24 de noviembre de 2015

¿QUÉ LE HA PASADO A LA IZQUIERDA FRANCESA? MÉLENCHON, ASCENSO Y CRISIS DEL PARTI DE GAUCHE

Clément Petitjean.SinPermiso


NOTA DEL EDITOR DE ESTE BLOG
Traigo a ustedes un largo texto sobre Mélenchon y el Partido de Izquierda francés, aunque en realidad habla de todo ese magma decadente, declinante y claudicante que aún llaman “izquierdas”. Obviamente, al PSF y a Hollande no los considero tal sino simples títeres del imperialismo USA con gorro frigio de grandeur caducada.

Hace mucho que no publico artículos de SinPermiso en mi blog, dada su orientación reformista mal disimulada.

Sin embargo, el presente texto tiene una virtud: pone en evidencia las categorías ideológicas para dummies desclasados en las que se mueven los reformismos francés y español, por mucho que no se aluda apenas a España: “gente”, “pueblo”, “99%”, “constituyente”, “transversal”…

Llama en cambio la atención que el artículo no extraiga las conclusiones pertinentes en cuanto a lo que en realidad representan esa “izquierdas”: otra variedad del supermercado capitalista de marcas electorales. Quizá no lo hace porque el propio autor considera a esas “izquierdas” “izquierda radical”, lo que es ya indicativo de cuál es el asiento ideológico real de quien escribe el citado texto.

En cualquier caso, los ingredientes del reformismo están ahí: renuncia a asentar su discurso en una batalla ideológica que ponga a la clase trabajadora en el centro de la lucha social, renuncia a un discurso propio de la lucha de clases, categorías de “pueblo”, “nación”, “ciudadanos”, algo que constituye una triada interclasista, lo que cualquier francés debiera saber tras la Revolución Francesa; evitación del referente de Octubre de 1917 para volver (en plan “moderno) sobre 1789, inicio de la hegemonía burguesa, “revolución ciudadana” que pretende legitimarse en las urnas de la burguesía; receta democrática, en lugar de socialista, frente a agresión de los capitalistas a la clase trabajadora, asiento social en la clase media en lugar de en la trabajadora, etc. etc. Lo llamativo es que el autor se quede en mencionarnos todos esos elementos sin elevar el discurso hacia las conclusiones pertinentes: lo que hoy se llaman las “izquierdas” no son sino parte burda de otra alternativa más que se da a sí mismo el capital.

En cuanto a la crítica a la apuesta laicista de esa izquierda porque esa apuesta ya la hizo la derecha, los argumentos son de traca. El problema no está en el laicismo sino en su aplicación. El laicismo debe ser una apuesta y una batalla ideológica, no una imposición. Decir que el problema es el laicismo por el uso que ha hecho de él la derecha es como renunciar a entender la realidad económica que vivimos porque la derecha liberal también se ocupa, aparentemente, de ello. La cuestión no está en el concepto sino en el uso que se hace de él.

Vendernos, como hace el autor del texto que les presento, la crisis de esas “izquierdas” como meras consecuencias de sus zigzags tácticos, no es sino escamotear el debate real y las conclusiones pertinentes.

Les dejo con el texto. Saquen ustedes conclusiones.

¿QUÉ LE HA PASADO A LA IZQUIERDA FRANCESA? MÉLENCHON, ASCENSO Y CRISIS DEL PARTI DE GAUCHE

Clément Petitjean.SinPermiso

El Parti de gauche estaba llamado a reforzar la izquierda francesa. Pero, ¿por qué esos esfuerzos han sido en vano?
El cinco de julio de 2015, fecha del referéndum griego, alentó las esperanzas de millones de europeos izquierdistas. Pero la capitulación de Syriza ante sus acreedores en aquel mismo mes supuso un recordatorio de la cruda realidad que afronta la izquierda europea: todavía perdura la profunda crisis en la que se encuentra.

Una amplia coalición de izquierdas fundada en noviembre de 2008 con el nombre de Front de Gauche aunó diferentes organizaciones progresistas: el recién fundado Parti de gauche (PG), el centenario Parti communiste français (PCF) y otras tendencias izquierdistas de menor tamaño, surgidas en noviembre de 2013 para conformar una nueva organización, Ensemble!. Su objetivo original era construir una amplia coalición de izquierdas que desafiase la hegemonía del Parti socialiste (PS) en el campo de la izquierda francesa mediante la lucha por reformas.

A pesar de ser una organización joven, el PG asumió el papel rector de la coalición, en mayor medida que el PCF. La lenta descomposición del primero ofrece buenas explicaciones sobre el fracaso del Front de gauche (FDG) en su desafío al dominio socialista.

¿Un partido en crisis?
En julio, el PG celebró su cuarto congreso bajo el título “La solución es el pueblo”. Esta convención, considerada un éxito por los líderes, tuvo lugar en un contexto que muchos calificarían de “crisis de partido”. Durante los dos años anteriores, los comités locales de todo el país empezaron a perder miembros de manera progresiva. Algunos proclamaron su desacuerdo con el programa del partido y la falta de democracia interna, mientras otros tan solo lo abandonaron sin hacer ruido.

De los 8.000 militantes que dice tener el partido, solo 1.700 participaron en la votación a las plataformas que competían por su dirección. Por primera vez en la corta historia del PG, había dos plataformas aspirantes, y no solo una. La opción mayoritaria, apoyada por la ejecutiva del partido, cosechó solo el 55 % de los votos, mientras que la otra plataforma competidora obtuvo el 45 %. La perdedora, al tiempo que reclamaba una ruptura radical con el PS, abogaba por un compromiso renovado con las clases trabajadoras mediante la defensa de la “soberanía nacional” y la salida de la Unión Europea (UE).

Pero hablar de la crisis del PG no basta para abordar el tema. La totalidad de la izquierda francesa, al fin y al cabo, está en situación de crisis. Desde el post-trotskista Nouveau Parti Anticapitaliste (NPA) hasta los verdes (EELV) y el PS, todas las organizaciones políticas se enfrentan la fuga de sus miembros, disputas entre facciones, malos resultados electorales y una falta total de visión estratégica de futuro. Incluso el Parti Ouvrier Indépendant (POI) de tendencia lambertista, uno de los sectores de la izquierda radical de Francia que todavía cuenta con mil militantes, se encuentra al límite del colapso.

En particular, la supuesta crisis del PG no es un acontecimiento aislado. Debería entenderse en el contexto de su historia: la trayectoria del partido ha sido una montaña rusa, primero con un crecimiento estable, un momento de apogeo y una continua caída desde entonces, tanto en términos de votos como de militancia.

Ascensos y caídas
El PG se funda en noviembre de 2008, de la mano del antiguo senador socialista Jean-Luc Mélenchon y otros miembros discrepantes del PS. A ellos se unieron disidentes de los verdes como Martine Billard, que copresidió el PG hasta 2014.

Mélenchon, un antiguo trotskista que se inscribió en el PS a finales de los años 1970, lleva bastante tiempo en la actividad política. No ofrece un rostro fresco, como Tsipras o Iglesias. Aterrizó al abrigo de François Miterrand, fue senador socialista durante 20 años y ministro del gobierno de Lionel Jospin entre los años 2000 y 2002. Durante la campaña a favor del “no” al Tratado Constitucional para Europa (TCE) en mayo de 2005, fue una de las principales figuras del ala izquierdista del PS que se oponían a este.

Al igual que con el referéndum griego de julio, ningún analista político supo prever la victoria del “no”, y menos con un 55 % de los votos. La mayor parte de los medios de comunicación abogaron desvergonzadamente por el TCE y demonizaron a los defensores del “no”, tratándolos como una horda de populistas antiliberales. La inesperada victoria del “no” animó las esperanzas de cientos de izquierdistas que se oponían a la naturaleza oligárquica de la UE.

Más tarde, ese mismo año, las protestas populares capitaneadas por jóvenes inmigrantes incendiaron los banlieues del país [1] en respuesta al fallecimiento de dos adolescentes que huían de la policía y se escondieron en una central eléctrica, donde murieron electrocutados. En la primavera de 2006, se celebraron manifestaciones masivas lideradas por los sectores jóvenes de la sociedad en contra del plan del Gobierno que suponía una desregulación del mercado laboral. En las elecciones presidenciales de 2007, Olivier Besancenot, el célebre portavoz de la Ligue communiste révolutionnaire (LCR), consiguió un millón y medio de votos, más del 4 % del escrutinio.

En este contexto aparecieron nuevas organizaciones políticas, como el NPA (sucediendo a la LCR tras la exitosa campaña de Besancenot en 2007, en un intento de congregar las diferentes tendencias de la izquierda radical francesa) o el PG, presidido por Mélenchon.

Poco después del nacimiento del PG, Mélenchon, Marie-Georges Buffet (por aquel entonces, la secretaria nacional del PCF) y otros grupos pequeños de izquierdas fundaron el Front de gauche. El FDG presentó a sus propios candidatos a las elecciones europeas de 2009 y a las elecciones regionales de 2010. El modelo que originalmente pretendía seguir era el del Die Linke alemán.

Die Linke se creó en 2007 a partir del Partei des Demokratischen Sozialismus (Partido del Socialismo Democrático), que nació de las cenizas del partido comunista que había gobernado la RDA y que era conocido como Trabajo y justicia social – La Alternativa Electoral [(WASG) un grupo dominado por socialdemócratas y sindicalistas descontentos y provenientes de Alemania Occidental]. Su copresidente, Oskar Lafontaine, tenía una trayectoria similar a la de Mélenchon: abandonó el Partido Socialdemócrata alemán (PSD) debido a su deriva derechista, para construir una alternativa socialdemócrata de izquierda.

El hecho de que el FDG se convirtiese en la fuerza dominante a la izquierda del PS no era algo que necesariamente fuese a suceder. En el momento de su fundación, el NPA también parecía un proyecto ilusionante, capaz de convertirse en un partido anticapitalista fuerte que llegase más allá del ecosistema de izquierdas radicales existente. Besancenot, un cartero de vocación, era mucho más joven que todos los líderes del FDG y aportaba una voz más fresca que los oficiales del PCF y el dirigente del PS Mélenchon. El NPA tenía un enfoque centrado en los movimientos sociales, mientras que el FDG se inclinaba originalmente hacia una estrategia más electoralista.

La historia de la desaparición del NPA todavía está por escribir. Pero el problema, sencillamente, era que el partido no supo aprovechar la oportunidad para ampliar de manera trascendental su base social, ya que pronto se vio atado por la rigidez de la organización. El FDG, por el contrario, dado que se creó con el objetivo de aunar diferentes organizaciones, portaba la idea de que era posible superar las rivalidades internas para construir una alternativa de izquierda fuerte.

El PG se benefició enormemente de esta dinámica positiva. Así lo reconoce Sylvie Aesbicher, una antigua dirigente parisina y miembro de la dirección nacional que abandonó el partido en julio:

Sirvió para lo que debía; juntó a las personas al tiempo que avanzaba. La construcción del Front de Gauche se dio al mismo tiempo que crecía; primero en las elecciones europeas, cuando fuimos capaces de hacernos un sitio, y después en las elecciones regionales, en las que lo hicimos mejor, y después con la candidatura única para las elecciones presidenciales, y después superando el 10 % en 2012. Los resultados fueron decepcionantes, pero algo estaba pasando. Había la idea de que se estaban alcanzando objetivos; libramos una batalla y funcionó, por lo que valió la pena”.

Desde 2009 hasta 2012, la historia del PG es una historia de éxito. Ya que el PCF parecía un partido de zombis, aquellos que apoyaban la estrategia amplia de izquierdas del FDG se unieron al PG. Dada su posición en el espectro político y su apariencia dinámica, el PG representó la alternativa más viable. Así lo explica Manon Coléou, que se unió al partido en diciembre de 2012:

Nací con la bandera roja bajo el brazo. Y estaba buscando un partido en el que me sintiese cómodo. No quería afiliarme al NPA, o al PCF (al PS, ni de broma). Entonces descubrí el PG durante las elecciones de 2012. En un principio me sentí decepcionado porque no podía unirme directamente al FDG, pero decidí que el PG era una buena opción”.

En 2012, Mélenchon se postuló como candidato de la coalición a las elecciones presidenciales. Se presentó con un programa común cuya dinámica integradora recordaba al programa común de 1972 del PCF y el PS [2]. Este programa defendía reformas progresistas para luchar contra la crisis y poner fin a las sangrantes desigualdades socioeconómicas; pretendía fortalecer el Estado de bienestar, los derechos laborales y la redistribución de la riqueza; abogaba por la renegociación de los tratados europeos y un plan económico ecosocialista. También defendía una nueva asamblea constituyente (un cuerpo o asamblea de representantes conformado a efectos de diseñar y adoptar una nueva Constitución) para reavivar la vida democrática francesa y romper con el régimen actual.

Mélenchon cosechó el 11,1 % de los votos. Los cuatro millones de votos conseguidos supusieron un resultado seis veces mayor que los 700.000 obtenidos por Buffet (1,93 %) en 2007; es el mejor resultado de lo que queda de PS desde 1981. Aunque Mélenchon no consiguió superar al ultraderechista Front National de Marine Le Pen (como dijo que haría), su campaña inspiró a cientos de miles de ciudadanos. Había una alternativa al sistema bipartidista neoliberal; “la otra izquierda” estaba en disposición de ganar y construir una mayoría. No fue así esta vez, pero quizás para la próxima. Muchas personas se unieron al PG sobre la base de esa fascinante promesa.

A diferencia de otros grupos de la izquierda radical francesa, que ya no reflexionaban sobre la conquista del poder estatal, el PG tenía un plan estratégico. Pero Mélenchon y su círculo más cercano están tan obsesionados por ello, que oscureció su postura política.

En la carrera hacia las elecciones presidenciales, Mélenchon y su equipo de campaña diseñaron una estrategia “frente contra frente”, dirigida contra Le Pen y el Front National, con la esperanza de desenmascarar el programa social populista de Le Pen y así influir en los segmentos de la clase trabajadora.

Bajo esta estrategia moralista y de confrontación subyacía la siguiente creencia: los votantes de la clase trabajadora ven cada vez con mejores ojos al Front National, por lo que necesitamos enfrentarnos al él en su terreno y mostrar el error de votar al fascismo. En última instancia, esto fue un fracaso, y los discursos de Mélenchon tan solo añadieron más fuerza al protagonismo de Le Pen.

Aunque esta estrategia fue puesta otra vez en práctica en las elecciones legislativas de junio en Hénin-Beaumont, una pequeña ciudad del norte de Francia, donde los socialistas estaban inmersos en escándalos de corrupción y donde se presentó Le Pen. El Front National había puesto en marcha una estrategia constante de organización a nivel local durante los 10 años anteriores.

Un par de semanas antes del día de las elecciones, Mélenchon se trasladó a esa circunscripción para supuestamente derrotar a Le Pen, sin ningún apoyo de base. Mélenchon alcanzó el tercer puesto (21,48 %), detrás del candidato socialista (23,5 %). El segundo ganó con una estrecha mayoría de 118 votos.

Tras esta derrota, que fue muy publicitada, Mélenchon hizo encallar al puñado de comprometidos activistas locales del FDG; las asambleas ciudadanas dejaron de funcionar de repente por todo el país, y la excesivamente divulgada dinámica del FDG llegó a su fin.

Desde entonces, atestiguamos una larga sucesión de luchas internas.

Las elecciones municipales de 2014 fueron otro duro golpe al FDG. Los resultados oscilaban entre el 5 % y el 7 % en todas las ciudades. El PG había intentado capitalizar la fama y figura de Mélenchon, en vano. Aunque la cara de Mélenchon estuviese en los carteles de campaña colgados por las calles, su función emblemática y cautivadora parecía perder su magia.

Los mítines y marchas no atrajeron a tanta gente como antes. “Muchas personas se unieron al PG en 2012, en medio de la dinámica del FDG. Pero se cansaron de las disputas y desacuerdos internos, y muchos dejaron de organizarse”, declara Coléou. Un par de meses más tarde, el PG tuvo un resultado igualmente malo en las elecciones europeas. Tan solo Mélenchon pudo conseguir un escaño en el Parlamento Europeo bajo esa marca.

De algún modo, el PG se redujo a la figura de Mélenchon. Esta personalización de la política identifica el fracaso de un partido cuyas dinámicas de organización se basaban en la presencia en los medios, para compensar la falta de unas bases sustanciales. Aunque los miembros del PG eran activistas comprometidos y disciplinados, nunca fueron más de 12.000. Y estos militantes todavía pertenecen de una manera abrumadora a la clase media (la mayor parte son funcionarios, maestros o profesores).

Al contrario de Die Linke, que consiguió formar gobierno en la región de Turingia en diciembre de 2014, ningún candidato apoyado por el FDG fue elegido para ocupar puestos de gobierno de tamaño intermedio. La única victoria tangible fue la obtenida por la coalición PG-Verdes en Grenoble (un antiguo bastión industrial de 500.000 habitantes), gracias, principalmente, al equilibrio de fuerzas local y a las movilizaciones de base.

Para las siguientes convocatorias electorales (las elecciones en diciembre de 2015 y las presidenciales de la primavera de 2017) las expectativas son sombrías. En la región de París, Pierre Laurent, el secretario nacional del PCF, anunció unilateralmente su candidatura, lo cual provocó intranquilidad entre otros socios del FDG.

Durante el Cuarto Congreso, una de las decisiones relativas a la estrategia estaba relacionada con el FDG. A pesar de que la plataforma del Congreso reafirmó su compromiso con esta coalición, otorgó prioridad a los “movimientos ciudadanos” para la construcción de una fuerza política más fuerte a la izquierda del PS que pudiera incluir a otras organizaciones de izquierda como los Verdes. Esto evidencia hasta qué punto el FDG ha dejado de ser atractivo.

Por supuesto, existen factores externos que explican el fracaso del FDG y del PG. En primer lugar, los movimientos sociales se hallan en un punto históricamente bajo. El último movimiento progresista de masas, el movimiento de los pensionistas, tuvo lugar en el otoño de 2010. A pesar de que fueron millones de personas las que se manifestaron para mostrar su oposición al plan del presidente Sarkozy de transformar de manera radical el sistema de pensiones, el movimiento se vio agotado. La mayor parte de los movimientos de masas desde entonces han sido de carácter reaccionario, como las manifestaciones contra el matrimonio homosexual de los años 2012 y 2013.

En segundo lugar, a diferencia de sus compañeros en Grecia y España, el PS no ha sufrido la pasokización (todavía). Se ha mostrado sorprendentemente resistente desde que consiguió el gobierno tras las elecciones de 2012. De nuevo, a pesar de su desvío hacia posiciones derechistas, todavía representa la izquierda para muchos votantes, y el último baluarte contra el Front National. Sus mensajes electorales se basan en lo siguiente: “o nos votas, o ganará Marine Le Pen”.

Los socialistas franceses destacan en este método menos demoníaco de chantaje. En 2012, el verdadero problema no era que la gente dudase entre Le Pen y Mélenchon, sino que dudasen entre Mélenchon y François Hollande. Muchos votantes de izquierdas sentían tanto odio hacia Sarkozy que decidieron votar a Hollande. De hecho, Mélenchon pidió a sus simpatizantes que votasen a Hollande contra Sarkozy en la segunda vuelta.

En tercer lugar, la presencia de un partido de ultra derecha fuerte, que progresivamente amplía su apoyo popular, elecciones tras elecciones, se ha convertido en una característica propia del paisaje francés. Los votantes desilusionados con los fracasos económicos de Hollande y las continuas reformas del mercado laboral miran cada vez más hacia el Front National en lugar de al PG.

Pero también hay factores internos que provocaron el fracaso del FDG. En el centro de las disputas más agrias entre el PCF y el PG estaba la cuestión de la contingente alianza con el PS durante las elecciones regionales. La explicación a esto la hallamos en la propia historia del PCF.

Tal como demuestra Julian Mischi en Le Communisme désarmé, la base militante del partido (en tiempos, uno de los partidos más fuertes de Europa occidental y la fuerza hegemónica de la izquierda francesa) se ha ido empequeñeciendo durante los últimos 40 años y, en consecuencia, el PCF ha cerrado filas en torno a sus representantes electos. Dado que su supervivencia como organización depende de su permanencia en los cargos de elección popular (en concreto, en el histórico “cinturón rojo” de París), el PCF ha apostado de manera sistemática por aliarse con su socio más fuerte, el PS.

Estas disputas entre facciones eran un asunto central, ya que el FDG nunca había tenido ninguna presencia organizacional. Aunque la campaña de Mélenchon bajo la marca del FDG en 2012 pudo captar la ilusión de varios millones de votantes, y a pesar de estar construido en base a comunidades organizadas (las diferentes asambleas ciudadanas que fueron surgiendo por el país), era imposible unirse directamente a la organización.

Así, los resultados de 2012 no se tradujeron en un incremento duradero de su militancia. Los eternos debates entre comunistas y el PG con respecto al establecimiento de un sistema de afiliación se agotaron. Algunos activistas de las bases se posicionaron para liderar la alianza, pero sin éxito. De ahí la naturaleza contradictoria de la coalición: a pesar de que el FDG, y no sus partes individuales, fue capaz de entusiasmar a cuatro millones de votantes, nunca llegó a ser más que la suma de sus partes.

Ante esta profunda crisis (un reflejo de la crisis general que atraviesa la izquierda radical francesa en su conjunto), la solución del PG fue ir más allá de las organizaciones políticas y contribuir a la construcción de asambleas ciudadanas para preparar la “revolución ciudadana”.

A pesar de que, en un principios, el FDG siguió el modelo de Die Linke, ahora, parece que Mélenchon y el PG dirigen su mirada hacia Podemos, las movilizaciones de base no partidista y una apelación más amplia al “pueblo”. Es una extraña mezcla entre la transversalidad y el republicanismo, entre la espontaneidad y la institucionalización.

El asamblearismo de discurso transversal
Los miembros del PG son bien conocidos entre los activistas franceses por su compromiso militante; distribuyen panfletos, cuelgan carteles y participan en todas y cada una de las luchas en las que pueden. Como señala Aebischer:

A los activistas del PG se les dijo de manera continua que, allí donde haya una batalla, por pequeña que sea, hay que dar apoyo, ya que de ahí surgirá la conciencia: hay que enfrentarse a la austeridad, en pro del “interés humano general” y del ecosocialismo. Se perciben las luchas como un momento de intensa politización. La estrategia del PG es encender todos esos pequeños fuegos. El PG ha desistido de convencer al pueblo sobre sus argumentos y programa”.

Cuando hablé con Mélenchon, teorizó este tipo de activismo, que llamó “guerra de movimientos”:

El partido, a largo plazo, solo podrá batallar en una guerra de movimientos. Nunca luchamos en guerras de posiciones, porque no somos capaces de soportarlo. La genialidad de nuestra época es el arte de los movimientos. Todos aquellos que libran guerras de posiciones están condenados a perder finalmente sus posiciones, porque el propio terreno desaparece bajo sus pies. La característica principal de nuestra época es su carácter metaestable: constantemente al borde del colapso”.

La cara oculta de ese ultra-activismo es que termina por desgastar a las personas. Durante un par de años (en el mejor de los casos), se crea un fuerte revuelo que termina por apagarse. De ahí la alta rotación entre miembros del PG.

Según explica Aebischer, “en el comité del vigésimo arrondisement de París, solo tres o cuatro de los que se afiliaron en 2008 continúan todavía en el partido. Llegó un punto en el que el comité contaba con 180. Sobreviví a un par de generaciones de activistas del PG que lo daban todo durante una campaña, quizás dos, y luego lo abandonaban. El PG vive en un estado de urgencia sin tregua; no puedes pensar, porque estás ocupado todo el tiempo. No puedes dar un paso atrás y hablar, por lo que tienes dos opciones: o te vas, o te callas”.

Esta transversalidad se materializa en las asambleas ciudadanas. El objetivo no es solamente unir a los activistas expertos, sino a la gente común, a los ciudadanos concienciados. Las organizaciones políticas son bienvenidas, pero no los líderes. En la terminología del PG, el partido es un “explorador” o un “percusor”: su cometido no es liderar, sino ayudar a que el “pueblo” lidere.

La estrategia de asambleas es la orientación tomada por el PG para las próximas elecciones regionales: las asambleas, no el PG, decidirán qué camino tomar. En Franche-Comté, por ejemplo, Gabriel Amard, un secretario nacional, no menciona su papel ejecutivo en el partido y se presenta como miembro del activismo ecosocialista.

El llamamiento a las asambleas ciudadanas no es algo nuevo, sino que se encuentra en las bases de la estrategia de Mélenchon desde el principio. En la estrategia del PG para conquistar el poder del Estado, las asambleas ciudadanas son el instrumento prioritario y la base de una revolución ciudadana.

Mélenchon tomó prestada esta idea de los experimentos latinoamericanos de finales de los años 1990 y principios de los 2000, cuando movimientos populares en Venezuela, Ecuador, Brasil, Bolivia y Argentina auparon líderes progresistas a puestos de gobierno. Estos movimientos encontraron su expresión política a través de procesos constituyentes.

La idea de la revolución ciudadana está sacada directamente del presidente ecuatoriano Rafael Correa, que mantiene una relación cercana con Mélenchon (al que respaldó oficialmente en las elecciones presidenciales de 2012 [3]). De ahí que Mélenchon insista en que “la estrategia revolucionaria del PG es la asamblea constituyente. Admitimos que puede haber otras opciones, pero no podemos esperar a que la gente nos diga cuál. Somos los únicos que podemos articular una estrategia para conseguir el poder y la transformación popular”.

Para Mélenchon, la revolución ciudadana es un “objeto ideológico”, “una estrategia política y una realidad de nuestro tiempo”, pero también una “teoría” que puede otorgar sentido al pasado y predecir el futuro.

Durante una charla en junio, Mélenchon defendió que la “teoría de la revolución ciudadana nos permite unirnos en torno a un entendimiento inclusivo sobre lo acontecido en el siglo XIV en Francia con Étienne Marcel, en 1917 en Rusia y en muchas otras ocasiones”. Aquí, “ciudadano”, quiere decir tanto que nace de la ciudadanía, como que persigue objetivos universales que trascienden las demandas sociales, para alcanzar un “interés general humano” y más precisamente, la defensa del ecosistema.

En el desastroso contexto político actual, Mélenchon cree que esta es la única estrategia viable. “Hoy, existe un sentimiento general de usurpación. Y también una desmoralización de las organizaciones políticas. Digan lo que digan, no hay alternativa al movimiento ciudadano. ¿Cuál, sino? ¿Los partidos, como siempre? Si seguimos como siempre, lo único que podemos esperar son los resultados de siempre”.

No solo es la revolución ciudadana una teoría y realidad integradoras, sino también el futuro que se atisba en el horizonte. “La revolución ciudadana, ahora, para 2017”, profetiza la resolución del Cuarto Congreso.

No obstante, el énfasis que se pone sobre los movimientos ciudadanos no pasa sin críticas entre las filas del propio PG. Para muchos, se trata de un término “paraguas” que esconde diversas configuraciones locales. Según explica otro líder parisino que abandonó el partido, Fabien Marcot, “hay muchos sitios donde a lo que se llama movimiento ciudadano es en realidad el PG; los miembros del PG al cargo. No hay ciudadanos, realmente”.

Además, tras estas promesas participativas, verticales y ascendentes, la toma de decisiones en las asambleas ciudadanas funciona de una manera descendente y antidemocrática. Gran parte de los asuntos se resuelven de antemano por parte de los miembros del partido. A los “ciudadanos” se les invita a unirse y acatar.

Las asambleas ciudadanas han fallado como instrumento de politización que reivindica una audiencia más amplia que el coro activista. Para Niels Caron, que se unió al PG en sus primeros días pero se distanció a partir de 2012,

El problema con las asambleas ciudadanas es que el programa ya se escribe a priori y no hay nada de “ciudadano” en ello. Es un poco como una estafa. Se le hizo creer a la gente que tienen derecho a opinar y decidir sobre el programa. Así que le decimos a las personas: ‘haremos esto, aquello, tendremos una asamblea ciudadana, una transición y revolución ecológica’. La gente viene, escucha, asiente y eso es todo”.

Republicanismo revolucionario
El panorama de la transversalidad es tan solo una parte de la historia. La otra son el institucionalismo y el republicanismo asentados.

La paradoja de la revolución ciudadana planteada por Mélenchon es que defiende una ruptura con el marco institucional actual, a pesar de que al mismo tiempo opera a través de ese mismo marco (la “revolución con las urnas”). Se llama a un proceso revolucionario cuyo único resultado es un resultado electoral.

El PG no renunciará a su hipótesis electoral”, dice Paul Vannier, el secretario nacional de educación. A este respecto, el referéndum griego reivindicó la estrategia del PG. Fue una “manifestación de la dinámica de la revolución ciudadana. Se corresponde realmente con lo que creemos que se debería hacer una vez se está en el gobierno: recurrir frecuentemente a la gente, preguntarles, politizarles. Por supuesto, hubiéramos considerado el resultado del referéndum como un trampolín para romper con la lógica del memorándum”.

El republicanismo revolucionario de Mélenchon, tal como lo llama, se aprovecha claramente de Jean Jaurès, quien, a principios del siglo XX, diseñó una síntesis del socialismo y del republicanismo; marxismo y filosofía de la ilustración (materialismo e idealismo en la forma de una “república social”).

Pero las cosas han cambiado desde la época de Jaurès y defender la república hoy en día tiene un significado político diferente del que tenía hace un siglo. Pensemos, tan solo, en el hecho de que el mayor de los partidos de derecha, Union pour un mouvement populaire (UMP), se han reinventado como “republicanos”.

El incondicional republicanismo del PG implica un entendimiento rígido de la laicidad, por ejemplo. A partir de la Revolución francesa [4], la izquierda republicana francesa ha luchado en pie de igualdad contra la antiquísima Iglesia católica. Un principio fundacional de la república francesa, la separación del Estado y la Iglesia y la protección de la libertad religiosa de los ciudadanos está en el centro de la laicidad.

Sin embargo, desde, por lo menos, los años 1980, este principio progresista ha sido utilizado como instrumento reaccionario, principalmente contra la población musulmana de Francia. Desde los ataques terroristas de Charlie Hebdo y del Hypercacher, los incidentes islamófobos se han multiplicado y los sentimientos contra el mundo musulmán van ganando terreno.

La laicidad, especialmente en relación a los musulmanes, ha sido un verdadero muro de contención contra la izquierda. En la primavera de 2004, se aprobó una ley que prohibía el uso de pañuelos y velos en los centros escolares. Las organizaciones de izquierdas acudieron separadas al debate, que había empezado a principios de aquel otoño, cuando dos alumnas fueron expulsadas por vestir el hiyab. Algunas apoyaban la ley mientras que otras denunciaban que era un caballo de Troya que permitiría más discriminaciones contra la población musulmana.

La “línea roja” de la laicidad en el PG es una de las razones por las que Sophia, una antigua dirigente en Lyon y Nantes, decidió abandonar el partido. Como masón manifiesto, la posición de Mélenchon sobre este tema era paradójicamente menos rígida que la línea que habían avanzado algunos líderes y muchos miembros de las bases: mientras afirmaba que la ausencia de una laicidad básica conduce necesariamente a conflictos internos y su objetivo es proteger las creencias de las personas a través de poderes públicos neutrales, muchos miembros del partido reivindicaban una restricción de la fe de las persona mediante medidas represivas y excluyentes.

Durante las elecciones municipales, la cuestión de la laicidad se centró en las cafeterías de los institutos, las piscinas y los patios. Mantuve discusiones violentas con algunas personas. Algunos decían que a los niños musulmanes se les debería forzar a comer carne de cerdo. Eso, o que no fuesen a la cafetería. Esa es la posición del PG: si tienes restricciones de dieta, ¿por qué no comes en otro sitio? Esta postura es absolutamente rígida e insensible. Por muchas razones, los musulmanes viven en condiciones más precarias que otras personas. Así, impedimos que los niños musulmanes no puedan entrar en la cafetería de la escuela y sus madres tendrán que preparar su almuerzo”.

El principal objetivo del republicanismo del PG es el régimen político actual, la Quinta República. Esta, un producto del golpe suave de Charles de Gaulle para solucionar la crisis política de Argelia, reemplazó el régimen parlamentario de la Cuarta República por un sistema más presidencial.

No obstante, al contrario de la Constitución estadounidense, no se integraron controles y contrapesos en el sistema, y el poder político fue concentrándose en las manos del presidente. Y más aún a partir de 1962, cuando la elección del presidente empezó a realizarse mediante sufragio universal.

Algunas disposiciones constitucionales permiten la censura de los órganos legislativos, la Assemblée Nationale. El artículo 49.3 de la Constitución, por ejemplo, otorga al gobierno la capacidad de forzar la aprobación de una ley, en la misma votación y ligada a la negativa en una moción de censura.

Las denuncias dirigidas hacia la Quinta República y su naturaleza monárquica son tan antiguas como el propio régimen. En 1964, antes de concurrir por primera vez a las elecciones, François Mitterrand escribió Le coup d’État permanent (El golpe de Estado permanente), una crítica completa del poder personal de De Gaulle y de las instituciones que se lo otorgan.

Pero la reducción temporal del mandato presidencial de siete a cinco años en 2000 no ha conseguido sino aumentar el poder del Presidente y debilitar todavía más el parlamento. “Esas son las cuestiones reales que debe tratar la izquierda. Hoy, la cuestión de la Quinta República es una realidad evidente: ha habido tres aplicaciones del artículo 49.3 en seis meses. Hoy, el autoritarismo es un instrumento al que el gobierno recurre con frecuencia; se encuentra en los fundamentos del funcionamiento del gobierno”, afirma Vannier.

La solución del PG a esta crisis de régimen es reivindicar una Sexta República y la conformación de una asamblea constituyente, evocando la memoria de la Asamblea constituyente de 1978 que dio a luz a la Revolución francesa.

La invocación de la Sexta República (un objeto de debate incluso dentro del partido) se basa sobre dos supuestos fundamentales: la idea de que la cuestión institucional conlleva suficiente peso e impulso para ganar el apoyo popular y la promesa de que un cambio institucional, producto de un proceso electoral, es la solución clave a los problemas diarios de las personas.

El movimiento por una Sexta República

El verano pasado, Mélenchon tuvo una ocurrencia que pocos pudieron prever: el llamado Movimiento por una Sexta República (M6R). Evidentemente, el doble enfoque de la revolución ciudadana y la crítica republicana de la Quinta República se hallan en el corazón de la identidad política del PG desde su nacimiento. Pero el M6R, presentado unilateralmente por Mélenchon, supone un punto de inflexión par el PG.

¿Qué es el M6R? “M6R es una idea dentro de una estrategia más amplia”, afirma Mélenchon.

Es una idea sobre cómo hacer de una idea, la idea de la mayoría. Aunque no sea en sí una idea. Y es una práctica política diferente. Resultaba paradójico el hecho de que un hombre propusiese una idea en la que no cabía ningún hombre providencial. Pero creo que ha sido un éxito; déjenme señalar que es la mayor reivindicación política del país. Hasta ahora, hemos alcanzado las 90.000 [firmas] y espero que para septiembre de 2012 lleguemos a las 100.000”.

La idea original era aplicar el modelo de las asambleas ciudadanas a una sola causa, la reivindicación de una Sexta República. Partiendo de la movilización popular, se esperaba que surgiesen las estructuras democráticas de organización y que la gente se autoorganizase con vistas una Sexta República.

Pero en el M6R, la Sexta República no es un medio para la emancipación política, sino un fin en sí misma. Así lo dice el texto que “se adoptó por el M6R por más del 90%”:

El M6R actúa para constituir la Sexta República, para que así la humanidad pueda caminar sobre la vía hacia el progreso. Tales cambios implican una insurrección civil, una revolución ciudadana… La Sexta República será democrática, social, verde, laica, feminista y emancipadora. Será la garantía de la soberanía popular en todos los ámbitos y una salvaguarda de nuevos derechos universales”.

La Sexta República es eso con lo que siempre has soñado, pero que nunca te habías atrevido a reclamar. No solo eso, porque cuando se haya creado, vendrá con nuevos derechos.

Aunque el M6R y el PG son “totalmente independientes”, según afirma Paul Vannier, fue un punto de inflexión para el partido. Dañaba la imagen de Mélenchon fuera del PG, ya que para muchos se había convertido en un espíritu incómodamente libre.

En agosto de 2014, Mélenchon anunció ante la prensa que daría un paso atrás de la primera línea política. “Ya no tengo ninguna responsabilidad ejecutiva. No me posiciono en ningún sector del partido”, afirmó. Aún así, todavía ejerce de autoridad moral sobre el PG. “Ya no tiene ningún papel de liderazgo dentro del partido, pero la gente todavía le escucha”, explica Coléou.

A pesar de haber perdido su puesto directivo, Mélenchon no ha terminado con la política electoral. En su discurso de apertura del Cuarto Congreso, Mélenchon anunció oficialmente que concurriría a las elecciones presidenciales de 2017.

En la entrevista que le hice el día anterior, declaró: “estoy disponible y estoy trabajando en ello seriamente”. Reconoce que la “amenaza de 2017” está destruyendo a la “otra izquierda”. No obstante, se muestra confiado: “creo que puedo darle al vuelta a la tortilla. Pero soy el único que lo piensa”. Se presentará, como candidato del FDG o no.

La estrategia individualista de Mélenchon coincidía con la retracción del liderazgo del PG. Martine Billard, que había sido copresidenta del PG desde 2010, renunció a su cargo en agosto de 2014; a François Delapierre, el principal estratega del PG y amigo cercano de Mélenchon, se le diagnosticó cáncer y falleció trágicamente joven este verano. “Todo sucedió para dejar a Mélenchon vía libre”, afirma Marcot. “Su línea, que había sido contrarrestada hasta entonces, era de repente la única línea. Paradójicamente, al mismo tiempo que Mélenchon se distanciaba del PG”.

Este giro inesperado creó una gran confusión en las líneas del PG. Entre septiembre de 2014 y Enero de 2015, la formación no emitió ningún folleto en toda la nación.

Era un momento decisivo, pero también un error rotundo. Al margen del propio Mélenchon y su círculo más cercano de fieles seguidores, nadie que cree que el M6R vaya a llegar muy lejos. Un simple vistazo a las páginas web de peticiones demuestra que conseguir 90.000 apoyos no es un logro tan grande como proclama Mélenchon. “Al principio, muchos dudaron sobre el M6R y su relación con el PG; podría ser que acabase con el partido. Lo que estamos diciendo ahora es que el M6R ha sido eliminado de raíz”, cuenta Coléou mientras se ríe.

La soberanía nacional
A pesar de este error, el M6R da signos de un cambio de pensamiento de Mélenchon (con su consiguiente efecto dominó sobre la política del PG). Durante los últimos dos años, Mélenchon ha cambiado “la izquierda” por “el pueblo”. Según Mélenchon, lo que teme “el sistema”, “la casta”, ya no es la izquierda, sino el pueblo. La “era de la izquierda” había sido sustituida por la “era del pueblo”.

Aprovechándose del lenguaje populista de Podemos y de la retórica residual del 15M y Occupy Wall Street, Mélenchon intenta reavivar discursivamente la estructura tripartita del antiguo régimen, que había sido la condición previa a la Revolución de 1789. Los equivalentes del Tercer Estado, el clero y la nobleza son, para Mélenchon, el pueblo, los medios y la oligarquía (léase, “la casta”).

Los cuadros del PG siguieron la vía marcada por Mélenchon, pero con reservas. Al tiempo que el Congreso declaraba que la “solución” a la crisis actual estaba en el pueblo, el coordinador nacional Eric Coquerel, defendía que el PG era un “partido de clase, de clase obrera”.

La sobrevaloración del “pueblo” está apoyada por la sobrevaloración de “la nación” y la “defensa de la soberanía nacional”. El principal problema aquí es la UE y el euro, en un momento en que comenzaba la sumisión de Grecia a sus acreedores. Lo que ha mostrado de manera rotunda el experimento griego es que es imposible romper con la austeridad sin romper con el marco neoliberal de las instituciones europeas. Por eso el PG ha estado trabajando en un plan B.

Si la plataforma del PG prueba imposible la aplicación de reformas en el marco actual de las instituciones, y si los tratados no pueden ser revertidos de manera radical, hay una alternativa de actuación: salir de la eurozona, formar una coalición con otros gobiernos europeos anti-austeridad y destruir la Unión. En una entrevista de agosto, Mélenchon declaró que “si tenemos que escoger entre el euro y la soberanía nacional, escojo la soberanía nacional”.

La defensa de la soberanía nacional era central en la plataforma que obtuvo el 45 % de los votos de la militancia. Muchos dentro del partido se oponen a esta idea, y reclaman la “soberanía popular”, pero la idea de soberanía casi nunca se cuestiona.

Uno de los principales líderes de la plataforma minoritaria, Ramzi Kebaili, defiende que “el PG reivindica la noción de soberanía nacional. No en un sentido nacionalista, sino en un nuevo sentido: la Nación francesa es la gente; volvemos al significado que el término tenía durante la Revolución francesa”. Su posición se apoya sobre la presunción de que “el pueblo espera que hablemos de la nación, de un proyecto común. Definido en un sentido republicano”.

Es discutible si volver, otra vez, a la Revolución francesa aporta algún contenido nuevo a tan repetitiva expresión (que, además, conlleva una carga política). Tal como señala Niels Caron, “el problema es que la palabra ‘nación’ es muy antigua. Todo este discurso se basa en los siglos XVIII y XIX, en el momento de 1792 a 1793 en la Revolución francesa. Realmente, no le dice nada a la gente”.

Pero eso no es todo. En el contexto francés, la soberanía nacional y la postura “soberanista” se asocia normalmente con la derecha: un miedo xenófobo hacia los extranjeros, una fascinación por la ley, el orden y el ejército, una alarma sobre el declive de la influencia de Francia en el mundo, etc. ¿Es el giro hacia el soberanismo el destino de todas las ramas izquierdistas del PS?

Al mostrarse reacio a respaldar las manifestaciones convocadas por los comunistas, ecologistas o trostkistas, su única vía de supervivencia está en el firme republicanismo. Eso es lo que le pasó a Jean-Pierre Chevènement, un antiguo ministro del Interior del PS en el gobierno de Jospin que progresivamente se posicionó de manera decidida (e incluso más reaccionaria) en el soberanismo.

Mélenchon y el PG no son Marine Le Pen y el Frente Nacional, obviamente. Pero el uso de la soberanía nacional en la resolución del congreso (una decisión que suscitó desacuerdos en la base) apunta un cambio mayor de la política de clase y la política del oprimido en un sentido amplio, a un nacionalismo cerrado.

En la boca de Mélenchon, este nacionalismo anacrónico (e izquierdista) ha mutado en un preocupante nacionalismo crítico con Alemania, per se. En su libro Le hareng de Bismark exhibe el más puro sentimiento anti-germano.

A lo que trata de enfrentarse Mélenchon no son los gobiernos de la austeridad, ni los gestores neoliberales del capital, ni la lógica neoliberal de socializar los riesgos y privatizar los beneficios, sino Alemania. El capitalismo europeo y las instituciones se reducen a Alemania, y Alemania a Merkel. Cierto, la Troika habla Alemán, pero el Fondo Monetario Internacional habla Francés.

Priorizar al “pueblo” y la “nación” por encima de un juicio más empírico de las fuerzas sociales dispensa las relaciones de poder que subyacen en la pugna política. Resta importancia a la lucha de clases en Francia, por ejemplo, con el violento ataque que los capitalistas y su principal organización, el MEDEF (Movimiento de las Empresas de Francia), ha dirigido contra el trabajo y [lo que queda de] Estado de bienestar.

También evoca categorizaciones vagas y un programa peligroso. “El pueblo” es una categoría que menosprecia la intrincada lógica de los sistemas de opresión. Un ejemplo clásico, el sacado de la crítica antirracista de la retórica del “99 %”: ¿deberíamos marchar todos, junto con los policías, dado que ellos también son “el 99 %”? De modo inverso, hablar del “pueblo” contra el “sistema” no permite un análisis de las alianzas tácticas con alguna de sus fracciones ni un entendimiento de las corrientes contradictorias que engloba “el pueblo”.

Finalmente, declarar que “la solución es el pueblo” aparta la cuestión de la construcción de organizaciones e instituciones colectivas, democráticas que desafíen el orden actual y los poderes que surjan a largo plazo. La lucha política no es una excepción apocalíptica.

Tal como defienden Caratina Príncipe y Dan Russell [5], “una estrategia viable para poner fin a la austeridad no puede contrapesar lo político y lo social: la alternativa política debe ayudar a crear su propia base social”. Mélenchon y el PG están tan pendientes de los calendarios y victorias electorales que dejan la cuestión social, básicamente, apartada a un lado.

No obstante, sería erróneo pensar que la línea del PG es tan recta y clara. Más bien lo contrario. El partido se caracteriza por su habilidad para decir cosas contradictorias, primero una cosa y a la vez la otra. Aunque la larga trayectoria de Mélenchon ha estado dedicada a la estrategia de la revolución ciudadana durante ya algún tiempo, todavía menciona a la “otra izquierda”, convocando a los demás partidos de izquierdas para construir coaliciones electorales más amplias. Intenta andar con dos piernas: la pierna ciudadana, antisistema, y la pierna de la “otra izquierda”, de coalición anti-austeridad más amplia, esperando que alguna de ellas tome la iniciativa de andar.

Francia está aburrida
Mélenchon siempre ha sido la pieza angular de la arquitectura del PG, su líder carismático y cabeza pensante. Desde su fundación, los miembros del PG han repetido que el partido no es un fin en sí, sino que lo único que mantenía en pie al partido era la dinámica del FDG.

Hoy, Mélenchon ha abandonado los puestos de liderazgo y se centra casi exclusivamente en un mortinato “movimiento” populista. El FDG está en horas bajas y muchos miembros del PG están cansados, desesperanzados o desaparecidos del mapa. ¿Qué es lo que queda?

Es bastante posible que el PG se mueva como un pollo sin cabeza, dando tumbos durante un año y medio, aproximadamente (pongamos que hasta las elecciones presidenciales de 2017), y entonces, de puro agotamiento, caiga muerto.

El problema, claramente, es que las otras gallinas izquierdistas de Francia no tienen mejores expectativas. Se empequeñecen a diario, pierden su vínculo con los trabajadores y sus políticas sufren de una falta dramática de ingenio. Pero como acontece siempre con las pugnas políticas, nunca se puede descartar un escenario revolucionario. En marzo de 1968, Le Monde describía en su editorial a una Francia “aburrida”. Un par de meses más tarde, sucedían los acontecimientos de Mayo del 68.

Notas:
[2] See available on ESSF (article 35935), Before Tsipras in Greece, the 1980s in France – The Many Lives of François Mitterrand:
[5] See available on ESSF (article 35908), Asking the Right Questions – On the challenges faced by the Left in Europe:



23 de noviembre de 2015

ARGENTINA: EL PELIGRO DE LA RESTAURACIÓN CONSERVADORA EN AMÉRICA LATINA

Juan J. Paz y Miño Cepeda. alainet.net

NOTA DEL EDITOR DE ESTE BLOG:
El texto que les presento más adelante tiene cierto carácter profético porque anunciaba días atrás el posible triunfo de Macri en Argentina que ayer domingo se produjo y los efectos devastadores, en forma de caída de fichas de dominó, que puede tener sobre los gobiernos progresistas latinoamericanos.

Con todo, no ahonda en las raíces de ese inicio del camino involucionista en América Latina.

Más allá de la combinación de los tres elementos en los que se apoya la reacción conservadora
  • Élites empresariales
  • Poder de la prensa capitalista y de derechas
  • Presión del imperialismo para desestabilizar la región,
coaligada con la crisis económica de los países emergentes, lo cierto es que existen otras razones que no aparecen en este texto y que, o bien se soslayan intencionadamente, o en su ausencia, el autor expresa implícitamente cuál es su posición política real, que sospecho no va más allá de la socialdemocracia progresista.

Lo cierto es que más allá de la retórica populista del peronismo argentino, el kirchnerismo no ha supuesto otra coa que el intento de revitalización de las depauperadas y artificialmente creadas clases medias argentinas y jamás supuso un auténtico proyecto de hegemonía de los intereses de la clase trabajadora. Al final, gran parte de esa base social, cuando vienen duras, se vuelven hacia los gobiernos más abiertamente del capital, en espera de que éste les saque las castañas del fuego, cosa que pronto veremos que no hará. Progresista frente a los gobiernos anteriores, autolimitado voluntariamente en su función histórica, algo no muy distinto al modelo de Correa, destinado a crear una clase media nacional en Ecuador y a realizar una “revolución ciudadana”, que nada tenía de socialista y sí mucho de pequeñoburguesa democrática. Un avance también en su contexto pero un avance con frenos y marcha atrás en su evolución en los últimos años.

El caso brasileño, una de las piezas del dominó más débiles, aunaba los pasados años del despegue económico, el intento de construir un capitalismo nacional y un inicial en sus bases populares, mediante la implementación de políticas correctoras de la desigualdad, una constante de los gobiernos progresistas de este período que ahora amenaza con interrumpirse radicalmente.

Dejo en último lugar el caso de Venezuela y de Bolivia, países con políticas ciertamente contradictorias:
  • Por un lado, la retórica socialista ha sido más intensa, se han dado pasos más claros hacia ciertas formas de poder popular y se han realizado reformas igualitaristas inimaginables sólo 20 años atrás
  • Pero, a la vez, se ha pactado con algunos sectores de las oligarquías locales, se han llevado a cabo políticas destinadas a crear burguesías locales y y no se ha tocado la base del poder: la propiedad privada de los medios de producción.

Estos países, cuyo asiento inicial en los sectores populares y en las clases trabajadoras y campesinas ha sido mucho más profundo que en los anteriores, han tenido una responsabilidad suplementaria. Confundieron la ocupación del gobierno, por mucho que se asentase en el caso de Venezuela en una defensa del proyecto cuasi insurreccional en algún momento, con la toma del poder (siempre económico/político e institucional en general) y hoy están mucho más debilitados que hace sólo unos años, especialmente en el caso venezolano.

Sería muy prolijo ir mucho más allá en la explicación del regreso a la involución derechista y neoliberal que puede producirse en toda América Latina y, desde luego, un acto de soberbia ignorante por mi parte, pobre observador europeo de un proceso que fue contradictorio (en el conjunto de la Latinoamérica progresista nunca existió un auténtico proyecto común, más allá de una voluntad de resistir al imperialismo y de algunos proyectos progresistas como el ALBA), y esperanzador, por lo que supuso de intento de dejar de ser el patio trasero USA y de levantar los derechos de los oprimidos, pero que ahora se gota y está seriamente amenazado tanto desde los embates exteriores como desde sus insuficiencias internas.

En cualquier caso, les dejo con un texto, aunque claramente insuficiente en mi opinión, no por ello menos premonitorio:

ARGENTINA: EL PELIGRO DE LA RESTAURACIÓN CONSERVADORA EN AMÉRICA LATINA
Juan J. Paz y Miño Cepeda. alainet.net

Las elecciones del 25 de octubre (2015) en Argentina, que otorgaron a Daniel Scioli el 36.86% de los votos y a Mauricio Macri un 34.33%, solo dieron un triunfo mínimo al candidato del “Frente para la Victoria”, lo cual ha despertado la alarma en América Latina, ante la posibilidad de que en la segunda vuelta electoral (balotaje que se realizará el 22 de noviembre), Macri, candidato del derechista “Cambiemos” alcance la presidencia y con ello concluyan 12 años de “kirchnerismo”, con los gobiernos de Néstor Kirchner (2003-2007) y Cristina Fernández (2007-2015).

Como lo han señalado diversos analistas argentinos, la candidatura de Scioli no parece que era la mejor y el propio gobierno acumuló resistencias ciudadanas, como fruto de una serie de límites políticos; pero en lo de fondo, existe un real peligro por el avance de la derecha neoliberal camuflada de modernidad y rostro conciliador, apoyada por el imperialismo. Atilio Borón, uno de los intelectuales argentinos más prestigiosos entre la izquierda latinoamericana, ha sido muy claro en ubicar el riesgo tras el balotaje, la incapacidad por discernir entre lo que significan Scioli y Macri para el futuro de los gobiernos progresistas en América Latina, así como el juego al imperialismo que representa plantear el voto en blanco, por lo cual Borón realiza un fuerte cuestionamiento a ese sector de izquierdas que prefiere refugiarse en su supuesta radicalidad.

Argentina, entonces, se convierte en un país crucial para el futuro de la región. Y, sin duda, hasta el momento, deja en claro algunas circunstancias dignas de considerar.

Los gobiernos progresistas y de nueva izquierda en América Latina se enfrentan a tres fuerzas poderosas: las élites empresariales dispuestas a frenar todo intento “estatista” y que buscan revivir el paraíso del mercado libre absoluto bajo hegemonía de las empresas privadas como agentes supuestamente centrales y naturales de la economía; los medios de comunicación privados más influyentes, que libran a diario una sistemática campaña ideológica y cultural para minar el respaldo ciudadano a los gobiernos progresistas; y el imperialismo, que alienta la restauración conservadora desde la perspectiva de una geoestrategia mundial destinada a impedir la continuidad de gobiernos capaces de generar una vía exitosa de cuestionamiento global al capitalismo.

Esas tres fuerzas siempre han estado presentes y su accionar se potencia en la actualidad ante los síntomas de la desaceleración y crisis económica en América Latina, porque se vuelve fácil acusar de ella al “modelo” que siguen los gobiernos progresistas y de nueva izquierda.

Como ocurre en otros países, en Ecuador la derecha neoliberal no ha perdido un minuto para acusar a las políticas del gobierno del Presidente Rafael Correa como las causantes de la desaceleración económica, que ha obligado a revisar el presupuesto estatal para el año 2016, sobre la base de recortes a la inversión pública, la acumulación de la deuda externa, un déficit fiscal de todos modos manejable y la implementación de un sistema de alianza público-privada, que procurará atraer las inversiones del sector privado a proyectos de interés estatal.

Lo que esa derecha neoliberal procura ocultar es un cúmulo de hechos históricamente muy significativos: la “crisis” económica ecuatoriana ni de lejos se parece a la que vivió el país a raíz de la crisis de la deuda externa, que arrancó en 1982. A partir de ese momento, durante cinco lustros se construyó un modelo empresarial-neoliberal en el cual las “soluciones” a la prolongada crisis económica se sujetaron a un recetario nacido en el Fondo Monetario Internacional (FMI) y que provocó el deterioro sistemático de las condiciones de vida y de trabajo de la población nacional, así como el literal colapso de los servicios públicos.

Los paquetes de medidas económicas tomadas desde los ochentas por los sucesivos gobiernos ecuatorianos, que caminaron al compás de lo que ocurría en el resto de América Latina, solo beneficiaron a las capas empresariales, los sectores adinerados y particularmente al capital financiero. Como ocurriría con el “corralito” argentino (2001), Ecuador se anticipó en marzo de 1999 (gobernaba Jamil Mahuad, 1998-2000) a decretar un feriado bancario y la congelación de depósitos, hasta llegar a la dolarización decretada en 2000, que fue la culminación del proceso de restauración del poder plutocrático y de una economía plutocrática en el país.

El desastre social, institucional y gubernamental en Ecuador (entre 1996 y 2006 hubo 7 gobiernos, 1 efímera dictadura y los únicos 3 presidentes elegidos por votación popular fueron derrocados), comparable a otros países latinoamericanos y, sin duda, con Argentina (5 gobiernos en un par de semanas a fines de 2001), da cuenta del camino que seguía la región de la mano del idilio neoliberal. En Argentina, como en Ecuador se levantaría una misma y coincidente consigna: “¡Que se vayan todos!”

Esa nefasta herencia comenzó a cambiar desde 1999, con la llegada al poder en Venezuela del Presidente Hugo Chávez (1999-2013) y, después de él, con la sucesión de los gobiernos progresistas y de nueva izquierda en Argentina, Bolivia, Brasil, Chile, Ecuador, El Salvador, Nicaragua, Paraguay y Uruguay.

Los gobernantes del nuevo ciclo histórico-político en la región y particularmente en Bolivia, Ecuador y Venezuela, que pasaron a la vanguardia en las nuevas orientaciones, liquidaron al neoliberalismo, reinstitucionalizaron al Estado, afirmaron los principios de la soberanía y la dignidad nacionales e impulsaron un “modelo” económico basado en el activo papel económico estatal, amplios servicios sociales (educación, salud y medicina, seguridad social, vivienda), la promoción de los derechos laborales y colectivos, y la redistribución de la riqueza.

De esa manera, la “crisis” económica latinoamericana de la actualidad en los países con gobiernos progresistas y de nueva izquierda no tiene ningún parecido al pasado reciente, aunque las derechas neoliberales se esfuercen por hacerla aparecer como un desastre del cual ellas toman distancia. Porque incluso bajo las condiciones críticas, la sociedad goza de servicios públicos e inversiones estatales que garantizan la atención y el cubrimiento de necesidades básicas. En Ecuador, los recortes presupuestarios y el reenfoque público-privado no ha afectado a las políticas sociales ni a las inversiones en estos sectores, además de que están en marcha proyectos de ley que incrementarán los impuestos a las herencias y plusvalías a las capas adineradas.

A pesar de los logros sociales en la región, las elecciones en Argentina no dejan de inquietar a todos los países con gobiernos progresistas, porque las derechas neoliberales se han mostrado hábiles para esconder su pasado y aparecer con nuevo rostro. En la campaña argentina el maquillaje ha hecho uso de la conciliación, el discurso de la armonía social, la frescura de los ideales y el revestimiento de las palabras sobre el enfoque económico. Pero tanto en Argentina como en Ecuador, las propuestas de la derecha neoliberal en materia económico apuntan a lo mismo: el viejo esquema del mercado libre y la empresa privada absoluta. Por el momento bien podrían mantenerse los logros sociales; pero precisamente son éstos los que carecen de garantía en el mediano o en el largo plazo, si es que realmente triunfa la restauración conservadora.

Pero tampoco cabe dejar a un lado las responsabilidades históricas que tienen las izquierdas opositoras, que se asumen como verdaderas y hasta “marxistas”. En Ecuador, en las elecciones nacionales de 2013 (hasta hoy el referente más inmediato, porque las de 2014 fueron seccionales), todas ellas, unidas a ciertos movimientos sociales en la “Unidad Plurinacional de las Izquierdas”, obtuvieron solo el 3% de votos, algo igual a lo que ha ocurrido con el “Frente de Izquierda y de los Trabajadores” (FIT) que en las recientes elecciones de Argentina obtuvo el 3.23%. Cabe preguntarse si es un sector históricamente 
útil e importante para la conducción de las transformaciones que anhelan los pueblos.

Suficientes experiencias históricas tiene América Latina con respecto a las restauraciones conservadoras en el pasado. Argentina lo vivió en otros momentos, como ocurrió con el propio peronismo, cuando fue perseguido y hasta proscrito. Hoy, la restauración conservadora tiene razones para obrar con mayor violencia y hasta venganza, porque las derechas neoliberales no perdonarán un solo milímetro de lo hecho por los gobiernos progresistas y de nueva izquierda en América Latina.