Algunas
organizaciones de izquierda, que dicen basar sus análisis y
estrategia en la teoría de Marx, ponen en el centro de su propaganda
y agitación la demanda de “distribuir la riqueza”.
Parecen pensar que esta es una forma de facilitar la comprensión y
aceptación del socialismo por parte de los trabajadores. Esto tal
vez explique por qué, durante las campañas electorales, la demanda
se repite por todos lados, como si fuera una solución mágica.
No
acuerdo con esa política. La razón principal por la que discrepo es
que de esa forma se pone el acento en la distribución, y no en las
relaciones sociales que subyacen a esa distribución, y que la
determinan.
Con
esto no niego que es posible mejorar, mediante las luchas
reivindicativas, los salarios y las condiciones laborales (en
particular, en las fases expansivas del ciclo económico), sin tener
que acabar necesariamente con el modo de producción capitalista.
Pero hay que ser consciente de que estas mejoras siempre tienen
límites determinados por la lógica de la ganancia. Y que en
absoluto acaban con la explotación del trabajo. Más aún, en tanto
subsista el actual modo de producción, la clase obrera estará
obligada a reiniciar una y otra vez las luchas salariales y contra la
prepotencia del capital. Es que cuando los salarios amenazan
seriamente la ganancia, el capital o bien reemplaza al trabajo por la
máquina; o hace más lenta la acumulación; o se traslada a otra
región o país. Por cualquiera de estas vías, o una combinación de
ellas, pone límites a las mejoras de salarios y laborales.
Por
eso, el objetivo del programa socialista no puede reducirse a una
mejor distribución del valor agregado por el trabajo –esto es, a
luchar para que disminuya la relación plusvalía/valor de la fuerza
de trabajo. Como explica Marx en Salario, precio y ganancia,
cuando se pelea por el salario se pelea contra los efectos del
sistema capitalista, pero no contra la causa de los malos
salarios, la desocupación, el pauperismo. Por este motivo, la
bandera del socialismo debe ser la abolición del sistema del trabajo
asalariado. Esta demanda supera el horizonte del sindicalismo,
que siempre se limita, incluso en sus mejores exponentes, a exigir
mejoras en la distribución.
Estas
ideas también las encontramos en la Crítica del Programa de
Gotha; escribe Marx:
“…es
equivocado, en general, tomar como esencial la llamada distribución
y hacer hincapié en ella, como si fuera lo más importante. La
distribución de los medios de consumo es, en todo momento, un
corolario de la distribución de las propias condiciones de
producción. Y ésta es una característica del modo mismo de
producción. Por ejemplo, el modo capitalista de producción descansa
en el hecho de que las condiciones materiales de producción les son
adjudicadas a los que no trabajan bajo la forma de propiedad del
capital y propiedad del suelo, mientras la masa sólo es propietaria
de la condición personal de producción, la fuerza de trabajo.
Distribuidos de este modo los elementos de producción, la actual
distribución de los medios de consumo es una consecuencia natural.
Si las condiciones materiales de producción fuesen propiedad
colectiva de los propios obreros, esto determinaría, por sí solo,
una distribución de los medios de consumo distinta de la actual. El
socialismo vulgar (y por intermedio suyo, una parte de la democracia)
ha aprendido de los economistas burgueses a considerar y tratar la
distribución como algo independiente del modo de producción, y, por
tanto, a exponer el socialismo como una doctrina que gira
principalmente en torno a la distribución” (edición elaleph,
p. 18; énfasis agregado).
El
enfoque marxista entonces se opone a la visión de los reformistas
burgueses, socialistas vulgares, y semejantes, que ponen el acento en
“la distribución de la torta” (torta = valor agregado).
Recordemos que, de manera característica, Karl Dühring, decía que
el modo de producción capitalista era bueno, pero el modo de
distribución capitalista debía desaparecer. Inevitablemente, a
partir de aquí, las cuestiones se plantean en términos de cuánto
le corresponde al trabajo, cuánto al capital, si es “justo”
tanto más o tanto menos, etcétera. Así se pasa por alto la
pregunta esencial, que debería hacerse todo trabajador: ¿quién
hizo la torta que va a repartirse? Con lo cual empezamos a cuestionar
la relación de propiedad/no propiedad de los medios de producción y
de cambio.
Existe
todavía otro problema con la demanda de “distribuir la riqueza”,
y es que induce a pensar que la solución de los males sociales pasa
por distribuir los medios de producción entre los ciudadanos de
algún modo “equitativo”. O sea, pasar a un modo de
producción basado en el pequeño burgués propietario de su lote de
tierra, de su pequeño taller, comercio o medio de transporte. El
socialismo pequeño burgués siempre tuvo este norte; lo mismo ocurre
con muchas variantes del populismo. Frente a la concentración y
centralización del capital, la consigna parece ser “volvamos a
la pequeña propiedad”. Para esta gente las calamidades
sociales no tienen su origen en el capital, sino en el hecho de que
este sea “demasiado grande”.
Naturalmente,
comprendo el afán de algunos marxistas de quedar bien con el
populismo pequeño burgués (máxime en campañas electorales), pero
la realidad es que repartir la gran propiedad para volver a la
pequeña propiedad es un objetivo reaccionario. Cambiar las grandes
unidades productivas o comerciales por la pequeña unidad
administrada por los propietarios individuales, significaría un
retroceso en las fuerzas productivas. Por eso históricamente el
marxismo no levantó la consigna de “repartir los medios de
producción”, sino socializarlos. Esto es, que pasen a manos de la
sociedad, de los productores asociados.
Como
puede verse, se trata de cuestiones que afectan a la esencia de la
teoría y la política del socialismo.
NOTA
DEL EDITOR DE ESTE BLOG. No espero que los votantes
cheerleaders del PSOE, IU, Podemos, EQUO y resto de basura progre del
sistema acepte la diferencia entre socialismo vulgar y socialismo a secas, ni siquiera que lo entienda. No dan para tanto.
Pero sí que las nuevas generaciones que están entrando a una cierta
forma de conciencia social y política vean por dónde va la cosa en
realidad y no por donde nos la venden estos “sobreros” del
capital.