Eric Draitser.
CounterPunch
La violencia en las calles de Ucrania es mucho más
que una expresión de cólera popular contra un gobierno. En realidad, es solo el
último ejemplo del aumento de la forma más insidiosa de fascismo que Europa
haya visto desde la caída del Tercer Reich.
En
los últimos meses ha habido protestas regulares de la oposición política
ucraniana y sus partidarios –protestas que han tenido lugar ostensiblemente
como reacción ante la negativa del presidente ucraniano Yanukovich de firmar un
acuerdo comercial con la
Unión Europea que fue visto por muchos observadores políticos
como el primer paso hacia la integración europea. Las manifestaciones siguieron
siendo relativamente pacíficas hasta el 17 de enero cuando algunos
manifestantes armados de garrotes, cascos y bombas improvisadas desencadenaron
una violencia brutal contra la policía, atacaron edificios gubernamentales,
golpearon a todo el que sospecharan de simpatías hacia el Gobierno, y en
general causaron estragos en las calles de Kiev. ¿Pero quiénes son estos violentos
extremistas y cuál es su ideología?
La
formación política conocida como “Pravy Sektor” es esencialmente una
organización que representa a una serie de grupos derechistas (léase fascistas)
ultranacionalistas que incluyen partidarios del partido “Svoboda” (Libertad),
“Patriotas de Ucrania, Asamblea Nacional Ucraniana – Autodefensa Nacional
Ucraniana (UNA-UNOS) y “Trizub”.
Todas estas organizaciones comparten una ideología común que es vehementemente
antirrusa, antiinmigrantes, y antijudía, entre otras cosas. Además comparten
una reverencia común hacia la denominada “Organización
de Nacionalistas Ucranianos” dirigida por Stepan Bandera, los infames
colaboracionistas nazis que combatieron activamente contra la Unión Soviética y
participaron en algunas de las peores atrocidades cometidas durante la Segunda Guerra
Mundial.
Mientras
las fuerzas políticas ucranianas, oposición y Gobierno, siguen negociando,
una batalla muy diferente tiene lugar en las calles. Utilizando la intimidación
y la fuerza bruta más típicas de los “camisas
pardas” de Hitler o los “camisas
negras” de Mussolini que de un movimiento político contemporáneo, esos
grupos han logrado convertir un conflicto por la política económica y la
orientación política del país en una lucha existencial por la supervivencia
misma de la nación que esos “nacionalistas”
pretenden amar entrañablemente. Las imágenes de Kiev ardiendo, de calles de
Lviv repletas de matones y otros ejemplos escalofriantes del caos en el país,
ilustran más allá de toda duda que la negociación política con la oposición en la Maidan (la plaza central de
Kiev y centro de las protestas) ya no es el tema central. Más bien, es el
problema del fascismo ucraniano y de si debe apoyarse o rechazarse.
Por
su parte, EE.UU. se ha puesto fuertemente de parte de la oposición, sin
preocuparse de su carácter político. A principios de diciembre algunos miembros
del establishment estadounidense como John McCain y Victoria Nuland aparecieron
en la Maidan
apoyando a los manifestantes. Sin embargo, a medida que el carácter de la
oposición se hizo obvio en los últimos días, la clase gobernante en EE.UU. y
Occidente y su maquinaria mediática han hecho poco para condenar el brote
fascista. En su lugar, sus representantes se han reunido con los de Pravy
Sektor y consideraron que no “constituían
una amenaza”. En otras palabras, EE.UU. y sus aliados han dado su
aprobación tácita a la continuación y proliferación de la violencia en nombre
de su objetivo final: el cambio de régimen.
En
un intento de arrancar a Ucrania de la esfera de influencia rusa, la alianza
EE.UU.-UE-OTAN se ha aliado, y no es la primera vez, con los fascistas. Por
cierto, durante décadas, millones de latinoamericanos han sido desaparecidos o
asesinados por fuerzas fascistas paramilitares armadas y apoyadas por EE.UU.
Los muyahidines de Afganistán, que posteriormente se convirtieron en al Qaeda,
también reaccionarios ideológicos extremos, fueron creados y financiados por
EE.UU. con el propósito de desestabilizar Rusia. Y por cierto, existe la
dolorosa realidad de Libia y, más recientemente Siria, donde EE.UU. y sus
aliados financian y apoyan a yihadistas extremistas contra un Gobierno que se
ha negado a alinearse con EE.UU. e Israel. Existe un patrón inquietante que
nunca ha pasado desapercibido a los observadores políticos atentos: EE.UU.
siempre hace causa común con extremistas derechistas y fascistas para obtener
ventajas geopolíticas.
La
situación de Ucrania es muy inquietante porque representa una conflagración
política que fácilmente podría desgarrar el país menos de 25 años después
de su independencia de la Unión Soviética. Sin embargo, existe otro aspecto
igualmente inquietante respecto al ascenso del fascismo en ese país, que no
está solo.
La
amenaza fascista en todo el continente
Ucrania
y el ascenso del extremismo derechista no pueden verse, y menos todavía
comprenderse, como un hecho aislado. Más bien, deben examinarse como parte de
una creciente tendencia en toda Europa (y por cierto en el mundo), una
tendencia que amenaza los fundamentos mismos de la democracia.
En
Grecia, la salvaje austeridad impuesta por la troika (FMI, BCE y la Comisión Europea )
ha paralizado la economía del país, conduciendo a una depresión tan mala, sino
peor, como la Gran
Depresión en EE.UU. Ante este trasfondo de colapso económico,
el partido Amanecer Dorado ha crecido hasta convertirse en el tercer partido
político más popular del país. Adoptando una ideología de odio, Amanecer Dorado
–en efecto un partido nazi que promueve chovinismo antijudío, antiinmigrantes y
antimujeres– es una fuerza política vista por el Gobierno de Atenas como una
seria amenaza para el tejido mismo de la sociedad. Esta amenaza ha llevado al
Gobierno a arrestar a la dirigencia del partido después de que un nazi de
Amanecer Dorado apuñalase a un rapero antifascista. Atenas ha lanzado una
investigación del partido, aunque los resultados de esta investigación y del
proceso siguen siendo algo confusos.
Lo
que convierte Amanecer Dorado en una amenaza tan insidiosa es el hecho de que,
a pesar de su ideología central de nazismo, su retórica contra la UE y la austeridad atrae a
muchas personas en una Grecia económicamente devastada. Como muchos
movimientos fascistas del siglo XX, Amanecer Dorado presenta como chivos
expiatorios a inmigrantes, musulmanes y africanos primordialmente, por muchos
de los problemas enfrentados por los griegos. En circunstancias económicas
calamitosas, un odio irracional semejante se vuelve atractivo; una respuesta a
la pregunta de cómo resolver los problemas de la sociedad. Por cierto, a pesar
de que los dirigentes de Amanecer Dorado están presos, otros miembros del
partido continúan en el Parlamento y siguen siendo candidatos a puestos
importantes, incluyendo el de alcalde de Atenas. Aunque una victoria electoral
es poco probable, otro resultado positivo en las elecciones haría mucho más
difícil la erradicación del fascismo en Grecia.
Si
se tratara de un fenómeno limitado a Grecia y Ucrania, no constituiría una
tendencia continental. Lamentablemente, sin embargo, vemos el ascenso de
partidos políticos similares, aunque algo menos abiertamente fascistas, en toda
Europa. En España el gobernante Partido Popular pro austeridad actúa para
imponer leyes draconianas que limitan las manifestaciones y la libertad de la
expresión y aprueba tácticas policiales represivas. En Francia, el Partido
Frente Nacional de Marine Le Pen, que vehementemente culpa a inmigrantes
musulmanes y africanos, obtuvo casi el 20% de los votos en la primera vuelta de
las elecciones presidenciales. De la misma manera, el Partido por la Libertad de Holanda –que
promueve políticas antimusulmanas y contra los inmigrantes– ha crecido hasta
convertirse en la tercera fuerza del Parlamento. En toda Escandinavia
los partidos ultranacionalistas, que otrora actuaban en total irrelevancia
y oscuridad, son ahora protagonistas significativos en las elecciones. Esas
tendencias son preocupantes, por no decir otra cosa peor.
También
hay que señalar que, más allá de Europa, existe una serie de formaciones
políticas cuasi fascistas que, de una u otra manera, son apoyadas por EE.UU.
Los golpes derechistas que derrocaron a los gobiernos de Paraguay y Honduras
fueron tácita y/o abiertamente apoyados por Washington en su esfuerzo
aparentemente interminable de suprimir a la izquierda en Latinoamérica. Por
cierto, también hay que recordar que el movimiento de protesta en Rusia fue
encabezado por Alexei Navalny y sus seguidores nacionalistas que son
partidarios de una virulenta ideología antimusulmana y racista que considera a
los inmigrantes del Cáucaso ruso y de las exrepúblicas soviéticas inferiores a
los “rusos europeos”. Estos y otros
ejemplos comienzan a pintar un retrato muy desagradable de una política
exterior de EE.UU. que intenta utilizar las dificultades económicas y la
agitación política para ampliar la hegemonía de EE.UU. en todo el mundo.
En
Ucrania, el “Pravy Sektor” ha llevado
la lucha de la mesa de negociaciones a la calles en un intento de realizar el
sueño de Stepan Bandera, una Ucrania libre de Rusia, de judíos y de otros “indeseables” desde su punto de vista.
Animados por el continuo apoyo de EE.UU. y de Europa, esos fanáticos
representan una amenaza más seria para la democracia que la que podría llegar a
significar Yanukovich y el Gobierno pro ruso. Si Europa y EE.UU. no reconocen
esta amenaza en su inicio podría ser demasiado tarde cuando lo hagan.
No hay comentarios :
Publicar un comentario