25 de enero de 2011

EL AÑO QUE VIVIREMOS PELIGROSAMENTE

Michael T. Klare. TomDispatch.com


El aumento de los precios de las materias primas y los fenómenos meteorológicos extremos amenazan la estabilidad global

Introducción del editor de TomDispatch

Era un muchacho pobre de 26 años que trataba de sobrevivir y de pagar por la educación de sus hermanas. Enfrentaba cara a cara casi todos los días y de manera humillante la profunda corrupción del régimen tunecino, en forma de sobornos que no se podía permitir sólo para mantener su pequeño puesto y el poder de una burocracia de impedírselo a su antojo. Frustrado, para protestar, se empapó en gasolina y se inmoló por el fuego (aunque la muerte tuvo lugar días más tarde).
Su nombre era Mohamed Bouazizi; provenía de la ciudad de Sidi Bouzid, de la cual jamás habéis oído hablar; y la suya es una historia terrible. Ahora se le conoce en todo Oriente Medio como el hombre que inició la revolución tunecina e indudablemente formará parte de la historia, junto con Thich Quang Duc, el monje budista que se sentó tranquilamente en una calle de Saigón en junio de 1963, e inició una tormenta de fuego política al inmolarse para protestar contra un gobierno sudvietnamita respaldado por EE.UU.; y Jan Palach, el estudiante checo que hizo lo mismo en la Plaza Wenceslao de Praga en enero de 1969 como reacción ante la invasión soviética de su país. En los tres casos, otros siguieron sus dolorosos ejemplos. En los tres casos la cosa terminó mal, tarde o temprano, para los que estaban en el poder.
En todo el Oriente Medio actual, aumentan las inmolaciones y nerviosos autócratas respaldados por EE.UU. escuchan el estruendo que viene desde abajo, como el de los manifestantes que se dice que corean: “¡Somos los próximos, somos los próximos, Ben Alí, dile a Mubarak que es el próximo!”
Tras los eventos de Túnez, como en los recientes disturbios en Argelia, Jordania y otros sitios, está el creciente coste de cosas indispensables para la gente. En Argelia, los jóvenes manifestantes que incendiaban edificios también coreaban: “¡Traednos azúcar!”. Como señala Michael Klare, colaborador regular de TomDispatch y autor reciente de Rising Powers, Shrinking Planet, hemos entrado en la era de las revueltas por los recursos, y no hay vuelta atrás. Tom
El año que viviremos peligrosamente
El aumento de los precios de las materias primas y los fenómenos meteorológicos extremos amenazan la estabilidad global
Michael T. Klare
Preparaos para un año escabroso. Desde ahora los precios en aumento, las fuertes tormentas, las graves sequías e inundaciones y otros eventos inesperados pueden causar estragos en el tejido de la sociedad global, produciendo caos e inquietud política. Comencemos por un hecho simple: los precios de los alimentos básicos ya se acercan o exceden de sus niveles máximos en 2008, el año en el qu estallaron fuertes disturbios en docenas de países de todo el mundo.
Por lo tanto no es sorprendente que los expertos en alimentos y energía comiencen a advertir de que 2011 podría ser el año en el que viviremos peligrosamente, y lo mismo podría ser en 2012, 2013, etc., en el futuro. Hay que añadir los costes disparados de los granos que mantienen viva a tanta gente empobrecida, un aumento similar de los precios del petróleo -que de nuevo se acercan a niveles no vistos desde los meses de punta de 2008–, y ya se pueden escuchar los primeros ruidos del peligro inminente de que colapse la débil recuperación económica. Y esos crecientes precios de la energía agregan más leña al descontento global.
Los precios de los alimentos, combinados con inmensos niveles de desempleo juvenil y una profunda desconfianza hacia gobiernos autocráticos y represores, han provocado disturbios y protestas masivas en Túnez que, para sorpresa del mundo, expulsó al presidente dictador Zine al-Abidine Ben Alí y a su corrupta familia. Y muchas de las tensiones sociales evidentes en ese país están presentes en todo Oriente Medio y en otros sitios. Nadie puede predecir dónde ocurrirá la próxima explosión, pero con el continuo aumento de los precios de los alimentos y otras presiones económicas, parece inevitable que haya más levantamientos. Puede que sean las primeras revueltas por recursos que capten nuestra atención, pero no serán las últimas.
En pocas palabras, los modelos de consumo global comienzan ahora a desafiar los límites de los recursos naturales del planeta. Las poblaciones siguen aumentando y de Brasil a India, de Turquía a China, también aparecen nuevas potencias. Con ellas viene la avidez por una vida más semejante a la estadounidense. No es sorprendente que la demanda de materias primas básicas esté aumentando significativamente, incluso mientras los suministros disminuyen en muchos casos. Al mismo tiempo el cambio climático, que en sí es un producto del uso desenfrenado de la energía, se agrega a la presión sobre suministros, y los especuladores apuestan a una tendencia progresivamente peor de la situación. Si se suman todos estos factores, el camino futuro aparece cada vez más escabroso.
Paneras sin pan
Comencemos por los alimentos, la materia prima más importante y volátil. Los precios de los alimentos disminuyeron en octubre de 2008, después del comienzo de la crisis financiera global, pero parece que fue una anomalía. El índice global del precio de los alimentos de diciembre de 2010, elaborado por la Organización de Agricultura y Alimentos (FAO) de la ONU, llegó a un récord de 215, un punto más que en la primavera de 2008. (En ese índice, basado en un “paquete” de alimentos básicos, una base de 100 representa los precios medios del período 2002-2004.) De hecho, algunos productos alimentarios, incluidos el azúcar, aceites comestibles y grasas, se venden ahora a precios sustancialmente superiores a los de 2008; otros, incluidos los productos lácteos, granos, y carne, se acercan peligrosamente a niveles récord.
Al comenzar el año 2011, los expertos en alimentos temen que, en pocos meses, los precios de los alimentos básicos aumenten por encima de umbral de 2008 y permanezcan allí, causando extremas penurias a gente pobre en todo el mundo. “Estamos a un nivel muy elevado”, dijo, preocupado Abdolreza Abbassian, economista de la FAO. “Estos niveles condujeron en el período anterior a problemas y disturbios en todo el mundo”.
Abbassian y sus colegas están especialmente preocupados por el aumento del coste del maíz, el arroz, y el trigo, los cultivos principales para miles de millones de personas en muchos de los países más pobres. Según la FAO, a finales de 2010, los precios internacionales de maíz y trigo ya se acercaron a su nivel máximo de 2008 (unos 260 y 340 dólares por tonelada métrica, respectivamente).
Los analistas atribuyen el aumento en los precios de granos a la creciente demanda en las naciones desarrolladas y en desarrollo, junto a una serie de eventos catastróficos relacionados con el clima y la especulación por parte de los inversores. Una extrema sequía y feroces incendios destruyeron el verano pasado un gran porcentaje de la cosecha de trigo en Rusia y Ucrania, mientras fuertes inundaciones en India y la inundación de un 20% de Pakistán dañaron partes importantes de la producción de granos de esos países. Al mismo tiempo, un clima inusualmente cálido y seco limitó la producción en una serie de áreas agrícolas cruciales.
Lo que hace tan preocupante el panorama actual son las señales de que la severidad y la frecuencia de sucesos meteorológicos extremos parecen estar aumentando. Sólo en las últimas semanas varios sucesos semejantes apuntan a serios problemas de suministro en el futuro. Los más significativos han sido las lluvias e inundaciones sin precedentes en Australia, que sumergieron un área más del doble de tamaño que California, causando estragos significativos en los cultivos de trigo. Australia es uno de los principales productores de trigo del mundo. Condiciones inusualmente secas en la región central de EE.UU. y Argentina también sugieren futuros problemas en la producción de granos y maíz. Es demasiado temprano para predecir el tamaño de las cosechas de granos y maíz de este año, pero muchos analistas advierten de que habrá una escasez de suministros, junto con altísimos precios.
Los analistas de las tendencias dominantes y los funcionarios gubernamentales se muestran reacios a atribuir este atropellamiento de sucesos climáticos extremos al calentamiento global. Inmensas variaciones en las precipitaciones pueden ser normales, especialmente en sitios como Australia, susceptibles a oscilaciones de la temperatura del océano como El Niño/La Niña, y los políticos temen asumir la responsabilidad de un problema tan masivo como el cambio climático. Pero la teoría del cambio climático ha sugerido hace tiempo que la tendencia al calentamiento –2010 empató con 2005 como año más caluroso registrado y nueve de los diez años más calurosos han tenido lugar en la última década– vendrá acompañada por un aumento en la frecuencia y severidad de las tormentas. Es difícil escapar a la conclusión de que los recientes sucesos, incluidas las inundaciones australianas, están vinculados al aumento de las temperaturas globales.
Vuelve la crisis de la energía
Los crecientes precios de los alimentos están siendo impulsados por inversiones especulativas así como por el aumento del precio del petróleo. En parte como respuesta a la disminución del valor del dólar, algunos inversionistas están colocando su dinero en futuros alimentarios (junto con el dólar y la plata) como un seguro especulativo. Al mismo tiempo el precio del petróleo se mueve hacia la marca de 100 dólares, haciendo que sea cada vez más rentable para los agricultores que pasen de la producción de maíz para el consumo humano a producirlo para fabricar etanol, lo que a su vez reduce la cantidad de superficie agrícola dedicada a los alimentos básicos. El petróleo tendría que caer por debajo de 50 dólares por barril para que el cultivo de maíz como producto alimentario sea competitivo con la producción de etanol –y no es probable que eso suceda-. Por lo tanto, incluso si se produce más maíz este año, habrá menos disponible para fines alimentarios y el precio de lo que quede tenderá a subir.
El precipitado aumento de los precios del petróleo ha sorprendido a los expertos. No hace mucho, el Departamento de Energía de EE.UU. (DoE) proyectaba una banda de fluctuación de precios entre 70 y 80 dólares por barril en 2011, pero al comenzar el año el petróleo ya empezó a venderse a más de 90 dólares el barril y algunos analistas predicen que llegará a 100 dólares antes de fin de año. Algunos hablan incluso de 150 dólares el barril y de precios de gasolina en la gasolinera de 4 dólares o más. Si los precios suben por encima de 100 dólares, los gastos de consumo globales podrían sufrir otra caída vertical.
“Los precios del petróleo entran en una zona peligrosa para la economía global”, dice Fatih Birol, economista jefe de la Agencia Internacional de Energía (IEA). “Las facturas por importación de petróleo se están convirtiendo en una amenaza para la recuperación económica”.
Como en el caso de los alimentos, el creciente coste del petróleo es producto de la creciente demanda, suministro insuficiente e inversiones especulativas. Según las últimas proyecciones de la IEA, el consumo global diario de petróleo en 2011 será de un promedio de 87,4 millones de barriles, un aumento de cerca de dos millones de barriles en comparación con el primer trimestre de 2010. Gran parte de la demanda adicional proviene de China, donde una nueva clase media compra automóviles a un ritmo récord, así como de EE.UU., donde los consumidores hasta ahora cautelosos vuelven lentamente a sus costumbres de conducción previas a 2008.
En días en los que la industria petrolera vive tasas de producción en decadencia en muchos campos petrolíferos existentes y descubre que es cada vez más difícil aumentar la producción, incluso dos millones de barriles adicionales por día podrían representar una imponente amenaza (y se espera más demanda en los próximos años). En EE.UU., por ejemplo, se ponen muchas esperanzas en la exploración petrolera en las aguas profundas del Golfo de México y mar adentro en Alaska, pero después del desastre de BP, ésta parece una perspectiva vana. La producción en México y en el Mar del Norte, dos sitios preferidos en los últimos años, enfrenta una aguda disminución, mientras otros productores claves, incluidos los de oriente Medio, se esfuerzan por mantener los actuales niveles de producción en los campos existentes.
Muchos analistas de la energía creen que el mundo se encuentra (o pronto llegará) en el pico del petróleo –el momento en el cual la producción global de petróleo llega a un máximo nivel diario sustentable y comienza una disminución irreversible a largo plazo-. Otros afirman que siguen siendo posibles mayores niveles de producción. Sea cual sea la realidad, en este momento la industria petrolera descubre que cada vez es más difícil, e incluso más costoso, aumentar la producción por encima de los niveles actuales. Esto, combinado, con la insaciable demanda, hace que los precios suban a las nubes.
En estas circunstancias, a los especuladores los vuelve a atraer el mercado petrolero como una apuesta bastante interesante. Tales especuladores ayudaron a aumentar los precios del petróleo a un récord de 147 dólares por barril en 2008, pero huyeron del mercado cuando los precios se derrumbaron al orientarse la economía estadounidense hacia la catástrofe. Ahora vuelven. “Los fondos de alto riesgo y los inversionistas privados están comprando instrumentos financieros vinculados al precio del crudo, y al hacerlo ayudan a aumentar los precios del petróleo”, informó el Wall Street Journal a finales de diciembre.
La mayoría de los analistas espera un aumento de los precios durante esta primavera o verano cuando los automovilistas estadounidenses vuelvan a las calles. “Tendremos una recuperación primaveral que nos llevará a entre 3,10 y 3,50 dólares por galón de gasolina en las estaciones de servicio de EE.UU.”, predijo Tom Kloza, analista petrolero jefe de Oil Price Information Service.
El aumento del precio de la gasolina, a su vez, afectará a los consumidores precisamente cuando muestran señales de volver a abrir sus billeteras. No menos preocupante es que países importadores de petróleo como EE.UU., Japón, y muchos de Europa, se enfrentarán a facturas crecientes por las importaciones de combustible, debilitando aún más unas economías que ya padecen una profunda debilidad.
Según algunos cálculos, los precios del petróleo agregaron otros 72.000 millones de dólares al gigantesco déficit de la balanza de pagos del año pasado. Europa tuvo que pagar otros 70.000 millones de dólares adicionales por el petróleo importado y Japón 27.000 millones. “Es una historia muy significativa”, dice Fatih Birol de la IEA sobre los últimos datos del precio del petróleo. “2010 hizo sonar las primeras campanas de alarma y los niveles de precio de 2011 podrían llevarnos a la misma crisis financiera que vimos en 2008”.
Aumentos de los precios de los alimentos que llevan a disturbios, protestas, y revueltas, crecientes precios del petróleo, un inmenso desempleo mundial y una recuperación colapsada. Todo parece el conjunto perfecto de condiciones previas para un tsunami global de inestabilidad y turbulencia. Sucesos como los de Argelia y Túnez nos dan sólo una idea de lo que podría parecer ese remolino, pero dónde y cómo volverán a estallar, y de qué forma, es una incógnita. Pero estamos seguros que todavía no hemos visto cómo podrían ser las revueltas por los recursos que, en los próximos años, podrían alcanzar una intensidad que apenas podemos imaginar en la actualidad.
Michael T. Klare es profesor de estudios de Paz y Seguridad Mundial en el Hampshire College. Su último libro es Rising Powers, Shrinking Planet: The New Geopolitics of Energy (Metropolitan Books).
Copyright 2011 Michael T. Klare
Fuente: http://www.tomdispatch.com/post/175345/tomgram%3A_michael_klare%2C_resource_revolts/#more

23 de enero de 2011

LA RECUPERACIÓN SE ALEJA, LA CONVULSIÓN AMENAZA



Lo que nos espera en 2011 y después es “una turbulencia excepcional cuando los días del orden económico global que conocimos se acaban, posiblemente de manera destructiva”


El estado de ánimo dominante en los círculos económicos liberales al aproximarse el fin de 2010, en contraste con los pronósticos cautelosamente optimistas sobre una continua recuperación a finales de 2009, fue la desmoralización, si no la desesperanza. Los halcones fiscales han salido ganando en la lucha política en EE.UU. y Europa, alarmando a propugnadores de los gastos como el premio Nobel Paul Krugman y el columnista del Financial Times Martin Wolf, quienes ven la restricción presupuestaria como una receta segura para matar la indecisa recuperación de las principales economías.

Pero incluso mientras EE.UU. y Europa parecen dirigirse hacia una crisis más profunda a corto plazo y al estancamiento a largo plazo, Asia del Este y otras áreas en desarrollo muestran señales de desconexión de las economías occidentales. Esta tendencia comenzó a principios de 2009 con la fuerza del masivo programa de estímulo chino, que no sólo posibilitó que China volviera a un crecimiento de dos dígitos, sino que además lanzó a varias economías vecinas, desde Singapur a Corea del Sur, de la recesión a la recuperación. En 2010, la producción industrial de Asia había recuperado su tendencia histórica, “casi como si la Gran Recesión nunca hubiera tenido lugar”, como dijo el Economist.
EE.UU., Europa y Asia parecen seguir caminos separados. ¿Realmente?
En las principales economías, la indignación por los excesos de las instituciones financieras que precipitaron la crisis financiera ha sido reemplazada por la preocupación por los masivos déficit creados por los gobiernos para estabilizar el sistema financiero, detener el colapso de la economía real y evitar el desempleo. En EE.UU., el déficit representa más de un nueve por ciento del producto interno bruto. No se puede decir que sea un déficit desbocado, pero la derecha estadounidense se las arregló para lograr que el temor al déficit y a la deuda federal fuera una mayor fuerza en la mente del público que el temor a un estancamiento más profundo y al crecimiento del desempleo. En Gran Bretaña y en EE.UU. los conservadores fiscales obtuvieron un claro mandato electoral en 2010 mientras que en la Europa continental, Alemania, más enérgica, advirtió al resto de la Eurozona de que ya no subvencionaría los déficit de las economías más débiles del sector sur como Grecia, Irlanda, España, y Portugal.
En EE.UU., la lógica de la razón cedió el paso a la lógica de la ideología. La impecable justificación de los demócratas de que los gastos al estímulo eran necesarios para salvar y crear empleos no pudo con el acalorado mensaje de los republicanos de que más gastos al estímulo, sumados al paquete de 787.000 millones de dólares del presidente Obama de 2009, constituirían otro paso hacia el “socialismo” y la “pérdida de la libertad individual”. En Europa, los keynesianos argumentaron que el aflojamiento fiscal no sólo ayudaría a las economías con problemas de Europa meridional e Irlanda, sino también a la propia maquinaria económica alemana, ya que esas economías absorben exportaciones alemanas.
Como en EE.UU., la justificación sólida salió perdiendo frente a la imagen provocadora, en este caso el retrato diseminado por los medios de alemanes ahorradores que subvencionan a mediterráneos hedonistas e irlandeses derrochadores. Alemania aprobó de mala gana paquetes de rescate para Grecia e Irlanda, pero sólo con la condición de que griegos e irlandeses sean sometidos a salvajes programas de austeridad descritos por nada menos que dos antiguos altos ministros alemanes, Frank-Walter Steinmeier y Peer Steinbrueck, en el Financial Times, como representantes de un grado de dolor social “desconocido en la historia moderna”.
Desconexión resucitada
El triunfo de la austeridad en EE.UU. y Europa seguramente eliminará esas dos áreas como máquinas de recuperación para la economía global. ¿Pero está Asia verdaderamente en otra línea, que permitiría aguantar, como Atlas, el peso del crecimiento global?
La idea de que el futuro económico de Asia se haya desconectado de las economías centrales no es nueva. Estuvo muy de moda antes de que la crisis financiera arrastrara a la economía de EE.UU. en 2007-2008. Pero resultó ser un espejismo ya que la recesión en EE.UU., de la cual dependían China y las otras economías del Este Asiático para absorber sus exportaciones, provocó una repentina y aguda caída en Asia desde finales de 2008 a mediados de 2009. Este período produjo imágenes en la televisión de millones de trabajadores itinerantes chinos, despedidos en zonas económicas costeras, que volvían al campo.
Para contrarrestar la contracción, China, presa del pánico, lanzó lo que Charles Duma, autor de Globalization Fractures, caracterizó como un “violento estímulo interno” de 4 billones de yuan (580.000 millones de dólares). Esto ascendió a cerca de un 13% del producto interno bruto en 2008 y constituyó “probablemente el mayor programa semejante en la historia, incluso en períodos de guerra”. El estímulo no sólo devolvió a China al crecimiento de dos dígitos, también impulsó a las economías del Este Asiático que habían llegado a depender de ese crecimiento a una fuerte recuperación, incluso mientras Europa y EE.UU. se quedaban estancados. Este notable cambio de rumbo condujo al renacimiento de la idea de la desconexión.
El gobernante Partido Comunista de China reforzó esta noción reivindicando un cambio de política fundamental hacia la priorización del consumo interno por sobre el crecimiento impulsado por las exportaciones. Pero esta afirmación es más retórica que real. De hecho, el crecimiento impulsado por las exportaciones sigue siendo el ímpetu estratégico, de ahí la continua negativa de China de permitir que el yuan suba de precio, a fin de mantener la competitividad de sus exportaciones. China, como señala Dumas, se encuentra “en el proceso de pasar masivamente del estímulo benevolente de la demanda interna a algo que se parece de cerca al negocio de costumbre entre los años 2005-2007: crecimiento impulsado por las exportaciones con un poco de sobrecalentamiento.”
No sólo analistas occidentales como Dumas han destacado este retorno al crecimiento basado en las exportaciones. Yu Yongding, un influyente tecnócrata que sirvió en el comité monetario del banco central de China, confirma que ciertamente es un retorno al negocio de costumbre: “Como la relación entre el comercio y el PIB y de las exportaciones con el PIB de China exceden respectivamente un 60% y un 30%, la economía no puede seguir dependiendo de la demanda externa para sustentar el crecimiento. Por desgracia, con un gran sector exportador que emplea a muchos millones de trabajadores esta dependencia se ha hecho estructural. Eso significa que la reducción de la dependencia del comercio de China y del excedente comercial es mucho más que un asunto de ajustar la política macroeconómica.”
La retirada hacia el crecimiento dirigido por las exportaciones, en lugar de ser simplemente un caso de dependencia estructural, refleja un conjunto de intereses del período de reforma que, como dice Yu: “se han transformado en intereses creados, que luchan enérgicamente por proteger lo que tienen”. El lobby de la exportación, que incluye empresarios privados, gerentes de empresas estatales, inversionistas extranjeros y tecnócratas del gobierno, es el lobby más fuerte en Pekín. Si la justificación de los gastos de estímulo ha sido superada por la ideología en EE.UU., en China la justificación igualmente impecable de un crecimiento centrado en el mercado interno ha sido derrotada por intereses materiales.
Deflación global
De modo que la desconexión no es una tendencia probable ya que los dirigentes chinos han preferido hacer que el futuro de la economía china dependa de la demanda estadounidense y, en cierta medida, europea. Pero el contexto ha cambiado desde la “cooperación” previa a la crisis entre el consumidor estadounidense y el productor chino. No sólo porque los estadounidenses están profundamente endeudados, sino porque las reducciones presupuestarias impulsadas por los halcones de la política fiscal reducirán aún más sus ingresos.
Por cierto, lo que analistas como Dumas describen como “reversión a lo usual”, la economía orientada a la exportación de China, entrará en conflicto con los esfuerzos de EE.UU. y Europa de acelerar la recuperación adoptando la propia fórmula de China: promover las exportaciones mientras aumentan las barreras a la afluencia de importaciones. El resultado probable de la promoción competitiva de esta mezcla volátil de impulso de la exportación y protección interna por los tres sectores principales de la economía global en una época de comercio mundial estancado, no constituye una expansión global sino deflación global.
Como ha escrito Jeffrey Garten, ex subsecretario de comercio bajo Bill Clinton: “Aunque tanta atención se ha concentrado en la demanda de consumo e industrial en EE.UU. y China, las políticas deflacionarias que envuelven a la UE, la mayor unidad económica del mundo, podrían socavar gravemente el crecimiento económico global… Las dificultades podrían llevar a Europa a redoblar su concentración en exportaciones al mismo tiempo que EE.UU., Asia y Latinoamérica también apuestan su economía a más ventas en el extranjero, exacerbando tensiones monetarias que ya son fuertes. Podría llevar a una resurrección de políticas industriales patrocinadas por el Estado, que ya crecen en todo el mundo. Y en conjunto, estos factores podrían avivar el virulento proteccionismo que todos temen.”
Lo que nos espera en 2011 y más allá, advierte Garten, es “una turbulencia excepcional cuando los días de decadencia del orden económico global que hemos conocido se acaban, posiblemente de manera destructiva”. Proyecta un pesimismo que captura cada vez más sectores de una elite global que otrora presagiaba la globalización pero que ahora ve como se desintegra ante sus ojos. Este estado de ánimo de fin de siglo no es monopolio de Occidente. Yu Yongding también afirma que “ahora el modelo de crecimiento [de China] casi ha agotado su potencial”. La economía que con más éxito se dejó llevar por la ola de la globalización, China “ha llegado a una coyuntura crucial: sin dolorosos ajustes estructurales, el impulso de su crecimiento económico podría desaparecer repentinamente. El rápido crecimiento de China se ha logrado a un coste extremadamente elevado. Sólo las futuras generaciones conocerán el verdadero precio.”
En contraste con la aprehensión de personajes del establishment como Garten y Yu, muchos progresistas ven turbulencia y conflicto como acompañantes necesarios del nacimiento de un nuevo orden. Los trabajadores han estado ciertamente en movimiento en China, donde las huelgas en compañías extranjeras seleccionadas en 2010 llevaron a importantes logros en los salarios. Por cierto, ha habido manifestantes en las calles en Irlanda, Grecia, Francia y Gran Bretaña.
A diferencia de China, sin embargo, marchan para preservar los derechos que les quedan. Y ni en China ni en Occidente ni en ningún otro sitio esta resistencia va acompañada por una visión alternativa al orden capitalista global. Una discusión de mayor alcance de condiciones económicas alternativas debería tener lugar mientras la crisis económica global entra a su cuarto año. Pero el debate todavía está atrapado entre la estéril posición de gasta-y-estimula y la de recortar el déficit. Lo que pasará en el futuro no es simplemente visible en los rescoldos de lo viejo. Todavía no, por lo menos.
…….
Walden Bello, profesor de ciencias políticas y sociales en la Universidad de Filipinas (Manila), es miembro de la Cámara de Representantes de las Filipinas, del Transnational Institute de Amsterdam y presidente de Freedom from Debt Coalition, así como analista sénior en Focus on the Global South. Es autor de The Food Wars.


Este artículo fue publicado originalmente en Foreign Policy In Focus.