Maciek
Wisniewski. La Jornada
El
migrante. Benjamin (1892-1940), al parecer, nace siendo un migrante,
hecho solo para cambiarse de lugar. Nunca logra encontrarse uno fijo.
Estando en uno ya quiere irse al otro. Su Berlín natal es su
influencia principal. Aun así, no puede esperar a dejarlo atrás.
Sólo que al mismo tiempo no sabe dejar atrás la casa de sus padres
(una bien acomodada familia burguesa judío-alemana). Por años sigue
viviendo con ellos, obligando a su padre a que lo mantenga. En los
años 20/30 va y regresa. Primero del (auto)exilio en Suiza durante
la Primera Guerra Mundial (donde hace el doctorado), luego de sus
casas temporales en París, Capri o Moscú. La carrera académica que
anhela tanto –pero a la que no puede decidirse bien: “Trato de
agarrar el viento de todos lados”, anota en Capri ( Walter
Benjamin: a critical life, Harvard, 2014, p. 217)– lo
ataría a un lugar. Pero su habilitación es rechazada y queda
“libre”. Aprovechando el auge mediático en la joven
república de Weimar se vuelve un freelance writer: colabora
con la prensa, la radio, hace traducciones y trabajos de redacción.
Así puede “estar en movimiento”: siempre que logra juntar
un poco de dinero –su situación económica es muy precaria–
migra por toda Europa. El viaje –bien subrayan Eiland y Jennings,
autores de su nueva, ya citada biografía (satisfactoria como fuente
de información sobre su vida y entorno, pero decepcionante como
lectura...)– es para él una “medicina para las miserias”
(p. 335). Incluso la típica disyuntiva de los intelectuales judíos
de su generación (y “acto de rebelión contra sus familias
burguesas”): “sionismo o comunismo”, descrito así
por su amigo Gershom Sholem ( LRB, 3/8/95), se presenta para él como
una cuestión del destino migratorio. Aunque estudia las
posibilidades de emigrar tanto a Palestina como a la URSS, no puede
decidirse por ninguna (ni por rebelarse contra su familia...). Quiere
“evitar compromisos ideológicos” y “conservar su
libertad intelectual y personal” (p. 272). El hogar es donde
puedo gastar el dinero, escribe (p. 332).
El
exiliado. Con su precario modo de empleo, siempre está buscando un
lugar más barato para comer, dormir, leer y escribir; en 1932, en
plena bancarrota, quiere ir a vivir a una cueva en una isla en el
Mediterráneo (Esther Leslie, “Walter Benjamin: the refugee and
migrant”, en Verso blog, 14/10/15). Con la llegada de
Hitler al poder, pasa de migrante a exiliado (igual que otras 100 mil
personas que huyen de Alemania entre 1933-35). “Sacado de su
comodidad burguesa por las fuerzas de la historia y aventado al lado
de los desposeídos”, apunta Leslie, ve en el auge del nazismo
“la continuidad de la opresión y explotación capitalista”.
Exiliado en París con poco dinero y pocas oportunidades para
publicar, anota: “Hay lugares donde puedo ganar una cantidad
mínima y lugares donde puedo subsistir con una cantidad mínima,
pero no hay ninguno donde las dos cosas coincidan” (p. 392). La
atmósfera alrededor –los franceses tratando a los exiliados
alemanes peor que a los alemanes que los exiliaron, los exiliados
comiéndose a otros exiliados y los judíos humillando a otros judíos
(“Si estos dependerán sólo de sí mismos y de
los antisemitas, pronto no habrá muchos de ellos”, p. 495)–
profundiza su desesperación. Busca nuevas casas. En siete años
cambia de dirección 28 veces. Se va a Ibiza, a Dinamarca (a ver a
Brecht, quien lo tilda de “huidizo incapaz de alcanzar un
refugio”), a Italia... Cada vez después de un rato, de un
lugar ya quiere irse al otro. Cuando Adorno y Horkheimer –que junto
con su instituto, su principal fuente de empleo en estos años, ya
están en Nueva York– quieren traerlo a Estados Unidos, lo ve con
esperanza. Vacila –como con todo– pero sabe que ya se le acaba el
tiempo. A principios de 1939, la Gestapo descubre un artículo que
una vez publicó en Moscú, “transgresión” suficiente
para revocarle la ciudadanía alemana (p. 626). Del exiliado pasa al
apátrida y al refugiado.
El
refugiado. Cuando en septiembre estalla la guerra, el gobierno
francés ordena la internación de miles de enemy aliens
alemanes y austriacos. Benjamin queda encerrado por dos meses,
primero en el Estadio Olímpico en Colombes, al norte de París, y
luego en el campo en Nevers (p. 648-653). Aunque son campos de
internamiento, las condiciones son terribles y él no está hecho
para aguantarlas. Ya en libertad le escribe a Adorno: “En los
últimos meses vi tantas vidas cuya ‘existencia burguesa’ no sólo
se hundía, sino se ‘zambullía de cabeza’ de un día para el
otro” (p. 669). La suya incluida. Cuando en mayo de 1940 los
nazis invaden Francia, finalmente intenta huir del país. Tiene un
visado estadunidense, pero para poder tomar un barco en Marsella
necesitaría también uno francés. Siendo un apátrida, no puede
sacarlo. Con un grupo de otros refugiados logra cruzar a España a
través de los Pirineos. Pero la frontera en Port Bou está cerrada.
Le dicen que será retornado a Francia y, mientras tanto, junto con
otros, lo ponen en un hotelito bajo guardia. Temiendo ser enviado
otra vez al campo de internamiento, el 26 o 27 de septiembre –en
circunstancias poco claras, reconstruidas por Jeremy Harding ( LRB,
19/7/07)– decide suicidarse. Del refugiado pasa al náufrago y al
ahogado. Al día siguiente la frontera queda reabierta (p. 675).
Coda.
Para Benjamin la historia era una “lucha” entre el futuro
y el pasado, con el presente como “una viva imagen dialéctica
de los dos”; según él había momentos en que gracias a un
particular alineamiento político-histórico, un fragmento del
pasado, resonando con el presente, podía hablarnos directamente.
Este
momento es ahora, cuando:
1)
la suerte de los refugiados, como Benjamin, resuena con la vida y la
muerte de miles en las fronteras de Europa y en sus campos de
internamiento;
2)
la suerte de los exiliados por el fascismo, como Benjamin, resuena
con su actual renacimiento;
3)
la suerte de los migrantes y trabajadores precarios, como Benjamin,
resuena con la condición de millones de freelance workers.
Las
imágenes del pasado y del presente encajan tan bien en un nuevo
“rompecabezas dialéctico”, que simplemente parecen
intercambiables.
NOTA
DEL EDITOR DE ESTE BLOG:
Aunque
parece ya una batalla perdida, a algunos nos resulta especialmente
irritante la expresión de trabajadores precarios para referirse a
los hijos de la pequeña y mediana burguesía a los que les han
venido mal dadas en algún recodo de la historia. Lo que algunos
llaman “precariado” no ha sido otra cosa que la condición de
vida del proletariado (o clase trabajadora, si la expresión les
resulta menos “desfasada” a los “modernos de lo nuevo”) en la
mayor parte del tiempo de existencia de esta clase social. Así que
atenciones especiales hacia algún estrato de clase, que ni siquiera
ha alcanzado la condición de tal, ninguna.