Como
comunistas, nuestro deber es romper eso que llaman paz social, que no
es otra cosa más que aceptación resignada de la explotación.
El
constante empeoramiento de las condiciones de vida de las clases
trabajadoras no es consecuencia de la corrupción de un puñado de
políticos, ni de la gestión de un gobierno reaccionario, ni el
resultado de un repunte de la crisis económica. Esto se llama lucha
de clases.
La
caída de la tasa de beneficios del capitalismo significa que van a
procurar explotarnos más, disminuir la masa salarial, incrementar la
jornada laboral y recortar las prestaciones sociales, es decir,
eliminar formas de salario indirecto y diferido como son los
servicios públicos o las pensiones. Esto tiene un efecto
especialmente negativo en las mujeres de clase trabajadora, ya que,
al carecer de medios para adquirir estos servicios en el mercado,
hace recaer sobre ellas (sobre su trabajo impagado y no reconocido)
todo el peso de la reproducción de los trabajadores y las personas
dependientes. De los recortes en las pensiones también se llevan la
peor parte, pues son las mujeres quienes acaparan los contratos a
tiempo parcial y eventuales e incluso el empleo sumergido, que no
cotiza.
La
solución no vendrá de la mano de ningún candidato mediático, ni
de tertulianos convertidos en tribunos de la plebe. Mientras no
encuentren una oposición contundente y no se lesionen sus
beneficios, tendrán vía libre para seguir esta senda.
No
hay espacio ya para seguir practicando el sindicalismo de
concertación y de co-gestión de las políticas económicas que
venimos conociendo desde la transición. El capital ya no tiene
interés en mantener un nivel de consumo elevado entre las clases
trabajadoras; ese añorado Estado del Bienestar sólo se mantuvo
mientras había una palpable amenaza de cambio revolucionario.
Dejemos de alimentar la ilusión de que se puede recuperar.
Desde
los Pactos de la Moncloa de 1977 –que imponían la pérdida de
salario para conseguir la respetabilidad de nuevos actores dentro de
la monarquía parlamentaria- hasta la Reforma de la Jubilación de
2011 –que alargaba la vida laboral y disminuía las pensiones -,
los acuerdos firmados han supuesto cesiones sin contrapartidas
visibles. Esta política de pactos sólo ha contribuido a fortalecer
a determinados aparatos sindicales, lo cual es muy distinto que
beneficiar al conjunto de la clase obrera.
Nuestra
referencia la constituyen una serie de luchas consecuentes de la
clase trabajadora: la movilización de los mineros, la resistencia de
la plantilla de Coca Cola, las huelgas de los barrenderos de Madrid,
de Panrico, de Movistar… Desde la firmeza, desde la unidad en la
lucha, desde la conciencia de clase, estos compañeros y compañeras
son la prueba visible de que es posible vencer.
Una
premisa indispensable para triunfar en esta batalla es que ejerzamos
nuestra solidaridad como clase con los focos de resistencia obrera.
El movimiento vecinal y todos los organismos populares deben arropar
a los sectores en lucha.
El
movimiento obrero tampoco debe olvidar nunca que su horizonte es la
consecución de una sociedad sin clases. Si carecemos de este
referente político, todos los triunfos acabarán por ser victorias
pírricas. Esas mejoras de orden material, que tanto esfuerzo cuesta
lograr, pueden perderse en cuanto bajemos mínimamente la guardia,
porque esta es la esencia del capitalismo.
La
necesidad de que el movimiento obrero tenga un carácter
sociopolítico y no se limite a las reivindicaciones económicas más
inmediatas no se debe confundir ni con el sectarismo ni con la acción
sujeta a consignas partidistas o electorales. Este carácter
sociopolítico se traduce en la necesidad de enfrentarse al racismo y
el imperialismo, asumir la lucha contra las discriminaciones que
sufren las mujeres, enfrentar las políticas de ajuste y
privatización que emanan de la Unión Europea, denunciar la
creciente represión contra los movimientos populares, hacer nuestra
la lucha contra los desahucios, oponerse con fuerza al TTIP (que
amenaza con derribar los últimos obstáculos que ejercían las
legislaciones estatales frente al liberalismo más salvaje), o
denunciar la deuda que han contraído los estados como el resultado
de socializar las pérdidas de los especuladores privados.
La
clase obrera es la única fuerza capaz de emancipar a la sociedad. La
clase obrera debe tomar el poder.