Clément
Petitjean.SinPermiso
NOTA
DEL EDITOR DE ESTE BLOG
Traigo
a ustedes un largo texto sobre Mélenchon y el Partido de Izquierda
francés, aunque en realidad habla de todo ese magma decadente,
declinante y claudicante que aún llaman “izquierdas”.
Obviamente, al PSF y a Hollande no los considero tal sino simples
títeres del imperialismo USA con gorro
frigio de grandeur caducada.
Hace
mucho que no publico artículos de SinPermiso en mi blog, dada su
orientación reformista mal disimulada.
Sin
embargo, el presente texto tiene una virtud: pone en evidencia las
categorías ideológicas para dummies desclasados en las que se
mueven los reformismos francés y español, por mucho que no se aluda
apenas a España: “gente”, “pueblo”, “99%”,
“constituyente”, “transversal”…
Llama
en cambio la atención que el artículo no extraiga las conclusiones
pertinentes en cuanto a lo que en realidad representan esa
“izquierdas”: otra variedad del supermercado capitalista de
marcas electorales. Quizá no lo hace porque el propio autor
considera a esas “izquierdas” “izquierda radical”, lo que es
ya indicativo de cuál es el asiento ideológico real de quien
escribe el citado texto.
En
cualquier caso, los ingredientes del reformismo están ahí: renuncia
a asentar su discurso en una batalla ideológica que ponga a la clase
trabajadora en el centro de la lucha social, renuncia a un discurso
propio de la lucha de clases, categorías de “pueblo”, “nación”,
“ciudadanos”, algo que constituye una triada interclasista, lo
que cualquier francés debiera saber tras la Revolución Francesa;
evitación del referente de Octubre de 1917 para volver (en plan
“moderno) sobre 1789, inicio de la hegemonía burguesa, “revolución
ciudadana” que pretende legitimarse en las urnas de la burguesía;
receta
democrática, en lugar de socialista, frente a agresión de los
capitalistas a la clase trabajadora, asiento
social en la clase media en lugar de en la trabajadora, etc.
etc. Lo llamativo es que el autor se quede en mencionarnos todos esos
elementos sin elevar el discurso hacia las conclusiones pertinentes:
lo que hoy se llaman las “izquierdas”
no
son sino parte burda de otra alternativa más que se da a sí mismo
el capital.
En
cuanto a la crítica a la apuesta laicista de esa izquierda porque
esa apuesta ya la hizo la derecha, los argumentos son de traca. El
problema no está en el laicismo sino en su aplicación. El laicismo
debe ser una apuesta y una batalla ideológica, no una imposición.
Decir que el problema es el laicismo por el uso que ha hecho de él
la derecha es como renunciar a entender la realidad económica que
vivimos porque la derecha liberal también se ocupa, aparentemente,
de ello. La cuestión no está en el concepto sino en el uso que se
hace de él.
Vendernos,
como hace el autor del texto que les presento, la crisis de esas
“izquierdas” como meras consecuencias de sus zigzags tácticos,
no es sino escamotear el debate real y las conclusiones pertinentes.
Les
dejo con el texto. Saquen ustedes conclusiones.
¿QUÉ
LE HA PASADO A LA IZQUIERDA FRANCESA? MÉLENCHON, ASCENSO Y CRISIS
DEL PARTI DE GAUCHE
Clément
Petitjean.SinPermiso
El
Parti de gauche estaba llamado a reforzar la izquierda francesa.
Pero, ¿por qué esos esfuerzos han sido en vano?
El
cinco de julio de 2015, fecha del referéndum griego, alentó las
esperanzas de millones de europeos izquierdistas. Pero la
capitulación de Syriza ante sus acreedores en aquel mismo mes supuso
un recordatorio de la cruda realidad que afronta la izquierda
europea: todavía perdura la profunda crisis en la que se encuentra.
Una
amplia coalición de izquierdas fundada en noviembre de 2008 con el
nombre de Front de Gauche aunó diferentes organizaciones
progresistas: el recién fundado Parti de gauche (PG), el centenario
Parti communiste français (PCF) y otras tendencias izquierdistas de
menor tamaño, surgidas en noviembre de 2013 para conformar una nueva
organización, Ensemble!. Su objetivo original era construir una
amplia coalición de izquierdas que desafiase la hegemonía del Parti
socialiste (PS) en el campo de la izquierda francesa mediante la
lucha por reformas.
A
pesar de ser una organización joven, el PG asumió el papel rector
de la coalición, en mayor medida que el PCF. La lenta descomposición
del primero ofrece buenas explicaciones sobre el fracaso del Front de
gauche (FDG) en su desafío al dominio socialista.
¿Un
partido en crisis?
En
julio, el PG celebró su cuarto congreso bajo el título “La
solución es el pueblo”.
Esta convención, considerada un éxito por los líderes, tuvo lugar
en un contexto que muchos calificarían de “crisis
de partido”.
Durante los dos años anteriores, los comités locales de todo el
país empezaron a perder miembros de manera progresiva. Algunos
proclamaron su desacuerdo con el programa del partido y la falta de
democracia interna, mientras otros tan solo lo abandonaron sin hacer
ruido.
De
los 8.000 militantes que dice tener el partido, solo 1.700
participaron en la votación a las plataformas que competían por su
dirección. Por primera vez en la corta historia del PG, había dos
plataformas aspirantes, y no solo una. La opción mayoritaria,
apoyada por la ejecutiva del partido, cosechó solo el 55 % de los
votos, mientras que la otra plataforma competidora obtuvo el 45 %. La
perdedora, al tiempo que reclamaba una ruptura radical con el PS,
abogaba por un compromiso renovado con las clases trabajadoras
mediante la defensa de la “soberanía
nacional”
y la salida de la Unión Europea (UE).
Pero
hablar de la crisis del PG no basta para abordar el tema. La
totalidad de la izquierda francesa, al fin y al cabo, está en
situación de crisis. Desde el post-trotskista Nouveau Parti
Anticapitaliste (NPA) hasta los verdes (EELV) y el PS, todas las
organizaciones políticas se enfrentan la fuga de sus miembros,
disputas entre facciones, malos resultados electorales y una falta
total de visión estratégica de futuro. Incluso el Parti Ouvrier
Indépendant (POI) de tendencia lambertista, uno de los sectores de
la izquierda radical de Francia que todavía cuenta con mil
militantes, se encuentra al límite del colapso.
En
particular, la supuesta crisis del PG no es un acontecimiento
aislado. Debería entenderse en el contexto de su historia: la
trayectoria del partido ha sido una montaña rusa, primero con un
crecimiento estable, un momento de apogeo y una continua caída desde
entonces, tanto en términos de votos como de militancia.
Ascensos
y caídas
El
PG se funda en noviembre de 2008, de la mano del antiguo senador
socialista Jean-Luc Mélenchon y otros miembros discrepantes del PS.
A ellos se unieron disidentes de los verdes como Martine Billard, que
copresidió el PG hasta 2014.
Mélenchon,
un antiguo trotskista que se inscribió en el PS a finales de los
años 1970, lleva bastante tiempo en la actividad política. No
ofrece un rostro fresco, como Tsipras o Iglesias. Aterrizó al abrigo
de François Miterrand, fue senador socialista durante 20 años y
ministro del gobierno de Lionel Jospin entre los años 2000 y 2002.
Durante la campaña a favor del “no” al Tratado Constitucional
para Europa (TCE) en mayo de 2005, fue una de las principales figuras
del ala izquierdista del PS que se oponían a este.
Al
igual que con el referéndum griego de julio, ningún analista
político supo prever la victoria del “no”, y menos con un 55 %
de los votos. La mayor parte de los medios de comunicación abogaron
desvergonzadamente por el TCE y demonizaron a los defensores del
“no”, tratándolos como una horda de populistas antiliberales. La
inesperada victoria del “no” animó las esperanzas de cientos de
izquierdistas que se oponían a la naturaleza oligárquica de la UE.
Más
tarde, ese mismo año, las protestas populares capitaneadas por
jóvenes inmigrantes incendiaron los banlieues del país [1] en
respuesta al fallecimiento de dos adolescentes que huían de la
policía y se escondieron en una central eléctrica, donde murieron
electrocutados. En la primavera de 2006, se celebraron
manifestaciones masivas lideradas por los sectores jóvenes de la
sociedad en contra del plan del Gobierno que suponía una
desregulación del mercado laboral. En las elecciones presidenciales
de 2007, Olivier Besancenot, el célebre portavoz de la Ligue
communiste révolutionnaire (LCR), consiguió un millón y medio de
votos, más del 4 % del escrutinio.
En
este contexto aparecieron nuevas organizaciones políticas, como el
NPA (sucediendo a la LCR tras la exitosa campaña de Besancenot en
2007, en un intento de congregar las diferentes tendencias de la
izquierda radical francesa) o el PG, presidido por Mélenchon.
Poco
después del nacimiento del PG, Mélenchon, Marie-Georges Buffet (por
aquel entonces, la secretaria nacional del PCF) y otros grupos
pequeños de izquierdas fundaron el Front de gauche. El FDG presentó
a sus propios candidatos a las elecciones europeas de 2009 y a las
elecciones regionales de 2010. El modelo que originalmente pretendía
seguir era el del Die Linke alemán.
Die
Linke se creó en 2007 a partir del Partei des Demokratischen
Sozialismus (Partido del Socialismo Democrático), que nació de las
cenizas del partido comunista que había gobernado la RDA y que era
conocido como Trabajo y justicia social – La Alternativa Electoral
[(WASG) un grupo dominado por socialdemócratas y sindicalistas
descontentos y provenientes de Alemania Occidental]. Su copresidente,
Oskar Lafontaine, tenía una trayectoria similar a la de Mélenchon:
abandonó el Partido Socialdemócrata alemán (PSD) debido a su
deriva derechista, para construir una alternativa socialdemócrata de
izquierda.
El
hecho de que el FDG se convirtiese en la fuerza dominante a la
izquierda del PS no era algo que necesariamente fuese a suceder. En
el momento de su fundación, el NPA también parecía un proyecto
ilusionante, capaz de convertirse en un partido anticapitalista
fuerte que llegase más allá del ecosistema de izquierdas radicales
existente. Besancenot, un cartero de vocación, era mucho más joven
que todos los líderes del FDG y aportaba una voz más fresca que los
oficiales del PCF y el dirigente del PS Mélenchon. El NPA tenía un
enfoque centrado en los movimientos sociales, mientras que el FDG se
inclinaba originalmente hacia una estrategia más electoralista.
La
historia de la desaparición del NPA todavía está por escribir.
Pero el problema, sencillamente, era que el partido no supo
aprovechar la oportunidad para ampliar de manera trascendental su
base social, ya que pronto se vio atado por la rigidez de la
organización. El FDG, por el contrario, dado que se creó con el
objetivo de aunar diferentes organizaciones, portaba la idea de que
era posible superar las rivalidades internas para construir una
alternativa de izquierda fuerte.
El
PG se benefició enormemente de esta dinámica positiva. Así lo
reconoce Sylvie Aesbicher, una antigua dirigente parisina y miembro
de la dirección nacional que abandonó el partido en julio:
“Sirvió
para lo que debía; juntó a las personas al tiempo que avanzaba. La
construcción del Front de Gauche se dio al mismo tiempo que crecía;
primero en las elecciones europeas, cuando fuimos capaces de hacernos
un sitio, y después en las elecciones regionales, en las que lo
hicimos mejor, y después con la candidatura única para las
elecciones presidenciales, y después superando el 10 % en 2012. Los
resultados fueron decepcionantes, pero algo estaba pasando. Había la
idea de que se estaban alcanzando objetivos; libramos una batalla y
funcionó, por lo que valió la pena”.
Desde
2009 hasta 2012, la historia del PG es una historia de éxito. Ya que
el PCF parecía un partido de zombis, aquellos que apoyaban la
estrategia amplia de izquierdas del FDG se unieron al PG. Dada su
posición en el espectro político y su apariencia dinámica, el PG
representó la alternativa más viable. Así lo explica Manon Coléou,
que se unió al partido en diciembre de 2012:
“Nací
con la bandera roja bajo el brazo. Y estaba buscando un partido en el
que me sintiese cómodo. No quería afiliarme al NPA, o al PCF (al
PS, ni de broma). Entonces descubrí el PG durante las elecciones de
2012. En un principio me sentí decepcionado porque no podía unirme
directamente al FDG, pero decidí que el PG era una buena opción”.
En
2012, Mélenchon se postuló como candidato de la coalición a las
elecciones presidenciales. Se presentó con un programa común cuya
dinámica integradora recordaba al programa común de 1972 del PCF y
el PS [2]. Este programa defendía reformas progresistas para luchar
contra la crisis y poner fin a las sangrantes desigualdades
socioeconómicas; pretendía fortalecer el Estado de bienestar, los
derechos laborales y la redistribución de la riqueza; abogaba por la
renegociación de los tratados europeos y un plan económico
ecosocialista. También defendía una nueva asamblea constituyente
(un cuerpo o asamblea de representantes conformado a efectos de
diseñar y adoptar una nueva Constitución) para reavivar la vida
democrática francesa y romper con el régimen actual.
Mélenchon
cosechó el 11,1 % de los votos. Los cuatro millones de votos
conseguidos supusieron un resultado seis veces mayor que los 700.000
obtenidos por Buffet (1,93 %) en 2007; es el mejor resultado de lo
que queda de PS desde 1981. Aunque Mélenchon no consiguió superar
al ultraderechista Front National de Marine Le Pen (como dijo que
haría), su campaña inspiró a cientos de miles de ciudadanos. Había
una alternativa al sistema bipartidista neoliberal; “la
otra izquierda”
estaba en disposición de ganar y construir una mayoría. No fue así
esta vez, pero quizás para la próxima. Muchas personas se unieron
al PG sobre la base de esa fascinante promesa.
A
diferencia de otros grupos de la izquierda radical francesa, que ya
no reflexionaban sobre la conquista del poder estatal, el PG tenía
un plan estratégico. Pero Mélenchon y su círculo más cercano
están tan obsesionados por ello, que oscureció su postura política.
En
la carrera hacia las elecciones presidenciales, Mélenchon y su
equipo de campaña diseñaron una estrategia “frente
contra frente”,
dirigida contra Le Pen y el Front National, con la esperanza de
desenmascarar el programa social populista de Le Pen y así influir
en los segmentos de la clase trabajadora.
Bajo
esta estrategia moralista y de confrontación subyacía la siguiente
creencia: los votantes de la clase trabajadora ven cada vez con
mejores ojos al Front National, por lo que necesitamos enfrentarnos
al él en su terreno y mostrar el error de votar al fascismo. En
última instancia, esto fue un fracaso, y los discursos de Mélenchon
tan solo añadieron más fuerza al protagonismo de Le Pen.
Aunque
esta estrategia fue puesta otra vez en práctica en las elecciones
legislativas de junio en Hénin-Beaumont, una pequeña ciudad del
norte de Francia, donde los socialistas estaban inmersos en
escándalos de corrupción y donde se presentó Le Pen. El Front
National había puesto en marcha una estrategia constante de
organización a nivel local durante los 10 años anteriores.
Un
par de semanas antes del día de las elecciones, Mélenchon se
trasladó a esa circunscripción para supuestamente derrotar a Le
Pen, sin ningún apoyo de base. Mélenchon alcanzó el tercer puesto
(21,48 %), detrás del candidato socialista (23,5 %). El segundo ganó
con una estrecha mayoría de 118 votos.
Tras
esta derrota, que fue muy publicitada, Mélenchon hizo encallar al
puñado de comprometidos activistas locales del FDG; las asambleas
ciudadanas dejaron de funcionar de repente por todo el país, y la
excesivamente divulgada dinámica del FDG llegó a su fin.
Desde
entonces, atestiguamos una larga sucesión de luchas internas.
Las
elecciones municipales de 2014 fueron otro duro golpe al FDG. Los
resultados oscilaban entre el 5 % y el 7 % en todas las ciudades. El
PG había intentado capitalizar la fama y figura de Mélenchon, en
vano. Aunque la cara de Mélenchon estuviese en los carteles de
campaña colgados por las calles, su función emblemática y
cautivadora parecía perder su magia.
Los
mítines y marchas no atrajeron a tanta gente como antes. “Muchas
personas se unieron al PG en 2012, en medio de la dinámica del FDG.
Pero se cansaron de las disputas y desacuerdos internos, y muchos
dejaron de organizarse”,
declara Coléou. Un par de meses más tarde, el PG tuvo un resultado
igualmente malo en las elecciones europeas. Tan solo Mélenchon pudo
conseguir un escaño en el Parlamento Europeo bajo esa marca.
De
algún modo, el PG se redujo a la figura de Mélenchon. Esta
personalización de la política identifica el fracaso de un partido
cuyas dinámicas de organización se basaban en la presencia en los
medios, para compensar la falta de unas bases sustanciales. Aunque
los miembros del PG eran activistas comprometidos y disciplinados,
nunca fueron más de 12.000. Y estos militantes todavía pertenecen
de una manera abrumadora a la clase media (la mayor parte son
funcionarios, maestros o profesores).
Al
contrario de Die Linke, que consiguió formar gobierno en la región
de Turingia en diciembre de 2014, ningún candidato apoyado por el
FDG fue elegido para ocupar puestos de gobierno de tamaño
intermedio. La única victoria tangible fue la obtenida por la
coalición PG-Verdes en Grenoble (un antiguo bastión industrial de
500.000 habitantes), gracias, principalmente, al equilibrio de
fuerzas local y a las movilizaciones de base.
Para
las siguientes convocatorias electorales (las elecciones en diciembre
de 2015 y las presidenciales de la primavera de 2017) las
expectativas son sombrías. En la región de París, Pierre Laurent,
el secretario nacional del PCF, anunció unilateralmente su
candidatura, lo cual provocó intranquilidad entre otros socios del
FDG.
Durante
el Cuarto Congreso, una de las decisiones relativas a la estrategia
estaba relacionada con el FDG. A pesar de que la plataforma del
Congreso reafirmó su compromiso con esta coalición, otorgó
prioridad a los “movimientos ciudadanos” para la construcción de
una fuerza política más fuerte a la izquierda del PS que pudiera
incluir a otras organizaciones de izquierda como los Verdes. Esto
evidencia hasta qué punto el FDG ha dejado de ser atractivo.
Por
supuesto, existen factores externos que explican el fracaso del FDG y
del PG. En primer lugar, los movimientos sociales se hallan en un
punto históricamente bajo. El último movimiento progresista de
masas, el movimiento de los pensionistas, tuvo lugar en el otoño de
2010. A pesar de que fueron millones de personas las que se
manifestaron para mostrar su oposición al plan del presidente
Sarkozy de transformar de manera radical el sistema de pensiones, el
movimiento se vio agotado. La mayor parte de los movimientos de masas
desde entonces han sido de carácter reaccionario, como las
manifestaciones contra el matrimonio homosexual de los años 2012 y
2013.
En
segundo lugar, a diferencia de sus compañeros en Grecia y España,
el PS no ha sufrido la pasokización (todavía). Se ha mostrado
sorprendentemente resistente desde que consiguió el gobierno tras
las elecciones de 2012. De nuevo, a pesar de su desvío hacia
posiciones derechistas, todavía representa la izquierda para muchos
votantes, y el último baluarte contra el Front National. Sus
mensajes electorales se basan en lo siguiente: “o nos votas, o
ganará Marine Le Pen”.
Los
socialistas franceses destacan en este método menos demoníaco de
chantaje. En 2012, el verdadero problema no era que la gente dudase
entre Le Pen y Mélenchon, sino que dudasen entre Mélenchon y
François Hollande. Muchos votantes de izquierdas sentían tanto odio
hacia Sarkozy que decidieron votar a Hollande. De hecho, Mélenchon
pidió a sus simpatizantes que votasen a Hollande contra Sarkozy en
la segunda vuelta.
En
tercer lugar, la presencia de un partido de ultra derecha fuerte, que
progresivamente amplía su apoyo popular, elecciones tras elecciones,
se ha convertido en una característica propia del paisaje francés.
Los votantes desilusionados con los fracasos económicos de Hollande
y las continuas reformas del mercado laboral miran cada vez más
hacia el Front National en lugar de al PG.
Pero
también hay factores internos que provocaron el fracaso del FDG. En
el centro de las disputas más agrias entre el PCF y el PG estaba la
cuestión de la contingente alianza con el PS durante las elecciones
regionales. La explicación a esto la hallamos en la propia historia
del PCF.
Tal
como demuestra Julian Mischi en Le Communisme désarmé, la base
militante del partido (en tiempos, uno de los partidos más fuertes
de Europa occidental y la fuerza hegemónica de la izquierda
francesa) se ha ido empequeñeciendo durante los últimos 40 años y,
en consecuencia, el PCF ha cerrado filas en torno a sus
representantes electos. Dado que su supervivencia como organización
depende de su permanencia en los cargos de elección popular (en
concreto, en el histórico “cinturón rojo” de París), el PCF ha
apostado de manera sistemática por aliarse con su socio más fuerte,
el PS.
Estas
disputas entre facciones eran un asunto central, ya que el FDG nunca
había tenido ninguna presencia organizacional. Aunque la campaña de
Mélenchon bajo la marca del FDG en 2012 pudo captar la ilusión de
varios millones de votantes, y a pesar de estar construido en base a
comunidades organizadas (las diferentes asambleas ciudadanas que
fueron surgiendo por el país), era imposible unirse directamente a
la organización.
Así,
los resultados de 2012 no se tradujeron en un incremento duradero de
su militancia. Los eternos debates entre comunistas y el PG con
respecto al establecimiento de un sistema de afiliación se agotaron.
Algunos activistas de las bases se posicionaron para liderar la
alianza, pero sin éxito. De ahí la naturaleza contradictoria de la
coalición: a pesar de que el FDG, y no sus partes individuales, fue
capaz de entusiasmar a cuatro millones de votantes, nunca llegó a
ser más que la suma de sus partes.
Ante
esta profunda crisis (un reflejo de la crisis general que atraviesa
la izquierda radical francesa en su conjunto), la solución del PG
fue ir más allá de las organizaciones políticas y contribuir a la
construcción de asambleas ciudadanas para preparar la “revolución
ciudadana”.
A
pesar de que, en un principios, el FDG siguió el modelo de Die
Linke, ahora, parece que Mélenchon y el PG dirigen su mirada hacia
Podemos, las movilizaciones de base no partidista y una apelación
más amplia al “pueblo”. Es una extraña mezcla entre la
transversalidad y el republicanismo, entre la espontaneidad y la
institucionalización.
El
asamblearismo de discurso transversal
Los
miembros del PG son bien conocidos entre los activistas franceses por
su compromiso militante; distribuyen panfletos, cuelgan carteles y
participan en todas y cada una de las luchas en las que pueden. Como
señala Aebischer:
“A
los activistas del PG se les dijo de manera continua que, allí donde
haya una batalla, por pequeña que sea, hay que dar apoyo, ya que de
ahí surgirá la conciencia: hay que enfrentarse a la austeridad, en
pro del “interés humano general” y del ecosocialismo. Se
perciben las luchas como un momento de intensa politización. La
estrategia del PG es encender todos esos pequeños fuegos. El PG ha
desistido de convencer al pueblo sobre sus argumentos y programa”.
Cuando
hablé con Mélenchon, teorizó este tipo de activismo, que llamó
“guerra
de movimientos”:
“El
partido, a largo plazo, solo podrá batallar en una guerra de
movimientos. Nunca luchamos en guerras de posiciones, porque no somos
capaces de soportarlo. La genialidad de nuestra época es el arte de
los movimientos. Todos aquellos que libran guerras de posiciones
están condenados a perder finalmente sus posiciones, porque el
propio terreno desaparece bajo sus pies. La característica principal
de nuestra época es su carácter metaestable: constantemente al
borde del colapso”.
La
cara oculta de ese ultra-activismo es que termina por desgastar a las
personas. Durante un par de años (en el mejor de los casos), se crea
un fuerte revuelo que termina por apagarse. De ahí la alta rotación
entre miembros del PG.
Según
explica Aebischer, “en
el comité del vigésimo arrondisement de París, solo tres o cuatro
de los que se afiliaron en 2008 continúan todavía en el partido.
Llegó un punto en el que el comité contaba con 180. Sobreviví a un
par de generaciones de activistas del PG que lo daban todo durante
una campaña, quizás dos, y luego lo abandonaban. El PG vive en un
estado de urgencia sin tregua; no puedes pensar, porque estás
ocupado todo el tiempo. No puedes dar un paso atrás y hablar, por lo
que tienes dos opciones: o te vas, o te callas”.
Esta
transversalidad se materializa en las asambleas ciudadanas. El
objetivo no es solamente unir a los activistas expertos, sino a la
gente común, a los ciudadanos concienciados. Las organizaciones
políticas son bienvenidas, pero no los líderes. En la terminología
del PG, el partido es un “explorador” o un “percusor”: su
cometido no es liderar, sino ayudar a que el “pueblo” lidere.
La
estrategia de asambleas es la orientación tomada por el PG para las
próximas elecciones regionales: las asambleas, no el PG, decidirán
qué camino tomar. En Franche-Comté, por ejemplo, Gabriel Amard, un
secretario nacional, no menciona su papel ejecutivo en el partido y
se presenta como miembro del activismo ecosocialista.
El
llamamiento a las asambleas ciudadanas no es algo nuevo, sino que se
encuentra en las bases de la estrategia de Mélenchon desde el
principio. En la estrategia del PG para conquistar el poder del
Estado, las asambleas ciudadanas son el instrumento prioritario y la
base de una revolución ciudadana.
Mélenchon
tomó prestada esta idea de los experimentos latinoamericanos de
finales de los años 1990 y principios de los 2000, cuando
movimientos populares en Venezuela, Ecuador, Brasil, Bolivia y
Argentina auparon líderes progresistas a puestos de gobierno. Estos
movimientos encontraron su expresión política a través de procesos
constituyentes.
La
idea de la revolución ciudadana está sacada directamente del
presidente ecuatoriano Rafael Correa, que mantiene una relación
cercana con Mélenchon (al que respaldó oficialmente en las
elecciones presidenciales de 2012 [3]). De ahí que Mélenchon
insista en que “la
estrategia revolucionaria del PG es la asamblea constituyente.
Admitimos que puede haber otras opciones, pero no podemos esperar a
que la gente nos diga cuál. Somos los únicos que podemos articular
una estrategia para conseguir el poder y la transformación popular”.
Para
Mélenchon, la revolución ciudadana es un “objeto
ideológico”, “una estrategia política y una realidad de nuestro
tiempo”,
pero también una “teoría” que puede otorgar sentido al pasado y
predecir el futuro.
Durante
una charla en junio, Mélenchon defendió que la “teoría
de la revolución ciudadana nos permite unirnos en torno a un
entendimiento inclusivo sobre lo acontecido en el siglo XIV en
Francia con Étienne Marcel, en 1917 en Rusia y en muchas otras
ocasiones”.
Aquí, “ciudadano”, quiere decir tanto que nace de la ciudadanía,
como que persigue objetivos universales que trascienden las demandas
sociales, para alcanzar un “interés general humano” y más
precisamente, la defensa del ecosistema.
En
el desastroso contexto político actual, Mélenchon cree que esta es
la única estrategia viable. “Hoy,
existe un sentimiento general de usurpación. Y también una
desmoralización de las organizaciones políticas. Digan lo que
digan, no hay alternativa al movimiento ciudadano. ¿Cuál, sino?
¿Los partidos, como siempre? Si seguimos como siempre, lo único que
podemos esperar son los resultados de siempre”.
No
solo es la revolución ciudadana una teoría y realidad integradoras,
sino también el futuro que se atisba en el horizonte. “La
revolución ciudadana, ahora, para 2017”,
profetiza la resolución del Cuarto Congreso.
No
obstante, el énfasis que se pone sobre los movimientos ciudadanos no
pasa sin críticas entre las filas del propio PG. Para muchos, se
trata de un término “paraguas” que esconde diversas
configuraciones locales. Según explica otro líder parisino que
abandonó el partido, Fabien Marcot, “hay
muchos sitios donde a lo que se llama movimiento ciudadano es en
realidad el PG; los miembros del PG al cargo. No hay ciudadanos,
realmente”.
Además,
tras estas promesas participativas, verticales y ascendentes, la toma
de decisiones en las asambleas ciudadanas funciona de una manera
descendente y antidemocrática. Gran parte de los asuntos se
resuelven de antemano por parte de los miembros del partido. A los
“ciudadanos” se les invita a unirse y acatar.
Las
asambleas ciudadanas han fallado como instrumento de politización
que reivindica una audiencia más amplia que el coro activista. Para
Niels Caron, que se unió al PG en sus primeros días pero se
distanció a partir de 2012,
“El
problema con las asambleas ciudadanas es que el programa ya se
escribe a priori y no hay nada de “ciudadano” en ello. Es un poco
como una estafa. Se le hizo creer a la gente que tienen derecho a
opinar y decidir sobre el programa. Así que le decimos a las
personas: ‘haremos esto, aquello, tendremos una asamblea ciudadana,
una transición y revolución ecológica’. La gente viene, escucha,
asiente y eso es todo”.
Republicanismo
revolucionario
El
panorama de la transversalidad es tan solo una parte de la historia.
La otra son el institucionalismo y el republicanismo asentados.
La
paradoja de la revolución ciudadana planteada por Mélenchon es que
defiende una ruptura con el marco institucional actual, a pesar de
que al mismo tiempo opera a través de ese mismo marco (la
“revolución
con las urnas”).
Se llama a un proceso revolucionario cuyo único resultado es un
resultado electoral.
“El
PG no renunciará a su hipótesis electoral”,
dice Paul Vannier, el secretario nacional de educación. A este
respecto, el referéndum griego reivindicó la estrategia del PG. Fue
una “manifestación
de la dinámica de la revolución ciudadana. Se corresponde realmente
con lo que creemos que se debería hacer una vez se está en el
gobierno: recurrir frecuentemente a la gente, preguntarles,
politizarles. Por supuesto, hubiéramos considerado el resultado del
referéndum como un trampolín para romper con la lógica del
memorándum”.
El
republicanismo revolucionario de Mélenchon, tal como lo llama, se
aprovecha claramente de Jean Jaurès, quien, a principios del siglo
XX, diseñó una síntesis del socialismo y del republicanismo;
marxismo y filosofía de la ilustración (materialismo e idealismo en
la forma de una “república
social”).
Pero
las cosas han cambiado desde la época de Jaurès y defender la
república hoy en día tiene un significado político diferente del
que tenía hace un siglo. Pensemos, tan solo, en el hecho de que el
mayor de los partidos de derecha, Union pour un mouvement populaire
(UMP), se han reinventado como “republicanos”.
El
incondicional republicanismo del PG implica un entendimiento rígido
de la laicidad, por ejemplo. A partir de la Revolución francesa [4],
la izquierda republicana francesa ha luchado en pie de igualdad
contra la antiquísima Iglesia católica. Un principio fundacional de
la república francesa, la separación del Estado y la Iglesia y la
protección de la libertad religiosa de los ciudadanos está en el
centro de la laicidad.
Sin
embargo, desde, por lo menos, los años 1980, este principio
progresista ha sido utilizado como instrumento reaccionario,
principalmente contra la población musulmana de Francia. Desde los
ataques terroristas de Charlie Hebdo y del Hypercacher, los
incidentes islamófobos se han multiplicado y los sentimientos contra
el mundo musulmán van ganando terreno.
La
laicidad, especialmente en relación a los musulmanes, ha sido un
verdadero muro de contención contra la izquierda. En la primavera de
2004, se aprobó una ley que prohibía el uso de pañuelos y velos en
los centros escolares. Las organizaciones de izquierdas acudieron
separadas al debate, que había empezado a principios de aquel otoño,
cuando dos alumnas fueron expulsadas por vestir el hiyab. Algunas
apoyaban la ley mientras que otras denunciaban que era un caballo de
Troya que permitiría más discriminaciones contra la población
musulmana.
La
“línea roja” de la laicidad en el PG es una de las razones por
las que Sophia, una antigua dirigente en Lyon y Nantes, decidió
abandonar el partido. Como masón manifiesto, la posición de
Mélenchon sobre este tema era paradójicamente menos rígida que la
línea que habían avanzado algunos líderes y muchos miembros de las
bases: mientras afirmaba que la ausencia de una laicidad básica
conduce necesariamente a conflictos internos y su objetivo es
proteger las creencias de las personas a través de poderes públicos
neutrales, muchos miembros del partido reivindicaban una restricción
de la fe de las persona mediante medidas represivas y excluyentes.
“Durante
las elecciones municipales, la cuestión de la laicidad se centró en
las cafeterías de los institutos, las piscinas y los patios. Mantuve
discusiones violentas con algunas personas. Algunos decían que a los
niños musulmanes se les debería forzar a comer carne de cerdo. Eso,
o que no fuesen a la cafetería. Esa es la posición del PG: si
tienes restricciones de dieta, ¿por qué no comes en otro sitio?
Esta postura es absolutamente rígida e insensible. Por muchas
razones, los musulmanes viven en condiciones más precarias que otras
personas. Así, impedimos que los niños musulmanes no puedan entrar
en la cafetería de la escuela y sus madres tendrán que preparar su
almuerzo”.
El
principal objetivo del republicanismo del PG es el régimen político
actual, la Quinta República. Esta, un producto del golpe suave de
Charles de Gaulle para solucionar la crisis política de Argelia,
reemplazó el régimen parlamentario de la Cuarta República por un
sistema más presidencial.
No
obstante, al contrario de la Constitución estadounidense, no se
integraron controles y contrapesos en el sistema, y el poder político
fue concentrándose en las manos del presidente. Y más aún a partir
de 1962, cuando la elección del presidente empezó a realizarse
mediante sufragio universal.
Algunas
disposiciones constitucionales permiten la censura de los órganos
legislativos, la Assemblée Nationale. El artículo 49.3 de la
Constitución, por ejemplo, otorga al gobierno la capacidad de forzar
la aprobación de una ley, en la misma votación y ligada a la
negativa en una moción de censura.
Las
denuncias dirigidas hacia la Quinta República y su naturaleza
monárquica son tan antiguas como el propio régimen. En 1964, antes
de concurrir por primera vez a las elecciones, François Mitterrand
escribió Le coup d’État permanent (El golpe de Estado
permanente), una crítica completa del poder personal de De Gaulle y
de las instituciones que se lo otorgan.
Pero
la reducción temporal del mandato presidencial de siete a cinco años
en 2000 no ha conseguido sino aumentar el poder del Presidente y
debilitar todavía más el parlamento. “Esas
son las cuestiones reales que debe tratar la izquierda. Hoy, la
cuestión de la Quinta República es una realidad evidente: ha habido
tres aplicaciones del artículo 49.3 en seis meses. Hoy, el
autoritarismo es un instrumento al que el gobierno recurre con
frecuencia; se encuentra en los fundamentos del funcionamiento del
gobierno”,
afirma Vannier.
La
solución del PG a esta crisis de régimen es reivindicar una Sexta
República y la conformación de una asamblea constituyente, evocando
la memoria de la Asamblea constituyente de 1978 que dio a luz a la
Revolución francesa.
La
invocación de la Sexta República (un objeto de debate incluso
dentro del partido) se basa sobre dos supuestos fundamentales: la
idea de que la cuestión institucional conlleva suficiente peso e
impulso para ganar el apoyo popular y la promesa de que un cambio
institucional, producto de un proceso electoral, es la solución
clave a los problemas diarios de las personas.
El
movimiento por una Sexta República
El
verano pasado, Mélenchon tuvo una ocurrencia que pocos pudieron
prever: el llamado Movimiento por una Sexta República (M6R).
Evidentemente, el doble enfoque de la revolución ciudadana y la
crítica republicana de la Quinta República se hallan en el corazón
de la identidad política del PG desde su nacimiento. Pero el M6R,
presentado unilateralmente por Mélenchon, supone un punto de
inflexión par el PG.
¿Qué
es el M6R? “M6R
es una idea dentro de una estrategia más amplia”,
afirma Mélenchon.
“Es
una idea sobre cómo hacer de una idea, la idea de la mayoría.
Aunque no sea en sí una idea. Y es una práctica política
diferente. Resultaba paradójico el hecho de que un hombre propusiese
una idea en la que no cabía ningún hombre providencial. Pero creo
que ha sido un éxito; déjenme señalar que es la mayor
reivindicación política del país. Hasta ahora, hemos alcanzado las
90.000 [firmas] y espero que para septiembre de 2012 lleguemos a las
100.000”.
La
idea original era aplicar el modelo de las asambleas ciudadanas a una
sola causa, la reivindicación de una Sexta República. Partiendo de
la movilización popular, se esperaba que surgiesen las estructuras
democráticas de organización y que la gente se autoorganizase con
vistas una Sexta República.
Pero
en el M6R, la Sexta República no es un medio para la emancipación
política, sino un fin en sí misma. Así lo dice el texto que “se
adoptó por el M6R por más del 90%”:
“El
M6R actúa para constituir la Sexta República, para que así la
humanidad pueda caminar sobre la vía hacia el progreso. Tales
cambios implican una insurrección civil, una revolución ciudadana…
La Sexta República será democrática, social, verde, laica,
feminista y emancipadora. Será la garantía de la soberanía popular
en todos los ámbitos y una salvaguarda de nuevos derechos
universales”.
La
Sexta República es eso con lo que siempre has soñado, pero que
nunca te habías atrevido a reclamar. No solo eso, porque cuando se
haya creado, vendrá con nuevos derechos.
Aunque
el M6R y el PG son “totalmente
independientes”,
según afirma Paul Vannier, fue un punto de inflexión para el
partido. Dañaba la imagen de Mélenchon fuera del PG, ya que para
muchos se había convertido en un espíritu incómodamente libre.
En
agosto de 2014, Mélenchon anunció ante la prensa que daría un paso
atrás de la primera línea política. “Ya
no tengo ninguna responsabilidad ejecutiva. No me posiciono en ningún
sector del partido”,
afirmó. Aún así, todavía ejerce de autoridad moral sobre el PG.
“Ya
no tiene ningún papel de liderazgo dentro del partido, pero la gente
todavía le escucha”,
explica Coléou.
A
pesar de haber perdido su puesto directivo, Mélenchon no ha
terminado con la política electoral. En su discurso de apertura del
Cuarto Congreso, Mélenchon anunció oficialmente que concurriría a
las elecciones presidenciales de 2017.
En
la entrevista que le hice el día anterior, declaró: “estoy
disponible y estoy trabajando en ello seriamente”.
Reconoce que la “amenaza
de 2017”
está destruyendo a la “otra
izquierda”.
No obstante, se muestra confiado: “creo
que puedo darle al vuelta a la tortilla. Pero soy el único que lo
piensa”.
Se presentará, como candidato del FDG o no.
La
estrategia individualista de Mélenchon coincidía con la retracción
del liderazgo del PG. Martine Billard, que había sido copresidenta
del PG desde 2010, renunció a su cargo en agosto de 2014; a François
Delapierre, el principal estratega del PG y amigo cercano de
Mélenchon, se le diagnosticó cáncer y falleció trágicamente
joven este verano. “Todo
sucedió para dejar a Mélenchon vía libre”,
afirma Marcot. “Su
línea, que había sido contrarrestada hasta entonces, era de repente
la única línea. Paradójicamente, al mismo tiempo que Mélenchon se
distanciaba del PG”.
Este
giro inesperado creó una gran confusión en las líneas del PG.
Entre septiembre de 2014 y Enero de 2015, la formación no emitió
ningún folleto en toda la nación.
Era
un momento decisivo, pero también un error rotundo. Al margen del
propio Mélenchon y su círculo más cercano de fieles seguidores,
nadie que cree que el M6R vaya a llegar muy lejos. Un simple vistazo
a las páginas web de peticiones demuestra que conseguir 90.000
apoyos no es un logro tan grande como proclama Mélenchon. “Al
principio, muchos dudaron sobre el M6R y su relación con el PG;
podría ser que acabase con el partido. Lo que estamos diciendo ahora
es que el M6R ha sido eliminado de raíz”, cuenta Coléou mientras
se ríe.
La
soberanía nacional
A
pesar de este error, el M6R da signos de un cambio de pensamiento de
Mélenchon (con su consiguiente efecto dominó sobre la política del
PG). Durante los últimos dos años, Mélenchon ha cambiado “la
izquierda” por “el pueblo”. Según Mélenchon, lo que teme “el
sistema”, “la casta”, ya no es la izquierda, sino el pueblo. La
“era de la izquierda” había sido sustituida por la “era del
pueblo”.
Aprovechándose
del lenguaje populista de Podemos y de la retórica residual del 15M
y Occupy Wall Street, Mélenchon intenta reavivar discursivamente la
estructura tripartita del antiguo régimen, que había sido la
condición previa a la Revolución de 1789. Los equivalentes del
Tercer Estado, el clero y la nobleza son, para Mélenchon, el pueblo,
los medios y la oligarquía (léase, “la casta”).
Los
cuadros del PG siguieron la vía marcada por Mélenchon, pero con
reservas. Al tiempo que el Congreso declaraba que la “solución”
a la crisis actual estaba en el pueblo, el coordinador nacional Eric
Coquerel, defendía que el PG era un “partido de clase, de clase
obrera”.
La
sobrevaloración del “pueblo” está apoyada por la
sobrevaloración de “la nación” y la “defensa
de la soberanía nacional”.
El principal problema aquí es la UE y el euro, en un momento en que
comenzaba la sumisión de Grecia a sus acreedores. Lo que ha mostrado
de manera rotunda el experimento griego es que es imposible romper
con la austeridad sin romper con el marco neoliberal de las
instituciones europeas. Por eso el PG ha estado trabajando en un plan
B.
Si
la plataforma del PG prueba imposible la aplicación de reformas en
el marco actual de las instituciones, y si los tratados no pueden ser
revertidos de manera radical, hay una alternativa de actuación:
salir de la eurozona, formar una coalición con otros gobiernos
europeos anti-austeridad y destruir la Unión. En una entrevista de
agosto, Mélenchon declaró que “si
tenemos que escoger entre el euro y la soberanía nacional, escojo la
soberanía nacional”.
La
defensa de la soberanía nacional era central en la plataforma que
obtuvo el 45 % de los votos de la militancia. Muchos dentro del
partido se oponen a esta idea, y reclaman la “soberanía popular”,
pero la idea de soberanía casi nunca se cuestiona.
Uno
de los principales líderes de la plataforma minoritaria, Ramzi
Kebaili, defiende que “el
PG reivindica la noción de soberanía nacional. No en un sentido
nacionalista, sino en un nuevo sentido: la Nación francesa es la
gente; volvemos al significado que el término tenía durante la
Revolución francesa”.
Su posición se apoya sobre la presunción de que “el
pueblo espera que hablemos de la nación, de un proyecto común.
Definido en un sentido republicano”.
Es
discutible si volver, otra vez, a la Revolución francesa aporta
algún contenido nuevo a tan repetitiva expresión (que, además,
conlleva una carga política). Tal como señala Niels Caron, “el
problema es que la palabra ‘nación’ es muy antigua. Todo este
discurso se basa en los siglos XVIII y XIX, en el momento de 1792 a
1793 en la Revolución francesa. Realmente, no le dice nada a la
gente”.
Pero
eso no es todo. En el contexto francés, la soberanía nacional y la
postura “soberanista” se asocia normalmente con la derecha: un
miedo xenófobo hacia los extranjeros, una fascinación por la ley,
el orden y el ejército, una alarma sobre el declive de la influencia
de Francia en el mundo, etc. ¿Es el giro hacia el soberanismo el
destino de todas las ramas izquierdistas del PS?
Al
mostrarse reacio a respaldar las manifestaciones convocadas por los
comunistas, ecologistas o trostkistas, su única vía de
supervivencia está en el firme republicanismo. Eso es lo que le pasó
a Jean-Pierre Chevènement, un antiguo ministro del Interior del PS
en el gobierno de Jospin que progresivamente se posicionó de manera
decidida (e incluso más reaccionaria) en el soberanismo.
Mélenchon
y el PG no son Marine Le Pen y el Frente Nacional, obviamente. Pero
el uso de la soberanía nacional en la resolución del congreso (una
decisión que suscitó desacuerdos en la base) apunta un cambio mayor
de la política de clase y la política del oprimido en un sentido
amplio, a un nacionalismo cerrado.
En
la boca de Mélenchon, este nacionalismo anacrónico (e izquierdista)
ha mutado en un preocupante nacionalismo crítico con Alemania, per
se. En su libro Le hareng de Bismark exhibe el más puro sentimiento
anti-germano.
A
lo que trata de enfrentarse Mélenchon no son los gobiernos de la
austeridad, ni los gestores neoliberales del capital, ni la lógica
neoliberal de socializar los riesgos y privatizar los beneficios,
sino Alemania. El capitalismo europeo y las instituciones se reducen
a Alemania, y Alemania a Merkel. Cierto, la Troika habla Alemán,
pero el Fondo Monetario Internacional habla Francés.
Priorizar
al “pueblo” y la “nación” por encima de un juicio más
empírico de las fuerzas sociales dispensa las relaciones de poder
que subyacen en la pugna política. Resta importancia a la lucha de
clases en Francia, por ejemplo, con el violento ataque que los
capitalistas y su principal organización, el MEDEF (Movimiento de
las Empresas de Francia), ha dirigido contra el trabajo y [lo que
queda de] Estado de bienestar.
También
evoca categorizaciones vagas y un programa peligroso. “El pueblo”
es una categoría que menosprecia la intrincada lógica de los
sistemas de opresión. Un ejemplo clásico, el sacado de la crítica
antirracista de la retórica del “99 %”: ¿deberíamos marchar
todos, junto con los policías, dado que ellos también son “el 99
%”? De modo inverso, hablar del “pueblo” contra el “sistema”
no permite un análisis de las alianzas tácticas con alguna de sus
fracciones ni un entendimiento de las corrientes contradictorias que
engloba “el pueblo”.
Finalmente,
declarar que “la
solución es el pueblo”
aparta la cuestión de la construcción de organizaciones e
instituciones colectivas, democráticas que desafíen el orden actual
y los poderes que surjan a largo plazo. La lucha política no es una
excepción apocalíptica.
Tal
como defienden Caratina Príncipe y Dan Russell [5], “una
estrategia viable para poner fin a la austeridad no puede contrapesar
lo político y lo social: la alternativa política debe ayudar a
crear su propia base social”.
Mélenchon y el PG están tan pendientes de los calendarios y
victorias electorales que dejan la cuestión social, básicamente,
apartada a un lado.
No
obstante, sería erróneo pensar que la línea del PG es tan recta y
clara. Más bien lo contrario. El partido se caracteriza por su
habilidad para decir cosas contradictorias, primero una cosa y a la
vez la otra. Aunque la larga trayectoria de Mélenchon ha estado
dedicada a la estrategia de la revolución ciudadana durante ya algún
tiempo, todavía menciona a la “otra izquierda”, convocando a los
demás partidos de izquierdas para construir coaliciones electorales
más amplias. Intenta andar con dos piernas: la pierna ciudadana,
antisistema, y la pierna de la “otra izquierda”, de coalición
anti-austeridad más amplia, esperando que alguna de ellas tome la
iniciativa de andar.
Francia
está aburrida
Mélenchon
siempre ha sido la pieza angular de la arquitectura del PG, su líder
carismático y cabeza pensante. Desde su fundación, los miembros del
PG han repetido que el partido no es un fin en sí, sino que lo único
que mantenía en pie al partido era la dinámica del FDG.
Hoy,
Mélenchon ha abandonado los puestos de liderazgo y se centra casi
exclusivamente en un mortinato “movimiento” populista. El FDG
está en horas bajas y muchos miembros del PG están cansados,
desesperanzados o desaparecidos del mapa. ¿Qué es lo que queda?
Es
bastante posible que el PG se mueva como un pollo sin cabeza, dando
tumbos durante un año y medio, aproximadamente (pongamos que hasta
las elecciones presidenciales de 2017), y entonces, de puro
agotamiento, caiga muerto.
El
problema, claramente, es que las otras gallinas izquierdistas de
Francia no tienen mejores expectativas. Se empequeñecen a diario,
pierden su vínculo con los trabajadores y sus políticas sufren de
una falta dramática de ingenio. Pero como acontece siempre con las
pugnas políticas, nunca se puede descartar un escenario
revolucionario. En marzo de 1968, Le Monde describía en su editorial
a una Francia “aburrida”. Un par de meses más tarde, sucedían
los acontecimientos de Mayo del 68.
Notas:
[2]
See available on ESSF (article 35935), Before Tsipras in Greece, the
1980s in France – The Many Lives of François Mitterrand:
[5]
See available on ESSF (article 35908), Asking the Right Questions –
On the challenges faced by the Left in Europe: