Rafael Poch. La Vanguardia
Dejémonos de hipocresías: el principal delito de Hugo Chávez fue ocuparse de los pobres. Todo lo demás, incluso si hubiera sido un caudillo autoritario, como han venido vendiéndonos los killer-periodistas de nuestra parroquia con particular encono, se le habría perdonado. Y la demostración es Yeltsin, el presidente Yeltsin de Rusia, ¿se acuerdan?
A diferencia de Chávez, Yeltsin protagonizó una contrarrevolución en beneficio de los ricos. A diferencia del venezolano, sus elecciones y referendos estaban amañados, pero a Yeltsin se le perdonaba todo. Hasta dio un golpe de estado, en octubre de 1993, en el que disolvió a cañonazos el primer parlamento enteramente electo de la historia de Rusia. No solo no fue condenado por ello, sino que fue elogiado. Aun recuerdo la editorial que un diario alemán, elFrankfürter Allgemeine Zeitung, dedicó al evento. “Sternstunde der Demokratie”, la hora estelar de la democracia, decía, con un cinismo que habría complacido al mismo Goebbels. Era la línea habitual: repasen la hemeroteca euroatlántica, los Economist, Financial Times, y naturalmente también los nuestros, sobre Rusia a partir del 4 de octubre de 1993 y verán.
A Yeltsin se le perdonó todo, hasta su guerra infame contra Chechenia en la que murieron decenas de miles y donde ciudades como Grozny quedaron reducidas a una especie de Stalingrado. Clinton colaboró, probablemente, en la eliminación del líder independentista checheno, el General Dhojar Dudayev, dirigiendo un misil a partir de una imprudente llamada telefónica que el General realizó con su móvil. Entonces el ejército ruso aún no tenía la tecnología para aquel “tracking”, aquel tipo de rastreo informático-militar…
El segundo gran delito de Chávez, estrechamente ligado al primero, fue desafiar al Imperio. Integrar y coordinar ese desafío con otros países, crear Albas y bancos, desarrollar relaciones internacionales autónomas.
Doscientos años después de su independencia, las repúblicas latinoamericanas apenas ahora comienzan a ejercerla, y no todas. Recordemos que históricamente a los políticos latinoamericanos que emprendieron tal temeridad se los liquidaba, la lista es conocida y no es necesario mencionarla. Y lo mismo pasa en África desde Lumumba, en los sesenta, hasta Sankara, el Sankara de Burkina Faso, asesinado en 1987, ¿les suena el nombre?, pasando por Amilcar Cabral, Ben Barka y tantos otros. Antes de reírse de las sospechas lanzadas desde Caracas sobre el presunto carácter inducido de la enfermedad mortal de Chávez, uno debería desempolvar los libros de historia. ¿De qué se ríen estos necios?
Desde África, donde ahora mismo se está sufriendo una ofensiva militar imperial para controlar aún más estrechamente recursos y posiciones estratégicas, se ve con cierta sana envidia el avance emancipador que las repúblicas hermanas de América Latina han afirmado en los últimos años; desde Bolivia, hasta Ecuador, de Venezuela a Brasil y Argentina. Que eso no tenga mucho de “socialismo del siglo XXI”, cambia poco el asunto: es un claro avance emancipador, y punto.
En la mayoría en desarrollo de los países del mundo, Chávez va a ser valorado por eso, por esos dos aspectos que en Euroatlántida son pecado. Pero incluso en esto hay matices. En Alemania, por ejemplo, los medios de comunicación no hablan de Chávez con la retrógrada inquina que demuestran los medios y los periodistas del estáblishment españolito. Desde luego no lo alaban, pero mantienen una distancia que en España se ha perdido por completo. En muy pocos países de Euroatlántida se utiliza con tanto desprecio como en España la palabra “tercermundista” o “tercer mundo”, referida a los países en desarrollo que intentan salir de hoyo. El motivo es que España misma era un país “tercermundista” hasta hace no mucho.
En la transformación sicológica del españolito medio de los últimos treinta años se ha producido lo que denomino un proceso de “asfaltado mental”: de la misma forma en que nuestros paisajes han sido destructivamente degradados y transformados por el ladrillo, la mentalidad del españolito medio ha perdido cualidades y valores esenciales, vinculadas al sentido de la dignidad, de la solidaridad y del sentido de reacción ante la injusticia. En el país del Quijote creció una nueva arrogancia de nuevo rico, cutre e hijoputecado. España se “agringó”.
Ahora que la crisis mundial nos regresa a determinados puntos de partida, ahora que nadamos manifiestamente impotentes en el charco de nuestra propia porquería político-económica, es el momento de reflexionar y de relacionar nuestro charco nacional con el asfaltado intelectual. Si lo hacemos quizás aún estemos a tiempo de retomar aquellas relaciones y complicidades con América Latina que en los años setenta eran tan obvias e indiscutibles. Al fin y al cabo, nuestra creciente condición de “tercer mundo europeo”, de sometidos a los designios dominantes de Berlín y Bruselas, de obedientes alumnos aventajados en el cumplimiento de los programas suicidas que la gran banca y el gran capital, incluido el nuestro, imponen a nuestro país en contra de sus intereses nacionales más básicos, toda esa miseria, nos hermana bastante con los amigos del otro lado del Atlántico-Sur. Y actualiza también en nuestra propia casa sus impulsos emancipadores.
Independientemente de cual sea la complicada evolución que se viva ahora, Chávez ha colocado a Venezuela, un país cuyo 80% de la población no existía, no solo en el mapa de América, sino en el del mundo. Yeltsin desmanteló la Rusia soviética, ahora tan añorada por sus garantías sociales, sentando las bases de las grandes convulsiones sociales que aún están por venir en aquel país. Pero, de acuerdo con las circunstancias de nuestro lamentable asfaltado nacional, condenamos siempre al primero y aplaudimos en su día al segundo.