Por
Marat
1.-RETRATO
DE UN FALSARIO:
Las
primeras lecturas sobre el pensamiento de este comediante
involuntario indican que estamos ante un individuo con un narcisismo
patológico a la búsqueda diaria e ininterrumpida de ventanas
mediáticas en las que ver reflejada millones de veces su propio
rostro; la personalidad ególatra de alguien encantado de conocerse,
que reclama atención y admiración continuas para alimentar su
propia arrogancia.
No
obstante, sería peligroso declararle un simple cantamañanas como
hacen algunos. Su hiperactividad generando mensajes a través de
libros, artículos, redes sociales, como tertuliano en medios
tradicionales (tv, radio), participando en debates y
conferencias,…favorece su penetración más allá de su entorno
natural, el fascista, sino entre sectores autodenominados marxistas,
lo que es más peligroso si cabe.
No
importan la ampulosidad de su escritura, el abuso de párrafos
absurdos, plagados de un neolenguaje pedante y vacío de contenido,
la deformación de las ideas de los autores a los que cita. Si no se
entiende su cháchara será porque es muy profundo. Cuando en uno de
sus textos delirantes logra enfilar dos frases seguidas con un mínimo
de coherencia, sus hinchas caen rendidos, deslumbrados por haber
comprendido algo y convierten su “profundo” mensaje en un meme,
lo que no deja de ser un acto de involuntaria justicia.
A
la audiencia escasamente formada puede impresionarles tal despliegue
de actividad, aparentemente erudita, pero Fusaro es un producto más
del mercado y, como tal, sujeto a la moda. Dentro de un tiempo el
capital lanzará otra vedette al ruedo.
Al
público más formado no se le escapa que su estilo, aparentemente
dicharachero, deja entrever a un mequetrefe al que desnudan tres
minutos de autoexhibición con un discurso errático, plagado de
contradicciones.
Wagenknecht
ha creado un partido y ahora está creando su estructura. Fusaro
tiene “cheerleaders” y muchos boots ultras. Vox Italiae,
el partido del que Fusaro dice ser “sólo el inspirador
teórico”, no miembro, porque “nunca he tenido carnets y
no quiero tenerlos” -”soy un librepensador “, dice-, va
para su quinto año de vida en la que ha pasado de todo: escisiones,
cambios de nombre, integración en otros grupos ,...
No
cabe tratar a Fusaro del mismo modo que a Wagenknecht.
Ambos son rojipardos y rechazables ideológicamente, sin duda. Pero
en la alemana hay solidez intelectual, una trayectoria involutiva más
lineal en el tiempo, mayor sinceridad en sus planteamientos. El
italiano es un saltimbanqui ideológico, un farsante de ópera bufa,
un "condottiero" sin escrúpulos cuyos dos objetivos
supremos son hacer caja y alimentar su insaciable ego.
No
por casualidad el dibujante satírico de cómic Alessio
Spataro
le dedicó en 2018 su particular homenaje, titulado “Le
avventure rossobrune di Ego Fuffaro”.
A
nadie se le escapará la similitud fonética de ambos nombres (Diego
Fusaro/Ego Fuffaro). Fuffaro
en
se
traduce en español por
“bastardo”. El protagonista de dichas aventuras es un pato, el
“alter
ego” de
Fusaro, caracterizado por su lenguaje intencionadamente confuso, una
personalidad vanidosa y una obsesión por los miedos a los monstruos
que le acechan, a los que combate desde posiciones cada vez más
fascistas.
El
pensamiento de Fusaro es una mezcla de simplezas, manipulación
falsaria de las fuentes, delirio argumental e inclusión en sus
recursos teóricos de intelectuales reaccionarios o fascistas como si
fuesen revolucionarios junto a otros que sí lo son por su teoría y
su práctica.
La
falacia de utilizar el nombre de Marx para intentar justificar sus
disparates y declararse marxista le funciona muy bien porque la
inmensa mayoría de las personas que se autoproclaman marxistas no
han leído siquiera “El Manifiesto Comunista“, se limitan
a usar unas cuantas frases de Marx, tomadas siempre de fuentes
indirectas. Marx y Engels son para ellos lo que otros dicen que son y
escribieron lo que otros dicen que escribieron.
Para
estas personas, Marx o Lenin son nombres con evocación taumatúrgica
(mágica). Como Cristo para el cristiano, para ellos no actúa la
racionalidad sino la emoción cuasi religiosa que les suscitan sus
figuras.
Así
las cosas es fácil colarles tofu por chuletón, mucho más si el
público receptor del mensaje manipulado tiende al dogma y, ante la
frustración del proyecto revolucionario, acepta la explicación de
la dramática victoria del capitalismo como consecuencia de las
traiciones del reformismo conspirando con el neoliberalismo. Los
términos traición y conspiración son para el dogmático lo que el
chute para el yonqui: le calma mucho.
No
debe extrañar entonces que en casi todas las principales webs
alternativas de izquierda encontremos con frecuencia suss
genialidades y
las de
algunos de sus discípulos. En “El
viejo topo” están
abonados a cada “fusarez” con el entusiasmo de un yihadista. No
debiera valerles cualquier cosa, desde luego no los rojipardos, para
desenmascarar las prácticas socioliberales de la izquierda pero les
vale ¿Cabalgar sus propias contradicciones o ser cabalgados por
ellas?
Veamos
cuáles son las principales
“verdades
reveladas”
de
Diego Fusaro, escoltado siempre por sus dos grandes inspiradores: el
rojipardo comunitarista
(nada
que ver con el comunismo, aunque en el pasado militase en él)
Costanzo
Preve,
quien tras su última involución política acabó publicado por
editoriales fascistas como Edizioni all'insigno del Veltro, Settimo
Sigillo, Controcorrente Edizoni,...en España por Editorial Fides, y
el fascista de la Nueva Derecha Alain
de Benoist,
al que reivindica como “el
pensador más cercano a mí”,
de
entre los franceses.
2.1.-“EL
FASCISMO YA NO EXISTE”:
Es
una de las principales opiniones (los argumentos son cosas muy
distintas) de este filosofastro.
Como
en la práctica generalidad de sus afirmaciones no es original. Éstas
provienen de otros rojipardos o de fuentes fascistas, en este caso de
Preve, que afirma la “ausencia total del fascismo” en su
libro “Elogio del comunitarismo”.
“La
crítica radical e intransigente del fascismo y el
nacionalsocialismo, hecha en nombre de un principio comunitario, debe
llevarse a cabo de una manera absolutamente independiente de la
retórica del antifascismo políticamente correcto. Este antifascismo
no es más que un conjunto de ideologías legitimadoras, posteriores
a 1945 y, por tanto, en ausencia total del fascismo,
mientras tanto ya muertas, enterradas y ya no seriamente viables”.
[Op.
Cit. Pag. 195]
En
la página 63 de su libro “El contragolpe”, refiriéndose
a las que denomina “izquierda fucsia” dice Fusaro “son
antifascistas en ausencia del fascismo para no
ser anticapitalistas en presencia del capitalismo”
Como
por efecto de encantamiento, el fascismo ya no existe. Basta
cambiarle el nombre por “populismo liberal-conservador”
(Salvini y Meloni) o “populismo regresivo” (
Trump) y, ¡zas!, desaparece.
Que
Salvini,
en 2018, cuando era Ministro del Interior, propusiese hacer un censo
de gitanos (como Hitler con los judíos) para poder expulsar a los no
italianos y señalase que “los
gitanos italianos por desgracia hay que quedárselos”,
no
es fascismo, es populismo liberal-conservador.
Que
Salvini, ya con Meloni
de
Primera Ministra y él de titular de Infraestructuras y Transportes
en 2023, se fueran a un karaoke donde entonaron
juntos una canción sobre una inmigrante que se ahogó en un río en
la zona de Calabria,
la misma región en la que el mar continuaba devolviendo esos días a
su costa los cadáveres de un naufragio masivo de inmigrantes, no es
fascismo, es populismo liberal-conservador.
Que
Fratelli
d´Italia,
el partido de Meloni, con el que ésta gobierna en coalición con
otros de ultraderecha, se declare heredero del MSI
(Movimiento
Social Italiano), creado en 1946 por veteranos de la República
Social Italiana (Republicca
Sociale Italiana), conocida como República
de Saló,
no es fascismo, es populismo liberal-conservador. Sobre este
particular les invito a leer el interesante artículo titulado “¿El
regreso del fascismo a Italia? El significado de los Fratelli
d’Italia”.
La coincidencia del discurso de los Fratelli y de Fusaro es
reveladora de quién es este quintacolumnista disfrazado de filósofo.
Por cierto, Fusaro presiono en su momento para que Fratelli d´Italia
entrase en el gobierno de coalición con la Liga de Salvini y el
Movimiento
5 Estrellas.
Que
CasaPound (toma su nombre del poeta fascista estadounidense
Ezra Pound, admirador de Mussolini), partido-movimiento
italiano, se declare “fascista del tercer milenio”,
que tiene un pie en la vieja tradición del fascismo italiano,
incluido el dar palizas a inmigrantes, y el otro en el vintage
ideológico de la llamada transversalidad de los años 30 del
siglo pasado, no es fascismo, es populismo liberal-conservador. Quizá
por este motivo Fusaro admite abiertamente que colabora con ellos y
escribe en su periódico “Il Primato Nazionale”.
Que
entre los partidos europeos con los que se relacione CasaPound estén
los nazis de Pravyj Sector (Ucrania), Der III Weg (Alemania) o
el ilegalizado Amanecer Dorado (Grecia), sólo ratifica su
condición de populista-liberal.
Que
los neonazis alemanes de la AfD,
que podrían llegar a ser la primera fuerza política en su país, se
reunieran en noviembre pasado en un hotel cerca de Potsdam,
con nazis “pata negra”, empresarios (imagino que patriotas para
Fusaro) y dos miembros de la CDU (corriente Unión de Valores), hecho
denunciado por el medio alemán Corrective.org
en
el artículo que aquí
les
enlazo, para planear la expulsión de millones de inmigrantes de
Alemania, no es fascismo, es populismo liberal-conservador.
No
ven a la AfD como meros populistas liberal-conservadores los alemanes
que el viernes
19, el sábado 20 y el domingo 21 de enero se manifestaron contra el
nazismo en más de 100 marchas por toda Alemania
en las que han participado organizaciones marxistas-leninistas,
libertarios, sindicatos, grupos antifascistas, asociaciones
vecinales, clubes deportivos, iglesias, ayuntamientos, así como todo
el arco parlamentario y por supuesto, cientos de miles de ciudadanos
sin adscripción política, que representan la parte sana y
democrática alemana. Entre ellos, aquellos
a los
que el cráneo privilegiado de Fusaro/Fuffaro llama “tontos
que se hacen llamar 'de izquierda' [que]luchan
contra el fascismo, que ya no existe”.
Que
el 6 de enero de 2021, grupos ultras asaltaran el Capitolio de
EE.UU., arengados previamente por Donald Trump y por grupos
conspiranoicos como Qanon, no es fascismo, es populismo
liberal-conservador…o, como mucho “populismo regresivo”
Que
el 8 de enero de 2023 la chusma bolsonarista brasileña, con
la connivencia de las fuerzas de seguridad y el apoyo de los sectores
más fanatizados de las sectas evangélicas, irrumpieran en la
sede del Congreso, tras tres meses de incitar al golpe de Estado,
después de la derrota electoral de su jefe, el militar
ultraderechista Jair Bolsonaro, no es fascismo, es populismo
liberal-conservador.
Que
Javier
Milei,
presidente de Argentina, continúe intentando contra la oposición
del Parlamento una auténtica ley habilitante (Hitler la usó en
1933), llamada pomposamente “Ley
de bases y puntos de partida para la libertad de los argentinos”,
conocida
como “Ley
Ómnibus”,
que le faculta para tomar decisiones en materias “económica,
financiera, fiscal, previsional, de seguridad, defensa, tarifaria,
energética, sanitaria, administrativa y social hasta el 31 de
diciembre de 2025”,
sin contrapeso de poderes constitucionales, y que dicha ley restrinja
radical y penalmente (de tres a cinco años de cárcel) derechos de
reunión y manifestación, permitiendo incluso que los ciudadanos se
tomen la ley por su cuenta, llegando incluso a asesinar impunemente,
no es fascismo, es populismo liberal-conservador.
Que
el Estado terrorista de Israel esté cometiendo el mayor
genocidio de su historia contra más de 31.000 palestinos, a los que
ha asesinado hasta el momento, con la complicidad criminal de quienes
votaron a Benjamín Netanyahu, y de los judíos ultraortodoxos
con los que gobierna en coalición, no es fascismo, es populismo
liberal-conservador.
Desde
cierta perspectiva academicista hay una resistencia a denominar
fascistas a determinados movimientos, partidos, políticos,
intelectuales, ideas, posturas políticas y gobiernos
ultraderechistas que no se enmarquen en lo que conocemos como
“fascismo histórico”.
“Sensu
stricto”,
y desde una postura purista, el fascismo sería un régimen político
único establecido en Italia entre 1922 y 1943, ya que la República
de Saló (1943-1945) fue un régimen títere sostenido por la
Wermacht en
la zona norte de Italia, única que controlaban los nazis.
Ni
siquiera, desde esa rigidez teórica podría calificarse el
nacionalsocialismo de fascismo en sentido genérico, dadas las
diferencias en la cuestión de la raza y el racismo y del peso
atribuido en cada caso a la relación entre partido único y Estado.
Tampoco
lo serían, desde dicha perspectiva, el rexismo belga de
Degrelle o la Guardia de Hierro rumana de Codreanu.
Menos aún el régimen franquista y el salazarista,
para los que el profesor de ciencia política de la Universidad de
Yale, Juan José Linz, empleó el término de “Estados
autoritarios”, liberándolos del título de fascistas, algo muy
conveniente para los intereses político-estratégicos
norteamericanos, ya que ambas dictaduras, amigas de dichos intereses,
les cubrían parte del eje Atlántico-Mediterráneo por sus
posiciones anticomunistas.
Por
encima de las dificultades que se encuentren para establecer una
única definición del fascismo de acuerdo a un listado cerrado y
compartido de rasgos, aquél posee ciertas características que le
son comunes (nacionalismo extremo, corporativismo social, exaltación
del Estado, rechazo del marxismo y del liberalismo político,
militarismo, intereses de clase a los que realmente representa,
mitificación del líder máximo, recurso verbal y físico a la
violencia,...) más allá de sus particularidades ideológicas y de
práctica política.
Pero
a su vez, el fascismo, como movimiento político experimenta sus
propios procesos, posee una dinámica histórica que le permite
adaptarse a lo largo del tiempo a los momentos y entornos en los que
se presenta y desarrolla. No podría ser de otro modo, dada su
derrota sufrida en Europa tras la II G.M. Es su tendencia en tanto
que movimiento hacia el alcance de sus objetivos lo que permite
identificarlo como tal, independientemente de las mixtificaciones de
respetabilidad y homologación democrática con los que pretenda
camuflarse.
Caracterizarlo
como populismo liberal-conservador es un modo de blanquearlo en un
contexto en el que el término populismo se ha convertido en un saco
roto en el que cabe todo y que, lejos de aclarar, oscurece las
definiciones ideológicas.
2.2.-LA
IZQUIERDA FUCSIA JUSTIFICA AL NEOLIBERALISMO:
Tiene
razón Fusaro cuando acusa a la izquierda mayoritaria de “no ser
anticapitalista”. Pero el no ser anticapitalista nada tiene que
ver con aquello de lo que la acusa al calificarla como “fucsia”.
Veamos
cómo “argumenta” Fusaro en su crítica a la izquierda, a la que
descalifica como “fucsia”, término cursi y relamido donde los
haya.
(…)
“la
izquierda ha abandonado por completo a Marx, Gramsci y Lenin para
convertirse a las razones del neoliberalismo progresista. De
roja, la izquierda ha pasado a ser fucsia y arco iris, fiel guardiana
del equilibrio de poder capitalista a escala mundial.
Lo que la derecha del dinero quiere, la izquierda del disfraz lo
justifica ideológicamente. Desde la inmigración masiva hasta la
destrucción de los Estados-nación soberanos, desde la demolición
de la familia hasta la neutralización de las identidades culturales.
Lo Woke señala precisamente esto, la reconversión de la izquierda
del marxismo a una ideología arco iris de simple glorificación de
las relaciones de poder capitalistas”.
Es
de suponer que la crítica de Fusaro es hacia la izquierda
representada en el pasado por los PP.CC., dado que Marx, Gramsci y
Lenin son ajenos a los PP.SS. Y dentro de los PP.CC. el francés, el
español y, particularmente, el italiano (hoy Partido Demócrata).
Siguen la estela del italiano los exPP.CC. reconvertidos en nuevas
izquierdas, Die Linke, IU,
Sumar,
partidos nórdicos, etc., que son corrientes socialdemócratas,
volcados especialmente hacia las clases medias.
Mención
aparte merecen el KKE, el DKP y el PC Portugués, partidos con
diferentes pesos pero muy combativos y con fuerte orientación de
clase.
Y,
sí, es muy cierto que los antiguos PP.CC., salvo las excepciones
citadas, ya no son rojos, tampoco de son ya de Marx ni de Lenin. El
caso de Gramsci es distinto porque permite bifurcaciones en su
lectura. Si para Manuel Sacristán no hay duda de su
adscripción revolucionaria, para Perry Anderson (“Las
antinomias de Antonio Gramsci”) es “un kautskyano que no
se conoce a sí mismo“; es decir, un reformista. De ahí que
Gramsci fuese más fácil de integrar que Lenin en la retórica
eurocomunista y también en la fusariana
Pero
esa izquierda postcomunista no dejó de ser revolucionaria con la
llegada del neoliberalismo, como insinúa Fusaro. Lo
hizo
incluso antes del eurocomunismo, a
pesar
del
artículo en que
rechaza a Berlinguer
y
ensalza a Togliatti.
El mismo Togliatti
que
desarmó a los partisanos que habían luchado contra los nazis y los
fascistas de la República de Saló y anteriormente
y que
integró al PCI en el gobierno del ex fascista de conveniencia
Badoglio.
“Yo
era fascista porque el rey lo era”, dijo
este general tras la II G.M.
En
febrero de 1945, dos meses antes de que Hitler se suicidase en
Berlín, la Conferencia de Yalta estableció el reparto de
Europa en dos áreas de influencia: la norteamericana y la soviética.
La
experiencia del rechazo de la URSS a apoyar a la poderosa guerrilla
comunista griega en la guerra civil que siguió a la II G.M. dejó
claro cómo estaban las cosas.
Para
1948 los partidos comunistas de la Europa capitalista, ya habían
entrado en algunos países en gobiernos de concentración nacional,
habían contribuido al desarme de las guerrillas antifascistas sobre
las que tenían influencia y aceptado la vía parlamentaria y los
límites del juego político. Se abría el camino a las llamadas vías
nacionales al socialismo, vías que acabarían en el
eurocomunismo y a las propuestas de democracia social avanzada
(capitalismo con Estado del Bienestar). Partidos socialdemócratas
con hoz y martillo esforzándose por ser candidatos a una parcela de
gestión política del capitalismo. Y entonces no había wokismo
alguno.
Esta
línea política es la que el “rossobruno” Fusaro
afirma que en el pasado era roja y ahora es fucsia y
arcoiris. La involución ideológica había comenzado muchos
años antes. Bastó que la crisis capitalista de 1973 obligara a una
reestructuración del propio capitalismo (cuestionamiento del modelo
económico keynesiano, desregulación financiera, privatizaciones de
empresas y servicios públicos, descentralización productiva,
globalización neoliberal,…) y de las relaciones sociales de
producción (precarización del empleo, reducción empresarial y
gubernamental del poder sindical, ataque a los salarios directos,
indirectos y diferidos de los trabajadores, sustitución de mano de
obra por tecnología,…) para que la promesa de bienestar
socialdemócrata, que Fusaro llama roja, se haya evaporado.
2.3.-“NECESITAMOS
VALORES DE DERECHAS E IDEAS DE IZQUIERDA”:
Por
la boca muere el pez. En el intento de síntesis derecha-izquierda se
manifiestan con absoluta claridad los elementos rojipardos y
trasversales de Fusaro y ahí encajan sus alusiones a algunos
pensadores marxistas (Karl Marx, Antonio Gramsci, Gyorgy Lukács)
o meramente de izquierdas (Norberto Bobbio), arteramente
manipulados a su conveniencia, amalgamados obscenamente con un largo
listado de teóricos fascistas (Giovanni Gentile, Costanzo Preve,
Alexander Duguin, Alain de Benoist, Martin Heidegger, Julius Evola,
Oswald Spengler, Carl Schmitt,…), ocultando o atenuando la
importancia de su adscripción ideológica, y pretendiendo ser
pertinentemente traídos a colación en el desarrollo de un
argumento.
Su
vinculación transversal la expresa como “la superación de la
dicotomía derecha-izquierda”, a través de la unión de los
valores de derecha con las ideas de izquierda.
¿Cuáles
son esos valores conservadores que reclama Fusaro? Dependiendo del
momento va introduciendo unos, sacando otros del listado,
cambiándolos el nombre para hacerlos más digeribles, alargando su
denominación para justificarse ante las críticas recibidas,…
Los
valores conservadores o de derechas, siempre en sus propias palabras
que propone Fusaro con más frecuencia son: familia, honor,
lealtad y, últimamente, Dios ¿No les suenan a ustedes un
pelín rancios y regresivos?
Los
nombra menos pero suele hacerlo empleando sinónimos o ideas más o
menos próximas: identidad, a la que en ocasiones llama
arraigamiento; eticidad, a la que a veces llama moral.
Emplea,
ocasionalmente, un concepto material y concreto, como es Estado,
como si fuera un valor abstracto. Filosóficamente, Estado como valor
tiene un mal pasar, por lo que lo connota como “Estado
nacional patriótico como límite a la privatización
liberal”. Y, tras soltar esta necedad, se hizo un selfie para
colgar en Instagram.
En
cualquier caso, dejaremos para tratar con detalle en el apartado 2.3
los que él llama valores de derechas como Estado nacional
patriótico, nación y los que entran dentro de su campo
semántico como arraigamiento e identidad
Familia
es otro concepto material y concreto, que genera y transmite valores
pero que no es un valor en sí mismo, salvo que se le connote.
Merece
la pena que analicemos los valores y conceptos que nos propone este
matón de la metafísica para ver lo que hay tras los bastidores de
su teatro.
Sobre
la familia dice que “el libertino, que es el liberal
en la esfera erótica, odia a la familia porque sólo
quiere átomos de disfrute sin estabilidad ni planificación”.
Resulta que es la moral conservadora la que más practica la
contradicción de los vicios privados (el libertino) y las públicas
virtudes (el mojigato burgués) que, a la vez que disfruta de la
prostitución, condena a la prostituta, como enemigo disolvente de la
familia.
Señala
Fusaro en una entrevista en la publicación digital Centinela
-sí,
el medio es tan de derecha como su nombre sugiere- que “el
amor y la familia
obstaculizan
la globalización neoliberal porque, como decía Aristóteles, son la
prueba de que somos animales comunitarios, un zoon politikon que nace
ya en una comunidad, en un ligamen, que es la familia, lo que se
opone a la idea de una sociedad compuesta únicamente de individuos
[…]
Los
liberales, desde John
Locke
hasta
Margaret Thatcher o Von
Hayek
dicen
que no es la comunidad o la familia el origen, sino el individuo, que
crea relaciones por el interés propio: éste es el error
antropológico […]
el
capital quiere suprimir la
familia, que es
asimismo
anticapitalista
por su propia esencia,
al tratarse de un contrato a tiempo indeterminado: en la época en
que todo debe ser precarizado, la familia mira a lo eterno, busca
perdurar y establece entre sus miembros una especie de welfare state,
de relaciones de don y altruismo”.
Si
algo caracteriza al estilo argumental de Fusaro es el constante
recurso a las afirmaciones gratuitas. La falacia lógica es el modo a
través del que habitualmente expone sus asertos.
Que
una proposición sea falsa, la de los liberales que afirman “la
idea de una sociedad compuesta únicamente de individuos”, no
significa que el razonamiento previo que se les opone sea verdadero-
“el amor y la familia obstaculizan la
globalización neoliberal porque, como decía Aristóteles, son la
prueba de que somos animales comunitarios…”
¿Ignora
acaso Fusaro que, además de lo que Marx llama la “reproducción
social”, y otras tareas y funciones que realiza la familia, es
también una transmisora de valores y que, bajo el capitalismo la
ideología dominante es la ideología de la clase dominante?
¿Pretende que creamos que las familias burguesas son “por su
propia esencia” anticapitalistas”? Incluso aunque
fuese cierta, en cada familia, la afirmación de que “establece
entre sus miembros una especie de welfare state, de relaciones de don
y altruismo" (la solidaridad intergeneracional padres-hijos
no suele ser recíproca cuando los primeros son ancianos, incluso
antes del neoliberalismo), ¿qué le hace suponer a Fusaro que dichas
virtudes las extiende cada familia hacia las demás familias?
Obviamente esto no es cierto ¿De qué manera cree que van a operar
dentro de ese supuesto anticapitalismo de las familias los valores,
que él mismo reconoce como conservadores o de derechas, de Estado
nacional patriótico, honor o Dios?
El
honor, ese concepto pegajoso que atraviesa la historia,
montada a lomos de las “clases” dominantes (señores, nobles,
burgueses), extendido a sus brazos defensores (militares), y
privativo de todos ellos, es reaccionario hasta los cimientos de la
misma palabra.
Su
ligazón a la sangre es perenne. Desde los Horacios de la Antigua
Roma al “Amadís de Gaula” de los libros de
caballería; del “seppuku” japonés ante la
deshonra hasta las campeadas del Cid, mito del caballero cristiano y
realidad mercenaria al servicio de la bolsa de moros y cristianos, la
honra se lava con la sangre propia o del contrario.
Hubo
que esperar al Siglo de Oro para que villanos y plebeyos
adquirieran honor vía cuernos, asunto profusamente retratado tanto
por Lope de Vega como por Calderón de la Barca. Estábamos ante una
incipiente burguesía, cuya defensa del honor mancillado del hombre
en los cuerpos de la esposa o la hija (eran un bien de su propiedad)
requiere derramar la sangre del ofensor, o incluso de la mujer
-ejemplo de esto último es la obra ”El médico de su honra”,
de Calderón de la Barca -, elevándose la demanda de protección y
auxilio al rey.
La
relación (“Blut und Ehre”: sangre y honor)
fue muy bien comprendida tanto por el criminal de guerra nazi
Rosenberg, que la mitificó, como por las Juventudes
Hitlerianas, que la convirtieron en su eslogan político.
Desde
que la burguesía se convirtió en la clase dominante, siglos antes
que el neoliberalismo, el honor es un bien mercantil: se liga a la
propiedad, el capital, el dinero. Es una deshonra ser pobre, un
motivo de vergüenza.
Es una burla que Fusaro proponga el
honor en una sociedad en la que el trabajador ha de vender su fuerza
de trabajo, venderse a sí mismo. Una y otra vez, por horas, para
vivir.
Otra
de sus propuestas de valor conservador, Dios,
recibe
el nombre
de “religión
de la trascendencia”.
Es
una
forma más “new
age”de
modernizar
idea de Dios.
Fusaro
propone el regreso a ella frente a lo que llama “religión
nihilista del mercado”. Es
un misterio saber en qué se oponen cristianismo/catolicismo y
capitalismo. En 2.000 años el cristianismo, como las demás
religiones, ha sido el opio del pueblo al servicio de las “clases”
(estamentos, grupos sociales) dominantes, el consuelo de una
imaginaria vida eterna para los dominados que justificase y
resignase pasivamente
su sufrimiento en la única existente. Pero he aquí que el “marxista
independiente” Fusaro se caga en Marx, se saca de la manga una
encíclica papal, como San Diego I, ya canonizado para ir ganando
tiempo, ferozmente antineoliberal y anticapitalista, con más
contundencia que las que sus predecesores escribieron contra el
marxismo, y no esas riñas de abuela benévola que en algún caso
firmaron contra los
pecadillos
del capitalismo. Obviamente es una ironía. Cuando Fusaro reivindica
a Ratzinger
frente
a Bergoglio
lo
hace porque el primero es involutivo incluso frente al anticomunista
Wojtyla,
al restaurar el infierno eterno con su fuego, que el polaco
relativizó, como modo de condenar cualquier negativa a la
resignación en la tierra. A Bergoglio le excomulga por su diálogo
más abierto con las expresiones e identidades del mundo actual y una
condena más a fondo del capitalismo, lo que para nuestro
filósofo
le resta espiritualidad y trascendencia. Ceguera hacia la realidad
del mundo y su dolor es lo que realmente quiere Fusaro para su
deseada Europa cristiana. Frente al discurso fusariano de una
religión sacra, no sujeta a los intereses económicos del mercado,
pero
ajena al mundo, 2.000
años de guerras con justificaciones religiosas, condenas papales a
las ideologías solidarias e igualitarias, como la encíclica
furiosamente anticomunista “Divini
Redemptoris”
del
Papa Pio
XI,
las propiedades y riquezas inmensas de la iglesia y “la
legitimidad de la propiedad privada como garantía de la autonomía
de la persona”.
Esto son hechos y no fusareces.
Eticidad
y moral son dos valores que Fusaro identifica como
conservadores. Ello supone afirmar tácitamente que la izquierda
carece de ética y moral, lo que en la práctica es declarar amorales
a las personas de izquierda.
Puesto
que Fusaro alude a que emplea dichos términos al modo de Hegel, y
supongo que los toma de sus “Fundamentos de la filosofía del
derecho”, les propongo que vayamos al grano de las
definiciones de eticidad (“sittlichkeit”) y moral que
propuso su maestro.
“La
eticidad es la idea de la libertad como bien viviente que tiene en la
autoconciencia su saber, su querer y, por medio de su obrar, su
realidad”.
En
“román paladino” la eticidad es la voluntad libre y
consciente de la persona de actuar buscando hacer el bien.
La
eticidad es para Hegel un bien a la vez universal e individual, que
tiene una expresión económica, política y jurídica que se realiza
plenamente en el Estado ¡Qué gran definición, casi platónica!
Salvo que
a)
En una sociedad dividida en clases con intereses antagónicos es
difícil encontrar un número suficiente de valores que reflejen el
bien y puedan ser aceptados universalmente. Sólo puede hacerse a
través de la ideología dominante, que es la de la clase dominante,
pero esa es una falsa conciliación de lo individual con lo
universal.
b)
La expresión legal del bien, en lo que afecte a cuestiones
económicas, políticas o valores es la representación y sanción
jurídica e ideológica de los intereses de la clase dominante.
c)
El Estado es el aparato de dominación de la clase dominante sobre la
dominada.
No
hace falta ser catedrático de filosofía para entender qué
intereses hay detrás de la reivindicación de Fusaro del valor
conservador de la eticidad en sentido hegeliano: el trágala de la
imposición de los intereses particulares de la burguesía como
intereses generales de la sociedad.
Si
recurrimos de nuevo a Hegel como fuente de inspiración de la
propuesta de Fusaro de rescatar el valor conservador de la moral,
para el filósofo alemán es la voluntad subjetiva del bien en el
marco de una eticidad social, pudiendo entrar ambas en contradicción,
dada la subjetividad de la primera, si bien la eticidad prevalece por
su carácter comunitario sobre la moral.
Desde
la perspectiva conservadora que Fusaro atribuye a la moral parece
coherente pensar que lo que pretende es la integración del individuo
dentro de la normatividad, la ideología y la concepción de Estado
que implica la definición hegeliana de eticidad.
Las
ideas de izquierda que Fusaro propone continuar defendiendo son:
Fusaro
suele emplear el término emancipación
de
modo indeterminado. En muchos
de sus artículos y entrevistas no aparece con claridad el
objeto/sujeto de su emancipación. En otros el objeto es el que toque
en cada ocasión: el pensamiento, el Estado nacional frente a la
globalización neoliberal, emancipación de la sociedad (toda, sin
matices) falsa emancipación cuando es la de los gais (se veía
venir),…
Cuando
Fusaro
alude específicamente a la emancipación de la clase trabajadora, lo
hace oponiéndola
a otras cuestiones que no le son en absoluto antagónicas pero que
pretende hacer pasar por tales para ir colando su credo rojipardo.
Veamos un caso absolutamente paradigmático de lo que acabo de
afirmar. Lo titula “El
complejo de Orfeo. El error del neoliberalismo progresista”.
En
él Fusaro propone la renuncia al concepto de progreso porque
se lo ha apropiado el capitalismo neoliberal que lo aprovecha para
justificar así la eliminación de las conquistas sociales de la
clase trabajadora y el desmonte del llamado Estado del Bienestar, que
él llama pedante e incorrectamente “conquistas welfaristas”;
todo ello con la cooperación de la izquierda.
Frente
a ello ¿qué nos propone Fusaro? “Un comunismo enemigo del
progreso” (sic), la vuelta al Estado del Bienestar,
que hasta el socialdemócrata más estúpido sabe que no volverá,
aunque sólo lo admita en privado, y el regreso a la familia
tradicional, la educación, que ya no funciona como
ascensor social, la sociedad civil, que es el escenario en el
que se mueve el capital y los grupos de presión, y el Estado,
que es el que privatiza y recorta conquistas sociales, gobierne quien
gobierne. Grandioso
Cuando
se es promotor de la ignorancia, como Fusaro, se intenta ocultar las
profundas e históricas raíces de los conceptos progreso y
progresista. Durante las revoluciones burguesas europeas de 1848 se
producen alianzas coyunturales entre sectores de la pequeña
burguesía y el movimiento obrero frente a la gran burguesía, que se
identificaba con el Antiguo Régimen. Ambos defendían la idea de
progreso frente a los residuos del régimen anterior, aunque la
pequeña burguesía se contentase con acabar con él y las protestas
proletarias defendieran derechos económicos, sociales y políticos
para sí, por lo que ambas burguesías acabaran uniéndose luego
contra el proletariado.
Históricamente,
toda idea de mayor libertad e igualdad, con distintos significados
según la clase social y la ideología política que las reclame, se
ha calificado como progreso y a sus partidarios como progresistas. No
sólo eso, progreso es también el conocimiento, la ciencia frente a
la superstición, la razón frente a la conspiranoia (que Fusaro
practica. Véase su defensa de los postulados del ficcionado Plan
Kalergi), el laicismo frente a la religión,..
Lo
que hay detrás de toda esa sinrazón y tejemanejes que se trae el
filosofastro es la apelación nostálgica a un mundo pasado que se
agota y, como los reaccionarios del último cuarto del siglo XVIII y
del primero del XIX, el deseo de volver a un tiempo idealizado que
sólo existe en su imaginación. Su maravilloso welfarismo duró sólo
28 años y, aunque nació influido por la combatividad de la clase
trabajadora y el temor al contagio de los mal llamados países
socialistas, es inexplicable sin la necesidad de rápida acumulación
de capital tras la II G.M.
Según
Fusaro, como el neoliberalismo se ha apropiado, parcialmente, de la
idea de progreso, tergiversándola, el socialismo debe renunciar a
dicha idea. “Mutatis mutandis”, como Fusaro y los
rojipardos tergiversan el marxismo y el socialismo, hay que renunciar
a ellos. Absurdo, ¿no? Lo coherente es desenmascarar tanto a Fusaro
y su “troupe” como al capitalismo, abandonar
cualquier nostalgia de Estado del Bienestar y asumir que, sino se
apuesta por la revolución social, sólo queda la perspectiva de
hambre, fascismo y guerra.
Socialismo
democrático es otro de los fetiche-genialidad que nuestro héroe,
incansable en su racaraca contra el neoliberalismo (el capitalismo
“ya, si eso”), nos echa como si fuera un hueso de goma a
un perro famélico.
El
socialismo es democrático o no es socialismo. En él, la
propiedad de los medios de producción no es del Estado sino de los
trabajadores, la decisión de la organización del trabajo, del
proceso, las condiciones de trabajo y la dirección de la empresa les
corresponde a ellos y no a un representante, no revocable en la
práctica, dirigente de un único partido, que pretenda representar a
toda la clase. El socialismo no restringe los derechos políticos a
los únicos que el partido decide que son aceptables porque la
dictadura del proletariado es la dictadura de la clase trabajadora
(democrática porque representa a la gran mayoría) sobre los restos
de las antiguas clases dominantes.
Lo
que no tiene absolutamente nada que ver con el socialismo es el
llamado “socialismo democrático”. Los hechos son los que
importan y lo cierto es que, por encima de la consideración de que
sin democracia no hay socialismo- “La emancipación de los
trabajadores debe ser obra de los trabajadores mismos” según
afirma el primer párrafo de los estatutos de la Primera
Internacional, redactados por Marx- más de de 150 años de lo
que luego hemos conocido como socialismo democrático ha devenido en
la nada más absoluta. El socialismo democrático es la aceptación
del capitalismo con dos caras: la que viene de la socialdemocracia
del Programa de Gotha, al que criticaron duramente Marx y
Engels, hoy social-liberalismo, y la que viene del
eurocomunismo, hoy populismo de izquierdas que, como el visir
Iznogud, quiere ser el califa (socialdemocracia) en lugar del
califa (social-liberalismo).
Uno
y otro formato del reformismo que ya no reforma hace muchos
años que no tienen por objetivo una sociedad socialista (ni siquiera
son gradualistas), fuera de alguna, cada vez más esporádica,
referencia ritual. Su aspiración es, allá donde gobierna, repartir
unas migajas entre las clases populares para hacer del capitalismo un
Moloch ligeramente más compasivo.
No
hay posibilidad de error. No se trata de que Fusaro, al proponer otra
ronda más de socialismo democrático, este aludiendo al requisito
democrático del socialismo para ser socialista. Después de 110 años
de la rendición de la socialdemocracia europea a los créditos de
guerra en sus respectivos países, avalando la I G.M.; 47 años
después de la oficialización del eurocomunismo como vía
parlamentaria hacia la nada; después de los ríos de tinta escritos
y teorizados por los Lassalle, los Bernstein, los
Kautsky, los Bobbio, los Togliatti (“La vía
italiana al socialismo”) o los Poulantzas, ya no puede
haber dudas sobre lo que significa el socialismo democrático. Hay
que aclarar que, salvo Poulantzas o Bobbio, los demás desaparecieron
muchos años antes de la globalización neoliberal y la diversidad
sexual a la que Fusaro tiene una obsesiva y sospechosa aversión
Pero
su cinismo permite a Fusaro soplar y sorber a la vez. Lo mismo que
expresa su adhesión a la socialdemocracia y al social-liberalismo, a
través eufemismo del socialismo democrático, que suena más
aceptable, afirma también su apuesta por la ruptura revolucionaria
leninista. Fusaro dice que “La
ideología del progreso, es decir, del
crecimiento ordenado según la figura temporal del continuum,
acaba planteándose, en el marco del capitalismo especulativo, como
el principal obstáculo para la revolución socialista entendida como
«salto»
y
como «ruptura»
-en
términos leninistas- de la evolución lineal de la sociedad
mercadoforme”. Pero
es que “el
crecimiento ordenado según la figura temporal del continuum” es
el socialismo democrático que un poco antes ha dicho defender ¿Es
posible mayor grado de indigencia intelectual e indecencia moral? No.
Fusaro lo ha vuelto a hacer.
Intuyo
que la expresión socialismo democrático es un comodín que le sirve
para reivindicarse como demócrata cuando su condición fascista está
claramente establecida.
Dos
términos que identifican a la izquierda, la reformista que ya no
reforma nada, y también a Fusaro y que, aunque tengan distinto
contenido, responden a una misma enorme patraña, son los conceptos
dignidad del trabajo y bien común.
Ninguno de los dos existe ni puede existir bajo el capitalismo. Son
tan reales como el mitológico cuerno de la abundancia o el marxismo
de Fusaro.
En
una sociedad capitalista, basada en unas relaciones sociales de
producción capitalistas, la fuerza de trabajo es una mercancía. El
trabajador sólo posee su capacidad para trabajar como único bien
del que es dueño para conseguir su sustento. En ese sentido es libre
para cambiar de empresa, no trabajar “o
morir de hambre” (“Manuscritos
económicos y filosóficos de 1844”. Karl
Marx). Pero, una vez que el trabajador vende su fuerza de trabajo,
deja de ser dueño de la misma porque la ejerce bajo unas condiciones
que él no establece sino el empresario. El trabajador se vende a sí
mismo por horas. Su salario se basa en el cálculo empresarial del
número de horas, a un precio estipulado por el empresario, necesario
para reproducir su fuerza de trabajo y la subsistencia de su familia.
El número de horas realmente pagadas es siempre inferior al número
de horas contratadas, por lo que el trabajador trabaja gratis un
número de ellas diarias; ello constituye el plustrabajo,
que da lugar a la plusvalía.
El trabajo
asalariado
es
siempre,
en consecuencia, un trabajo
explotado.
Entonces ¿de qué mierda de dignidad
del trabajo habla
Fusaro? El “trabajo
digno”,
correlato del llamado “salario
digno”, es
lo que reclaman los progres (socialdemócratas, social-liberales y
pseudocomunistas) y Fusaro como gran reivindicación y que los
marxistas llamamos explotación. Pelear por conquistas parciales que
mejoren, siquiera temporalmente, las condiciones de vida de la clase
trabajadora es necesario pero no cambia el hecho de la explotación
laboral bajo el capitalismo. Llamar a esas conquistas parciales,
aunque necesarias, siempre pasajeras, dignidad del trabajo es aceptar
y respaldar ese sistema, lo diga un progre o un fucsi(a)pardo
como
Fusaro La sobreexplotación es lo que los progres (socialdemócratas,
social-liberales y pseudocomunistas) y Fusaro llaman explotación.
Para aclarar algo más lo que es la sobreexplotación,
a diferencia de la explotación, recurriremos a Emir
Sader:
“formas
agregadas de explotación, de extensión de la jornada y de
intensificación del trabajo que, combinadas, generan mecanismos que
elevan la explotación “muy
por encima de las condiciones normales y estructurales de extracción
de la plusvalía”.
¿De
qué se habla cuando se habla del concepto bien común? Se
trata de una expresión que posee tanto un sustento filosófico e
ideológico como una dimensión práctica.
Filosóficamente
el bien común es todo lo que es compartido por el conjunto de la
sociedad y le produce un beneficio que puede ser material o
inmaterial (moral, espiritual). Deja fuera lo que es privativo y
propiedad de cada uno y entiende que, como fin, no se persigue la
mejora de la vida de cada individuo sino el perfeccionamiento de la
sociedad en su conjunto, aunque enfatiza una idea de justicia
equitativa (Jhon Rawls). Desde su propia perspectiva, se opone
tanto a la concepción de la sociedad liberal, por orientarse hacia
la satisfacción egoísta del interés individual, como a la
totalitaria, por su visión absolutista del Estado que anula a la
persona. Está inspirado en la doctrina social de la iglesia
católica que concilia intereses contrapuestos de clase y
pretende la cohesión social, aunque la recoge de la filosofía
clásica griega y tiene una raíz eminentemente iusnaturalista,
al derivarlo de la naturaleza humana. Ello cuestiona el propio
concepto del bien común desde su propia base porque en el concepto
de naturaleza humana hay dos visiones radicalmente antagónicas: la
inmutable, para la que aquella es abstracta y permanente
(fondo metafísico y religioso) y la histórica, para la que
el ser humano es parte de un “conjunto de relaciones sociales
históricamente determinadas” (Gramsci).
Desde
su aplicación práctica, es el Estado (el mismo que Marx y Engels
definieron como “el Consejo de Administración que rige los
intereses colectivos de la clase burguesa”) el garante del bien
común (la zorra cuidando a las gallinas). Aunque no existe pleno
consenso sobre los elementos constitutivos del bien común, parece
que dominan los relativos al logro del bienestar material (Estado del
Bienestar), el acceso a la cultura y la educación y unas condiciones
de paz, justicia y libertad. Una bonita utopía a la que sólo se
acercaron el modelo nórdico y media docena de países más en el
mundo durante los años de mayor crecimiento económico capitalista.
El resto de los países del capitalismo avanzado empezaron a ver
contraído ese ideal desde hace 50 años. El capitalismo sólo ha
podido garantizar el espejismo de prosperidad colectiva, necesaria
para el mito del bien común, mientras su ciclo expansivo estaba en
alza. Pero no importa porque en la sociedad de la ignorancia las
palabras que suenan bonitas siguen captando a un elevado número de
incautos, siempre que haya desaprensivos que se las vendan. Luego se
acabó la fiesta. Y eso para los países ricos porque ⅔ de la
humanidad nunca vio tal jolgorio.
Solidaridad
y defensa de los más débiles son dos conceptos que desde
la izquierda tienden a relacionarse aunque, como en en el caso del
bien común o la noción de justicia social, no debieran hacerlo. La
tríada -bien común, a través de Tomás de Aquino, justicia
social, a través del jesuita Luigi Taparelli y defensa de los
más débiles, dentro de lo que se conoce como doctrina social de
la iglesia, y que remiten incluso a las órdenes militares
religiosas del medievo, tiene una indudable raíz cristiana.
No
debería ser un problema que una corriente política, incluido el
marxismo, tome préstamos de pensamientos ajenos. La aparición de
nuevas realidades, no contempladas en el origen del corpus de un
pensamiento, puede hacerlo necesario. Pero cuando esos préstamos son
antagónicos a la teoría propia, al ser incorporadas a ella, la
contaminan y cambian su naturaleza esencial. No son compatibles un
pensamiento que hace de la lucha de clases y la necesidad de la
violencia revolucionaria ejes centrales del mismo y elementos
doctrinarios que tienen su sustrato ideológico en la paz y la
conciliación de intereses sociales.
Es
lo que sucede cuando a las ideas de izquierda, que tiene su origen en
la Revolución Francesa, y especialmente en sus corrientes más
centradas en los intereses de los sectores no burgueses (campesinado
pobre, “sans culottes”, “brazos desnudos”) se
le añaden pensamientos de origen cristiano o de teóricos
liberal-progresistas como Rawls, Habermas, Galbraith,
Berlin, Guidens o Dahrendorf. Las ideas que ponen, en su enfoque
social, la lucha contra la pobreza, en lugar de centrarse en el
objetivo de la igualdad real, no la falsa de oportunidades, que no
ataca a la esencia misma de la desigualdad (una sociedad dividida en
clases), son tan ajenas y opuestas incluso a la socialdemocracia
original como el de aquellos intelectuales que, del trío Libertad,
Igualdad, Solidaridad (antes Fraternidad), enfatizan la libertad.
Por
último, nada que añadir al concepto derechos sociales, salvo
que como objetivo de lucha dentro del capitalismo para la clase
trabajadora y los sectores populares, es siempre transitorio porque,
al igual que se conquistan, se pierden, lo que hace necesaria la
fuerza constructora de la destrucción del capitalismo.
Si
consideramos cuáles son las ideas de izquierda que Fusaro propone
defender veremos que el modelo social y político que defiende es el
propio del reformismo que ya nada reforma como la izquierda actual,
lo que le convierte en un sujeto fucsia pero con el añadido
pardo del ultranacionalista xenófobo y homófobo, tan alejado
del marxismo que la autoadscripción al mismo del italiano es una
parodia.
2.4.-ESTADO
NACIONAL FRENTE A GLOBALIZACIÓN NEOLIBERAL
“Si
la élite, el Señor globalista, es precisamente cosmopolita, a favor
de la apertura ilimitada de la libre circulación, el siervo, en
cambio, debe luchar por la soberanía nacional-popular como base de
la democracia de los derechos sociales. Hoy es preciso restablecer el
vínculo entre el Estado nacional y la revolución socialista. Este
es el punto fundamental”
(El
Viejo Topo. Entrevista a Diego Fusaro. 14 de diciembre de 2023)
Si
hay algo a lo que la izquierda no debe
agarrarse es a lo que él llama “Estados-nación
soberanos” porque
son una ficción. Nunca el Estado bajo el capitalismo fue un aparato
neutro que la clase trabajadora pudiera utilizar a su favor sin
tomarlo por la fuerza, sino el medio de favorecer las relaciones de
producción capitalistas y el beneficio empresarial, y bajo la
globalización capitalista aún menos porque el capital escapa por
completo a su control.
“Sin
soberanía del Estado nacional no puede haber soberanía popular en
el Estado, este coincide, en resumidas cuentas, con la democracia, es
decir: con la autodeterminación del demos. Por esta razón, en la
lucha de clases llevada a cabo desde arriba por parte de la élite
globalista líquido- financiera,
la disolución de las soberanías de los Estados tiende siempre
–pensemos tan solo en la Unión Europea– a ser funcional a la
supresión de las soberanías populares de los Estados, para que las
decisiones no se tomen en los parlamentos nacionales sino en los
consejos de administración posnacionales” (“Marxismo
y soberanismo. Contra el cosmopolitismo liberal”. Entrevista
a Fusaro
en
“El
Viejo Topo”, número
380. Septiembre de 2019).
Resumiendo,
para entendernos con menos retorcimiento y más claridad que la que
Fusaro emplea en este párrafo y habitualmente, su tesis es que la
globalización, a la que denomina “líquido-
financiera”,
es contraria a la
soberanía de los Estados nacionales, la cuál, según él afirma, es
condición obligada de la soberanía popular, que identifica con la
democracia.
Como
siempre, Fusaro hace revoltijos con conceptos traídos de aquí y de
allá que sabe que podrá hacer pasar por oro pulido, cuando en
realidad es bisutería de tercera, que sólo da el pego a sus
desinformados fieles.
Cuando
alguien les sitúe como como contradicción principal no la de
trabajo-capital, tanto nacional como internacional, sino la de la
“soberanía del
Estado nacional” contra
el capitalismo internacional (“élite
globalista líquido-financiera”),
que ya no es siquiera capitalismo en su sentido integral y completo,
sino solamente una parte de él (financiero), la que no aparece en la
cotidianeidad del trabajo asalariado, del trabajo explotado, deben
tener ustedes claro que no están ante un marxista, por independiente
y disidente que diga ser. Estamos ante un farsante, en el mejor de
los casos de ideas populistas (Fusaro no niega serlo) o reformistas.
En el peor ante un fascista emboscado. Hitler oponía Estado y
capitalismo.
Pero
un marxista sabe muy bien que, bajo el capitalismo, el Estado posee
un carácter de clase. Representa los intereses de la burguesía
capitalista y lo hace a través de su aparato jurídico y su
legislación, desde su Constitución hasta su derecho laboral o
mercantil, de sus aparatos ideológicos (educativos, culturales,…),
a través de sus instrumentos coercitivos y represivos (jueces,
policías, ejercito), de su entramado
burocrático,
que garantiza el mantenimiento del “statu
quo” y, en general
de toda su estructura de dominación de clase, destinada a asegurar
la reproducción del capital.
Para
entendernos, bajo el capitalismo ningún Estado, en el que las
fuerzas políticas que actúan en su interior respeten tácita o
expresamente trabajar dentro de la legalidad, se opondrá al
capitalismo nacional o internacional porque todo en
ese Estado consagra la “economía
de mercado”, lleve o
no el apelativo “social”,
que no es otra cosa
que la libertad de poseer instrumentos privados (llámense medios de
producción, viviendas y terrenos para especular, recursos naturales
para explotar, negocios sanitarios y farmacéuticos para hacer caja
con la salud, etc.) para generar beneficio privado a costa de quienes
no poseen aquellos.
Fusaro
hace trampas jugando al solitario. Hace trampas cuando plantea que
“hoy
el Estado
puede representar el único vector
de
una revolución opositora contra el capital mundialista” ¿Recuerdan
ustedes aquellas cumbres del G-20 al principio de la crisis
capitalista de los años 2008 y sucesivos, proponiendo “refundar
el capitalismo bajo bases éticas” (Sarkozy)?
¿Qué fue de aquella promesa de acabar con los paraísos fiscales?
Les
pondré otro ejemplo: actualmente,
según estimaciones del FMI, la banca
en la sombra (intermediarios
financieros no bancarios, sin control ni supervisión nacional alguna
por parte de las entidades de regulación bancaria) representa el 50%
de los activos financieros mundiales. La economía china es una de
las principales usuarias de la banca en la sombra para su
financiación. A nivel mundial principalmente las empresas del sector
productivo pero también las economías familiares e incluso
gobiernos recurren a la banca en la sombra para financiarse; estos
últimos, por ejemplo, en los casos de costosos proyectos de
infraestructuras. Tras la crisis capitalista mundial de 2007 los
bancos sometidos a periódicas supervisiones vieron limitados sus
niveles de oferta crediticia para disminuir los riesgos de impago de
sus clientes. Ello dio un nuevo impulso a la banca en la sombra, que
adquirió una dimensión mucho mayor de la que tenía hasta entonces.
Pero
¿por qué Fusaro en la gran mayoría de las ocasiones en las que
alude al capitalismo reduce sus críticas al financiero y lo sitúa
siempre en el plano internacional?
Fusaro
es muy consciente de que confrontar con el capital financiero mundial
es la mejor forma de derrotar cualquier proyecto anticapitalista sin
posibilidad siquiera de lucha. Ese es su objetivo, como buen agente
provocador. El capitalismo financiero internacional es absolutamente
escurridizo, no puede ser embridado desde el instante en que es
posible cambiar de lugar cientos de miles de millones con sólo
apretar un botón digital del móvil pero es que, además los
Estados, siempre de naturaleza capitalista, gobierne quien gobierne,
nunca atentarán contra un capital financiero, que necesita el de
producción tanto para su día a día como para la reproducción
ampliada del capital (ampliación de la empresa) o para desviar
fondos hacia la especulación cuando la rentabilidad cae. El centro
de trabajo no se evapora, es tangible. Es el espacio concreto e
inmediato de las luchas, aunque no el único, y es el que sustenta
realmente el valor del dinero. Y esa pelea no es de los Estados sino
de la clase trabajadora.
Fusaro
no desea que sea la empresa el lugar primero en el que la clase
trabajadora se enfrente al capital. En el libro “La sociedad
abierta” expresa con absoluta nitidez sus intenciones reales:
“La única manera de proteger los intereses reales del
precariado como clase de la globalización, a pesar de su
heterogeneidad, es empezar de nuevo. El interés nacional:
el interés de la Nación como unión solidaria de trabajadores y
pequeñas empresas locales; del sindicato de las
clases que viven de su trabajo” (para
entendernos el sindicato vertical franquista de patronos y
trabajadores). Tal vez crea que, puesto que son empresas pequeñas,
explotan pero sólo la puntita. Luego, si se hacen grandes e
internacionales, no es cosa de romper el matrimonio porque ya se les
ha cogido cariño. En realidad, serían entonces un motivo de orgullo
y la palpable evidencia de la soberanía popular italiana. Es ironía,
por si algún nazbol no lo pilla.
Aunque
éste es uno más de sus retorcidos y relamidos párrafos, se
entiende a su pesar:
“La
burguesía es, en consecuencia, incompatible con el capitalismo
absoluto, así como este último es, por su esencia, irreconciliable
con la clase burguesa tanto en el plano inmaterial (conciencia
infeliz) como en el plano material (propiedades de las clases
medias). En realidad, el turbocapital presupone la inconsciencia
feliz de los consumidores resilientes, posburgueses y posproletarios,
y la destrucción de las bases materiales de la existencia misma de
la clase media burguesa por obra del auri sacra fames de la finanza
cosmopolita y sus cínicos gerifaltes”.
Resumiendo, que los burgueses también lloran y que el interés
nacional-revolucionario es que el currela vaya del bracete de su
burgués “forjando una unidad de destino en lo universal”, que
diría un falangista. Y todo ello lo dice sin pestañear,
identificando a
la burguesía,
como si fuera una única clase social, con clase media, y como si las
clases y fracciones de clase burguesas propietarias de medios de
producción, con asalariados, no explotasen a estos.
Familia,
sindicato, vertical y Estado-nacional. Ya tenemos montada la
comunidad fascista corporativa
(de
cuerpo: “corpus/corporis”),
viviendo en la perfecta paz y armonía sociales soñadas por su
maestro Costanzo Preve. Si añadimos la religión, como hace Fusaro,
tenemos además el corporativismo
cristiano de
la encíclica “Quadragesimo
Anno”
del
Papa más anticomunista del catolicismo, Pio XI; por cierto,
publicado en la dictadura de Mussolini.
Por
eso afirma “No
me interesa el Marx economista, sino el Marx filósofo.
(…)
El
filósofo idealista, en suma. Mi tesis, que era ya la de Costanzo
Preve, es que el materialismo de Marx no es más que una metáfora”.
Necesita
deformar los conceptos hasta hacerlos irreconocibles y negar el valor
científico de “El
Capital”
para transmitir una imagen de Marx como un vulgar charlatán y del
marxismo una jerga tan vacía de contenido real como la cháchara
metafísica de sus sandeces.
Que
la arquitectura dialéctica del análisis marxiano tenga una matriz
inicial en el idealismo hegeliano, que Marx supera, no significa en
absoluto que las categorías empleadas por Marx y Engels no estén
formadas por conceptos concretos y reales. Cuando un historiador de
la escuela cultural enfrenta su perspectiva de análisis a otro de la
corriente del materialismo histórico tiene que hacerlo desde el
contraste del movimiento histórico como lucha entre ideas
(abstracciones) frente a quien sostiene su pensamiento en la
materialidad de ese movimiento histórico, resultado de la
transformación de las fuerzas productivas y del antagonismo de las
clases (capitalismo) o estratos/estamentos sociales
(esclavismo/feudalismo) presentes en ellas. Cuando los economistas
marxistas explican que las crisis capitalistas nacen siempre de la
producción, aunque puedan tener una expresión financiera, lo hacen
siempre en base a datos y hechos contrastados, no en base a
abstracciones idealistas.
Cualquier
marxista que lo sea sabe que la teoría de la praxis es un permanente
avance desde el idealismo hegeliano hasta sus obras más económicas
en las que, sin embargo no deja de estar presente una visión
humanista, pero también histórica del ser humano como sujeto a unas
relaciones sociales de producción dadas o incluso perspectivas
sociológicas, antropológicas, jurídicas o ecológicas. No hay
etapas rotundamente diferenciadas. Entre los “Manuscritos
económicos y filosóficos de 1844” y el Tomo I de “El
Capital” (1867), único de los tres publicados en vida de “el
Moro”, han pasado 23 años, siendo los “Elementos
fundamentales para la crítica de la economía política”
(Grundrisse), de 1857 el vínculo que da
continuidad al primero y al tercero de ellos. Antes, durante y
después de las tres, Marx escribió otras, solo o en colaboración
con Engels, de la más diversa índole intelectual. No hay ruptura
epistemológica por ningún lado, al contrario de lo afirmado por
Althusser. Pero si éste tuvo la osadía de escribir “Para leer
El Capital”, en colaboración con Balibar, sin haber leído la
obra cumbre de Marx, como reconoció en su autobiografía “El
porvenir es largo”, deberíamos disculpar que el italiano,
infinitamente menos inteligente que el francés, afirme que la misma
es “la quintaesencia del idealismo alemán”.
Fusaro
ha propuesto la unidad de trabajadores y pequeña empresa “local”
(que te exploten los de casa es patriótico, en fin) contra la
globalización neoliberal y financiera pero necesita desarrollar su
enunciado en los planos ideológico, político y geoestratégico;
este último uno de los ejes principales, junto con la metapolítica,
de la extrema derecha occidental.
En
lo ideológico la intención es clara: contaminar al entorno político
que se reclama comunista o huérfano de los PP.CC. y análogos del
sur de Europa, reformista y en riesgo de involución ideológica, con
las ideas de derecha o directamente de extrema derecha porque ahí
hay un nicho de mercado político significativo que se siente perdido
y desorganizado. Lo hemos visto en su planteamiento de vincular
valores analizados de derecha con ideas de izquierda pero también
con conceptos como Estado nacional patriótico, identidad y
arraigamiento.
El
Estado nacional patriótico es una expresión de un chauvinismo
nacionalista que chirría por todas sus hiperhormonadas costuras, la
venda en los ojos de la clase trabajadora en interés de la unidad de
mercado nacional y la negación del antagonismo de clases dentro del
territorio, la culminación del fanatismo de la horda patriotera, la
apelación a la emoción irracional del himno, la bandera y el
desfile militar; el patriotismo como sostén de un doble artificio,
el Estado y la nación, de carácter histórico y, por tanto, no
perenne (Hobsbawm); la amenaza hacia la población no homogeneizada
patrióticamente, imponiendo el arraigo con la lengua y la
comunidad y la identificación con las tradiciones y hábitos
sociales de la nación, y hacia el exterior como frontera y ejercito
frente al siempre necesario y útil enemigo exterior (inmigrantes,
otras naciones).
La
expresión Estado nacional patriótico es empleada tanto por la
extrema derecha como por los cesarismos populistas
latinoamericanos que hace 20 años se presentaban como
revoluciones populares antiimperialistas y que en el presente
han acabado siendo formas despóticas y degeneradas de
representación política, que han dado lugar a nuevas
castas ligadas a la vieja corrupción del Estado. Dado que la
citada expresión se aplica tanto a derecha como a “izquierda”
bien puede servir también al rojipardismo.
En
Europa, para alcanzar la soberanía nacional del Estado, que se
enfrente al“globalismo liberal financiero” a través del
Estado nacional patriótico, es necesario, según Fusaro, una alianza
a derecha e izquierda, que no puede ser representada por lo que de
modo ridículamente relamido llama “la derecha azulina e
izquierda fucsia”, ya que considera a ambas “las dos alas
del águila neoliberal”. Para ello propone superar el eje
derecha-izquierda y sustituirla por la dualidad
arriba-abajo, que es mucho más una posición espacial que una
terminología que aluda a las causas de un antagonismo social. Sin
embargo, son muy útiles para el populismo y la demagogia de
quien se dirige a una masa ignorante, carente de cultura política y
fácilmente manipulable.
Es
cierto que el eje izquierda-derecha está muy desgastado y
cuestionado socialmente pero más por el agotamiento del término
izquierda como impugnación de la realidad social y económica -hace
muchos años que la izquierda es más partidaria del orden vigente
que de su transformación- que porque la derecha haya dejado de ser
derecha. De hecho, siempre ha habido dos derechas, la conservadora o
tradicional y la liberal, con sus respectivos extremos. Hoy, la
derecha es todavía más derecha, de modo que se puede ser
ultraliberal en lo económico y en las costumbres y ultraderechista
en lo político o proteccionista respecto a la importación de
mercancías, tradicionalista en la moral y ultraderechista en lo
político. Salvini y Meloni, hasta no hace mucho, y Orban y Putin en
el presente, son las extremas derechas a las que Fusaro defiende y
con las que considera que las organizaciones partidarias del
socialismo -se refiere a los restos de los PP.CC.- deben aliarse,
aunque el propio Fusaro se ha declarado keynesiano y partidario del
“socialismo democrático”.
Sería
interesante ver qué tipos de comunistas defiende Fusaro. Según él,
“Marco
Rizzo {es]uno
de los pocos comunistas que quedan”.
El elogio es de 2023 pero algo ha debido hacer mal el señor Rizzo
porque en 2018 y 2019 en filosofico.net,
el dazibao virtual del frikifacha Don Diego, los piropos eran mucho
más encendidos -”el
último comunista, el único comunista verdaderamente rojo”...-
El problema es que en 2023 Ancora
Italia,
una de esas obscenas confluencias entre sectores euroescépticos,
soberanistas y populistas de las sucesivas escisiones en el
Movimiento 5 Estrellas, de los regionalismos varios del sur de
Italia, de las diversas mutaciones de Vox Italia y del PdCi (Partido
Comunista), uno de tantos grupúsculos surgidos tras la muerte del
socialdemócrata PCI, dio de sí todo lo que podía dar: nada. Fusaro
ya no necesita gastar saliva en lamer, perdón, adular a Rizzo.
Ese
es el “comunismo” que le gusta a Fusaro mientras pueda utilizarlo
para lograr sus objetivos fascistas: el inútil para intervenir sobre
la realidad social, el que pacta con grupos reaccionarios, el que en
la práctica es antimarxista porque abandona la línea de clase
contra clase, el que bajo el pretexto de defender la soberanía
nacional cae en el más burdo nacionalismo, el que se ha ido
acercando a los conspiranoicos antivacunas como ha hecho Rizzo.
Esa
demagogia la muestra el filosofastro en un tuit de X (antes twitter)
donde es particularmente activo, tratando de deslindar su partidillo
de bolsillo, Vox Italia, de la extrema derecha de Vox España:
“Hola!
Siamo sovranisti, populisti e socialisti. Keynes, non Thatcher. Vox
Spagna non c'entra nulla con noi. Siamo con il socialismo, non col
liberismo. Con Morales, non con Bolsonaro. Con Putin, non con Trump.
Con Gramsci, non con Francisco Franco.” (16
de septiembre de 2019)
Traducción:
“¡Hola!
Somos soberanistas, populistas y socialistas. Keynes, no Thatcher.
Vox España no tiene nada que ver con nosotros. Estamos con el
socialismo, no con el liberalismo. Con Morales, no con Bolsonaro. Con
Putin, no con Trump. Con Gramsci, no con Francisco Franco.”
Si
antes estaba convencido de que Fusaro es un farsante, además de un
ignorante, ahora añado a mis convicciones la de que escribe
completamente borracho.
¿Qué
tienen que ver el populismo con el socialismo, Keynes,
un liberal antisocialista y anticomunista
que tuvo que recurrir, con intención temporal, a la propuesta de
intervención estatal en la economía ante la crisis del 29 porque la
teoría neoclásica no tenía respuesta para ella, con el socialismo,
Putin con Gramsci? Se sorprendería el juntaletras rossobruno de lo
cerca que estuvo buena parte del franquismo
del keynesianismo,
a través del grupo de economistas falangistas capitaneados por
Enrique Fuentes Quintana; aunque quizá la sorpresa no sea tanta
porque, entre
capitalistas siempre se entienden y
sabe que muchos de los que están con Trump lo están también con
Putin, del mismo modo en que Bolsonaro y Fusaro son antivacunas
contra el Covid.
Pero
Fusaro se mueve también hacia las alianzas geopolíticas. Su apoyo a
las corrientes transversales tiene una expresión transnacional. No
es casual que internacionalmente sus referencias vivas sean el
neofascista Alain de Benoist y el ex nacionalbolchevique y
padre de la teoría euroasiática y de la Cuarta Teoría
Política, el fascista Alexander Dugin.
Los
transversales y fascistas europeos son muy conscientes de que Europa
es un continente débil, con unas instituciones políticas burguesas
nacionales e internacionales muy deslegitimadas, en el que no existen
fuerzas transformadoras revolucionarias y en el que la izquierda
juega un papel de partido del orden y el “statu quo” cada
vez más cuestionado.
La
partida se juega en un doble mapa, siempre internacional:
El
que se da entre los partidarios de la globalización neoliberal a
escala europea en lo económico, y cada vez menos respetuoso con las
libertades políticas, y el liberalismo nacionalista en el interior
de cada país, proteccionista hacia el exterior en cuanto a las
importaciones y prefascista en lo político.
La
lucha entre las dos potencias con mayores intereses geopolíticos
respecto al continente: EE.UU. y Rusia. La primera intentando
mantener su hegemonía mediante la OTAN y la dependencia económica.
La segunda fomentando los nacionalismos en cada país y el fin de la
UE. En este punto, las simpatías de Fusaro hacia Dugin, pública y
frecuentemente expuestas, sus referencias al eurasianismo, su libro
“Katechon”
(alusión
al concepto bíblico de “derecho
a defender el cuerpo cristiano frente a la amenaza” y
guiño a uno de los thik tanks y webs de Dugin y comparsa),
subtitulado
“Rusia
como freno del imperialismo estadounidense”, publicitado
en webs fascistas y editado en España por la fascista Letras
Inquietas,
no deja demasiadas dudas sobre cuál es la posición política de
Fusaro al respecto.
Cada
una de las dos estrategias político-económicas tiene su respectiva
gran potencia como aliada.
Desde
el punto de vista de los intereses de la clase trabajadora europea
cualquiera de las dos opciones es fatídica. Cuando se produzca una
nueva crisis capitalista -la pregunta es en qué momento lo hará, no
si ha de producirse-, las medidas “anticrisis” del capitalismo
europeo, a través de las instituciones de la UE, darán el golpe
definitivo sobre las últimas conquistas obreras del pasado que aún
queden en pie.
Si
antes no se ha producido la descomposición de la UE, por la salida
de la misma de algún miembro clave o el bloqueo de sus
instituciones, tras los procesos electorales de 2024 y siguientes
años, las dinámicas nacionalistas y ultraderechistas podrían
acelerarse aún más en cada país, enfeudando aún más a sus clases
trabajadoras a sus respectivas burguesías, sin compensación
económica alguna porque éstas no estarían dispuestas a sufragar
políticas sociales.
Se
abriría un escenario de mayores divisiones de la clase trabajadora
europea, paralelo a la vuelta a un contexto de enfrentamiento de las
potencias europeas por el reparto de los mercados similar a la del
período anterior a la I G.M. y al de entreguerras y un incremento
del racismo y la xenofobia hacia el extranjero.
Frente
a cualquiera de ambos marcos descritos la respuesta necesaria de la
clase trabajadora pasa por la organización y coordinación de una
lucha con plena autonomía de clase frente a cualquier Estado,
gobierno y burguesía que supere la estrechez de los marcos
nacionales para elevarse a escalas europea y mundial. Sólo una
fuerza de similar dimensión, la directamente afectada por la
explotación y la sobreexplotación capitalista, puede enfrentarse a
un capitalismo mundializado.
Es
necesaria una Europa de trabajadores, no de los Estados, los
gobiernos, los mercados o los militares. Sólo esa Europa puede parar
la guerra porque son los trabajadores en Madrid, en Londres, en
Berlín, en Kiev o en Moscú, que también es Europa, los que pueden
parar Europa. Los largos brazos armados de las dos superpotencias
pueden quebrarse en esta vieja tierra. Los desafíos a los que nos
enfrentamos lo hacen necesario.
Defender
la multipolaridad frente a la unipolaridad no cambia en
absoluto el hecho de que el marco del juego continúa siendo
imperialista. Significa asumir que hay imperialismos malos e
imperialismos buenos, que para la clase trabajadora y sus intereses
internacionales de clase es bueno elegir un imperialismo entre los
existentes y defender los intereses del mismo, que en el conflicto
interimperialista gana autonomía la clase trabajadora, como
si no hubiera existido una I G.M. que demostró todo lo contrario e
incluso, si se es tan imbécil como para ser nacionalista, que la
multipolaridad favorece la soberanía de los Estados integrados
dentro de cada cadena imperialista. Si se tiene la desfachatez de
declararse marxista y antiimperialista es exigible acreditar en qué
momento y bajo qué argumentos Vladimir Ilích o Rosa Luxemburgo
afirmaron que la clase trabajadora debía ponerse del lado de una de
las potencias imperialistas en liza ¿Acaso desconocen que tras el
primer año de la I GM existió la Conferencia de Zimmerwald a la que
los bolcheviques y marxistas revolucionarios llevaron una posición
absolutamente opuesta a la guerra y alineamiento con cualquiera de
las grandes potencias, al contrario que la vergonzosa actitud que un
año antes había adoptado la socialdemocracia de casi toda Europa?
Claro que no lo ignoran, simplemente son perros al servicio de cada
potencia imperialista. Es evidente que quienes sostienen argumentos
de ese tipo no son marxistas ni comunistas sino lo más opuesto a
ambos, meros lacayos de Biden o de Putin.
2.5.-LOS
DEMONIOS FAMILIARES DE FUSARO: INMIGRACIÓN E IDENTIDAD DE GÉNERO:
Los
“monstruos” y demonios que habitan la enfermiza mente de Fusaro
parecen acecharle cual si fuera una pesadilla que no puede dejar de
soñar despierto.
Fusaro
ha construido un mundo imaginario en el que cree poder encajar todas
sus piezas aunque sea a martillazo limpio.
Son
tres las figuras a las que Fusaro hace cómplices del neoliberalismo
financiero global:
La
que llama izquierda “fucsia”,
cuestión ya analizada anteriormente
La
inmigración, particularmente la no regulada, que él llama ilegal,
criminalizando así al inmigrante.
Las
nuevas identidades, especialmente las de género.
Nos
centraremos en las dos últimas.
Fusaro
identifica al inmigrante y a las personas con identidades no
heterosexuales como efectos pero también causas de los males de la
globalización neoliberal que recaen sobre los trabajadores, si bien
los alude como cómplices más pasivos que voluntarios y conscientes
¡Las gracias te sean dadas, oh benevolente Fusaro!
De
la inmigración señala que “se utiliza al inmigrante para
destruir los derechos laborales” (ejército industrial de
reserva), “son armas de inmigración masiva para
tercermundizar Europa”. Afirma que le sirve al capital
para reducir drásticamente los salarios y otros costes laborales,
que es un medio para dividir a los trabajadores entre autóctonos y
foráneos,
Fusaro
dice textualmente «El objetivo del mundialismo y sus agentes no
es el de integrar a los inmigrantes, sino desintegrar a los
ciudadanos. No es hacer que los inmigrantes sean como nosotros, sino
hacer que nosotros seamos como ellos: sin derechos, desarraigados,
con salarios de miseria».
Pero
cuando al fascista se le calienta la boca, pierde la diplomacia y se
muestra en toda su repugnante esencia y Fusaro embiste de cabeza. De
las afirmaciones hechas en el párrafo anterior a dar alas a la
conspiración inventada por los fascistas del inexistente Plan
Kalergi, variante de la basura inventada por el criminal Renaud
Camus, de la gran sustitución o el gran reemplazo, hay
un paso y Fusaro lo da. Es la patraña nazi del genocidio blanco en
la UE para acabar con los europeos, sustituyéndolos por inmigrantes
negros árabes y norteafricanos. Y de ahí toma Fusaro las aberrantes
afirmaciones que expresa en “Historia y conciencia del
precariado. Siervos y señores de la globalización”:
(…)
“una sustitución masiva de los pueblos nacionales de
Europa por una masa fabricada en serie e indiferenciada,
post-identitaria y post-nacional, de esclavos ideales, migrantes y
desarraigados (“recursos”, según la neolengua mercantil), un
rebaño multiétnico sin calidad, sin conciencia
y sin vestigios de cohesión histórica y cultural”.
Conviene
aclarar que el conde Richard Coudenhove-Kalergi era un soñador
paneuropeista, partidario de una unidad europea que superase
las guerras y cuya influencia, meramente teórica y reducida a
algunos intelectuales, fue más incidental, que real. De algunas
frases polémicas y desafortunadas de su libro de 1925 “Idealismo
práctico” sacó el nazi Gerd Honsik, dos veces
condenado por negar el holocausto, la delirante pero criminal mentira
de la conspiración inspirada en Kalergi para acabar con los blancos
europeos.
Bajo
la apariencia de postura compasiva hacia la situación del inmigrante
en Europa, con un profundo desprecio racista hacia su persona, Fusaro
busca su criminalización social, incitar al odio por parte
del trabajador insolidario y desclasado que, situado en el penúltimo
escalón de la pirámide social, escupe hacia abajo a quién se
encuentra en el último peldaño, en lugar de lanzar su ira contra el
patrón y su gobierno.
No
basta con desnudar el racismo y la xenofobia de Fusaro, que siempre
se centra en el inmigrante pobre. Es imprescindible desmontar sus
mentiras porque, cuando las recibe la persona escasamente formada,
actúan como verdades que apuntalan el rechazo al otro.
Cuando
Fusaro utiliza la expresión de Marx “ejército industrial de
reserva” para calificar al inmigrante sin papeles, que él
llama ilegal, vinculándolo con la pérdida de derechos laborales y
la reducción de los salarios de los trabajadores nacionales, miente
por muchos motivos:
El
ataque a los salarios, a las condiciones y derechos laborales de los
trabajadores de cada país europeo es muy anterior incluso a la
crisis capitalista de 2007. Comenzó después de 1973, cuando la
inmigración en los países de capitalismo avanzado se situaba en
unas tasas mucho menores que las actuales. Fue el fin del petróleo
barato y el declive del modelo keynesiano de expansión económica.
Ya a principios de los 70 Nixon en EE.UU. comenzó el ataque a los
sindicatos con el nombramiento de cinco figuras reaccionarias que
supervisaron la actuación de los
mismos
a través de la NLRB -la
agencia encargada de dicha función- y
favoreció la agresión y chantaje mafioso de las grandes empresas a
sus trabajadores para impedir la creación de sindicatos en las
mismas. Había que imponer la disciplina salarial. Hoy se sigue
haciendo contra empleados nacionales e inmigrantes en FedEx, Amazon,
Bed Bath & Beyond y otras muchas en todos los países en que
están presentes. Las políticas desreguladoras del capital
financiero, los recortes salariales y de protección social
empezaron de forma drástica con los gobiernos de Thatcher y Reagan
a comienzos de los 80. No
hizo falta ejército industrial de reserva inmigrante alguno para
que salarios y conquistas sociales de los trabajadores se
recortasen.
El
desempleo en Europa tiene que ver, más allá de las fases más
agudas de las crisis, con factores ligados a los procesos de
reconversión industrial, de capacidad de generar empleo estable por
parte de los nuevos sectores productivos, de desajuste entre la
innovación tecnológica y la formación laboral y de
deslocalización empresarial.
Las
teorías de la presión migratoria sobre el empleo parten de la
falacia, interesadamente establecida, de que el número total de
empleos de una economía es fijo y limitado.
Lo
que de verdad tira de los salarios hacia abajo es la economía
sumergida en la que no sólo están atrapados los inmigrantes sin
papeles sino también trabajadores nacionales de cada país. En
Italia en 2023 representaba el 31% de su PIB y en ello tenía mucho
que ver el nacional patriótico pequeño empresario de Fusaro.
Cuando
Fusaro afirma que “la
inmigración masiva es parte integrante de la lucha de clases
descendente que libra el capital contra los trabajadores inmigrantes
y nativos” olvida
que los inmigrantes son también parte de la fuerza sindical de la
clase trabajadora de cada país. Lo son en los sindicatos nacionales
de clase comunes a nativos y extranjeros, especialmente en los
sectores en que su presencia es importante, y lo son en sindicatos
en los que son mayoritarios como la Unione
Sindicale di Base (USB) italiana.
Lo
que realmente divide a los trabajadores entre autóctonos y foráneos
son discursos como los de Fusaro y el resto de fascistas xenófobos
en la medida en que penetren en la opinión de una parte de los
trabajadores nacionales.
Para
otras perspectivas acerca de mi postura sobre la inmigración pueden
ustedes consultar mi artículo sobre la rojiparda Sahra
Wagenknecht.
Por
lo que se refiere a la cuestión de las identidades, como ya afirmé
en el texto que acabo de mencionarles “Soy muy crítico con la
microsegmentación de las identidades y las reivindicaciones en una
deriva hacia un individualismo que nos aísla como seres sociales,
sin incardinar las luchas en unas reivindicaciones que, partiendo de
la realidad de clase, integre las demandas particulares en lo
general, fortaleciéndose, que no debilitándose, en ellas. (…)
También cuestiono la sustitución de la realidad biológica del
sexo por su adscripción desde la subjetividad y el efecto moda de
buena parte de las identidades de género, forzadamente diferenciadas
en dichos casos”.
Pero
una cosa es ser muy crítico con las nuevas identidades y otra muy
distinta satanizarlas -me refiero especialmente a las identidades de
género-, ya que ese es el primer paso para la persecución de
personas concretas que viven su propia adscripción de género. Cada
uno es libre de tener sus filias y sus fobias pero el odio como
propaganda social, por sutil que sea, acaba recayendo siempre sobre
víctimas reales del mismo.
Stefan
Zweig, un hombre de ideas democráticas, progresivas y antifascistas
escribió en su última y magnífica obra “El mundo de ayer”
una despedida autobiográfica de su vida, arrancando desde el
final del Imperio Austro- Húngaro, poco antes del estallido de la I
G.M., con un duro retrato de la decadente alta sociedad vienesa para
acabar en el inicio de la II G.M., años después del ascenso del
nacionalsocialismo. A pesar de su antifascismo, escribió en la
mencionada obra algunos pasajes de lo que consideró una muestra de
decadencia moral en la que para él había caído la sociedad
berlinesa, interpretándola como una incitación al surgimiento del
nazismo. Pero con ello estaba, seguramente sin saberlo, justificando
al monstruo que les llevó a él y a su segunda mujer al suicidio:
“A
lo largo de la Kurfürstendamm se paseaban jóvenes maquillados y con
cinturas artificiales, y no todos eran profesionales; todos los
bachilleres querían ganar algo y en bares penumbrosos se veía
Secretarios de Estado e importantes financieros cortejando, sin
ningún recato, a marineros borrachos. Ni la Roma de Suetonio había
conocido unas orgías tales como lo fueron los bailes de travestíes
de Berlín, donde centenares de hombres vestidos de mujeres y de
mujeres vestidas de hombre bailaban ante la benévola mirada de la
policía. Con la decadencia de todos los valores, una especie de
locura se apoderó precisamente de los círculos burgueses. Las
muchachas se jactaban con orgullo de ser perversas; en cualquier
escuela de Berlín se habría considerado un oprobio la sospecha de
conservar la virginidad a los dieciséis años (…)
Quien vivió
aquellos meses y años apocalípticos, hastiado y enfurecido, notaba
que a la fuerza tenía que producirse una reacción, una reacción
terrible. Y los que habían empujado al pueblo a aquel caos ahora
esperaban sonrientes en segundo término, reloj en mano: «Cuanto
peor le vaya al país, tanto mejor para nosotros». Sabían que
llegaría su hora. La contrarrevolución empezaba ya a
cristalizarse”. (“El
mundo de ayer”. Stefan
Zweig)
Ninguna
pauta moral, ninguna moda por extravagante y ajena a nosotros que nos
parezca, puede justificar ni un ápice de crítica pública que
contribuya a siquiera a entreabrir las puertas del infierno. Porque
ese día se abrirán no para algunos sino para todos nosotros.
Fusaro
afirma que el amor resiste al capitalismo porque “subvierte
todas las características de la civilización del consumo y del free
market. El amor hace que no veamos en el otro un medio, sino un fin
(…) a diferencia de lo que ocurre con la lógica mercantil
del usar y tirar, en la que, si una mercancía no me satisface, puedo
simplemente desecharla y comprar otra. Todo esto hace del amor una
fuerza resistente y anticapitalista”. Pero ese amor ha de ser
canónico -según los cánones- “porque para que exista la raza
humana son necesarios hombres y mujeres que se amen y procreen”.
Esa procreación por la unión sexual de un hombre y una mujer,
que nace de “el amor se estabiliza e institucionaliza en el
vínculo familiar” ¿Se puede ser más rancio, empalagoso y
facha? Leer a Fusaro en su “Elogio del amor y de la familia”
es leer “Camino” de Escrivá de Balaguer, el del Opus
Dei.
Conviene
anotar que sus teorías sobre la sexualidad las apoya en un putero
como Agustín de Hipona (San Agustín ), que tuvo un hijo no
reconocido, que en el “De Ordine” escribió aquello de
“cerrad los prostíbulos y la lujuria lo invadirá todo” y
en Platón, que practicó la pederastia con discípulos adolescentes,
aunque luego la rechazase en su obra “Las Leyes”.
Fusaro
es fiel a la teología moral católica más conservadora, la anterior
a Francisco. Por eso, como ella condena con más furia los asuntos de
la bragueta que los de la cartera y pretende que el ser humano, la
familia y hasta las formas de la sexualidad sean inmanentes a una
moral cristiana preexistente antes incluso que el propio cristianismo
y no realidades sometidas a procesos históricos.
Niega
Fusaro que, cuando menos, algunas personas con otras identidades
sexuales hayan sido víctimas y rechaza, en consecuencia, lo que
despectivamente considera victimismo:
“La
época posheroica hace tiempo que reemplazó al héroe por la
víctima: ser víctima -es decir, un sujeto que no ha hecho nada,
pero a quien se le ha hecho algo– otorga prestigio e inmunidad
frente a la crítica. Ya se trate de un grupo, de un individuo o del
mismo medio ambiente, la víctima es el sujeto pasivo por excelencia;
coincide con el que ha sufrido y por ello merece respeto (...).
Además, la víctima tiene derecho por definición, en la medida en
que se le ha quitado algo: de la debilidad de haber sufrido se pasa,
sin solución de continuidad, a la pretensión reivindicativa y al
deseo de compensación”.
Seguramente
Fusaro no ha leído nunca en las páginas de sucesos la violencia
fascista ejercida cualquier fin de semana en las ciudades europeas
contra homosexuales y lesbianas o las condenas a muerte que aún se
aplican en algunos países contra otras personas.
Vincula
también la identidad de género con la sociedad de consumo hedonista
e individualista que sustituye “toda pulsión revolucionaria
antisistémica (…) por los conflictos de la «diversidad»”.
Con ser parcialmente cierta ésta cuestión -yo mismo lo he
afirmado en más de una ocasión- esconde una gran patraña. “Mutatis
mutandis”, según esa “lógica” disparatada, los
heterosexuales que afirmamos el hecho biológico de la sexualidad
somos revolucionarios antisistema porque no sustituimos unos
conflictos por otros. No es cierto porque tan poco partidaria de la
revolución socialista es mi vecina lesbiana como el peón de albañil
heterosexual del portal siguiente al mío y porque muchos
heterosexuales, hombres y mujeres están atrapados en un
resentimiento mutuo. El fenómeno “incel” algo dice de esto.
La
gran ironía frente a todas esta fusareces es que cada vez son más
los no heterosexuales y las familias alternativas quienes más creen
en el amor, que no tiene nada de anticapitalista porque el culo y las
témporas son cosas distintas, en la familia y hasta en la maternidad
y la paternidad mientras muchos heterosexuales descubrimos hace
decenios el “tempus fugit” y las servidumbres que conlleva
el compromiso.
Pero
Fusaro dice que es marxista y algunos de izquierda se lo creen. Las
webs de ultraderecha no. Por eso le publican asiduamente en
geoestrategia.ru (la de Dugin), posmodernia, editorial eas,
centinela, la emboscadura, adaraga.org, latribunadelpaisvasco.com,
vozpopuli y el resto de la fachosfera. Son ellas las encargadas de
mostrar al Fusaro más auténtico, mientras las que dicen ser de
izquierdas le blanquean, mostrando su parte fingidamente más
presentable, aquello que quieren ver en él.
Ese
Fusaro bifronte como Jano, cabestro fascista con los fascistas,
izquierdista de estafa con los reformistas, en ocasiones
estalinistas, que creen ser comunistas porque odian a los que aún
reforman menos que ellos más que a los fascistas, está logrando su
objetivo: hacer que las ideas fascistas pudran a la izquierda social
y política, más de lo que ella ha logrado por méritos propios,
permitiendo que esa ponzoña criminal que difunde vaya entrando
sutilmente hasta el dormitorio.
2.6.-LAS
“FUSARECES” DE FUSARO:
Podría
aplicarse a Diego Fusaro el dicho aquél de “El maestro de
Siruela, que no sabía leer y puso escuela”. Leyéndole, uno
tiene la sensación de que su locuacidad incoherente es fruto de
quien coge el rábano por las hojas, bien por la ignorancia de quien
lee los libros por sus solapas, bien por la esperanza en que,
embarullándolo todo, dará gato por liebre al marear al lector.
Es
posible hallar muchos ejemplos de ello pero baste uno porque es
difícil encontrar tal número de disparates en tan breve espacio:
“Los
llamados 'derechos
civiles' hoy
en día son, en realidad, ni más ni menos, los
derechos del 'bourgeois', que Marx había descrito en 'La cuestión
judía'.
En otras palabras, son los derechos del consumidor, como diríamos
hoy, los derechos del individuo que quiere todos los derechos
individuales que puede comprar concretamente. Estoy pensando en los
vientres de alquiler, por ejemplo, en la custodia de los niños según
el coste del consumidor”.
1)
“La cuestión judía” (1843) es una obra de Bruno
Bauer, no de Marx. Bauer fue discípulo de Hegel y posteriormente
maestro de Marx, de quien éste y Engels se cachondearán en “La
ideología alemana”-en ella están ya las bases del
pensamiento marxista -, en la que San Bruno (Bauer) acaba
siendo retratado en un imaginario trance francamente hilarante,
propio del humor gamberro que por entonces se gastaban los dos
jóvenes revolucionarios. Evidentemente se trataba de una metáfora,
muy gráfica, eso sí, contra la filosofía idealista más
conservadora.
En
“La cuestión judía” (“Die Judenfrage”)
Bauer responde a la reivindicación de los judíos alemanes sobre su
emancipación “cívica” (política), señalando que en
Alemania nadie tenía entonces esos derechos y que reivindicarlos
para sí mismos, en tanto que minoría religiosa, dentro de un
“Estado cristiano” sin derechos políticos, era un acto
egoísta porque no los demandaba para todos, además de un
reconocimiento del “Estado cristiano”, negador de dichos
derechos.
Bauer
resuelve el problema de la demanda de la comunidad judía alemana
planteando la superación del Estado germano de su condición
religiosa, judía o cristiana, desligando al Estado de la religión,
emancipándolo de ella.
“El
judío, por ejemplo, dejaría de ser necesariamente
judío si su ley no le impidiera cumplir con sus deberes para con el
Estado y sus conciudadanos,
ir por ejemplo en sábado a la Cámara de Diputados y tomar parte en
las deliberaciones públicas. Habría que abolir todo privilegio
religioso en general, incluyendo por tanto el monopolio de una
iglesia privilegiada, y cuando uno o varios o incluso la gran mayoría
se creyeran obligados a cumplir con sus deberes religiosos, el
cumplimiento de estos deberes debería dejarse a su propio arbitrio
como asunto puramente privado.” (Bauer,
Bruno. “La
cuestión judía”.
Pág. 65)
Cree
Bruno Bauer que“Cuando ya no haya religiones privilegiadas, la
religión habrá dejado de existir. Quitadle a la religión su fuerza
excluyente y ya no habrá religión.” (Ibid. Pág. 66)
2)
Marx escribe una breve obra titulada “Sobre
la cuestión judía” (“Zur Judenfrage”), escrita
también en 1843 y publicada por primera vez en 1844. Nótese la
importancia de la preposición Sobre que abre el título
de su libro porque es una respuesta al de Bauer. Cierto que algunos
editores han contribuido a la confusión, titulando el libro de Marx
del mismo modo que el de Bauer, o bien incluyendo la polémica bajo
el título que le da Bauer, pero es Fusaro el que se pretende experto
en la obra intelectual de “Moro” y quien debiera haber
evitado incurrir en el error.
Marx,
responderá a Bauer yendo mucho más allá de la cuestión religiosa,
preguntándose por la propia naturaleza de la emancipación del
Estado frente a la religión.
“No
basta, ni mucho menos, con detenerse a investigar quién ha de
emancipar y quién debe ser emancipado. La crítica tiene que
preguntarse, además, otra cosa, a saber: de qué clase de
emancipación se trata; qué condiciones van implícitas en la
naturaleza de la emancipación que se postula”. (Marx,
Karl. “Sobre la
cuestión judía”.
Pág 8)
En
esencia, lo que hace Marx en este punto, y luego concreta, es señalar
que “el error de Bauer reside en que somete a crítica solamente
el “Estado cristiano” y no el “Estado en general”, en que no
investiga la relación entre la emancipación política y la
emancipación humana” (Ibidem pág. 8).
La
propuesta de Marx es la de no limitarse a la crítica del Estado
confesional, al contrario que Bauer, porque entiende que con Bauer
“seguimos moviéndonos dentro de los marcos de la teología”.
Marx
hace una analogía el Estado no confesional y la religión como
“asunto privado” y la escisión en Estado “político”
y “sociedad civil”. El primero, el Estado “político”,
afirma la igualdad del “hombre genérico” (“miembro
imaginario de una imaginaria soberanía, se halla despojado de su
vida individual real y dotado de una generalidad irreal”), el
ciudadano con derechos políticos, que Marx llama “derechos
cívicos”). La segunda, la “sociedad civil”,
en tanto que sociedad que consagra el derecho de propiedad, es la
negación de la igualdad, la confirmación de la desigualdad.
“La
diferencia entre el hombre religioso y el ciudadano es la diferencia
entre el comerciante y el ciudadano, entre el jornalero y el
ciudadano, entre el terrateniente y el ciudadano, entre el individuo
viviente y el ciudadano. La contradicción entre el hombre religioso
y el hombre político es la misma contradicción que existe entre el
“bourgeois”
y el “citoyen”, entre el miembro de la sociedad burguesa y su
piel de león política” (Ibidem.
Pág. 15).
Esa
separación entre el ciudadano que ejerce unos derechos políticos
generales y el burgués que ejerce sus derechos de propiedad en la
sociedad civil la expresa Marx a través de la dualidad que se da en
la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano de 1789,
incorporada como preámbulo a la Constitución francesa de 1791.
En
parte, estos derechos humanos son derechos políticos,
derechos que sólo pueden ejercerse en comunidad con otros hombres.
Su contenido es la participación en la
comunidad, y concretamente, en la comunidad política, en
el Estado. Estos derechos humanos entran en la categoría
de la libertad política, en la categoría de
los derechos cívicos” (Ibidem. Pág. 25)
“Registremos,
ante todo, el hecho de que los llamados derechos humanos, los droits
de l'homme, a diferencia de los droits du citoyen,
no son otra cosa que los derechos del miembro de la sociedad
burguesa” (Ibidem.
Pág. 27)
Y
aquí es donde Fusaro se va de cabeza a su tercera necedad:
3)
Marx habla de “derechos cívicos” y de derechos
políticos, que también llama “derechos del ciudadano” (“droits
du citoyen”) como sinónimos. Son derechos como el de sufragio
y el de representación, el de garantías procesales, el de opinión
y expresión pública, etc.
Y
Fusaro continúa despeñándose por el precipicio de su propia
majadería:
4)
Lo que Fusaro llama “derechos civiles” tiene que ver con
lo que Marx vincula con la parte de los “derechos humanos”
asociados” a la “sociedad civil”, específicamente relativos a
la propiedad privada, no al consumo.
5)
Fusaro confunde, de este modo (no está claro si habla su petulante
ignorancia o su tramposa y habitual alteración de la teoría
marxista en general y del pensamiento marxiano en particular),
derechos políticos del ciudadano y derechos económicos de la
burguesía
6)
Retorciendo aún más sus propios argumentos, Fusaro hace un
revoltijo en su alusión a los “derechos del
consumidor”, que pertenecen a la llamada tercera
generación de derechos humanos, que incluyen el derecho
al consumo, entre otros, con los de la primera generación,
que son aquellos a los que Marx alude en “Sobre la cuestión
judía”.
Marx
escribió en “La Gaceta Renana” las más brillantes
fundamentaciones jurídicas y periodísticas sobre garantías y
libertades políticas. También otros marxistas, han defendido con
sus textos y sus vidas esos derechos cívicos de los que hablaba
aquél. Lo hicieron no sólo para proteger la actividad comunista
sino por la convicción que Rosa Luxemburgo sostiene de que “sólo
una vida llena de fermentos, sin impedimentos, imagina miles de
formas nuevas, improvisa, libera una fuerza creadora, corrige
espontáneamente sus pasos en falso. Es por ello precisamente que la
vida pública de los Estados con libertad limitada es tan deficiente,
tan pobre, esquemática y estéril, porque excluyendo la democracia
se niega a sí misma la fuente viva de toda riqueza espiritual y
progreso”. (“La Revolución rusa. Un examen crítico”.
Rosa Luxemburgo)
Para
acabar este largo texto, y dejarles un regusto más grato y
divertido, me tomo la licencia de presentarles a los sufridos
lectores que hayan llegado hasta aquí, varios ejemplos de las
fusareces fuffarianas del gran Fusaro y de su filosofía de la
“supercazzola”, que no es otra cosa que decir una
“palabra o frase sin sentido, pronunciada con seriedad para para
asombrar y confundir al espectador”, según el vocabulario de
Zingarelli.
De
su obra “Defender lo que somos”:
“La
"nivelación" como figura óntica del tecnocapitalismo
pantoclástico hace que todos los seres caigan sobre una superficie”
[…].
Menos mal que caen sobre una superficie.
“En
vista de su propio autodesarrollo cinético entelequial, el
tecnocapital apunta a la supresión de las diferencias”
[…]. Ahí queda eso.
Derrama
sus mejores esencias en “Pensar diferente”:“normatividad
heterónoma de metafísica veraz”. “Supercazzola” con
redoble de tambor y triple tirabuzón.
Pero
como supersupersupersupercazzolas fuffarianas les presento las
siguientes:
“Creo
que hoy más que nunca se trata de trabajar filosóficamente a partir
de una crítica de las ideologías que llame la atención sobre la
crítica del poder como necesariamente basada en la crítica de las
ideologías” ¡Chimpún!
Esta
diarrea la perpetró
en el Festival Político de Mestre de 2014.
“La
atomística liberal pretende disolver la familia en la pluralidad
nómada y diaspórica de seres no relacionados o, de manera
convergente, redefinirla como un mero ensamblaje efímero y de
duración determinada, que responde exclusivamente al deseo libre e
ilimitado de individuos sin identidad de género residual y aspirando
únicamente al cínico disfrute excedente.”.Tomado
de su propio Facebook.
Si
le pides al ChatGPT un texto incoherente te endosa uno de Fusaro.
Fusaro
es el Hércules del absurdo, el sol negro de la alquimia
pseudofilosófica, el Superman de la “supercazzola”,el
campeón mundial de los pesos superpesados de la rimbombancia, el
Super
Ñoño
del potingue ensayístico.