Bruno
Guigue. La Haine.org
La
justificación del drama sirio de muchos intelectuales y militantes
de "izquierda" franceses y españoles coincide con
la política exterior de la UE y EEUU
Ahora
que un dirigente histórico de la resistencia árabe libanesa
(Mustafa Amin Badreddin, N. de T.) acaba de morir en Siria bajo el
ataque del ejército sionista, envío esta carta abierta a los
intelectuales y militantes de «izquierda» que tomaron
partido por la rebelión siria y creyeron defender la causa palestina
mientras soñaban con la caída de Damasco.
En
la primavera de 2011 nos dijisteis que las revoluciones árabes
representaban una esperanza sin precedentes para los pueblos que
sufrían el yugo de déspotas sanguinarios. En un exceso de optimismo
os escuchamos, sensibles a vuestros argumentos, hablar de esa
democracia que nacía milagrosamente y vuestras proclamas sobre la
universalidad de los derechos humanos. Casi lograsteis convencernos
de que aquella protesta popular que derrocó a los dictadores de
Túnez y Egipto borraría la tiranía en todo el mundo árabe, tanto
en Libia como en Siria, en Yemen como en Bahréin y más allá.
Pero
tras ese bello arrebato lírico rápidamente aparecieron algunos
fallos. El primero, enorme, en Libia. Una resolución adoptada por el
Consejo de Seguridad de la ONU «para auxiliar a las poblaciones
civiles amenazadas» se convirtió en un cheque en blanco para
derrocar manu militari a un jefe de Estado que se había vuelto una
molestia para sus socios occidentales. Digna de los peores momentos
de la era neoconservadora, aquella operación de «cambio de
régimen» llevada a cabo -por cuenta de EEUU- por dos potencias
europeas, a falta de la afirmación neoimperial, desembocó en un
desastre del que la desgraciada Libia sigue pagando el precio. El
hundimiento de aquel joven Estado unitario entregó el país a las
ambiciones desenfrenadas de las facciones y las tribus,
envalentonadas deliberadamente por la codicia petrolera de los
carroñeros occidentales.
Pero
había entre vosotros buenas almas para brindar circunstancias
atenuantes a esa operación. Lo mismo que había, todavía más, para
exigir que se infligiera el mismo tratamiento al "régimen"
de Damasco. Porque el viento revolucionario que soplaba entonces en
Siria parecía validar vuestra interpretación de los hechos y
justificar, a posteriori, el belicismo humanitario desencadenado
contra el "potentado" de Trípoli. Sin embargo, lejos de
los medios de comunicación dominantes, algunos analistas señalaban
que el pueblo sirio no era unánime, que las manifestaciones
antigubernamentales se desarrollaban sobre todo en algunas ciudades,
bastiones tradicionales de la oposición islamista, y que el ardor
social de algunos sectores pauperizados por la crisis no implicaba
necesariamente la caída del Gobierno sirio.
Ignorasteis
esas sensatas advertencias. Como los hechos no se acomodaban a
vuestro relato los ordenasteis como os pareció conveniente. Donde
los observadores imparciales veían distintos sectores de la sociedad
vosotros quisisteis ver un tirano sanguinario que asesinaba a su
pueblo. Donde una observación desapasionada permitía discernir las
debilidades, pero también la fuerza del Estado sirio, vosotros
abusasteis de la retórica moralista para acusar a un Gobierno que
está lejos de ser responsable de las violencias. Visteis las
numerosas manifestaciones contra Bachar Al-Assad, pero no las
gigantescas concentraciones de apoyo al Gobierno y a las reformas que
abarrotaban las calles de Damasco, Alepo y Tartús. Habéis dirigido
la contabilidad macabra de las víctimas del Gobierno, pero habéis
olvidado a las víctimas de la oposición armada. Según vosotros hay
víctimas buenas y víctimas malas, las que merecen reconocimiento y
las que no se mencionan. Deliberadamente habéis visto a las primeras
y habéis permanecido ciegos ante las segundas.
Al
mismo tiempo, a ese Gobierno francés, cuya política interior
criticáis encantados para mantener la ilusión de vuestra
independencia, le habéis dado la razón totalmente. Curiosamente
vuestro relato del drama sirio coincidía con la política exterior
de Fabius, capataz del servilismo que mezcla el apoyo incondicional a
la guerra israelí contra los palestinos, la alineación «pavloviana»
con el líder estadounidense y la hostilidad recocida a la
resistencia árabe. Pero vuestro ostensible idilio con el Quaid’Orsay
no parece avergonzaros. Defendéis a los palestinos de cara a la
galería y por detrás coméis con sus asesinos. Incluso habéis
llegado a acompañar a los dirigentes franceses en visitas de Estado
a Israel. Ahí estáis embarcados, cómplices, asistiendo al
espectáculo de un presidente que declara que «siempre querrá a los
dirigentes israelíes». Pero no os escandalizáis y subís al avión
del presidente, como todo el mundo.
Condenasteis,
con razón, la intervención militar estadounidense contra Irak en
2003. La excusa de bombardear para llevar la democracia no os
convenció y dudasteis de la eficacia de los ataques quirúrgicos.
Pero vuestra indignación con respecto a esa política de las
cañoneras de alta tecnología parece extrañamente selectiva. Porque
reclamabais a grito pelado que se aplique contra Damasco en 2013 lo
que os parecía intolerable diez años antes contra Bagdad. Bastó un
decenio para volveros tan maleables que considerabais que lo mejor
para el pueblo sirio era una lluvia de misiles de crucero sobre ese
país que no os ha hecho nada. Renegando de vuestras convicciones
antiimperialistas abrazasteis con entusiasmo la agenda de Washington.
Sin
vergüenza no solamente aplaudisteis de antemano a los B52, sino que
además recuperasteis la propaganda estadounidense más burda de la
que el precedente iraquí y las mentiras memorables de la era Bush
deberían haberos inmunizado.
Mientras
inundabais la prensa francesa con vuestras estupideces un periodista
estadounidense e investigador excepcional (Seymour Hersh , N. de T.)
hizo pedazos la patética operación de «falsa bandera»
destinada a cargar a Bachar Al-Assad la responsabilidad de un ataque
químico del que ninguna instancia internacional le acusó y que los
expertos del Instituto Tecnológico de Massachussets y la
Organización para la prohibición de las armas químicas atribuyeron
a la parte contraria. Ignorasteis los hechos y los tergiversasteis a
conveniencia. En esa ocasión desempeñasteis vuestro miserable papel
en la cacofonía de mentiras.
Peor
todavía, seguís haciéndolo. Mientras el propio Obama da a entender
que no lo cree vosotros os obstináis en reiterar esas sandeces como
los perros guardianes que siguen ladrando tras la desaparición del
intruso. ¿Por qué motivo? Para justificar el bombardeo de vuestro
propio Gobierno a un pequeño Estado soberano cuyo mayor error es su
rechazo al orden imperial. Para acudir en ayuda de una rebelión
siria cuyo verdadero aspecto habéis enmascarado fomentando el mito
de una oposición democrática y laica que solo existe en los salones
de los grandes hoteles de Doha, París o Ankara.
Habéis
exaltado esta «revolución siria» pero habéis apartado los ojos
pudorosamente de sus prácticas mafiosas, de su ideología sectaria y
de su financiación turbia y dudosa. Habéis ocultado cuidadosamente
el odio interreligioso que la inspira, su aversión sañuda a las
demás confesiones directamente inspirada en el wahabismo, que es su
cimiento ideológico. Sabéis que el Gobierno baasista, porque es
laico y aconfesional, constituye un seguro de vida para las minorías,
pero no rectificáis, llegando incluso a calificar de «cretinos»
a los que tomaban la defensa de los cristianos perseguidos. Pero eso
no es todo. A la hora del balance todavía quedará una última
ignominia: habéis avalado la política de Laurent Fabius para que
Al-Nusra, la rama siria de al Qaida, «haga un buen trabajo».
Qué importan los transeúntes destripados en las calles de Homs o
los alauitas de Zahra asesinados por los cipayos, para vosotros solo
son morralla.
Entre
2001 y 2016 caen las máscaras. Os llenabais la boca con el derecho
internacional pero aplaudíais su violación contra un Estado
soberano. Pretendéis promover la democracia para los sirios pero os
habéis convertido en furrieles del terrorismo que padecen. Decís
que defendéis a los palestinos pero estáis en el mismo bando que
Israel.
Cuando
cae un misil sionista sobre Siria nadie grita, nunca golpeará a
vuestros amigos. Gracias a Israel, gracias a la CIA, y gracias a
vosotros, esos «valientes rebeldes» van a seguir preparando
el radiante futuro de Siria bajo el emblema del takfir. El misil
sionista habrá asesinado a uno de los dirigentes de la resistencia
árabe que habéis traicionado.
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