14 de julio de 2012

EL MADRID TRABAJADOR ABRAZÓ A SUS HERMANOS MINEROS. SEGUNDA PARTE

Por Marat
Mis sospechas del día anterior no estaban desencaminadas del todo.

Llegué con la hora muy ajustada a la segunda jornada de manifestaciones de apoyo a los mineros, la del 11 de Julio.

Colón estaba ya muy cargado de gente y en el centro de Castellana una impresionante multitud, que desbordaba con mucho la riada humana del día anterior, se iba ya situando en los cortejos de las organizaciones sindicales y los partidos de izquierdas.

El ambiente era otro distinto al del día anterior, cuando la clase trabajadora, más allá de sus organizaciones, recibió la llegada de la Marcha Minera a Madrid. Menos emotivo y fresco, más ritual y burocratizado.

Esta era ante todo la manifestación organizada por el reformismo sindical de CCOO y UGT y, a pesar, de los petardos y voladores con los que el cortejo minero animaba la combatividad que ha hecho de este sector productivo un grupo férreamente combativo, el tono era más gris, menos festivo y emotivo, más ritualizado.

Pronto encontré a algún camarada con el que había quedado el día anterior y nos incorporamos a la marcha en animada conversación, comentando las vivencias pasadas.

Al ir por libres, sin apenas darnos cuenta nos situamos en una cabecera de manifestación que no era tal sino un conjunto variopinto de personas que no íbamos en cortejo sindical o partidario alguno y que, de forma imperceptible, fuimos avanzando desagrupados a velocidad muy superior al resto de los manifestantes.

Para hacerse una imagen correcta de cómo estaba conformada la manifestación hay que señalar que la auténtica cabecera la constituía el cortejo minero, lo que tiene lógica si se considera que estos eran los que llevaban su protesta ante el Ministerio de Industria, aunque apoyados por sindicatos, organizaciones de izquierda y trabajadores en general, pero ello dejaba su cortejo desguarnecido de cualquier incidente que pudiera surgir.

Este incidente estaba previsto por la Policía Nacional, cuyos miembros iban equipados con un look Robocoop que sugería que no habían dejado nada al azar.

Los adelantados al grueso de la manifestación alcanzamos finalmente el nº 160 de la Castellana, sede del Ministerio de Industria, situándonos muchos a ambos lados de los carriles centrales del Paseo para flanquear con nuestro recibimiento, consignas y aplausos al cortejo minero que la encabezaba.

Desde el Ministerio varios policías uniformados sacaron fotografías y filmaron a los manifestantes en un evidente acto de provocación. Ya lo habían hecho también en otras partes del recorrido.

Al llegar los 300 mineros a nuestra altura arreciaron los gritos de apoyo, cánticos y aclamaciones. En sus pasos se notaba el cansancio dolorido de las largas jornadas de marcha que les habían llevado hasta allí pero en sus rostros se plasmaba toda la firmeza de las combativas convicciones forjadas a lo largo de siglos de Historia en la vieja memoria del sector más consciente de los trabajadores que renovaban el orgullo de clase de quienes les acompañábamos.

En muy poco tiempo el ambiente cambio. Lo que hasta ese momento era una atmósfera festiva, solidaria y de lucha se tornó en tensión, miedo y enseguida carreras y cargas policiales.

Desde uno de los laterales del Ministerio de Industria comenzaron a llover piedras y plátanos, entre otros objetos arrojadizos, hacia el interior del recinto del Ministerio y sobre las unidades de antidisturbios que custodiaban el lugar oficial.

Rápidamente los antidisturbios se colocaron en formación militar, formando barreras y pertrechados con sus cascos con la visera calada, los escudos, las escopetas para lanzar las pelotas de goma con sus bocachas ya cargadas, prestas a ser disparadas,...

El lanzamiento de proyectiles contra el Ministerio y contra los antidisturbios arreció con mayor ímpetu.

Al poco, los uniformados con toda su parafernalia cortaron la Castellana con furgonetas y en formación tomaron posiciones tanto en los carriles centrales como en las vías de servicio y calles adyacentes mediante largas hileras de antidisturbios.

Enseguida comenzaron las cargas, que se produjeron también a la altura del Santiago Bernabeu, lanzamientos de pelotas de goma, golpes contra los manifestantes, que se saldaron con un total de 76 heridos –niños, mujeres, ancianos, entre ellos- y 8 detenidos. Objetivo cumplido: la manifestación había sido reventada.

Mientras se producía la represión, los dirigentes sindicales de CCOO y UGT intervenían desde la tribuna preparada para cerrar la manifestación, como si la brutalidad policial no fuera con ellos.




¿Porqué?
La razón por la que esta manifestación fue reprimida, disuelta violentamente y reventada, es obvia. Cae por su propio peso.

La épica de la minería había logrado levantar un formidable movimiento de solidaridad entre la población de todo el país, y en concreto de la conservadora sociedad madrileña, que estaba contagiando de voluntad de lucha a amplios sectores de la clase trabajadora en un momento en que las salvajes medidas antisociales del gobierno natural del capital se cebaban de forma draconiana contra los asalariados.

La extraordinaria acogida que el día anterior había tenido la llegada de la Marcha Negra a Madrid anunciaba una manifestación aún más importante el día 11, precisamente el día en que Mariano Rajoy presentaba ante el Congreso el listado de una de las mayores agresiones contra trabajadores, parados y los sectores más débiles de la sociedad en general.

El martes 10 la Delegada del Gobierno en Madrid había lanzado su órdago provocador, evitando cortar el tráfico por las zonas aledañas al paso de la Marcha Negra desde la A-6 hacia el interior de la ciudad, para generar tensión entre manifestantes y automovilistas e incentivar la actitud negativa de estos últimos hacia los mineros.

Sus declaraciones posteriores en el medio más querido por la señora Cifuentes, Intereconomía, redundando en la oposición de derechos entre mineros y manifestantes, por un lado, y automovilistas, por el otro, buscaban alimentar la espiral de una tensión que sólo había sido alimentada por la derecha y sus voceros mediáticos.

Desde el inicio de las huelgas y encierros de los mineros el Gobierno y sus esbirros de los medios de comunicación, prácticamente sin excepción, han intentado criminalizar su lucha, presentándolos como violentos, cuando la auténtica violencia la ha venido ejerciendo la administración política del señor Rajoy condenando al paro a miles de familias y ofreciendo un futuro de ruina a las poblaciones de las cuencas.

El relato elaborado por los medios de comunicación tras la disolución de la manifestación del pasado miércoles 11 es el que les han dictado desde la Delegación de Gobierno de Madrid y el Ministerio del Interior. La prensa española ha actuado respecto a la policía del mismo modo que los periodistas “empotrados” en los ejércitos imperiales de la OTAN en sus aventuras iraquíes, afganas o libias. Los periodistas oficiales son la voz de su amo.

Se ha mezclado interesadamente la pólvora de los petardos y los voladores de los mineros, que evoca sus formas de lucha y, por extensión de la pólvora a la dinamita, al barreno, tan usado en la mina –connotándolo de una violencia que sólo está en la mente de quien así quiera verlo. El uso de esta pirotecnia no fue prohibida en ningún momento- con las piedras, adoquines y plátanos lanzados contra el Ministerio de Industria. El objetivo no era otro que el de implicar a los mineros en las acciones realizadas por los provocadores al servicio del Ministerio del Interior, mostrándoles poco menos que como peligrosos terroristas.

El intento de algunos mineros de entrar en el Ministerio de Industria, o de derribar las vallas que protegían la entrada al mismo, no es otra cosa que la respuesta natural a un Ministro que había decidido ausentarse para no recibirlos. Violencia es negar unos cientos de millones para la supervivencia de las cuencas mineras, violencia es imponer la muerte del carbón y no tocar las grandes fortunas de este país, dar miles de millones para la banca o condenar a millones de personas a la pobreza como consecuencia de los brutales recortes sociales, las reducciones salariales, las prestaciones de desempleo y la subida del IVA, entre otras medidas.

Pero el resto, la chispa que provocó la intervención policial vino de la propia provocación de los antidisturbios, con una dotación desmedida en la manifestación, con toma de imágenes de los manifestantes, con un inicio de su actuación preventiva incluso antes de los incidentes, con agentes infiltrados y camuflados bajo las ya consabidas apariencias antisistema que actuaron buscando la represión, no sobre ellos mismos sino sobre el conjunto de los manifestantes.

Es llamativo que las cargas se efectuaran de manera indiscriminada y que los supuestos antisistema, con sus atrezzos de las bragas cubriéndoles media cara y las capuchas desaparecieran rápidamente una vez lanzados diversos tipos de proyectiles sobre el Ministerio y los policías.

Seguramente tras la brutal intervención policial aparecieron otras personas que respondieron legítimamente a su violencia. Pero no es creíble, después de que ya es de largo conocida la táctica policial de iniciar los altercados, mediante el empleo de provocadores y agentes disfrazados de radicales, que a estas alturas algún “bloque negro antisistema” pretenda reventar una de las mayores manifestaciones que se han producido en Madrid en los últimos 20 años. Y no lo es precisamente porque en ella se expresaba, como en la del día anterior, la recuperación de la conciencia de clase de los trabajadores y se daba la puntilla a ridículos planteamientos ciudadanistas, interclasistas y burgueses que habían protagonizado la atención mediática desde la mitad del 2011 hasta el inicio de las movilizaciones con claro contenido del clase del que los mineros habían sido uno de sus principales detonantes.

La imagen de cientos de miles de trabajadores manifestándose organizadamente ante una de las sedes gubernamentales (Ministerio de Industria) mientras el Presidente Rajoy presentaba su listado brutal de medidas antisociales era demasiado deslegitimadora del gobierno de la burguesía como para que ésta pudiera soportarla. He ahí la clave de porqué esta manifestación fue dinamitada y salvajemente reprimida.

Lo objetivos buscados con el sabotaje de esta manifestación eran diversos.

En primer lugar, ensuciar la imagen de los mineros, dejar un efecto de resaca emocional negativa de la presencia de los mineros en Madrid y asociar la idea de protesta a miedo y represión, desmovilizando con ello a los sectores más influenciables por el poder entre los que apoyan la lucha de la minería.

En segundo lugar, romper la solidaridad de clase con la minería, aislándola para quebrar su resistencia y, como consecuencia la base de un bloque social de lucha hegemonizado por la unidad de los trabajadores en el combate.

En tercer lugar, provocar una reacción social a favor de la represión entre los sectores sociales y políticos más reaccionarios y de las clases medias partidarias del orden.

Solidaridad con los mineros, unidad de clase en la lucha y radicalización de la movilización
Desde que los mineros han vuelto a casa no sabemos nada de ellos. Se ha cortado la comunicación con las cuencas en lo que parece un aislamiento mediático de los mismos, con el fin de rendirlos por el silencio.

Si desaparecen de la escena de lucha están perdidos ellos y está comprometido el éxito de las luchas del resto los trabajadores porque su coraje nos daba bríos para la rebelión.

Es necesario romper ese cordón sanitario que tejen a su alrededor el poder político y sus cipayos de la desinformación. Restablecer y mantener el contacto con las cuencas mineras y proyectarlas sobre la sociedad por todas las vías comunicativas disponibles es decisivo para elevar el nivel del conflicto social y de la lucha de clases.

Por otro lado, la huelga minera ha sido un movimiento surgido desde abajo, sin el apoyo de las cúpulas sindicales reformistas, a las que los encierros, las luchas y las marchas les han supuesto una auténtico quebradero de cabeza en sus objetivos de recomponer un ilusorio pacto social al que la crisis del capital y el fin del Estado del Bienestar han enterrado.

Funcionarios, enseñantes, sanitarios, estudiantes, trabajadores de diversos sectores de los servicios y la industria privada han llevado a cabo, desde el inicio del Gobierno Rajoy y el último período del anterior, luchas aisladas y no integradas en una necesaria globalidad, fuera de las huelgas generales y de algunas manifestaciones sindicales concretas.

Ese aislamiento de cada lucha se ha visto reforzado por la particularidad de la división estructural del Estado español. La territorialización del poder autonómico, con sus respectivos recortes sociales, es otro factor añadido de la división de las movilizaciones y protestas de los trabajadores.

A ello se une que el nivel de la respuesta social es, por el momento, más intenso en la administración y las empresas públicas que en la empresa privada, sin duda tanto por las diferentes fases de la agresión del capital y de su gobierno a los derechos laborales en uno y en otro entorno como por el diferente grado de dificultad para ejercer la protesta que presenta cada escenario. La huelga en el sector privado se está convirtiendo en una cuestión casi episódica y su seguimiento en un acto heroico por la falta casi total de respeto al derecho de los trabajadores a defender sus conquistas en proceso de extinción.

Reforzar la solidaridad entre unos y otros sectores de trabajadores, públicos y privados, denunciando el carácter reaccionario y esquirol que tienen los estereotipos contra los funcionarios y empleados públicos y afirmando que el mantenimiento de sus puestos de trabajo es la garantía de salvar lo que queda de los servicios, es fundamental.

Pero también lo es implicar a los trabajadores de la administración en la búsqueda de fórmulas solidarias de apoyo a las luchas de los empleados de las empresas privadas.

Del mismo modo, romper la fragmentación territorial que plantea el distinto ritmo y las diferentes vías de agresión de las administraciones y las empresas a las luchas es decisivo para ir elevando la potencia de la respuesta de los trabajadores al capital y a su gobierno.

Es fundamental hacer comprender al conjunto de la clase trabajadora que no habrá salidas individuales para colectivos particulares porque los ajustes, los recortes sociales y la brutalidad de las “medidas anticrisis” se impone sobre toda la clase. O golpeamos juntos o nos derrotan a todos en conjunto y a cada uno en su posición estanca.

La agudización de la crisis capitalista, de las consiguientes recetas políticas para enfrentarlas y de las condiciones laborales de semiesclavitud del trabajador desvela en toda su plenitud el carácter de clase de la contradicción capital-trabajo.

Ello destapa, a su vez, la superchería de la “ilusión democrática” de que la salida frente a la crisis del capital sean las fórmulas defendidas por las clases medias y suministradas por el propio capital como narcótico frente a la radicalización de las luchas.

La “solución” de la “democracia participativa” frente a una supuesta crisis de la democracia o a su propio fin ha tomado el efecto por la causa para evitar profundizar en las contradicciones sistémicas de la democracia burguesa.

La crisis de la democracia es consecuencia de la crisis del capital. Ello provoca una reducción de la aparente autonomía de lo político frente a lo económico y requiere del Estado una creciente dosis de autoritarismo para reprimir la protesta frente a la creciente desigualdad y dualidad sociales nacidas de un proceso de recuperación de la hegemonía de la burguesía y de la transferencia de las rentas del trabajo a las del capital.

El Estado, abandonado el modelo de pacto social, deviene forma fascioliberal, no porque los políticos sean una casta o se recorte la participación ciudadana, sino porque ha mutado su apariencia como consecuencia de la agudización de la lucha de clases en la que la burguesía toma la iniciativa y sustituye consenso social por represión al servicio del capital.

El cambio de escenario de la primacía política –apariencia ideológica- a la económico-social y de la propuesta “político democrática” de las clases medias hacia la agudización de la contradicción capital- trabajo aparece como proceso que se objetiva en el mundo de lo real.

Pero lo que ha cambiado en cuanto a condiciones objetivas requiere de una nueva subjetividad en lo ideológico que derrote el pensamiento y la propuesta de “ilusión democrática” de las clases medias “indignadas” para generar una hegemonía de pensamiento en clave de defensa de los intereses de la clase trabajadora y de una toma de posición revolucionaria contra el capital.

En lo sindical y en las luchas sociales ello supone la necesidad de desbordar los límites que marcan a la conflictividad las burocracias sindicales reformistas, introduciendo dosis de radicalidad creciente y elevando el nivel de la confrontación de clase a través de movilizaciones que tengan ya un claro objetivo político, no meramente defensivo, sino de derrota de las estrategias del capital.

Es necesario imponer a las cúpulas dirigentes sindicales y a las organizaciones políticas pseudoizquierdistas una dinámica de confrontaciones con la burguesía y sus aparatos estatales que rompa con la ritualidad de las movilizaciones obligadas por la circunstancia de salvaguardar su influencia en la clase trabajadora pero que sólo buscan combinar movilizaciones ocasionales con períodos más o menos largos de desmovilización.

El paso a una fase de movilización sostenida y creciente exige un manejo de los tiempos y de las intensidades que no agote la fuerza de lucha de los trabajadores y que incremente la conciencia de clase y la acumulación de fuerzas pero que, a su vez suponga una administración de las movilizaciones capaz de provocar un efecto acumulativo en el debilitamiento de la fuerza del capitalismo para imponer su salida a la crisis.

La convocatoria de las movilizaciones por parte de CCOO y UGT para el próximo 19 de Julio es una oportunidad para hacerles llegar a sus dirigentes alto y claro el mensaje de que no vamos a permitir ni una vez más esa conjugación de movilizaciones puntuales con largos períodos de vacaciones sindicales.

11 de julio de 2012

EL MADRID TRABAJADOR ABRAZÓ A SUS HERMANOS MINEROS. PRIMERA PARTE

Por Marat
Pocas veces me he sentido cómodo en las manifestaciones populares a las que he acudido a lo largo de mi vida. A pesar de que en algunos momentos de mi vida me haya tocado incluso organizarlas, no he podido evitar las más de las ocasiones una escisión entre mente y emociones que me impedía fundirme en los protocolarios coros de las masas, en los lemas gastados y viejos por demasiado ritualizados y repetitivos, por la autocontenida expresión de la protesta en esta larga transición desde un postfranquismo casposo a una democracia por decenas de años atada y bien atada.

Esta vez no ha sido así. Ayer martes 10 de Julio acudí con verdaderas ganas a recibir a los mineros en Moncloa, no con el autoimpuesto esfuerzo de otros casos, movido por el imperativo moral de reclamar unos derechos o condenar una acción injusta, a sabiendas de que los límites de juego estaban marcados de antemano.

Ahora la esperanza de un despertar colectivo de, al menos, una parte de mi clase, la trabajadora, animaba mi impulso para estar allí, fundiéndome con la masa que ya una hora y cuarto antes de la cita desbordaba el final de la calle Princesa, las proximidades de la estación de Metro, la campa próxima a la Junta Municipal de Moncloa y más allá del odioso Arco de Triunfo franquista, perdiéndose la visión del gentío hasta donde alcanzaba la vista.

El rojo de las pancartas y banderas políticas y sindicales y el tricolor de la que para muchos de nosotros es nuestra auténtica bandera de Estado se agitaban con entusiasmo, mezcladas entre la asturiana, la aragonesa, la andaluza y las de las dos Castillas, representando a las tierras de las que los héroes de negro carbón llegaban al Madrid, “rompeolas de todas las Españas”, que dijo el republicano Antonio Machado, entre cánticos de “Santa Bárbara Bendita”, gritos de “Madrid entero se siente minero”, “Madrid entero está con los mineros” o el lema de la Unidad Popular Chilena “El pueblo unido jamás será vencido”

Confieso que me sentía entre expectante y ansioso por verlos llegar, que me embargaba un nerviosismo que me hacía mirar con el rabillo del ojo el reloj cada pocos minutos, mientras trataba de mantener la calma hablando con varios compañeros, conociendo a otros de los que sólo tenía referencia a través de las redes sociales y liándome un cigarrillo tras otro.

En eso que pasó un pequeño grupo de militantes del PSOE con sus banderitas. No pude ni quise reprimir el acto de golpearme la mejilla derecha con la mano extendida, mientras les gritaba “mucho papo”.

Nunca confundiré al disciplinado afiliado al partido socialiberal con sus dirigentes, tan sensatos ellos que, después dar pellizcos de monja a la ultraderecha gobernante, se limitan a comprender la necesidad de las medidas antisociales del partido natural del capital. Pero no está de más hacerles sentir alguna incomodidad cuando ahora vienen a manifestarse y en el pasado callaban cómplices ante las medidas que aplicaba su partido en el Gobierno contra los trabajadores.

La impaciencia para llenar la larga hora que faltaba hasta las 10 de la noche y la demora de quienes han demostrado infinitamente más ser nuestros héroes que los pateapelotas de una “roja” que no es la de muchos de nosotros me hizo bajar con varios compañeros hacia la A-6 en su busca.

Pronto nos encontramos dos enormes pancartas de la Federación de Foros de la Memoria Histórica en las que sólo se leían en grandes letras las siglas duplicadas UHP (Unión de Hermanos Proletarios), que conmemoraban la alianza de lucha de UGT y CNT durante la Revolución de Asturias de 1934 y que recibían a los mineros que ya llegaban con sus cascos iluminados, dentro de un cordón sindical flanqueado por los combativos bomberos de Madrid. Estos fueron los primeros que los recibieron en la capital

Conviene recordar de los bomberos de Madrid que, cuando acamparon en defensa de sus recortados derechos el pasado verano ante El Prado, fueron ignorados por los medios de comunicación capitalistas y “alternativos”, infinitamente más complacientes e interesados en otros acampados, los agitamanitas de Sol, esos que consideraban la lucha de clases una antigualla y el trasversalismo interclasista y burgués el gran hallazgo de “lo nuevo”. ¡Qué gran paradoja para ellos tener que pronunciar ayer 100 veces la palabra obrero y clase obrera y callar su sucedáneo de “ciudadanos”!

Alguno de ellos, megáfono en mano –les encanta este instrumento más que a un tonto un lápiz, tanto que alguno de sus grupos se representa a sí mismo con una silueta femenina con el aparato (megáfono) en la mano- tenía que seguir la letra que muchos conocemos desde nuestra niñez, sin necesidad de ser mineros ni asturianos, -“Santa Bárbara Bendita”- para tratar de dirigirnos a quienes tenemos muy claro lo que somos, clase trabajadora, muchos años antes de que recién lo hayan descubierto ellos. Quizá sea sobre todo responsabilidad de muchos de sus mayores –yayoflautas o no- que no hicieron la transmisión intergeneracional de educarles en el orgullo y la conciencia de clase, bajo el argumento de la renuncia que se expresaba en el “yo no voy a adoctrinar a mis hijos como me hicieron los curas a mí” y que ponía en evidencia el abandono y traición a sus propias convicciones. Así de lights les han salido. O quizá sea que la conciencia que les transmitieron sea la de clase media.

Por mucho que ahora se disfracen de lo que nunca han sido estos modernos buscadores del remedio, para nuestros males, de la “democracia participativa”, sin principio activo socialista, sabemos muy bien que no tenemos nada que agradecerles; antes al contrario, son los mineros los Sísifos que han robado el fuego sagrado de la rebelión a los dioses para entregárselo a sus hermanos de clase.

Fue un momento especialmente emocionante cuando los mineros llegaron hasta donde estábamos. Miles de gargantas expresaban su cariño a quienes habían tenido la entereza y el sentido de la lucha, caminando 400 kilómetros para, defendiendo sus derechos, señalarnos con su ejemplo el camino del combate al resto de los trabajadores, no sólo madrileños sino de todo el Estado español. Se respiraba el ambiente cargado de sentimientos, las bocas expresando su admiración hacia quienes completaban una parte de la etapa pero no su camino, porque el de la clase trabajadora nunca termina y la emancipación colectiva es parte de un ejercicio que no se gana de una vez para siempre sino que ha de ser defendido de forma permanente.

Junto a los mineros, mineras. Muy cerca de ellos sus mujeres, madres, hijas y hermanas, sin las cuales su lucha hubiera sido imposible porque les hubiera faltado el aliento y la energía suficientes no ya para continuar su larga lucha sino siquiera para iniciarla. Combativas como ellos mismos, han sufrido la represión y se han enfrentado a las fuerzas represivas con tanta entereza como sus hombres. En sus pechos late la misma profunda convicción de la justeza de una furia cuya razón de ser nace de la misma profundidad de la tierra.

Los flashes iluminaban los brillantes ojos de muchos rostros de hombres y mujeres, en alguno de los cuales vi el atisbo de una lágrima, seguramente por tanta intensidad contenida en 20 días de espera desde que aquellos hombres y mujeres abandonaron a sus tierras y familias para visitarnos y traernos el mensaje de su fecunda rabia.

A ratos acompañándoles desde fuera del cordón sindical, a ratos superándoles en su marcha, mucho más lenta por la dureza de tantos días sobre el asfalto seguimos caminando y perdiéndonos el grupo de amigos y camaradas en la masa compacta de hombres y mujeres de todas las edades, en un estado de exaltación ante la fuerza tranquila de una multitud que se sabía clase y sentía el orgullo de pertenencia, gracias a quienes nos habían contaminado de nuevo de un sentimiento, para muchos, largo tiempo aletargado.

El relato, la subjetividad que se conforman en un colectivo que se reconoce como clase, que rechaza el destino que quieren imponerle sus enemigos, que comienza a adquirir confianza en su fuerza potencial y que, en sus consignas y en las miles de microconversaciones que se producen en los pequeños grupos que forman la masa, expresa el atisbo de un discurso alternativo al desorden que sobre sus vidas imponen las clases que rigen sus destinos.

Ese latir, esa vivencia que se hace identidad colectiva, son muy distintos que el de la multitud amorfa de “ciudadanos”, cruzada de todas las contradicciones sociales de clase y cuyo resultado se agota en mantener intacto el orden del capital, aunque ligeramente “embellecido” por la blandengue quimera de conciliación de intereses opuestos para justificar el embuste de un 99% que no puede ser porque en ese porcentaje hay quienes jamás estarán a favor de la derribar el capitalismo porque identifican con él la miseria moral de sus sueños pequeñoburgueses.

Quizá por todo ello hacía mucho tiempo que no veía tantas banderas rojas con sus hoces y martillos agitándose al viento, tantas banderas comunistas que son de todos los que no nos limitamos a la única disciplina de un solo partido comunista porque en casi todos ellos reconocemos una parte de nuestra propia herencia ideológica.

En esta manifestación, los reaccionarios del “inclusivismo”, los interclasistas trasversales ni de derechas ni de izquierdas han tenido que tragarse sus sapos del “no a las banderas” que imponían en el pasado y ponerse a la cola. De ahí, quizás el camuflaje de enrojecerse por fuera para seguir intentando colarnos de matute sus mercancías averiadas. Esto para los del 15M, recién convertidos, oportunistas que pretenderán darnos lecciones de lucha de clases que hasta ayer negaban a quienes les combatimos por su reaccionario discurso pretendidamente superador de las contradicciones que genera el capitalismo, y que son mucho más que tomar al banquero por el todo capitalista, que rechazaban a quienes sí teníamos un discurso ideológico y político, que despreciaron como caduco, cuando “lo nuevo” de lo que alardean es mucho más viejo que cualquier otro pensamiento al que niegan.

De forma tímida, escuché a varios rastafaris “indignados” el intento de lanzar la consigna de que los mineros debían acampar en Sol, a lo que les pregunté si para hacer batucadas o para participar en posición de flor de loto en uno de esos happenings que organizaban sus Comisiones de Espiritualidad. Nada dijeron, ignoro si por falta de agilidad mental o ante la evidencia de ausencia de quórum de sus propuestas.

Lo de acampar no es otra cosa que el intento de algunas sectas políticas que llevan varios días lanzando con poco éxito sus consignas de, por un lado, desmovilizar la lucha minera y, de paso, la antorcha que está recogiendo el resto de los trabajadores y, por el otro, de enlazar las acciones de la minería que, han levantado la lucha social, con ese engendro de convocatoria para el 21 de Julio, un culebrón veraniego más al que nos tiene acostumbrado el entorno “indignado”. Como en el kárate, utilizar la fuerza del enemigo en beneficio propio y contra él mismo. Malas noticias para ellos. Los sindicatos de los mineros ya han dejado claro que no acamparán en Sol.

Los mineros no necesitan música mística, ni sectas Zeitgeist, ni Comisiones de Espiritualidad que se abracen con los chicos de las JMJ Papales, ni talleres de reflexoterapia o papiroflexia, ni huertos urbanos, ni adoptar la posición del loto en actitud meditativa, ni fascistas que se declaren ni de derechas ni de izquierdas, ni chivatos, ni amigos de Punset, ni traidores pseudoizquierdistas que les hagan el trabajo sucio a los que quieren una revolución de colores del 99% que integre los intereses de clase de la burguesía.

Si algo necesitan los mineros es vencer pero el camino no es el de permanecer en las tiendas “quechua”, convertidos en parque temático, amodorrados por la canícula y viendo desfallecer sus fuerzas en un quietismo espiritualista a lo gandhiano. Eso es lo que quieren sus enemigos de clase (su derrota y la del resto de los trabajadores), aunque estos se disfracen de lagarterana ideológica.

Y para vencer tienen que moverse, como se han movido con sus lanzacohetes y a hostias con las fuerzas represivas –¡cómo callan cínicamente esto los espiritualistas del maestro Gandhi y su pacifismo destinado a desarmar a las víctimas!-, como se han movido estos 400 kms hasta Madrid.

Y para vencer y moverse necesitan que nos movamos el resto de los trabajadores. Los bomberos que los han recibido con cariño, los maestros y los profesionales de la sanidad, los del sector de la automoción y de la construcción, los del metal y los de la mensajería, los de la banca y los de telemarketing,...todos,... los precarios y los que aún mantienen sus puestos de trabajo, los parados y los de contrato temporal, los pensionistas y los que aún no comenzaron a trabajar, los estudiantes –que algún día serán trabajadores o parados-, los becarios y los que dejaron de estudiar,...todos.

Y todos los trabajadores necesitamos imponer a las direcciones reformistas, claudicantes y desmovilizadoras de CCOO y UGT y a los alternativos que cacarean “huelga general” como el gallo de Morón pero sin más acción que la verbal, salvo excepciones, una nueva dinámica de luchas para generar un proceso sostenido de movilizaciones; un proceso movilizador que confluya en una nueva huelga general, a la que le suceda un tsunami de protestas convergentes y coordinadas, con un claro posicionamiento de clase, y no ciudadanista, ni tranversal ni interclasista. El objetivo no puede ser otro que el derrocamiento de este gobierno y la preparación de un nuevo proyecto sindical y político de las izquierdas, capaz de coordinarse con el resto de trabajadores organizados europeos hacia la derrota de los programas de austeridad y recortes sociales en el Viejo Continente.

Los mineros tienen que vencer sí, pero su victoria no se puede desligar de la necesaria lucha y victoria del resto de los trabajadores españoles y europeos, ni ser condenada a tostarse al sol, viendo languidecer su fuerza, porque en ésta en que estamos, o se salva el conjunto de nuestra clase, derribando al capital y levantando un programa revolucionario y socialista, o nos hundimos todos.

No las tengo todas conmigo respecto a la próxima manifestación de hoy día 11 de Julio a la que acudiré dentro de unas horas. Y no las tengo todas conmigo, como no las tenemos miles de trabajadores y militantes de izquierdas, porque conozco bien la práctica sindical de CCOO y UGT que nuestra clase lleva tantos años padeciendo.

Como dice mi amigo Benjamín Balboa, “sólo la traición puede impedir la victoria” (http://dedona.wordpress.com/2012/07/10/huelga-minera-y-tracion-la-gran-baza-del-gobierno-benjamin-balboa/)