Por
Marat
Las
Marchas por la Dignidad del 28 de Mayo han sido un fracaso
estrepitoso. 1.000 personas en Madrid, 200 en Valladolid, 200 más en
Córdoba, aproximadamente 1.000 en Sevilla y lo que reste de otras
ciudades, no permiten otro calificativo más compasivo.
Estas
cifras nada tienen que ver con aquella impresionante manifestación
de alrededor de un millón y medio de personas de 2014 que
probablemente superase a las mayores manifestaciones antiOTAN de la
transición, las del NO a la Guerra y las del Prestige.
¿Qué ha pasado para que hayamos llegado a esto?
No
hay una única respuesta. La manifestación del 22 de Marzo de 2014
fue el último canto del cisne de una movilización contra las
medidas antisociales de los dos gobiernos de la crisis -PSOE y PP-
que venía dando síntomas de cansancio.
La
falta de claridad política en las propuestas, la ausencia de una
organización fuerte de la clase trabajadora en las luchas con una
radicalidad clara en su proyecto y en sus demandas, el ciudadanismo
interclasista y transversal nacido del 15M, disolvente de la
conciencia de clase entre los trabajadores, y su bucle permanente en
un viaje a ninguna parte, junto con la gestión claudicante y
pactista de las huelgas convocadas por CCOO y UGT, generaron un
sentimiento de frustración y posterior pasividad entre los sectores
populares golpeados por la crisis capitalista. Esto por lo que se
refiere a la protesta social en general.
En
el caso de las Marchas por la Dignidad hay además factores propios
que explican el hundimiento de las mismas.
La
finalización de la primera edición de las mismas con una
provocación
fascista que
sirvió a la policía de la ex Delegada del Gobierno en Madrid,
Cristina Cifuentes, para llevar a cabo una represión salvaje contra
los manifestantes que nada tenían que ver con la violencia ejercida
por el reducido grupo de los
Bandera Negra infiltrados en la manifestación.
Ello
seguramente produjo un fondo de temor entre un sector de personas que
probablemente no habían acudido con anterioridad a una
manifestación. El altísimo número de manifestantes, que en muchos
casos incluían familias con niños da, en mi opinión, fuerza a esta
hipótesis.
La
criminalización posterior de la protesta social a través de la
reforma del Código Penal y de la Ley de Protección de la Seguridad
Ciudadana, con penas de cárcel y multas de hasta 600.000 € sería
otro de los factores fuertemente disuasorios para las posteriores
Marchas de la Dignidad. Ello también afecto a otras movilizaciones,
como las reformistas, constituyentes y poco más que limitadas a
exigencias de cambios institucionales de las distintas convocatorias
de Rodea el Congreso. Éste además tuvo el añadido de verse
reprimido de manera brutal, como sucedió a la primera Marcha,
mediante golpes, cargas, detenciones multas y condenas.
Al
desinfle contribuiría también la sensación de que las
movilizaciones que, no olvidemos, fueron planteadas siempre como
meras luchas de resistencia, sin proyecto real de avance, no habían
logrado arrancar a ninguno de los dos gobiernos del capital
concesiones concretas, retiradas de leyes regresivas y mucho menos
dimisiones de ministros o de gobierno. Se amplificó este ambiente
interesadamente, difundiéndose un discurso de cesión de la
soberanía activa de la lucha a la delegación pasiva mediante el
voto a “opciones de cambio”. Como si cualquier gobierno,
independientemente del signo que diga tener, fuese a ser más
garantista de una política progresiva hacia las clases trabajadoras
sin presión que con presión. El objetivo del relato naciente sobre
la inutilidad de la movilización era el de desactivar ésta para
hacer cómoda la gestión de otros gobiernos por venir y dejarlos las
manos libres a futuro.
No
es necesario
un ejercicio intelectual excesivamente intenso para deducir que
aquella campaña de “las
manifestaciones no sirven para nada, lo que hace falta es votar”
estaba orquestada por sectores del reformismo claudicante que
ha convertido a sus insensatos apóstoles en propagandistas
fervorosos del poder mágico de las urnas. Todo
ello a pesar de
que el obsceno cambiazo, no
tan imprevisible en cualquier caso, de Syriza tras llegar al
gobierno, demostró
lo ilusorio de creer en
proyectos que conduzcan
al cacareo
parlamentario.
Mientras
tanto, llegó la segunda Marcha por la Dignidad, la de 2015, que fue
ya un primer fracaso, aunque algo menos rotundo que este último.
Por
entonces se notaban ya los efectos de la desmovilización con la que
los nuevos gatopardos del sistema regaban a la opinión pública. La
tensión que en la coordinación de las marchas se había manifestado
entre rupturistas y posibilistas en la primera de las marchas
(PCE/IU, Podemos y otros especímenes: ATTAC, EQUO,…).
La
consolidación de Podemos como partido tras las elecciones
municipales ( a través de sus marcas blancas) y autonómicas traería
el discurso de la “ilusión” política, el concepto más
irracional que pueda existir pues no se sustenta sobre ningún
argumento mínimamente racional ni sobre hechos probados. Todo lo
contrario, un año más tarde hemos podido ver en el comportamiento
prepotente en sus protagonistas (Kichi: “yo tengo una carrera y
usted no”), condescendiente con el capital (Carmena: “vamos
a convocar a corresponsales económicos extranjeros para hacer todo
lo posible por animar las inversiones”), insensible y despótico
con los débiles (Colau: manteros, huelga del metro de Barcelona).
Mientras
tanto, alguno de los grupos supuestamente rupturistas de las Marchas
empezaba a fraguar alianzas tácitas en ámbitos concretos como las
plataformas de parados, ciertos espacios pacifistas o las propias
marchas, con los nuevos gatopardos. El oportunismo de cierta supuesta
izquierda radical es algo tan viejo como la existencia del
reformismo.
Y
en esto apareció el esforzado campeón de la defensa de “otro
capitalismo es posible”,
Varoufakis
Tras
su salida intempestiva y teatral del gobierno Tsipras, Varoufakis
se presentó
en
un primer momento como
sacrificada víctima
en el altar de la Troika para pasar a representar durante unos
brevísimos instantes el papel de Tisífone vengadora de la tragedia
griega y, finalmente, se
destapó
como compinche de refresco del capitalismo europeo: “La
cuestión que concierne a los radicales es esta: ¿deberíamos darle
la bienvenida a esta crisis del capitalismo europeo como una
oportunidad para reemplazarlo por un mejor sistema? ¿o
deberíamos estar preocupados respecto a como embarcarnos en una
campaña para estabilizar al capitalismo europeo?").
Por si hubiera dudas, con un
mohín de repugnancia
de vieja beata ante
lo que supuestamente escandaliza a su moral, proclamó:
[Debemos]
"defender a
un repugnante capitalismo europeo cuya implosión, a pesar de sus
muchos males, debe ser evitada a toda costa".
Pero
el fariseo Varoufakis no nos explica cuáles son esos muchos males
del capitalismo y, de ser tantos, por qué se toma la hercúlea tarea
de salvarlo y,
sobre todo, por qué debemos creer que los males del capitalismo a
los que alude compensarán el sostenerlo, sobre
todo cuando no serán los políticos como él y sus secuaces quienes
los sufran sino las clases trabajadoras europeas.
Como
todo tendero que alaba las excelencias
de sus
mercancías
caducadas,
Varoufakis se saca de la manga una de esas categorías abstractas
mitoflolklóricas: “la identidad europea”,
que el mismo reconoce que no existe. Objetivo: salvar a
la UE, que como la casa Usher amenaza ruina y hundimiento:
“Los problemas y las luchas de los europeos son tan
comunes que se puede crear una identidad paneuropea. Si no lo
hacemos, la UE se romperá. Somos la mejor oportunidad para que la UE
sobreviva”.
Y
tras tantos peregrinos
“argumentos” a favor de que otro capitalismo y otra UE son
posibles, como aquí afirman los cipayos IU y Podemos, Varoufakis
inventó su Plan B para Europa, algo así como un botiquín de
últimos recursos para contingencias mayores.
Conferencias
generosamente pagadas, viajes, entrevistas, actos de presentación
del nuevo divertimento varoufakiano, dejan la sensación de que
estamos ante una marca (Plan B para Europa) empleada como reclamo
publicitario pero carente de otro producto real que no sea la venta
de humo de artificio que oculte la realidad de la naturaleza
explotadora e irreformable del capitalismo europeo expresada en unas
siglas de dos letras: UE.
De
momento, una parte de los promotores del Plan B hablan de salir del
euro, mientras otros no aclaran su posición al respecto. Lo que
parece claro es que no muestran dudas sobre su permanencia en la UE,
otra UE dicen ellos, porque en cualquier caso, según afirman,
la UE ha impulsado el “internacionalismo”.
E invocan la “democracia”
como talismán salvador de todos los males; su democracia burguesa y
representativa, por supuesto. Tampoco
explican
cómo acabar con las políticas de austeridad, ni su hoja de ruta
para rechazar
el pago de la deuda. Lo fían
todo a un hipotético cambio de signo de unos cuantos gobiernos en
Europa, como si el capital necesitara pasar por las urnas o como si
el poder no residiese en él
sino en las instituciones políticas.
Este
brindis al sol es un señuelo para no ir a ningún lado y echar las
energías de la protesta social en saco roto.
No
insistiré sobre
los vínculos de algunos de los participantes en la reunión de
febrero pasado para presentar el Plan B de Varoufakis en Madrid con
fundaciones globalistas, algunas de ellas ligadas a George Soros,
dado que en su momento escribí
sobre ello. Sólo esta cuestión debiera ser ya causa de repudio
del Plan B desde una posición no ya revolucionaria sino simplemente
de izquierda, un concepto tan secuestrado en los últimos años. Eso
sin contar con la carencia absoluta de planes de algo que se hace
llamar Plan B para Europa, nombre que sugiere que aparece cuando un
Plan A ha fracasado.
No estaría de más preguntarse a
quiénes les ha fallado, a
quiénes interesa el Plan B que no sea
la
propia UE,
y si no está pensado para sacarle
las castañas del fuego a través de personajes, turbios unos,
vedettes otros, aventureros y arribistas todos ellos.
Merece
la pena que nos detengamos en dos acciones concretas que promueve el
Plan B para Europa para que comprendamos sus intenciones reales
respecto a los llamados “movimientos sociales”:
1.
“Reforzar y ampliar la red de movimientos europeos contra la
deudocracia y la austeridad”
4.
“Promover espacios de confluencia entre movimientos sociales,
técnicos y grupos políticos para compartir metodologías y
experiencias en realización de auditorías ciudadanas".
No
hace falta ser un lince para detectar en ellas
el deseo de influir e incluso de “orientar” a
los movimientos sociales en una determinada dirección,
algo legítimo para
cualquier grupo, si no fuera por las evidentes intenciones de
llevarlos
-es
el caso de las Marchas de la Dignidad- a un terreno que no es
el suyo.
A
tal fin, el Plan B para
Europa hacía coincidir la fecha de la manifestación en Madrid (28
de Mayo) con la convocatoria
de las Marchas en la misma ciudad, sabedores los primeros de que la
notoriedad del ex ministro griego y de su muy
publicitada nueva marca
eclipsarían, con la complicidad de los medios de desinformación del
capital, en buena medida a las propias Marchas. Al
ponerse el foco mediático sobre la capital de España la envolvente
sería perfecta.
La
alianza de una parte de los despojos del 15M, los minireformistas de
IU/PCE/UJCE, Frente
Cívico,
Podemos, Anticapitalistas y algún oportunista
convidado de piedra, que usa las luchas de los trabajadores para sus
propias orientaciones políticas, daría el golpe de gracia a las
Marchas.
Y
así fue. Les salió la jugada mejor de lo que creían. Dos días
antes de la manifestación del 28M, las
Marchas de la Dignidad de Madrid informaban en algún medio
alternativo de su desconvocatoria. Y se reafirmaba dicha
desconvocatoria en un comunicado
realizado en el propio blog de las mismas.
En
general se criticaba el oportunismo de los convocantes del Plan B
para Europa al
hacer coincidir ambas movilizaciones, se explicaba que el peso
mediático de algunos
participantes en la primera de ellas (en alusión indirecta a los dos
protagonistas del pacto Unidos Podemos) no garantizaba la
independencia de las Marchas respecto “al proceso
electoral en curso” y se
rechazaba su intento de salvar a la UE desde posiciones reformistas.
El
éxito del golpe de los promotores del Plan B estaba asegurado. No
sólo se había echado de la carretera a las Marchas en Madrid sino
que se las había dividido, pues en el resto de territorio español
se mantenía su
convocatoria, en ocasiones con la firma de los del Plan B. Peor
aún, la unidad de la
coordinadora de las Marchas de Madrid, siempre
muy frágil por la tensión entre rupturistas y posibilistas,
ha quedado rota.
A
esa tarea se han aplicado algunos medios indignos como Cuarto
Poder, una especie de voz de su amo mixta entre los medios
“alternativos”, de los que una parte cada vez lo son menos, y los
del capital.
Sería
un error pensar en que el propio Plan B para Europa ha fracasado
también en número de convocantes. Su objetivo no era llenar Sol. Es
evidente que aunque el poder movilizador de Podemos e IU haya caído
muchos enteros, no así su proyección electoral, son capaces de
juntar más de mil personas en Madrid. En realidad su objetivo era
dar la puntilla a las Marchas, con el fin de desacreditarlas a futuro
y de lograr que la calle sea
una balsa de aceite ante un posible gobierno de “cambio”. Lo irán
haciendo, o al menos lo intentarán, con todas las organizaciones,
plataformas y coordinadoras que consideren un obstáculo. En esta
ocasión lo han logrado precisamente porque las Marchas ya estaban
muy debilitadas. Pero que no se descuiden los del caballo de Troya
porque, si
llegan
al gobierno, su obediencia a la Troika, más que segura cuando les
toque continuar con los recortes que, de momento, ya son de más de
8.000 €, puede que deje los silbidos de hace 15 días en Sol en un
sutil
reproche.
Mientras
tanto no estaría de más pedirle a cierta organización, que se
dice comunista y de izquierda
radical, y a determinado sindicato pastoreado por Podemos y con algún
dirigente ambicioso
por
saltar a la política nacional, explicaciones por su doble juego de
reivindicaciones combativas y aproximaciones a los nuevos gatopardos.