Por Marat
1.-Si un Estado no tiene enemigo se
lo inventa
Conviene profundizar en este
axioma cínico para explicarlo.
Dentro de un sistema global
capitalista, o de cualquier otra formación económico-social dividida entre
dominantes y dominados, en el que la competencia sustituye casi siempre a la
cooperación, en la que la lógica del beneficio capitalista hace de conceptos
como igualdad o solidaridad un sarcasmo de las Relaciones Internacionales
(RR.II.), el ajuste a la dualidad amigo/enemigo es fundamental para los Estados
tanto a nivel interno (nacional) como externo (internacional).
Hacia el interior de la
comunidad, el enemigo facilita el cierre de filas, ayuda a imponer la ideología
dominante, legitima el orden social como defensa frente al ataque, real,
imaginario o inventado, favorece la creación de consensos y del consentimiento
ante las medidas para combatirlo y permite justificar la represión de la
disidencia como persecución a los supuestos agentes del enemigo dentro de la nación.
Hacia el exterior (la sociedad
internacional), la figura del enemigo ayuda a disfrazar la agresión como legítima
defensa, ofrece la opción de la guerra como salida a una competencia por los
mercados que ya no da más de sí, redefine las reglas morales del juego,
estableciendo tanto las normas escritas como no escritas en el escenario
internacional y, cuando todo ello lo lleva a cabo una potencia regional o mundial,
organiza las alianzas (enemigo común) y los bloques antagónicos de intereses en
litigio.
La escuela norteamericana del realismo político (Hans J. Morgenthau. “Política entre las naciones”), define a
los Estados como actores políticos principales, casi exclusivos, en el marco de
las RR.II., estableciendo como elemento nuclear de dicho enfoque el interés (antecedente en Hobbes)
centrado en la idea de poder (antecedente
en Maquiavelo).
De Maquiavelo y Hobbes a Von
Clausewitz (“De la Guerra”), Von
Bismarck como estadista o Karl Schmitt, fundamentador jurídico del
sistema nacionalsocialista, el realismo político ha estado presente como base
argumental o como práctica política casi desde el principio mismo de la
existencia del Estado, si bien sin llegar a fundamentar un “corpus teórico”,
como sí hace la escuela del realismo político norteamericano, no solo en las
RR.II. sino también en el interior de las naciones como ejercicio de poder.
Esta especie de sacralización del
poder del Estado tiende a ignorar, no solo la existencia de las luchas de
clases en su interior sino también la importancia que desde el siglo XIX van
adquiriendo otros agentes a nivel internacional como la opinión pública
mundial, los movimientos internacionales de masas, etc.
Pareciera que el señalado como
poder omnímodo de los Estados no pudiera admitir, o temiera, a otros actores
internacionales aparentemente menos poderosos.
La visión puramente estatista del
mundo es triplemente reaccionaria:
- Porque cosifica la realidad humana al reducirla a la voluntad del poder del Estado.
- Porque niega otros movimientos de la historia que no sean las dialécticas derivadas de los intereses de los Estados.
- Porque presenta una visión del mundo en la que la población de los Estados es una caja negra dentro de la que desaparecen las contradicciones y antagonismos entre las clases sociales.
2.-Fabricantes de “conspiraciones” y conspiranoia
La primera acepción que da la RAE
sobre el verbo conspirar es la siguiente:
“Dicho de varias personas: Unirse contra
su superior o soberano”. Alude a una idea de jerarquía que puede pertenecer
a la vida civil o al Estado.
La segunda de las acepciones
posee un mayor grado de indeterminación: “Dicho
de varias personas: Unirse contra un particular para hacerle daño”. En este
caso el matiz puede ser más horizontal.
De cualquier modo, el verbo
conspirar implica una acción de varias personas unidas por un mismo fin en el
que hay un daño a un tercero, sea éste persona particular o institucional.
Las conspiraciones existen y han
existido a lo largo de la historia pero el movimiento histórico no se explica
por las conspiraciones sino por las relaciones sociales de producción entre las
clases sociales, sus luchas de intereses antagónicos, estamentos en el pasado,
dentro de unas formaciones económico-sociales concretas y por las
transformaciones que éstas experimentan hasta su sustitución por otras.
Una de las conspiraciones más
famosas de la historia es la que planeó y ejecutó el asesinato de Julio César, el general invicto en mil batallas bajo
cuya dirigencia fue derrotado el jefe galo Vercingétorix, el de Astérix. El
complot fue planeado y ejecutado por Marco Junio Bruto, Décimo Bruto
(imagínense cómo serían los otros nueve), Casio (no confundir con la marca de
relojes), en el que participaron unas 60 altas personalidades, entre senadores
y militares (a estos siempre les ha ido la marcha). Murió cosido con 23
puñaladas, lo que debía tocar a casi una por cada tres. Habiendo más de un
Bruto en el complot éste debiera haberse llamado “Una conjura brutal”
Según el historiador Plutarco,
César había sido advertido del complot por un adivino, lo que fue inmortalizado
por Shakespeare en su famosa frase “¡Cuídate de los idus de Marzo!” de su
obra “Julio César”. Dice Plutarco:
“Lo que es más extraordinario aún es que un vidente le había advertido
del grave peligro que le amenazaba en los idus de marzo, y ese día cuando iba
al Senado, Julio César encontró al vidente y riendo le dijo: “Los idus de marzo
ya han llegado”; a lo que el vidente contestó compasivamente: “Sí, pero aún no
han acabado””
Llamativamente los casos de
supuestas o pretendidas conspiraciones que más difusión tienen en Internet
actualmente, lugar privilegiado de los conspiranoicos, tienen como actor a uno
o varios Estados o a un conjunto de individuos que ocupan los lugares más altos
de la escala social, económica y política y conspiran para la dominación
mundial de la toda Humanidad y parte del extranjero.
Retengamos éste último hecho
porque volveremos sobre él más adelante para ver la estupidez astronómica que
hay detrás de los extravagantes delirios actuales sobre las conspiraciones.
No voy a perder ni un minuto en
responder a las “teorías” sobre el 11-S, la de la dominación mundial por una
élite vinculada con los extraterrestres o con las lagartijas, los Illuminati o
cualquiera otra bufonada, propia de idiotas conectados en vena a Internet las
24 horas del día los 365 días del año, pastoreados por gente sin escrúpulos que
busca dinero y notoriedad. Si estos majaderos tuvieran una vida social normal
–y sospecho que sexual. Ellos tienen el codo derecho de tenista y ellas son
devotas seguidoras de la tecnología digital, de dedo -, lo que excluye a la que
cultivan en la red, se dedicarían a cosas más productivas que buscar emociones
intensas en desenmascarar absurdas conspiraciones mundiales que descubren, ¡oh
casualidad de casualidades!, en Google, en Facebook o en Youtube. Para ser tan
oscuras esas conspiraciones bien que las encuentran en lugares de afluencia
online masivas. Son más gilipollas que los acumuladores de papel higiénico, más
preocupados por sus culos que por su salud física o mental.
Pero sí que me interesa la
porquería virtual sobre el coronavirus que estos días se difunde sobre
conspiraciones chinas o norteamericanas.
Cualquier persona que utilice su
cerebro al menos 10 minutos al día y posea algo más de una neurona, entenderá
que si hay una teoría que afirma que a los chinos se les escapó el COVID-Q9 de
un laboratorio en el que lo habían fabricado, y ello contaminó al resto del
mundo, y si hay otra que acusa a Estados Unidos de haber provocado la pandemia
para hundir a China, es que hay intereses de Estado detrás de ambas teorías.
“La guerra es la prolongación de la política por otros medios”,
decía Von Clausewitz y EEUU y China la están haciendo a bulazo (de bulo)
limpio.
Solo un breve inciso para preguntar
a todos esos ociosos dedicados a la teoría general de la conspiración como base
de sus pobres vidas cómo es posible que las dos superpotencias más grandes del
mundo hayan fabricado dos conspiraciones para un mismo virus y ambas hayan
descubierto que fue el otro el que lo fabricó y, aún más, como es posible que
hayan llegado a ser superpotencias y dominar el mundo, teniendo a gente tan poco inteligente para salvaguardar
sus secretos.
Desde la llegada de Trump a la
presidencia USA se ha acentuado el enfrentamiento económico que en el pasado
era soterrada, y se disfrazaba de cooperación, entre dicho país y China.
El discurso previo a su mandato y
el inicial de la Presidencia de Trump puso el énfasis en la decadencia del
papel de Estados Unidos en el mundo, en la emergencia de la amenaza china a la
dominación mundial de la superpotencia norteamericana y en la necesidad de que
ésta recuperase su papel hegemónico.
La lucha por los mercados mundiales,
por conservar o arrebatar áreas de influencia económica en Europa,
Latinoamérica o África, por conquistar la hegemonía tecnológica, clave para
mantener (USA) o arrancar la hegemonía mundial (China), se trasladó al comercio
mundial y ha sido desde entonces la explicación principal del ambiente de los
últimos años de la globalización mundial. Mientras la superpotencia emergente
se esforzaba por alcanzar su dominación, la declinante se debatía entre el
ensimismamiento interno o la amenaza constante a la estabilidad económica
capitalista mundial en la fase declinante de la débil recuperación de la crisis
iniciada a partir de 2013.
Reducir el imperialismo
capitalista a una sola potencia mundial significa no entender la naturaleza
capitalista de la otra gran potencia, reducir el imperialismo solo a la
característica belicosa de USA, sin comprender las características del
imperialismo señaladas por Lenin en “El
imperialismo, fase superior del capitalismo” e ignorar olímpicamente las
contradicciones interimperialistas de las que hablaba el mismo.
Es en este contexto, y con una
intención de uso tanto de consumo interno como externo, en el que hay que
entender los puntos de arranque de los cruces de acusaciones sobre cuál de los
dos Estados es el causante de la pandemia.
En el consumo interno, los
dirigentes de ambos países han de lidiar con sus opiniones públicas y las críticas
a sus actuaciones para frenar la pandemia del COVID-19.
Recordemos que las autoridades
chinas intentaron ocultar al principio la dimensión del problema durante el mes
de diciembre, desprestigiaron e intentaron acallar al doctor Li Wenliang, que
había intentado avisar a sus colegas médicos sobre un virus que creía que se
parecía al SARS, otro coronavirus mortal, y que finalmente dicho doctor murió
al contagiarse mientras trataba a pacientes de la por entonces epidemia.
Por su parte, el psicópata
genocida Presidente Trump se juega la elección al amagar con asumir el coste de
más de 250.000 vidas de norteamericanos, con tal de no confinar a toda la
población y paralizar la actividad económica, mientras su país es el que más
casos de infectados presenta. Necesita inventar un enemigo y nadie como el
gobierno Chino para jugar ese rol.
Llegados a este punto, lo de
menos es que la conspiración por parte de uno o de los dos países sea real o
bulo inventado por sus respectivos entornos políticos. Lo relevante es para qué
y a qué objetivos sirve.
Evidentemente ni el Presidente XI
Jinping ni el mafioso Trump se encargan de difundir personalmente el bulo
conspiranoico. El primero es la cara amable de la dictadura capitalista china,
el segundo es el malvado de ópera bufa del imperio más criminal de la historia
de la humanidad pero no es tan estúpido como el papel que representa.
De ello se encargan personajes de
segunda fila. En el caso chino, el portavoz del Ministerio de Relaciones
Exteriores, Zhao Lijian fue el encargado de lanzar la teoría de la culpabilidad
de Estados Unidos. En el de USA es el entorno de ultraderecha del Presidente.
No hay que rebuscar mucho para acabar dando con la cochambre panfletaria como la
que publican en Breitbart News e Infowars. Por cierto, no está de más recordar
como algunos sectores que actuaban en su día en torno al 15M en las redes
babeaban y difundían la mierda que soltaba por su boca en sus vídeos Alex Jones
(Infowars), que ahora se forra online vendiendo productos como suplementos
vitamínicos, alimentos de supervivencia para resistir al COVID-19, ropa y
accesorios para armas.
A nivel exterior, culpar desde
China a Estados Unidos de la propagación del virus es una forma de control de
daños a la imagen de un país al que la extrema derecha norteamericana señala
como responsable al hablar del “virus chino”, del “virus de Wuhan” o
directamente de que se les escapó de un laboratorio, cuando los principales
expertos en pandemias víricas están de acuerdo en que su origen está en elsalto de animal a humano, provocando reacciones de sinofobia (xenofobia contra
las personas chinas o de origen chino). Una y otra superpotencia tienen
intereses bastardos en fabricar sus respectivas teorías de la conspiración del
coronavirus
Los esbirros que propagan el bulo
conspiracionista por un salario sirven conscientemente al poder de ambos imperialismos.
Condenar moralmente a quien es amoral por definición es absurdo, lo mismo que a
la ultraderecha dedicada a la propagación del odio por los bulos que cada día
crea y elabora contra las políticas de confinamiento y protección de la
población, a fin de defender los intereses del capital. La única respuesta que
cabe frente a esa gentuza de estercolero es desenmascararla y acabar con ella.
Pero el idiota, el ignorante, el
que carece de sentido crítico, el que difunde el conspiracionismo porque otros
muchos lo han hecho antes, el que actúa frente a la realidad de forma
autoreferencial, seleccionando solo los datos que confirman lo que previamente
está empeñado en sostener, el que hace oídos sordos a los argumentos
racionales, es el bobo útil.
Conspira no solo contra los
intereses colectivos de las clases subalternas sino contra los suyos propios.
Es el correo de intereses de un capitalismo mundial, al que sirve como conspiratonto, que hará pagar, cuando
pase la pandemia del coronavirus, a la clase trabajadora la caída de su tasa de
ganancia en forma de recortes sociales mucho mayores de los hasta ahora
conocidos, pobreza, paro y austeridad. Su papel como difusor de teorías
interesadas de la conspiración en torno al coronavirus sirve para distraer a
las futuras víctimas de ese negro futuro que se nos viene encima.
Quien elige a uno de los
imperialismos (sea el yankee, el chino, el ruso, el alemán o cualesquiera otro)
como el bueno y al otro como el malo, siendo todos ellos partes del mismo
capitalismo mundial, es una sabandija despreciable, sea de modo consciente o
inconsciente, como esos idiotas que reenvían cualquier bulo, sin pensar en las
consecuencias de sus propios actos.
3.-Apéndice: nuevas oleadas de basura mediática con la excusa del
coronavirus
Vivimos tiempos en los que la
irracionalidad, la estupidez, las ideas reaccionarias, la vuelta al pensamiento
mágico, la expansión de las supersticiones, crecen de manera vertiginosa.
Hemos salido de la
modernidad, durante siglos marcada por la confianza en el conocimiento
científico, la razón humana, el progreso y el creciente laicismo para adentrarnos
en una nueva medievalización del pensamiento.
En el mismo escenario que el
regreso de los fascismos, el crédito del bulo por encima de la búsqueda de la
verdad de los hechos, el conspiracionismo y la conspiranoia como “método” de
interpretación del mundo, se encuentran otros fenómenos que están inaugurando
una nueva época de oscurantismo. No es casualidad. Obedecen a una misma causa.
La pérdida de confianza en la razón, la ciencia y el progreso de la humanidad
como mecanismos de la interpretación del mundo, de nuestras vidas y de
construcción de nuestra realidad colectiva.
La crisis capitalista, sin visos
de ser superada de modo igualitario por una nueva formación económico-social
más justa y a la medida del ser humano, la inestabilidad del mundo, la realidad
líquida, evocando a Bauman, el miedo difuso al futuro, los crecientes desafíos
y amenazas a los que nos enfrentamos como especie, está abriendo la puerta a
nuevos monstruos.
Pero a su vez hay una
intoxicación permanente e intencionada de la mente humana con el fin de
acentuar y acelerar este proceso.
En este punto, creo necesario
señalar que la difusión que se da a este tipo de contenidos en las redes sociales
no es imputable a estas mismas sino a los propios contenidos que se difunden, a
la intención de quienes los producen para consumo rápido e irreflexivo (y por
supuesto a los ignorantes que los comparten, como acto de fe o bien por curiosidad,
mero divertimento o aburrimiento), y al algoritmo con el que se prioriza lo
banal, el narcisismo, lo irracional, lo extravagante, lo reaccionario, lo
pseudocientífico frente a lo relevante, lo igualitario, lo democrático, lo
racional y lo científico.
Quienes culpan sin más a las
redes sociales sin tener en cuenta lo anterior actúan del mismo modo en el que
bobo mira el dedo del sabio mientras éste señala la luna. No es el medio el responsable
de toda la basura que hay en ella sino la manipulación del mismo por parte de
quienes controlan el medio y los intereses que hay detrás de dicha
manipulación.
Al fenómeno de la pandemia del
coronavirus se han adosado otros dos epifenómenos como los parásitos que se
fijan a la piel de un animal y sobre los que merece la pena que nos detengamos,
por mucho que no hayan adquirido la notoriedad del discurso conspiracionista o
conspiranoico pero que previsiblemente irán en aumento en los próximos tiempos.
Uno de ellos, estaba ya entre
nosotros. El otro ha acabado por emerger siguiendo la lógica de un discurso en
sí mismo patológico.
Me refiero al brote de ecofascismo, que sigue una línea de
discurso previo que lleva hasta sus últimas consecuencias, y a las supersticiones, esoterismos y
pseudociencias que ahora proliferan con más auge en Internet, movidas por
el negocio de gente sin escrúpulos y seguidas y difundidas por ignorantes.
En el caso del ecofascismo del que
ahora empiezan a hacerse eco algunos medios de comunicación que antes daban
alas a su desarrollo ideológico es necesario explicar de qué hablamos.
El ecofacismo actual, ligado a la
crisis del coronavirus, poco tiene que ver con los neofascistas que pueblan
Europa y gran parte del mundo, por mucho que ellos actúen con el oportunismo que
les es propio, fomentándolo a través de ideas como la conexión patria-naturaleza-paisaje,
del mismo modo que Edelweiss, por una pirueta histórica paso de ser un símbolo de
la resistencia pasiva frente al nazismo, a ser la flor de éste, al evocar el
clima agreste y las montañas en las que nace, tan queridas por esta ideología.
Viene de la mentalidad reaccionaria
de algunas corrientes ecologistas y del totalitarismo que irradia el veganismo
mayoritario.
Imágenes que estos días de
confinamiento nos mostraban vídeos y fotografías de jabalíes hozando en la
basura de los extrarradios de una ciudad, delfines saltando alegremente en
aguas de las que habían desaparecido hacía años, descensos meteóricos del CO2 en
grandes ciudades, cuyo aire era antes irrespirable, ríos muertos cuyas aguas ahora
cristalinas volvían a estar llenas de peces,…Imágenes idílicas que nos
mostraban al coronavirus como el gran salvador de Gaia, como la oportunidad
para la regeneración del Planeta mientras los seres humanos permanecían
confinados en casa, conectados a un tubo de respiración en las UCIs del mundo,
hacinados en las morgues de las ciudades. No, el virus no era el asesino sino
el ser humano el que destruía el Planeta. Según tan aberrante idea, la Tierra
se estaría “purgando” de la maldad destructiva del ser humano, salvándose al
eliminar a buena parte de la humanidad. Puro ultramaltusianismo nazi, no muy
alejado de las aberraciones de ese grupo de zumbados de origen estadounidense –de
donde provienen la mayoría de los grupos de tarados del mundo- que se hace
llamar Movimiento por la Extinción Humana Voluntaria y que propugna que el ser
humano deje de reproducirse. Claro, mejor adoptar gatitos y perritos, dónde va
a parar.
Ese relato, aparentemente naif,
que había sido antes alimentado por los medios del sistema en su “bienintencionada”
intención de dar buenas noticias en medio del caos, el miedo y la muerte, tenía
sus precedentes.
Recordemos como tan solo un mes
antes de que estallara el coronavirus los veganos aún llamaban asesinos a los
omnívoros por comer carne, los antitaurinos brindaban por la cogida del torero,
deseando su muerte, o las corrientes más acríticas del ecologismo echaban sobre
las espaldas individuales a partes iguales culpa y responsabilidad de destruir
o salvar el Planeta, mientras esquivaban la condena al capitalismo como sistema
de explotación del ser humano, de empobrecimiento de gran parte del mundo y de
esquilmación de la naturaleza y de los recursos naturales. Y es que, genios de
la responsabilidad individual en la lucha contra el cambio climático, el
capitalismo al que evitáis criticar carece de sentido social o de sensibilidad
medioambiental. Para él, el ridículo e hipócrita término de “sostenibilidad” solo se refiere a la
de la tasa de ganancia y a la rentabilidad de la actividad económica. Y lo
demás, como siempre, mera propaganda.
En las redes sociales el
algoritmo selecciona y segmenta las opiniones y preferencias, que no siempre
son previas sino que pueden partir de contenidos compartidos sin ser consciente
de su significado pero que van creando una comunidad de pensamiento en el que
se va formando la opinión de grupo. La responsabilidad del individuo debiera
estar en tener criterio propio para discernir lo cierto de la basura, pero lo
cierto es que en los tiempos actuales en los que se produce una sobresaturación
de información, una sobreexposición a la misma y una velocidad de bombardeo de
los contenidos, la capacidad de reflexión es mínima en la mayoría de los
individuos que, en muchos casos, tienen una baja comprensión del significado de
lo que leen, escuchan o ven, frecuentemente de forma descontextualizada y sin
capacidad de reflexión. Compartir o no contenidos se convierte en un acto de
impulso, frecuentemente limitándose la motivación de hacerlo por el título de
la “noticia” o quien sea el emisor. Uno no siempre nace fascista, como no
siempre nace imbécil. Acabar siendo un fascista, o un memo que le da al botón
de compartir sin saber lo que hace, es un proceso.
El confinamiento, que en España
se prolongará previsiblemente bastante más allá de un mes, el miedo al virus y
la muerte, la sensación de una realidad que se nos escapa, convertida en pesadilla
de la que no podemos despertar, la percepción de fragilidad de cada ser humano,
la conciencia de que nos abocamos a un mundo cada vez más inseguro, golpean duramente
sobre la mente humana.
Mantener la capacidad de raciocinio,
cuando se ha impuesto el aislamiento social, la desmoralización colectiva está
ampliamente extendida y la posibilidad de interacción en la creación de discurso
social, desde hace mucho tiempo vertical, es casi un imposible. El discurso hoy
se ha convertido en una consigna nacional, repetida machaconamente por todos
los medios mayoritarios de la comunicación, salvo los de extrema derecha, que
hacen su guerra no contra la pandemia sino contra el gobierno.
En ese estado de cosas, cuando el
desánimo es la tónica general, la razón parece batirse en retirada, la
esperanza en la ciencia se tambalea y emergen de nuevo las sombras de las
supersticiones, los charlatanes de números 806, los esoterismos más
estrambóticos, los desaprensivos de las sanaciones espirituales, propagandistas
de las pseudociencias y pseudoterapeutas, tarotistas, etc.
En estos días, diferentes
instituciones y sociedades médicas se han visto obligadas a exigir, una vez
más, al Gobierno español que ponga coto a los desmanes de pseudociencias y
homeópatas por la gravedad para la vida humana del engaño con el que tratan de
convencer a los sectores más crédulos de la sociedad de que su chamanismo de
ocasión puede enfrentar al coronavirus.
Estos mercaderes del miedo, la
ignorancia y la reacción llevan mucho tiempo vendiendo su mercadería del engaño
pero, en medio de la pandemia del coronavirus, pueden añadir más letalidad con
su homeopatía de agua con azúcar para desesperados y necios y el timo de la
falsa esperanza en el resto de pseudociencias y demás inmundicia espiritualista.
Frente al asalto a la razón, que
denunció el filósofo marxista George Lukács, en estos tiempos oscuros de
confusión ideológica es necesario levantar de nuevo el pensamiento racional y el conocimiento
científico.
Frente al conspiracionismo y la
conspiranoia es necesario el análisis
concreto de la realidad concreta, la
explicación dialéctica de la historia con sus procesos sociales, económicos y
políticos, dentro del que los antagonismos
entre las clases sociales cobran una especial importancia para comprender
el mundo en el que vivimos, demostrando que la realidad no se mueve por fuerza
oscuras y secretas sino por una lucha de
clases que se produce cotidianamente a la vista de todos y que solo la
ignorancia, el cinismo o la falta de compromiso político pueden negarlo.
Frente al fascismo, con el ropaje
que se presente, solo la lucha
ideológica y la organización de
clase con una perspectiva anticapitalista
y socialista pueden dar la respuesta.