foto: Temer y Lula en el sepelio de la mujer
del ex presidente (EFE/Beto Barata)
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Resumen
Latinoamericano
5
febrero 2017.-Hubo gestos de clara conciliación entre el presidente
y sus dos antecesores , Lula y Fernando H. Cardoso.
Hay
varias señales que sugieren un ambiente político menos tenso para
el presidente Michel Temer. Las dos más importantes vinieron de dos
ex presidentes: Fernando Henrique Cardoso y Luiz Inázio Lula da
Silva.
El
primero reveló que la política económica “permite imaginar
una salida del pozo” y que sería “malo y muy complicado”
intentar sacar a Temer del poder. Lula tuvo un gesto de clara
conciliación cuando el jefe del Planalto lo visitó el jueves en el
hospital Sirio-Libanés, donde se encontraba internada la ex primera
dama Marisa Letícia, fallecida el viernes.
Un
asesor del presidente, que lo acompañó en ese contacto, creyó ver
en el acercamiento de ambos políticos un indicio de que Lula
ablandaba su postura. Tanto que en el diario Folha de Sao Paulo se
afirmó que, al volver a Brasilia, Temer dijo a sus colaboradores que
quiere hacer una conferencia con sus dos antecesores.
El
tema a tratar sería la reforma política que muchos intentaron y
nadie consiguió. Podría convidar, inclusive, a otros ex jefes de
Estado como José Sarney y Fernando Collor. En declaraciones a la
prensa brasileña, asesores de Temer dijeron que lo mejor sería
apresurar esa cumbre.
Al
despedirse del actual presidente, Lula le aseguró que estaba
dispuesto a conversar cuando lo llame. Y Temer le replicó que habrá
de buscarlo en el futuro inmediato.
En
el entorno “temerista” no dudan que el líder petista
puede tener un peso importante en el escenario nacional. “Lula es
un actor político con el que hay que retomar el diálogo”, postuló
el senador Romeró Jucá, del Partido del Movimiento Democrático de
Brasil (PMDB).
En
el mismo sentido se expresó el ministro jefe de gabinete Eliseu
Padilha, al señalar que “ese diálogo será ciertamente
continuado”.
Del
otro lado, se escucharon los mismos conceptos: “Ninguna
divergencia o pelea política debe anular el diálogo”, sostuvo
Lula. Una muestra de que pretende ir en esa dirección fue el largo
abrazo en el que se fundió con Cardoso, y luego con el actual
canciller José Serra, quien fuera candidato presidencial derrotado
por él en octubre de 2002.
Es
curioso, pero en el PT no saben aún qué ocurrirá con su histórico
fundador. Unos suponen que podría verse muy afectado por la
depresión posterior a la muerte de su compañera (luego de 43 años
de casados). Otros, sin embargo, entienden que Lula podrá reaccionar
con más y más política; y con viajes a lo largo y ancho de su
país.
Esa
es la variante más probable. Desde el punto de vista humano, era
natural que Lula recibiera la solidaridad del mundo político. En el
velorio de su mujer estuvieron el ex presidente del Senado, Renan
Calheiros; el actual titular de ese cuerpo Eunício Oliveira; y los
ministros Henrique Meirelles y Moreira Franco.
El
senador Cassio Cunha Lima, del socialdemócrata PSDB, contó que Lula
le había dado “mucha importancia” al hecho de que las
relaciones personales no se han contaminado con las rivalidades
políticas.
De
acuerdo con la prensa, el dirigente del PT advirtió a sus compañeros
que no quería convertir la muerte de Marisa en un “espectáculo
político” y le pidió que no hicieran manifestaciones. Con
todo, no pudo evitar que a la llegada de Temer, los militantes le
gritaran “asesino” y “golpista”.
Tal
vez allí resida una contradicción. Y tal vez ésta no sea más que
aparente. Hay una necesidad de los miembros del gobierno, de sus
aliados y del propio Lula, de terminar con la inestabilidad política
que procede, entre otras cosas, del proceso de Lava Jato. Ocurre que,
como señaló la columnista Eliane Cantanhede, “el Lava Jato
está vivo..y hay delaciones de Odebrecht en el camino”.
NOTA
DEL EDITOR DE ESTE BLOG
La mentira tiene las patas muy
cortas. Aquella campaña mediática y política de progres,
socialdemócratas e izquierdistas de salón acusando de “golpe de
Estado” a lo que no era otra cosa que un impeachment, mecanismo de
destitución de un presidente que contemplan muchas constituciones de
las democracias burguesas, se ha quedado con el culo al aire.
Tras la pataleta de los
sectores del PT y aliados brasileños, latinoamericanos y progres de
otras latitudes, vamos viendo cómo en realidad el otrora socio de
Dilma, Temer, no representaba intereses económicos muy distintos a
los del partido fundado por Luiz Inázio Lula da Silva (Lula).
La corrupción, previa a los
gobiernos del PTB, propia de estos y, por supuesto de los gobiernos
brasileños del capital que vendrán no eran, son, ni serán
anomalías que dañan a la democracia brasileña. Bajo el
capitalismo, la democracia no es sino un sarcástico simulacro. Eran
en realidad un modo de asegurar la connivencia de los gobiernos con
los poderes económicos, repartiendo una parte de la tarta, o piñata,
como quiera llamarse.
La corrupción del lulismo de
Dilma es la corrupción de su ex socio Temer y de todo el sistema
político, partidario e institucional del orden burgués brasileño.
En ningún momento el lulismo
significó un peligro para el gran capital brasileño ni
latinoamericano sino una renovación de las élites políticas, con
el fin de reforzar la legitimación del capital, abordar la
modernización económica de una parte de las infraestructuras
capitalistas brasileñas y ampliar el mercado hacia unas ficticias clases medias; estrategia esta
última que se vino abajo con la caída del precio del petróleo.
Políticamente aquello se vendió como “empoderamiento” de las
clases populares, “palabro” que es parte del neolenguaje de la
tecnopolítica progre, dentro de unas categorías de pensamiento
diseñadas por los think tanks liberales anglosajones. En ningún
momento las clases populares brasileñas tuvieron más poder, porque
ese está siempre en el lado de quien detenta las palancas económicas
y productivas de un país, el capital. Solo obtuvieron durante un
breve tiempo el sueño de una democracia de consumo porque
participaban de las migajas de productos y servicios que el capital
brasileño necesitaba para reproducirse. El sueño acabó.
Han sido 14 años de gobierno
del PT, uno de los más largos en la democracia brasileña. Finalizó
cuando la crisis azotaba fuertemente a la economía brasileña y
determinados sectores,fundamentalmente de las llamadas “clases
medias”, ampliadas por el lulismo salieron a la calle contra la
presidenta Dilma Rousseff y su gobierno. Cuando el capitalismo ve
descontento en la calle, suele cambiar de Consejo de Administración,
ya que no otra cosa son los gobiernos existentes bajo su
orden/desorden económico. El objetivo de estos cambios de caras no es otro que el de limitar los daños y los efectos de la protesta a la representación política logrando, de ese modo, que no suba la marea.
Ahora toca ir encauzando el
tono de la lucha entre los contendientes políticos, normalizando las
“discrepancias” e institucionalizando la labor de oposición
política, sobre todo en un tiempo de gran debilidad y confusión en
la burocracia y entre las bases del PT Brasileño. Eso es todo
amigos. No hay que buscarle otra explicación a toda la farsa montada
durante el proceso que llevó hasta el desalojo del PT del gobierno ni a la búsqueda de relación “civilizada” entre el actual
gobierno y su principal partido de oposición. Es parte de la vieja
mascarada de la democracia burguesa.
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