Por
Marat
De
entre los múltiples problemas que afectan al capitalismo actual
-incremento exponencial de la deuda mundial, financiarización de la
economía, guerra comercial, baja inversión en maquinaria y equipos
en la industria manufacturera mundial, baja productividad, descenso
del consumo, agotamiento del ciclo expansivo de los últimos
años,...- el de las dificultades para colocar el beneficio en
sectores productivos en los que la inversión sea lo bastante
rentable para facilitar una acumulación de capital que eleve la ya
declinante fase de crecimiento experimentada en los últimos años no
es uno de los menores sino posiblemente el que esté teniendo una
mayor importancia en el encadenamiento de esta nueva fase de la
crisis capitalista. El propio Warren Buffet es un ejemplo de ello. Ésta
es la tesis que el economista marxista Michael Roberts ha venido a
sugerir en uno de sus recientes trabajos publicados en su interesante
blog.
Aunque
Roberts no explicita textualmente dicha “dificultad” sí que
expone con claridad, como los índices PMI (Purchasing Manager´s
Index o Índice de Gestor de Compras) vienen desde hace tiempo
señalando la desaceleración económica mundial en la industria
manufacturera (sin la cuál el sector financiero carece de otro
objetivo que no sea la acumulación monetaria, ya que necesita
materializarse en la producción a través de la inversión). Y
tiende a generalizar este comportamiento a los principales sectores
de la economía mundial. En una espiral-bucle malditos el dúo
rentabilidad-inversión en la gran mayoría de los sectores
productivos se retroalimenta, de modo que el descenso de la inversión
capitalista, que es producto de la diferencia entre ganancias
esperadas y ganancias obtenidas, acentúa el descenso de la
rentabilidad del capital invertido. Dicho en términos marxistas
clásicos, si la tasa de ganancia cae, el capital se vuelve
conservador en cuanto a inversiones y tiende a reducirlas.
El
problema subyacente muy probablemente sea que actualmente no existe
un sector locomotora lo bastante potente como para tirar de la
economía mundial en su conjunto, estimulando al resto de los
sectores y favoreciendo una recuperación de la rentabilidad y de la
inversión.
En
los primeros años de la crisis capitalista se llevaron a cabo en los
distintos países afectados por la misma políticas de contracción
del gasto público, con fuertes recortes de salarios indirectos
(gastos sanitarios y en educación pública) una congelación de los
diferidos (pensiones), además de los recortes salariales (salario
directo) como forma de frenar lo que el capital entiende como gasto
improductivo, en el sentido de que no le genera rentabilidad. La
estrategia subsiguiente del capital fue la de entrar en los sectores
que quedaban parcialmente abandonados por lo público (sanidad,
educación, pensiones, dependencia,...) para conquistarlos para el
mercado. El éxito ha sido parcial, dado que el empobrecimiento de
amplias capas de la población (clase trabajadora) a causa del
desempleo, los bajos salarios o la pérdida de cobertura pública no
permitía a una importante parte de la ciudadanía pagarse servicios
privados.
El
breve lapso de tiempo de la fase de recuperación de la economía
mundial, a partir del primer trimestre de 2016 fue debido a una
combinación de factores: la intervención de los bancos centrales de
EEUU y la UE inyectando ingentes cantidades en la economía, el papel
de China en el mercado mundial, un moderado incremento del consumo,
la desaparición de una parte de las empresas menos competitivas,
favoreciendo la concentración del capital y la contención de los
costes fijos de producción, fundamentalmente los salarios, que
experimentaron crecimientos muy limitados.
Pero
esta recuperación tenía necesariamente que sufrir sus propios
límites. Junto con una deuda mundial que seguía creciendo y que
afectaba tanto a las empresas como a las familias, el consumo
continuaba siendo globalmente insuficiente para una recuperación
sostenida (lo drenaban el paro, la contención salarial y el
empobrecimiento de importantes sectores de la población) y la
inversión de capital en equipos era insuficiente para garantizar una
ganancia a largo plazo. Los sectores que habían sostenido el consumo
eran fundamentalmente los manufactureros (donde el automóvil era un
sector clave) y de los servicios (TIC, ocio) y, secundariamente el
inmobiliario.
Sorprendentemente
nada nuevo aparecía en el horizonte de los sectores estratégicos
para salir de una crisis del capitalismo que desde 1973 demuestra
tener un carácter estructural, debido a la aceleración histórica
con la que se producen una acumulación de crisis crecientemente más
prolongadas, de alcance más mundial y de períodos de recuperación
cada vez más cortos.
Cuando
nada nuevo aparece como “solución” a una crisis de modelo de
acumulación capitalista, cuando la financiarización se ha
encontrado con los límites evidentes de un capital flotante, que no
encuentra sectores productivos lo bastante dinámicos y regeneradores
sobre los que aterrizar y que le permitan una valorización del mismo
con pulso fuerte y sostenido, el capitalismo tiene un problema serio.
Y
aquí es donde aparece la amenaza del apocalipsis antropocénico como
gran justificación ideológica de una nueva revolución energética,
de los transportes y su concepción del uso, industrial y
postindustrial. En definitiva, una nueva era dorada para el
capitalismo en el que tanto las infraestructuras de la producción y
la distribución, así como las energías que la harán posible y el
propio diseño de los transportes se verán afectados.
Si
la revolución industrial del siglo XIX fue el mayor cambio
histórico, social, económico y cultural desde el Neolítico, el
proyecto de revolución energética, de los transportes, industrial y
postindustrial pretende ser la transformación más importante de la
historia humana. Veremos si lo logra.
En
cualquier caso, para poner en marcha este objetivo de Gran
Transformación el capitalismo necesitará de ingentes cantidades de
ayuda pública de los Estados, inversiones en infraestructuras,
subvenciones a las empresas “sostenibles” y de energías
renovables, enormes gastos en comunicación institucional destinados
a crear conciencia medioambiental, incentivos económicos a las
empresas del automóvil que apuesten de forma decidida por el
hidrógeno y la electricidad como medios motores, ayudas a la
transformación de las empresas hacia equipos y formas de producción
menos contaminantes, subvenciones a las familias para facilitar el
ahorro energético en los hogares, sistemas de reciclaje más
efectivo de los residuos, etc., etc.
Esos
costes serán imputados antes a los ciudadanos que a las empresas y a
las grandes fortunas. Bajo la lógica de que el respeto
medioambiental debe equilibrarse con un funcionamiento eficaz de la
economía, se pedirá a las clases más desfavorecidas crecientes y
mayores sacrificios que durante la fase anterior de la crisis
capitalista para salvar al Planeta, a la especie humana y las
ballenas jorobadas. Así ha sido siempre y nada, ni la amenaza del
Armagedón, va a cambiar esta pauta.
Pero
los proyectos de la gran transformación capitalista no se detienen
ahí. Con la amenaza de la emergencia climática se pretende cambiar
los hábitos alimentarios de toda una civilización. Se culpa a los
ganaderos y a los seres humanos omnívoros de las talas de árboles y
destrucción de suelos en beneficio de la expansión de la ganadería.
No se dice que las grandes corporaciones productos agrícolas
obtendrían mayor beneficio con una alimentación basada sólo en
verduras, hortalizas y frutas que los que obtendrían las grandes
corporaciones de la carne. De lo que se trata es del mayor beneficio
posible y no debe haber límites al objetivo de la acumulación
capitalista. Una agricultura que nos presentan como
permacultura respetuosa con el medio ambiente acabará por ser
agricultura extensiva a la vez que intensiva, que empobrecerá
tierras y destruirá bosques y selvas tropicales, aún más que los
depredadores madereros en busca del beneficio.
Cuando
los argumentos racionales sobre la posible hecatombe mundial debido
al cambio climático se sustentan, antes que sobre sí mismos, sobre
las emociones, pocas posibilidades de abrir otro debate sobre
manipulación ideológica, pongamos por caso, o sobre quién pagará
el coste de la Gran Transformación, pongamos también, carecen de
posibilidades; lo que no significa que no deba enunciarse y hasta
denunciarse el juego sucio que hay tras la apariencia de humanismo y
lucha por la supervivencia de la especie. Cuando se ponen por delante
a menores como Greta Thunberg, los escolares de medio mundo y a los
niños cantores de Viena si es necesario, está claro que se está
apelando antes a los sentimientos que a la razón y que cuando se
hace esto se está practicando un juego de filibusterismo político
digno de mejor causa destinado a infantilizar mentes supuestamente
más adultas.
Todos
los medios de comunicación un día sí y todos los demás también
presentan escenarios de futuro dantescos, redenominan a las
sempiternas gotas frías con nuevas nomenclaturas para hacerlas pasar
como nuevos fenómenos (DANA) y a los viejos huracanes y ciclones
como nuevos heraldos de la catástrofe climática que se avecina.
Buscan la intimidación que remueva conciencias o que anule la
capacidad crítica ante la Gran Transformación salvadora. Y si ello
no fuera suficiente culpabilizan como criminal al que no recicla
-todo porque el negocio de nuestra basura enriquezca cada vez más a
empresas privadas como ECOENVES-, culpabilizan al consumidor que
sigue empleando bolsas de plástico, aunque las grandes superficies
que ahora se las venden, que no regalan, les entreguen kilómetros de
papel con su ticket de compra y le interrogan sobre su huella de
carbono. El culpable eres tú, consumidor, no el sistema capitalista
en su conjunto, dentro
del que 20 empresas generan el 35% de CO2 en todo el mundo. Y
tú, disciplinadamente, asumes la culpa.
Entrar
en la negación del cambio climático y de sus posibles efectos a
nivel global o afirmarlo a partir de modelos predictivos y de efectos
que estamos viendo en el presente de modo inmediato y sostener una u
otra postura desde aprioris emocionales es la gran trampa a la que el
capital pretende llevarnos para no abrir otro tipo de debate que es
el de ¿quién va a pagar toda esta gran transformación, qué clases
sociales van a verse beneficiadas por la misma y cuáles
perjudicadas?
Los
impuestos que sostengan la Gran Transformación energética, en los
transportes y en la producción recaerán fundamentalmente en los
sectores que no serán sus beneficiarios principales, sino que
incluso serán excluidos de los mismos.
Vía
Estado y mediante recaudación fiscal se financiará a los grandes
inversores, a las industrias energéticas renovables y de la
sostenibilidad, como antes se hizo con las eléctricas de generación
no renovable, así como las nuevas infraestructuras, los equipos
industriales, los servicios y los productos de uso individual que
diseñen los fabricantes. la definición que hizo Marx del Estado bajo el capitalismo nunca ha sido tan cierta como ahora y eso que nunca dejo de serlo.
En
la mesa redonda organizada por El Confidencial bajo el título
“Supervisar
la lucha contra el cambio climático”, en
la que han participado tanto personalidades del ámbito institucional
(Ángel Estrada, director del Departamento de Estabilidad Financiera
y Política Macroprudencial del Banco de España y Teresa Rodríguez
Arias, coordinadora de Sostenibilidad de la Comisión Nacional del
Mercado de Valores (CNMV), los cuáles no son propiamente Estado pero
tienen gran influencia sobre él y sobre el gobierno de turno, del
propio Estado (Ana García Barona, inspectora jefe del área de
Regulación de la Dirección General de Seguros y Fondos de
Pensiones), como del privado (José López-Tafall, director de
Regulación de Acciona y Cristina Sánchez, directora ejecutiva de la
Red Española del Pacto Mundial.
En
dicha reunión se enfatizaron las necesidades legislación que
favoreciese la puesta en práctica de la transición ecológica, los
incentivos económicos públicos al proyecto, facilitar la adaptación
del sector financiero a los riesgos de catástrofes (seguros),
replanteándose el concepto de las coberturas, la gran oportunidad de
negocio de la transición (“nuevos servicios valorados en
una horquilla de entre 125 y 140 billones de dólares al año, según
la OCDE, un punto y medio más del PIB mundial”)
y la traslación al consumidor de los costes de dicha transición
(“El consumidor tiene que entender que coger un avión
tiene sus consecuencias y costes en polución y que es imposible
viajar a París por 40 euros. Todos tenemos responsabilidad y si
queremos que la Administración Pública invierta, los consumidores
también tenemos que asumir un gasto”)
La
rebelión de los chalecos amarillos, que reaccionaron contra la
fuerte subida del diesel en Francia, nació de los sectores
populares que intuyeron la amenaza que se cernía sobre ellos. En un
país en el que el vehículo es la opción principal de
desplazamiento entre la casa y el lugar de trabajo ante la deficiente
estructura de los servicios de transporte público en las poblaciones
alejadas de la metrópoli parisina, ellos dieron la primera voz de
alarma de lo que se le viene encima a la clase trabajadora y los
sectores populares.
La
revuelta en Ecuador contra el Impuesto Verde a los carburantes
implantado por el gobierno de Lenin Moreno -conviene recordar que fue
Vicepresidente cuando el país estaba bajo la dirección de su
predecesor, Rafael Correa-, que empobrecía aún más a los sectores
sociales de rentas más bajas, ha sido el segundo toque de atención
ante unas políticas medioambientales que redundarán en una mayor
desigualdad social.
Vendrán
muchas más.
El
Green New Deal que promete un sector de la izquierda del Partido
Demócrata de EEUU es, como en la era Roosvelt, una gran
inversión en infraestructuras y una promesa de salvación, esta vez
frente al Apocalipsis. Y es que la izquierda norteamericana, europea y mundial todo lo más lejos que llega en economía es a ser keynesiana. Hace 50 años que no les importa la clase
trabajadora. No les les preocupa lo más mínimo el abandono de ella que hicieron con
su discurso transversal (gais, lesbianas, afroamericanos,...). Les
queda la promesa de una salvación, tan propia de la sectas
protestantes norteamericanas y a su sistema económico un pelotazo
económico descomunal.
Bajo
su aparente discurso anticapitalista solo queda la idea de que el
dinero de los impuestos de los trabajadores norteamericanos vuelva a
ser puesto al servicio del capital. Ahora bajo la apariencia de
salvar al mundo. Cosas que hacen los progres.
El
gurú y asesor de gobiernos de derechas y de izquierdas (tanto monta,
monta tanto), Jeremy Rifkin anuncia que el colapso del petróleo se
producirá exactamente en 2028, sin aclarar con datos concretos en
qué se basa para una afirmación tan específica a fecha exacta,
mientras afirma que la tecnología y el “mercado” (el
capitalismo, para hablar claro, ese que es el causante los males que
ahora nos amenazan) serán
los que nos salven de la extinción planetaria. Y, consciente de
que la transición ecológica generará desigualdad y pobreza,
propone impuestos al carbono cuyo montante líquido sería
transferido a las familias más pobres para gastos en alimentación y
transportes. He ahí la propuesta con la que, según señala, no se
hubiera producido el movimiento de los chalecos amarillos en Francia.
Hay
una mezcla de indefinición calculada y de falsa ingenuidad en sus
propuestas.
Rifkin
no aclara si el impuesto al carbono se aplicará a las empresas
energéticas que lo consumen, a las corporaciones industriales y de
servicios que utilizan energías que lo generan o al consumidor
final. Parece obvio que la tendencia dominante va por el segundo caso
y no por los dos primeros, especialmente en un mundo en el que las
empresas energéticas y las grandes corporaciones industriales y de
servicios ponen gobiernos amigos y quitan a aquellos que pretenden
que el gasto social (que para ellos es simplemente gasto que no les
reporta beneficios), que las administraciones públicas recortan y
solo podrían llevar a cabo vía fiscal, recaiga sobre sus espaldas.
Una
cosa es la propaganda política, en el peor sentido del término, y
otra muy distinta lo que los hechos reales demuestran.
Veamos
un ejemplo concreto.
Los
vehículos sin etiquetas medioambientales son, en la mayoría de los
casos, los más antiguos, según el tipo de carburante, de antes de
2001 o de 2004 ó 2006. Son los que no pueden circular, por ejemplo
por Madrid Central y que tienen determinadas restricciones de uso
cuando se activen determinados protocolos de alta contaminación. Son
vehículos destinados al achatarramiento y la prohibición de
circular en cualquier zona a partir de 2025.
Es
indiscutible que hay que avanzar hacia medios de transporte menos
contaminantes. También lo es que se hace necesario potenciar el
transporte público como medio privilegiado urbano. Pero limitarse a
estas afirmaciones sin profundizar más allá es convertir las mismas
en mera consigna simplista, requisito imprescindible para la
manipulación y la demagogia.
Si
exceptuamos a los usuarios que tienen un aprecio especial a su viejo
coche, a los que lo conservan en un estado magnífico y a los tacaños
que estiran su vida por encima de lo que dicta la lógica, cabe
deducir, sin demasiado riesgo de equivocarse, que quienes mantienen
su viejo vehículo lo hacen porque no pueden permitirse uno nuevo,
mucho menos uno eléctrico, cuyo precio oscila entre 12.000 y 14.000
euros más que otro de gasolina o diesel de su misma gama.
Hablamos,
por tanto, de que la nueva tasa de la señora Colau se aplicará
sobre todo a personas y familias de rentas bajas, a clases
trabajadoras y a autónomos, que emplean sus vehículos para su
trabajo.
Si
usted vive en una gran ciudad verá el gran número de furgonetas
pequeñas y medianas antiguas que circulan por ella. Se trata de
autónomos de rentas bajas, frecuentemente con situaciones no muy por
encima de la supervivencia económica, que no pueden permitirse el
lujo de comprar lo que los ridículos afectados llaman vehículos
“eco-friendly”.
Afortunadamente,
la progre alcaldesa de Barcelona ha pensado, al estilo de la vieja
caridad de los conventos, en los límites que excluyen el pago de la
tasa de 2 euros diarios a los carentes de la pegatina de la DGT. Los
afortunados beneficiarios de tal generoso dispendio en la gratuidad
de las autorizaciones serán quienes tengan una renta inferior al
Iprem, por debajo de los 538 euros, más un 10% del Iprem vigente. Es
decir, lograrán dicho “privilegio” quienes estén por debajo en
un más de un tercio de sus ingresos del salario mínimo
interprofesional. Por ahí deben de andar quienes están por debajo
del umbral de pobreza. Fastuosas políticas de igualdad para “la
gente”.
Lo
que hoy parece “cool” y moderno, como es el desplazamiento en
monopatines, skates eléctricos, bicicletas eléctricas y normales y
los cien artilugios de entorpecimiento del tráfico urbano, que
demuestran su más elemental falta de respeto a las reglas del
tráfico (calzadas) y del tránsito de los viandantes (aceras), es la
vía de cambio hacia la pérdida del medio automovilístico por la
clase trabajadora. La no tan vieja imagen de los chinos en bicicleta
dejará de ser una estampa idílica para volver a convertirse, como
ya lo es, de nuevo, la tartera en la realidad cotidiana de muchos
trabajadores que se desplazan hacia sus empleos desde lugares en los
que el transporte público sigue sin llegar.
Si
usted cree que los costes sociales de la transición ecológica se
limitan ala automoción se equivoca de lleno.
Baste
algunos ejemplos para aclarar de qué estamos hablando:
En
el período de transición ecológica se impondrán tasas al consumo
de energía eléctrica sucia (procedente de las centrales de ciclo
combinado y de la energía nuclear). Si a las comercializadoras y
productoras de energía eléctrica se les aplicase esa tasa, esa
repercutiría sobre los consumidores. Evidentemente a las rentas
altas y medias ello no les supondrá mucho pero a las familias de
rentas bajas de clase trabajadora les golpeará directamente.
La
implantación de sistemas de ahorro energético tanto en los hogares
(evitar fugas de calor, electrodomésticos ecológicamente más
sostenibles, eficaces y ecológicos, encarecimiento del gas ciudad
para calefacciones, sensores para ahorro de consumo de agua
caliente, sensores y termostatos para controlar la temperatura
ambiental del hogar en verano e invierno...) como en las comunidades
de vecinos (aislantes en las fachadas, implantación de placas
solares y fotovoltáicas,...) supondrán un dispendio para muchas
familias de clase trabajadora no asumibles. Y los ayuntamientos y
comunidades autónomas están lo bastante endeudados como para no
asumir importantes niveles de subvenciones. Prepárense las
comunidades de vecinos para derramas en cascada.
El
servicio del agua en los hogares se encarecerá, dado que bajo el
argumento de la desertización y el calentamiento global, los
recursos hídricos disminuirán. No es previsible que los años de
elevada publiometría el coste del agua disminuya en la misma
proporción en la que crezca en los años de sequía.
Conviene
preguntarse hasta qué punto el discurso de una secta tan
extravagante y totalitaria como la vegana y animalista no es sino la
voz regada de recursos económicos para justificar ideológicamente
el abandono de la carne y el pescado por parte de un creciente
número de familias. Baste la cifra de que 100.000
castellano-manchegos no pueden permitirse comprar carne ni pescado
y que 3,6% no puede comer carne, pollo o pescado cada dos días para
que sea posible entender el creciente protagonismo mediático que se
está concediendo a quienes defienden extravagancias como la
denuncia de que comer huevos es ser cómplice de las “violaciones”
de las gallinas por los gallos o las vigilias veganas que dan el
último adiós a los cerdos que van al matadero. Quizá se trate de
una nueva religión de la renuncia basada en convencer a quienes no
pueden comer siquiera panga o pollo de que son asesinos si lo hacen.
Si no te conformas con tu destino eres antiespecista hoy, ayer
anticristiano.
Asistimos
a una gran transformación del capitalismo en la que bajo la coacción
del apocalíptico fin del mundo se impone a una clase trabajadora
desideologizada y desorganizada una nueva vuelta de tuerca a la
dictadura de clase de la burguesía.
Desafiar
el relato hegemónico sostenido por la progresía y destinado a
lograr una fase de recuperación de la tasa de acumulación hasta hoy
no alcanzada es algo que se enfrenta a la incomprensión, la
indiferencia o el rechazo de quienes carecen del sentido crítico
necesario para entender que dichos cambios dejarán muchos millones
de nuevos empobrecidos.
No
se trata de poner en duda el hecho del cambio climático, ni la
necesidad de frenar sus efectos, como tampoco de poner en marcha los
medios que sean necesarios para paliarlos, pero lo cuestionable es el
hecho de cómo la revolución energética y tecnológica que
conllevará se dejará muchos millones de seres humanos por el
camino, los cuales no podrán afrontar los costes económicos que
ambas representan. Y si cabe alguna duda sobre que ello será así,
las palabras cargadas de chantaje y de falsa dualidad de Rifkin lo
aclaran: “¿Cómo puede haber otras prioridades cuando nos
acercamos a la extinción?” Todos los objetivos supeditados a
uno solo: que la salvación del planeta enriquezca aún más al
capital, con el dinero de todos vía impuestos (que saldrán
principalmente de los bolsillos de las clases trabajadoras, como
siempre ha sido), financiación y legislación que imponga los
cambios.
Lo
mismo que la crisis capitalista la genera el propio capitalismo, la
emergencia climática la ha generado un sistema económico depredador
y contaminante del medio ambiente, un sistema para el que el
beneficio es el único y sagrado deber. Es al capital al que debiera
corresponderle pagar los platos rotos. Es a las grandes fortunas de
la industria y los servicios, a las grandes corporaciones a las que
habría que aplicarles los impuestos para que pagasen la necesaria
transición ecológica.
Pero
parece que no irán por ahí los tiros. Bajo el capitalismo no existe
gobierno, del color que sea, que se enfrente a los objetivos de
acumulación y ganancia del capital. Será el Estado, con nuestros
impuestos, los de todos los ciudadanos, fundamentalmente con los de
la clase trabajadora, el que financie el proceso de transición
ecológica, cree estímulos fiscales e infraestructuras, avale a las
grandes corporaciones industriales y de servicios implicadas en el
nuevo gran negocio y compense sus pérdidas. Eso, y no otra cosa, es
el Green
New Deal, que tanto promueven Alexandria Ocasio y otros progres
del Partido Demócrata. Hablan también de vincular la lucha contra
el cambio climático a la lucha contra la pobreza y a sistemas de
protección que compensen el desempleo que aparecerá con las
empresas energéticas y contaminantes que desaparecerán. Pero lo
mismo que es dudoso que desaparezcan hasta que dejen de producir
suficiente beneficio, es mucho más dudoso que ese nuevo Estado del
Bienestar que parecería promoverse con el Green New Deal no fuera
otra cosa que dar con una mano lo que se quita con otra a las clases
trabajadoras, pues, no nos engañemos, serán ellas quienes carguen
con la enorme partida fiscal. Eso sin contar con que el apoyo del
Estado a este “capitalismo verde” traerá un mayor gigantismo
corporativo y concentración del capital. Ya ya sabemos cómo le va a
la clase trabajadora cuanto más fuerte es el capital. En realidad,
ese “renacimiento del welfarismo no es sino la zanahoria, el gancho
con el que los progres buscan convencer a su clientela electoral de
que sean ella quien pague la fiesta pero sin decírselo abiertamente.
Este y no otro es el papel de la izquierda.
Defender
el planeta en esta hora de enésima fase de la crisis capitalista que
viene prologándose por más de cuatro decenios (crisis de 1973) no
puede continuar siendo una razón para que los trabajadores
continuemos siendo golpeados. Salvo que necesitemos muchos más
golpes para despertar.
NOTA
DEL EDITOR DE ESTE BLOG:
Agradezco
a uno de los habituales seguidores de mi blog (Hartmann) un
comentario a un texto
mío anterior, en el que abordé de pasada esta cuestión. Sus
reflexiones sobre el modo en el que la estrategia global de
transición ecológica -no olvidemos, de energías, infraestructuras,
transporte, industria, servicios y, muy importante, ideológica)
afectarán negativamente a las condiciones de vida de la clase
trabajadora, bajo la coartada de frenar el cambio climático o, no es
contradictorio, para “adaptarse” a él, me han sido de gran ayuda
para desarrollar el presente artículo.