Sólo
había que esperar. Reaparece en el orden del día la partición de
Libia, que ya anunciábamos desde el inicio de la guerra contra la
Yamahirya. Lo que se había hecho imposible en medio del tronar de
las armas, porque hubiera sido demasiado evidente, vuelve a sernos
presentado como una deplorable necesidad.
«Libia
debe convertirse nuevamente en un país estable y sólido», reza
el mensaje de Twitter enviado desde Washington por el primer ministro
italiano Matteo Renzi, desde donde garantiza además su mayor
respaldo al «Primer ministro [Fayez el-] Sarraj, finalmente
en Trípoli».
Los
que piensan en esa posibilidad, en Washington, París, Londres y
Roma, son los mismos que, luego de haber desestabilizado y destrozado
el Estado libio recurriendo a la guerra, van a recoger los pedazos
con la «misión de asistencia internacional a Libia».
Lo
que tienen en mente sale a flote a través de voces autorizadas.
Paolo Scaroni [1], quien se movió en Libia, como patrón del ENI,
entre facciones armadas y mercenarios y hoy se encuentra en la
vicepresidencia del banco Rotschild, declara al Corriere della Sera
que «hay que acabar con la ficción de Libia», «país
inventado» por el colonialismo italiano. Hay que «favorecer
el nacimiento en [la región de] Tripolitania de un gobierno
que lance un llamado a fuerzas extranjeras que lo ayuden a mantenerse
en pie», estimulando a la vez [las regiones de] Cirenaica y
Fezzan a crear sus propios gobiernos regionales, eventualmente con el
objetivo de federarse a largo plazo. Mientras tanto «cada uno
administraría sus fuentes energéticas», que se hallan en
Tripolitania y Cirenaica.
En
Avvenire, el diputado [italiano] Ernesto Preziosi expone una idea
similar: «Formar una Unión Libia de tres Estados –Cirenaica,
Tripolitania y Fezzan– que tienen en común la Comunidad del
Petróleo y del Gas», con el respaldo de «una fuerza militar
europea ad hoc».
No
es otra cosa que la vieja política del colonialismo del siglo 19,
actualizada en función del neocolonialismo con la estrategia de
Estados Unidos y la OTAN, que han destruido por completo Estados como
Yugoslavia y Libia y fraccionado (o tratado de fraccionar) otros
Estados –como Irak y Siria– para controlar sus territorios y
recursos.
Libia
posee casi el 40% del petróleo existente en África, extremadamente
valioso por su alta calidad y el bajo costo de su extracción, así
como grandes reservas de gas natural, cuya explotación reportaría
hoy a las transnacionales estadounidenses y europeas ganancias mucho
más elevadas que las que obtenían del Estado libio. Además,
eliminando el Estado nacional y negociando separadamente con
diferentes facciones del poder en Tripolitania y Cirenaica, esas
transnacionales pueden lograr la privatización de las reservas
energéticas públicas y obtener su control directo.
Además
del oro negro, las transnacionales estadounidenses y europeas
pretenden apoderarse del oro blanco: la inmensa reserva de agua del
manto freático nubio, que se extiende bajo el suelo de Libia, Sudán
y Chad. Las posibilidades de ese recurso natural ya habían sido
demostradas por el Estado libio, mediante la construcción de los
acueductos que transportaban agua potable y agua destinada al riego,
millones de metros cúbicos al día provenientes de 1 300 pozos en el
desierto y transportados a través de 1 600 kilómetros hasta las
ciudades costeras, que hacían fértiles tierras desérticas.
Al
desembarcar en Libia, con el pretexto oficial de ayudarla y liberarla
de la presencia del Emirato Islámico, Estados Unidos y las
principales potencias europeas también tendrán la posibilidad de
reabrir allí sus bases militares, cerradas en 1970 por Muammar
el-Kadhafi, con una posición geoestratégica importante, en la
intersección entre el Mediterráneo, África y el Medio Oriente.
Finalmente,
con la «misión de asistencia a Libia», Estados Unidos y las
principales potencias europeas se reparten el botín de la mayor
rapiña del sieglo: 150 000 millones de dólares de los fondos
soberanos libios confiscados en 2011, que podrían cuacruplicarse si
la exportación de recursos energéticos de Libia volviera a sus
niveles del pasado. Los fondos soberanos libios, que Kadhafi planeaba
utilizar para crear una moneda y organismos financieros autónomos
para la Unión Africana (razón por la cual se decidió eliminar a
Kadhafi, como puede verse en los correos electrónicos de Hillary
Clinton), serán utilizados para desmantelar lo que queda del Estado
libio, un Estado que «nunca existió» porque en Libia no
había otra cosa que «un montón de tribus», según afirma
Giorgio Napolitano, quien al parecer se cree en el Senado del Reino
de Italia.