es la
única cosa que para ellos les garantiza “el lujo” de no ser
asesinados “por el otro lado”. Lo que una vez fue el catalizador
de la guerra es ahora la única cosa que la previene. Al menos, eso
es lo que la gente cree. (…) Los que tomaron el poder durante la
guerra todavía están en el poder. (…)
Los que están en el poder, lo mantienen, y cualquier tipo de
levantamiento de la gente para protestar contra esta corrupción
sistemática es tan reminiscente de la guerra (cuya posibilidad está
siempre pendiente sobre nuestras cabezas) que se ha convertido
incluso en fútil pensar en ello. El nacionalismo es el ancla que nos
mantiene a salvo y nos protege de la guerra, pero al mismo tiempo nos
impide avanzar”.
“Yugoslavia
suprimió el nacionalismo negando a la gente la posibilidad de honrar
sus tradiciones, culturas y herencias en la manera en que estaban
acostumbradas a hacerlo. Los que desafiaban esas prohibiciones eran
enviados a los campos de trabajo forzado, o simplemente encarcelados.
(…) Después de la muerte de Tito, en 1980, los nacionalistas
finalmente vieron su oportunidad de liberarse de los grilletes del
régimen. Creció su popularidad, algo que no le gustó a los
herederos de Tito”. Señala luego cómo los dirigentes de la
Liga Comunista de Yugoslavia, dirigida principalmente por serbios,
consideraron que los referéndums por medio de los cuales las ex
repúblicas se independizaron de la ex Yugoslavia eran una suerte de
golpes de Estado. “La guerra estalló, primero en Croacia, luego
en Bosnia-Herzegovina. Hacia 2006, las seis repúblicas que habían
formado Yugoslavia se habían convertido en Estados soberanos”.
“Sin
embargo, debido a las largas décadas de cohabitación de las
diferentes etnicidades en lo que ahora se conoce como Yugoslavia, era
imposible una nación homogénea en cada uno de los nuevos Estados,
como la habían imaginado los nacionalistas. Simplemente, no era
posible. Esto era especialmente cierto en Bosnia-Herzegovina, en la
cual las tres mayores etnias, bosnios, croatas y serbios han estado
viviendo juntas por siglos”. Recuerda luego que Bosnia se
dividió en tres grandes grupos étnicos, llamados “pueblos
constituyentes”, cada uno con una parte del poder garantizado.
Escribe: “Para los políticos, hasta el día de hoy, esto
significa el fomento de la idea del pensamiento tribal y el uso de la
antes mencionada difusión del miedo como un medio para permanecer en
el poder”.
“El
nacionalismo, que alguna vez fue una noción oprimida de pertenencia
cultural y étnica en Yugoslavia, se ha convertido en el opresor en
el presente en Bosnia-Herzegovina, manteniendo de rehén al
pensamiento progresivo y reasegurando a los que están en el poder
que permanecerán en el poder en tanto siga intacto el terror de la
gente a la guerra”.
Son
las consecuencias, en carne viva, de la exacerbación nacionalista.
Mayor división de la clase trabajadora, mayor sujeción a “sus”
burguesías y a “sus” Estados nacionales, inacción,
desmoralización y desorientación. ¿Qué tiene todo esto de
progresista?
NOTA
DEL EDITOR DE ESTE BLOG:
Discuto
a Astarita que los territorios que componían la ex Yugoslavia
socialista fueran naciones oprimidas pero, en cualquier caso,
coincido plenamente con él en que el “remedio” de volar aquel
Estado fuera mejor que la enfermedad de su existencia. Tomen nota los
patriotas estelados y los rojigualdos y pregúntense a quienes hacen
el juego los pseudoizquierdistas que, al uncirse al carro de las
patrias, renuncian de hecho a la posición de clase.