Armando B.
Ginés. Diario Octubre
El
siglo XXI está plagado de primaveras ideales o elegantes y revoluciones de seda
o terciopelo.
La literatura política es abundante al respecto: países del Este de Europa,
algunas naciones árabes y territorios en Asia son los espacios donde han
surgido, de modo espontáneo según la versión oficial de los medios de
comunicación occidentales, estas algaradas incontenibles de furor masivo a
favor de la democracia y la libertad capitalista. Todo en un tono mesurado y
aséptico, sin apenas conflicto social patente, no desbordando los límites del
orden establecido, al menos si nos dejamos llevar por los relatos mitificados
confeccionados por intérpretes, enviados especiales y voceros de la
globalización neoliberal. Pasado un lapso temporal indeterminado, la mayor parte
de las primaveras revolucionarias han caído en el olvido mediático, han sido
sofocadas con golpes de Estado, se han institucionalizado mediante elecciones
dirigidas por los intereses multinacionales o se han reconducido en su pasión
inicial a bellas páginas históricas plagadas de mitos e iconos
seudodemocráticos.
En todas las
revueltas participa de una forma general la juventud, sin matices, jóvenes bien
preparados y casi siempre prooccidentales. Además de asonadas juveniles, suelen
presentar la característica difusa de la espontaneidad absoluta y son
convocadas de manera súbita a través de las redes sociales. La llamarada prende
de la noche a la mañana, las calles se pueblan de gritos revolucionarios en
apariencia y la simpatía irreflexiva en Europa y EE.UU. se desborda. Adoptan un
estilo primaveral iniciático que concita ilusiones y adhesiones viscerales
interclasistas, repitiendo mensajes y eslóganes consabidos que jamás ponen en
cuestión el régimen capitalista.
Sobre su
espontaneidad, no obstante, hay dudas más que razonables. En muchas
imágenes difundidas pueden observarse símbolos fascistas, nazis o integristas
mezclados con rostros cándidos de manifestantes muy jóvenes. Análisis
independientes refieren que los grupos que lideran a los primaverales
revolucionarios tienen contacto con agencias de espionaje vinculadas a EE.UU. y
Europa, principalmente la CIA.
No es de extrañar tal descubrimiento. La geopolítica es así.
El imperialismo, valiéndose de condiciones objetivas existentes en sus zonas de
influencia, intenta desvirtuar las reivindicaciones sociopolìticas y guiarlas
por caminos amables a sus intereses. De esta forma, en los antiguos países
comunistas, con esta táctica solapada, se pretende erosionar las capacidades
políticas de Rusia y en Asia, de China. En los países árabes, lo que se procura
es mantener gobiernos aliados títeres, fundamentalistas o no, que sirvan a los
intereses del saqueo energético global del neoliberalismo.
Las primaveras
poéticas y las revoluciones de salón impiden que el conflicto social latente
salga a flote tal cual, de manera cruda y violenta, dirigiendo las
inquietudes reales a meras operaciones estéticas sin salida democrática
auténtica. Mucha gente se suma al carro de ellas al no hallar puntos de
encuentro viables a las situaciones políticas de sus respectivos países. Se
manipula la conciencia colectiva con las verdades de siempre, libertad,
democracia, derechos humanos, desligándolas de las causas de opresión que
originan su ausencia. Jamás se menciona al régimen capitalista como caldo de
cultivo donde germinan las injusticias y desigualdades existentes que padecen y
atenazan a sus poblaciones.
El clamor y
entusiasmo se convierte al poco tiempo en atonía y desengaño. Las aguas
vuelven a su cauce de forma regular y controlada: se repiten comicios si el
resultado no agrada a las elites, se instauran gobiernos ilegítimos de carácter
militar o todo sigue su curso sin modificaciones sustanciales en la estructura
económica y en la preeminencia de las elites autóctonas. Los mass media se olvidan enseguida de esas
primaveras tan revolucionarias y de gestas tan audaces y heroicas.
El efecto contagio
ha llegado también a la juventud de Occidente, siendo las redes sociales el
vehículo favorito para extender esa efervescencia incontrolable con conceptos
similares a los ya apuntados. Tal ilusión es antipolítica, inmediata, virtual,
sin raíces en la realidad objetiva, en el barrio, en el centro de trabajo, en
el día a día ni en el devenir histórico. Se rechaza todo el entramado social y
político en nombre de multitud de frases hechas sin nexo entre ellas, a golpe
de voluntarismo infantil. Se pretende inaugurar algo nuevo solo con palabras,
tics y actitudes individualistas, un grito desgarrador y ético que muere nada
más ser lanzado al vacío o en recorridos muy breves.
En este escenario
ahistórico y eminentemente moral, la profusión de manifiestos que buscan
liderazgos utópìcos se multiplica sin cesar, recogiendo textualmente todos los mensajes
de mareas, reivindicaciones sociales y movimientos dispares que van ocupando la
calle sucesiva o simultáneamente. Son documentos nerviosos y exaltados que
adolecen de un corpus ideológico común. Jamás citan en aras de un consenso lo
más amplio posible, las escasas excepciones confirman la regla, al capitalismo
como régimen que ocasiona y provoca los problemas o conflictos que dicen
combatir; tampoco se menciona, al menos a grandes rasgos, la sociedad de nuevo
cuño que se pretende construir. Se basan en un estado ideal que no relaciona a
las personas y las cosas en sus interdependencias objetivas. Se basan en el
puro acontecimiento sin causas ni efectos apreciables.
Si miramos la
realidad cotidiana, esta nos devuelve una imagen que poco tiene que ver con las
primaveras idílicas o revoluciones virtuales. Las redes sociales son mecanismos de
control muy efectivos para el sistema: todo lo que sucede en ellas es
previsible y fácilmente reprimible, un no
lugar de tránsito veloz
plagado de trampas ideológicas donde canalizar la protesta social por vías
asumibles por el sistema capitalista. La realidad, impertérrita, sigue cuajando
en los espacios tradicionales: la ciudad de residencia, el trabajo, el
hospital, la escuela o la universidad. Allí se dirime la lucha de clases, la
derrota o victoria de la clase trabajadora y de las capas populares. Lo virtual
es un sucedáneo de la realidad diaria.
Resulta evidente,
sin embargo, que las estructuras capitalistas han amortizado en gran medida las
herramientas clásicas de participación ciudadana, las elecciones,
los partidos, los sindicatos y el movimiento vecinal y asociativo. La izquierda
nominal se ha acomodado a la democracia parlamentaria y no sirve ya a la causa
de una sociedad más justa y solidaria. A pesar de una aseveración tan
contundente, la lucha de clases y el conflicto social se mantienen intactos en
sus espacios de siempre, eso sí, de manera solapada y bajo mínimos. Las
reticencias a la política no serán suplidas con efectividad mediante liderazgos
autónomos emanados de manifiestos sonoros y personas con mucho tirón mediático.
Hay que volver a reorganizarse desde bases históricas sólidas aunque con presupuestos
nuevos, conociendo que el enemigo a batir se llama capitalismo. No por mucho
eludir la palabra, conjuramos el problema de fondo.
La realidad de las luchas populares viene a
demostrar que sin intifadas colectivas, gamonales unidos y una ideología anticapitalista
no dogmática, superar las injusticias del régimen de la globalización
neoliberal con ingredientes suaves (manifiestos, líderes mediáticos, gritos
extemporáneos…) es una quimera irrealizable. Solo se alimenta
la utopía pisando suelo, tocando presente con perspectiva histórica y llegando
al futuro con ideas flexibles pero rigurosas, ejemplos palmarios no exentos de
contradicciones podrían ser: Venezuela, Bolivia, Ecuador, Cuba… En definitiva,
las primaveras y las revoluciones de estilo light no son más que cantos de sirena o
brindis al sol, muchas veces instrumentalizadas y abonadas en la sombra por las
elites dominantes para que la realidad virtual suplante a la realidad objetiva.
Desde ninguna red social vendrá revolución o primavera alguna. Las metáforas
pueden ser liberadoras si conocemos lo que subyace bajo ellas. Si nos dejamos
embaucar por su extraordinario lirismo evocador, seremos presa fácil del
sistema. Antes de leer cualquier manifiesto posmoderno o de última generación,
vayamos al auténtico y primigenio, el Manifiesto Comunista de Marx. Que no nos
den gato por liebre bajo envoltorios rutilantes y palabras maravillosas. No hay
ni habrá revolución sin lucha sobre el terreno. Por eso existen la ideología
mistificadora, las religiones fundamentalistas, los ejércitos y la policía:
para defender cueste lo que cueste el surgimiento de un mundo de mayor igualdad
y dignidad, más racional, solidario y fraternal,
en suma.
NOTA DEL EDITOR DE ESTE BLOG: Muy posiblemente usted comparta este texto ¿verdad? Quizá un único punto le chirríe. El final del último párrafo que dice así: “Por eso existen la ideología mistificadora, las religiones fundamentalistas, los ejércitos y la policía: para defender cueste lo que cueste el surgimiento de un mundo de mayor igualdad y dignidad, más Seguramente sólo se trate de un lapsus del autor y, en lugar de decir, “para defender cueste lo que cueste el surgimiento de un mundo de mayor igualdad…” habría querido decir “para impedir cueste lo que cueste…”
Seguramente los lectores españoles estén pensando en algún movimiento, en alguna primavera lírica, en alguna revolución virtual en este país, ¿o no? A ver, a ver, repasaré el texto…Pues no. De España no habla. Se refiere a cómo “…en los antiguos países comunistas, con esta táctica solapada, se pretende erosionar las capacidades políticas de Rusia y en Asia, de China. En los países árabes, lo que se procura es mantener gobiernos aliados títeres, fundamentalistas o no, que sirvan a los intereses del saqueo energético global del neoliberalismo.”
En un rasgo de intrépida y sincera valentía (estoy ironizando) el autor alude a cómo “el efecto contagio ha llegado también a la juventud de Occidente, siendo las redes sociales el vehículo favorito para extender esa efervescencia incontrolable con conceptos similares a los ya apuntados.”. ¿Algo más concreto en cuanto a países y movimientos en Occidente? Pues no. Pues mire, señor Armando B. Gines, yo se los cito: Los zombies del 15M en España, los muertos y enterrados de Occupy Wall Street en USA y los del Movimiento 5 Estrellas en Italia, entre otros. Uno ya está hasta el níspero de arrojados denunciantes de primaveras naranja y de colores hasta en el planeta Raticulín pero no en España, donde surgió dentro de Occidente, y de sus sucursales o socios en otros países “de Occidente”. Basta ya de hipócritas porque, si el texto es perfectamente reconocible como aplicable en España, ¿porqué no se ilustra con los ejemplos locales? Las razones son obvias. Porque de Ucrania, Túnez, Egipto o las latitudes aludidas no les responderán para atacar a estos paladines “críticos” pero de España sí, y ese reto sólo unos pocos lo asumimos cuando eran algo, mediáticamente sostenido, claro está –aun los medios de comunicación del capital les nombran como si estuviesen vivos, con el fin de que sigan ocupando las mentes de la protesta social y ese espacio no lo ocupen otros realmente anticapitalistas y partidarios de la construcción de una sociedad socialista- y no era fácil sostener el tirón, desenmascararlos y aguantar la impertinencia y la bazofia de sus contraataques.
Pero como, cuando uno escribe, también es hijo de lo que escribe, habría que preguntarle al señor Armando B. Ginés qué tiene que ver su texto actual con este otro y, muy especialmente, con este último. Al fin y al cabo, en el medio en el que los escribió no le iban a permitir otro tipo de posiciones sobre la cuestión sencillamente porque exlcuirían su texto, como a otros nos ha sucedido, no una vez sino decenas de ellas. Por la boca muere el pez y el cínico también