Por
Marat
El
exPresident Puigdemont de la República virtual, perdón, proclamada
simbólica de Catalunya, en la que no dejó de ondear ni un segundo
la bandera rojigualda española, creada a partir de una bandera de
señales marítimas de la antigua Corona de Aragón, ha declarado al
diario belga Le Soir que “otra relación con España es
posible”. De modo más concreto afirmó: "Estoy
dispuesto y siempre lo he estado a aceptar la realidad de otra
relación con España". En palabras propias dejó claro que
él ha trabajado durante décadas para lograr otro "anclaje"
de Cataluña en España.
Unos
días antes, el Ministro de Asuntos Exteriores del gobierno español
Alfonso Dastis había expresado la posibilidad de que el Estado
modifique la Carta Magna con el fin de que en un futuro se pueda
llegar a celebrar un referéndum sobre la independencia de Cataluña.
"Hemos creado un comité en el parlamento para explorar las
posibilidades que existen de reformar la Constitución para poder
amoldarla mejor a las aspiraciones de algunos catalanes".
Las
manifestaciones del gobierno español, expresando una voluntad
benévola respecto a los “insurrectos” catalanes, en la semana de
la declaración de los miembros del la Mesa del Parlament ante el
Supremo, indicaban la voluntad del pasteleo que ahora empieza a
configurarse entre los partidos de la mediana y pequeña burguesía
catalana, en un bloque, y del gran capital catalán y español, en el
otro.
La
declaración de Carme Forcadell en su comparecencia ante un Tribunal
Supremo que había manifestado sus intenciones - “Tranquilos,
esto no es la Audiencia Nacional”, en palabras del magistrado
de este órgano Pablo Llaneras-, allanó el camino hacia el
reconocimiento de una proclamación de independencia inexistente por
parte de la Presidenta de la Mesa del Parlament, Forcadell, para la
cuál aquella fue puramente “simbólica”. Y era muy cierto: en
ningún momento el Diari Oficial de la Generalitat de Catalunya
recogió que se hubiera producido dicha independencia. Y, vamos al
detalle, veremos que la parte resolutiva del acuerdo del 27 de
Octubre, en el que supuestamente se declaraba la independencia de
Cataluña respecto al Estado español, se limitó a pedir a
Puigdemont que buscase la manera de implementar la ley de
transitoriedad jurídica. Es ahí donde debemos entender la carta de
Puigdemont a Rajoy, tras la exigencia del segundo de retractación al
primero, tan reacia a admitir sus propias limitaciones, tan poco
enunciativa respecto a la declaración, y tan sobrada de soberbia.
La
vía Forcadell ha sido anunciada por los voceros mediáticos del
gobierno español como la idónea para la salida de la cárcel de
los consellers y el vicepresident encarcelado e incluso para los
“solidarios” con los presos huidos a Bélgica, Puigdemont y su
cuarteto de la tocata y fuga. Tanta manga ancha presenta esta vía
que ni Puigdemont ni Junqueras, ni ninguno de los consellers,
encarcelados, huidos o en libertad provisional, ni ninguno de los
miembros de la Mesa del Parlament han sido inhabilitados hasta el
momento para presentarse a las elecciones catalanas del 21D.
Llama
la atención que PP y PSOE hayan rechazado la propuesta de Ciudadanos
de multar a
los miembros del PDeCat y de ERC por
su incomparecencia a las sesiones del Parlamento español,
los cuáles por coherencia política y decencia personal debieran
haber abandonado dichas instituciones, toda vez que, una vez
declarada la República catalana, no tenía sentido sentarse en los
escaños de representación de otro parlamento nacional distinto al
suyo. Claro que, tanto a ellos como al gobierno español les cabe
argumentar que dicha
proclamación fue puramente simbólica y no ejecutiva. Si el partido
del gobierno español y el PSOE hubiesen
esgrimido este argumento
habrían admitido
tácitamente que tanto ellos como los independentistas jugaron a
una performance, algo
tan común en tiempos de política virtual, guerrillas digitales y
hasta manifestaciones
de hologramas. La
política convertida en la cultura del simulacro muestra ya que la
mentira se ha instalado en una especie de reino de Matrix.
Entre
tanto, los dos “paros país”, en el que el primero fue convocado
por más sindicatos que el segundo, contaron con el beneplácito de
una Omnium Cultural y de una ANC, de las que algún día sabremos
todas sus conexiones con la burguesía catalana, todas sus
subvenciones y sus vínculos con sectores ultracatólicos, de algunas
asociaciones de PyMEs y de sectores altos funcionarios de la
Generalitat, junto con el pequeño y mediano comercios. Pero por más
que se empeñe el diputado del PDeCat, Lluis Llach, estas dos veces no
le compró la clase trabajadora catalana su “estaca”. No paró
porque, en ambos casos, supo que la fiesta no iba con ella y que no
tenía que nada que ganar en una lucha entre burguesías.
Llamativamente,
no hubo ni un solo detenido en el llamado “paro país” porque no
podían llamar huelga, ya que el ordenamiento jurídico lo limita a
la reivindicación de derechos laborales, que la burguesía catalana
ha destruido tanto o más que la española, ni general porque ni lo
era ni tenía legalidad, por la falta de representación de los
convocantes, para serlo. En las huelgas generales de los últimos
años en España ha habido cargas policiales (también de mossos),
heridos, detenidos, tiros de la policía, represión salvaje y más
de 200 amenazados con cárcel, alguno de ellos llevado preso (Alfon,
entre ellos).
Tiene
sentido preguntarse por los motivos reales y no declarados del
procés. Distinguir entre catalanismo, soberanismo, independentismo e
identidad nacional o colectiva es académicamente sugerente pero, en
el contexto de una globalización que debilita a los Estados, y que
encuentra su terreno abonado en países que, como España, no han
resuelto satisfactoriamente el encaje de buena parte de los
territorios que integran su Estado, la lógica de las patrias, con
discursos sobre naciones que exigen sus propias soberanías
estatales, se irá imponiendo progresivamente con componentes
identitarios cada vez más reaccionarios y excluyentes. En cualquier
caso, y más allá de este análisis de urgencia, la clave de las
razones por las que hoy determinados partidos nacionalistas e
independentistas se han lanzado a este simulacro de independencia se
me escapa por el momento y está en algún lugar que hoy por hoy
nadie está en condiciones de explicar porque su complejidad tiene
forma de ovillo sin un hilo suelto único que deshaga la madeja. El
argumento de que pretenden tapar sus propios asuntos de corrupción o
de que intentan chantajear al Estado me parece insuficiente para
explicar tanto la polvareda como los lodos actuales.
Es
evidente que el catalanismo necesitaba su propio clientelismo o masa
social. Omnium Cultural y la ANC eran una parte de esa base pero esa
base ya existía sin ellos. Estaba en la iglesia católica, la
cultura popular, las tradiciones, los casals, el asociacionismo
catalanista, la educación. Lo obtuvo también en la administración
autonómica.
Es
evidente que el catalanismo siempre ha buscado una intervención en
relación al Estado español claramente interesada en lo económico y
que la redistribución del poder entre una y otra burguesías era uno
de sus objetivos más deseados. Pero fue el propio Govern de la
Generalitat el que renunció a una forma de financiación similar al
cupo vasco. No obstante, conviene no ignorar que Artur Mas lanzó en
2012, en un momento especial de la crisis económica su exigencia al
gobierno del PP de un pacto fiscal para Cataluña para no sacar los
pies del tiesto constitucional.
Es
evidente que la corrupción de CiU (3%) y de su patriarca (Pujol)
desestabilizaba su futuro pero cuesta entender que un partido
aparentemente limpio como ERC aceptase unirse en su proyecto
político, siquiera tácticamente, con dicho partido.
Es
evidente desde la aparición de la coalición CiU que existía una
competencia brutal entre una pequeña y mediana burguesías más
pactistas, representadas por aquella, y la de ERC, aparentemente más
radical. Y que hemos conocido el abrazo del oso de ésta sobre la
heredera de la primera, el PdCat.
Es
evidente que la suma de Junts x Sí (PDeCat y ERC) era insuficiente
parlamentariamente para el proyecto independentista y que eso les
entregó en parte a la dependencia de las CUP pero éstas se
rindieron en términos de sometimiento a un proyecto burgués mucho
más que al de uno rupturista en términos socializantes.
Y,
sin embargo, algo me hace pensar que faltan algunas claves, que aún
no se han desvelado, y que tienen que ver con la posición de
determinados estratos de la pequeña y la mediana burguesías
catalanas respecto a las expectativas de futuro que éstas esperaban
en el juego de un órdago a la grande que, sin embargo, no era
realmente independentista.
Mi
tesis es la siguiente:
-
La lucha entre los diferentes
intereses y estratos de las burguesías busca una permanente
recomposición en la correlación de fuerzas de los sectores que la
componen.
-
La afirmación de Marx y
Engels en “El
Manifiesto Comunista”
de que “Hoy,
el poder público viene a ser, pura y simplemente, el consejo de
administración que rige los intereses colectivos de la clase
burguesa” nunca
ha sido más cierto que en el presente. En ese sentido se entiende
el uso de los mecanismos institucionales de las administraciones
políticas para sus propios objetivos tanto de las burguesías que
sostuvieron y pactaron después con el nuevo poder triunfante tras
la guerra civil española sus hegemonías dentro del bloque del
capital como de las periféricas, reforzadas al calor de las
administraciones autonómicas posteriores a 1978.
-
Durante
cerca de 40 años la administración de la CAV (Comunidad Autónoma
Vasca) o Gobierno de Euskadi fue conformando un
nuevo sujeto burgués, nacido de las oportunidades que creaba la
reconversión industrial de las grandes
empresas del INI, las
Kutxas (Cajas de Ahorro vascas), la Universidad de Deusto y las
apuestas milmillonarias del Gobierno Vasco hacia una I+D+i en
proyectos de innovación y desarrollo industrial dentro de los
cuáles los parques tecnológicos fueron su punta de lanza. El
capital de Neguri, franquista y pactista con el franquismo fue
arrollado.
-
En su lugar, la economía
catalana, ha pasado por una tensión entre los intereses del antiguo
INI y del modelo de supercajas de ahorro actuando como grandes
bancos de empresas industriales y de servicios privatizados y
convertidos en punta de lanza del capitalismo español y los de una
pequeña y mediana
burguesías amamantadas por el clientelismo institucional, al modo
en el que sucedió en el franquismo con las grandes fortunas, y de
un modo también “estufero” y dependiente pero con la diferencia
de que los tiempos han cambiado. Hoy el capitalismo necesita una
mundialización creciente y el catalán de la pequeña y mediana
burguesías intenta su supervivencia, ya que ha llegado tarde a su
consolidación. Es desde aquí desde donde quizá podríamos
entender la revuelta burguesa de las clases medias catalanas, su
conexión con los estratos de la burguesía que representan la ANC,
Omnium Cultural y ERC antes
que un PDeCat que ha dejado de ser el referente de los Brufau, los
Carceller o los Vilarasau, por citar solo tres ejemplos. Es la hora
de los condotieri (capitanes de mercenarios) y los aventureros, tipo
Oriol Soler, hombre
clave en la sombra del procés (recomiendo
la lectura del artículo que enlazo)
y de sujetos como Jaume
Roures (Público), un personaje que haría las delicias de Marx
al describir al perfil de ambiciones que entronizaron a Luis
Bonaparte.
Tras
la imposición por el gobierno español, sin auténtica resistencia,
del artículo 155, el encarcelamiento de algunos consellers, la
convocatoria electoral por parte del citado gobierno, el acatamiento
de todos los partidos independentistas de dicha convocatoria (la
actuación de la CUP decidiendo participar en unas elecciones que
considera “ilegítimas” es digna de mención), la admisión de
que Cataluña no estaba preparada para la independencia (Mas y el
resto), vemos cuál es la fase actual del esperpento catalán.
La
reciente rehabilitación de la propuesta de la “interdependencia”,
esbozada por Puigdemont en Enero del presente año, y relanzada ahora
por el mismo, no deja de ser una variante de la teoría del Estado
vasco asociado al español, o plan Ibarretxe. Todos sabemos el
recorrido que tuvo. No deja de ser una pose hacia el posibilismo y la
retirada táctica hacia aguas menos turbulentas para el
independentismo.
El
intento de portavoces y del entorno social y mediático
independentista de esconder que sus instituciones y los líderes del
procés habían engañado al pueblo catalán, al admitir hace unas
semanas que Cataluña no estaba preparada para la independencia, con
la nueva teoría de que no es que no estuvieran preparados para la
independencia sino que no estaban preparados para desarrollar la
república catalana “haciendo frente a un Estado autoritario sin
límites para aplicar la violencia”, en
palabras del portavoz de ERC Sergi Sabrià, les devuelve la imagen de
su indignidad y de la estupidez de sus propios argumentos. Si durante
años el entorno soberanista e independentista ha estado difundiendo
la idea del “déficit democrático” del Estado español, de su
carácter franquista y fascista, no
cabe la salida de la ingenuidad respecto al comportamiento
del aparato represivo del Estado español. Y tampoco vale acudir a
que esperasen que las instituciones de la UE limitasen su actuación
represora, por cuanto sus demandas independentistas no tuvieron eco
alguno que no fuese el de determinados sectores identitarios de
algunos grupos políticos europeos ligados a la extrema derecha.
Las
declaraciones del portavoz de
ERC en el Congreso, Joan Tardá, admitiendo
que en Cataluña no hay aún una mayoría social que quiera
independizarse de España (“todavía
no somos independientes porque no ha existido una mayoría de
catalanes que así lo hubieran querido”),
cuando con un 47% quisieron imponerse a un 53% de la sociedad
catalana y entonces no ser mayoría no era un problema para las
aspiraciones independentistas, remachan la evidencia del engaño. Y
lo ha dicho sin despeinarse ni soltar el brazo del cabestrillo, con
el que seguirá en campaña hasta pasado el 21-D, cual manco de
Ciutadella.
Pero
lo cierto es que ha habido una rendición indigna de los promotores
del procés, que estamos ante una fase de pasteleo que pronto se
volverá empalagoso entre los representantes políticos de una y otra
parte (el catalán y el español) de la burguesía, que ésta es que
la impone los acuerdos, que vamos a conocer un quinto pacto de ambas
élites políticas (la primera la de Cambó, la segunda la de
Compayns, la tercera la de Tarradellas y la cuarta la de Pujol) y que
la frustración catalana es sólo parangonable al comportamiento
históricamente posibilista de sus élites políticas, como lo fue
tras la guerra civil con un franquismo al que su burguesía se
entregó, como agradecimiento al aplastamiento fascista de una
revolución proletaria que temió su burguesía desde finales del
siglo XIX y el primer tercio del XX.
Esto
no acabará ni con las demandas de una Cataluña que 5 siglos después
no ha logrado un acomodamiento satisfactorio dentro del Estado
español, ni con los objetivos de su burguesía que ha dejado en
pañales a los impugnadores de un “régimen del 78” pero no de un
sistema capitalista al que burgueses y pseudoradicales acatan, unos
por convicción, otros por incapacidad política de oponerlo.
La
derrota actual y sin paliativos del independentismo puede incluso
encontrarse con una vuelta a la casilla de salida tras unas
elecciones que pudieran ser ganadas por los hoy derrotados pero, en
ese caso, veremos, con sorpresa de muchos a un Junqueras actuar como
un hombre con visión de Estado (burgués), quizá como un Íñigo
Urkullu, con altura de miras y capacidad de aunar voluntades en pro
del bien común...del capital catalán y español ¿Quién se lo iba
a decir a él, ex Conseller d'Economia i Hisenda de la Generalitat de
Catalunya? Al fin y al cabo, él
es un hombre que cree necesario que haya misas por televisión.
Casi estoy por llamarle Jordi...Pujol. Quien tenía el objetivo primero y fundamental, antes que cualquier otro, de sobrepasar a un partido concreto del catalanismo y de abrir camino a la burguesía pequeña y mediana era él, quien más responsabilidades tuvo en que fuera posible poner en marcha los procedimientos del día siguiente a la declaración que nunca se implementaron era él, quien siempre aparecía en las fotos del procés con cara de distancia y hasta de cierto disgusto también era él.
En
el presente, esas burguesías ya no tienen nada que temer. La clase
trabajadora ha vuelto a ser solo clase en sí. Sobrevive en su
cotidianedad como puede, ha dejado de ser peligrosa hace mucho
tiempo, se ha vuelto descreída. No tiene hacia dónde volverse, ni
banderas que la representen, ni esperanza futura a la que agarrarse,
ni quien eleve su voz desde dentro de ella,...ni siquiera desde
fuera. Eso sí, de momento, miren ustedes donde están las esteladas
y las rojiguldas en los balcones y verán que los que lo pasan mal no
les compran esa película que ustedes los patriotas de cada tribu
intentan imponer. Y ahí están, desde luego, muy por encima y lejos
de sus supuestos voceros, hasta ahora y afortunadamente.
Pero,
a pesar de todo este pasteleo, apaño y arreglo y entre las
burguesías de uno y otro lado del Ebro, hay un hecho positivo que
nace de su dominio del escenario político e ideológico. Se trata de
la derrota de las izquierdas. Sin ella la clase trabajadora podría
empezar a crear su propio relato autónomo y a generar sus propias
organizaciones porque lo que hoy se llama izquierda no responde ni a
sus necesidades ni a sus demandas.
Solo
quien cree en la quimera de que la II República fue revolución y
que una III sería socialismo, solo quien cree en que una revuelta
democrático-burguesa pueda abrir camino a una revolución obrera,
sin querer ver la realidad del poder absoluto que hoy tiene la
burguesía, solo quien cree que democracia equivale a igualdad,
cuando la primera es siempre burguesa, solo quien cree que cambiar
las figuras políticas del parlamentarismo puede cambiar la realidad
social de verdad, puede esperar otra cosa que la que hay.
Las
“izquierdas” podemitas y las más soberanistas de los Comunes se
han enredado en la miseria del catalanismo independentista.
El
papel de Ada Calau, cada vez más próxima al independentismo
catalán, tendrá su respuesta en un buen sector de sus votantes. No
es que sea una política que ha abandonado una posición social,
que nunca de clase, en beneficio del soberanismo. Es que para un
demócrata burgués progresista y bienintencionado empieza a no ser
demasiado confiable, tras cada uno de sus juegos que empezaron por la
ambivalente equidistancia y han acabado en un discurso del gusto de
ERC e incluso del PDeCat.
Su partido, En Común, con sus constantes juegos de una cosa y
la contraria, ha acabado por jugar en el terreno de la
burguesía catalanista, con un perfil progre cada vez menos definido
y una capacidad de interlocución en España cada vez más débil.
Sus alianzas con Podemos se resistirán en un futuro próximo pues
sus intereses electorales van a ir difiriendo cada vez más
claramente.
Si
Iglesias intenta ahora desligarse, no lo logrará sin perder pelos en
la gatera y sin la consecuencia en Cataluña de las contradicciones
entre lo que dejó hacer y lo que ahora intenta reconducir. En el
resto del Estado, el precio que pagará Podemos, al intentar restañar
las heridas catalanas, le irá conduciendo hacia la evidencia de que
ni es un partido de clase ni tampoco es ya siquiera un partido
democrático radical burgués sino un grupo cuyas contradicciones
internas le harán saltar en pedazos o le conducirán a una IU bis
pero con una base más inestable.
Su
alianza con la IU actual está comprometida a medio plazo. El intento
de Garzón de marcar diferencias en relación a Cataluña es un paso
más en lo que ya se observa en cuestiones como la la gestión
municipal en Madrid y otras cuestiones que se irán marcando con el
tiempo. Los restos de IU se irán disolviendo en un piélago de
miserias cada vez más contradictorio, reformista y agotado.
El
PSC podría cosechar a muy corto plazo algunos réditos en el marasmo
del catalanismo no radical pero, a medio plazo, generará muevas
contradicciones con el PSOE, por la diferencia de intereses
espuriamente electorales y tácticos dentro de la dinámica
contradictoria Cataluña-España.
El
resto, la llamada izquierda radical o izquierda a la izquierda de la
izquierda, es nada hoy. Mañana será menos aún. Su incapacidad
teórica, su sectarismo, su naftalina ideológica, su tendencia al
coyunturalismo oportunista, dispuesta a encontrar crisis de
legitimidad del Estado burgués desde los propios agitadores
burgueses, antes que construcción de organización autónoma de
clase, desde la clase y para la clase trabajadora, les ha convertido
en prisioneros de Zenda del soberanismo independentista, primero del
idealizado vasco, luego del catalán. Atrapados entre la teoría de
un febrero que conduce a un octubre, hace ya muchos años que habían
demostrado ser inoperantes desde una teoría del antiimperialismo
incapaz de operar en terreno propio contra el capitalismo más
inmediato y de acercarse a la realidad de la clase trabajadora
realmente existente y no fantaseada en sus ritualizadas
conceptualizaciones.
La
izquierda reformista y la que se autodenomina revolucionaria serán un deshecho a medio plazo, por muchos más motivos, y quizá, más profundos
que el hecho catalán. Desde hace decenios ni tienen función
transformadora ni poseen utilidad real para una clase a la que o han sustituido por “la gente” o solo ritualizan. Son “izquierdas morralla”. Su vacío no dejará necesidad de la misma sino
oportunidad de un nuevo comienzo absolutamente distinto.
Pero esa,
como dijo Kipling, es otra historia.