John
Zerzan (*
). Grupo Antimilitarista Tortuga
En 1985, el sida se llevó a la influencia más
ampliamente conocida del posmodernismo, Michel Foucault. Llamado a veces "el filósofo de la muerte del
hombre" y considerado por muchos como el mayor de los discípulos
modernos de Nietzsche, sus amplios estudios históricos (por ejemplo, sobre la
locura, las practicas penales o la sexualidad), lo hicieron bien conocido,
aparte de que éstos por sí mismos sugieren diferencias entre Foucault y el
relativamente más abstracto y ahistórico Derrida. Como hemos dicho, el
estructuralismo había devaluado con energía al individuo a partir de
fundamentos mayormente lingüísticos, en tanto que Foucault caracterizaba al "hombre (como) sólo una invención reciente, una forma que no ha cumplido aún los
doscientos años, un simple pliegue de nuestro conocimiento que pronto
desaparecerá". Su énfasis está puesto en la explicación del "hombre" como aquello que se
representa y se produce como un objeto, específicamente como una invención
implícita de las modernas ciencias humanas. A pesar de su estilo personal, las
obras de Foucault se hicieron mucho más populares que las de Horkheimer y
Adorno (por ejemplo, la Dialéctica de la Ilustración) o las de Erving
Goffman[1], en la misma línea de descubrir el programa secreto de la
racionalidad burguesa. Foucault señaló que fueron las tácticas "individualizadoras" puestas
en juego por las instituciones clave a comienzos del siglo XIX (la familia, el
trabajo, la medicina, la psiquiatría, la educación), con sus roles
disciplinarios y normalizadores dentro de la modernidad capitalista emergente,
las que crearon al "individuo"
por y para el orden dominante.
Típicamente posmodernista, Foucault rechaza el
pensamiento originario y la noción de que hay una "realidad" detrás o
por debajo del discurso prevaleciente de una época. Además, el sujeto es una
ilusión creada esencialmente por el discurso, un "yo" constituido más allá de los usos lingüísticos
imperantes. Y así, ofrece sus detalladas narraciones históricas, llamadas "arqueologías" del saber, en
lugar de concepciones teóricas, como si ellas no llevaran consigo ninguna
ideología o supuestos filosóficos. Para Foucault no hay fundamentos de lo
social que puedan ser aprehendidos más allá del contexto de los variados
períodos, o epistemes, como los denomina; los fundamentos cambian de una
episteme a otra. El discurso dominante, que constituye a sus sujetos,
aparentemente se da forma a sí mismo; es éste un planteamiento bastante inútil
para la historia, que resulta sobre todo del hecho de que Foucault no hace referencia
alguna a los grupos sociales, sino que se centra por completo en sistemas de
pensamiento. Otro problema surge de su concepción de que la episteme de una
época no puede ser conocida por aquellos que actúan dentro de ella. Si la
conciencia es precisamente la que, según el propio Foucault, no logra ser
consciente de su relativismo, o saber lo que podría tener en común con
epistemes precedentes, entonces la propia conciencia elevada y abarcadora de
Foucault resulta imposible. Esta dificultad es reconocida al final de La
arqueología del saber (1972), pero permanece sin respuesta, como un problema
inocultable y obvio.
El dilema del posmodernismo es este: ¿cómo es
posible afirmar la categoría y validez de sus enfoques teóricos, si no se
admiten ni la verdad ni los fundamentos del conocimiento? Si eliminamos la
posibilidad de fundamentos o modelos racionales, ¿sobre qué base podemos
operar? ¿Cómo podemos entender qué clase de sociedad es aquella a la que nos
oponemos y, menos aún, llegar a compartir semejante entendimiento? La
insistencia de Foucault en el perspectivismo nietzscheano nos traslada al
pluralismo irreductible de la interpretación. Sin embargo, Foucault relativizó
el conocimiento y la verdad sólo en cuanto estas nociones se vinculan a
sistemas de pensamiento distintos a los suyos. Cuando se lo presionaba sobre
este punto, admitía que era incapaz de justificar racionalmente sus propias
opciones. De tal modo, el liberal Habermas declara que los pensadores modernos
como Foucault, Deleuze o Lyotard son "neoconservadores",
al no ofrecer ninguna argumentación coherente para orientarnos en una dirección
social antes que en otra. La adopción posmodernista del relativismo (o "pluralismo") significa
también que no hay nada que pueda impedir la perspectiva de que una tendencia
social reclame el derecho a imponerse sobre otra, ante la imposibilidad de
determinar los modelos.
El tema del poder, de hecho, fue central para
Foucault y los modos en que lo trató son reveladores. Escribió sobre las
instituciones significativas de la sociedad moderna como unidas por una
intencionalidad de control, un "continuum
carcelario" que expresa la lógica final del capitalismo, de la cual no
hay escape. Pero el poder en sí mismo, determinó, es una red o campo de
relaciones donde los sujetos son constituidos como los productos y los agentes
de aquél. Todo participa así del poder, y de tal forma nada se obtiene
intentando descubrir un poder opresivo, "fundamental",
para luchar en contra de él. El poder moderno es insidioso y "viene de todas partes". Como
Dios, está en todos los sitios y en ninguno a la vez.
Foucault no encuentra ninguna playa debajo de los
adoquines, ningún orden "natural"
en absoluto. Sólo existe la certeza de regímenes de poder sucesivos, a cada uno
de los cuales se debe resistir de algún modo. Pero la aversión típicamente
posmodernista de Foucault a la entera noción de sujeto humano hace muy difícil
ver de dónde podría provenir esa resistencia, no obstante su concepción de que
no hay resistencia al poder que no sea una variante del poder mismo. Respecto
al último punto, Foucault alcanzó un callejón sin salida adicional, al
considerar la relación del poder con el conocimiento. Llegó a verlos como
inextricable y ubicuamente ligados, implicándose directamente el uno al otro.
Las dificultades para seguir diciendo algo sustancial a la luz de esta
interrelación hizo que renunciara a la larga a una teoría del poder. El
determinismo implícito significó, en primer lugar, que su compromiso político
se hiciera cada vez más superficial. No resulta difícil entender por qué el
foucaltismo fue enormemente promovido por los medios, mientras que el
situacionismo, por ejemplo, era ignorado.
Castoriadis se refirió una vez a las ideas de
Foucault sobre el poder y la oposición a éste, como "Resistid si eso os divierte, pero sin una estrategia, porque
entonces ya no seréis más proletarios, sino poder". El propio
activismo de Foucault ha intentado encarnar el sueño empirista de una teoría -y
una ideología- libre de teoría, la del "intelectual
específico" que participa en luchas limitadas, particulares. Esta
táctica considera a la teoría sólo en su uso concreto, como un maletín de
herramientas ad hoc para campañas específicas. Sin embargo, a despecho de sus
buenas intenciones, la circunscripción de la teoría a una serie de "herramientas" inconexas y
perecederas no sólo rechaza una concepción general explícita de la sociedad,
sino que también acepta la división general del trabajo que está en el corazón
de la alienación y la dominación. El deseo de respetar las diferencias, el
saber particular y demás rechaza la sobrevaluada tendencia totalitaria y
reductiva de la teoría, pero sólo para aceptar la atomización del capitalismo
avanzado con su fragmentación de la vida en las estrechas especialidades que
son el ámbito de tantos expertos. Si "estamos
atrapados entre la arrogancia de analizar el todo y la timidez de inspeccionar
sus partes", como señalara adecuadamente Rebecca Comay, ¿de qué modo
la segunda alternativa (la de Foucault) representa un avance sobre el
reformismo liberal en general? Esta parece ser una cuestión especialmente
pertinente cuando se recuerda hasta qué punto la empresa total de Foucault
estuvo orientada a desengañarnos de las ilusiones de los reformadores
humanistas a lo largo de la historia. De hecho, el "intelectual específico" viene a ser un intelectual más
experto, un intelectual más liberal que ataca problemas específicos antes que
la raíz de éstos. Y al contemplar el contenido de su activismo, que se
desarrolló principalmente en el campo de la reforma penal, la orientación es
casi demasiado tibia como para calificarla incluso de liberal. En los años 80,
Foucault "intentó reunir, bajo la
égida de su cátedra del Colegio de Francia, a historiadores, abogados, jueces,
psiquíatras y médicos relacionados con la ley y el castigo", de
acuerdo con Keith Gandal. A todos los policías. "El trabajo que hice sobre la relatividad histórica de la forma
prisión", dijo Foucault, "fue
una incitación para tratar de pensar en otras formas de castigo".
Obviamente, aceptaba la legitimidad de esta sociedad y la del castigo; no más
sorprendente fue su descalificación final de los anarquistas como seres
infantiles por sus esperanzas en el futuro y su fe en las posibilidades
humanas.
(*) Fragmento del Ensayo La catásfrofe del posmodernismo (el título
del artículo no es el original)
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