Por Marat
En España el derecho constitucional
a la vivienda tiene la misma eficacia que el derecho constitucional al trabajo –luego
uno se entera que consiste, según los artículos 5 y 34 del Estatuto de los
Trabajadores, en el derecho a la “ocupación efectiva del trabajador”, lo que
significa que se trata del “derecho
que ostenta el trabajador a que el empresario le proporcione, en cumplimiento
del contrato laboral suscrito, el desempeño de unas funciones acordes a su
puesto de trabajo y a la categoría laboral contratada”, siempre que
tenga trabajo, claro está.
Con el derecho constitucional a la vivienda sucede también
como con el derecho que recoge el artículo 50 de la Constitución española (“Los
poderes públicos garantizarán, mediante pensiones adecuadas y
periódicamente actualizadas, la suficiencia económica a los ciudadanos durante
la tercera edad”) o con el derecho a la protección al desempleo
del artículo 41 de la Constitución ( “Los
poderes públicos mantendrán un régimen público de Seguridad Social para todos
los ciudadanos, que garantice la asistencia y prestaciones sociales suficientes
ante situaciones de necesidad, especialmente en caso de desempleo”).
Son artículos meramente enunciativos.
Carecen del desarrollo que los ampare y de los procedimientos y recorrido jurídicos
que permitan denunciar y obligar a su cumplimiento.
La señora Ada Colau, alcaldesa de
Barcelona por Barcelona en Común, miembro de En Común Podem y Cataluña en Común,
eterna vividora de la profesión de activista, (lo de ser militante es otra cosa muy distinta
a la autopromoción de esta especie de youtubers de la política), al menos desde
2001, de la guerra del Golfo, el movimiento okupa –qué ironía frente a la
última propuesta de “viviendas sociales” que acaba de perpetrar-, el movimiento
antiglobalización y su figura emblemática dentro de la PAH (Plataforma de
Afectados por la Hipoteca), cuando defendía la Dación
en Pago, que no era otra cosa que el reconocimiento de la preeminencia de la
deuda sobre el derecho vital a techo. Era un tiempo en el que ella comparecía
en el Parlamento español como “activista de lo suyo” y decía cosas como que se condenaba a las víctimas de los desahucios a quedar fuera del sistema.
Hoy ella está dentro de ese mismo
sistema, el capitalista, y propone que los desahuciados de la Ciutat Vella (barrio
pobre y marginado de Barcelona. Siempre habrá un “ salado” que considere que lo
merecen por marginales) vivan de 3 a 5 años en un una especie apilamiento de “containers”
-el término en inglés debe de ser uno de
los raros casos en lo que la estupidez cool de los amanerados del lenguaje no
ha degenerado sino que ha dado en “contenedores” en nuestro propio idioma- que
dan lugar a un remedo de edificio.
En tiempos del ínclito Zapatero, el “referente progresista mundial”, según
el peligroso “bolchevique” Iglesias –según la ultraderecha y la derecha
democrática, que eligen al patético hombrecillo como peligroso agente comunista,
se hablaba de “soluciones habitacionales” (María Antonia Trujillo y sus modelos
de vivienda de 25 metros cuadrados). Hoy el portal propagandista de la
especulación inmobiliaria ofrece soluciones habitacionales de 3 metros
cuadrados, auténticos no zulos sino nichos para cadáveres semivivientes.
Son tiempos en los que a perder la
intimidad teniendo que compartir casa con desconocidos se le llama “coliving”,
a no poder permitirte un proyecto familiar se le llama ser “single” y a la sobreexplotación
laboral ser “rider” o “economía colaborativa”.
Seguramente, los tipejos que hayan
avalado la canallada de meter en contenedores a los desahuciados de la Ciutat
Vella encuentren sostenibilidad ecológica a la utopía de vivir en un contenedor
de Ada Colau por aquello de que no se emplea cemento, del mismo modo que ahora
se presenta como moderno, “cool” y “ecológicamente responsable” a las nuevas
ofertas de viviendas de madera.
Lo de menos es si quienes son alojados en
tales soluciones habitacionales quisieran vivir en ese tipo de engendros o
preferirían una casa convencional.
Lo de menos es que haya más de un millón
de viviendas clásicas vacías porque la especulación pensó en el pelotazo antes
que en si realmente se estaban ofreciendo casas al alcance de quienes
necesitaban un lugar donde vivir.
Lo de menos es que vivamos en un estado
de derecho de los intereses del capital en los que sus gobiernos, sean del tipo
que sean, porque admiten sus reglas del juego, no hayan decidido que ninguna
familia, anciano, joven o pobre deba vivir en la calle o en infraviviendas y
que, por tanto, ocupar las vacías es un legítimo derecho. Pero creer tal cosa
sería asumir que, bajo el capitalismo, puede haber otra lógica que la del
beneficio empresarial.
Lo de menos es que el Tribunal Supremo
haya declarado nulo el pelotazo propiciado por Ana Botella a través del antiguo
Instituto de la Vivienda de Madrid (IVIMA) que vendió 3.000 pisos de públicos a
un fondo buitre y que
en su día fue denunciado; denuncia que el
digital en el que fue publicado decidió eliminar de su base datos
Lo de menos es que los progres ofrezcan
lo mismo a los escolares valencianos que a los pobres, putas e inmigrantes del
Barrio Gótico y alrededores de la Ciudad Vieja. Total, son la escoria de la
sociedad, lo mismo que los niños de familias de clase trabajadora de la
Comunidad Valenciana, cuyas escuelas se instalan por años en barracones. Total,
son alevines de la clase obrera.
Yo me pregunto muchas cosas a partir de
aquí:
- · Me pregunto, por ejemplo, cuantos empresarios y miembros de las clases altas quisieran vivir en este tipo de soluciones habitacionales.
- · Me pregunto por qué los arquitectos y urbanistas progres no tratan de convencer a los miembros de esas clase lo “nice” (seamos imbéciles bilíngües) que sería vivir dentro de esa pirámide de contenedores.
- · Me pregunto cuándo se irán los Colau, los Iglesias-Montero, los Zapatero y demás chiripitifláuticos progres a gozar de una experiencia tan “powerful” para sus placenteras vidas.
- · Me pregunto durante cuanto tiempo este tipo de granujas de una sociedad en descomposición seguirá impune.
- · Me pregunto por cuántos individuos de la progresía considerarán que es mejor vivir en un apilamiento de contenedores que en la calle, justo lo que Felipe González afirmaba en su día cuando decía que era mejor un empleo inseguro que no tenerlo.
- · Me pregunto si quienes tienen la posibilidad de sublevarse porque no están ante la disyuntiva de la calle o el contenedor son lo bastante inteligentes para darse cuenta de que esto es un proceso en el que primero el capital (y los lameculos progres como Colau) va por los que no pueden siquiera decir NO y luego vendrán por los que podrían decirlo pero tampoco quieren dar la nota.
Todo “ciudadano de bien”, el que
mira para otro lado, el que dice que se hace demagogia cuando se denuncian
estos hechos, el que considera que tantos años de retroceso de las conquistas
de la clase trabajadora no son como para “exagerar”, el que va a lo suyo, el que traga carros y carreteras,
el que admite que puede que hay algo de razón para encolerizarse pero no pasa
de poner su pose de “crítico” en el bar, el que cree que organizarse contra todo
ello es hacer paleocomunismo, es el que se condena a sí mismo y al resto a un
regreso a la esclavitud, no son sino la evidencia de un mundo que se condena a
sí mismo a regresar al peor de los pasados.
Vienen tiempos de lucha. Se
generaliza la ira social contra la sobreexplotación, aunque aún no hayamos
comprendido que la forma general de existencia de este sistema de dominación
económico es la explotación del trabajo asalariado por parte del capital.
Los pueblos creen encontrar en la
demanda democrática la solución a sus males. Como pueblos no pueden hallarla
porque hay intereses antagónicos en su interior. La democracia que anhelan no
logrará acallar la necesidad de igualdad, de pan y de dignidad en las vidas de
los desheredados.
En el proceso hacia la
emancipación de la necesidad de supervivencia para encontrar una vida digna
cada paso que exprese la protesta debe considerar que no hay objetivo humano,
por grande que sea, y por imperiosa que se venda su urgencia (la supervivencia
de la humanidad frente a la amenaza fantasma de la destrucción planetaria) que,
sin incluir la agenda de los desposeídos como inapelable e improrrogable, hace
secundario el hecho de seguir vivos. La supuesta urgencia de salvarnos todos no
puede condenar de nuevo a que bajo ese todos se oculte el regreso a unas
condiciones de vida que las clases trabajadoras ya no van a admitir.