Vadim
Somadurov/Svobodnaya Pressa.Slavyangrad
Traducción
de Nahia Sanzo
Pese
al gran fervor militarista, en la sociedad ucraniana no han
desaparecido tampoco las tendencias pacifistas. Según los datos de
una encuesta sociológica realizada por el Centro Razumkov a finales
de marzo, el apoyo a la separación de Donbass del resto de Ucrania
ha aumentado del 17,9% al 21,5% en el último año. Hay motivos para
creer que los deseos de la élite ucraniana de que ATO continúe
hasta el final son imposibles debido al estado real de las fuerzas
armadas del país.
Pese
a los vehículos cedidos por la OTAN que ha registrado la OSCE, el
Ejército Ucraniano no ha conseguido restablecer completamente la
capacidad de combate tras la derrota de Debaltsevo. Los napoleónicos
planes de producir 125 tanques “Oplot” al año en la planta de
Malysheva de Járkov se quedaron en los planes y desde entonces la
compañía ya ha reemplazado a tres directores. Pese a que el
presidente del Consejo de Defensa y Seguridad Nacional, Oleksandr
Turchinov, prometió recientemente nuevas armas para las fuerzas del
orden de Ucrania y el primer ministro Yatseniuk habló del aumento de
hasta 300 millones de dólares del presupuesto para la Guardia
Nacional, los oficiales tendrán que esperar para el prometido rearme
de las fuerzas armadas ucranianas.
Es
difícil hablar de un rearme del ejército a gran escala en un
momento en que, según datos conservadores aportados por el
presidente Petro Poroshenko, a finales de 2015 Ucrania había
destruido el 10% de su capacidad industrial y, según datos
oficiales, la producción había caído un 16,4%, con gran parte de
la industria militar en permanente guerra por la propiedad. La
consecuencia es que en estos momentos Ucrania no cuenta con recursos
suficientes para dar un golpe definitivo que destruya las Repúblicas
Populares. Además, en caso de reintegración forzosa de Donbass en
el espacio ucraniano, Kiev se encontraría con tres o cuatro millones
de residentes absolutamente desleales al sistema político
postmedieval actual.
Incluso
ahora, a pesar de las periódicas redadas del SBU, en la parte del
sudeste del país controlado por Ucrania el Bloque Opositor [que
sustituyó al antiguo Partido de las Regiones de Yanukovich tras el
golpe de Estado de 2014-Ed] sigue consiguiendo con obstinada
persistencia victorias electorales y se mantiene un fuerte
sentimiento antiucraniano. Y la población de la RPD y la RPL, para
los que las nuevas autoridades ucranianas traen a la memoria el
desagradable recuerdo de los bombardeos de barrios residenciales y
víctimas civiles, puede ser para Kiev como una bomba colocada bajo
el ya de por sí frágil sistema político ucraniano.
A
pesar de todos estos evidentes puntos, políticos ucranianos, líderes
de partidos y funcionarios del Estado rivalizan con militaristas
exigencias de que “ATO continúe hasta el final” y las tropas
ucranianas infringen con envidiable regularidad la tregua exigida por
los acuerdos de Minsk. Roman Bezsmertny, representante oficial de
Ucrania en Minsk, habló recientemente de la “presunción de
culpabilidad” de las milicias. El propio Poroshenko exigió a Moscú
“salir de Donbass” y los comentaristas progubernamentales llaman
a las autoridades a actuar de forma más valiente y más agresiva.
Ni
la crisis política, ni el conflicto entre las diferentes facciones
del Gobierno, las recurrentes huelgas y protestas o el precario
estado de la economía han enfriado el fervor de los defensores de la
Ucrania unida. Pero parece haber llegado el momento de dejar de mirar
a Donbass y solucionar los muchos problemas que aún existen en el
territorio que Ucrania sí controla. Pese al aumento del sentimiento
pacifista, según una encuesta realizada en febrero por el Instituto
Gorshenin, una parte significativa de la sociedad ucraniana (34,1%)
sigue apoyando la idea de que las tropas ucranianas ataquen las
Repúblicas Populares. Pese a las derrotas militares en Ilovaisk y
Debaltsevo y los numerosos problemas internos en el país, la
retórica militarista sigue encontrando fieles oyentes.
No
se trata de dañar el orgullo nacional de los ucranianos. Maidan, que
fue principalmente la consecuencia de la negativa del entonces
presidente de Ucrania, Viktor Yanukovich, de firmar el Acuerdo de
Asociación con la Unión Europea (un documento similar al firmado,
por ejemplo, por Túnez, lo que no supuso que el país se convirtiera
en miembro de la UE), acarreó una serie de consecuencias negativas.
Tras
la masacre de Odessa y los bombardeos de Donetsk y de Lugansk, la
percepción general que en Rusia se tiene de Ucrania está firmemente
asociada a la guerra y a la muerte. Si la agresión de Kiev se evitó
en Crimea por la presencia de tropas regulares rusas, la guerra en
Donbass se ha convertido en el paradigma de la política ucraniana.
La existencia de las Repúblicas permite, en primer lugar, que los
tozudos miembros de los batallones territoriales aprendan
regularmente su lección. En segundo lugar, permite recibir pequeñas
cantidades de dinero de la OTAN y, finalmente, la ley marcial que de
facto existe en las regiones adyacentes a la línea de contacto abre
numerosas oportunidades para diferentes tramas de corrupción.
Sigue
sin saberse en qué gastó Poroshenko los millones presupuestados en
otoño para la restauración de Donbass. Los soldados ordinarios del
Ejército Ucraniano y de la Guardia Nacional tampoco van a la zaga
del jefe de Estado: la venta de vehículos robados a la población de
la llamada “zona ATO” y el reparto de “trofeos” se hace
visible de vez en cuando para el público. Y de ahí a la negativa a
dejar ir a las Repúblicas o a cumplir con los compromisos adquiridos
con la firma del acuerdo de Minsk. Donbass se ha convertido en la
razón de ser del régimen ucraniano y, por desgracia, el significado
de todo ello se limita a la guerra, la muerte y la destrucción.
6 de abril de 2016
5 de abril de 2016
LA MARCHA APRESURADA DEL CAPITALISMO MAFIOSO
Jorge
Beinstein. Alainet
En
Argentina empieza a conformarse un régimen autoritario con
apariencia constitucional, convergencia mafiosa de camarillas
empresarias, judiciales y mediáticas monitoreada por el aparato de
inteligencia de los Estados Unidos, pero lo que demuestran los
primeros meses del proceso es que la tentativa tropieza con numerosas
dificultades que amenazan convertirla en una gigantesca crisis de
gobernabilidad. El contexto de su desarrollo es una recesión
económica que se va profundizando en marcha hacia la depresión, es
decir un funcionamiento económico de baja intensidad, con altas
tasas de desocupación, salarios reales muy reducidos y baratos en
dólares.
No
se trata del retorno del viejo neoliberalismo de los años 1990 ni
mucho menos de una imitación del régimen oligárquico de fines del
siglo XIX, sino de la tentativa de instauración de un sistema
mafioso, parasitando sobre una población desarticulada, albergando
grandes espacios de marginalidad y superexplotación laboral,
realizando un saqueo sin precedentes de recursos naturales. En esa
dirección se van imponiendo los instrumentos esenciales del régimen
dictatorial: control completo de los medios de comunicación,
reconversión integral del sistema de seguridad como apéndice del de
los Estados Unidos1, implantación de mecanismos de destrucción
económica y social a gran escala, despliegues mediático-judiciales
tendientes a extirpar a las oposiciones que no se subordinen al nuevo
régimen.
Sometimiento
colonial y decadencia periférica
Los
tiempos han cambiado, la “doctrina de la seguridad nacional”
vigente en la época de Videla y Pinochet coincidía con la visión
militar-profesional del Imperio, se trataba del control milimétrico
de la sociedad colonizada, administrada como un cuartel que coincidió
históricamente con la última etapa del predominio en los Estados
Unidos del “complejo militar-industrial” tradicional,
alianza entre la gran industria armamentista y los altos mandos
militares subordinando a las elites políticas. Resultado del
keynesianismo militar que marcó a la superpotencia desde la Segunda
Guerra Mundial y que entró en declinación en los años 19802.
Más
adelante el “Consenso de Washington” reinó durante la era
de Carlos Menem en Argentina, Collor de Mello y Cardoso en Brasil,
señalando el auge de la financierización de la economía y de la
política en los Estados Unidos y el conjunto de potencias dominantes
sin por ello dejar de lado a la componente militar que comenzó a
transformarse.
Esos
dos momentos trágicos expresaron la afirmación del sometimiento
colonial de Argentina, el primero con formato militar-dictatorial y
el segundo con rostro civil-constitucional, que se correspondieron
con diferentes configuraciones imperialistas: en el primer caso con
un imperialismo norteamericano industrial ascendente, disputando la
Guerra Fría y en el segundo con la presencia de la única
superpotencia global que venía de ganar esa guerra y que se
aprestaba a ejercer la hegemonía planetaria. Aunque al mismo tiempo
se financierizaba, el parasitismo empezaba a corroer el sistema
degradando sus pilares productivos, instalando la cultura del
consumismo desenfrenado. Esa prosperidad malsana contagió a elites
periféricas, en los Estados Unidos la fiesta se convirtió en ola
militarista desde 2001 y la mega burbuja financiera estalló en 2008,
en Argentina el show derivó en recesión la que a su vez culminó
con un gran desastre económico, social e institucional en 2001.
El
actual sometimiento de Argentina a los Estados Unidos no se
corresponde con el auge del Imperio sino con su decadencia, su
degradación económica y social, su retroceso geopolítico
internacional que busca ser compensado mediante el control total de
su patio trasero latinoamericano, asegurando la súper explotación
de recursos naturales decisivos pero también para introducir a la
región como pieza propia de su juego global: como señuelo para sus
socios europeos en la OTAN o como retaguardia segura en el armado del
“Acuerdo Transpacífico”.
Es
un imperio comandado por una lumpenburguesía financiera,
sobreviviendo con bajas tasas de crecimiento productivo, parasitando
sobre el resto del mundo, que no busca instaurar una jerarquía
mundial estable reproduciéndose en el largo plazo sino depredar
recursos naturales, degradar o eliminar estados, destruir defensas
sociales periféricas, extendiendo ofensivas desestructurantes,
desintegradoras de identidades nacionales y culturales. Su
instrumento de intervención militar es ahora una constelación de
organizaciones guiadas por la doctrina de la Guerra de Cuarta
Generación3, empleando de manera intensiva mercenarios, operaciones
clandestinas de su estructura profesional, redes mafiosas,
manipulaciones mediáticas y otras actividades destinadas a destruir,
caotizar espacios periféricos con el fin de saquearlos.
En
correspondencia con ese fenómeno las burguesías latinoamericanas
fueron mutando hasta llegar a la situación actual donde grupos
industriales, financieros o de agrobusiness combinan sus inversiones
tradicionales con otras más rentables pero también más volátiles:
aventuras especulativas, negocios ilegales de todo tipo (desde el
narco hasta operaciones inmobiliarias opacas, pasando por fraudes
comerciales y fiscales y otros emprendimientos turbios),
transnacionalizándose, convergiendo con “inversiones”
saqueadoras provenientes del exterior. En el caso argentino podríamos
encontrar antecedentes en el reinado de la “patria financiera”
durante la última dictadura militar, el que a su vez tiene que ser
visto como resultado del fin de la era industrialista.
En
síntesis, la configuración lumpenimperialista impone dinámicas
decadentes en la periferia, en América Latina ha llegado la hora del
lumpencapitalismo, las elites argentinas venían avanzando en esa
dirección, la llegada de Macri a la presidencia expresa un enorme
salto cualitativo, el país en su conjunto acaba de ingresar de
manera recargada y brusca en ese proceso.
Recesión,
depresión y economía de baja intensidad
Recientemente
el FMI pronosticó para Argentina un crecimiento económico real
negativo en 2016 del orden del -1 %, cuando observamos las caídas
que ya se han producido en indicadores decisivos desde diciembre de
2015 es posible bajar aún más esa cifra hacia el -3 % o más bajo
aún.
Se
ha producido en muy poco tiempo una fuerte reducción de los salarios
reales, causada entre otros factores por la megadevaluación, los
aumentos del precio de los combustibles y de las tarifas de
electricidad, gas y transportes, la eliminación o reducción de
retenciones y sus impactos inflacionarios a lo que se agrega la suba
de las tasas de interés y los despidos masivos en la administración
pública (que empiezan a ser seguidos por el sector privado), con lo
que tenemos un panorama recesivo provocado por el gobierno cuyo
objetivo principal es reducir los salarios reales y su valor en
dólares.
La
avalancha de cambios ha desatado en algunos círculos el debate en
torno del supuesto “modelo de desarrollo” que la derecha
estaría intentando imponer. Decretos, endeudamientos, subas de
precios y despidos se han sucedido de manera vertiginosa, buscarle
coherencia estratégica-desarrollista a ese conjunto es una tarea
ardua que a cada paso choca con contradicciones que obligan a
desechar hipótesis sin que se pueda llegar a una conclusión
mínimamente rigurosa. En primer lugar, la contradicción entre
medidas que destruyen el mercado interno para favorecer a una
supuesta ola exportadora, evidentemente inviable ante el repliegue de
la economía global, otra es la suba de las tasas de interés que
comprime al consumo y a las inversiones a la espera de la llegada de
fondos provenientes de un sistema financiero internacional en crisis
que casi lo único que puede brindar es el armado de bicicletas
especulativas.
Algunos
han optado por resolver el tema adoptando definiciones abstractas tan
generales como poco operativas (“modelo favorable al gran
capital”, “restauración neoliberal”, etc.), otros
han decidido seguir el estudio pero cada vez que llegan a una
conclusión satisfactoria aparece un nuevo hecho que les tira abajo
el edificio intelectual construido y finalmente unos pocos, entre los
que me encuentro, hemos llegado a la conclusión de que buscar esa
coherencia estratégica constituye una tarea imposible. La llegada de
la derecha al gobierno no significa el reemplazo del modelo anterior
(desarrollista, neokeynesiano o como se lo quiera calificar) por un
nuevo modelo (oligárquico) de desarrollo, sino simplemente el
despliegue de un gigantesco saqueo protagonizado por fuerzas
entrópicas altamente destructivas que convierten al país burgués
en una república de bandidos.
Esto
nos debería llevar a la reflexión acerca del significado del fin de
la era kirchnerista visualizado por algunos como un traspié,
resultado de una derrota electoral por escaso margen, y por otros
como el producto de una manipulación mediática prolongada,
combinada con operaciones de la mafia judicial, de grupos económicos
concentrados y del aparato de inteligencia de los Estados Unidos.
Esta última evaluación está más cerca de la realidad, sin embargo
es insuficiente, el “golpe blando” existió (lo que
pulveriza la presunta legitimidad democrática del gobierno actual)
pero falta explicar porque fue exitoso.
Si
nos limitamos a ciertos aspectos económicos del tema podemos
observar que el motor externo empezó a enfriarse desde 2012 luego de
la breve recuperación de la recesión global de 2009, la situación
se agravó desde mediados de 2014 cuando los precios de las
commodities cayeron en picada, la economía pasó a una etapa de
crecimientos anémicos sostenidos por el mercado interno. Los grandes
exportadores aumentaron sus presiones destinadas a obtener en la
economía nacional beneficios que les permitieran compensar las
menores ganancias externas convergiendo con intereses financieros y
agrupando al conjunto de la derecha mediática, judicial y política,
se trató de una jauría que se fue envalentonando a medida que su
enemigo perdía espacio económico y se acentuaba la crisis global.
Los
equilibrios del gobierno fueron cada vez más inestables, las
compuertas neokeynesianas que bloqueaban la marea comenzaron a sufrir
fisuras para finalmente desmoronarse, la candidatura presidencial de
Daniel Scioli fue una opción defensiva y débil que no pudo evitar
el derrumbe. Entonces se desató (fue desatada) la recesión y
diversas señales nacionales e internacionales nos indican que lo
hizo para quedarse, nos encontramos ante el comienzo de una depresión
económica resultado de la reproducción de un sistema que ha
ingresado en una fase de contracción desordenada.
Una
referencia importante es la de la salida de la recesión producida
desde 2003, en ese período convergieron dos factores principales: el
alza de los precios internacionales de las commodities y la
reanimación del mercado interno.
El
“motor externo” fue impulsado por el auge de mercados
emergentes como los de China o Brasil, entre otros, lo que permitió
una mejora sustancial de las cuentas externas de Argentina. Los
precios de las commodities experimentaron subas notables en esos años
impulsadas no solo por la expansión de la demanda internacional sino
también por el crecimiento de la especulación financiera, las
operaciones globales con productos financieros derivados basadas en
commodities llegaban en diciembre de 2003 a 1,4 billones de dólares,
en diciembre de 2005 alcanzaban los 5,4 billones, en junio de 2007
llegaban a 8,2 billones y en junio de 2008 a 13,1 billones de dólares
4.
Por
su parte el “motor interno” funcionó empujado por el
ascenso del empleo, de los salarios reales y de los ingresos de las
capas medias, en consecuencia se expandió la demanda interna y el
tejido industrial, la economía argentina se recuperó creciendo a
tasas excepcionales. Como es sabido, el salario real promedio
experimenta en Argentina una tendencia descendente de largo plazo
(desde mediados de los años 1970), sufrió una caída descomunal
durante la crisis de los años 2001-2002, luego se recuperó llegando
a los niveles de los años 1990 pero sin alcanzar nunca los de los
años 1970, ni siquiera los de mediados de los años 19805, podríamos
resumir lo sucedido señalando que la reanimación del mercado
interno se apoyó en un fuerte crecimiento del empleo y en una
recuperación salarial limitada.
Si
el crecimiento anémico de los últimos años del gobierno anterior
incentivó la voluntad de rapiña de los grupos económicos
concentrados, es altamente probable que la recesión actual la
acentúe mucho más, al achicarse la economía, como resultado de los
ajustes y las transferencias de ingresos esos grupos intentarán al
menos sostener su volumen real de ganancias apropiándose de una
porción creciente del ingreso nacional, aunque empujados por su
propia dinámica y por el ejercicio de la totalidad del poder es casi
seguro que buscarán absorber un volumen real mayor. Además las
medidas que buscan reequilibrar los desequilibrios provocados por las
propias medidas económicas del gobierno causan mayor inestabilidad y
empobrecimiento del grueso de la población. Es el caso de la
tentativa de desacelerar la suba de la cotización del dólar
subiendo las tasas de interés con lo que a veces se consigue frenar
por poco tiempo esa tendencia, pero a costa del agravamiento de la
recesión, o cuando se pretende achicar el déficit fiscal reduciendo
el gasto público (despidiendo empleados, clausurando programas,
etc.), lo que agrava la recesión y en consecuencia reduce los
ingresos fiscales y aumenta el déficit. En suma, nos encontramos
ante un círculo vicioso de concentración de ingresos, achicamiento
del Estado y hundimiento de la actividad económica.
La
caída de los salarios reales no alienta más inversión interna o
externa desalentada por el desinfle de los mercados nacional y global
(no hay alternativa exportadora). Mientras tanto, el gobierno
aparenta aferrarse ante lo que sería la tabla de salvación de la
economía: el endeudamiento externo que teóricamente le permitiría
realizar inversiones reactivadoras, pero el clima enrarecido del
sistema financiero internacional comprime el espacio de los
potenciales acreedores cada vez más duros ante una economía
nacional deprimida. En realidad esa ansiedad por endeudarse no
responde a una pasión desarrollista sino a la presión de los grupos
de negocios que han acumulado superbeneficios en estos últimos meses
(exportadores, bancos, etc.) y que necesitan convertirlos en dólares,
es la evasión de capitales y no la inversión productiva la que
reclama endeudamiento externo.
Conclusión:
los dos motores de la salida de la recesión en la década pasada ha
dejado de funcionar, las políticas que buscaban compensar el ciclo
recesivo global han sido eliminadas por las clases dominantes, antes
les habían sido útiles para restablecer la gobernabilidad y
acumular beneficios ahora las han destruido porque frenaban su
voracidad.
Es
posible elaborar un modelo excesivamente abstracto de estabilización
del proceso depresivo argentino bajo la forma de “economía de
baja intensidad” o de “penuria”, es decir una
estructura económica dual con un sector popular contraído y una
élite parasitando sobre el primero (superexplotación de los
trabajadores y otros saqueos a las clases medias y bajas). Ello
permitiría mantener relativamente bajos niveles de importaciones que
asegurarían (no siempre) saldos positivos de la balanza comercial
destinados a pagar deudas externas. Estas últimas, además de llenar
las arcas de las redes financieras, podrían ser utilizadas para
bloquear peligros de implosión y de revuelta social operando como
una suerte de droga dosificada destinada a preservar la reproducción
del sistema.
Ese
modelo económico siniestro necesitaría de manera ineludible del
apoyo de un aceitado mecanismo de represión y degradación de las
clases inferiores, se trataría de la instalación de un régimen
neofascista acorde con la doctrina de la Guerra de Cuarta Generación
(restringiéndonos a la realidad latinoamericana, no está de más
observar lo que ocurre en México o en países de América Central).
Requeriría además de mucha estabilidad al interior de la
articulación mafiosa, de la atenuación de las disputas internas
ante un botín de volumen variable sujeto a numerosos factores de
inestabilidad locales e internacionales. Se trata de un escenario de
muy difícil (pero no imposible) realización, empalmando con
tendencias depresivas globales acompañadas por el aumento de la
volatilidad en mercados decisivos, la proliferación de guerras, los
deterioros institucionales de los estados centrales, los derrumbes y
crisis graves de estados periféricos y otros síntomas claros que
describen a un planeta que se encamina hacia horizontes de alta
turbulencia.
El
fantasma del 2001
El
gobierno macrista se comporta como suelen hacerlo los llamados
“sistemas caóticos” que, a diferencia de los “inestables”
(en desorden permanente) y de los “estables” (que tienden
hacia el orden de manera irresistible), oscilan entre un polo
ordenador, es decir un “atractor” neofascista y fuerzas
que lo desordenan, que lo conducen hacia la crisis de gobernabilidad.
La
marcha hacia la dictadura mafiosa está apuntalada por tres
estrategias convergentes: la corrupción de dirigentes, la represión
de las protestas sociales y políticas y el bombardeo mediático. Son
operaciones de eficacia incierta, circulando en medio del hundimiento
económico y de la pugna de intereses entre grupos dominantes, se
apoyan además en una base social reaccionaria cuyo núcleo duro
impulsado por una euforia neofascista está incrustado en las clases
medias y altas.
La
corrupción de dirigentes políticos y sindicales puede serle útil a
corto plazo para imponer decisiones impopulares o frenar protestas,
pero desgasta a los corruptos, erosiona sus posiciones de poder
reduciendo a no muy largo plazo su capacidad operativa, las hace cada
vez más vulnerables ante el descontento popular. Es lo que se
percibe en los primeros meses del gobierno macrista respecto de la
compra de sindicalistas, diputados, senadores y gobernadores.
La
represión avanza, funciona un Ministerio de Seguridad subordinado al
aparato de inteligencia de los Estados Unidos, han regresado las
“policías bravas”, ha sido dictado un “Protocolo”
de represión de protestas populares, aparecen las primeras
expresiones, aparentemente desprolijas, de represión ilegal. Pero no
es seguro que esa estrategia de amedrentamiento tenga éxito, es
posible que su efecto termine siendo el opuesto del que busca el
gobierno, existe en Argentina una enraizada cultura de confrontación
contra la brutalidad estatal que puede resultar un catalizador del
desborde opositor.
El
bombardeo mediático fue un instrumento decisivo de la llegada de
Macri a la presidencia, tuvo una elevada eficacia, atacando al
gobierno y ampliando un vacío político que podía ser ocupado por
opositores de derecha que se limitaban a denunciar al oficialismo
contraponiendo promesas vagas de felicidad futura. Ahora esos medios
tienen que cargar con la compleja tarea de defender a un régimen
claramente antipopular. En este nuevo escenario su eficacia es
decreciente y el intento por compensar ese declive aumentando la
presión mediática (de por si abrumadora) produce efectos de
saturación y descrédito de dichas intoxicaciones hasta generar
rechazos cada vez más fuertes.
Finalmente
la base social neofascista puede ser fanatizada al extremo por los
medios de comunicación pero es casi imposible impedir que su área
de influencia, sobre todo en las clases medias, se vaya reduciendo a
medida que se prolonga la depresión económica, lo que terminará
por deteriorar a ese sector reaccionario.
En
síntesis, el sistema dispone de instrumentos y apoyos sociales
crecientemente vulnerables, su fuerza depende en última instancia
del grado de debilidad de su adversario: el espacio popular, si este
se pone en marcha fortaleciéndose en la pelea, el instrumental
autoritario podría sufrir fisuras, desgarramientos cada vez más
importantes, su inevitable centralismo operativo acosado por una
marea ascendente de ataques, resistencias y repudios iría perdiendo
vitalidad, acentuándose sus contradicciones internas, el contexto
global turbulento debería contribuir a dicho proceso.
Tarde
o temprano la resistencia popular puede llegar a convertirse en
ofensiva general contra el sistema, la acumulación de despliegues
combativos de los de abajo produciendo repliegues en las élites
dominantes terminaría por generar un salto cualitativo de grandes
dimensiones, no sería la primera vez que ocurre ese fenómeno en
Argentina, aunque su aspecto y contenido puede llegar a incluir
muchas novedades.
Obviamente
el deterioro grave del gobierno macrista puede llevar a una
remodelación del equipo presidencial (una suerte de
“gobierno-de-unidad-nacional”) o a un cambio institucional
de gobierno, destinado a estabilizar la situación, aunque los
mismos, aun introduciendo medidas “sociales” más o menos
audaces, se enfrentarían a una crisis sistémica apabullante, mucho
más grave que la de 2001 en un contexto global depresivo, una
coyuntura de ese tipo difícilmente podría ser superada con
aspirinas rosadas o de otro color.
Apenas
llegó a la presidencia Macri lanzó a gran velocidad una andanada de
decretos arbitrarios, desplegó de inmediato una ofensiva para
asegurar el control derechista de los medios de comunicación, compró
(o extorsionó) a dirigentes políticos y sindicales, redujo el poder
adquisitivo de los salarios y las jubilaciones, lanzó una ola de
despidos de empleados públicos, concretó enormes transferencias de
ingresos hacia las elites dominantes, en suma: desplegó una
blizkrieg destinada eludir las resistencias posibles antes de que
estas se organicen. De todos modos no estaba en condiciones de
imponer el gigantesco saqueo realizado mediante un sistema de
negociaciones, el nivel de destrucción logrado en tan poco tiempo
probablemente lo haya convencido de su éxito incitándolo a seguir
avanzando.
La
irrupción devastadora de las élites dominantes podría ser
asimilada a la de un ejército penetrando en un vasto territorio, al
comienzo la ofensiva es exitosa, el efecto sorpresa, la explotación
de debilidades locales, la contundencia del operativo, etc. permiten
avances rápidos aparentemente irreversibles, pero poco a poco las
víctimas empiezan a reaccionar acosando al invasor y el espacio
simplificado por mapas e informes de especialistas se va convirtiendo
en un sistema complejo, crecientemente incontrolable.
La velocidad
inicial de la sucesión de victorias que en un principio aparentaba
ser la clave del éxito, empieza a ser percibido por el invasor como
la principal causa de sus dificultades, la rapidez operativa genera
fenómenos de inadaptación, de sobre-extensión estratégica que
aumentan su vulnerabilidad llevándolo finalmente a la derrota,
aplastado por una avalancha humana incontenible (recordemos lo que le
pasó a Napoleón cuando invadió Rusia).
Macri
podría terminar descubriendo que la realidad social argentina es
mucho más compleja que lo que su visión de mafioso detectaba, que
la cultura popular existe y se reproduce (maltrecha, golpeada, pero
existe), que los salarios no son como él dijo una vez “un costo
más” que puede y debe ser comprimido al máximo como cualquier
otro insumo sino el pago a seres humanos que piensan y se defienden,
y finalmente que para un bandido no hay nada peor que otro bandido
(los socios de hoy pueden ser los caníbales de mañana).
NOTAS:
1Horacio
Verbitsky, “La transparencia del sigilo”, Página 12,
Buenos Aires, 27 de marzo de 2016.
2Jorge
Beinstein, “La
ilusión del metacontrol imperial del caos. La mutación del sistema
de intervención militar de los Estados Unidos y sus consecuencias
para América Latina”,
Seminario “Nuestra
América y Estados Unidos: desafíos del Siglo XXI”.
Facultad de Ciencias Económicas de la Universidad Central del
Ecuador, Quito, 30 y 31 de Enero de 2013.
http://beinstein.lahaine.org/?p=516
3Jorge
Beinstein, art. cit.
4Fuente:
“Semiannual OTC derivatives statistics”, Bank for
International Settlements (BIS).
5Eduardo
M. Basualdo, “La distribución del ingreso en la Argentina y sus
condicionantes estructurales”, Memoria Anual 2008, del Centro
de Estudios Legales y Sociales (CELS), Argentina.
Juan
Kornblihtt y Tamara Seiffer, “La persistente caída del salario
real argentino (1975 a la actualidad)”, Revista de la Bolsa de
Comercio de Rosario, 2014,
http://www.bcr.com.ar/Secretara%20de%20Cultura/Revista%20Institucional/2...
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