Por Marat
1.-RETRATO DE UN FALSARIO:
Las primeras lecturas sobre el pensamiento de este comediante involuntario indican que estamos ante un individuo con un narcisismo patológico a la búsqueda diaria e ininterrumpida de ventanas mediáticas en las que ver reflejada millones de veces su propio rostro; la personalidad ególatra de alguien encantado de conocerse, que reclama atención y admiración continuas para alimentar su propia arrogancia.
No obstante, sería peligroso declararle un simple cantamañanas como hacen algunos. Su hiperactividad generando mensajes a través de libros, artículos, redes sociales, como tertuliano en medios tradicionales (tv, radio), participando en debates y conferencias,…favorece su penetración más allá de su entorno natural, el fascista, sino entre sectores autodenominados marxistas, lo que es más peligroso si cabe.
No importan la ampulosidad de su escritura, el abuso de párrafos absurdos, plagados de un neolenguaje pedante y vacío de contenido, la deformación de las ideas de los autores a los que cita. Si no se entiende su cháchara será porque es muy profundo. Cuando en uno de sus textos delirantes logra enfilar dos frases seguidas con un mínimo de coherencia, sus hinchas caen rendidos, deslumbrados por haber comprendido algo y convierten su “profundo” mensaje en un meme, lo que no deja de ser un acto de involuntaria justicia.
A la audiencia escasamente formada puede impresionarles tal despliegue de actividad, aparentemente erudita, pero Fusaro es un producto más del mercado y, como tal, sujeto a la moda. Dentro de un tiempo el capital lanzará otra vedette al ruedo.
Al público más formado no se le escapa que su estilo, aparentemente dicharachero, deja entrever a un mequetrefe al que desnudan tres minutos de autoexhibición con un discurso errático, plagado de contradicciones.
Wagenknecht ha creado un partido y ahora está creando su estructura. Fusaro tiene “cheerleaders” y muchos boots ultras. Vox Italiae, el partido del que Fusaro dice ser “sólo el inspirador teórico”, no miembro, porque “nunca he tenido carnets y no quiero tenerlos” -”soy un librepensador “, dice-, va para su quinto año de vida en la que ha pasado de todo: escisiones, cambios de nombre, integración en otros grupos ,...
No cabe tratar a Fusaro del mismo modo que a Wagenknecht. Ambos son rojipardos y rechazables ideológicamente, sin duda. Pero en la alemana hay solidez intelectual, una trayectoria involutiva más lineal en el tiempo, mayor sinceridad en sus planteamientos. El italiano es un saltimbanqui ideológico, un farsante de ópera bufa, un "condottiero" sin escrúpulos cuyos dos objetivos supremos son hacer caja y alimentar su insaciable ego.
No por casualidad el dibujante satírico de cómic Alessio Spataro le dedicó en 2018 su particular homenaje, titulado “Le avventure rossobrune di Ego Fuffaro”. A nadie se le escapará la similitud fonética de ambos nombres (Diego Fusaro/Ego Fuffaro). Fuffaro en se traduce en español por “bastardo”. El protagonista de dichas aventuras es un pato, el “alter ego” de Fusaro, caracterizado por su lenguaje intencionadamente confuso, una personalidad vanidosa y una obsesión por los miedos a los monstruos que le acechan, a los que combate desde posiciones cada vez más fascistas.
El pensamiento de Fusaro es una mezcla de simplezas, manipulación falsaria de las fuentes, delirio argumental e inclusión en sus recursos teóricos de intelectuales reaccionarios o fascistas como si fuesen revolucionarios junto a otros que sí lo son por su teoría y su práctica.
La falacia de utilizar el nombre de Marx para intentar justificar sus disparates y declararse marxista le funciona muy bien porque la inmensa mayoría de las personas que se autoproclaman marxistas no han leído siquiera “El Manifiesto Comunista“, se limitan a usar unas cuantas frases de Marx, tomadas siempre de fuentes indirectas. Marx y Engels son para ellos lo que otros dicen que son y escribieron lo que otros dicen que escribieron.
Para estas personas, Marx o Lenin son nombres con evocación taumatúrgica (mágica). Como Cristo para el cristiano, para ellos no actúa la racionalidad sino la emoción cuasi religiosa que les suscitan sus figuras.
Así las cosas es fácil colarles tofu por chuletón, mucho más si el público receptor del mensaje manipulado tiende al dogma y, ante la frustración del proyecto revolucionario, acepta la explicación de la dramática victoria del capitalismo como consecuencia de las traiciones del reformismo conspirando con el neoliberalismo. Los términos traición y conspiración son para el dogmático lo que el chute para el yonqui: le calma mucho.
No debe extrañar entonces que en casi todas las principales webs alternativas de izquierda encontremos con frecuencia suss genialidades y las de algunos de sus discípulos. En “El viejo topo” están abonados a cada “fusarez” con el entusiasmo de un yihadista. No debiera valerles cualquier cosa, desde luego no los rojipardos, para desenmascarar las prácticas socioliberales de la izquierda pero les vale ¿Cabalgar sus propias contradicciones o ser cabalgados por ellas?
Veamos cuáles son las principales “verdades reveladas” de Diego Fusaro, escoltado siempre por sus dos grandes inspiradores: el rojipardo comunitarista (nada que ver con el comunismo, aunque en el pasado militase en él) Costanzo Preve, quien tras su última involución política acabó publicado por editoriales fascistas como Edizioni all'insigno del Veltro, Settimo Sigillo, Controcorrente Edizoni,...en España por Editorial Fides, y el fascista de la Nueva Derecha Alain de Benoist, al que reivindica como “el pensador más cercano a mí”, de entre los franceses.
2.1.-“EL FASCISMO YA NO EXISTE”:
Es una de las principales opiniones (los argumentos son cosas muy distintas) de este filosofastro.
Como en la práctica generalidad de sus afirmaciones no es original. Éstas provienen de otros rojipardos o de fuentes fascistas, en este caso de Preve, que afirma la “ausencia total del fascismo” en su libro “Elogio del comunitarismo”.
“La crítica radical e intransigente del fascismo y el nacionalsocialismo, hecha en nombre de un principio comunitario, debe llevarse a cabo de una manera absolutamente independiente de la retórica del antifascismo políticamente correcto. Este antifascismo no es más que un conjunto de ideologías legitimadoras, posteriores a 1945 y, por tanto, en ausencia total del fascismo, mientras tanto ya muertas, enterradas y ya no seriamente viables”. [Op. Cit. Pag. 195]
En la página 63 de su libro “El contragolpe”, refiriéndose a las que denomina “izquierda fucsia” dice Fusaro “son antifascistas en ausencia del fascismo para no ser anticapitalistas en presencia del capitalismo”
Como por efecto de encantamiento, el fascismo ya no existe. Basta cambiarle el nombre por “populismo liberal-conservador” (Salvini y Meloni) o “populismo regresivo” ( Trump) y, ¡zas!, desaparece.
Que Salvini, en 2018, cuando era Ministro del Interior, propusiese hacer un censo de gitanos (como Hitler con los judíos) para poder expulsar a los no italianos y señalase que “los gitanos italianos por desgracia hay que quedárselos”, no es fascismo, es populismo liberal-conservador.
Que Salvini, ya con Meloni de Primera Ministra y él de titular de Infraestructuras y Transportes en 2023, se fueran a un karaoke donde entonaron juntos una canción sobre una inmigrante que se ahogó en un río en la zona de Calabria, la misma región en la que el mar continuaba devolviendo esos días a su costa los cadáveres de un naufragio masivo de inmigrantes, no es fascismo, es populismo liberal-conservador.
Que Fratelli d´Italia, el partido de Meloni, con el que ésta gobierna en coalición con otros de ultraderecha, se declare heredero del MSI (Movimiento Social Italiano), creado en 1946 por veteranos de la República Social Italiana (Republicca Sociale Italiana), conocida como República de Saló, no es fascismo, es populismo liberal-conservador. Sobre este particular les invito a leer el interesante artículo titulado “¿El regreso del fascismo a Italia? El significado de los Fratelli d’Italia”. La coincidencia del discurso de los Fratelli y de Fusaro es reveladora de quién es este quintacolumnista disfrazado de filósofo. Por cierto, Fusaro presiono en su momento para que Fratelli d´Italia entrase en el gobierno de coalición con la Liga de Salvini y el Movimiento 5 Estrellas.
Que CasaPound (toma su nombre del poeta fascista estadounidense Ezra Pound, admirador de Mussolini), partido-movimiento italiano, se declare “fascista del tercer milenio”, que tiene un pie en la vieja tradición del fascismo italiano, incluido el dar palizas a inmigrantes, y el otro en el vintage ideológico de la llamada transversalidad de los años 30 del siglo pasado, no es fascismo, es populismo liberal-conservador. Quizá por este motivo Fusaro admite abiertamente que colabora con ellos y escribe en su periódico “Il Primato Nazionale”.
Que entre los partidos europeos con los que se relacione CasaPound estén los nazis de Pravyj Sector (Ucrania), Der III Weg (Alemania) o el ilegalizado Amanecer Dorado (Grecia), sólo ratifica su condición de populista-liberal.
Que los neonazis alemanes de la AfD, que podrían llegar a ser la primera fuerza política en su país, se reunieran en noviembre pasado en un hotel cerca de Potsdam, con nazis “pata negra”, empresarios (imagino que patriotas para Fusaro) y dos miembros de la CDU (corriente Unión de Valores), hecho denunciado por el medio alemán Corrective.org en el artículo que aquí les enlazo, para planear la expulsión de millones de inmigrantes de Alemania, no es fascismo, es populismo liberal-conservador.
No ven a la AfD como meros populistas liberal-conservadores los alemanes que el viernes 19, el sábado 20 y el domingo 21 de enero se manifestaron contra el nazismo en más de 100 marchas por toda Alemania en las que han participado organizaciones marxistas-leninistas, libertarios, sindicatos, grupos antifascistas, asociaciones vecinales, clubes deportivos, iglesias, ayuntamientos, así como todo el arco parlamentario y por supuesto, cientos de miles de ciudadanos sin adscripción política, que representan la parte sana y democrática alemana. Entre ellos, aquellos a los que el cráneo privilegiado de Fusaro/Fuffaro llama “tontos que se hacen llamar 'de izquierda' [que]luchan contra el fascismo, que ya no existe”.
Que el 6 de enero de 2021, grupos ultras asaltaran el Capitolio de EE.UU., arengados previamente por Donald Trump y por grupos conspiranoicos como Qanon, no es fascismo, es populismo liberal-conservador…o, como mucho “populismo regresivo”
Que el 8 de enero de 2023 la chusma bolsonarista brasileña, con la connivencia de las fuerzas de seguridad y el apoyo de los sectores más fanatizados de las sectas evangélicas, irrumpieran en la sede del Congreso, tras tres meses de incitar al golpe de Estado, después de la derrota electoral de su jefe, el militar ultraderechista Jair Bolsonaro, no es fascismo, es populismo liberal-conservador.
Que Javier Milei, presidente de Argentina, continúe intentando contra la oposición del Parlamento una auténtica ley habilitante (Hitler la usó en 1933), llamada pomposamente “Ley de bases y puntos de partida para la libertad de los argentinos”, conocida como “Ley Ómnibus”, que le faculta para tomar decisiones en materias “económica, financiera, fiscal, previsional, de seguridad, defensa, tarifaria, energética, sanitaria, administrativa y social hasta el 31 de diciembre de 2025”, sin contrapeso de poderes constitucionales, y que dicha ley restrinja radical y penalmente (de tres a cinco años de cárcel) derechos de reunión y manifestación, permitiendo incluso que los ciudadanos se tomen la ley por su cuenta, llegando incluso a asesinar impunemente, no es fascismo, es populismo liberal-conservador.
Que el Estado terrorista de Israel esté cometiendo el mayor genocidio de su historia contra más de 31.000 palestinos, a los que ha asesinado hasta el momento, con la complicidad criminal de quienes votaron a Benjamín Netanyahu, y de los judíos ultraortodoxos con los que gobierna en coalición, no es fascismo, es populismo liberal-conservador.
Desde cierta perspectiva academicista hay una resistencia a denominar fascistas a determinados movimientos, partidos, políticos, intelectuales, ideas, posturas políticas y gobiernos ultraderechistas que no se enmarquen en lo que conocemos como “fascismo histórico”.
“Sensu stricto”, y desde una postura purista, el fascismo sería un régimen político único establecido en Italia entre 1922 y 1943, ya que la República de Saló (1943-1945) fue un régimen títere sostenido por la Wermacht en la zona norte de Italia, única que controlaban los nazis.
Ni siquiera, desde esa rigidez teórica podría calificarse el nacionalsocialismo de fascismo en sentido genérico, dadas las diferencias en la cuestión de la raza y el racismo y del peso atribuido en cada caso a la relación entre partido único y Estado.
Tampoco lo serían, desde dicha perspectiva, el rexismo belga de Degrelle o la Guardia de Hierro rumana de Codreanu. Menos aún el régimen franquista y el salazarista, para los que el profesor de ciencia política de la Universidad de Yale, Juan José Linz, empleó el término de “Estados autoritarios”, liberándolos del título de fascistas, algo muy conveniente para los intereses político-estratégicos norteamericanos, ya que ambas dictaduras, amigas de dichos intereses, les cubrían parte del eje Atlántico-Mediterráneo por sus posiciones anticomunistas.
Por encima de las dificultades que se encuentren para establecer una única definición del fascismo de acuerdo a un listado cerrado y compartido de rasgos, aquél posee ciertas características que le son comunes (nacionalismo extremo, corporativismo social, exaltación del Estado, rechazo del marxismo y del liberalismo político, militarismo, intereses de clase a los que realmente representa, mitificación del líder máximo, recurso verbal y físico a la violencia,...) más allá de sus particularidades ideológicas y de práctica política.
Pero a su vez, el fascismo, como movimiento político experimenta sus propios procesos, posee una dinámica histórica que le permite adaptarse a lo largo del tiempo a los momentos y entornos en los que se presenta y desarrolla. No podría ser de otro modo, dada su derrota sufrida en Europa tras la II G.M. Es su tendencia en tanto que movimiento hacia el alcance de sus objetivos lo que permite identificarlo como tal, independientemente de las mixtificaciones de respetabilidad y homologación democrática con los que pretenda camuflarse.
Caracterizarlo como populismo liberal-conservador es un modo de blanquearlo en un contexto en el que el término populismo se ha convertido en un saco roto en el que cabe todo y que, lejos de aclarar, oscurece las definiciones ideológicas.
2.2.-LA IZQUIERDA FUCSIA JUSTIFICA AL NEOLIBERALISMO:
Tiene razón Fusaro cuando acusa a la izquierda mayoritaria de “no ser anticapitalista”. Pero el no ser anticapitalista nada tiene que ver con aquello de lo que la acusa al calificarla como “fucsia”.
Veamos cómo “argumenta” Fusaro en su crítica a la izquierda, a la que descalifica como “fucsia”, término cursi y relamido donde los haya.
(…) “la izquierda ha abandonado por completo a Marx, Gramsci y Lenin para convertirse a las razones del neoliberalismo progresista. De roja, la izquierda ha pasado a ser fucsia y arco iris, fiel guardiana del equilibrio de poder capitalista a escala mundial. Lo que la derecha del dinero quiere, la izquierda del disfraz lo justifica ideológicamente. Desde la inmigración masiva hasta la destrucción de los Estados-nación soberanos, desde la demolición de la familia hasta la neutralización de las identidades culturales. Lo Woke señala precisamente esto, la reconversión de la izquierda del marxismo a una ideología arco iris de simple glorificación de las relaciones de poder capitalistas”.
Es de suponer que la crítica de Fusaro es hacia la izquierda representada en el pasado por los PP.CC., dado que Marx, Gramsci y Lenin son ajenos a los PP.SS. Y dentro de los PP.CC. el francés, el español y, particularmente, el italiano (hoy Partido Demócrata). Siguen la estela del italiano los exPP.CC. reconvertidos en nuevas izquierdas, Die Linke, IU, Sumar, partidos nórdicos, etc., que son corrientes socialdemócratas, volcados especialmente hacia las clases medias.
Mención aparte merecen el KKE, el DKP y el PC Portugués, partidos con diferentes pesos pero muy combativos y con fuerte orientación de clase.
Y, sí, es muy cierto que los antiguos PP.CC., salvo las excepciones citadas, ya no son rojos, tampoco de son ya de Marx ni de Lenin. El caso de Gramsci es distinto porque permite bifurcaciones en su lectura. Si para Manuel Sacristán no hay duda de su adscripción revolucionaria, para Perry Anderson (“Las antinomias de Antonio Gramsci”) es “un kautskyano que no se conoce a sí mismo“; es decir, un reformista. De ahí que Gramsci fuese más fácil de integrar que Lenin en la retórica eurocomunista y también en la fusariana
Pero esa izquierda postcomunista no dejó de ser revolucionaria con la llegada del neoliberalismo, como insinúa Fusaro. Lo hizo incluso antes del eurocomunismo, a pesar del artículo en que rechaza a Berlinguer y ensalza a Togliatti. El mismo Togliatti que desarmó a los partisanos que habían luchado contra los nazis y los fascistas de la República de Saló y anteriormente y que integró al PCI en el gobierno del ex fascista de conveniencia Badoglio. “Yo era fascista porque el rey lo era”, dijo este general tras la II G.M.
En febrero de 1945, dos meses antes de que Hitler se suicidase en Berlín, la Conferencia de Yalta estableció el reparto de Europa en dos áreas de influencia: la norteamericana y la soviética.
La experiencia del rechazo de la URSS a apoyar a la poderosa guerrilla comunista griega en la guerra civil que siguió a la II G.M. dejó claro cómo estaban las cosas.
Para 1948 los partidos comunistas de la Europa capitalista, ya habían entrado en algunos países en gobiernos de concentración nacional, habían contribuido al desarme de las guerrillas antifascistas sobre las que tenían influencia y aceptado la vía parlamentaria y los límites del juego político. Se abría el camino a las llamadas vías nacionales al socialismo, vías que acabarían en el eurocomunismo y a las propuestas de democracia social avanzada (capitalismo con Estado del Bienestar). Partidos socialdemócratas con hoz y martillo esforzándose por ser candidatos a una parcela de gestión política del capitalismo. Y entonces no había wokismo alguno.
Esta línea política es la que el “rossobruno” Fusaro afirma que en el pasado era roja y ahora es fucsia y arcoiris. La involución ideológica había comenzado muchos años antes. Bastó que la crisis capitalista de 1973 obligara a una reestructuración del propio capitalismo (cuestionamiento del modelo económico keynesiano, desregulación financiera, privatizaciones de empresas y servicios públicos, descentralización productiva, globalización neoliberal,…) y de las relaciones sociales de producción (precarización del empleo, reducción empresarial y gubernamental del poder sindical, ataque a los salarios directos, indirectos y diferidos de los trabajadores, sustitución de mano de obra por tecnología,…) para que la promesa de bienestar socialdemócrata, que Fusaro llama roja, se haya evaporado.
2.3.-“NECESITAMOS VALORES DE DERECHAS E IDEAS DE IZQUIERDA”:
Por la boca muere el pez. En el intento de síntesis derecha-izquierda se manifiestan con absoluta claridad los elementos rojipardos y trasversales de Fusaro y ahí encajan sus alusiones a algunos pensadores marxistas (Karl Marx, Antonio Gramsci, Gyorgy Lukács) o meramente de izquierdas (Norberto Bobbio), arteramente manipulados a su conveniencia, amalgamados obscenamente con un largo listado de teóricos fascistas (Giovanni Gentile, Costanzo Preve, Alexander Duguin, Alain de Benoist, Martin Heidegger, Julius Evola, Oswald Spengler, Carl Schmitt,…), ocultando o atenuando la importancia de su adscripción ideológica, y pretendiendo ser pertinentemente traídos a colación en el desarrollo de un argumento.
Su vinculación transversal la expresa como “la superación de la dicotomía derecha-izquierda”, a través de la unión de los valores de derecha con las ideas de izquierda.
¿Cuáles son esos valores conservadores que reclama Fusaro? Dependiendo del momento va introduciendo unos, sacando otros del listado, cambiándolos el nombre para hacerlos más digeribles, alargando su denominación para justificarse ante las críticas recibidas,…
Los valores conservadores o de derechas, siempre en sus propias palabras que propone Fusaro con más frecuencia son: familia, honor, lealtad y, últimamente, Dios ¿No les suenan a ustedes un pelín rancios y regresivos?
Los nombra menos pero suele hacerlo empleando sinónimos o ideas más o menos próximas: identidad, a la que en ocasiones llama arraigamiento; eticidad, a la que a veces llama moral.
Emplea, ocasionalmente, un concepto material y concreto, como es Estado, como si fuera un valor abstracto. Filosóficamente, Estado como valor tiene un mal pasar, por lo que lo connota como “Estado nacional patriótico como límite a la privatización liberal”. Y, tras soltar esta necedad, se hizo un selfie para colgar en Instagram.
En cualquier caso, dejaremos para tratar con detalle en el apartado 2.3 los que él llama valores de derechas como Estado nacional patriótico, nación y los que entran dentro de su campo semántico como arraigamiento e identidad
Familia es otro concepto material y concreto, que genera y transmite valores pero que no es un valor en sí mismo, salvo que se le connote.
Merece la pena que analicemos los valores y conceptos que nos propone este matón de la metafísica para ver lo que hay tras los bastidores de su teatro.
Sobre la familia dice que “el libertino, que es el liberal en la esfera erótica, odia a la familia porque sólo quiere átomos de disfrute sin estabilidad ni planificación”. Resulta que es la moral conservadora la que más practica la contradicción de los vicios privados (el libertino) y las públicas virtudes (el mojigato burgués) que, a la vez que disfruta de la prostitución, condena a la prostituta, como enemigo disolvente de la familia.
Señala Fusaro en una entrevista en la publicación digital Centinela -sí, el medio es tan de derecha como su nombre sugiere- que “el amor y la familia obstaculizan la globalización neoliberal porque, como decía Aristóteles, son la prueba de que somos animales comunitarios, un zoon politikon que nace ya en una comunidad, en un ligamen, que es la familia, lo que se opone a la idea de una sociedad compuesta únicamente de individuos […] Los liberales, desde John Locke hasta Margaret Thatcher o Von Hayek dicen que no es la comunidad o la familia el origen, sino el individuo, que crea relaciones por el interés propio: éste es el error antropológico […] el capital quiere suprimir la familia, que es asimismo anticapitalista por su propia esencia, al tratarse de un contrato a tiempo indeterminado: en la época en que todo debe ser precarizado, la familia mira a lo eterno, busca perdurar y establece entre sus miembros una especie de welfare state, de relaciones de don y altruismo”.
Si algo caracteriza al estilo argumental de Fusaro es el constante recurso a las afirmaciones gratuitas. La falacia lógica es el modo a través del que habitualmente expone sus asertos.
Que una proposición sea falsa, la de los liberales que afirman “la idea de una sociedad compuesta únicamente de individuos”, no significa que el razonamiento previo que se les opone sea verdadero- “el amor y la familia obstaculizan la globalización neoliberal porque, como decía Aristóteles, son la prueba de que somos animales comunitarios…”
¿Ignora acaso Fusaro que, además de lo que Marx llama la “reproducción social”, y otras tareas y funciones que realiza la familia, es también una transmisora de valores y que, bajo el capitalismo la ideología dominante es la ideología de la clase dominante? ¿Pretende que creamos que las familias burguesas son “por su propia esencia” anticapitalistas”? Incluso aunque fuese cierta, en cada familia, la afirmación de que “establece entre sus miembros una especie de welfare state, de relaciones de don y altruismo" (la solidaridad intergeneracional padres-hijos no suele ser recíproca cuando los primeros son ancianos, incluso antes del neoliberalismo), ¿qué le hace suponer a Fusaro que dichas virtudes las extiende cada familia hacia las demás familias? Obviamente esto no es cierto ¿De qué manera cree que van a operar dentro de ese supuesto anticapitalismo de las familias los valores, que él mismo reconoce como conservadores o de derechas, de Estado nacional patriótico, honor o Dios?
El honor, ese concepto pegajoso que atraviesa la historia, montada a lomos de las “clases” dominantes (señores, nobles, burgueses), extendido a sus brazos defensores (militares), y privativo de todos ellos, es reaccionario hasta los cimientos de la misma palabra.
Su ligazón a la sangre es perenne. Desde los Horacios de la Antigua Roma al “Amadís de Gaula” de los libros de caballería; del “seppuku” japonés ante la deshonra hasta las campeadas del Cid, mito del caballero cristiano y realidad mercenaria al servicio de la bolsa de moros y cristianos, la honra se lava con la sangre propia o del contrario.
Hubo que esperar al Siglo de Oro para que villanos y plebeyos adquirieran honor vía cuernos, asunto profusamente retratado tanto por Lope de Vega como por Calderón de la Barca. Estábamos ante una incipiente burguesía, cuya defensa del honor mancillado del hombre en los cuerpos de la esposa o la hija (eran un bien de su propiedad) requiere derramar la sangre del ofensor, o incluso de la mujer -ejemplo de esto último es la obra ”El médico de su honra”, de Calderón de la Barca -, elevándose la demanda de protección y auxilio al rey.
La relación (“Blut und Ehre”: sangre y honor) fue muy bien comprendida tanto por el criminal de guerra nazi Rosenberg, que la mitificó, como por las Juventudes Hitlerianas, que la convirtieron en su eslogan político.
Desde
que la burguesía se convirtió en la clase dominante, siglos antes
que el neoliberalismo, el honor es un bien mercantil: se liga a la
propiedad, el capital, el dinero. Es una deshonra ser pobre, un
motivo de vergüenza.
Es una burla que Fusaro proponga el
honor en una sociedad en la que el trabajador ha de vender su fuerza
de trabajo, venderse a sí mismo. Una y otra vez, por horas, para
vivir.
Otra de sus propuestas de valor conservador, Dios, recibe el nombre de “religión de la trascendencia”. Es una forma más “new age”de modernizar idea de Dios. Fusaro propone el regreso a ella frente a lo que llama “religión nihilista del mercado”. Es un misterio saber en qué se oponen cristianismo/catolicismo y capitalismo. En 2.000 años el cristianismo, como las demás religiones, ha sido el opio del pueblo al servicio de las “clases” (estamentos, grupos sociales) dominantes, el consuelo de una imaginaria vida eterna para los dominados que justificase y resignase pasivamente su sufrimiento en la única existente. Pero he aquí que el “marxista independiente” Fusaro se caga en Marx, se saca de la manga una encíclica papal, como San Diego I, ya canonizado para ir ganando tiempo, ferozmente antineoliberal y anticapitalista, con más contundencia que las que sus predecesores escribieron contra el marxismo, y no esas riñas de abuela benévola que en algún caso firmaron contra los pecadillos del capitalismo. Obviamente es una ironía. Cuando Fusaro reivindica a Ratzinger frente a Bergoglio lo hace porque el primero es involutivo incluso frente al anticomunista Wojtyla, al restaurar el infierno eterno con su fuego, que el polaco relativizó, como modo de condenar cualquier negativa a la resignación en la tierra. A Bergoglio le excomulga por su diálogo más abierto con las expresiones e identidades del mundo actual y una condena más a fondo del capitalismo, lo que para nuestro filósofo le resta espiritualidad y trascendencia. Ceguera hacia la realidad del mundo y su dolor es lo que realmente quiere Fusaro para su deseada Europa cristiana. Frente al discurso fusariano de una religión sacra, no sujeta a los intereses económicos del mercado, pero ajena al mundo, 2.000 años de guerras con justificaciones religiosas, condenas papales a las ideologías solidarias e igualitarias, como la encíclica furiosamente anticomunista “Divini Redemptoris” del Papa Pio XI, las propiedades y riquezas inmensas de la iglesia y “la legitimidad de la propiedad privada como garantía de la autonomía de la persona”. Esto son hechos y no fusareces.
Eticidad y moral son dos valores que Fusaro identifica como conservadores. Ello supone afirmar tácitamente que la izquierda carece de ética y moral, lo que en la práctica es declarar amorales a las personas de izquierda.
Puesto que Fusaro alude a que emplea dichos términos al modo de Hegel, y supongo que los toma de sus “Fundamentos de la filosofía del derecho”, les propongo que vayamos al grano de las definiciones de eticidad (“sittlichkeit”) y moral que propuso su maestro.
“La eticidad es la idea de la libertad como bien viviente que tiene en la autoconciencia su saber, su querer y, por medio de su obrar, su realidad”.
En “román paladino” la eticidad es la voluntad libre y consciente de la persona de actuar buscando hacer el bien.
La eticidad es para Hegel un bien a la vez universal e individual, que tiene una expresión económica, política y jurídica que se realiza plenamente en el Estado ¡Qué gran definición, casi platónica! Salvo que
a) En una sociedad dividida en clases con intereses antagónicos es difícil encontrar un número suficiente de valores que reflejen el bien y puedan ser aceptados universalmente. Sólo puede hacerse a través de la ideología dominante, que es la de la clase dominante, pero esa es una falsa conciliación de lo individual con lo universal.
b) La expresión legal del bien, en lo que afecte a cuestiones económicas, políticas o valores es la representación y sanción jurídica e ideológica de los intereses de la clase dominante.
c) El Estado es el aparato de dominación de la clase dominante sobre la dominada.
No hace falta ser catedrático de filosofía para entender qué intereses hay detrás de la reivindicación de Fusaro del valor conservador de la eticidad en sentido hegeliano: el trágala de la imposición de los intereses particulares de la burguesía como intereses generales de la sociedad.
Si recurrimos de nuevo a Hegel como fuente de inspiración de la propuesta de Fusaro de rescatar el valor conservador de la moral, para el filósofo alemán es la voluntad subjetiva del bien en el marco de una eticidad social, pudiendo entrar ambas en contradicción, dada la subjetividad de la primera, si bien la eticidad prevalece por su carácter comunitario sobre la moral.
Desde la perspectiva conservadora que Fusaro atribuye a la moral parece coherente pensar que lo que pretende es la integración del individuo dentro de la normatividad, la ideología y la concepción de Estado que implica la definición hegeliana de eticidad.
Las ideas de izquierda que Fusaro propone continuar defendiendo son:
Emancipación
Socialismo democrático
Dignidad del trabajo
Derechos sociales
Solidaridad
Defensa de los más débiles
Bien común
Fusaro suele emplear el término emancipación de modo indeterminado. En muchos de sus artículos y entrevistas no aparece con claridad el objeto/sujeto de su emancipación. En otros el objeto es el que toque en cada ocasión: el pensamiento, el Estado nacional frente a la globalización neoliberal, emancipación de la sociedad (toda, sin matices) falsa emancipación cuando es la de los gais (se veía venir),…
Cuando Fusaro alude específicamente a la emancipación de la clase trabajadora, lo hace oponiéndola a otras cuestiones que no le son en absoluto antagónicas pero que pretende hacer pasar por tales para ir colando su credo rojipardo. Veamos un caso absolutamente paradigmático de lo que acabo de afirmar. Lo titula “El complejo de Orfeo. El error del neoliberalismo progresista”.
En él Fusaro propone la renuncia al concepto de progreso porque se lo ha apropiado el capitalismo neoliberal que lo aprovecha para justificar así la eliminación de las conquistas sociales de la clase trabajadora y el desmonte del llamado Estado del Bienestar, que él llama pedante e incorrectamente “conquistas welfaristas”; todo ello con la cooperación de la izquierda.
Frente a ello ¿qué nos propone Fusaro? “Un comunismo enemigo del progreso” (sic), la vuelta al Estado del Bienestar, que hasta el socialdemócrata más estúpido sabe que no volverá, aunque sólo lo admita en privado, y el regreso a la familia tradicional, la educación, que ya no funciona como ascensor social, la sociedad civil, que es el escenario en el que se mueve el capital y los grupos de presión, y el Estado, que es el que privatiza y recorta conquistas sociales, gobierne quien gobierne. Grandioso
Cuando se es promotor de la ignorancia, como Fusaro, se intenta ocultar las profundas e históricas raíces de los conceptos progreso y progresista. Durante las revoluciones burguesas europeas de 1848 se producen alianzas coyunturales entre sectores de la pequeña burguesía y el movimiento obrero frente a la gran burguesía, que se identificaba con el Antiguo Régimen. Ambos defendían la idea de progreso frente a los residuos del régimen anterior, aunque la pequeña burguesía se contentase con acabar con él y las protestas proletarias defendieran derechos económicos, sociales y políticos para sí, por lo que ambas burguesías acabaran uniéndose luego contra el proletariado.
Históricamente, toda idea de mayor libertad e igualdad, con distintos significados según la clase social y la ideología política que las reclame, se ha calificado como progreso y a sus partidarios como progresistas. No sólo eso, progreso es también el conocimiento, la ciencia frente a la superstición, la razón frente a la conspiranoia (que Fusaro practica. Véase su defensa de los postulados del ficcionado Plan Kalergi), el laicismo frente a la religión,..
Lo que hay detrás de toda esa sinrazón y tejemanejes que se trae el filosofastro es la apelación nostálgica a un mundo pasado que se agota y, como los reaccionarios del último cuarto del siglo XVIII y del primero del XIX, el deseo de volver a un tiempo idealizado que sólo existe en su imaginación. Su maravilloso welfarismo duró sólo 28 años y, aunque nació influido por la combatividad de la clase trabajadora y el temor al contagio de los mal llamados países socialistas, es inexplicable sin la necesidad de rápida acumulación de capital tras la II G.M.
Según Fusaro, como el neoliberalismo se ha apropiado, parcialmente, de la idea de progreso, tergiversándola, el socialismo debe renunciar a dicha idea. “Mutatis mutandis”, como Fusaro y los rojipardos tergiversan el marxismo y el socialismo, hay que renunciar a ellos. Absurdo, ¿no? Lo coherente es desenmascarar tanto a Fusaro y su “troupe” como al capitalismo, abandonar cualquier nostalgia de Estado del Bienestar y asumir que, sino se apuesta por la revolución social, sólo queda la perspectiva de hambre, fascismo y guerra.
Socialismo democrático es otro de los fetiche-genialidad que nuestro héroe, incansable en su racaraca contra el neoliberalismo (el capitalismo “ya, si eso”), nos echa como si fuera un hueso de goma a un perro famélico.
El socialismo es democrático o no es socialismo. En él, la propiedad de los medios de producción no es del Estado sino de los trabajadores, la decisión de la organización del trabajo, del proceso, las condiciones de trabajo y la dirección de la empresa les corresponde a ellos y no a un representante, no revocable en la práctica, dirigente de un único partido, que pretenda representar a toda la clase. El socialismo no restringe los derechos políticos a los únicos que el partido decide que son aceptables porque la dictadura del proletariado es la dictadura de la clase trabajadora (democrática porque representa a la gran mayoría) sobre los restos de las antiguas clases dominantes.
Lo que no tiene absolutamente nada que ver con el socialismo es el llamado “socialismo democrático”. Los hechos son los que importan y lo cierto es que, por encima de la consideración de que sin democracia no hay socialismo- “La emancipación de los trabajadores debe ser obra de los trabajadores mismos” según afirma el primer párrafo de los estatutos de la Primera Internacional, redactados por Marx- más de de 150 años de lo que luego hemos conocido como socialismo democrático ha devenido en la nada más absoluta. El socialismo democrático es la aceptación del capitalismo con dos caras: la que viene de la socialdemocracia del Programa de Gotha, al que criticaron duramente Marx y Engels, hoy social-liberalismo, y la que viene del eurocomunismo, hoy populismo de izquierdas que, como el visir Iznogud, quiere ser el califa (socialdemocracia) en lugar del califa (social-liberalismo).
Uno y otro formato del reformismo que ya no reforma hace muchos años que no tienen por objetivo una sociedad socialista (ni siquiera son gradualistas), fuera de alguna, cada vez más esporádica, referencia ritual. Su aspiración es, allá donde gobierna, repartir unas migajas entre las clases populares para hacer del capitalismo un Moloch ligeramente más compasivo.
No hay posibilidad de error. No se trata de que Fusaro, al proponer otra ronda más de socialismo democrático, este aludiendo al requisito democrático del socialismo para ser socialista. Después de 110 años de la rendición de la socialdemocracia europea a los créditos de guerra en sus respectivos países, avalando la I G.M.; 47 años después de la oficialización del eurocomunismo como vía parlamentaria hacia la nada; después de los ríos de tinta escritos y teorizados por los Lassalle, los Bernstein, los Kautsky, los Bobbio, los Togliatti (“La vía italiana al socialismo”) o los Poulantzas, ya no puede haber dudas sobre lo que significa el socialismo democrático. Hay que aclarar que, salvo Poulantzas o Bobbio, los demás desaparecieron muchos años antes de la globalización neoliberal y la diversidad sexual a la que Fusaro tiene una obsesiva y sospechosa aversión
Pero su cinismo permite a Fusaro soplar y sorber a la vez. Lo mismo que expresa su adhesión a la socialdemocracia y al social-liberalismo, a través eufemismo del socialismo democrático, que suena más aceptable, afirma también su apuesta por la ruptura revolucionaria leninista. Fusaro dice que “La ideología del progreso, es decir, del crecimiento ordenado según la figura temporal del continuum, acaba planteándose, en el marco del capitalismo especulativo, como el principal obstáculo para la revolución socialista entendida como «salto» y como «ruptura» -en términos leninistas- de la evolución lineal de la sociedad mercadoforme”. Pero es que “el crecimiento ordenado según la figura temporal del continuum” es el socialismo democrático que un poco antes ha dicho defender ¿Es posible mayor grado de indigencia intelectual e indecencia moral? No. Fusaro lo ha vuelto a hacer.
Intuyo que la expresión socialismo democrático es un comodín que le sirve para reivindicarse como demócrata cuando su condición fascista está claramente establecida.
Dos términos que identifican a la izquierda, la reformista que ya no reforma nada, y también a Fusaro y que, aunque tengan distinto contenido, responden a una misma enorme patraña, son los conceptos dignidad del trabajo y bien común. Ninguno de los dos existe ni puede existir bajo el capitalismo. Son tan reales como el mitológico cuerno de la abundancia o el marxismo de Fusaro.
En una sociedad capitalista, basada en unas relaciones sociales de producción capitalistas, la fuerza de trabajo es una mercancía. El trabajador sólo posee su capacidad para trabajar como único bien del que es dueño para conseguir su sustento. En ese sentido es libre para cambiar de empresa, no trabajar “o morir de hambre” (“Manuscritos económicos y filosóficos de 1844”. Karl Marx). Pero, una vez que el trabajador vende su fuerza de trabajo, deja de ser dueño de la misma porque la ejerce bajo unas condiciones que él no establece sino el empresario. El trabajador se vende a sí mismo por horas. Su salario se basa en el cálculo empresarial del número de horas, a un precio estipulado por el empresario, necesario para reproducir su fuerza de trabajo y la subsistencia de su familia. El número de horas realmente pagadas es siempre inferior al número de horas contratadas, por lo que el trabajador trabaja gratis un número de ellas diarias; ello constituye el plustrabajo, que da lugar a la plusvalía. El trabajo asalariado es siempre, en consecuencia, un trabajo explotado. Entonces ¿de qué mierda de dignidad del trabajo habla Fusaro? El “trabajo digno”, correlato del llamado “salario digno”, es lo que reclaman los progres (socialdemócratas, social-liberales y pseudocomunistas) y Fusaro como gran reivindicación y que los marxistas llamamos explotación. Pelear por conquistas parciales que mejoren, siquiera temporalmente, las condiciones de vida de la clase trabajadora es necesario pero no cambia el hecho de la explotación laboral bajo el capitalismo. Llamar a esas conquistas parciales, aunque necesarias, siempre pasajeras, dignidad del trabajo es aceptar y respaldar ese sistema, lo diga un progre o un fucsi(a)pardo como Fusaro La sobreexplotación es lo que los progres (socialdemócratas, social-liberales y pseudocomunistas) y Fusaro llaman explotación. Para aclarar algo más lo que es la sobreexplotación, a diferencia de la explotación, recurriremos a Emir Sader: “formas agregadas de explotación, de extensión de la jornada y de intensificación del trabajo que, combinadas, generan mecanismos que elevan la explotación “muy por encima de las condiciones normales y estructurales de extracción de la plusvalía”.
¿De qué se habla cuando se habla del concepto bien común? Se trata de una expresión que posee tanto un sustento filosófico e ideológico como una dimensión práctica.
Filosóficamente el bien común es todo lo que es compartido por el conjunto de la sociedad y le produce un beneficio que puede ser material o inmaterial (moral, espiritual). Deja fuera lo que es privativo y propiedad de cada uno y entiende que, como fin, no se persigue la mejora de la vida de cada individuo sino el perfeccionamiento de la sociedad en su conjunto, aunque enfatiza una idea de justicia equitativa (Jhon Rawls). Desde su propia perspectiva, se opone tanto a la concepción de la sociedad liberal, por orientarse hacia la satisfacción egoísta del interés individual, como a la totalitaria, por su visión absolutista del Estado que anula a la persona. Está inspirado en la doctrina social de la iglesia católica que concilia intereses contrapuestos de clase y pretende la cohesión social, aunque la recoge de la filosofía clásica griega y tiene una raíz eminentemente iusnaturalista, al derivarlo de la naturaleza humana. Ello cuestiona el propio concepto del bien común desde su propia base porque en el concepto de naturaleza humana hay dos visiones radicalmente antagónicas: la inmutable, para la que aquella es abstracta y permanente (fondo metafísico y religioso) y la histórica, para la que el ser humano es parte de un “conjunto de relaciones sociales históricamente determinadas” (Gramsci).
Desde su aplicación práctica, es el Estado (el mismo que Marx y Engels definieron como “el Consejo de Administración que rige los intereses colectivos de la clase burguesa”) el garante del bien común (la zorra cuidando a las gallinas). Aunque no existe pleno consenso sobre los elementos constitutivos del bien común, parece que dominan los relativos al logro del bienestar material (Estado del Bienestar), el acceso a la cultura y la educación y unas condiciones de paz, justicia y libertad. Una bonita utopía a la que sólo se acercaron el modelo nórdico y media docena de países más en el mundo durante los años de mayor crecimiento económico capitalista. El resto de los países del capitalismo avanzado empezaron a ver contraído ese ideal desde hace 50 años. El capitalismo sólo ha podido garantizar el espejismo de prosperidad colectiva, necesaria para el mito del bien común, mientras su ciclo expansivo estaba en alza. Pero no importa porque en la sociedad de la ignorancia las palabras que suenan bonitas siguen captando a un elevado número de incautos, siempre que haya desaprensivos que se las vendan. Luego se acabó la fiesta. Y eso para los países ricos porque ⅔ de la humanidad nunca vio tal jolgorio.
Solidaridad y defensa de los más débiles son dos conceptos que desde la izquierda tienden a relacionarse aunque, como en en el caso del bien común o la noción de justicia social, no debieran hacerlo. La tríada -bien común, a través de Tomás de Aquino, justicia social, a través del jesuita Luigi Taparelli y defensa de los más débiles, dentro de lo que se conoce como doctrina social de la iglesia, y que remiten incluso a las órdenes militares religiosas del medievo, tiene una indudable raíz cristiana.
No debería ser un problema que una corriente política, incluido el marxismo, tome préstamos de pensamientos ajenos. La aparición de nuevas realidades, no contempladas en el origen del corpus de un pensamiento, puede hacerlo necesario. Pero cuando esos préstamos son antagónicos a la teoría propia, al ser incorporadas a ella, la contaminan y cambian su naturaleza esencial. No son compatibles un pensamiento que hace de la lucha de clases y la necesidad de la violencia revolucionaria ejes centrales del mismo y elementos doctrinarios que tienen su sustrato ideológico en la paz y la conciliación de intereses sociales.
Es lo que sucede cuando a las ideas de izquierda, que tiene su origen en la Revolución Francesa, y especialmente en sus corrientes más centradas en los intereses de los sectores no burgueses (campesinado pobre, “sans culottes”, “brazos desnudos”) se le añaden pensamientos de origen cristiano o de teóricos liberal-progresistas como Rawls, Habermas, Galbraith, Berlin, Guidens o Dahrendorf. Las ideas que ponen, en su enfoque social, la lucha contra la pobreza, en lugar de centrarse en el objetivo de la igualdad real, no la falsa de oportunidades, que no ataca a la esencia misma de la desigualdad (una sociedad dividida en clases), son tan ajenas y opuestas incluso a la socialdemocracia original como el de aquellos intelectuales que, del trío Libertad, Igualdad, Solidaridad (antes Fraternidad), enfatizan la libertad.
Por último, nada que añadir al concepto derechos sociales, salvo que como objetivo de lucha dentro del capitalismo para la clase trabajadora y los sectores populares, es siempre transitorio porque, al igual que se conquistan, se pierden, lo que hace necesaria la fuerza constructora de la destrucción del capitalismo.
Si consideramos cuáles son las ideas de izquierda que Fusaro propone defender veremos que el modelo social y político que defiende es el propio del reformismo que ya nada reforma como la izquierda actual, lo que le convierte en un sujeto fucsia pero con el añadido pardo del ultranacionalista xenófobo y homófobo, tan alejado del marxismo que la autoadscripción al mismo del italiano es una parodia.
2.4.-ESTADO NACIONAL FRENTE A GLOBALIZACIÓN NEOLIBERAL
“Si la élite, el Señor globalista, es precisamente cosmopolita, a favor de la apertura ilimitada de la libre circulación, el siervo, en cambio, debe luchar por la soberanía nacional-popular como base de la democracia de los derechos sociales. Hoy es preciso restablecer el vínculo entre el Estado nacional y la revolución socialista. Este es el punto fundamental” (El Viejo Topo. Entrevista a Diego Fusaro. 14 de diciembre de 2023)
Si hay algo a lo que la izquierda no debe agarrarse es a lo que él llama “Estados-nación soberanos” porque son una ficción. Nunca el Estado bajo el capitalismo fue un aparato neutro que la clase trabajadora pudiera utilizar a su favor sin tomarlo por la fuerza, sino el medio de favorecer las relaciones de producción capitalistas y el beneficio empresarial, y bajo la globalización capitalista aún menos porque el capital escapa por completo a su control.
“Sin soberanía del Estado nacional no puede haber soberanía popular en el Estado, este coincide, en resumidas cuentas, con la democracia, es decir: con la autodeterminación del demos. Por esta razón, en la lucha de clases llevada a cabo desde arriba por parte de la élite globalista líquido- financiera, la disolución de las soberanías de los Estados tiende siempre –pensemos tan solo en la Unión Europea– a ser funcional a la supresión de las soberanías populares de los Estados, para que las decisiones no se tomen en los parlamentos nacionales sino en los consejos de administración posnacionales” (“Marxismo y soberanismo. Contra el cosmopolitismo liberal”. Entrevista a Fusaro en “El Viejo Topo”, número 380. Septiembre de 2019).
Resumiendo, para entendernos con menos retorcimiento y más claridad que la que Fusaro emplea en este párrafo y habitualmente, su tesis es que la globalización, a la que denomina “líquido- financiera”, es contraria a la soberanía de los Estados nacionales, la cuál, según él afirma, es condición obligada de la soberanía popular, que identifica con la democracia.
Como siempre, Fusaro hace revoltijos con conceptos traídos de aquí y de allá que sabe que podrá hacer pasar por oro pulido, cuando en realidad es bisutería de tercera, que sólo da el pego a sus desinformados fieles.
Cuando alguien les sitúe como como contradicción principal no la de trabajo-capital, tanto nacional como internacional, sino la de la “soberanía del Estado nacional” contra el capitalismo internacional (“élite globalista líquido-financiera”), que ya no es siquiera capitalismo en su sentido integral y completo, sino solamente una parte de él (financiero), la que no aparece en la cotidianeidad del trabajo asalariado, del trabajo explotado, deben tener ustedes claro que no están ante un marxista, por independiente y disidente que diga ser. Estamos ante un farsante, en el mejor de los casos de ideas populistas (Fusaro no niega serlo) o reformistas. En el peor ante un fascista emboscado. Hitler oponía Estado y capitalismo.
Pero un marxista sabe muy bien que, bajo el capitalismo, el Estado posee un carácter de clase. Representa los intereses de la burguesía capitalista y lo hace a través de su aparato jurídico y su legislación, desde su Constitución hasta su derecho laboral o mercantil, de sus aparatos ideológicos (educativos, culturales,…), a través de sus instrumentos coercitivos y represivos (jueces, policías, ejercito), de su entramado burocrático, que garantiza el mantenimiento del “statu quo” y, en general de toda su estructura de dominación de clase, destinada a asegurar la reproducción del capital.
Para entendernos, bajo el capitalismo ningún Estado, en el que las fuerzas políticas que actúan en su interior respeten tácita o expresamente trabajar dentro de la legalidad, se opondrá al capitalismo nacional o internacional porque todo en ese Estado consagra la “economía de mercado”, lleve o no el apelativo “social”, que no es otra cosa que la libertad de poseer instrumentos privados (llámense medios de producción, viviendas y terrenos para especular, recursos naturales para explotar, negocios sanitarios y farmacéuticos para hacer caja con la salud, etc.) para generar beneficio privado a costa de quienes no poseen aquellos.
Fusaro hace trampas jugando al solitario. Hace trampas cuando plantea que “hoy el Estado puede representar el único vector de una revolución opositora contra el capital mundialista” ¿Recuerdan ustedes aquellas cumbres del G-20 al principio de la crisis capitalista de los años 2008 y sucesivos, proponiendo “refundar el capitalismo bajo bases éticas” (Sarkozy)? ¿Qué fue de aquella promesa de acabar con los paraísos fiscales? Les pondré otro ejemplo: actualmente, según estimaciones del FMI, la banca en la sombra (intermediarios financieros no bancarios, sin control ni supervisión nacional alguna por parte de las entidades de regulación bancaria) representa el 50% de los activos financieros mundiales. La economía china es una de las principales usuarias de la banca en la sombra para su financiación. A nivel mundial principalmente las empresas del sector productivo pero también las economías familiares e incluso gobiernos recurren a la banca en la sombra para financiarse; estos últimos, por ejemplo, en los casos de costosos proyectos de infraestructuras. Tras la crisis capitalista mundial de 2007 los bancos sometidos a periódicas supervisiones vieron limitados sus niveles de oferta crediticia para disminuir los riesgos de impago de sus clientes. Ello dio un nuevo impulso a la banca en la sombra, que adquirió una dimensión mucho mayor de la que tenía hasta entonces.
Pero ¿por qué Fusaro en la gran mayoría de las ocasiones en las que alude al capitalismo reduce sus críticas al financiero y lo sitúa siempre en el plano internacional?
Fusaro es muy consciente de que confrontar con el capital financiero mundial es la mejor forma de derrotar cualquier proyecto anticapitalista sin posibilidad siquiera de lucha. Ese es su objetivo, como buen agente provocador. El capitalismo financiero internacional es absolutamente escurridizo, no puede ser embridado desde el instante en que es posible cambiar de lugar cientos de miles de millones con sólo apretar un botón digital del móvil pero es que, además los Estados, siempre de naturaleza capitalista, gobierne quien gobierne, nunca atentarán contra un capital financiero, que necesita el de producción tanto para su día a día como para la reproducción ampliada del capital (ampliación de la empresa) o para desviar fondos hacia la especulación cuando la rentabilidad cae. El centro de trabajo no se evapora, es tangible. Es el espacio concreto e inmediato de las luchas, aunque no el único, y es el que sustenta realmente el valor del dinero. Y esa pelea no es de los Estados sino de la clase trabajadora.
Fusaro no desea que sea la empresa el lugar primero en el que la clase trabajadora se enfrente al capital. En el libro “La sociedad abierta” expresa con absoluta nitidez sus intenciones reales: “La única manera de proteger los intereses reales del precariado como clase de la globalización, a pesar de su heterogeneidad, es empezar de nuevo. El interés nacional: el interés de la Nación como unión solidaria de trabajadores y pequeñas empresas locales; del sindicato de las clases que viven de su trabajo” (para entendernos el sindicato vertical franquista de patronos y trabajadores). Tal vez crea que, puesto que son empresas pequeñas, explotan pero sólo la puntita. Luego, si se hacen grandes e internacionales, no es cosa de romper el matrimonio porque ya se les ha cogido cariño. En realidad, serían entonces un motivo de orgullo y la palpable evidencia de la soberanía popular italiana. Es ironía, por si algún nazbol no lo pilla.
Aunque éste es uno más de sus retorcidos y relamidos párrafos, se entiende a su pesar:
“La burguesía es, en consecuencia, incompatible con el capitalismo absoluto, así como este último es, por su esencia, irreconciliable con la clase burguesa tanto en el plano inmaterial (conciencia infeliz) como en el plano material (propiedades de las clases medias). En realidad, el turbocapital presupone la inconsciencia feliz de los consumidores resilientes, posburgueses y posproletarios, y la destrucción de las bases materiales de la existencia misma de la clase media burguesa por obra del auri sacra fames de la finanza cosmopolita y sus cínicos gerifaltes”. Resumiendo, que los burgueses también lloran y que el interés nacional-revolucionario es que el currela vaya del bracete de su burgués “forjando una unidad de destino en lo universal”, que diría un falangista. Y todo ello lo dice sin pestañear, identificando a la burguesía, como si fuera una única clase social, con clase media, y como si las clases y fracciones de clase burguesas propietarias de medios de producción, con asalariados, no explotasen a estos.
Familia, sindicato, vertical y Estado-nacional. Ya tenemos montada la comunidad fascista corporativa (de cuerpo: “corpus/corporis”), viviendo en la perfecta paz y armonía sociales soñadas por su maestro Costanzo Preve. Si añadimos la religión, como hace Fusaro, tenemos además el corporativismo cristiano de la encíclica “Quadragesimo Anno” del Papa más anticomunista del catolicismo, Pio XI; por cierto, publicado en la dictadura de Mussolini.
Por eso afirma “No me interesa el Marx economista, sino el Marx filósofo. (…) El filósofo idealista, en suma. Mi tesis, que era ya la de Costanzo Preve, es que el materialismo de Marx no es más que una metáfora”. Necesita deformar los conceptos hasta hacerlos irreconocibles y negar el valor científico de “El Capital” para transmitir una imagen de Marx como un vulgar charlatán y del marxismo una jerga tan vacía de contenido real como la cháchara metafísica de sus sandeces.
Que la arquitectura dialéctica del análisis marxiano tenga una matriz inicial en el idealismo hegeliano, que Marx supera, no significa en absoluto que las categorías empleadas por Marx y Engels no estén formadas por conceptos concretos y reales. Cuando un historiador de la escuela cultural enfrenta su perspectiva de análisis a otro de la corriente del materialismo histórico tiene que hacerlo desde el contraste del movimiento histórico como lucha entre ideas (abstracciones) frente a quien sostiene su pensamiento en la materialidad de ese movimiento histórico, resultado de la transformación de las fuerzas productivas y del antagonismo de las clases (capitalismo) o estratos/estamentos sociales (esclavismo/feudalismo) presentes en ellas. Cuando los economistas marxistas explican que las crisis capitalistas nacen siempre de la producción, aunque puedan tener una expresión financiera, lo hacen siempre en base a datos y hechos contrastados, no en base a abstracciones idealistas.
Cualquier marxista que lo sea sabe que la teoría de la praxis es un permanente avance desde el idealismo hegeliano hasta sus obras más económicas en las que, sin embargo no deja de estar presente una visión humanista, pero también histórica del ser humano como sujeto a unas relaciones sociales de producción dadas o incluso perspectivas sociológicas, antropológicas, jurídicas o ecológicas. No hay etapas rotundamente diferenciadas. Entre los “Manuscritos económicos y filosóficos de 1844” y el Tomo I de “El Capital” (1867), único de los tres publicados en vida de “el Moro”, han pasado 23 años, siendo los “Elementos fundamentales para la crítica de la economía política” (Grundrisse), de 1857 el vínculo que da continuidad al primero y al tercero de ellos. Antes, durante y después de las tres, Marx escribió otras, solo o en colaboración con Engels, de la más diversa índole intelectual. No hay ruptura epistemológica por ningún lado, al contrario de lo afirmado por Althusser. Pero si éste tuvo la osadía de escribir “Para leer El Capital”, en colaboración con Balibar, sin haber leído la obra cumbre de Marx, como reconoció en su autobiografía “El porvenir es largo”, deberíamos disculpar que el italiano, infinitamente menos inteligente que el francés, afirme que la misma es “la quintaesencia del idealismo alemán”.
Fusaro ha propuesto la unidad de trabajadores y pequeña empresa “local” (que te exploten los de casa es patriótico, en fin) contra la globalización neoliberal y financiera pero necesita desarrollar su enunciado en los planos ideológico, político y geoestratégico; este último uno de los ejes principales, junto con la metapolítica, de la extrema derecha occidental.
En lo ideológico la intención es clara: contaminar al entorno político que se reclama comunista o huérfano de los PP.CC. y análogos del sur de Europa, reformista y en riesgo de involución ideológica, con las ideas de derecha o directamente de extrema derecha porque ahí hay un nicho de mercado político significativo que se siente perdido y desorganizado. Lo hemos visto en su planteamiento de vincular valores analizados de derecha con ideas de izquierda pero también con conceptos como Estado nacional patriótico, identidad y arraigamiento.
El Estado nacional patriótico es una expresión de un chauvinismo nacionalista que chirría por todas sus hiperhormonadas costuras, la venda en los ojos de la clase trabajadora en interés de la unidad de mercado nacional y la negación del antagonismo de clases dentro del territorio, la culminación del fanatismo de la horda patriotera, la apelación a la emoción irracional del himno, la bandera y el desfile militar; el patriotismo como sostén de un doble artificio, el Estado y la nación, de carácter histórico y, por tanto, no perenne (Hobsbawm); la amenaza hacia la población no homogeneizada patrióticamente, imponiendo el arraigo con la lengua y la comunidad y la identificación con las tradiciones y hábitos sociales de la nación, y hacia el exterior como frontera y ejercito frente al siempre necesario y útil enemigo exterior (inmigrantes, otras naciones).
La expresión Estado nacional patriótico es empleada tanto por la extrema derecha como por los cesarismos populistas latinoamericanos que hace 20 años se presentaban como revoluciones populares antiimperialistas y que en el presente han acabado siendo formas despóticas y degeneradas de representación política, que han dado lugar a nuevas castas ligadas a la vieja corrupción del Estado. Dado que la citada expresión se aplica tanto a derecha como a “izquierda” bien puede servir también al rojipardismo.
En Europa, para alcanzar la soberanía nacional del Estado, que se enfrente al“globalismo liberal financiero” a través del Estado nacional patriótico, es necesario, según Fusaro, una alianza a derecha e izquierda, que no puede ser representada por lo que de modo ridículamente relamido llama “la derecha azulina e izquierda fucsia”, ya que considera a ambas “las dos alas del águila neoliberal”. Para ello propone superar el eje derecha-izquierda y sustituirla por la dualidad arriba-abajo, que es mucho más una posición espacial que una terminología que aluda a las causas de un antagonismo social. Sin embargo, son muy útiles para el populismo y la demagogia de quien se dirige a una masa ignorante, carente de cultura política y fácilmente manipulable.
Es cierto que el eje izquierda-derecha está muy desgastado y cuestionado socialmente pero más por el agotamiento del término izquierda como impugnación de la realidad social y económica -hace muchos años que la izquierda es más partidaria del orden vigente que de su transformación- que porque la derecha haya dejado de ser derecha. De hecho, siempre ha habido dos derechas, la conservadora o tradicional y la liberal, con sus respectivos extremos. Hoy, la derecha es todavía más derecha, de modo que se puede ser ultraliberal en lo económico y en las costumbres y ultraderechista en lo político o proteccionista respecto a la importación de mercancías, tradicionalista en la moral y ultraderechista en lo político. Salvini y Meloni, hasta no hace mucho, y Orban y Putin en el presente, son las extremas derechas a las que Fusaro defiende y con las que considera que las organizaciones partidarias del socialismo -se refiere a los restos de los PP.CC.- deben aliarse, aunque el propio Fusaro se ha declarado keynesiano y partidario del “socialismo democrático”.
Sería interesante ver qué tipos de comunistas defiende Fusaro. Según él, “Marco Rizzo {es]uno de los pocos comunistas que quedan”. El elogio es de 2023 pero algo ha debido hacer mal el señor Rizzo porque en 2018 y 2019 en filosofico.net, el dazibao virtual del frikifacha Don Diego, los piropos eran mucho más encendidos -”el último comunista, el único comunista verdaderamente rojo”...- El problema es que en 2023 Ancora Italia, una de esas obscenas confluencias entre sectores euroescépticos, soberanistas y populistas de las sucesivas escisiones en el Movimiento 5 Estrellas, de los regionalismos varios del sur de Italia, de las diversas mutaciones de Vox Italia y del PdCi (Partido Comunista), uno de tantos grupúsculos surgidos tras la muerte del socialdemócrata PCI, dio de sí todo lo que podía dar: nada. Fusaro ya no necesita gastar saliva en lamer, perdón, adular a Rizzo.
Ese es el “comunismo” que le gusta a Fusaro mientras pueda utilizarlo para lograr sus objetivos fascistas: el inútil para intervenir sobre la realidad social, el que pacta con grupos reaccionarios, el que en la práctica es antimarxista porque abandona la línea de clase contra clase, el que bajo el pretexto de defender la soberanía nacional cae en el más burdo nacionalismo, el que se ha ido acercando a los conspiranoicos antivacunas como ha hecho Rizzo.
Esa demagogia la muestra el filosofastro en un tuit de X (antes twitter) donde es particularmente activo, tratando de deslindar su partidillo de bolsillo, Vox Italia, de la extrema derecha de Vox España:
“Hola! Siamo sovranisti, populisti e socialisti. Keynes, non Thatcher. Vox Spagna non c'entra nulla con noi. Siamo con il socialismo, non col liberismo. Con Morales, non con Bolsonaro. Con Putin, non con Trump. Con Gramsci, non con Francisco Franco.” (16 de septiembre de 2019)
Traducción:
“¡Hola! Somos soberanistas, populistas y socialistas. Keynes, no Thatcher. Vox España no tiene nada que ver con nosotros. Estamos con el socialismo, no con el liberalismo. Con Morales, no con Bolsonaro. Con Putin, no con Trump. Con Gramsci, no con Francisco Franco.”
Si antes estaba convencido de que Fusaro es un farsante, además de un ignorante, ahora añado a mis convicciones la de que escribe completamente borracho.
¿Qué tienen que ver el populismo con el socialismo, Keynes, un liberal antisocialista y anticomunista que tuvo que recurrir, con intención temporal, a la propuesta de intervención estatal en la economía ante la crisis del 29 porque la teoría neoclásica no tenía respuesta para ella, con el socialismo, Putin con Gramsci? Se sorprendería el juntaletras rossobruno de lo cerca que estuvo buena parte del franquismo del keynesianismo, a través del grupo de economistas falangistas capitaneados por Enrique Fuentes Quintana; aunque quizá la sorpresa no sea tanta porque, entre capitalistas siempre se entienden y sabe que muchos de los que están con Trump lo están también con Putin, del mismo modo en que Bolsonaro y Fusaro son antivacunas contra el Covid.
Pero Fusaro se mueve también hacia las alianzas geopolíticas. Su apoyo a las corrientes transversales tiene una expresión transnacional. No es casual que internacionalmente sus referencias vivas sean el neofascista Alain de Benoist y el ex nacionalbolchevique y padre de la teoría euroasiática y de la Cuarta Teoría Política, el fascista Alexander Dugin.
Los transversales y fascistas europeos son muy conscientes de que Europa es un continente débil, con unas instituciones políticas burguesas nacionales e internacionales muy deslegitimadas, en el que no existen fuerzas transformadoras revolucionarias y en el que la izquierda juega un papel de partido del orden y el “statu quo” cada vez más cuestionado.
La partida se juega en un doble mapa, siempre internacional:
El que se da entre los partidarios de la globalización neoliberal a escala europea en lo económico, y cada vez menos respetuoso con las libertades políticas, y el liberalismo nacionalista en el interior de cada país, proteccionista hacia el exterior en cuanto a las importaciones y prefascista en lo político.
La lucha entre las dos potencias con mayores intereses geopolíticos respecto al continente: EE.UU. y Rusia. La primera intentando mantener su hegemonía mediante la OTAN y la dependencia económica. La segunda fomentando los nacionalismos en cada país y el fin de la UE. En este punto, las simpatías de Fusaro hacia Dugin, pública y frecuentemente expuestas, sus referencias al eurasianismo, su libro “Katechon” (alusión al concepto bíblico de “derecho a defender el cuerpo cristiano frente a la amenaza” y guiño a uno de los thik tanks y webs de Dugin y comparsa), subtitulado “Rusia como freno del imperialismo estadounidense”, publicitado en webs fascistas y editado en España por la fascista Letras Inquietas, no deja demasiadas dudas sobre cuál es la posición política de Fusaro al respecto.
Cada una de las dos estrategias político-económicas tiene su respectiva gran potencia como aliada.
Desde el punto de vista de los intereses de la clase trabajadora europea cualquiera de las dos opciones es fatídica. Cuando se produzca una nueva crisis capitalista -la pregunta es en qué momento lo hará, no si ha de producirse-, las medidas “anticrisis” del capitalismo europeo, a través de las instituciones de la UE, darán el golpe definitivo sobre las últimas conquistas obreras del pasado que aún queden en pie.
Si antes no se ha producido la descomposición de la UE, por la salida de la misma de algún miembro clave o el bloqueo de sus instituciones, tras los procesos electorales de 2024 y siguientes años, las dinámicas nacionalistas y ultraderechistas podrían acelerarse aún más en cada país, enfeudando aún más a sus clases trabajadoras a sus respectivas burguesías, sin compensación económica alguna porque éstas no estarían dispuestas a sufragar políticas sociales.
Se abriría un escenario de mayores divisiones de la clase trabajadora europea, paralelo a la vuelta a un contexto de enfrentamiento de las potencias europeas por el reparto de los mercados similar a la del período anterior a la I G.M. y al de entreguerras y un incremento del racismo y la xenofobia hacia el extranjero.
Frente a cualquiera de ambos marcos descritos la respuesta necesaria de la clase trabajadora pasa por la organización y coordinación de una lucha con plena autonomía de clase frente a cualquier Estado, gobierno y burguesía que supere la estrechez de los marcos nacionales para elevarse a escalas europea y mundial. Sólo una fuerza de similar dimensión, la directamente afectada por la explotación y la sobreexplotación capitalista, puede enfrentarse a un capitalismo mundializado.
Es necesaria una Europa de trabajadores, no de los Estados, los gobiernos, los mercados o los militares. Sólo esa Europa puede parar la guerra porque son los trabajadores en Madrid, en Londres, en Berlín, en Kiev o en Moscú, que también es Europa, los que pueden parar Europa. Los largos brazos armados de las dos superpotencias pueden quebrarse en esta vieja tierra. Los desafíos a los que nos enfrentamos lo hacen necesario.
Defender la multipolaridad frente a la unipolaridad no cambia en absoluto el hecho de que el marco del juego continúa siendo imperialista. Significa asumir que hay imperialismos malos e imperialismos buenos, que para la clase trabajadora y sus intereses internacionales de clase es bueno elegir un imperialismo entre los existentes y defender los intereses del mismo, que en el conflicto interimperialista gana autonomía la clase trabajadora, como si no hubiera existido una I G.M. que demostró todo lo contrario e incluso, si se es tan imbécil como para ser nacionalista, que la multipolaridad favorece la soberanía de los Estados integrados dentro de cada cadena imperialista. Si se tiene la desfachatez de declararse marxista y antiimperialista es exigible acreditar en qué momento y bajo qué argumentos Vladimir Ilích o Rosa Luxemburgo afirmaron que la clase trabajadora debía ponerse del lado de una de las potencias imperialistas en liza ¿Acaso desconocen que tras el primer año de la I GM existió la Conferencia de Zimmerwald a la que los bolcheviques y marxistas revolucionarios llevaron una posición absolutamente opuesta a la guerra y alineamiento con cualquiera de las grandes potencias, al contrario que la vergonzosa actitud que un año antes había adoptado la socialdemocracia de casi toda Europa? Claro que no lo ignoran, simplemente son perros al servicio de cada potencia imperialista. Es evidente que quienes sostienen argumentos de ese tipo no son marxistas ni comunistas sino lo más opuesto a ambos, meros lacayos de Biden o de Putin.
2.5.-LOS DEMONIOS FAMILIARES DE FUSARO: INMIGRACIÓN E IDENTIDAD DE GÉNERO:
Los “monstruos” y demonios que habitan la enfermiza mente de Fusaro parecen acecharle cual si fuera una pesadilla que no puede dejar de soñar despierto.
Fusaro ha construido un mundo imaginario en el que cree poder encajar todas sus piezas aunque sea a martillazo limpio.
Son tres las figuras a las que Fusaro hace cómplices del neoliberalismo financiero global:
La que llama izquierda “fucsia”, cuestión ya analizada anteriormente
La inmigración, particularmente la no regulada, que él llama ilegal, criminalizando así al inmigrante.
Las nuevas identidades, especialmente las de género.
Nos centraremos en las dos últimas.
Fusaro identifica al inmigrante y a las personas con identidades no heterosexuales como efectos pero también causas de los males de la globalización neoliberal que recaen sobre los trabajadores, si bien los alude como cómplices más pasivos que voluntarios y conscientes ¡Las gracias te sean dadas, oh benevolente Fusaro!
De la inmigración señala que “se utiliza al inmigrante para destruir los derechos laborales” (ejército industrial de reserva), “son armas de inmigración masiva para tercermundizar Europa”. Afirma que le sirve al capital para reducir drásticamente los salarios y otros costes laborales, que es un medio para dividir a los trabajadores entre autóctonos y foráneos,
Fusaro dice textualmente «El objetivo del mundialismo y sus agentes no es el de integrar a los inmigrantes, sino desintegrar a los ciudadanos. No es hacer que los inmigrantes sean como nosotros, sino hacer que nosotros seamos como ellos: sin derechos, desarraigados, con salarios de miseria».
Pero cuando al fascista se le calienta la boca, pierde la diplomacia y se muestra en toda su repugnante esencia y Fusaro embiste de cabeza. De las afirmaciones hechas en el párrafo anterior a dar alas a la conspiración inventada por los fascistas del inexistente Plan Kalergi, variante de la basura inventada por el criminal Renaud Camus, de la gran sustitución o el gran reemplazo, hay un paso y Fusaro lo da. Es la patraña nazi del genocidio blanco en la UE para acabar con los europeos, sustituyéndolos por inmigrantes negros árabes y norteafricanos. Y de ahí toma Fusaro las aberrantes afirmaciones que expresa en “Historia y conciencia del precariado. Siervos y señores de la globalización”:
(…) “una sustitución masiva de los pueblos nacionales de Europa por una masa fabricada en serie e indiferenciada, post-identitaria y post-nacional, de esclavos ideales, migrantes y desarraigados (“recursos”, según la neolengua mercantil), un rebaño multiétnico sin calidad, sin conciencia y sin vestigios de cohesión histórica y cultural”.
Conviene aclarar que el conde Richard Coudenhove-Kalergi era un soñador paneuropeista, partidario de una unidad europea que superase las guerras y cuya influencia, meramente teórica y reducida a algunos intelectuales, fue más incidental, que real. De algunas frases polémicas y desafortunadas de su libro de 1925 “Idealismo práctico” sacó el nazi Gerd Honsik, dos veces condenado por negar el holocausto, la delirante pero criminal mentira de la conspiración inspirada en Kalergi para acabar con los blancos europeos.
Bajo la apariencia de postura compasiva hacia la situación del inmigrante en Europa, con un profundo desprecio racista hacia su persona, Fusaro busca su criminalización social, incitar al odio por parte del trabajador insolidario y desclasado que, situado en el penúltimo escalón de la pirámide social, escupe hacia abajo a quién se encuentra en el último peldaño, en lugar de lanzar su ira contra el patrón y su gobierno.
No basta con desnudar el racismo y la xenofobia de Fusaro, que siempre se centra en el inmigrante pobre. Es imprescindible desmontar sus mentiras porque, cuando las recibe la persona escasamente formada, actúan como verdades que apuntalan el rechazo al otro.
Cuando Fusaro utiliza la expresión de Marx “ejército industrial de reserva” para calificar al inmigrante sin papeles, que él llama ilegal, vinculándolo con la pérdida de derechos laborales y la reducción de los salarios de los trabajadores nacionales, miente por muchos motivos:
El ataque a los salarios, a las condiciones y derechos laborales de los trabajadores de cada país europeo es muy anterior incluso a la crisis capitalista de 2007. Comenzó después de 1973, cuando la inmigración en los países de capitalismo avanzado se situaba en unas tasas mucho menores que las actuales. Fue el fin del petróleo barato y el declive del modelo keynesiano de expansión económica. Ya a principios de los 70 Nixon en EE.UU. comenzó el ataque a los sindicatos con el nombramiento de cinco figuras reaccionarias que supervisaron la actuación de los mismos a través de la NLRB -la agencia encargada de dicha función- y favoreció la agresión y chantaje mafioso de las grandes empresas a sus trabajadores para impedir la creación de sindicatos en las mismas. Había que imponer la disciplina salarial. Hoy se sigue haciendo contra empleados nacionales e inmigrantes en FedEx, Amazon, Bed Bath & Beyond y otras muchas en todos los países en que están presentes. Las políticas desreguladoras del capital financiero, los recortes salariales y de protección social empezaron de forma drástica con los gobiernos de Thatcher y Reagan a comienzos de los 80. No hizo falta ejército industrial de reserva inmigrante alguno para que salarios y conquistas sociales de los trabajadores se recortasen.
El desempleo en Europa tiene que ver, más allá de las fases más agudas de las crisis, con factores ligados a los procesos de reconversión industrial, de capacidad de generar empleo estable por parte de los nuevos sectores productivos, de desajuste entre la innovación tecnológica y la formación laboral y de deslocalización empresarial.
Las teorías de la presión migratoria sobre el empleo parten de la falacia, interesadamente establecida, de que el número total de empleos de una economía es fijo y limitado.
Lo que de verdad tira de los salarios hacia abajo es la economía sumergida en la que no sólo están atrapados los inmigrantes sin papeles sino también trabajadores nacionales de cada país. En Italia en 2023 representaba el 31% de su PIB y en ello tenía mucho que ver el nacional patriótico pequeño empresario de Fusaro.
Cuando Fusaro afirma que “la inmigración masiva es parte integrante de la lucha de clases descendente que libra el capital contra los trabajadores inmigrantes y nativos” olvida que los inmigrantes son también parte de la fuerza sindical de la clase trabajadora de cada país. Lo son en los sindicatos nacionales de clase comunes a nativos y extranjeros, especialmente en los sectores en que su presencia es importante, y lo son en sindicatos en los que son mayoritarios como la Unione Sindicale di Base (USB) italiana.
Lo que realmente divide a los trabajadores entre autóctonos y foráneos son discursos como los de Fusaro y el resto de fascistas xenófobos en la medida en que penetren en la opinión de una parte de los trabajadores nacionales.
Para otras perspectivas acerca de mi postura sobre la inmigración pueden ustedes consultar mi artículo sobre la rojiparda Sahra Wagenknecht.
Por lo que se refiere a la cuestión de las identidades, como ya afirmé en el texto que acabo de mencionarles “Soy muy crítico con la microsegmentación de las identidades y las reivindicaciones en una deriva hacia un individualismo que nos aísla como seres sociales, sin incardinar las luchas en unas reivindicaciones que, partiendo de la realidad de clase, integre las demandas particulares en lo general, fortaleciéndose, que no debilitándose, en ellas. (…) También cuestiono la sustitución de la realidad biológica del sexo por su adscripción desde la subjetividad y el efecto moda de buena parte de las identidades de género, forzadamente diferenciadas en dichos casos”.
Pero una cosa es ser muy crítico con las nuevas identidades y otra muy distinta satanizarlas -me refiero especialmente a las identidades de género-, ya que ese es el primer paso para la persecución de personas concretas que viven su propia adscripción de género. Cada uno es libre de tener sus filias y sus fobias pero el odio como propaganda social, por sutil que sea, acaba recayendo siempre sobre víctimas reales del mismo.
Stefan Zweig, un hombre de ideas democráticas, progresivas y antifascistas escribió en su última y magnífica obra “El mundo de ayer” una despedida autobiográfica de su vida, arrancando desde el final del Imperio Austro- Húngaro, poco antes del estallido de la I G.M., con un duro retrato de la decadente alta sociedad vienesa para acabar en el inicio de la II G.M., años después del ascenso del nacionalsocialismo. A pesar de su antifascismo, escribió en la mencionada obra algunos pasajes de lo que consideró una muestra de decadencia moral en la que para él había caído la sociedad berlinesa, interpretándola como una incitación al surgimiento del nazismo. Pero con ello estaba, seguramente sin saberlo, justificando al monstruo que les llevó a él y a su segunda mujer al suicidio:
“A lo largo de la Kurfürstendamm se paseaban jóvenes maquillados y con cinturas artificiales, y no todos eran profesionales; todos los bachilleres querían ganar algo y en bares penumbrosos se veía Secretarios de Estado e importantes financieros cortejando, sin ningún recato, a marineros borrachos. Ni la Roma de Suetonio había conocido unas orgías tales como lo fueron los bailes de travestíes de Berlín, donde centenares de hombres vestidos de mujeres y de mujeres vestidas de hombre bailaban ante la benévola mirada de la policía. Con la decadencia de todos los valores, una especie de locura se apoderó precisamente de los círculos burgueses. Las muchachas se jactaban con orgullo de ser perversas; en cualquier escuela de Berlín se habría considerado un oprobio la sospecha de conservar la virginidad a los dieciséis años (…) Quien vivió aquellos meses y años apocalípticos, hastiado y enfurecido, notaba que a la fuerza tenía que producirse una reacción, una reacción terrible. Y los que habían empujado al pueblo a aquel caos ahora esperaban sonrientes en segundo término, reloj en mano: «Cuanto peor le vaya al país, tanto mejor para nosotros». Sabían que llegaría su hora. La contrarrevolución empezaba ya a cristalizarse”. (“El mundo de ayer”. Stefan Zweig)
Ninguna pauta moral, ninguna moda por extravagante y ajena a nosotros que nos parezca, puede justificar ni un ápice de crítica pública que contribuya a siquiera a entreabrir las puertas del infierno. Porque ese día se abrirán no para algunos sino para todos nosotros.
Fusaro afirma que el amor resiste al capitalismo porque “subvierte todas las características de la civilización del consumo y del free market. El amor hace que no veamos en el otro un medio, sino un fin (…) a diferencia de lo que ocurre con la lógica mercantil del usar y tirar, en la que, si una mercancía no me satisface, puedo simplemente desecharla y comprar otra. Todo esto hace del amor una fuerza resistente y anticapitalista”. Pero ese amor ha de ser canónico -según los cánones- “porque para que exista la raza humana son necesarios hombres y mujeres que se amen y procreen”. Esa procreación por la unión sexual de un hombre y una mujer, que nace de “el amor se estabiliza e institucionaliza en el vínculo familiar” ¿Se puede ser más rancio, empalagoso y facha? Leer a Fusaro en su “Elogio del amor y de la familia” es leer “Camino” de Escrivá de Balaguer, el del Opus Dei.
Conviene anotar que sus teorías sobre la sexualidad las apoya en un putero como Agustín de Hipona (San Agustín ), que tuvo un hijo no reconocido, que en el “De Ordine” escribió aquello de “cerrad los prostíbulos y la lujuria lo invadirá todo” y en Platón, que practicó la pederastia con discípulos adolescentes, aunque luego la rechazase en su obra “Las Leyes”.
Fusaro es fiel a la teología moral católica más conservadora, la anterior a Francisco. Por eso, como ella condena con más furia los asuntos de la bragueta que los de la cartera y pretende que el ser humano, la familia y hasta las formas de la sexualidad sean inmanentes a una moral cristiana preexistente antes incluso que el propio cristianismo y no realidades sometidas a procesos históricos.
Niega Fusaro que, cuando menos, algunas personas con otras identidades sexuales hayan sido víctimas y rechaza, en consecuencia, lo que despectivamente considera victimismo:
“La época posheroica hace tiempo que reemplazó al héroe por la víctima: ser víctima -es decir, un sujeto que no ha hecho nada, pero a quien se le ha hecho algo– otorga prestigio e inmunidad frente a la crítica. Ya se trate de un grupo, de un individuo o del mismo medio ambiente, la víctima es el sujeto pasivo por excelencia; coincide con el que ha sufrido y por ello merece respeto (...). Además, la víctima tiene derecho por definición, en la medida en que se le ha quitado algo: de la debilidad de haber sufrido se pasa, sin solución de continuidad, a la pretensión reivindicativa y al deseo de compensación”.
Seguramente Fusaro no ha leído nunca en las páginas de sucesos la violencia fascista ejercida cualquier fin de semana en las ciudades europeas contra homosexuales y lesbianas o las condenas a muerte que aún se aplican en algunos países contra otras personas.
Vincula también la identidad de género con la sociedad de consumo hedonista e individualista que sustituye “toda pulsión revolucionaria antisistémica (…) por los conflictos de la «diversidad»”. Con ser parcialmente cierta ésta cuestión -yo mismo lo he afirmado en más de una ocasión- esconde una gran patraña. “Mutatis mutandis”, según esa “lógica” disparatada, los heterosexuales que afirmamos el hecho biológico de la sexualidad somos revolucionarios antisistema porque no sustituimos unos conflictos por otros. No es cierto porque tan poco partidaria de la revolución socialista es mi vecina lesbiana como el peón de albañil heterosexual del portal siguiente al mío y porque muchos heterosexuales, hombres y mujeres están atrapados en un resentimiento mutuo. El fenómeno “incel” algo dice de esto.
La gran ironía frente a todas esta fusareces es que cada vez son más los no heterosexuales y las familias alternativas quienes más creen en el amor, que no tiene nada de anticapitalista porque el culo y las témporas son cosas distintas, en la familia y hasta en la maternidad y la paternidad mientras muchos heterosexuales descubrimos hace decenios el “tempus fugit” y las servidumbres que conlleva el compromiso.
Pero Fusaro dice que es marxista y algunos de izquierda se lo creen. Las webs de ultraderecha no. Por eso le publican asiduamente en geoestrategia.ru (la de Dugin), posmodernia, editorial eas, centinela, la emboscadura, adaraga.org, latribunadelpaisvasco.com, vozpopuli y el resto de la fachosfera. Son ellas las encargadas de mostrar al Fusaro más auténtico, mientras las que dicen ser de izquierdas le blanquean, mostrando su parte fingidamente más presentable, aquello que quieren ver en él.
Ese Fusaro bifronte como Jano, cabestro fascista con los fascistas, izquierdista de estafa con los reformistas, en ocasiones estalinistas, que creen ser comunistas porque odian a los que aún reforman menos que ellos más que a los fascistas, está logrando su objetivo: hacer que las ideas fascistas pudran a la izquierda social y política, más de lo que ella ha logrado por méritos propios, permitiendo que esa ponzoña criminal que difunde vaya entrando sutilmente hasta el dormitorio.
2.6.-LAS “FUSARECES” DE FUSARO:
Podría aplicarse a Diego Fusaro el dicho aquél de “El maestro de Siruela, que no sabía leer y puso escuela”. Leyéndole, uno tiene la sensación de que su locuacidad incoherente es fruto de quien coge el rábano por las hojas, bien por la ignorancia de quien lee los libros por sus solapas, bien por la esperanza en que, embarullándolo todo, dará gato por liebre al marear al lector.
Es posible hallar muchos ejemplos de ello pero baste uno porque es difícil encontrar tal número de disparates en tan breve espacio:
“Los llamados 'derechos civiles' hoy en día son, en realidad, ni más ni menos, los derechos del 'bourgeois', que Marx había descrito en 'La cuestión judía'. En otras palabras, son los derechos del consumidor, como diríamos hoy, los derechos del individuo que quiere todos los derechos individuales que puede comprar concretamente. Estoy pensando en los vientres de alquiler, por ejemplo, en la custodia de los niños según el coste del consumidor”.
1) “La cuestión judía” (1843) es una obra de Bruno Bauer, no de Marx. Bauer fue discípulo de Hegel y posteriormente maestro de Marx, de quien éste y Engels se cachondearán en “La ideología alemana”-en ella están ya las bases del pensamiento marxista -, en la que San Bruno (Bauer) acaba siendo retratado en un imaginario trance francamente hilarante, propio del humor gamberro que por entonces se gastaban los dos jóvenes revolucionarios. Evidentemente se trataba de una metáfora, muy gráfica, eso sí, contra la filosofía idealista más conservadora.
En “La cuestión judía” (“Die Judenfrage”) Bauer responde a la reivindicación de los judíos alemanes sobre su emancipación “cívica” (política), señalando que en Alemania nadie tenía entonces esos derechos y que reivindicarlos para sí mismos, en tanto que minoría religiosa, dentro de un “Estado cristiano” sin derechos políticos, era un acto egoísta porque no los demandaba para todos, además de un reconocimiento del “Estado cristiano”, negador de dichos derechos.
Bauer resuelve el problema de la demanda de la comunidad judía alemana planteando la superación del Estado germano de su condición religiosa, judía o cristiana, desligando al Estado de la religión, emancipándolo de ella.
“El judío, por ejemplo, dejaría de ser necesariamente judío si su ley no le impidiera cumplir con sus deberes para con el Estado y sus conciudadanos, ir por ejemplo en sábado a la Cámara de Diputados y tomar parte en las deliberaciones públicas. Habría que abolir todo privilegio religioso en general, incluyendo por tanto el monopolio de una iglesia privilegiada, y cuando uno o varios o incluso la gran mayoría se creyeran obligados a cumplir con sus deberes religiosos, el cumplimiento de estos deberes debería dejarse a su propio arbitrio como asunto puramente privado.” (Bauer, Bruno. “La cuestión judía”. Pág. 65)
Cree Bruno Bauer que“Cuando ya no haya religiones privilegiadas, la religión habrá dejado de existir. Quitadle a la religión su fuerza excluyente y ya no habrá religión.” (Ibid. Pág. 66)
2) Marx escribe una breve obra titulada “Sobre la cuestión judía” (“Zur Judenfrage”), escrita también en 1843 y publicada por primera vez en 1844. Nótese la importancia de la preposición Sobre que abre el título de su libro porque es una respuesta al de Bauer. Cierto que algunos editores han contribuido a la confusión, titulando el libro de Marx del mismo modo que el de Bauer, o bien incluyendo la polémica bajo el título que le da Bauer, pero es Fusaro el que se pretende experto en la obra intelectual de “Moro” y quien debiera haber evitado incurrir en el error.
Marx, responderá a Bauer yendo mucho más allá de la cuestión religiosa, preguntándose por la propia naturaleza de la emancipación del Estado frente a la religión.
“No basta, ni mucho menos, con detenerse a investigar quién ha de emancipar y quién debe ser emancipado. La crítica tiene que preguntarse, además, otra cosa, a saber: de qué clase de emancipación se trata; qué condiciones van implícitas en la naturaleza de la emancipación que se postula”. (Marx, Karl. “Sobre la cuestión judía”. Pág 8)
En esencia, lo que hace Marx en este punto, y luego concreta, es señalar que “el error de Bauer reside en que somete a crítica solamente el “Estado cristiano” y no el “Estado en general”, en que no investiga la relación entre la emancipación política y la emancipación humana” (Ibidem pág. 8).
La propuesta de Marx es la de no limitarse a la crítica del Estado confesional, al contrario que Bauer, porque entiende que con Bauer “seguimos moviéndonos dentro de los marcos de la teología”.
Marx hace una analogía el Estado no confesional y la religión como “asunto privado” y la escisión en Estado “político” y “sociedad civil”. El primero, el Estado “político”, afirma la igualdad del “hombre genérico” (“miembro imaginario de una imaginaria soberanía, se halla despojado de su vida individual real y dotado de una generalidad irreal”), el ciudadano con derechos políticos, que Marx llama “derechos cívicos”). La segunda, la “sociedad civil”, en tanto que sociedad que consagra el derecho de propiedad, es la negación de la igualdad, la confirmación de la desigualdad.
“La diferencia entre el hombre religioso y el ciudadano es la diferencia entre el comerciante y el ciudadano, entre el jornalero y el ciudadano, entre el terrateniente y el ciudadano, entre el individuo viviente y el ciudadano. La contradicción entre el hombre religioso y el hombre político es la misma contradicción que existe entre el “bourgeois” y el “citoyen”, entre el miembro de la sociedad burguesa y su piel de león política” (Ibidem. Pág. 15).
Esa separación entre el ciudadano que ejerce unos derechos políticos generales y el burgués que ejerce sus derechos de propiedad en la sociedad civil la expresa Marx a través de la dualidad que se da en la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano de 1789, incorporada como preámbulo a la Constitución francesa de 1791.
En parte, estos derechos humanos son derechos políticos, derechos que sólo pueden ejercerse en comunidad con otros hombres. Su contenido es la participación en la comunidad, y concretamente, en la comunidad política, en el Estado. Estos derechos humanos entran en la categoría de la libertad política, en la categoría de los derechos cívicos” (Ibidem. Pág. 25)
“Registremos, ante todo, el hecho de que los llamados derechos humanos, los droits de l'homme, a diferencia de los droits du citoyen, no son otra cosa que los derechos del miembro de la sociedad burguesa” (Ibidem. Pág. 27)
Y aquí es donde Fusaro se va de cabeza a su tercera necedad:
3) Marx habla de “derechos cívicos” y de derechos políticos, que también llama “derechos del ciudadano” (“droits du citoyen”) como sinónimos. Son derechos como el de sufragio y el de representación, el de garantías procesales, el de opinión y expresión pública, etc.
Y Fusaro continúa despeñándose por el precipicio de su propia majadería:
4) Lo que Fusaro llama “derechos civiles” tiene que ver con lo que Marx vincula con la parte de los “derechos humanos” asociados” a la “sociedad civil”, específicamente relativos a la propiedad privada, no al consumo.
5) Fusaro confunde, de este modo (no está claro si habla su petulante ignorancia o su tramposa y habitual alteración de la teoría marxista en general y del pensamiento marxiano en particular), derechos políticos del ciudadano y derechos económicos de la burguesía
6) Retorciendo aún más sus propios argumentos, Fusaro hace un revoltijo en su alusión a los “derechos del consumidor”, que pertenecen a la llamada tercera generación de derechos humanos, que incluyen el derecho al consumo, entre otros, con los de la primera generación, que son aquellos a los que Marx alude en “Sobre la cuestión judía”.
Marx escribió en “La Gaceta Renana” las más brillantes fundamentaciones jurídicas y periodísticas sobre garantías y libertades políticas. También otros marxistas, han defendido con sus textos y sus vidas esos derechos cívicos de los que hablaba aquél. Lo hicieron no sólo para proteger la actividad comunista sino por la convicción que Rosa Luxemburgo sostiene de que “sólo una vida llena de fermentos, sin impedimentos, imagina miles de formas nuevas, improvisa, libera una fuerza creadora, corrige espontáneamente sus pasos en falso. Es por ello precisamente que la vida pública de los Estados con libertad limitada es tan deficiente, tan pobre, esquemática y estéril, porque excluyendo la democracia se niega a sí misma la fuente viva de toda riqueza espiritual y progreso”. (“La Revolución rusa. Un examen crítico”. Rosa Luxemburgo)
Para acabar este largo texto, y dejarles un regusto más grato y divertido, me tomo la licencia de presentarles a los sufridos lectores que hayan llegado hasta aquí, varios ejemplos de las fusareces fuffarianas del gran Fusaro y de su filosofía de la “supercazzola”, que no es otra cosa que decir una “palabra o frase sin sentido, pronunciada con seriedad para para asombrar y confundir al espectador”, según el vocabulario de Zingarelli.
De su obra “Defender lo que somos”:
“La "nivelación" como figura óntica del tecnocapitalismo pantoclástico hace que todos los seres caigan sobre una superficie” […]. Menos mal que caen sobre una superficie.
“En vista de su propio autodesarrollo cinético entelequial, el tecnocapital apunta a la supresión de las diferencias” […]. Ahí queda eso.
Derrama sus mejores esencias en “Pensar diferente”:“normatividad heterónoma de metafísica veraz”. “Supercazzola” con redoble de tambor y triple tirabuzón.
Pero como supersupersupersupercazzolas fuffarianas les presento las siguientes:
“Creo que hoy más que nunca se trata de trabajar filosóficamente a partir de una crítica de las ideologías que llame la atención sobre la crítica del poder como necesariamente basada en la crítica de las ideologías” ¡Chimpún! Esta diarrea la perpetró en el Festival Político de Mestre de 2014.
“La atomística liberal pretende disolver la familia en la pluralidad nómada y diaspórica de seres no relacionados o, de manera convergente, redefinirla como un mero ensamblaje efímero y de duración determinada, que responde exclusivamente al deseo libre e ilimitado de individuos sin identidad de género residual y aspirando únicamente al cínico disfrute excedente.”.Tomado de su propio Facebook.
Si le pides al ChatGPT un texto incoherente te endosa uno de Fusaro.
Fusaro es el Hércules del absurdo, el sol negro de la alquimia pseudofilosófica, el Superman de la “supercazzola”,el campeón mundial de los pesos superpesados de la rimbombancia, el Super Ñoño del potingue ensayístico.
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