José
Valenzuela Feijóo. alainet.org
1.-
Neoliberalismo: afanes de legitimación
El
modelo neoliberal genera un impacto en la distribución del ingreso
que es brutalmente regresiva: a los pobres los hace más pobres y a
los ricos más ricos. Por lo mismo, no puede extrañar que su
implantación vaya asociada a regímenes autoritarios o del todo
dictatoriales (caso de Pinochet). Estos fenómenos obviamente no
operan a favor de legitimar al sistema: muy pocos son los
beneficiados y, por lo mismo, muy pocos los que pueden estar
satisfechos. En consecuencia, una vez que las fuerzas de izquierda
han sido aniquiladas por la represión y dejan de ser un peligro, la
orden de mando ha sido la de ensayar una vuelta –bastante tímida–
a los cánones de la democracia formal.
Asimismo,
se empezaron a ensayar algunas políticas de gasto social con cargo a
las cuales se busca suavizar la situación de los grupos más pobres.
O sea, los ubicados en el escalón de la “pobreza extrema”.
Se trata de apagar los posibles incendios que puede provocar la
dureza neoliberal. Al final de cuentas cuando no existe ya una
oposición peligrosa para la estabilidad del sistema, seguir
aplicando la represión abierta, como lo dijera el astuto Talleyrand,
“más que un crimen sería una estupidez”.
En
cuanto a los movimientos “progresistas” y lo que antes
pudo ser una izquierda política, como regla apuntaron sus críticas
al aspecto distributivo del neoliberalismo. Y se olvidaron por
completo del aspecto producción (1).
Por
lo mismo, tuvo lugar una especie de convergencia entre las nuevas
políticas neoliberales (recomendadas por organismos internacionales
como el FMI, la OCDE, algunos segmentos de las clases dominantes y el
mismo Estados Unidos) y las políticas que empezó a enarbolar y
proponer la oposición. Más aún, cuando estos grupos lograron
acceder al gobierno (como Lula en Brasil, Bachelet en Chile, Mujica
en Uruguay), concentraron sus esfuerzos en políticas sociales de
corte redistribuido (2).
A
la vez, dejaron intocados los cimientos del modelo neoliberal: en el
plano de la producción, del relacionamiento externo y de la política
económica. O sea, aplican un esquema neoliberal con algunas
“aspirinas” o dosis de redistribución. De fondo, lo que se ha
perseguido, por la derecha y por la seudo-izquierda, ha sido la
legitimación del patrón neoliberal.
2.-
El gasto social
El
llamado gasto social es variado y multiforme. De él, deben restarse
el gasto que se aplica en educación y salud públicas.
Significativamente, este tipo de gastos, vis a vis las necesidades de
la población, se han des-privilegiado cediéndole espacio al sector
privado. O sea, hay un proceso de mercantilización acelerada de la
educación y de la salud. En estos rubros, empieza a imperar el lucro
capitalista y, por lo mismo, si el dinero no alcanza, la gente se
queda sin salud y sin educación.
Los
gastos que ahora nos preocupan, son de tipo diferente. Primero, son
gastos que buscan apoyar a los segmentos más pobres de la población.
Segundo, como regla no implican crear u ofrecer empleos productivos a
esos segmentos. Tercero, no exigen contrapartida, vg. en términos de
un trabajo equivalente.
Algunos
gastos operan como ayuda monetaria directa a personas y familias. En
otras, el apoyo se da en términos que favorecen a la llamada
“micro-empresa”: semillas, fertilizantes, créditos de
costo casi nulo, etc. El impacto que estos apoyos tienen en términos
de producción es prácticamente nulo y lo que sí consiguen es
ayudar a la subsistencia de los grupos que reciben su apoyo.
Una
segunda línea de acción apunta al manejo de precios subsidiados. Es
decir, se fijan precios que están incluso debajo de los costos de
operación. En México, un ejemplo muy conocido es el precio del
transporte por el metro de la ciudad. Aquí, el precio ha girado
entre la mitad o cuarta parte del costo de operación por pasajero.
En
otros rubros como electricidad, agua y otros servicios básicos, se
dan situaciones parecidas. Los problemas que acarrean estas políticas
son mayores: al no cubrir los costos de operación, estas empresas
deben endeudarse y pasar a pagar los intereses del caso. Además, si
tratan de expandirse, sólo lo pueden hacer con cargo a nuevos
endeudamientos. Con todo lo cual, se va avanzando a una carga
financiera que, a la larga, resulta imposible de solventar.
En
este marco, surge la obvia pregunta: ¿no sería más racional
generar ocupaciones productivas bien remuneradas, y aplicar una
política de salarios reales crecientes que le permitan a la
población trabajadora pagar los costos reales de los
correspondientes servicios? En realidad, no hay que ser muy avisado
para percatarse que esas políticas a la larga no se pueden mantener
y sólo buscan ocultar los males que va generando una estructura
económica que, por lo visto, no se puede o no se quiere modificar.
Al
final de cuentas, lo que tenemos es una gran limosna estatal. En la
cual se gastan fondos que no son menores y que, al final de cuentas,
nada importante resuelven. Para mejor dimensionar el problema no se
debe olvidar el telón que es estructural y de fondo: el estilo
neoliberal no genera empleos productivos y lo que se observa es el
incesante crecimiento de la población desplazada y marginal:
cesantes abiertos, precarios, ambulantes, ilegales, sectas
criminales, narcotraficantes, etc. Lo que antes pudo ser una mancha,
ahora es un océano gigantesco que ya abarca a más de la mitad de la
población económicamente activa (PEA).
El
gasto estatal de marras genera otras consecuencias que se deben
subrayar: a) en el personal que administra la distribución de los
fondos tienden a irrumpir prácticas corruptas y clientelares. Al
parecer, una parte nada despreciable de esos fondos no llega a las
familias de destino sino que va a parar a los bolsillos de los
funcionarios que administran la ayuda estatal; b) en los que reciben
esos fondos, claramente se genera una mentalidad servil, propia de
los que viven de limosnas.
En
otros tiempos, el espectáculo era más visible: los domingos, al
salir de misa, las señoras más empingorotadas y esposas de
hacendados, lanzaban al aire una buena cantidad de monedas. Los
pobres y lazaretos, arrodillados, peleaban por esas monedas y con la
cabeza agachada gritaban el “dios se lo pague, buena y santa
señora”. En breve, se asume la mentalidad del pordiosero y se
pasa a depender de la voluntad de otros. Los cuales, además, son los
mismos causantes de esa miseria de pordiosero.
La
pregunta obvia es: ¿no será mejor, más eficaz y más digno,
financiar desarrollos industriales que generen empleos productivos,
calificados y bien pagados? Pero, ¿es posible esa reorientación del
desarrollo sin alterar profundamente los parámetros centrales del
estilo neoliberal? Ciertamente no se puede y el que no se siga ese
camino es la confesión más prístina de que no se busca sepultar al
neoliberalismo sino respetarlo y, dentro de lo poco que se puede,
embellecerlo con una pequeña “manita de gato”.
En
lo anotado también se expresa un error teórico mayor: pensar que se
puede dar una transformación sustantiva en la distribución sin
alterar el espacio de la producción. Es lo que pasamos a discutir.
3.-
Un alcance teórico sobre una antigua controversia
La
ignorancia esgrime frases que, a veces, tienen un eco malsano. Por
ejemplo, cuando se dice, con gran desprecio, que “eso es pura
teoría”. De fondo, se manifiesta aquí un rechazo por la
teoría (por ende del pensamiento y la razón), que es propio de la
más crasa estupidez. La discusión no va por ahí sino por el
enfrentamiento entre las teorías correctas (verdaderas, profundas,
verificadas empíricamente) y las teorías erróneas (lógicamente
incongruentes y/o empíricamente falsas). Además, ese aserto es
también reaccionario pues ninguna transformación medianamente
importante puede darse sin el auxilio de una buena teoría (3).
¿Habrá que recordar, una vez más, eso de que sin una teoría
profunda no hay revolución posible? (4)
En
el caso que nos viene preocupando, resulta útil efectuar un breve
recordatorio teórico. Concentremos la atención en el sistema
económico, el que es parte del sistema social. En el sistema
económico se pueden distinguir cuatro grandes subsistemas: a) la
producción; b) la distribución; c) el cambio; d) el consumo
personal. Entre estos cuatro grandes espacios o subsistemas, tienen
lugar: i) relaciones de influencia mutua: un aspecto influye sobre
los otros y viceversa; ii) tales relaciones son asimétricas: la
influencia de un subsistema sobre los otros suele ser más potente
que el que opera en sentido inverso. O sea, hay espacios económicos
que son más importantes (poseen un poder regulador mayor) que otros;
iii) en el caso que nos preocupa, que es el del sistema económico:
la hipótesis más plausible y comprobable es la que sindica al
espacio de la producción como el más importante y decisivo.
O
sea, es el que tienen mayor poder causal. Por ejemplo, al revés de
lo que sostiene la teoría neoliberal, no es el consumidor individual
el que determina qué tipo de bienes se va a producir sino que, muy
al contrario, son las grandes empresas de producción, las que
definen qué se va a producir y luego, qué se va a consumir. La
Coca-Cola, por ejemplo, se consume no por una decisión primaria de
los consumidores sino por la presión de las grandes corporaciones
que producen esa bebida y por la vía de una propaganda que atosiga,
terminan por convencer (u “obligar”) al consumo de tal refresco.
Entre
producción y distribución también existen relaciones asimétricas.
Y que van, en el sentido del poder causal (o “poder de
determinación”), desde el espacio de la producción al espacio
de la distribución. Como bien apuntaba Marx, “es equivocado en
general, tomar como esencial la llamada distribución y hacer
hincapié en ella, como si fuera lo más importante.” (5)
Precisemos
los conceptos. Por esfera de la producción entendemos el conjunto de
relaciones sociales que organizan y regulan la actividad de los
hombres en el proceso de producción (6). Por distribución se
entiende la forma y proporción en que se reparten los resultados de
la producción, ente los diversos grupos sociales. Más precisamente,
entre las diferentes clases sociales. Por ejemplo, entre asalariados
y capitalistas. Marx, en este respecto, escribía que “por
relaciones de distribución se entiende aquí los distintos títulos
que autorizan a percibir la parte del producto destinado al consumo
individual”.(7) Contemporáneamente, se habla de distribución
del Ingreso Nacional.
Sobre
las relaciones de causalidad entre producción y distribución, valga
insistir sobre el punto, Marx es muy terminante. En su célebre
comentario al programa de los socialistas alemanes, escribía “la
distribución de los medios de consumo es, en todo momento, un
corolario de la distribución de las propias condiciones de
producción. Y esta distribución es una característica del modo
mismo de producción.
Por
ejemplo, el modo capitalista de producción descansa en el hecho de
que las condiciones materiales de producción le son adjudicadas a
los que no trabajan bajo la forma de propiedad del capital y
propiedad del suelo, mientras la masa es solo propietaria de la
condición personal de producción, la fuerza de trabajo.
Distribuidos de este modo los elementos de producción, la actual
distribución de los medios de consumo es una consecuencia natural.
Si
las condiciones materiales de producción fuesen propiedad colectiva
de los propios obreros, esto determinaría, por sí solo, una
distribución de los medios de consumo distinta de la actual. El
socialismo vulgar (y por intermedio suyo una parte de la democracia)
ha aprendido de los economistas burgueses a considerar y tratar la
distribución como algo independiente del modo de producción, y, por
tanto, a exponer el socialismo como una doctrina que gira
principalmente en torno a la distribución.” (8)
El
espejismo de la distribución ha contaminado a procesos de corte más
radical. En el Chile de Allende, por ejemplo, se empezó (fines de
1970 y a lo largo de 1971) con un fuerte impulso a la participación
salarial (salarios sobre Ingreso Nacional) y ya hacia 1972, surgieron
presiones inflacionarias y sobre el balance de pagos muy difíciles
de controlar.
La razón era muy clara: la oferta no respondió en la
medida necesaria.
Es
decir, la variable producción no se acomodó a la variable
distribución y se generaron desequilibrios inmanejables. Se desató
la inflación y un fuerte déficit en el balance de pagos. En este
contexto, el gobierno de Allende, que en plano político no fue más
allá de la ocupación del aparato estatal tradicional, no fue capaz
de controlar algunos centros de producción vitales y buscando
controlar la inflación, corto de cuajo la capacidad de acumulación
del incipiente sector productivo estatal.
La
moraleja que se pudo extraer parece nítida: la distribución se
puede mover sólo en la medida que lo hace la producción. Esta es la
que precede y regula. Si este principio no se respeta, emerge algo
parecido a un caos económico.
En
otras experiencias latinoamericanas, se han observado, en mayor o
menor grado, fenómenos parecidos. Señaladamente éste parece ser el
caso de Venezuela, la que en los últimos años (Chávez-Maduro)
viene experimentando un fuerte proceso inflacionario (que ya es
hiper-inflación). En este país, las políticas de gasto social
fueron muy fuertes. Pero, a la vez, se observa un fracaso total en
materias de desarrollo productivo, industrial y agrario.
Al
cabo, tenemos que no hubo ninguna sustitución de importaciones (no
se agilizó la oferta interna), se despilfarró el excedente
petrolero y hoy (mediados del 2016), el gobierno de Maduro aborda una
situación económica gravísima y que lo puede llevar a su
revocación. Con un más o un menos, y con los matices del caso,
estos afanes se repiten en otros países y muestran a una izquierda
muy contaminada por el reformismo distributivo e, incluso, con el
ideario neoliberal.
En
el modelo neoliberal, los afanes de legitimación, se traducen en los
conocidos programas de “superación de la pobreza”. Estos
afanes, pueden asumir alguna importancia en tanto la capacidad para
importar del país sea alta. Lo cual, va muy asociado a un eventual
boom en las exportaciones de bienes primarios.
Sea
por el lado de las cantidades (fuerte demanda internacional, vg.
impulsada por compras de China), o por el lado de los precios, lo que
para Brasil sí tuvo lugar durante el gobierno de Lula. En este caso,
el sector exportador, al generar las divisas que permiten importar
los bienes de consumo que reclaman trabajadores y capas medias
beneficiadas por los aumentos salariales, pasa a operar como si fuera
un sector productor de bienes de consumo. ¿Cuánto puede durar el
auge exportador? Como ya lo expusiera la antigua y clásica Cepal
(Prebisch, Pinto, etc.), el que se especializa en productos
primarios, más tarde o más temprano se hunde en el subdesarrollo y
la dependencia estructural que lo acompaña.
Esto,
es algo que Dilma, la sucesora de Lula, ha empezado a pagar con
creces. Y es también importante subrayar: en el Brasil de Lula,
mejoró la situación de algunos grupos en extrema pobreza, pero la
distribución del ingreso no se alteró. En Chile, sucede algo
parecido.(9)
Conviene
subrayar: cuando se elevan sustancialmente los salarios (y en
general, el ingreso de los segmentos populares), no sólo se eleva la
demanda en términos inusitados. También, se altera fuertemente su
composición. Luego, tenemos que la respuesta de la oferta no sólo
debe apuntar a fuertes y rápidos incrementos en la producción de
bienes-salarios. También es necesario que opere un cambio en la
composición del producto, el que debe pasar a corresponderse con la
nueva composición de la demanda. Ninguna de estas exigencias es
sencilla. Elevar la producción difícilmente tiene lugar de un día
para el otro: requiere elevar la inversión y que esta madure, algo
que es lento y difícil.
Cambiar
la composición exige fuertes traslados de recursos y también un
fuerte esfuerzo de acumulación. Nada que sea sencillo e inmediato.
Si
la capacidad para importar (disponibilidad de divisas) se expande
(vg. se dispara el precio del petróleo, suben precios de materias
primas, etc.) el problema se puede suavizar o, más bien, disimular.
Pero éstos no son más que cortos “veranitos de San Juan”.
Las dificultades crecen si se piensa que en el marco de un gobierno
popular y con masas radicalizadas, el sector privado difícilmente va
a impulsar y ejecutar las inversiones adecuadas. Lo que en realidad
hacen los capitalistas es incurrir en una especie de huelga
productiva. O, si se quiere, paralizan la inversión.
Por
lo mismo, si la dinamización de la oferta no la hace el Estado,
nadie la va a hacer. Como sea, el punto a subrayar es: si la variable
producción no se mueve y transforma de cuajo, todo intento por mover
la distribución con un mínimo de vigor, estará fatalmente
condenado al fracaso. Y claro está, los cambios estructurales
apuntados sólo pueden ser impulsados si existe un vigoroso y amplio
bloque popular, dirigido por la clase trabajadora. Es decir, lo que
debe realizar el Estado, también exige que éste sufra un reajuste
de fondo, que sea expulsado el actual bloque en el poder y que en su
reemplazo, surja una nueva clase hegemónica.
¿Qué
clases o fracciones de clase pueden asumir ese papel? ¿La burguesía
industrial nacional y no monopólica? ¿La clase trabajadora anclada
en la gran industria? ¿Otros grupos? Como vemos, esto abre una
problemática bastante compleja y que aquí no vamos a abordar.
Pero
hoy (2016) la situación de países como Argentina, Brasil, Chile,
Venezuela y otros, pareciera que obliga a plantear una exigencia
mayor: retomar el gran proyecto histórico de avanzar más allá del
capitalismo.
De
seguro, esto plantea otras interrogantes aún más complejas: ir más
allá del capitalismo, ¿qué significa en términos del modelo
socioeconómico que lo debe reemplazar? ¿Puede darse un proceso en
términos “aislados”, a nivel de tal o cual país
particular? ¿Se puede avanzar en el tercer mundo sin que se mueva el
primero?
De
momento baste decir: la profundidad de la crisis del capitalismo
contemporáneo, obliga a pensar con mayor profundidad, rigor y
radicalidad en los problemas de hoy y en las eventuales rutas que se
pudieran seguir.
Notas
1.
El partido Socialista en Chile, el PT en Brasil, el antiguo PRD (el
de hoy es pura basura de tránsfugas) en México, son claros ejemplos
de esta “adaptación”. Del chileno se dice que practica y
predica un “socialismo neoliberal”(!!!). Este
distanciamiento ha ido muy unido a otro que transcurre en el plano
ideológico: el olvido (y hasta repudio) de los fundamentos de la
teoría esgrimida por Marx.
2.
Ver artículos de Roberto Pizarro (sobre Chile), de Severo de Salles
y N. Ouriques (sobre Brasil) y de O. Mañán (sobre Uruguay), en V.
Palacios y J. Valenzuela, “Crisis neoliberal y alternativas de
izquierda en América Latina”, Ciestam (UACH), Escuela Superior
de Economía (IPN), INIFPCPP, PRD; México, 2013.
3.
“Aquel que bien pretende obrar / tiene que usar la mejor
herramienta”. J. W. Goethe, “Fausto”.
4.
López Obrador, el destacado dirigente mexicano, en mayo del 2016, ha
declarado que “ser de izquierda no es levantar el puño de esa
mano o leer a Carlos Marx, sino ser buena persona. Si no sientes el
sufrimiento del prójimo y de los que necesitan apoyo, de qué sirve
ser de izquierda. Hay que tenerle amor al pueblo para serlo”
Según La Jornada, 17/05/2016. Este tono de pastor evangélico o de
cura de aldea no es nuevo en este dirigente. Y adviértase: nos habla
de “apoyo” y de “amor” en vez de luchar por la
organización independiente y consciente del pueblo trabajador. Y nos
ofrece, como gran aporte teórico, su teoría: la sociedad se divide
entre “personas buenas” y “personas malas.” En
un dirigente que siempre ha manifestado gran temor ante la clase
obrera políticamente independiente anclada en la gran industria,
este llamado a “la caridad cristiana” y no a la lucha de
clases, amén de ridículo, es bastante revelador. En cuanto al
analfabetismo teórico que predica y practica este sedicente “cordero
de Dios”, si uno fuera una “mala persona” y por ende no
estuviera en el bando de los “buenos”, podría recordar
los planteos muy similares que en su tiempo hicieran algunos
generales franquistas. O los del cura Saturnino, párroco del pueblo
de Chiripungato, allá por las haciendas de Don Pancho Francisco: “no
lean, no lean, que por allí se nos llega Lucifer.”
5.
C. Marx, “Crítica al Programa de Gotha”, en Marx-Engels,
Obras Escogidas, Tomo 3, pág. 16. Edit. Progreso, Moscú, 1974.
6.
Producción = actividad que genera productos. Entendiendo por
productos los resultados que son útiles en cuanto son capaces de
reproducir la vida de los humanos y/o los medios de producción que
utilizan en su trabajo.
7.
C. Marx, “El Capital”, tomo 3, página 812. FCE, México,
1974.
8.
C. Marx, “Crítica al programa de Gotha”, pág. 16.
Edición citada.
9.
El coeficiente de Gini, calculado al modo tradicional (encuestas de
ingreso y gasto), a veces muestra una mejoría. Pero calculado con
más rigor (declaraciones tributarias), se altera en favor de una
peor distribución. En el caso de Brasil, recientes estudios muestran
que no se ha dado ningún cambio sustantivo y se mantiene la muy
regresiva distribución del ingreso. Para Chile y Uruguay, se da algo
similar. Según Cepal, “en el Brasil el coeficiente corregido
permaneció estable entre 2006 y 2012, con valores alrededor de 0.7
en todos los años, lo que contrasta con los resultados obtenidos
usando solamente las encuestas de hogares que muestran
una baja en la concentración del ingreso entre 2006 y 2011.”.Cf.
Cepal, “Panorama Social de América latina, 2015”, pág.
16. Santiago de Chile, 2016.
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