Por
Marat
Como
estaba cantado, incluso para los medios que afirman que lo hizo
contra todo pronóstico, ganó las primarias del PSOE Pedro Sánchez.
El 50% de los votos que ha obtenido y un 10% sobre el “susaparato”
le permiten, si quiere, la limpieza de la gestora, los desleales y los barones del felipismo no tanto
por necesidad para afianzar su secretaría general -no le creo tan
inteligente- sino por venganza política, esa pasión de la que tanto
sabemos desde Shakespeare.
El
terremoto más importante que ha sucedido desde que Rajoy ganó las
elecciones ha sido el triunfo de Sánchez.
Todo
el espacio mediático, político y económico se había conjurado
contra Sánchez. Era de esperar. Y no lo ha hecho porque sea un
peligroso izquierdista. No llega ni a opositor a aspirante de
ayudante de primero de socialdemocracia. Pero es un tipo que puede
crear inestabilidad política, algo tan nefasto para la reproducción
del capital. Ya se sabe que el dinero es cobarde y necesita de la
tranquilidad que da un gobierno y un parlamento convertidos en algo
tan plácido como una mesa camilla con brasero incorporado. Y esa
tendencia de Sánchez a la contradicción, el arrebato Braveheart,
seguido luego discursos que apuntalen la paz social, a decir una cosa
hoy, otra mañana, y todo lo contrario a las dos afirmaciones
anteriores al día siguiente, es sobradamente conocida por los medios
de comunicación, los aparatos de los partidos del sistema -todos los
parlamentarios- y por el capital.
Sánchez
no es un tipo fiable. Eso es lo que me gusta de él. Es un sujeto
que pasó de admirar a Valls a declararse socialista, luego
socialdemócrata, que ha cambiado su programa tantas veces como ha
creído conveniente, que carece de otra ideología que no sea su
oportunismo y que es un tipo muy a gusto con el estado actual del
capitalismo.
No
voy a entrar en que Susana Díaz estaba aún más de derecha, una
individua folklórica que en el PP estaría como pez en el agua ni en
el papel de patético susanista bajo cuerda hecho por López para
restar avales y votos a Sánchez.
¿Por
qué me alegro del triunfo de Sánchez?
La sociedad española,
especialmente la clase trabajadora, ha perdido la
esperanza. Vota por inercia y a la contra, más que por convencimiento en los elixires que le ofrecen los vendedores de peines para
calvos. Sabe que gobierne quien gobierne, seguirá padeciendo
recortes, limitaciones en su nivel de vida, pobreza en amplios
sectores sociales, miedo al futuro de sus pensiones. Ya hubo una
Syriza en Grecia y un Hollande en Francia. A los Moises de pegote Varoufakis y Melenchon, que vagan en un desierto hacia la nada, hay que darles de comer aparte.
Pero
es necesario, desde una perspectiva revolucionaria, ver cómo afecta
la vuelta de Sánchez al centro del juego político del supermercado de marcas electorales.
Podemos,
como la purrela de Ciudadanos, es un elemento más del sistema
político de la burguesía. Eso independientemente de lo que algunos
hemos dicho desde hace mucho tiempo sobre dicho partido o respecto a
cómo fue aupado Pablo Iglesias por sujetos como Julio Ariza, en su
televisión, Intereconomía, durante todo un año.
La
realidad es que vivimos bajo la dictadura “democrática” de la
burguesía. Ningún partido cuestiona el sistema económico de
dominación, ni la necesidad de acabar con la Unión Europea por
irreformable, ni la broma de un sistema político que jamás legisló
ni legislará contra el capital, porque defenderlo está en su
Constitución y en el código genético de todos los partidos
parlamentarios. Todos ellos forman parte del bloque de partidos de la burguesía.
Pero
el momento político actual pone en cuestión no solo al gobierno del
PP y su corrupción sino la credibilidad del conjunto de los
partidos parlamentarios.
Pedro
Sánchez dijo no a Rajoy y a lo que su partido significa. Él o el
PSOE no son mejores pero su campaña para volver a la secretaría
general de su partido se basó en el “no es no”. Pedro
Sánchez es cautivo de su palabra. Si la traiciona hundirá al PSOE
definitivamente. Si la mantiene y hace oposición parlamentaria real,
la inestabilidad de este gobierno en minoría estará asegurada.
El
problema para Sánchez es que la oposición parlamentaria como
partido “serio y solvente” del sistema no le será suficiente.
Enfrente tiene a una partida de cómicos dirigidos por un showman de
la política que empieza a flaquear (6.000 asistentes a su happening
en Sol el sábado 20 de Mayo no son demasiados, por muchos autobuses
a Madrid que fletes) pero que no dudará en hacerle una guerra no declarada, poniéndole ante sus propias contradicciones de oposición limitada. Y las de Sánchez son muchas. No le bastará con
proponer derogar las medidas antisociales del PP sino las de
Zapatero, si quiere ser creíble en su supuestas medidas
antiausteridad. Y además, aunque las traiciones y puñaladas de
pretendidos aliados que decían quererle como Presidente de gobierno, imponiéndole su parte ministerial en una falsa propuesta de pacto, enseñan más que las victorias, lo
cierto es que El Coleta no maneja mal del todo su capacidad de
condicionarle y de situarle entre la espada y la pared.
Veremos
que eso acabará afectando a los sindicatos del régimen, que se
verán forzados a aparentar cierta voluntad de calle, como siempre la mínima que
puedan y con sordina, pero que contribuirá a generar ruido en el contexto de un gobierno que puede acabar con sus máximas cabezas encausado
penalmente. Y ello podría suceder en un momento en el que las luchas de
colectivos de trabajadores al margen de los dos sindicatos verticales
está cogiendo velocidad y fuerza. No es el mejor escenario de paz
social y estabilidad política que necesita el capital para continuar
ejerciendo su vuelta de tuerca contra la clase trabajadora y para
recuperar su tasa de ganancia.
Pero
además, como las direcciones de CCOO, UGT, PSOE (independiente de la
que se conforme a partir de ahora), Podemos e IU están compuestas,
desde la cúspide hasta los comités locales, por un atajo de
oportunistas prosistema sin escrúpulos, por mucho que cacareen otra cosa, el hipotético adelanto de unas elecciones que perdiera el
PP y que permitiera formar gobierno al PSOE y a sus “aliados”
potenciales, solo traerá más deslegitimación de la farsa democrática y del sistema de
dominación burgués. El hundimiento posterior a un gobierno de
progres sería un mazazo sobre los partidos que lo conformasen, una vez que continuasen con las políticas de recortes sociales y de conquistas de la clase trabajadora. Esto permitiría cierta
posibilidad de construir organización propia y autónoma desde la clase trabajadora con un proyecto claro de clase contra clase.
Un añadido positivo a la competencia de los dos partidos progres por
ocupar el espacio del PSOE del 77, y colarnos una segunda transición, es que el discurso neofalangista de un
Podemos al que se le llena la boca de patria, pueblo y acusaciones
de vendepatrias, sería frenado en seco. A poco que Sánchez se viera obligado a parecer lo que no es, un socialista, volveremos a escuchar
otra retórica política distinta a la que hace un Podemos que está
alfombrando el campo semántico de un fascismo que aún no ha
aparecido como amenaza organizada y potente en España pero que pugna
por asomar su cabeza a través de grupúsculos cada vez más
extendidos y activos por todo el país.
Sí,
la victoria de Sánchez puede abrir juego para la clase trabajadora,
especialmente por la contradicción entre las palabras y los hechos.