Guadi
Calvo. alainet.org
Estado
Islámico, al igual que en Raqqa, su capital en Siria, y en Mosul, la
capital en Irak, está dando los últimos estertores de resistencia
en Sirte, capital de Estado Islámico en Libia. Esta situación, de
ningún modo, como en los dos primeros casos, significa la derrota de
la organización del Califa Ibrahim. Y habrá que preparase, tal cual
lo practica el EI en Irak, para atentados contra lugares de alta
concentración de civiles y que comenzarán a ser mucho más
frecuentes, ya no solo en los territorios perdidos, sino en cualquier
geografía en que las condiciones le sean propicias.
Sirte,
desde junio de 2015, se convirtió en el epicentro de la actividad
salafista en la patria del Coronel Gadaffi, donde llegaron después
de haber sido expulsados de la ciudad de Derna, 600 km al este,
próxima a la frontera con Egipto.
Desde
entonces diferentes fuerzas que componen el complejo entramado de
organizaciones armadas en la Libia post Gadaffi, han intentado
desplazar a los califados de Ibrahim, de la ciudad de Sirte, plaza
comandada por el libio Usama Karama.
Desde
mayo, un conjunto de fuerzas pro occidental, entre las que destaca el
Congreso Nacional General (GNA), que es uno de los tantos
pretendidos embriones de ejército, que se han intentado generar
desde 2011.
Todos
estos grupos armados han mantenido un cerco sobre el Daesh en Sirte y
se han encontrado con una férrea resistencia, que en casi nueve
meses no han podido vulnerar.
Como
prueba de ello el hospital central de Misrata, a unos 350 km de
Sirte, se encuentra desbordado por la permanente llegada de
sitiadores heridos en la dura batalla.
El
número de bajas solo de los combatientes del GNA, sobrepasarían los
mil, mientras que los heridos se estiman en más de 4.000.
Desde
este último lunes 5, han corrido serios rumores que las fuerzas GNA,
habrían tomado las últimas posiciones salafistas en el barrio de
Giza en el corazón de Sirte, donde un puñado de fieles combatientes
del Califa, seguían resistiendo, ya sin ninguna posibilidad de
escapar. Aunque en este tiempo fueron varias las oportunidades en las
que se afirmó la toma de Sirte, en esta ocasión pareciera ser
cierta.
Desde
agosto, los sitiadores contaron con el apoyo de la aviación
norteamericana que, a solicitud de Fayez Serraj, el seudo Primer
Ministro, impuesto la Unión Europea y los Estados Unidos, con el
obvio beneplácito de Naciones Unidas, atacaron posiciones del Daesh,
sin nunca precisar el número de víctimas civiles. Es, por lo menos
curioso que en el caso de los bombardeos de la aviación rusa en
Siria, las ONG y los medios de información occidentales, cuentan con
listados de víctimas civiles llamativamente precisos.
De
ser real la caída de Sirte, el Primer Ministro Serraj, tendrá un
trabajo homérico a la hora de rearmar Libia, si eso fuera de algún
modo posible.
Tras
el ataque e invasión de la OTAN y sus mercenarios a comienzo de
2011, y tras seis años de guerra, Occidente ha sabido una vez más
construir un estado fallido en un país que tuvo los más altos
índices de calidad de vida del continente. Ahora Libia es un país
sin instituciones, sin economía, sin nada parecido a un sistema de
salud o de educación, sin fuerzas armadas, y con una única
producción, el petróleo, monopolizado por empresas occidentales que
están sacando excelentes dividendos como la Eni de Italia, la
austríaca OMV, la francesa Total, la británica BP, la
estadounidense ExxonMobil o la griega Hellenic Petroleum, entre otra
veintena.
En
Libia, hoy lo único que cuenta es el poder de fuego de cada una de
las 1700 bandas que operan por la libre y son contratadas por
organizaciones de contrabandistas (cigarrillos y medicamentos, nafta
y gasoil) y tráfico de personas (más de 110 mil personas salieron
de las costas libias en lo que va del año, lo que produjo que
Estado Islámico se embolsaran casi 90 millones de dólares, solo por
ese rubro, mientras que la totalidad de lo “facturado” por las
organizaciones de traficantes redondearían unos 300 millones de
dólares) armas y obviamente droga.
Grupos
de al-Qaeda y Estado Islámico, operan en todo el territorio libio y
en todos los países limítrofes. Estas bandas salafistas han entrado
y salido del Libia cada vez que lo ha necesitado sin ningún tipo de
obstáculos, ya que los controles fronterizos han desaparecido desde
el derrocamiento de Gadafi en 2011.
A
Fayez Serraj, en las proximidades de Misrata, han llegado por las
rutas transaharianas cerca de un millón de refugiados, provenientes
de todos los rincones de África, en espera de poder embarcarse hacia
el sur de Italia.
Estas
bandas mafiosas siguen generado verdaderas fortunas fletando
refugiados hacia Europa o hasta donde las embarcaciones naufraguen, a 2.000 dólares por plaza.
Quien
quiera rearmar este puzzle sangriento, en que se ha convertido Libia,
tras el derrocamiento y martirio del Coronel Mohammad Gadafi, tendrá
que pugnar con las fuerzas internas que podrían pretender
independizarse de Trípoli.
No
solo era el petróleo
Las
exigencias de los muchos centros de poder que tiene Libia harán
prácticamente imposible el trabajo del pseudo Primer Ministro
Serraj, de convertir ese terreno desvastado en una nación. Los
deseos de Occidente chocarán con el mismo muro que han chocado en
Afganistán y en Somalia.
Los
analistas del Pentágono, quienes han diseñado este caos en Libia,
parecen no haber entendido que la fórmula que les sirvió para
horadar el poder de Gadafi, la de enfrentar a las tribus (cerca de
140, aunque son 30 las que han tenido peso político) entre si, que
fueron la base de sustentación de Gadafi durante sus cuarenta y dos
años en el poder, ahora están enfrentadas irremediablemente. El
complejo equilibrio tribal ha sido definitivamente roto, y ese fue el
único poder histórico y constante en Libia, por lo que, atomizado,
no tiene posibilidades de estructurar el país como se conoció hasta
el 2011.
La
reconstrucción del tejido de confianza entre las tribus, tardará
décadas en realizarse, y no podrá hacerlo justamente un hombre como
Fayez Serraj, colocado con fórceps por los extranjeros.
No
es casual que la sublevación contra Gadafi, se haya iniciado en
Benghazi, capital de la provincia de Cirenaica, rival histórica de
Trípoli. Benghazi, que ha declarado su autonomía, en agosto de
2013, cuenta con grupos armados propios y negocia por separado “su”
petróleo con las empresas occidentales. Tobruk, donde rige un
parlamento autónomo desde 2014, es la base de sustentación del
controvertido general Khalifa Hafner, quien se auto postuló como el
hombre fuerte de Libia, tras haber traicionado a Gadafi. Cansado de
que sus pedidos de apoyo nunca hayan sido escuchados por Washington,
más allá de haberle prestado grandes servicios al Pentágono y la
CIA, Hafner ha cambiado de estrategia y ha iniciado una serie de
reuniones con altas autoridades rusas y chinas, buscando apoyo
militar y financiero.
La
sureña provincia de Fezzan, desde septiembre de 2013 ha declarado su
autonomía. Históricamente Fezzan, han manejado el tráfico de
personas y el contrabando, actividad que diferentes tribus que se
afincan en el territorio como los tuareg y los toubou siguen
explotando.
En
1953, en búsqueda de yacimientos petroleros en la provincia de
Fezzan, se descubrieron grandes acuíferos, estimándose que cada
cuenca tiene entre los 4800 y 20000 kilómetros cúbicos de agua, lo
que lo convierte en el tercer acuífero del mundo.
En
1984, el coronel Gadafi comenzó quizás su proyecto más ambicioso,
el Gran Río Artificial, el proyecto de riego más grande del mundo,
que proveería de agua a todo el país. Para eso fueron cavados 1300
pozos algunos de hasta 500 metros de profundidad, para bombear agua
de las reservas de agua subterráneas, que era distribuida a casi
siete millones de personas, llegando a Trípoli, Benghazi, Sirte y a
otros puntos a través de una red de tuberías subterráneas de 4 mil
kilómetros de extensión y que permitían abastecer de agua a más
de 150 mil hectáreas para cultivo.
En
julio de 2011, la OTAN, atacó el suministro de agua, cerca de la
ciudad de Brega, e incluso destruyó la fábrica que producía las
tuberías. Estos ataques dejaron sin agua al 70% de la población,
que no solo la utilizaba de manera personal, sino también para el
riego.
Occidente
ha hecho sin duda las cosas demasiado “bien” en Libia,
como que para alguien alguna vez pueda volver a armar ese puzle
sangriento.