Xavier
Terrades. El viejo topo
La
extrema derecha europea se reorganiza, se pone al día, actualiza su
discurso, intentando aumentar su influencia entre los ciudadanos
arrojados a las cunetas sociales por la nueva voracidad capitalista,
que, mientras despoja derechos, impone salarios de hambre, condena a
los jubilados a pensiones miserables, limita huelgas, intenta
destruir los sindicatos obreros, extiende también las ráfagas del
miedo al futuro, arrebatando a inmigrantes y refugiados la condición
de víctimas objetivas de las guerras capitalistas y de la acción
imperial de Estados Unidos y sus aliados europeos, para otorgarles la
máscara infame de invasores que llaman a las puertas de Europa, de
musulmanes terroristas y de africanos indeseables. Y esos nuevos
destacamentos fascistas empiezan a cubrirse, en todo el continente,
con las banderas de cada país: porque ellos son los verdaderos
griegos, los auténticos finlandeses, los legítimos alemanes, los
acreditados franceses, los innegables austriacos.
En
Hungría y en Polonia, en Dinamarca y en Holanda, en Austria y en
Finlandia, en Estonia y en Eslovaquia, en Lituania y en Grecia, en
Letonia y en Alemania, la extrema derecha aumenta su influencia,
indagando en los fermentos del miedo y de las viejas identidades
patrióticas para construir un nuevo lenguaje que les permita
acumular el patrimonio del espanto ante la nueva pobreza, y del miedo
ante la invasión de gentes extrañas que esperan ante las fronteras
de Europa. La Polonia de Kaczyński se apodera de todos los resortes
del país, y, fiel atlantista, introduce en las escuelas polacas la
rectitud sombría del catolicismo más estricto, represor y
penitente, junto a la nueva sabiduría de la bondad de la OTAN, para
que los niños polacos aprendan que la seguridad depende de la
posesión de las armas, del discurso guerrero que postula acumular
más soldados en el Este; que el patriotismo pasa por acoger tropas
extranjeras, soldados norteamericanos que harán frente a la eterna
amenaza de Moscú. Los niños polacos ya tienen los materiales
escolares para acoger a la OTAN, para aprender a querer a los
marines, para estar en guardia permanente y alejar para siempre la
tentación de la vieja comuna polaca, como califica la extrema
derecha de Kaczyński a los años socialistas en Polonia. Las
librerías tienen también esos materiales, y los maestros deberán
llenar de patriotismo los días escolares, hacerles comprender que
las armas son imprescindibles, enseñar a los niños que la soberanía
polaca requiere tener en casa a esos extraños militares del otro
lado del mundo. Esa es la nueva garra fascista, que empieza a
mostrarse en Polonia.
Pero
no es sólo Polonia. En todos los países europeos, los nuevos
fascistas se visten con los ropajes patrióticos, aunque la historia
de cada país y las rencorosas obsesiones impongan diferencias. La
extrema derecha polaca es patriota pero también servil a Washington;
en cambio, otros movimientos enarbolan el patriotismo exclusivo, como
hacen Marine Le Pen y el Frente Nacional en Francia, cuyo articulado
discurso se apropia incluso de reclamaciones históricas de la
izquierda, y lanza demagógicas soflamas contra la Europa liberal,
instalando en el debate público francés que la alternativa política
a esta insuficiente, mezquina y gangrenada Unión Europa en manos de
la plutocracia, no es la izquierda sino la extrema derecha que se
apodera de la bandera del país. Le Pen huye de los tópicos
tradicionales del fascismo y de los nazis, de las banderas con
esvásticas y de las marchas con el saludo romano, y se ofrece a
Francia como la solución a los males que llegan desde Europa y desde
una globalización capitalista que ha aplastado a millones de
ciudadanos franceses. En otros lugares, como en los países bálticos,
como en Ucrania, los nazis desfilan con sus estandartes, protegidos
por los gobiernos, pero una parte del movimiento fascista también se
apresta a adoptar un nuevo lenguaje, mirándose en Le Pen y en la
poderosa extrema derecha del norte de Europa, que cuenta con sólidos
apoyos electorales.
Ese
es el nuevo escenario, aunque esos nacientes movimientos fascistas,
nazis, se dan a veces de bruces con su propia historia: la
Alternativa para Alemania (AfD), la nueva extrema derecha
teutona, se reunió hace unas semanas en la cervecería Hofbräukeller
de Múnich, en la Wiener Platz, un lugar venerado por el
nazismo alemán, porque allí inició Hitler su irresistible
ascensión al poder, allí hizo su primer discurso público, y
empezaron a desfilar los patriotas para, unos años después, cruzar
el puente de Maximiliano sobre el río Isar y llegar a la Odeonsplatz
durante el Putsch de Múnich que, pese a su fracaso, pondría
las bases para su llegada a Berlín.
Es
apenas un aviso, que ha pasado inadvertido para casi todos, pero esos
nuevos patriotas que desfilan por toda Europa con las enseñas y
banderas nacionales, acaban siempre extrayendo las esvásticas de los
matorrales del odio, terminan siempre tejiendo las camisas pardas,
aventando el sudor agrio de los hombres con correajes, tomando
cerveza en la Hofbräukeller de Hitler.