Ezequiel
Hernández. Divulgación marxista
Famosamente
dice Marx que el capital viene al mundo “chorreando
lodo y sangre”
(cap.
24 de "El
Capital”) y
muestra una historia de violencia que fue desatada porque era
necesaria para cumplir un fin, el fin último de la clase
capitalista, que es la ganancia. Y la ganancia sólo puede producirse
cuando una masa de desesperados se agolpa ante las puertas de las
fábricas rogando que por piedad se les permita vender su capacidad
de trabajo, para soñar con vivir al menos un día más. En el mundo
de la igualdad de derechos y oportunidades.
Porque
un hombre que tiene su propia tierra va a emplear su fuerza de
trabajo para su propio provecho y no requiere del permiso de nadie
para trabajar. ¡Un hombre así es libre, verdaderamente libre!
El
hombre verdaderamente libre no le sirve al capitalista. Éste
necesita hombres disminuidos, temerosos, que no tengan derecho a
trabajar por su cuenta, en definitiva, hombres que no puedan ejercer
la libertad que está impresa en las inútiles Constituciones. El
hombre libre no necesita al capitalista, pero el capitalista necesita
hombres que lo necesiten… entonces ¿qué hace? Convierte a los
hombres orgullosos y dueños de sí mismos, en hombres despojados,
castigados por la amenaza de un hambre que no pueden saciar por sus
propios medios. Donde ayer bastaba el rudo esfuerzo para sobrevivir,
ahora es necesario pedir permiso…
Esta
fue la tarea en que se ocupó la burguesía desde que el mundo la
parió. Primero fueron, en tanto campesinos acomodados de aldea,
serviles cómplices de los señores feudales para ayudar a explotar a
quienes eran sus compadres, los campesinos más pobres. En cuanto la
presión de los tributos feudales se hizo demasiado pesada para estos
pobres campesinos, fueron perdiendo tierras y ya no pudieron ser
autosuficientes. ¡Acá empezó la fiesta! Se había separado al
hombre de aquello que lo hacía autónomo, se lo había desposeído.
Ahora
los campesinos acomodados podían venir “al rescate”.
Ahora el hombre orgulloso necesita al capitalista. El que no tiene
medios de producción necesita al que sí tiene medios de producción.
El campesino acomodado por fin puede adueñarse de la capacidad de
trabajar del hombre despojado, y se convierte plenamente en
capitalista. Ahora puede pagar un salario lo suficientemente bajo
como para extraer una ganancia de la relación asalariada, de la
diferencia entre lo que paga al trabajador y el valor del trabajo que
obtiene. De la explotación.
Y
lo que empezó en el pequeño mundo feudal se universalizó con la
expansión europea, con la conquista del mundo. Y a cada parte del
planeta que el capitalismo quería transformar a su imagen y
semejanza, la revolucionaba de la misma manera, “liberaba”
a los hombres de su relación directa con la naturaleza, y aniquilaba
las bases de su autonomía y de su verdadera libertad. Ningún país
desarrolló un proletariado hasta que no se limitó y cercenó el
acceso a la tierra, y miles y millones de campesinos fueron
expulsados. Las oleadas de hombres buscando trabajo surgían de este
proceso mundial de desposesión.
Marx
explica todo esto en el cap. 24, y luego en el capítulo siguiente
(cap.
25) presenta la prueba irrefutable (1) de la contradicción entre
el capitalismo y el trabajo personal autónomo: estudia el proceso
paralelo que necesariamente debe ocurrir en los territorios en donde
el capitalismo se va expandiendo y forma colonias con personas que
han podido adquirir tierras propias. Es el caso de colonias como
Estados Unidos, Australia, etc. En algún momento el capitalismo
necesita, para despegar y desarrollarse plenamente, primero: que se
agote la disponibilidad de tierras, y segundo: que las tierras ya
ocupadas por pequeños granjeros independientes sean expropiadas
progresivamente, en un proceso de concentración de la tierra que a
lo largo de décadas va liquidando al campesinado. Esto es lo que
ocurrió en los casos mencionados y está ilustrado en el gran libro
de Steinbeck “Las
uvas de la ira”
(de cuya película extraigo las imágenes). También es lo que vemos
en nuestros días en China y en India, donde millones de campesinos
son expulsados de sus tierras para pasar a formar la gigantesca
reserva proletaria que el capitalismo mundial necesita.
Sin
mas introducción, los dejo con un extracto del mencionado Capítulo
XXV de El Capital (aunque es un capítulo tan corto que conviene
leerlo directamente de la fuente, y completo):
“La
economía política procura, por principio, mantener en pie la más
agradable de las confusiones entre la propiedad privada que se funda
en el trabajo personal y la propiedad privada capitalista
diametralmente contrapuesta , que se funda en el aniquilamiento de la
primera. En el occidente de Europa, patria de la economía política,
el proceso de la acumulación originaria se ha consumado en mayor o
menor medida. En esta región, o el modo capitalista de producción
ha sometido directamente la producción nacional en su totalidad, o,
allí donde las condiciones aún no están desarrolladas, por lo
menos controla indirectamente las capas sociales que siguen vegetando
a su lado, capas degenerescentes que corresponden al modo de
producción anticuado. El economista aplica a este mundo acabado del
capital las nociones jurídicas y de propiedad vigentes en el mundo
precapitalista, y lo hace con un celo tanto más ansioso y con tanta
mayor unción, cuanto más duro es el choque entre su ideología y
los hechos. No ocurre lo mismo en las colonias. El modo capitalista
de producción y de apropiación tropieza allí, en todas partes, con
el obstáculo que representa la propiedad obtenida a fuerza de
trabajo por su propio dueño, con el obstáculo del productor que, en
cuanto poseedor de sus propias condiciones de trabajo, se enriquece a
sí mismo en vez de enriquecer al capitalista. La contradicción
entre estos dos modos de producción y de apropiación,
diametralmente contrapuestos, existe aquí de manera práctica. Allí
donde el capitalista tiene guardadas sus espaldas por el poder de la
metrópoli, procura quitar de en medio, por la violencia, el modo de
producción y de apropiación fundado en el trabajo personal. El
mismo interés que en la metrópoli empuja al sicofante del capital,
al economista, a explicar teóricamente el modo de producción
capitalista por su contrario, ese mismo interés lo impulsa aquí “to
make a clean breast of it” [a sincerarse], a proclamar sin tapujos
la antítesis entre ambos modos de producción. A tal efecto, pasa a
demostrar cómo el desarrollo de la fuerza productiva social del
trabajo, la cooperación, la división del trabajo, la aplicación de
la maquinaria en gran escala, etcétera, son imposibles sin la
expropiación de los trabajadores y la consiguiente transformación
de sus medios de producción en capital. En interés de la llamada
riqueza nacional, se lanza a la búsqueda de medios artificiales que
establezcan la pobreza popular. Su coraza apologética se desmigaja
aquí como yesca echada a perder.
(…)
En primer término, Wakefield descubrió en las colonias que la
propiedad de dinero, de medios de subsistencia, máquinas y otros
medios de producción no confieren a un hombre la condición de
capitalista si le falta el complemento: el asalariado, el otro hombre
forzado a venderse voluntariamente a sí mismo. Descubrió que el
capital no es una cosa, sino una relación social entre personas
mediada por cosas (…)
“Si
el capital”, dice Wakefield, “estuviera distribuido en porciones
iguales entre todos los miembros de la sociedad […], a nadie le
interesaría acumular más capital que el que pudiese emplear con sus
propios brazos. Es este el caso, hasta cierto punto, en las nuevas
colonias norteamericanas, donde la pasión por la propiedad de la
tierra impide la existencia de una clase de trabajadores
asalariados“. Por tanto, mientras el trabajador puede acumular para
sí mismo y lo puede hacer mientras sigue siendo propietario de sus
medios de producción, la acumulación capitalista y el modo
capitalista de producción son imposibles. No existe la clase de los
asalariados, indispensable para ello. ¿Cómo, entonces, se llevó a
cabo en la vieja Europa la expropiación del trabajador, al que se
privó de sus condiciones de trabajo, y por tanto la creación del
capital y el trabajo asalariado? Mediante un contrat social de tipo
absolutamente inédito.
“La
humanidad… adoptó un sencillo método para promover la acumulación
del capital“, misión que, naturalmente, desde los tiempos de Adán
espejeaba en la imaginación de los hombres como fin último y único
de su existencia: “se dividió en propietarios de capital y
propietarios de trabajo… Esta división fue el resultado de un
concierto y combinación voluntarios“. En una palabra: la masa de
la humanidad se expropió a sí misma para mayor gloria de la
“acumulación del capital”. Ahora bien, habría que creer que el
instinto de este fanático renunciamiento de sí mismo debería
manifestarse sin trabas especialmente en las colonias, pues sólo en
éstas existen hombres y circunstancias que podrían transferir un
contrat social del reino de los sueños al de la realidad. ¿Pero
para qué, entonces, la “colonización sistemática“,
antitéticamente contrapuesta a la espontánea y natural? Pero, pero,
pero: “En los estados septentrionales de la Unión norteamericana
es dudoso que una décima parte de la población pertenezca a la
categoría de los asalariados… En Inglaterra… la gran masa del
pueblo está compuesta de asalariados”. El impulso autoexpropiador
de la humanidad laboriosa, en efecto, para mayor gloria del capital,
tiene una existencia tan tenue que la esclavitud, según el propio
Wakefield, es el único fundamento natural de la riqueza colonial. La
colonización sistemática de Wakefield es un mero pis aller
[paliativo], ya que tiene que vérselas con hombres libres, no con
esclavos. “Sin esclavitud, en las colonias españolas el capital
habría sucumbido o, por lo menos, se habría contraído,
reduciéndose a las pequeñas cantidades que cualquier individuo
puede emplear con sus propios brazos. Esto ocurrió efectivamente en
la última colonia fundada por los ingleses, donde un gran capital en
simientes, ganado e instrumentos pereció por falta de asalariados, y
donde ningún colono posee más capital que el que puede emplear con
sus propios brazos”.
La
expropiación de la masa del pueblo despojada de la tierra, como
vemos, constituye el fundamento del modo capitalista de producción.
La esencia de una colonia libre consiste, a la inversa, en que la
mayor parte del suelo es todavía propiedad del pueblo, y por tanto
en que cada colono puede convertir una parte de la misma en su
propiedad privada y en medio individual de producción, sin impedir
con ello que los colonos posteriores efectúen la misma operación.
Este es el secreto tanto de la prosperidad de las colonias como del
cáncer que las roe: su resistencia a la radicación del capital.
“Donde la tierra es muy barata y todos los hombres son libres;
donde cualquiera que lo desee puede obtener para sí mismo un pedazo
de tierra, no sólo el trabajo es muy caro en lo que respecta a la
parte que de su propio producto toca al trabajador, sino que lo
difícil es obtener trabajo combinado, a cualquier precio que sea“
(1)
Lo que se llama consecuencia observacional, para quienes busquen
formas de contrastar empíricamente la teoría marxiana.